DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES

 

Esta investigación permite colocar en la discusión, tanto desde el punto de vista teórico como del de los hallazgos empíricos, la necesidad perentoria de relativizar la visión estándar de la familia como agente económico que la reduce a concebirla, desde una visión neoclásica, exclusivamente como consumidora de bienes y servicios, habitáculo del ocio; y desde la marxista, tanto consumidora como partícipe en la reproducción de la fuerza de trabajo. Ambas visiones demarcan sectores económicos, productivos y no productivos; con ello desarticulan la integralidad de la producción, vista como los procesos productivos tendientes a la generación de energía humana que, convertida en cosas útiles, se aplica a la subsistencia y mantenimiento de los seres humanos.

 

La producción de energía humana necesaria para el diario vivir y para la prolongación de la especie, requiere mantener con vida a un ser, a un organismo que responda al continuom biológico de nacer, alimentarse, cuidarse, sanarse si enferma, reponerse anímica y físicamente y reproducirse. Este resultado supremo se apoya en los entrelazamientos de medios (recursos, materias primas) y fines (productos tangibles e intangibles) y hace que un acto vital, continuo y perenne, aparezca como un proceso económico para lo cual, a través de la historia, las sociedades se han organizado de diferentes maneras.

 

Por mucho tiempo la gran mayoría de necesidades de los miembros de las familias fueron satisfechas por la producción de la comunidad doméstica; ésta “albergaba en un mismo recinto la producción artesanal y la habitabilidad del hogar, (...) laboriosidad y convivencia compartían un espacio común”[1], en él las personas construyeron y prepararon cosas, limpiaron, laboraron, se fatigaron y descansaron; también atendieron una amplia variedad de ocupaciones específicas asumidas por hombres y mujeres adultos, hijos e hijas, jóvenes y gente de mayor edad, de acuerdo con una asignación cultural de actividades que diferenciaban de acuerdo al sexo -“gendered”- pero que no tenían una medida común entre ellas. “No eran intercambiables y no podían ser valoradas en términos de una singular medida”.[2]. El paulatino avance de las posibilidades de intercambio iba dando origen a la producción de mercancías, pero el tránsito de éstas por la comunidad era apenas marginal.    

 

El desarrollo del modo capitalista de producción requirió de la consolidación de la compraventa en tres mercados: bienes y servicios, tierra y trabajo. Para la configuración de este último fue necesario separar a las personas de las condiciones objetivas de vida -tierra y medios de producción para producir los satisfactores de sus necesidades- y forzarlas a vender su fuerza laboral, hecho que desembocó en la despersonalización de las actividades del trabajo ante el avance de la producción industrial masificada; esto puso en actuación al trabajador fabril, quien debía ganar un salario con qué mantener la capacidad de subsistencia de la unidad doméstica, con una combinación de bienes producidos en su interior y otros que debían comprarse en el mercado ya para consumo, para utilización inmediata o para posterior procesamiento y también da forma al dependiente. Así, el trabajo que antes era realizado en familia y en el cual participaban todos para el propio beneficio, se convirtió en la utilización de tiempo y energía que, además de beneficiar a quien lo vende, debe tener un propósito extrínseco al agente, en razón de que sus resultados deben incorporar un valor de uso que puede ser compartido por otros mediante la compra.

 

Desde la visión estándar, el salario empieza a ganar terreno como recurso necesario para la subsistencia; cada vez se depende más de él ante la progresiva incapacidad de los hogares para producir sus propios productos; este proceso de salarización arrastra el debilitamiento de la actividad doméstica de producción y reduce el hogar a un espacio del ocio ya que “la división entre la casa y la profesión (fábrica, empresa) genera la aparición de dos lugares productivos, pero la denominación de “trabajo” sólo le está reservada al que cuente con el valor de intercambio monetario. En el espacio doméstico, la laboriosidad se convertirá en obligación, por no mediar salario alguno”.[3]

 

