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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

Anexo. Sobre la teoría económica y las instituciones: una digresión sobre el método

La teoría económica neoclásica, hoy dominante, pretende asemejarse a la Física en su estructura de cientificidad. Para ella, el término “competencia”, se refiere a una estructura específica de mercado, cuyo tipo-ideal es el modelo de competencia perfecta, o bien a una hipótesis de ley “natural” que, en el largo plazo, lleva a que los precios sean los menores posibles y a que los recursos se asignen de manera eficiente entre insumos y entre ramas de la producción.

Esa ley es objetiva, en el doble sentido de que existe independientemente de la conciencia que de ella tengan los actores que operan como sus agentes, interactuando en el mercado pretendiendo que conocen la existencia, comportamientos y propósitos de los otros, cuando en realidad son apenas mediadores de procesos y datos “objetivos” como los precios de mercado. La única posibilidad en la relación interpersonal de mercado es optar entre oferentes (cuando no hay monopolio) y negociar (cada vez menos) márgenes particulares respecto a un precio que viene dado por esa entelequia naturalizada y no negociable ni regulable denominada mercado. Para sobrevivir hay que competir o, en todo caso, coludir.

Por otro lado, para el institucionalismo, lejos de ser una ley natural, como la de la gravitación universal, la competencia es un arreglo o acuerdo social, con reglas, normas de comportamiento admisible y un régimen legal que castiga las desviaciones al mismo, entre agentes que conocen la existencia de los otros y se comportan competitivamente, pero encuentran necesario establecer normas y límites a la competencia. Es entonces, una construcción social consciente y no una fuerza natural, ciega.

En el límite, estos conceptos teóricos alternativos no se complementan sino que se excluyen. En efecto, para la teoría neoclásica de la competencia perfecta, la competencia en el sentido institucionalista es imposible (se interactúa sin conciencia de la existencia de otros agentes y de sus planes, competir conscientemente no tiene sentido, sólo hay que guiarse por los precios y tomar las decisiones óptimas). En el tratamiento de las anomalías, las concepciones se acercan como es el caso de la teoría del oligopolio, si bien el intento de mantener la metodología cuantitativista empobrece los intentos neoclásicos de tener en cuenta los fenómenos que hasta el sentido común advierte.

Ante el qué es el mercado, la hipótesis del núcleo central del Programa de Investigación Científica institucionalista es que se trata de “una construcción social, de carácter histórico” (y no una expresión lógica de cierta naturaleza intrínseca y universal del hombre). Frente al individualismo metodológico, que ve a los individuos como átomos preexistentes de cuya interacción resulta el mercado y sus leyes emergentes, observa a los comportamientos económicos de los individuos como constreñidos e influidos por las estructuras sociales a las que pertenecen (así, pueden pensar las tendencias al individualismo como resultado de la exacerbación del mercado capitalista y no a la inversa). Entonces, más que revisar los supuestos irreales de la simplista psicología neoclásica (racionalidad completa del individuo como productor o como consumidor), plantean una hipótesis distinta sobre la relación entre lo individual y lo social. Y eso estimula hipótesis muy distintas para orientar la investigación.

Por supuesto, tendrán que enfrentar la objeción positivista de que “las instituciones” no son observables directamente ni sus variaciones hipotéticas son mensurables en sus manifestaciones empíricas como lo son un precio o la cantidad de compra de un bien. Si pretenden ubicarse en el terreno de la epistemología lakatosiana, 1 deberán construir un programa de investigación que vaya conectando deductivamente sus hipótesis centrales no directamente verificables con otras contrastables por la experiencia, sugeridas por el entorno conceptual de las teorías sociológicas de las instituciones, las vertientes de economía institucional previas, y por la lenta sistematización de los hallazgos de estudios empíricos orientados desde esas hipótesis (investigando cuestiones como, por ejemplo, la eficacia de las vinculaciones interpersonales en redes para determinar las acciones de los individuos).

De hecho, una manera de inferir la existencia de una institución en una determinada comunidad o grupo social es observar comportamientos repetitivos de diversos individuos pertenecientes al grupo, y verificar que están pautados (y pueden ser previstos) según las reglas sociales que la definición de tal institución supone.

Las instituciones económicas pueden de hecho ser observadas, registradas, teorizadas, y determinados los límites que establecen a las acciones humanas como lo son los fenómenos que la teoría neoclásica reputa como “económicos”.2 Pueden, asimismo, ser hipotetizadas sus contradicciones y posibles desarrollos bajo diversas circunstancias. Además, es posible estudiar su génesis, sea como desarrollo necesario de un proceso objetivo, sea como desarrollo asociado a un programa de acción voluntaria para construir el sistema de relaciones y normas que supone la institución.


1. Ver: Lakatos, I. & Musgrave, A. (1992).

2. Cabe recordar el llamado de atención de Milton Friedman a quienes consideran que las curvas de demanda existen y pueden medirse. Friedman (1966).  

 


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