EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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2. El interés basico (puro)

Según la explicación que nos dan tanto los investigadores burgueses como los marxistas, el interés sería el satélite inseparable de la propiedad privada de los medios de producción. „El que rechaza la comunidad de bienes, o sea el comunismo, y desea la economía libre, debe también aceptar la economía del interés (capitalismo)“. Así sostienen todos aquellos que hasta la fecha se han ocupado del interés. Que más adelante, a la luz de la moral, las opiniones sobre la ética del interés hayan divergido considerablemente, es de importancia secundaria, y no aporta nada para la dilucidación del problema. Para quien paga el interés, o sea para el desposeído (proletario), es de poca monta que el interés sea, como sostienen los socialistas, una apropiación violenta, un abuso de la tiranía económica que atenta contra las buenas costumbres, o, como dicen los ecónomos burgueses, un premio justo a virtudes de orden económico: a la disciplina, a la aplicación y a la parsimonia.

Los marxistas, conforme a lo expuesto, se ven obligados a buscar el origen del interés (o sea la „plusvalía“) en la fábrica o, en todo caso, en la separación del obrero de sus medios de trabajo y, efectivamente, creen haberlo localizado allí.

En cambio, voy a demostrar que el interés está completamente desligado de la propiedad privada de los medios de producción, que el interés existe también allí donde no hay ni hubo jamás clase desposeída alguna (proletariado), y que la disciplina, la aplicación y la parsimonia nunca influyeron decisivamente sobre el interés. Demostraré que el interés, en oposición a tal teoría sobre el capital, tiene su arraigo en nuestro dinero milenario, oriundo de los tiempos de los babilonios, hebreos, griegos y romanos, y que es protegido por sus cualidades, ya sean substanciales, ya legalmente adquiridas.

Llama la atención que también Marx inicie sus investigaciones sobre el interés con el dinero (1). Pero tuvo la mala suerte de empezar, no obstante la advertencia de Proudhon, con una premisa falsa en el punto decisivo, ya que consideraba, exactamente como los vulgares investigadores burgueses, defensores del capital, al dinero y a la mercancía como equivalentes perfectos. (2)

Por este desacierto infortunado Marx se desvió de el principio.

El no encuentra nada que objetar en el dinero. Tal cual lo hemos heredado de los babilonios, de los hebreos, de los griegos y de los romanos, es, según él, un medio perfecto e irreprochable de intercambio, que desde su origen ha desempeñado espléndidamente su tarea. Que en la Edad Media la economía monetaria y la división del trabajo no hayan podido desarrollarse debido a la escasez monetaria, que la prohibición del interés, decretada por los Papas, haya acabado con la economía monetaria, a pesar de que dicha prohibición en el fondo no significaba otra cosa que la equivalencia forzada del dinero y de la mercancía, tal como Marx lo supuso, todo esto, digo, no pudo conmover su juicio de que ése dinero sea un medio perfecto de intercambio, un verdadero „equivalente“ universal. Naturalmente desconoce Marx un poderío especial monetario. El niega que los pueblos sean explotados por la Internacional del oro, o sean los especuladores y los usureros. En la Bolsa, según Marx, no hay robo, sino simples atropellos. El ave negra de la Bolsa se serviría del ardid, no de la fuerza; es solamente un pillo. El latrocinio presupone fuerza, y ésta no la tendrían los hombres adinerados, ni los reyes de la Bolsa; pero sí los poseedores de los medios de producción. En una palabra: dinero y mercancías serían „equivalentes“ en cualquier tiempo y lugar, sin importar que el dinero esté en manos de un consumidor o de un comerciante que se presenta como comprador. Por eso dice derechamente: „El hecho de que el dinero sea por naturaleza oro y plata, por más que éstos no sean por naturaleza dinero, demuestra la congruencia de sus cualidades naturales con sus funciones como medio de intercambio“.

„Dieses Kind, kein Engel ist so rein,
Lasst's eurer Huld empfohlen sein!“ (3)

Con este himno al oro y al patrón oro, Marx ha desviado enteramente del dinero la atención del proletariado, poniendo a los pillos de la Bolsa, los usureros y los especuladores al amparo directo de la clase desposeída. Y así nos encontramos ahora ante el espectáculo trági-cómico, de que en el mundo entero „los templos de Saturno estén vigilados por la guardia roja“. (4)

Es un hecho que los vocablos „interés“ y „dinero“ ni una sola vez han sido empleados en la plataforma electoral y en la prensa socialista.

Más todavía, llama la atención el hecho de que Marx en el proceso de intercambio presentado por él en la fórmula D‑M‑D' (Dinero‑Mercancía‑Más Dinero) descubre una contradicción con la equivalencia sostenida, y que, sin embargo, busca su solución por otro lado, prometiendo demostrarla en una larga serie de eslabones intermediarios.

Esta larga serie es, según Marx, el proceso de la producción, que comienza y termina en la fábrica. El empresario no es un explotador entre muchos, sino que sería el único explotador. La explotación se realiza íntegramente en la caja de salarios del empresario.