La escisión de la producción en dos lugares diferentes y el creciente dominio de la producción y consumo de mercancías sobre la producción doméstica altera la concepción de trabajo que precisa de un opuesto para su conceptualización: el ocio. En este sentido, el costo del tiempo dedicado a realizar actividades definidas como trabajo puede ser entendido como el tiempo de ocio que se sacrifica y, por este sacrificio, debe ser remunerado; en una visión hedonista, el ocio es fuente de placer y el trabajo no, y, por renunciar al placer unos cobran y otros pagan. En una definición de trabajo basada en la dicotomización, éste “no fue referido a un acto por el hecho de ser creativo o productivo sino por el dolor, la fatiga y el disgusto que tal acto conlleva”.[4]

 

La “secundarización” del espacio doméstico como escenario de producción conduce a la despersonalización de las actividades denominadas trabajo y esto significa que la socialización de algunas actividades productivas en las empresas convierte a sus productores directos, los trabajadores, en agentes separables de los resultados de su actividad. Lo anterior sustenta la definición moderna de trabajo: “el nombre de una actividad fundamentalmente diferente de actividades de subsistencia, reproducción, mantenimiento y cuidado desarrollado dentro del hogar. No es tanto el hecho de que, trabajo sea una actividad pagada sino porque este es realizado en el dominio público, es medible e intercambiable por cuanto sus resultados poseen un valor de uso para otros, no simplemente para la comunidad doméstica del miembro que los obtuvo; para otros en general, sin distinción o restricción para una persona particular o privada”.[5] En resumen, la concepción de trabajo queda asociada a una actividad impersonal que arroja unos resultados susceptibles de ser valorados en una medida monetaria común, tras ser presentados como mercancías o servicios para la venta o para el intercambio en un mercado público impersonal.

 

Es condición necesaria para el avance y mantenimiento del mercado, lograr que los bienes y servicios, que en forma de valores de uso producen las familias bajo el predominio de relaciones intersubjetivas, sean remplazados por la generación de mercancías de muchos hogares, representados por uno o varios de sus miembros reunidos en un sitio realizando una producción para el intercambio, con el auspicio de los productores indirectos -empresarios capitalistas- que van tras el lucro. Cumplir, acelerar y profundizar esta condición ha resultado en dos movimientos que se reconocen relacionados mediante la complementariedad entre consumo y producción. En el mercado de bienes, mientras las empresas se consolidan progresivamente como productoras de mercancías hasta el punto de que se les ve como copando todo el espectro de la producción, las familias se convierten en lugar de consumo y, muchas de las actividades domésticas mayoritariamente realizadas por las mujeres se tornan invisibles en el sentido de que sus resultados no son tangibles ni tampoco reúnen los criterios convencionales para ser rotuladas como trabajo: no circulan por el mercado, no se reflejan en un precio y no hay una mediación salarial entre productor directo y productor indirecto, dado que ambos se confunden en una sola persona.

 

Los deseos y las necesidades individuales son construidos socialmente a través de operaciones de comodificación, que consisten en convertir en mercancía el trabajo doméstico mediante la producción de bienes sustitutos; tales operaciones se apoyan en la persuasión de sus potenciales compradores acerca de las bondades del producto que ofrecen: porque ahorran y liberan tiempo, por su calidad, porque disminuyen esfuerzos, o porque sale más barato comprar que el “hágalo Ud. en casa”. Los procesos de comodificación pueden lograrse con alguna facilidad por medio de relaciones impersonales entre productores y consumidores que desarrollan sus respectivos roles en forma separada y autónoma. Pero esto mismo no puede decirse de actividades y necesidades no comodificables “uncommodifiables” tales como la transferencia de conocimientos o habilidades, la provisión de seguridad de un ambiente afectuoso y de expresiones y actos que promuevan la salud y satisfagan necesidades emocionales; el desempeño de aspectos administrativos alrededor de la distribución y la ubicación de recursos entre la unidad familiar. Además, hay necesidades cuya satisfacción requiere actividades que son inseparables de la propia persona que las realiza.

