LAS POLÍTICAS INDUSTRIALES
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
 

Alejandro A. Tagliavini

 

 

 

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CAPITULO VII. LAS 'POLÍTICAS INDUSTRIALES'

INTRODUCCIÓN

"-¿Os lo dijo el ministro de Ciencia, Sire?

-Si... dijo que había demostrado que uno podía predecir el futuro de forma matemática.

-... eso de predecir el futuro, es el sueño mágico de los niños.

-... La gente cree en esas cosas.

-La gente cree en muchas cosas, Sire.

-Pero cree en tales cosas. Por lo tanto, no importa que la predicción del futuro sea cierta o no. Si un matemático me predijera un largo y feliz reinado un tiempo de paz y prosperidad para el Imperio...., ¿no estaría bien?

-... sería agradable oírlo, pero, ¿qué se conseguiría con ello, Sire?

-Pues... Muchas profecías, por el mero hecho de ser creídas, se transforman en hechos..

-Creo que estáis en lo cierto, Sire... De todos modos, si es así, uno podría conseguir que cualquiera hiciera la profecía.

-No todas las personas serían igualmente creídas... un matemático, que reforzara su profecía con fórmulas y terminologías matemáticas, podría no ser comprendido por nadie y, sin embargo, creído por todos.

-Como siempre, Sire, sois sensato. Vivimos tiempos turbulentos y merecería la pena apaciguarlos de una forma que no requiera ni dinero ni esfuerzos militares...

-Exactamente!... tráeme al matemático.

-Así lo haré, Sire."

Diálogo entre el Emperador y su Jefe de Estado Mayor, que tuvo lugar después del año 12010 de la Era Galáctica, según Isaac Asimov (1).

Otro de los grandes mitos de los estatistas, los racionalistas que pretenden diseñar a la sociedad desde el poder central, es la suposición de que los países deben tener una 'política industrial'. De este modo, los países tendrían una 'industria fuerte', exportarían y se convertirán en sociedades ricas. Y, aunque estas políticas siempre fracasaron, los estatistas insisten, argumentando que, en realidad, lo que fracasó fue una política mal aplicada o mal diseñada. Y, claro, ellos son los 'genios', los matemáticos del Emperador Galáctico que tienen la verdad, con muchas fórmulas econométricas que nadie entiende y que son falsas según sabemos. Y, en consecuencia, son los únicos que pueden diseñar y aplicar la política correcta.

¿Qué ha hecho la potencia industrial más grande del orbe, los Estados Unidos? Dice James Kurth: "Algunos personajes y analistas de la especialidad han vuelto a recomendar una política industrial de tipo nacional para los Estados Unidos, pero la mayoría de los observadores políticos piensa que las instituciones del país... y las ideas políticas del mismo hacen que sea imposible crear una política industrial estadounidense coherente y constructiva" (2).

Las 'políticas industriales' consisten en que, el Estado, establece una serie de reglas a cumplir coercitivamente, que implican 'información' (falsa, por cierto) adelantada por cuanto han de cumplirse 'necesariamente' (coactivamente). Ahora, según hemos visto al estudiar la empresa, la función empresarial es eminentemente creativa. De modo que, ni los mismos empresarios saben que clase de creación será el resultado de su acción. Y, justamente, ésta ignorancia es la que le da sentido a la función empresarial, porque ésta es válida en tanto significa el encuentro de información que nos permita acercarnos (aunque siempre infinitamente lejos) a la perfección. En consecuencia, es, precisamente, aquello que todavía no se conoce (y, consecuentemente, no se puede planificar, adelantar) lo que legítima la actividad del empresario.

De aquí que, cuando los racionalistas planifican, cuando imponen planes coercitivamente, le están quitando a la función empresarial su razón de ser, la están desnaturalizando, con todas las consecuencias éticas y morales que esto significa. Convirtiéndola en una simple función de aprovechamiento de las variables, los privilegios coercitivos, que le otorga el institucionalismo violento. Con toda la carga egocéntrica que esto supone, por cuanto deja de ser un servicio de búsqueda de la perfección, para convertirse en una cruda búsqueda de lucro exclusivamente material. Para ponerlo con un ejemplo simple, si un empresario tiene asegurado el monopolio del servicio telefónico, todo su preocupación será la de instalar teléfonos (de acuerdo con el monopolio planificado) y, luego, cobrar por caja. En cambio, si no tiene tal privilegio, tendrá que agudizar su ingenio, su imaginación, su capacidad intelectual y su vocación de servicio, para encontrar información (aún desconocida) que le permita ofrecer un mejor servicio que la competencia, de modo que tenga alguna oportunidad de éxito.