Ahora bien; yo, por mi parte, para resolver la contradicción encerrada en la fórmula D‑M‑D' de Marx, no tendré necesidad de tal serie de „eslabones intermediarios“ y acusaré directamente al interés como culpable, y lo haré en forma convincente para todo el mundo. Descubriré que la fuerza de la fórmula D‑M‑D' se encuentra en el mismo proceso de intercambio. Demostraré que el dinero tradicional, en la forma como lo hemos recibido de nuestros antepasados, no es ningún „equivalente“, sino que no puede menos que circular de acuerdo a la fórmula D‑M‑D' y que todo pueblo que acepte ese dinero, para fomentar la división del trabajo y facilitar el intercambio de los productos, necesariamente debe caer en las garras del capitalismo, o sea en la esclavitud del interés.

La fuerza que hace circular el dinero según la fórmula D‑M‑D', vale decir, la fuerza que convierte el dinero en capital, la tiene el dinero en mérito a las siguientes cualidades:

1) El dinero es la premisa incondicional de la perfeccionada división del trabajo.

2) El dinero tradicional (de metal y de papel) puede ser mantenido, merced a su constitución física, alejado del comercio por tiempo indefinido, sin que su depósito origine gastos considerables. En cambio, los productores de las mercancías (obreros), por estar pendientes del dinero, como medio de intercambio, lo necesitan forzosamente, ya que las pérdidas, que van ligadas al almacenaje de las mercaderías, crecen constantemente. (5)

3) A consecuencia de este estado particular de cosas, el comerciante puede, por cierto, obligar a los dueños de las mercaderías a concederle una bonificación especial, ya que renuncia a trabar arbitrariamente el intercambio de productos, desde que puede demorarlo, o, si fuera necesario, impedirlo enteramente mediante la simple retención del dinero.

4) De esta bonificación usual y constante se ha formado el interés del capital comercial, que alcanza, término medio, repartido sobre la venta total anual, el 4 al 5 % según la experiencia de varios miles de años.

Esta bonificación especial, a diferenciar bien de la ganancia comercial (6), no la puede naturalmente reclamar el que compra las mercaderías para satisfacer sus necesidades propias, (consumidor, porque este poseedor de dinero tiene tanta necesidad de comprar mercaderías como el productor de mercaderías tiene para venderlas), sino tan sólo el comerciante, en su calidad de poseedor de dinero, pues él es el hombre que comercialmente adquiere las mercancías para venderlas en igual forma, el que puede efectuar la compra o dejarla, sin que por ello tenga que sufrir personalmente hambre, en una palabra: es el hombre que compra todo un cargamento de trigo, cuando él, para su persona, requiere tan sólo una bolsa. Por cierto, siente el comerciante la necesidad de ganar mediante el comercio, y sólo comprando mercaderías puede satisfacer a ese estímulo. Pero detrás de esa compra comercial de mercaderías está, como fuerza motriz, no la necesidad material, sino el deseo de adquirir las mercaderías lo más barato posible, valiéndose para ello sin escrúpulos de todas las armas que el cambio de la conyuntura y la debilidad del vendedor le ofrecen. Si es la demora la que aumenta la debilidad del vendedor, entonces el comerciante lo deja esperar. En general, el comerciante hace lo posible para acrecentar los apuros del vendedor (productor, obrero), y como fuente eterna de trastornos interminables han de señalarse las circunstancias especificadas en los incisos 1 a 3. El consumidor no puede esperar, aunque el dinero se lo permitiera, porque está obligado por las necesidades personales; el productor tampoco puede esperar, aunque sus necesidades personales en algunos casos se lo concedieran. En cambio el comerciante, en su calidad de hombre de dinero y de dueño absoluto del medio imprescindible y general de intercambio, él sí, puede esperar; y así puede colocar constantemente en apuro tanto al productor como al consumidor de las mercancías, mediante la sola retención del medio de intercambio, o sea del dinero. Y los apuros del uno significan en el comercio el capital del otro. Si los productores y consumidores de mercaderías no estuvieran separados entre sí por el tiempo y el espacio, habríanse arreglado sin el dinero del mercader, tal como sucede todavía en el comercio del trueque, pero como están las cosas ahora, la mediación comercial (y con ella también el interés) constituye una necesidad, y es regla para la gran mayor parte de la producción de mercancías.

Basado en este hecho, podemos prescindir en nuestras consideraciones totalmente del dinero de los consumidores. Todo el dinero y todas las mercaderías pasan por las manos del comerciante. De ahí que sólo valen aquí las leyes de la circulación monetaria comercial. (7)

Habiendo hecho estas constataciones, voy a precisar los factores que limitan el tipo del interés que el dinero puede exigir por su mediación en el cambio. Lo hago ahora y en primer lugar, porque es esta la mejor forma de descubrir la verdadera naturaleza del interés del dinero.

