TEXTOS SELECTOS

CURSO DE ECONOMÍA SOCIAL

 

R. P. Ch. Antoine

 


 

 

 

ARTÍCULO VI: AUXILIARES DEL TRABAJO (CONTINUACIÓN)

II.—Empleo de las máquinas

Máquinas.—Las primeras máquinas no eran más que sistemas de herramientas muy perfeccionadas movidas a brazo o por la fuerza animal. Tales son los telares de Vaucanson y de Jaquard y las máquinas a brazo de que se encuentra una curiosa e instructiva colección en la Exposición de Artes y Oficios de París. Pero el triunfo de la máquina propiamente dicha, se halla en el empleo directo de las fuerzas materiales aplicadas como motor principal en la producción manufacturera. La máquina de vapor produjo una revolución. La edad de la machinery es moderna. Data especialmente de las aplicaciones del vapor por los descubrimientos prácticos de Watt (primera patente en 1769).

La introducción y la multiplicación de las máquinas disminuyen la cantidad de trabajo humano necesario para la fabricación, porque la fuerza mecánica decuplica el trabajo muscular y se encarga de los trabajos más penosos. El hombre es reemplazado por sirvientes de acero, y, gracias a ellos, llega a ser dueño de la naturaleza. Estos resultados deberían asegurar a las máquinas las bendiciones de los obreros y de los patronos, y, sin embargo, ¡hay una cuestión de máquinas! Y es que, al lado de ventajas efectivas, el maquinismo acarrea males indudables.

Ventajas de las máquinas.—1.ª Aumentan la producción y activan el trabajo en proporciones considerables. 2.ª Dan al trabajo una regularidad y una precisión perfecta que, de otro modo, exigirían atención y esfuerzos extraordinarios. 3.ª Gracias a las máquinas se disminuyen las pérdidas de primeras materias, realizando economías en los materiales empleados. Por ejemplo, la sierra mecánica troza un tronco de árbol en una multitud de partes con una pérdida mínima. Los altos hornos explotan minerales cada vez más pobres, y se sabe que las fábricas de gas sacan del alquitrán la serie de colores de anilina y transforman las aguas amoniacales en abonos químicos. 4.ª Las máquinas disminuyen los gastos de producción y abaratan considerablemente los objetos manufacturados. Esto se debe á dos causas: de una parte, la producción en gran escala permite al empresario contentarse con un provecho escaso en cada artículo, sin que por eso deje de realizar grandes beneficios mediante la gran cantidad de objetos vendidos; por otra parte, los gastos de sostenimiento de las máquinas son inferiores al coste la mano de obra.

Inconvenientes del régimen de las máquinas. —Para demostrar que el empleo de las máquinas disminuye y dulcifica el trabajo del obrero, multitud de economistas comparan el trabajo a máquina con el trabajo a mano, en relación a una misma cantidad de productos, no costándoles nada establecer que se ha reducido en notables proporciones el trabajó necesario. Esta consideración importa poco al 'trabajador. ¿Creéis que el que hila el algodón o teje la lana, después de una pesada jornada de diez a doce horas experimenta un gran alivio con pensar que hace cien años el mismo número de metros hilado o tejido hubiera exigido diez veces más trabajo muscular? En realidad, la economía del trabajo mecánico para una misma cantidad de productos manufacturados no aprovecha al trabajador. «Por lo menos, diréis, la máquina es el sirviente del obrero.» ¿Estáis de ello bien seguros? Pase que sea verdad en la pequeña industria, en los pequeños motores, cuya marcha es intermitente, en las máquinas-herramientas que el mismo obrero dirige por si mismo; pero en la gran industria, servida por motores poderosos de marcha continua, donde las máquinas fabrican automáticamente los productos completos, el papel del obrero se reduce con mucha frecuencia a alimentar la máquina de que es sirviente.

Se insiste diciendo: «Es evidente que la máquina reemplaza el trabajo rudimentario y grosero por un trabajo intelectual. Un solo mecánico, dirigiendo la locomotora, transporta tantas mercancías como un ejército de mozos de cuerda y arrieros, como un regimiento de carreteros.» Digamos, una vez más, que tal ventaja y tal progreso redunda especialmente en provecho de la producción y en muy pequeña escala aprovecha a los trabajadores, o, hablando con más precisión, a la clase dedos trabajadores. En una tonelada de hierro laminado hay más trabajo intelectual y menos trabajo humano que en el siglo XIII; pero si se establece la comparación en relación con los obreros, hay menos trabajo intelectual, más trabajo no calificado y una labor más penosa para un número determinado de trabajadores empleados en la producción de una tonelada de hierro laminado. En un tren de mercancías no hay más que un mecánico; pero ¿cuántas operaciones no son necesarias para servir, sostener y reparar la locomotora y tener dispuestos para la marcha los vagones? Si hay un hecho cierto, es el de que el desarrollo de la mecánica aplicada tiende a multiplicar el trabajo simple en detrimento del trabajo calificado. Pueden citarse, en apoyo de esto, la metalurgia, las industrias textiles, de tules y encajes, la cerámica, etc.

En dos palabras:

Al aumentar la producción, las máquinas tienden a disminuir el número de trabajadores. Si, con la ayuda de una máquina se hace con un obrero la tarea que antes exigía el trabajo de diez, se ponen a nueve en la calle. Ahora bien; el trabajo era para ellos la vida: la máquina les priva, pues, de todo medio de subsistencia.

He ahí la objeción en toda su fuerza. Los economistas de la escuela inglesa contestan a ella con la teoría de la compensación.

