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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

2. La calidad de una moneda

La enseñanza básica de Menger en tal sentido es que la moneda habrá de mantener una relación clara con la cantidad de productos que se intercambien en los centros de trueque de forma tal de mantener su valor y facilitar los intercambios.

En tal sentido, y siendo que el “valor” de una moneda son los bienes que con la misma se pueden comprar, una moneda como los “créditos” plantea al emisor las siguientes posibilidades: 1. que la cantidad de moneda emitida crezca o se reduzca en relación exacta a la cantidad de mercadería que se intercambia en los nodos. En este caso la moneda mantendrá un poder adquisitivo estable; 2. que la cantidad de moneda emitida crezca en relación a la cantidad de mercadería que se intercambia en los nodos; en cuyo caso la moneda perderá poder adquisitivo, existirá “inflación en créditos”; 3. que la cantidad de moneda emitida se reduzca en relación a la cantidad de mercadería que se intercambia en los nodos; en cuyo caso la moneda ganará poder adquisitivo, existirá “deflación en créditos”.

Éste no es un tema menor, ya que plantea una polémica que ocupara a la ciencia económica durante décadas, y en la cual los organizadores del trueque parecen tomar parte. Antes de llegar a este punto, consideremos cómo se establece el valor de los bienes en una economía de trueque. En tal sentido es necesario considerar la denominada “ley de Say”:

“En el caso de una economía de trueque el argumento de Say resulta muy claro. En este caso, el intercambio es directo: se cambian mercaderías por mercaderías. La oferta de una mercancía implica la demanda de otra. O al revés, para demandar un bien hay que ofrecer otro.

Por lo tanto Say concluye que es un absurdo pensar que hay oferta y no hay demanda ya que la oferta de un bien ‘es’ demanda de otro. La única manera que tiene una persona de demandar más es ofreciendo más y cuanto más se ofrece más se demanda. En el caso de trueque también se puede ver con claridad que si el precio de un bien cae ‘necesariamente’ el precio de otro bien tiene que aumentar. Si para comprar un par de zapatos hay que entregar una mayor cantidad de manzanas esto significa que el precio del zapato subió y el de las manzanas bajó. Es ‘imposible’ que baje el precio de los zapatos “y” de las manzanas en una economía de trueque.

La mayor oferta del bien X es lo que provoca mayor demanda de los bienes A, B, C, D, etc. La mayor oferta de X hará que el precio de X baje, pero esto implica necesariamente que el precio de otros bienes tienen que aumentar. Seguramente el precio de los bienes cuya demanda se vea incrementada por la mayor oferta de X. De esta forma Say concluyó que la idea de un exceso de oferta generalizado es un absurdo. Es imposible que caigan los precios de ‘todos’ los bienes en la economía” (Cachanosky, 2002).

Es decir, en una economía de trueque la flexibilidad de los precios que garantiza la igualdad entre la oferta y la demanda es imposible de evitar. Nunca puede haber una caída de precios de todos los bienes. Lo que da origen a una mayor demanda no es la cantidad de dinero sino la producción de bienes y servicios.

Introduciendo la moneda en este análisis las cosas no cambian, pues, como se señalara antes, la mayor o menor cantidad de moneda en relación a la producción dará como resultado un incremento o una caída del valor de la misma. En su momento, Keynes se opuso vehementemente a la ley de Say argumentando que los precios no eran flexibles a la baja, por lo que un aumento de la demanda de atesoramiento de dinero en poder del público, implicaba una reducción de su circulación lo que demandaría una caída de los precios. Como esto no se verificaría, el resultado era un proceso recesivo. De hecho, Keynes toma este concepto del economista Silvio Gesell, quien parece ser la fuente de inspiración de los organizadores de los centros de trueque.

Los organizadores del trueque se basan en una errónea teoría. Han rescatado el trabajo del economista alemán Silvio Gesell (1916), quien proponía implementar un tributo al dinero de forma tal de penar su acumulación, fomentando así su “circulación” y eliminando la escasez de dinero. Sin embargo, ése es un serio error.

Gesell separa incorrectamente a la sociedad entre los poseedores de dinero y los poseedores de mercancías, diciendo que la moneda (en ese entonces, metálica) favorece a los poseedores de moneda quienes tienen el “poder” de decidir cuándo desprenderse de ella. Así: “...la moneda ha sido mejorada desde el punto de vista del poseedor. Al escoger la materia para la moneda se ha tenido solamente en cuenta al comprador, a la demanda. La mercancía, la oferta, el vendedor, el productor, han sido olvidados por completo. Se ha elegido para la fabricación de la moneda la materia prima más bella que proporciona la tierra, un metal noble, porque beneficiaba al poseedor. Y se olvidó con ello que los poseedores de las mercancías, en el momento de realizarlas, debían pagar aquellos beneficios. La elección de ese material monetario ha permitido al comprador aguardar el momento más oportuno para la compra de las mercaderías, olvidando que esa libertad obliga al vendedor a esperar pacientemente en el mercado hasta que al comprador le plazca aparecer” (Gesell, 1916).