Si el dinero es por eso Capital (D‑M‑D') porque puede obstruir arbitrariamente el intercambio de bienes, cabe preguntar ¿por qué el interés no alcanza la utilidad que la economía monetaria nos proporciona, y la que podemos apreciar por el rendimiento que tiene la división del trabajo frente a la economía primitiva? Análogamente sería justo preguntar, ¿por qué los terratenientes no aplican siempre en los arrendamientos la „Ley de bronce“, o por qué los accionistas del Canal de Suez, al fijar el importe de los derechos de navegación, consideran aun otras circunstancias que la sola competencia que hace la vía marítima por el Cabo de la Buena Esperanza?

Pero resulta que el derecho, que el dinero percibe por su uso, no sigue las mismas leyes que rigen el uso del terreno; aquél se asemeja más bien al derecho que los caballeros asaltantes extorsionaban en la Edad Media. El comerciante, que se veía obligado a tomar el camino junto al castillo, era prácticamente saqueado, pues se le despojaba del 30, 40 o 50 % de sus mercaderías en concepto de derechos de tránsito. Pero cuando el comerciante contaba aun con otros caminos, entonces el caballero se mostraba menos exigente; hasta cuidaba su camino; lo conservaba en buen estado, construía puentes, lo protegía contra otros bandoleros y, en última instancia, rebajaba los derechos de tránsito, para que los comerciantes siguieran prefiriendo, en lo sucesivo, su camino.

Cosa análoga ocurre con el dinero. También éste debe tomar en cuenta la presencia de competidores, si sus derechos son demasiado altos.

(Más adelante habré de demostrar todavía, que no puede haber competidores en cuanto se trate de prestar dinero. Los competidores, de los cuales aquí hablamos, no aparecen al prestar dinero, sino al cambiarlo por mercaderías).

Por lo pronto, es evidente que la división del trabajo puede desarrollarse mucho más allá de lo que hoy lo está en el mundo. El patrón oro es el patrón universal; por lo tanto ha de ser juzgado desde el punto de vista de la economía universal. Ahora bien; tres cuartas partes de los habitantes del mundo se arreglan hoy todavía, bien o mal, con la economía primitiva. ¿Por qué? En parte, porque el intercambio de bienes, que se efectúa por medio del dinero, está recargado por el interés. Tantos gastos inducen a los productores a bandonar su actividad en algunos ramos o en la totalidad de la producción de mercanderías y quedarse con la economía primitiva. De modo que la opción entre la economía primitiva y la comercial depende de un cálculo aritmético, en el cual el interés del dinero, con que está recargada la segunda, ha de conducir muchas veces a dar preferencia a la economía primitiva. Así, por ejemplo, preferirán muchos campesinos retener las papas de su cosecha para el engorde de chanchos, destinados al propio consumo, cuando el interés del medio de intercambio encarece la carne. El campesino produce entonces menos mercadería para el mercado, y más productos para su consumo personal, y precisa, así, menos dinero.

Frente a esta cantidad de mercaderías, que ni en la misma Alemania debe desestimarse, el dinero tiene que ser moderado en sus exigencias, para no convertir la economía comercial en economía primitiva. Y así como el campesino alemán, proceden las grandes masas de los pueblos de Asia y Africa.

Luego, si los dueños del dinero exigen de las mercaderías un tributo excesivo, la parte de la producción actual, que oscila en torno de la utilidad marginal de la división del trabajo, cede su lugar a la economía primitiva.

El tributo monetario excesivamente elevado reduce la producción de mercancías en beneficio de la economía primitiva. Esto trae por consecuencia la disminución de la oferta de mercancías y la consiguiente alza de precios.

Tomemos por ahora nota de esto.

También el arcáico trueque ejerce una influencia análoga sobre la demanda de dinero, o sea la demanda de los medios de intercambio, cuando éste exige un interés demasiado alto. De por sí, ya debe el dinero su existencia sólo a las dificultades inherentes al comercio del trueque. Fué creado precisamente para vencerlas. Pero si el dinero reclama por su mediación en el intercambio una recompensa exorbitante, entonces el trueque competirá de nuevo, y a menudo con éxito, especialmente en muchas regiones, como en Asia y Africa, donde los productores no están separados por el tiempo y el espacio. Cuanto más fuerte gravita el interés sobre el intercambio de los productos, tanto más fácil resulta la competencia del trueque contra la economía monetaria, porque las mercancías negociadas por vía del trueque llegan hasta el consumidor sin pagar interés, y ¿a quién habrían de pagarlo también? (8). Resulta entonces evidente que el dinero no puede exigir un tributo arbitrario, máxime cuando los poseedores de las mercancías saben vencer los obstáculos, que el tiempo y el lugar oponen al trueque, reuniéndose en determinados días y lugares (mercados). (9)

De esta manera quitan ellos al dinero la base de su existencia, quiere decir, la demanda de medios de intercambio que la mercancía encarna. Y como los gitanos con sus carros son clientes perdidos para el ferrocarril, así las mercancías realizadas por el trueque están perdidas para el dinero.

