TEXTOS SELECTOS

CURSO DE ECONOMÍA SOCIAL

 

R. P. Ch. Antoine

 


 

 

 

ARTÍCULO III: LA IGLESIA Y LA MORAL

La Iglesia y el orden moral. El orden moral consiste en el conjunto de los derechos y de los deberes del hombre. Ahora bien; la Iglesia, y esa es su misión especial, define y prescribe los deberes de cada uno. Recuérdese cómo León XIII, en la Encíclica De Rerum novarum, llama la atención de patronos y obreros, de ricos y pobres sobre sus respectivos deberes.

Arréglese en conformidad con los principios del catolicismo la vida de los obreros, y se encontrará frecuentemente al abrigo de las apreturas de la miseria y siempre fortificado, consolado y dichoso. Turbar por la violencia el orden establecido por Dios, atacar y destruir la propiedad, ponerse en estado de guerra contra los patronos, he ahí lo que nunca se permitirá un obrero fiel a los principios del cristianismo (1). En verdad, ¡cuántos obreros podrían, mediante una vida cristiana, evitar la miseria! El obrero cristiano practica la sobriedad y la economía, reprime sus pasiones y se contenta con un género de vida conforme a su condición: célibe, prepara por un ahorro constante un capital suficiente para crearse un hogar; padre de familia, cría a sus hijos en el temor de Dios, en el amor al trabajo y en la práctica de las virtudes cristianas (2). No nos cansaremos de repetirlo: si no se vuelve a los principios del cristianismo, serán impotentes cuantos medios se propongan para impedir que los obreros se arrojen en brazos del socialismo y trastornen el orden social (3). ¿Por qué? Porque no combaten al mal en su raíz, porque se limitan a calmar al enfermo sin curarlo.

Sin duda las leyes hechas a porfía por todos los gobiernos de Europa para venir en ayuda de los trabajadores: la reducción de horas de trabajo, la prohibición de trabajar durante la noche, la higiene de las minas y de las fábricas, el establecimiento de cajas de socorros, todo eso es excelente, pero no basta. ¿Creéis que un obrero, criado fuera, si es que no en el odio al cristianismo, un obrero imbuido de teorías ateas o materialistas va a quedar satisfecho con lo que por él hagan el Estado o la caridad? Nunca dirá «¡basta!» Paso porque se satisfagan sus necesidades reales; pero ¿lo serán sus necesidades facticias? Aseguradle su pan y el de su familia, y os pedirá los medios de aplacar su sed de goces (4), y esto quizá en nombre de la misma justicia, porque de ella no tiene más que nociones erróneas.

La Iglesia y la justicia. ¡La justicia, el orden social! Sí; el orden social está fundado en la justicia, y precisa-mente por eso el catolicismo, ese gran conservador del orden, ha representado en todos los siglos la lucha contra los opresores de todo género, la defensa de todos los derechos violados o amenazados. Por eso interviene en el régimen del trabajo, para hacer que se respete la dignidad del hombre, de la mujer y del niño, impidiendo el abuso que pudiera hacerse de las fuerzas del trabajador, garantizando a éste la seguridad del mañana, la paz de la vejez y el honor del hogar doméstico (5). En verdad es gran ilusión la de creer que la doctrina social del Evangelio se reduce al único precepto: «Amaos los unos a los otros», contentándose con ofrecer a los desgraciados la resignación en la miseria (6). «¿Habéis observado, escribe M. Harmel, qué antipática es hoy la idea de justicia? Basta pronunciar la palabra para suscitar las más violentas tempestades, aun entre los buenos. Se citan con frecuencia las palabras del Evangelio: «Buscad por de pronto el reino de Dios»; pero se omite el fin de la frase; «y su justicia», porque la palabra ha llegado a ser agresiva; se considera una palabra revolucionaria... Sólo restableciendo en el mundo del trabajo la noción y la práctica de la justicia, podremos evitar los socavamientos que amenazan a nuestra sociedad. (7).

La sociedad moderna ya no quiere la moral del Evangelio; ¿qué pretende, pues, poner en su lugar?