«La maquina, dice, no disminuye el trabajo; lo que hace es desplazarlo. Supongamos que la mitad de los obreros de una fábrica de alfileres sea despedida por la introducción de la fabricación automática; el ahorro realizado produce un capital disponible que se dedicará a otro género de trabajo, por ejemplo, a la fabricación de muebles.»

Respondemos nosotros: 1.°, los obreros no tendrán todas las aptitudes que se requieren para ejercer otro oficio, y, en todo caso, se verán reducidos a la miseria, esperando el trabajo; 2.°, si la máquina no hace más que desplazar el trabajo, los obreros despedidos, haciendo competencia a los que están empleados, harán bajar los salarios; 3.°, se afirma gratuitamente que los capitales disponibles irán a fecundar la industria, en lugar de colocarse en bienes raíces o en valores del Estado nacionales o extranjeros.

Quizá digáis: «El aumento de la producción acarrea la baja del precio de los productos; éste hace subir la demanda de productos, que aumenta a su vez la demanda de brazos. Hace menos de un siglo 8.000 personas apenas hilaban, ni tejían telas de algodón en Inglaterra, elevándose su salario total a unos cuatro millones de francos. Pues bien, hoy se cuentan más de 500.000 obreros ocupados en las manufacturas de algodón de Inglaterra y sus salarios llegan a una cantidad entre 700 y 800 millones de francos, esto es, que el trabajo a máquina ha proporcionado sesenta veces más trabajo y doscientas veces más salario.»

Respondemos: 1.°, no todas las industrias han seguido una marcha ascendente parecida a la de la industria algodonera (1); 2.°, no es verdad en absoluto que los precios bajos aumenten el consumo de los productos; porque, de una parte, el consumo de ciertos productos es forzosamente limitado y, de la otra, el aumento del consumo supone el poder de compra por parte del consumidor; 3.º, ciertas industrias son solidarias y, por consiguiente, la producción de uno de los productos se halla limitada por la del otro: la fabricación de cubas depende de la producción de bebidas; 4.°, hay máquinas que ejecutan el trabajo sin contribuir a la multiplicación de productos. En tal casi e so hallan la mayor parte de las máquinas agrícolas como las segadoras, etc.

«Al abrir nuevas salidas, la exportación activará la producción y ocupará un mayor número de obreros.»-En manera alguna contradigo este aserto; pero la concurrencia, nacional o internacional, enfriará bien pronto este ardor como se está viendo en la industria europea, siendo el resultado la miseria para los obreros.

Se objeta todavía: «El descenso de los precios que; resulta de la introducción de las máquinas, aprovecha al obrero en concepto de consumidor.»

Respuesta: 1.º, multitud de productos manufacturados no son en modo alguno objetos de consumo para el obrero: pianos, encajes, objetos de lujo, etc.; 2.°, la baratura de los productos manufacturados aprovecha poco al obrero que no puede proporcionarse más que artículos de mala o por lo menos de inferior calidad; si el obrero compra trajes que le cuestan la mitad, pero que le duran la tercera parte del tiempo que otros, su beneficio aparente es una pérdida; 3.º, el alimento y el alojamiento representan las cuatro quintas partes del consumo; ahora bien, las máquinas no han hecho bajar más que en proporciones ínfimas el coste de la construcción de las casas y el precio de los géneros alimenticios: de los 4.614.439 caballos de vapor que posee Francia las siete octavas partes se hallan afectos a los transportes; sólo se emplean en la industria agrícola 58.000; la construcción de casas emplea pocas máquinas; el alquiler es la ruina de los presupuestos obreros y el alquiler aumenta más que el precio de las subsistencias.

Conclusión.—¿Hay que destruir las máquinas? ¿Es preciso imitar a los prohombres de Lyón que hicieron quemar por mano del verdugo el telar Jacquard?

Nada de eso. La máquina, en sí es buena; aporta ventajas afectivas a la humanidad, especialmente en el orden de la producción. Pero la concupiscencia y la persecución a toda costa de la riqueza, han disminuido mucho sus beneficios. Se ha abusado de la máquina, habiéndosele sacrificado los intereses superiores de la moralidad y de la salud. ¿Es, pues, preciso hacer que desaparezcan o se atenúen los abusos de las máquinas y devolverles su verdadero papel social? ¿Cuál es este papel? Consiste en ser un instrumento que facilite la tarea de los trabajadores y aproveche a la vez a los patronos y a les obreros. He aquí, en particular, algunas reformas inmediatas: 1.º, economizar las transiciones en las transformaciones de los medios de producción; 2.°, proteger la salud y las fuerzas del obrero con medidas y precauciones convenientes; 3.°, restringir lo más posible el trabajo de las mujeres y de los niños en las fábricas, así como el trabajo de noche; 4.°, hacer que se beneficie la clase obrera—por un alza de los salarios con la diminución de los gastos de producción debida a la introducción o al perfeccionamiento de las máquinas. ¿Cómo conseguir este resultado? Con la inteligencia de las dos partes interesadas en la producción, inteligencia que se establecerá en los gremios, las cámaras sindicales u otros consejos profesionales legalmente constituidos. Así es que mientras el industrial tenga como único objetivo el disminuir los gastos de producción para bajar el precio de venta y hacerse dueño del mercado, la clase obrera no se aprovechará más que en muy escasa medida del desarrollo de la machienery.

La división del trabajo y el empleo de las máquinas encuentran su plena expansión en el régimen de la gran industria donde se produce el sistema del trabajo. Esto es lo que vamos a explicar.


(1) Schulze-Gavernitz prueba perfectamente, con el ejemplo de Inglaterra, la posibilidad de la compensación en la industria del algodón, no hallándose en el mismo caso otras, la de la seda, por ejemplo. (La Grande Industrie, p. 311.)


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