Para nuestro objeto no es necesario calcular qué porcentaje de la producción mundial gira en torno del trueque, o sea cuantas mercaderías, debido al interés demasiado alto, excluyen la utilización del medio de intercambio (10). Basta haber comprobado en el trueque un competidor del dinero, cuyas perspectivas serán tanto más favorables, cuanto más alto sea el tributo que el dinero exige. Si sube el interés, entonces muchas mercancías pasan del comercio monetario al trueque, la demanda de dinero disminuye y los precios suben, al igual como en la economía primitiva. También de este hecho tomamos nota por ahora.

En igual sentido que la economía primitiva y el trueque actúa también la letra, tan pronto como las exigencias del dinero se elevan demasiado. Se ahorra, pues, también el interés, cuando las mercaderías se cambian por letras, por cuya razón el alto interés del dinero es un estímulo para difundir el uso de la letra.

Es cierto, que la letra no es tan cómoda ni segura como el dinero, y en muchos casos no puede reemplazarlo de ninguna manera, pues suelen llevarse al Banco para cambiarlas por dinero (descontarlas), a pesar del descuento que han de sufrir. No sucedería esto, si la letra pudiera reemplazar en todo caso al dinero efectivo. Empero, en muchos casos, particularmente en el comercio mayorista y, cuando sirve de reserva, la letra tiene pocas desventajas en comparación con el dinero, tanto que basta una leve alza del interés para darle preferencia.

El interés influye sobre el uso de las letras como el aumento del flete ferroviario sobre el uso de las vías fluviales. Cuanto más elevado es el interés, tanto más intenso es el afán de evitar su pago mediante el uso de las letras en el comercio. Por la misma razón, todo cuanto aumenta artificialmente las desventajas naturales de la letra frente al dinero efectivo, debe fortalecer la posición de éste, elevando sus exigencias tributarias. Si la competencia hecha por parte de las letras hace descender el interés del dinero al 5 %,éste subirá otra vez al 5,25, 5,5 y 6 % si obstaculizamos el uso de las letras mediante noticias alarmantes o impuestos de sellado. Cuanto más insegura sea la letra, tanto más elevado es el interés. Cuanto más cargada con impuestos de sellos sea la letra, tanto más elevadas exigencias puede formular su competidor, el dinero efectivo, y tanto más alto se eleva el interés. Si cargamos la letra con un impuesto del 1 %,la deducción (descuento) que cobra el Banco al descontarla subirá también en 1 %. Si cargamos la letra con el 5 %, a deducción subirá del 5 al 10 % (a no ser que intervengan los demás competidores de dinero ya nombrados).

(Siendo las cosas así, parece inexplicable la conducta del Estado, cuando propone un aumento del impuesto de sellos para acrecentar sus recaudaciones, lamentándose simultáneamente de no poder colocar sus empréstitos sino a un tipo de interés elevado. En su calidad de deudor debería el Estado más bien suprimir el impuesto de sellos a las letras, para poder bajar el interés de sus empréstitos. Lo que recaudaría de menos en impuestos a las letras, lo recuperaría cien veces en los intereses de sus empréstitos, aliviando a la vez la carga tributaria del pueblo).

Si ahora en lugar del impuesto aplicáramos un premio a las letras (cualquiera que sea su forma), se entiende que con esto podría fomentar u obstaculizarse la circulación de las letras; la fomentaría al crecer el premio, y la disminuiría al ser bajado.

Ahora bien; la supresión del interés, dispensada al comercio por la circulación de letras, ¿no es acaso un premio que crece y decrece con el interés del dinero? Luego, la circulación de las letras crece en proporción directa al incremento del interés monetario.

Pero donde circulan letras, circulan también las cantidades correspondientes de mercancías, sólo que en dirección opuesta. Y también estas mercaderías están perdidas para la demanda de dinero: la letra se las substrajo. Por lo tanto, en la misma forma que aumenta la circulación de las letras, retrocede la demanda de dinero efectivo y suben nuevamente los precios. Y la circulación de letras crece en la misma relación, en que se eleva el interés del dinero. También esto lo anotamos por ahora.

El dinero no es, pues, el dueño absoluto en el mercado. Más bien ha de contar con competidores que le impiden elevar arbitrariamente el interés.

Sin embargo, podría objetarse que el dinero es indispensable en muchas ocasiones, particularmente en nuestras ciudades modernas, que, en la mayoría de los casos, hasta podría exigir la mayor parte de los productos como recompensa por su mediación en el intercambio, sin que por ello volviéramos al trueque o a la economía primitiva, y que en muchísimas circunstacias ni con una deducción (descuento) del 50 %el dinero podría ser reemplazado por la letra.

La letra circula sólo en un ambiente de confianza mutua. Ella no es suficientemente divisible para las necesidades del comercio minorista y está ligada a leyes, lugares y tiempos determinados. Todo esto restringe en mucho su radio de acción.