 

Las necesidades no comodificables permanecen invisibles para el ejercicio económico y, como tal, su importancia pasa desapercibida; de esta manera las personas que cumplen  con trabajos de aprovisionamiento no mercadeables, quedan expuestas a las connotaciones que esto implica y que las rotulan como no trabajadoras, ociosas, económicamente inactivas o en el caso de las mujeres “simples amas de casa”. No ocurre lo mismo cuando “en el mercado se encuentran disponibles sustitutos para ciertas actividades domésticas; aquellos son considerados como trabajo e incluso adquieren importancia las necesidades que estos bienes y servicios satisfacen”.[6]

 

El texto que a continuación se cita es un buen epílogo para sintetizar los cambios en las formas en que nuestra sociedad, en particular, se ha organizado para la satisfacción de las necesidades individuales. Hasta hace relativamente poco,[7] la satisfacción se apoyaba en unos trabajos cuyos resultados se consideraban producción social, ante el avance del mercado y de la monetarización de la economía.

 

“La casa se convirtió en lugar de consumo más que de producción de bienes. El trabajo doméstico se volvió “invisible” cuando el “trabajo real” empezó a definirse cada vez más como aquel por el que se recibe un salario (...). El ámbito doméstico se recrea como un recinto interior; en cambio, el trabajo simboliza una actividad pública capaz de identificar y calificar a quien lo ejerce gracias a su equivalente salarial (...). De esta diferencia se deriva una valoración capaz de transformar en inactividad (ocio) toda aquella labor no monetarizable”.[8]

 

La experiencia particular en nuestra sociedad, igualmente particular, es que el trabajo en la producción genera dinero y éste es el medio por el cual las familias pueden mantenerse y, por tanto, garantizar su reproducción. Al mismo tiempo, y en un sentido contrario, las familias y la reproducción de personas son los medios mediante los cuales el trabajo como factor productivo -y con éste el sistema productivo de la sociedad- es reproducido. “Esta distinción de dos esferas productiva/reproductiva es una oposición simbólicamente esclarecedora y experimentada institucionalmente que nuestra propia cultura establece entre la producción de cosas y la producción de personas”.[9]

 

Pero una cosa es algo del “mundo de la vida”, según Habermas, y otra, un sistema que responde a una codificación. Al mundo de la vida pertenece la producción suprema de energía humana[10] y el mantener vivo el organismo para que la produzca; esto es un continuo biológico que requiere de otro continuo: el flujo constante de bienes y servicios como medios para la satisfacción de necesidades. Aunque pocas, aún existen sociedades,[11] por lo general de escasa dotación material, donde hombres y mujeres ante sus primeros requerimientos de comer, abrigarse, protegerse, y perpetuarse se sitúan ante la naturaleza como directos transformadores para la subsistencia, mediante actos dotados de intencionalidad pero con un gran sentido de integración. En cambio, nuestra sociedad capitalista, en particular, se ha organizado bajo un sistema de mercados, también con la intención de resolver la subsistencia, pero bajo la óptica de la ganancia por parte que quienes son dueños del conjunto de los medios de producción. Estas y otras formas de organización tras un propósito común, hacen parte del sistema -una codificación que se hace desde afuera-.

 

La producción va más allá de la mera obtención de mercancías. Como algo que pertenece al “mundo de la vida” la producción hace parte del contexto de acción socialmente integrado, donde las personas participan sobre la base de un consenso intersubjetivo, quizás implícito acerca de sus fines: generación de energía humana aplicada a la supervivencia y desenvolvimiento de los grupos humanos, estas serían las consecuencias últimas; en ello se materializaría la producción y obtención de cosas. Vista así, la producción queda sustentada en la universalidad de las cosas del “mundo de la vida” y eso significa que la actividad productora se da con independencia del modo económico de producción por el cual determinada sociedad haya optado; tampoco importa el lugar y el momento donde se verifique pues no tiene espacio ni tiempo determinados y no interesan el grado de complejidad de los instrumentos ni la tecnología. Marx lo ilustra mejor: los hombres realizan “trabajo” cuando crean y reproducen su existencia en la práctica diaria al respirar o al buscar alimento, cobijo y amor. Todo esto lo realizan actuando en la naturaleza, tomando de ella y transformando conscientemente lo necesario para dicho propósito. En síntesis de Dussel, producir es “el acto de poner al objeto ahí, a la mano, con el fin de satisfacer necesidades humanas”.[12]

 

