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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

3. Las tasas de interés

Por otra parte, el rechazo a la “acumulación” proveniente de las teorías de Gesell y Keynes, incidirá en última instancia de forma tal de perjudicar a los mismos participantes de los clubes de trueque.

En la actualidad, se intercambia en ellos lo que la gente ya tiene (es decir lo que ya se ha producido) o lo que puede realizar con su trabajo y ciertos materiales adquiridos en la economía monetaria. Podrá mantenerse así mientras la gente tenga muebles en su casa para cambiar, o pueda seguir cocinando empanadas. Si toda la economía fuera así tendríamos una mera economía de subsistencia. Todo paso a un nivel superior a la subsistencia requiere de un elemento básico, y como tal muchas veces odiado, de la economía: capital.

Sin capital no habrá posibilidad de aumentar la producción más allá de lo que se observa en los nodos de trueque. Pero para que exista capital tiene que haber acumulación, ya que el capital no surge de la nada. Pero si lo que se va a castigar es la acumulación, entonces no habrá capital, no habrá crecimiento. Si no, veamos lo que le sucede actualmente al peso luego de que se castigara su acumulación a través del “corralito” y la devaluación.

En la actualidad, los “arbolitos”, circulan en condiciones competitivas con la moneda estatal, porque brindan un servicio más barato, ya que estos intercambios, por ejemplo, no son recargados con el 21% del IVA. Tampoco está sujeta al “corralito”, pero si van a castigar su “acumulación” entonces serán parecidos en esto.

El castigo a la acumulación parte de la quimérica idea de eliminar el interés, cosa que no es nueva en la historia económica y encuentra frondosos antecedentes en la Edad Media.  

Comenta Schuldt (1997):

“Hoy en día, en las más variadas zonas geográficas del mundo, a pesar de la ‘mundialización’ monetaria, persisten los intentos de instaurar estos sistemas monetarios, una de cuyas principales ventajas es que tenderían a llevar las tasas de interés a cero (o a niveles muy reducidos), si bien nuevamente vienen siendo aplicados sólo en espacios subnacionales relativamente restringidos” (negrita en el original).

Y luego comentando a Rudolf Steiner:

“Lo que es ‘una gran estupidez’, como la denomina Steiner, es que el dinero otorgue renta: se lo pone en el banco y da rendimientos. De nada no puede salir nada, dice. Sin un rendimiento o servicio propio no se puede obtener algo y, por tanto, no se tiene derecho a nada. En su concepto, el aumento del valor en depósitos monetarios aparece como una transferencia no ganada apropiadamente” (Schuldt, 1997, negrita en el original).

Pues tal vez el autor debería ser más cuidadoso en calificar de esa forma ciertos conceptos porque esos mismos epítetos pueden serle aplicados a su vez. Lo que demuestran Steiner y Schuldt es no comprender la esencia del “interés”, el cual está determinado por una categoría de la acción humana denominada “preferencia temporal”, la que se refiere a la mayor valoración que otorgamos a satisfacer una necesidad en el presente en comparación con satisfacerla en el futuro. Si tuviéramos una preferencia por el futuro, nunca llegaríamos a consumir en el presente.

“El interés originario es una categoría de la acción humana. Aparece en toda evaluación de bienes externos al hombre y jamás podrá esfumarse. Si reapareciera aquella situación que se dio al finalizar el primer milenio de la era cristiana, en la cual había un general convencimiento del inminente fin del mundo, la gente dejaría de preocuparse por la provisión de necesidades terrenales del futuro. Los factores de producción perderían todo valor y carecerían de importancia para el hombre. Pero no desaparecería el descuento de bienes futuros por presentes, sino que aumentaría considerablemente. Por otra parte, la desaparición del interés originario significaría que la gente dejaría de interesarse por satisfacer sus más inmediatas necesidades; significaría que preferirían disfrutar de dos manzanas dentro de mil o diez mil años en lugar de disfrutar de una manzana hoy, mañana, dentro de un año o diez años.

No es ni siquiera pensable un mundo en el que el fenómeno del interés originario no exista como elemento inexorable de todo tipo de acción. Exista o no exista división del trabajo y cooperación social; esté organizada la sociedad sobre la base del control privado o público de los medios de producción, el interés originario se halla siempre presente. En la república socialista desempeña la misma función que en la economía de mercado.”

Incluso los partidarios, como Schuldt, de una ‘economía con rostro humano’, de un ‘socialismo de mercado’ e incluso de una ‘economía de mercado sin capitalismo’, como postula, entre otros, Silvio Gesell no podrían seguramente abstraerse de la preferencia temporal: ¿preferirían alcanzar esa sociedad ahora o en el futuro?, ¿otorgarían la misma valoración a conseguirla en lo inmediato que a tener que esperar diez años o toda una vida para alcanzarla?  

 


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