En primer lugar, es necesario señalar que nadie ha “escogido” la materia para la moneda, en este caso el oro, sino que dicho resultado es fruto de un largo proceso evolutivo resultado de “la acción humana, no del designio humano”.  

Además, lo que se menciona no es correcto, ni siquiera con la moneda metálica, ya que si la moneda se “atesora” como sería éste el caso disminuye su oferta en el mercado por lo que su valor tiende a crecer en relación a los bienes y servicios, es decir, se aprecia, lo cual incentiva su producción (en este caso aumenta el precio del oro lo que incentiva un aumento de la producción del mismo). En el caso de una moneda fiduciaria como la moneda papel o, en tal caso, los créditos, un “atesoramiento” de moneda produce el mismo efecto, reduce la cantidad de la misma respecto a los bienes por lo que los precios de éstos en esa moneda bajarán, no tienen porqué quedar stocks sin vender por esta causa, como sugería Gesell. Si queda mercadería sin vender luego de una determinada sesión del mercado, esto se debe a la ausencia de demanda sobre ese bien, no a la escasez de moneda.

Gesell incluso proponía que la moneda no fuera de tan buena “calidad”: “Las mercaderías en general, trigo, carne, lana, cueros, petróleo, no podrán canjearse con seguridad más que cuando para todos sea completamente igual poseer dinero o mercancías; y esto no ocurrirá hasta que el dinero cargue también con todas las propiedades perniciosas ‘inherentes’ a nuestros productos. Y es lógico. Nuestras mercancías se pudren, se descomponen, se rompen y oxidan; cuando también la moneda posea propiedades corporales, que compensen las citadas desventajas, podrá cimentarse un intercambio rápido, seguro y barato, ya que semejante moneda no merecería la preferencia de nadie, en ningún lugar y tiempo.

“Una moneda tal, que envejece como un diario, que se pudre como las papas, que se volatiliza como el éter, es la que sólo puede servir como medio de cambio para diarios, papas, hierro, etc., pues ella no sería preferida a la mercancía, ni por parte del comprador, ni del vendedor. Únicamente se entrega la propia mercancía por dinero, porque se necesita de éste como medio de cambio, y no porque se busque alguna ventaja en su posesión.

“Debemos, pues, empeorar al dinero como mercancía, si hemos de mejorarlo como medio de cambio, y ya que los poseedores de mercancías tienen siempre apuro en el cambio, justo es que también los poseedores del medio de cambio...” (Gesell, 1916).

Pues el pedido de Gesell fue escuchado oportunamente por muchos gobiernos y aplicado en particular por el argentino, quien se encargó de “empeorar el dinero” de forma tal que la gente no quisiera ya poseerlo y se lanzara a cambiarlo, dando como resultado los fenómenos hiperinflacionarios por los que atravesara la Argentina. E incluso, cuando la calidad de la moneda local fue deteriorada de esa forma, la gente prefirió cambiarla por otra moneda más sólida y no por bienes como pensaba Gesell que iba a hacer.

Incluso sin querer saldar la polémica con Keynes en este trabajo, es necesario tener en cuenta que cuando éste hablaba de “rigidez” de los precios a la baja, se refería principalmente a los salarios y esto debido a la acción de los sindicatos bajo el amparo de las nuevas legislaciones laborales. En el caso de los nodos de trueque no hay salarios que se paguen en “créditos”, a menos que interpretemos como tales a los servicios personales que allí se intercambian, no obstante lo cual, los mismos no presentan en absoluto la rigidez de los salarios sino la flexibilidad de todo servicio. Por esa razón, la validez de la ley de Say se mantiene vigente en estos centros.

Esto tiene consecuencias para la administración de una moneda como los créditos. Sus emisores se enfrentan, además, a un problema similar al que enfrenta cualquier banco central del planeta: ¿qué cantidad de “arbolitos”1 han de emitirse? Esto requiere contestar una pregunta anterior: ¿cuál es el valor de una moneda? Pues no ha de tener un precio ya que es precisamente ella la que da precio a todas las demás cosas. El poder adquisitivo de una moneda son las cosas que con esa moneda se pueden comprar. Si con la misma cantidad de productos crece la cantidad de moneda su valor va a caer, aumentan los precios en esa moneda. Una moneda con poder adquisitivo estable debe lograr una relación estable también entre la cantidad de “cosas” y la cantidad de moneda. No es una tarea fácil y la experiencia de los bancos centrales lo demuestra, particularmente el nuestro. Pero he aquí que, aparentemente, se entrega a cada participante una cantidad fija de “arbolitos” y se dice que eso mantiene estable el nivel del circulante per cápita. Por cierto que lo mantiene, pero ese no ha de ser el objetivo, sino el que se mencionara antes, de mantener una relación estable entre el “circulante y los bienes”, no las personas. Es decir, ¿si una persona ingresa con un auto recibe 50 arbolitos y si ingresa con un lápiz también? Pues esto puede dar como resultado tanto poca como mucha moneda y los precios habrán de ajustarse a ello, pero no serán estables.