La idea de trabajo, articulada a la universalidad de la producción, trasciende la noción prevaleciente en la actualidad de que trabajo es toda actividad mediante la cual toda persona que la realiza recibe una compensación en salario por las mercancías producidas. El trabajo, como universalidad, comprende las acciones intencionales, individuales o colectivas, encadenadas y ordenadas, que relacionan la energía[13] y los conocimientos[14]con los medios de producción y con los instrumentos de trabajo a fin de obtener un resultado final que responda a una necesidad social. El trabajo es parte de un todo productivo que adquiere la figura de un organismo vivo formado de sistemas individuales, de necesidades, de medios y trabajo para satisfacerlas. El trabajo se materializa en cosas útiles y, ningún trabajo ni su producto se da por sí solo, siempre conlleva un para algo que guarda sistemática unidad con ese todo productivo.[15]

 

Sustentados en la universalidad de las cosas del “mundo de la vida”, trabajo y producción conforman un todo y forman parte de un todo; al mundo de los sistemas pertenecen las codificaciones que siguen la lógica de la identidad - reducir a unidades el objeto de pensamiento de un todo concreto- para establecer dicotomías: trabajo-ocio; familia unidad de consumo -empresa unidad de producción; trabajo productivo-trabajo reproductivo;  pero toda codificación conduce a la simplificación, a la exclusión y oscurecen la totalidad y continuidad sistémica de los procesos.  

 

Citando en extenso a SARMIENTO (2002), en la simplificación de la perspectiva económica, el trabajo humano es la aplicación de energía, técnicas y conocimientos para producir un valor de cambio; en tal circunstancia el trabajo es un medio para la obtención de un fin, el cual es el producto que en calidad de mercancía  se realiza  a través del intercambio en el mercado. En la  perspectiva de la complejidad, el trabajo como actividad puramente económica, no existe, porque  no sólo es productor de medios de vida, pero además, es constructor de  relaciones sociales y autoproducción de subjetividad; o sea, una actividad en la cual las personas se crean a si mismas o llegan a ser lo que son. De igual manera, es  un acto de carácter múltiple que se desarrolla en el marco de diversos modos de producción, compuestos por fuerzas y relaciones sociales de producción, así como, de relaciones sociopolíticas, jurídicas, culturales e ideológicas.

 

La existencia del trabajo humano es objetiva y pluridimensional. En lo primero, porque existe por si mismo, independientemente de cualquier forma de sociedad; por ello,  configura una realidad con un papel específico: transformar de la naturaleza lo requerido para fines colectivos; así, hace parte constitutiva del intercambio metabólico de los individuos biológicos con un entorno físico, no humano, y con otros sistemas sociales.

 

En lo segundo, varias son las manifestaciones de su pluridimensionalidad. La primera, alude a la “producción material” que responde a la presión de las necesidades; la segunda refiere a la interacción, dimensión en la cual  la “producción es simbólica” y abarca la creación, mantenimiento y transmisión de las normas y modelos de interpretación lingüísticamente elaborados. Además el trabajo se manifiesta como “emancipación” en doble vía:  de la naturaleza, cuando se aplican conocimientos y tecnología para descifrar sus complejidades y establecer una integración con ella;  o de la necesidad cuando se da paso a la libre creación, y entonces aparece como arte.

 

Definido desde su  múltiple dimensión y en la perspectiva de la complejidad, la concepción de  trabajo se torna incluyente.  “No tiene que ver sólo con los artistas sino también con los que construyen puentes, ingenieros, doctores, (amas de casa); aplica a hospitales, (hogares),  a la construcción de calles y ciudades, a las finanzas creativas; aplica a la producción (mercantil y doméstica), el mercado, el consumo, la agricultura, de hecho a todos los aspectos de nuestra vida” (SARMIENTO: 2002, 75).