Y basándose sobre eso, podría decirse, que en todos estos casos la retribución por la mediación en el intercambio debería ser mucho más alta de lo que es, de ser exacto, de ser verdad, que el dinero percibe interés porque está en condiciones de obstaculizar arbitrariamente el intercambio de los productos.

Pero esta objeción olvida un hecho que hemos conocido en la primera parte de este tomo, a saber, que el alza general de los precios impele el dinero al mercado, porque tal alza significa para cuantos poseen dinero, una pérdida exactamente proporcional a esa alza, pérdida sólo evitable ofreciendo dinero por mercancías. Un alza general de precios significa para el dinero tradicional una obligación de circular, similar en muchos aspectos a la circulación compulsiva de la libremoneda. Durante el alza general búscase desviar hacia otros la pérdida que implica la posesión del dinero mediante la compra de mercaderías.

Podemos decir, pues, que la elevación del tributo monetario por sobre cierto límite, desencadena automáticamente las fuerzas que lo vuelven a rebajar de nuevo.

Lo contrario sucede cuando el interés del dinero cae debajo de aquel límite, porque en tal caso, debido a la disminución de los gastos comerciales, se implantará la división del trabajo allí, donde todavía hoy convenía la economía primitiva, y se extiende la economía monetaria allí, donde conformábase todavía con el trueque. Al mismo tiempo pierde la letra su atracción (desapareciendo del todo al 0 % de interés). Estas circunstancias, a saber: el aumento de la producción de mercaderías (a expensas de la economía primitiva) con el aumento simultáneo de la oferta de mercancías (a expensas del trueque), y la oferta acrecentada de mercancías contra pago en dinero efectivo (a expensas de la circulación de letras) presionarían sobre los precios, dificultando así el intercambio de los productos. En consecuencia el dinero se aprovecharía nuevamente de los embarazos de los productores, exigiendo un aumento del interés.

El juego de las fuerzas originado por el interés del dinero mediante su influencia sobre los competidores exentos del interés y, por ende, sobre los precios, actúa, pues, de regulador automático sobre el interés monetario de manera que el límite máximo del mismo sea también el mínimo. (El hecho de que la tasa del descuento por letras sufra grandes oscilaciones no prueba nada en contra de esta tesis, como lo demostraremos oportunamente).

El interés del dinero cae por lo tanto siempre y necesariamente en la medida en que fomenta o restringe la circulación de letras, del trueque y de la economía primitiva.

Hoy todavía es general la opinión de que el interés del dinero sube o baja a raíz de la competencia de los prestamistas.

Esta opinión es errónea. No hay ninguna competencia entre los prestamistas; eso es materialmente imposible. Si el dinero, que los capitalistas tienen listo para prestar, procede de la circulación, entonces, al prestarlo, solamente tapan los huecos que habían excavado al sustraerlo. Si hay 10, 100, 1.000 prestamistas, habrá también 10, 100, 1.000 agujeros hechos por ellos en el proceso de la circulación monetaria. Cuanto más dinero se ofrece, más profundas serán las aberturas (11). Siempre que las condiciones no varíen, debe, por lo tanto, presentarse una demanda por dinero prestado, que corresponde a la cantidad de que disponen los capitalistas para prestar. Pero siendo las cosas así, ya no se puede hablar de una competencia que influya sobre el interés. De lo contrario, el hecho de que la mudanza se realiza (en Alemania) en un día determinado, debería también influir sobre los alquileres. Pero esto no es el caso, pues al mayor número de los que buscan casas, corresponde igual número de viviendas desocupadas. La mudanza en si no ejerce influencia alguna sobre los alquileres, y lo mismo sucede con la competencia entre los prestamistas; pues también aquí se trata sólo de un simple traslado del dinero.

En cambio, si el dinero que ofrecen los prestamistas fuera nuevo, procedente directamente de las minas de Alaska, entonces alzaría los precios y este alza obligaría a todos cuantos necesitan dinero para sus empresas, a solicitar una suma mayor correspondiente a la magnitud del alza. En lugar de 10.000 pesos, el empresario necesitaría 11, 12 o 15.000 por la misma casa, y así la oferta, aumentada por el dinero nuevo, produciría automáticamente también una demanda proporcionalmente aumentada, con lo que la influencia del nuevo dinero sobre el interés sería bien pronto eliminada.

Más adelante explicaré el fenómeno de que, con el aumento de la circulación monetaria, (debido a hallazgos auríferos o emisión fiduciaria) el interés no baja, sino que, al contrario, sube.

No existe, pues, una competencia entre los prestamistas, susceptibles de ejercer alguna influencia sobre el interés. Hasta es imposible.

Los únicos competidores del dinero, que restringen su poderío, son los tres arriba mencionados: la economía primitiva, el trueque y la letra. La expansión de la economía primitiva, del trueque y de la letra, causadas automáticamente por las elevadas exigencias del interés, provoca un alza general de precios y éste hace transigente al poseedor del dinero. (Para comprender mejor esta frase, véase el capítulo: „Los componentes del interés bruto“).