La moral independiente. Con los diversos nombres de moral positivista, científica o natural, se ha intentado construir una moral independiente de Dios. Según el profeta del socialismo, Proudhon, es preciso renunciar a las viejas leyendas cristianas, a las revelaciones sucesivas de las verdades sobrenaturales o morales hechas por Dios en el Sinaí en los tiempos antiguos y en la montaña en los tiempos nuevos. La verdadera moral cívica debe despojarse de todo aire místico y purificarse de toda idea de Dios, de ley eterna o de vida futura. En la moral nueva, el hombre virtuoso es aquel que respeta la dignidad humana; el hombre vicioso el que la olvida y la desconoce por un acto culpable de su voluntad. La paz interior que experimentamos después de haber hecho el bien, es toda la recompensa que podemos esperar; la turbación y el remordimiento que siguen a la culpa, todo el castigo que hay que temer. Más allá, el filósofo independiente no ve ni vida futura, ni recompensa, ni castigo. Ya no tendrán en lo sucesivo sentido estas palabras, que deben desterrarse de la moral y de la filosofía (8).

En formas más dulcificadas y más académicas, se vuelve a encontrar un programa parecido en la neutralidad escolar, tal como se practica en gran número de países. En Francia, el programa de las escuelas primarias se expresa en estos términos: «El maestro no está encargado de dar un curso sobre la naturaleza y los atributos de Dios; asocia íntimamente en su espíritu a la idea de la causa primera y del ser perfecto, un sentimiento de respeto y de veneración, y habitúa a cada uno a rodear del mismo respeto esa noción de Dios, aun en el caso de que se la presentara en formas distintas. a las de su propia religión.» He aquí, despojado de artificios oratorios, el comentario de M. Francisco Sarcey: «Es preciso mantener estrictamente la neutralidad de la escuela en a enseñanza primaria, porque se trata de la misma fe. No es que se la combata directamente, puesto que la esencia de la neutralidad es, por el contrario, abstenerse de todo ataque; pero se habitúan los espíritus a pasarse sin ella. Se les prepara para que comprendan que se puede ser hombre honrado y buen ciudadano y vivir fuera de toda enseñanza de religión revelada. Se les desprende de este modo dulce y lentamente de la fe; esto es lo esencial» (9). En realidad, esta moral nueva está preñada de peligros para la dignidad del hombre y el porvenir de las sociedades; es un crimen social. He aquí los motivos de este juicio:

1.° Por la negación de Dios, legislador supremo, la moral cívica e independiente niega el principio fundamental de la moral para hacer de ésta la obra efímera del hombre y de sus pasiones; porque si el hombre no tiene superior, si su voluntad es autónoma, es para sí mismo su propia ley y su propia moral. Desde ese momento habría la moral de los asesinos al lado de la de las víctimas, la moral de los ladrones, así como también la de los robados; ya no habrá más que una regla: Haz lo que quieras. (10).

2.° Con la negación de la vida futura desaparece la sanción, la única sanción eficaz de la ley moral, la sanción del más allá. ¿No hay responden los socialistas la sanción del remordimiento? Pero la ley del remordimiento es la de ser un castigo para las almas delicadas, no siendo nada de eso, ni siquiera existir, para el hombre profundamente malo, esto es, para el culpable más criminal cuyas rebeldías piden, sin embargo, y merecen el mayor castigo (11). ¿Dónde está el remordimiento para los terroristas de la anarquía: Ravachol, Vaillant, Henry, etcétera?

En lo que hace a la teoría de la recompensa por el testimonio de la conciencia, ¿qué vale para el soldado que muere en el campo de batalla, para el mártir que da su sangre por afirmar su fe, para todo hombre que sacrifica su vida en la defensa de una gran idea, de su prójimo o de la patria? (12).

3.° Con la negación de Dios, del alma y de la inmortalidad, la moral independiente niega la dignidad humana y el derecho al respeto. A primera vista este aserto puede parecer extraño, y, sin embargo, cuando se establece el principio de que no hay Dios, ni alma, ni vida futura; cuando se abaten las barreras que separan los hombres de los animales, ¿qué queda de la dignidad humana? Decís que aquí abajo todo es materia, que por todas partes en este mundo no hay más que una misma causa, la materia. Por consiguiente, esta misma causa, en la infinita variedad de sus efectos fisiológicos, vitales y físicos, constituye la dignidad y ordena el respeto; pero, entonces, en nombre de la lógica más sencilla puede asegurarse que la dignidad ya no es un privilegio del hombre, sino que es común a toda la naturaleza sin distinción y en el mismo grado. ¿Qué respeto os debo? El mismo que al antropopiteco o a la mónera primitiva (13).