 

En el ámbito de la producción de bienes y servicios puesta a disposición para la satisfacción de necesidades, en sociedades como la nuestra, donde opera el mercado, dicha producción se alcanza con base en dos modos de producción: el capitalista y el doméstico, cada uno con unas relaciones que los hace diferentes. Las familias producen a partir de unas relaciones basadas en el parentesco, son intersubjetivas y de larga duración y pueden alcanzar varias generaciones. Al menos desde el ideario, tales relaciones son orientadas por el altruismo y éste se relaciona con una distribución de bienes sin un registro de lo dado o de lo recibido y, ante lo primero, no obliga contraprestación ninguna; es la denominada “economía de la donación” que da a entender que en las familias predominan las transacciones de una sola vía, en las cuales circulan, entre las personas, recursos concretos y abstractos sin un acuerdo contractual, ni una exigencia formal o informal de retribuir. La función de la donación no cesa en la distribución de algo, también posee un papel integrador que se manifiesta en apoyo emocional, compromiso, lazos de unión, solidaridad, sacrificio y servicio. 

 

En el modo capitalista de producción, el mercado es el escenario para organizar la producción y la distribución de mercancías, las relaciones son impersonales entre compradores y vendedores que logran un acuerdo a través del precio, éstas, además, son de conveniencia y corta duración y responden a fines cuantitativos en un sistema basado en el individualismo y en el auto interés; también son objetivas pues responden al interés de cada agente por maximizar sus beneficios. De parte de los productores indirectos, las metas económicas que se resumen en el máximo lucro, se colocan por encima de los logros sociales.

 

Según se deduce, cada modo de producción funciona con base en unas relaciones de producción muy particulares y esto parece reflejar cierta autonomía entre ellos; pero dicha autonomía es más analítica que real. Lo cierto es que el espacio doméstico se articula en un todo productivo; allí se cuida, se nutre, se educa, se sana, se reposa, se dispone la vida y ésta continúa en el mercado. Cada hogar, más que espacio para el consumo, “es en realidad una pequeña factoría y como tal, combina bienes de capital, materias primas y trabajo para (…) producir bienes útiles”[16] que actúan sobre la calidad de la población, ésta, depende de los aprovisionamientos que obtienen las familias para sí mismas y aunque tengan que incurrir en gastos, éstos realmente son inversiones orientadas a la producción de energía humana.[17]

 

Como pequeñas factorías, las familias realizan procesos de agregación de valor, lo cual significa que adquieren insumos del mercado que, a manera de materias primas, son sometidos a transformaciones con la participación de bienes de capital y de trabajo concreto y abstracto para obtener unos resultados que son puestos a la disposición para el consumo o para el uso. Mucha de esta producción puede ser cualitativamente similar a la del mercado y en lo único que se diferencian, es que una de ellas circula por el mercado, rotulada con un precio que recoge información acerca de los costos de producción y de los beneficios económicos que adquiere su productor indirecto.

 

La imputación del valor agregado en la producción de alimentos, aseo de la ropa y de la casa a precios de mercado, arroja para la ciudad de Manizales en el año 2000, un valor de 1.273.277 millones de pesos, cifra que supera en un 160% el valor agregado por la industria manufacturera. Dos lecturas alternas permiten reforzar lo antes expuesto: la relación 1: 2.6 indica que mientras la manufactura genera un peso de valor agregado, en lo doméstico se obtienen $2.6. La relación contraria, convertida en porcentaje, señala que el valor agregado manufacturero sólo equivale al 38.4% de la producción que hacen todas las familias.

 

En una visión de la economía total que significa agrupar en un solo resultado los valores agregados por las familias y las empresas manufactureras, lo que supone considerar un todo productivo y, a las familias, como pequeños establecimientos industriales, el valor agregado de la ciudad de Manizales asciende $1.762.429 millones de los cuales el aporte doméstico es del 72%.

 

Una estimación con base en el criterio de precios de autovaloración refleja que las familias obtuvieron un valor agregado de $596.843 millones. De nuevo, la producción doméstica superó a la industria manufacturera en $107.691 millones. Vistos por separado los sectores, queda claro que, por cada $100 que agregaron las familias, las empresas, por su lado, añadieron $82. En una visión de conjunto el aporte de las empresas se acercó al de las familias, quienes participaron con el 55% del total de $1.085.995 millones que estarían englobando las remuneraciones al factor trabajo, más los beneficios económicos de los empresarios.