Entre dos puntos sólo es posible trazar una recta; ella es la más corta, y la más corta, en la economía, es también la más barata.

El camino más corto, y por ende más económico, entre los productores y los consumidores es el dinero. (En la economía primitiva el producto circula por un camino más corto aún, o sea directamente de la mano a la boca. Pero este método de producción rinde menos que en la economía basada sobre la división del trabajo).

Todos los demás caminos (trueque, letras) que las mercancías podrían utilizar para llegar hasta el consumidor, son más largos y más costosos. De lo contrario, ¿cómo se darían 105 pesos en letras por 100 pesos en efectivo, si el dinero efectivo no ofreciera ventajas, como medio de intercambio sobre la letra?

Pero el prestamista puede cerrar esta vía más corta y más barata, y generalmente sólo la habilita cuando se le pagan las ventajas que el dinero efectivo, como camino más corto, lleva sobre los caminos torcidos. Si exige más que esa diferencia, la mercancía opta por el camino más largo; si exige menos, se recarga el dinero, es decir las mercancías, que en otras circunstancias habrían sido canjeadas por medio de letras, reclaman ahora el dinero efectivo. Cuando la demanda por dinero crece, los precios bajan, y con precios bajos el dinero ya no puede circular de ninguna manera.

El dinero percibe interés por su uso, al igual que un coche de alquiler. El interés se agrega a los gastos generales del comercio, cobrándolo conjuntamente con ellos, ya sea por medio del descuento hecho al productor, ya sea mediante un aumento impuesto al consumidor. Generalmente el comerciante, que conoce por experiencia el precio posible de obtener, deduce de él los gastos del negocio, su propio salario (o sea la ganancia líquida) y el interés. Este lo calcula de acuerdo al tiempo que habitualmente transcurre hasta la venta de la mercancía. Lo que queda es para el productor. Si el precio minorista de una caja de cigarros en Berlín es de 10 pesos, el fabricante de cigarros en Munich sabe muy bien que no puede pretender para sí esos 10 pesos. Más bien debe rebajar el precio para el comerciante en Berlín, de tal modo que éste, con la diferencia entre el precio de fábrica y el de venta, esté en condiciones de pagar los gastos de flete, el alquiler y su trabajo. Finalmente debe haber un sobrante por el dinero que el comerciante ha invertido en su negocio, y este dinero proviene en general directa o indirectamente de los Bancos y de las Cajas de Ahorro, que naturalmente lo entregan sólo cargando un interés. Este interés debe el comerciante obtenerlo de la diferencia de precio arriba mencionada. Si no es posible conseguirlo con los precios actuales, entonces el comerciante espera; y mientras él espera, ha de hacerlo también el fabricante. Sin pagar el tributo al dinero no llega ni un cigarro desde la fábrica hasta el fumador. Que el fabricante rebaje los precios, o el consumidor ofrezca más, esto es indiferente para el capitalista; el interés lo percibirá él de todos modos. Luego el interés básico se agrega sencillamente a los demás gastos comerciales, los que en general representan la retribución por el trabajo empeñado. El carrero da comida a los caballos, engrasa los ejes, suda y blasfema; es justo que se le pague por eso. El comerciante atiende su negocio, paga los alquileres, calcula y reflexiona; es necesario que reciba algo también por ello. En cambio, el banquero, el rentista y el prestamista, ¿qué hacen ellos? El rey se coloca frente a la barrera y cierra la frontera, diciendo: „El diezmo es mío“. El prestamista se coloca delante de la caja, obstruye de ese modo el intercambio de las mercancías, las que necesitan del medio de canje contenido en la caja, y dice como el rey: „El interés básico es mío“. El rey y el prestamista no hacen nada en el fondo; sirven de obstáculo y perciben interés. Luego el interés básico, al igual que el impuesto aduanero, es un tributo, con la sola diferencia de que el rey cubre con el impuesto los gastos públicos, mientras el prestamista utiliza el interés básico en provecho propio. Por lo tanto, pagamos al capitalista el interés básico sólo por la diligencia con que pone piedras en el camino del comercio.

¿Cuál de los tres competidores del dinero, que frenan al interés monetario, es el más importante? En las zonas comercialmente desarrolladas lo es, en tiempos normales, la letra, mientras que los otros dos competidores predominan en los países menos desarrollados. Suponiendo a Alemania como país comercialmente cerrado, con su papel-moneda propio, el dinero, a falta de letras, podría tener allí muy elevadas pretensiones, antes que la economía primitiva y el trueque pudiesen intervenir con éxito, para provocar el alza de precios que dé libertad al dinero (12). Hasta podría admitirse que el dinero sin la letra (y naturalmente sin ventas a crédito, sin prórrogas, etc.), podría, en este caso, elevar las exigencias tributarias casi hasta el límite de la utilidad que nos ofrece la división del trabajo, como ha sido comprobado ya por el abandono de las actividades en tiempos de crisis. La economía y el trueque sólo por excepción ayudan al desocupado, y aún entonces en muy escasa medida. El desocupado puede remendarse sus pantalones, afeitarse y prepararse su comida; tal vez elaboraría su propio pan, educaría a sus hijos y, en lugar de ir al teatro, escribiría una comedia para su farnilia, si es que con el hambre conserva el humor necesario para ello.