4.° Toda la moral nueva se contiene en esta fórmula de Kant y de Proudhon: «Respetar la dignidad humana en sí y en su prójimo.» Respetar la dignidad humana en su prójimo es, según la moral laica, darle lo que le es debido, es no robar ni su mujer, ni sus bienes, ni su dicha, ni su vida. Y porque estos preceptos están colocados bajo la protección de la fuerza y forman parte del Código que garantiza el orden en la sociedad, la moral nueva se confunde, por lo menos en la práctica, con la legalidad. Monstruoso error, porque la moral comprende cosa distinta que actos exteriores sometidos a la intervención represiva de la autoridad civil. Abraza una, porción de deberes, de los que unos son interiores y se cumplen en la conciencia, y otros que no derivan del Código civil. Todas estas teorías huecas son impotentes para destruir la naturaleza. Y es que existe una relación íntima entre el pensamiento, la voluntad y la acción, entre el deseo y su manifestación por los hechos. Con mucha frecuencia la acción culpable comienza en el alma y concluye en el exterior y no tiene sentido afirmar que una acción es indiferente en el santuario de la conciencia y mala en los hechos y en la realidad. He ahí por qué la moral nueva, extraña al mundo interior del alma, y únicamente preocupada de la conducta exterior, aboca, de un modo fatal, a la negación del orden moral (14).

En nuestros días la propaganda por el hecho multiplica los asesinatos y arroja a Europa en la consternación. Hay que ser ciego para no reconocer que la propaganda por el hecho es hija de la propaganda por la idea. ¡Pero ante la idea, las prisiones, el cadalso y el presidio son impotentes!

¿Cuál ha sido en Francia el resultado del ateísmo práctico y de la instrucción sin Dios? El aumento de criminalidad y, lo que es más triste, de la criminalidad entre los niños, el número incesantemente en aumento de las reincidencias, la ola ascendente del suicidio, de la locura y del alcoholismo. Eso es lo que se puede responder a esta pregunta (15).

Tal es el mal social. ¿Dónde está la salud? «La salud, dice León XIII, no vendrá sin la Iglesia, y sólo la influencia de ésta puede encaminar las inteligencias en la senda de la verdad y formar las almas en la virtud y en el espíritu de sacrificio» (16). Yo añado que esta benéfica influencia de la Iglesia desciende de las alturas de la verdad y del deber a la religión inferior de los intereses materiales.


(1) Lehmkuhl., Die sociale Noth, p. 18 y sig.

(2) Meyer, Stimmem, 1874, t. VI, p. 236. Stentrup, Zeitschrift für Kath. Theol., Heft. II, p. 225.

(3) De Mun. Œuvres, t. 1, p. 427, 522 y 562.

(4) La Civilitá, 1868, serie 13, t. XI, p. 264.

(5) De Mun. Discours prononcé á l'Asamblée générale des Catholiques en 1887, 0euvres, t. I, p. 562.

(6) Leon Grégoire, le Pape, p. 113 y sig.

(7) Carta al señor abate Pottier publicada en la Corperation del 11 de Febrero de 1893.

(8) La Justice dans la Révolution, t. I, p. 216.

(9) Sacado del XIX e Siécle, citado en la Corporation del 2 de Julio de 1892.

(10) El Droit social de l'Eglise, p. 209 y sig.

(11) Sardá y Salvany, El Mal social, t. I, capítulos VII, VIIIyIX.

(12) Méric, Los Erreurs sociales du temps présent, p. 35 ysig,

(13) Schiffini, Disp. Phil. moral, n. 520.

(14) Méric, Los Erreurs sociales, ioc. cit.

(15) M. Farget en un volumion muy documentado, La Mar-che de la criminalité et les progrés de l'instructions depuis soixante ans, demuestra de una manera perentoria el lazo que existe entre la criminalidad y la educación sin Dios. El P. Martín trata el mismo asunto en Los Etudes religieuses de Septiembre de 1892.

(16) Breve al cardenal Rampolla, 15 de Junio de 1877, § Tutto ci consiglia.


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