 

Al comparar el valor agregado a precios de mercado con su respectivo a precios de autovaloración, se observa una amplia diferencia a favor de la producción de mercado. Esto puede indicar que las personas, al asignar un precio por su producción doméstica, poco se guían por una racionalidad sustentada en el lucro; como no tienen una dimensión real de los costos -no hay una contabilidad precisa acerca de impuestos, consumo de energía, depreciaciones, valor del trabajo incorporado, costo de insumos- esto conduce a asignar un valor que apenas permita recuperar tales costos; incluso, como se presentó en algunos casos, a “trabajar a pérdida”, lo cual se demuestra al observar los valores agregados negativos en la preparación de alimentos de 15 familias del estudio.

 

De lo anterior se desprende una interpretación adicional; entre algunos de los entrevistados, al dar respuesta a interrogantes tendientes a cuantificar lo que cobrarían por alimentación y aseo de ropa a personas ajenas a la familia, prima una visión altruista, de solidaridad, del favor, de apoyar a otras personas a lograr su bienestar, pero no se responde con base en una dimensión del negocio. Otros en cambio, responden a ejercicios rápidos de calcular el precio por cobrar a partir de la posibilidad de obtener unos recursos con que sufragar una necesidad específica. Lo anterior permite inferir que, en ambos casos, las familias responden a lógicas no monetarias. Los siguientes testimonios ilustran lo expuesto anteriormente: “Yo no se cuánto cobrarle porque donde comen dos comen tres, le cobraría máximo para tener una platica para comprar lo necesario para atenderlo” (Ama de casa). “Yo cobro 100.000, no se si me estoy engañando o estoy engañando, lo importante para mí es que de ahí consigo para ajustar la plata para pagar las facturas” (Ama de casa). Estas reflexiones reafirman los reclamos de quienes cuestionan el análisis de actividades económicas de la familia con base en modelos pensados para las empresas maximizadoras de beneficios económicos.

 

El PIB de Caldas para 1998 ascendió a la suma de $3.105.067 millones, dicha cifra habría que incrementarla en un 44.6% si se quisiera incorporar a las cuentas regionales el valor agregado doméstico, para obtener un gran total de $ 4.490.608 que equivaldría al PIB del departamento, bajo la mirada de la economía total. Realizado este ejercicio los resultados darían cuenta de que la participación de las familias representaría el 31% del citado PIB.

 

Al considerar el conjunto de las familias de Caldas, como otra rama de la producción se observa que la participación del valor agregado en alimentos, aseo y arreglo de la casa y de la ropa, es el 31% del PIB de las cuentas regionales y este porcentaje equivale, aproximadamente, a la suma de los aportes del agro, la industria y el comercio. Este hecho permite afirmar que la producción doméstica se constituye en la rama más productiva de la economía Caldense. 

 

Este estudio arrojó que el valor agregado por las familias en la preparación de alimentos, aseo de la casa y de la ropa fue de $596.843 millones según autovaloración y $1.273.277 millones según el criterio de precios del mercado; cualquiera de las dos valoraciones puede parecer sobrestimada si se consideran las condiciones de pobreza que padece una gran parte de la población en el momento actual. Como quedó establecido, la crisis económica por la que atraviesa el país y de la cual no es ajena Manizales, ha conducido a un incremento de la pobreza hasta tal punto que las proyecciones dicen que en Colombia “más de 10 millones de habitantes se acuestan sin comer”. La anterior circunstancia estaría advirtiendo acerca de la aludida sobrestimación del valor agregado, dado que para su cálculo se asumió que cada persona como mínimo, tendría acceso a tres comidas diarias: desayuno, almuerzo y cena. Esto último también señala una limitación impuesta por el instrumento de recolección de información, dado que no se indagó acerca de las costumbres alimenticias de la gente; se sabe por ejemplo, que muchas personas han descartado el desayuno; otras, en cambio, omiten la cena.