Luego, si para nosotros es la letra el regulador más importante del interés, la econornía primitiva y el trueque lo son para los países primitivos del Asia y Africa. Y han de ser medios muy eficaces si en el pasado, cuando la división del trabajo se extendía sólo sobre una pequeña parte de la población (por ejemplo, en la época de los romanos o de la reina Isabel de Inglaterra), el interés era aproximadamente el mismo que hoy, según lo confirman los datos anotados al fin de esta obra.

Esta firmeza del interés monetario es muy significativa y nos hace presumir que los tres competidores y reguladores del interés (economía primitiva, trueque y circulación de letras), tan distintos entre sí y que suponen tan diferentes estados culturales, deben, sin embargo, condicionarse y complementarse mutuamente. Así, por ejemplo, una división del trabajo tan desarrollada, que muy poco más puede perfeccionarse en ella, excluye por si mismo la economía primitiva y el trueque, y engendra la cultura y las instituciones comerciales sociales y legales, entre las cuales la circulación de las letras evoluciona y florece. Los 36 mil millones de marcos en letras que circulaban en Alemania en 1907 representan para la evolución comercial del país un exponente mucho mayor que la red ferroviaria o cualquier otro exponente de progreso.

Y, al revés, donde el nivel cultural excluye la substitución del dinero por letras, son la economía primitiva y el trueque los fieles guardianes que impiden al dinero elevar sus exigencias tributarias más allá de ciertos límites.

Resumiendo brevemente lo dicho en este capítulo:

El interés monetario es el producto de un capital independiente, es decir, del dinero, y puede muy bien compararse con el impuesto al tránsito que cobraban el caballero asaltante y hasta hace poco el Estado. El interés monetario no es afectado por el interés de los bienes (el capital real) pero sí, al revés; y la competencia de los prestamistas no tiene influencia sobre él. Está limitado sólo por la competencia que le hacen los demás medios de intercambio (la letra, el trueque y la economía primitiva).

Con el préstamo cambia únicamente el dueño del dinero, sin que éste sufra alteración alguna. La operación es tan indiferente, como si en lugar del hombre es la mujer que baja la barrera para cobrar el impuesto. La letra y el trueque no conocen semejante cambio innocuo de personas, sino que ellos constituyen competidores eficaces del dinero que abren al intercambio de mercancías nuevos caminos.

Por el aumento de los precios que la letra, la economía primitiva y el trueque provocan, la circulación monetaria se encuentra presionada por una fuerza coercitiva y económica, que impide al dinero abusar de su predominio más allá de ciertos límites, ni siquiera frente a aquellas mercaderías para cuyo intercambio no valen ni la letra ni el trueque. Es como en el caso de los jornaleros cuyo salario está limitado por el rendimiento de los emigrantes, sin ser necesario que todos vengan con la amenaza de emigrar (vea el tercer tomo, cuarta parte).

El interés del dinero se cobra de las mercancías, es decir, directamente del intercambio de mercancía y dinero (como ya se dijo al principio, niega Marx esta posibilidad). El interés del dinero es absolutamente independiente de la existencia de un proletariado desprovisto de medios de trabajo, y no sería en nada inferior si todos los obreros dispusieran de sus propios elementos de trabajo. En este caso se cobraría el interés a los obreros, al entregar éstos sus productos a los comerciantes, (los poseedores del dinero). La razón está en que éstos pueden retener el dinero (sin perjudicarse con ello), imposibilitando así el intercambio de los productos de los obreros, causándoles así un perjuicio inmediato e irremisible, porque todas las mercaderías, casi sin excepción, pierden diariamente en cantidad y bondad, ocasionando además elevados gastos de almacenaje y cuidado.

A este interés lo llamaremos en lo sucesivo „Interés básico“. (13)

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(1) Si en mis exposiciones siguientes pongo algunas veces el dedo sobre los puntos débiles de la teoría marxista, referente al interés, lo hago porque de todas las teorías socialistas, la de Marx es la única que se ha impuesto hasta en las luchas políticas de nuestros días, y que ahora ha revelado ser un bacilo de discordia para el proletariado, como lo prueban las dos fracciones del partido socialista-demócrata alemán, que por defender su credo común, la teoría marxista del interés, se combaten a sangre y fuego.

(2) Dos mercaderías son „equivalentes“ cuando ninguna de ellas se halla en posición privilegiada en relación a la otra, de manera que pueden cambiarse sin ganancia. Si, por ejemplo, un usurero, un rentista o uno que ahorra se encuentra ante el dilema de acumular dinero o mercancías, siendo las dos cosas, según él, igualmente buenas para sus fines, entonces un peso oro y un peso en mercancías serían „equivalentes“. En cambio, si el especulador o el ahorrador se dicen que para sus fines un peso oro es preferible a un peso en mercancías, entonces la equivalencia presunta por Marx, ya no existiría.