Existen entonces, para los administradores, tres posibilidades básicas: 1. tratar de acomodar la emisión de moneda al volumen de los intercambios que se realizan de forma tal que el valor de la moneda se mantenga constante; 2. fijar la cantidad de moneda y luego que sean los precios de los bienes que se intercambian los que fluctúen hacia arriba o hacia abajo, teniendo en cuenta, como se mencionara antes, que no hay razones para pensar que no existiría flexibilidad en ambos sentidos para los productos y servicios que se intercambian; 3. atar la cantidad de moneda a una reserva determinada y que, por lo tanto, su cantidad dependa de la reserva mencionada. Como se mencionara, la primera alternativa no es sencilla. Por las siguientes razones:

• Requiere un elevado volumen de información acerca de la magnitud de los intercambios que se realicen en toda la red; y no sólo eso, requiere una estimación sobre volúmenes futuros, información que no está disponible y que resulta siempre una aproximación. Estos problemas acerca de definir el volumen de la oferta de créditos se presentan al margen de los reconocidos • La tentación del administrador de apropiarse del “segniorage”, esto es, de utilizar la emisión de créditos para cubrir sus propios gastos. De hecho, esto sucede en la medida que se abonan salarios a los empleados del administrador en “créditos”. Esto no quiere decir que dichos gastos no sean necesarios, teniendo en cuenta que la organización de los nodos y la administración de su funcionamiento requieren de su debida asignación de recursos, pero los mismos no deberían provenir de la “política monetaria” sino de la “fiscal” es decir, de los honorarios específicos que los participantes pagan para participar en los nodos.

Una moneda fiduciaria, como son los “créditos”, con manejo discrecional por parte de la autoridad emisora demanda, tanto sea una regla clara sobre su manejo como un mecanismo de control que sólo puede funcionar en base a la confianza y en grupos pequeños.

Esto es señalado por Schuldt (1997) al considerar la experiencia del sistema LET: “Otra ventaja adicional del sistema es que prácticamente no existe límite para la realización de transacciones, ya que no está limitada a la circulación del dinero. Sin embargo, en ese mérito radica también la principal limitación del sistema, puesto que algunos miembros pueden incurrir en elevados déficit, es decir, en excesivas compras respecto a sus ventas. Si este comportamiento se generaliza, el sistema quiebra y todos los demás miembros (con superávit) tienen que absorber la pérdida. Con ello se pierden la fe y la confianza en que se basa el LET. Y esta tendencia aumentará cuanto más grande sea el número de miembros de la asociación, es decir, a medida que se convierta en una institución más impersonal”.

Y luego considerando las conclusiones: “...este sistema requiere –para su funcionamiento adecuado– de un cierto nivel homogéneo de educación y de confianza mutua relativamente elevados entre los miembros participantes. Incluso la proximidad física de éstos pareciera esencial en un inicio”. (Schuldt, 1997).

Pues no solamente al inicio, el problema es que lo requiere siempre y en la medida que no puede extenderse el ámbito de las transacciones se pierden los beneficios de la extensión de la división del trabajo.

Vale la pena recordar que la centenaria estabilidad de las monedas metálicas se basaba en las limitaciones “físicas” impuestas a su producción: por más que se quisiera no existían posibilidades reales de incrementar la cantidad de moneda metálica. Esto hizo que, por ejemplo, en los últimos 500 años el stock total de oro se incrementara a un promedio anual que nunca superó el 5%, incluso en épocas de grandes descubrimientos como los de California o Sudáfrica. Esto permitió la existencia de un límite físico pero suficientemente flexible para que creciera la cantidad de moneda a la par que crecía la producción de bienes, dando como resultado décadas de precios estables.

En tal sentido, dentro de la segunda alternativa antes mencionada, podría ser recomendable que los administradores de los “créditos” fijaran su volumen actual, lo mantuvieran, y luego adoptaran una regla para su crecimiento que podría aproximarse a la mencionada para el metal, 3-5% anual, y en caso de que el volumen de transacciones superara dicho crecimiento, permitir una apreciación en el valor de los créditos. Por cierto que lo que no sucedería sería una caída de su valor, y esto es lo que se busca evitar para no degradar la calidad del medio de intercambio.

Por otro lado, en relación con la tercera alternativa, se trata este caso de atar la cantidad de moneda en circulación a un cierto activo cuya tenencia impone un límite en la cantidad de moneda emitida. Dicha “reserva” podría ser incluso otra “moneda”, como el peso, el dólar, o incluso algo más sólido aún como el peso argentino oro. El mantenimiento de una relación constante entre la cantidad de moneda emitida y el monto de las reservas sostendría su valor.  


1. Se refiere a los créditos o bonos emitidos por la Red Global del Trueque, conocidos con este nombre por la figura de un ombú en su cara principal. (Nota de la edición.) en relación a la “falsificación” de billetes, cosa que ya ha sucedido. No obstante, el resultado de una emisión excesiva es el mismo.

 


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