 

Tan posible es una sobrestimación del valor agregado como una subestimación, si se consideran las condiciones en las que se lleva a cabo el trabajo doméstico. Como se estableció, las personas, al realizar autovaloraciones, incorporan consideraciones que van más allá del cálculo objetivo de costo beneficio; esto le concede razón a HIMMELWEIT[18] quien advierte que se presenta más trabajo doméstico del que generalmente se admite, dado que las interrelaciones derivadas de todas las actividades de cuidado que se dan en familia -caring- y las labores de autosatisfacción no sólo trascienden la dicotomía convencional entre público y privado, sino que el trabajo doméstico involucra también aspectos no materiales, difíciles de cuantificar entre los cuales se cuentan: compromiso emocional, satisfacción altruista y amor. Lo que Beasley[19] denomina “economía emocional”:

 

“En este complejo interregno de la creación de bienes y servicios con la expresión de amor, afecto, cuidado, uno aprecia la formulación de una economía emocional que no puede ser reducida a la estrecha definición marxista de trabajo como: a)producción de alimentos y objetos; b)producción de mercancías bajo el capitalismo; c)actividades necesarias para la supervivencia humana. En esta última definición,  actividades conserva la tendencia a ser descritas con poca referencia a los aspectos emocionales, síquicos e invisibles del trabajo. La economía emocional tampoco puede limitarse a los supuestos neoclásicos de: a) optimización por individuos autónomos; b) preferencias exógenamente determinadas; c)participación voluntaria como miembro de un grupo en la búsqueda de un interés individual”. (JEFFERSON y KING, citando a Beasley, 2001: 94)   

 

Los cambios demográficos han provocado un descenso en el tamaño de las familias; de continuar la situación, se puede prever que por esta vía, hacia el futuro, ellas generen menos valor agregado. Los análisis de regresión indican que hay una relación directa entre la composición familiar, según número de miembros y valor agregado, lo cual permite concluir que agregaban más valor las familias de antaño que las de hogaño y estas, a su vez, agregan más valor que las del futuro.

 

Para el cálculo de la producción doméstica, esta investigación optó metodológicamente por el abordaje del valor agregado, algo novedoso para el medio colombiano; esto hace que ante el eventual caso de aplicación de la metodología a nivel nacional, no se pueda establecer si los resultados se acercan o se alejan de los obtenidos por inquietos investigadores del tema. Para ilustrar un caso: CORTÉS (1992) logró determinar que el PIB de 1988 se debía ajustar en un 13.17% para incorporar en él, la producción doméstica. Para sus cálculos el autor se basó en los salarios de las personas ocupadas en el servicio doméstico; una estimación a partir del valor agregado arrojaría que ese porcentaje de ajuste debería ser mayor pues se estaría incorporando tanto la remuneración al factor trabajo, como los beneficios económicos de los empresarios.

 

De las ocho grandes ramas de la producción familiar propuestas por IRONMONGER (1996),[20] las más propensas a los procesos de comodificación son: preparación de alimentos, lavandería y limpieza, reparación y mantenimiento. Para el caso de la preparación de alimentos, tales procesos se ven frenados por dos grandes factores: Uno, por las preferencias de las personas, basadas en sus creencias acerca de los alimentos precocidos o enlatados; al 61.6% de las familias no les gusta adquirir este tipo de comidas por asuntos de salud, sabor, frescura o “porque es más gratificante lo que uno hace en casa”; una minoría, el 36.6%, lo considera ventajoso porque es más práctico, porque se facilitan las labores, por variar y descansar o por pereza de cocinar. Dos, por las restricciones económicas; para la gran mayoría, comprar enlatados, precocidos o comer fuera con la intención de ahorrar tiempo, es costoso y, si este tiempo se fuera a dedicar a trabajar por una remuneración, el dinero obtenido no compensaría los gastos. No obstante, parecen tener más peso las consideraciones culturales que las económicas; el 71.5% de las familias expresaron que a pesar de tener la capacidad económica para comprar alimentos preparados no lo harían, aún sabiendo que esto les puede representar más tiempo disponible por no tener que cocinar en casa.

 

Los análisis de regresión dejaron sentado que la educación carece de capacidad predictiva acerca de la variabilidad del valor agregado. No obstante, esta variable puede incidir indirectamente en una mayor fluidez de los procesos de comodificación, dado que la educación sustenta la cualificación de las capacidades que, se supone, intervienen en la asignación del salario y provocan la valorización del tiempo. Lo anterior lleva a encarecer el costo de oportunidad de hacer en casa lo que se puede conseguir fuera.