(3) Traducido: „Este niño, más puro que un ángel, a vuestra benevolencia lo recomendamos!''

(4) Vea: „Die Freistatt“ del 30 de Mayo de 1918, Bern-Buemplitz.

(5) Todos los productos se deterioran, con más o menos rapidez; todos, salvo algunas excepciones sin importancia, como ser las piedras preciosas, perlas y algunos metales nobles. Cuidando las mercaderías se logra demorar, pero no impedir su deterioro. Herrumbre, putrefacción, roturas, humedad, sequía, calor, frío, polilla, fuego, insectos, etc., trabajan sin cesar en la destrucción de los productos. Si un comerciante mantiene clausurado su negocio durante un año, perderá tranquilamente el 10 ó 20% de su capital por destrucción, además de los gastos de alquiler e impuestos. En cambio, si un hombre de dinero encierra su tesoro, no tiene que cargar con pérdida alguna. Ni el tesoro aureo, hallado en las ruinas de Troya había perdido un solo gramo de su peso, siendo avaluado por el Reichsbank en 2.790 marcos el kilogramo. Para refutar estos argumentos, se cita a menudo el vino, que aumenta de valor con el tiempo, representando así, aparentemente, una excepción a la regla general, según la cual el depósito de los productos siempre está vinculado con pérdidas. Pero, en cuanto al vino y a algunos otros artículos, hay que tomar en cuenta que no se trata de mercaderías de fabricación ya terminada, sino de productos de la naturaleza, que al ser depositados, no han alcanzado aún el grado de evolución que los hace aptos para el consumo humano. El jugo de uva prensada, tal cual se introduce en los barriles, es mosto, que recién con el tiempo se convierte en vino potable. Por eso no es de por sí el almacenaje del vino, sino la fermentación la que aumenta su valor, transformándolo en mercadería perfectamente terminada; de lo contrario, el vino debería indefinidamente aumentar de valor, lo que no es el caso. Al contrario, la parte que corresponde a la cuenta de depósito significa también, en cuanto al vino, como siempre, una pérdida, pues son gastos para el depósito, gastos para los barriles, para las botellas, el cuidado anual, el embotellar, las roturas, etc.

(6) Ganancia comercial es aquella que queda al comerciante, después de haber descontado el interés de su capital. El comerciante que sólo opera con mercaderías adquiridas a crédito, podrá considerar su ganancia como beneficio comercial líquido. El interés mencionado en el inciso 3 tendrá que entregar a sus prestamistas, y el mismo resulta ser en este caso sólo el cobrador de aquellos.

(7) El que no puede concebir aún que la circulación monetaria comercial siga otras leyes de las que sigue el dinero de los consumidores, que medite un poco sobre la manera en que el dinero de los ahorradores es atraído nuevamente por el comercio, como medio de intercambio.

(8) Si en el trueque, donde se cambian papas por pescado, cada uno cargara sus productos en un 10 % de interés, entonces ambos intereses se compensarían recíprocamente. Pero esto no quiere decir que el interés sería imposible cuando se trata de préstamos, no del trueque.

(9) El trueque no es tan difícil como generalmente se cree. Se exagera la dificultad que radica en el hecho de que quien tiene las mercaderías que yo necesito, no siempre tiene también necesidad de mis mercancías, o, por lo menos no en la cantidad que corresponde a la mercadería a menudo indivisible que él ofrece. En realidad este inconveniente desaparece tan pronto se presenta el comerciante, quien, dado que compra todo, es capaz también de vender de todo. El siempre puede pagarme con lo que yo necesito. Si le llevo un colmillo de elefante, me es posible adquirir en su negocio toda clase de mercaderías que necesito, y en la cantidad exacta que requiero. En las colonias alemanas del Sud del Brasil el comercio se desarrolla hoy todavía en esta forma. Sólo en casos excepcionales los colonos reciben allí dinero.

(10) Nota del traductor: Basta recordar, cuántas empresas, cuántos inventos dejan de realizarse, por no llegar a rendir el interés exigido.

(11) En la famosa crisis que en 1907 repentinamente estalló en los Estados Unidos, fué Morgan quien „se apresuró para acudir en auxilio“ del Gobierno, prestándole 300 millones de dólares oro. ¿De dónde provinieron? ¡Eran dólares muy necesitados! El mismo Morgan los había substraído con anterioridad a la circulación, ocasionando así al país aquellos embarazos, que el muy „pícaro“ luego, como buen „patriota“, generosamente ofreció al Gobierno, después de haber efectuado la baja de valores y cobrado las ganancias.

(12) Nuevamente me remito, para la mejor comprensión de esta frase, al capítulo: „Los componentes del interés bruto“.

(13) La designación „Interés básico“ que emplearemos para el interés por dinero en oposición al interés de los bienes reales (casas, etc.) nos aliviará la tarea de hacer una distinción clara entre las dos clases de intereses.