Por otro lado, es imposible conocer a ciencia cierta cuales son los recursos de la sociedad. Tampoco puede transmitirse una información que aún no ha sido descubierta o creada y, justamente, según vimos, el mercado consiste en encontrar nueva información. Efectivamente, como veremos en el Epílogo, hace veinte años la tecnología existente permitía la extracción de determinada cantidad de petróleo, pero el desarrollo tecnológico permitió aumentar esta cantidad. Es decir, el hombre 'tiene' más petróleo. Es decir, que la cantidad de recursos disponibles varía, entre otras cosas, directamente con el avance de la tecnología, que no sólo es diario y permanente, sino que se auto acelera. Por otro lado, los avances científicos, y muchos otros factores, pueden cambiar radicalmente las necesidades. Eventualmente, el petróleo, por caso, podría dejar paso al etanol, al gas comprimido u otro tipo de fuente energética. Y todo esto sin contar con que, entre otras muchas cosas, una buena ingeniería financiera puede 'aumentar' sustancialmente el 'valor en efectivo' del dinero.

En consecuencia, diseñar una 'política industrial' a ser impuesta coercitivamente, sin tener ni la más remota idea de cuantos recursos tenemos y tendremos y cuáles serán útiles es, francamente, digno de un adivinador. El único modo real de diseñarla es a través del mercado natural, que es quien debe modelarla en 'tiempo real'. Y los empresarios podrán acompañarla a través de la invalorable información que transmiten los precios. En particular, tratándose de empresas, los precios de las acciones y demás papeles, en los mercados de valores, transmitirán valiosísima información a los inversores y ejecutivos, de modo de trabajar correctamente en la inversión de los recursos propios, y sociales en definitiva (3).

Por otro lado, es un gran mito el de creer que un país sin industria no puede subsistir, cuando la verdad es que puede hacerlo. De donde, es el mercado natural, como que define a la eficiencia, el que debe definir qué perfil debe tener una comunidad: industrial, agroganadero, de servicios o la combinación de estas actividades.

Los servicios, por caso, se pueden exportar y, eventualmente, enriquecer a un país. Por poner un ejemplo, según Brian O'Reilly, en aquel momento editor asociado de la revista Fortune, si un neoyorquino llamaba a Quarterdeck, empresa de software con sede en California, y hacía una pregunta sobre un programa, notaba a menudo un acento irlandés en la persona que le respondía. Sucedía que, a partir de la una de la mañana, las llamadas eran automáticamente transferidas a Dublín, en donde la compañía tenía otro centro de operaciones.

"Esta claro", asegura O'Reilly, "que, ahora más que nunca, el trabajo se irá a los lugares que estén mejor preparados para realizarlo en forma económica y eficiente". Dos muy buenas razones para achicar sustancialmente al sistema coercitivo estatal: una, porque esto permitiría reducir la carga impositiva, es decir, los costos para las empresas y otra, porque al ser el Estado coactivo ineficiente por definición, en la medida en que se achique dejando lugar a la autoridad moral, la eficiencia de la economía, en general, aumentará significativamente.

De hecho, pareciera que la base fabril está achicándose. Así, según los nunca bien ponderados encuestadores, el porcentaje del PIB que generaban las compañías fabricantes de objetos ha caído, entre 1970 y 1990, del 26 al 19 por ciento en los Estados Unidos, del 36 al 29 por ciento en Japón, del 39 al 32 por ciento en Canadá y en Gran Bretaña del 28 al 20 por ciento. "El trabajador fabril es una especie en extinción", asegura Michael Raynor, en aquel momento consultor de Tennessee Associates International.

Para ir terminando esta introducción, señalemos que, las 'políticas industriales' implementadas por los Estados racionalistas, podrían muy bien llamarse las 'políticas de selección de ganadores'. Porque consisten en que los gobiernos seleccionan, con los criterios arbitrarios de los burócratas de turno, a quiénes erigirán en empresarios 'triunfadores', otorgándoles privilegios especiales (créditos blandos, trabas aduaneras para sus competidores y demás). Y esto, sin contar con el aumento en el gasto estatal que significan, visto que implican la necesidad de tener organismos oficiales que las diseñen, ejecuten y controlen. La pérdida social, en consecuencia, es doble.

Definitivamente las 'políticas de los ganadores' implican un desconocimiento de lo que es la economía, la eficiencia y el mercado natural (y, ciertamente, de la equidad y la justicia). Recordemos que el mercado natural es para la gente, para favorecer a las personas, principal y fundamentalmente a aquellos de condiciones más humildes. En consecuencia, es la gente, quien debe decidir acerca de qué le conviene y qué no, y es quien debe decidir qué empresa presta en forma eficiente el servicio que demanda. Sin olvidar, por cierto, la importancia fundacional de la autoridad (moral) que supone el mercado natural. Y el mercado son millones de seres humanos que diariamente, a cada minuto, toman millones de decisiones que son imposibles de prever por parte de ningún burócrata o político por muy 'iluminado' que éste sea. En definitiva, que un burócrata intente definir una 'política industrial' es tan riesgoso como pretender adivinar el futuro de los papeles que se negocian en las Bolsas de valores

En fin, a modo de ejemplo, pasemos a estudiar, muy brevemente, algunos pocos casos específicos de instrumentos y modos de 'planificar' la industria.

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