 

Este trabajo de investigación busca rescatar el papel económico de las familias y su participación activa en la producción de bienes y servicios satisfactores de necesidades que se aplican en los esfuerzos de mantener la vida de las personas poseedoras de la energía humana. El tránsito hacia la forma actual de producción significó perder la concepción de integralidad del trabajo y la producción, los que ahora aparecen escindidos en espacios y acciones: casa-empresa; ocio-trabajo; consumo-producción. Particularmente la producción queda referida exclusivamente a la obtención de mercancías estandarizadas y producidas en serie, mientras que se excluyen e invisibilizan los valores de uso obtenidos en casa y a quienes los producen, con base en unas relaciones que se sustentan en algo más que el mero interés del lucro individual. Con los planteamientos anteriores, no se trata de presentar una mirada nostálgica de tiempos idos e irreversibles, ni de darle vuelta atrás a la rueda de la historia o de detener su curso; o lo que es lo mismo, no se trata de propender por paralizar los procesos de comodificación para volver a la autarquía o a la autonomía económica de la familia; se trata de recuperar la filosofía de la integralidad de los procesos productivos, como un paso parcial, para volver visible lo invisible y, en esta línea, lograr la valoración social y económica del trabajo doméstico y de quienes lo realizan, en su mayoría, mujeres.


 

[1] MURILLO, Soledad. (1996). “El mito de la vida privada”.

[2] McKAY, Ailsa. (2001). “Rethinking work and income maintenance policy: Promoting gender equality through a citizen’s basic income”.

[3] MURILLO, Soledad. Op. Cit.

[4] McKAY, Ailsa. Op. Cit.

[5] GORZ, citado por McKAY, Ailsa. Op. Cit., pp. 104 y 105.

[6] HIMMELWEIT, citado por McKAY, Ailsa. Op. Cit., p. 106.

[7] Como referente histórico HAREVEN (1976) ubica la industrialización y el crecimiento económico como hitos que señalan el alejamiento de las actividades productivas del entorno doméstico. En la época preindustrial, la familia era taller, iglesia, reformatorio, escuela y asilo. Bajo el impacto de la industrialización y del crecimiento económico, el taller como lugar de trabajo, se trasladó del hogar.

[8] MURILLO Soledad. Op. Cit., pp. 55, 56 y 57.

[9] JUNCO, Sylvia y FISHBURNE, Jane. (s.f.). “Toward a unified analysis of gender and kinship”. P.24.

[10] Se insiste en hacer alusión a  la producción de energía humana con base en dos modos de producción distintos; no es la producción de fuerza de trabajo porque ésta adquiere una connotación más estrecha al remitir a la fuerza de trabajo mercancía o sea que se compra y se vende en el mercado; así se sigue la línea de pensamiento que propone Meillassoux.

[11] Para el caso, es de útil ilustración el material audiovisual del antropólogo Francisco Giner Abati. se referencian las series: Los Últimos Africanos (Los Himba, Los Zemba) y Los Últimos Indígenas.

 

[12] DUSSEL, Enrique. 1984. La Filosofía de la producción.

[13] Trabajo abstracto para Marx.

[14] De donde se deriva que la energía que aplica el herrero termine en algo específico y distinto al resultado que obtiene el carpintero de la aplicación de su energía - Trabajo concreto-.

[15] DUSSEL, Enrique. Op. Cit.

[16] JEFFERSON, Therese and KING John E. 2001. Never intended to be a theory of everything: Domestic labor in neoclassical and Marxian economics.

[17] SCHULTZ, citado por JEFFERSON y KING. 2001 Ibid. Incorpora un elemento de cualificación del resultado de estas inversiones, al plantear que éstas promueven el mejoramiento de la población, que el autor refiere como capital humano. 

[18] Citado por JEFFERSON y KING. 2001. Op. Cit.

[19] Ibid.

[20] Ver las ocho ramas en el apartado Familia y Valor Agregado desarrollado en esta investigación.