"Un mundo sin hambre"

Josué de Castro

TERCERA PARTE: UN MUNDO SIN HAMBRE

CAPITULO VII: LA LUCHA CONTRA EL HAMBRE

Cuando se estudia el mapa mundial del hambre y se analizan los factores que condicionan su distribución regional -tareas que ya hemos efectuado en la segunda parte de este libro-, se pone de manifiesto de la manera más clara que el hambre colectiva es un fenómeno de orden social, provocado generalmente por un aprovechamiento defectuoso de las posibilidades y recursos naturales y por una mala distribución de los bienes de consumo así obtenidos. Ante la evidencia de los hechos que hemos presentado se hace imposible admitir que el hambre sea un. fenómeno natural. La condicionan mucho más los factores económicos que los factores de carácter geográfico. La verdad, que resulta muy difícil de ocultar, es que el mundo dispone de recursos suficientes para que todas las colectividades humanas se alimenten de manera racional. Y si todavía hoy existe un gran número de «huéspedes de la tierra» Que no participan en el banquete es porque todas las civilizaciones, comprendida la nuestra, se han edificado y mantenido al precio de una extremada desigualdad económica.

De acuerdo con Kenneth Boulding, las antiguas civilizaciones «se construyeron sobre excedentes económicos tan limitados que no hubiesen logrado subsistir sin una gran desigualdad en la distribución de los patrimonios. En último término, las antiguas civilizaciones no fueron más que minúsculos islotes de cultura emergiendo de un mar inmenso de miseria y esclavitud» l. De hecho, hasta los grandes descubrimientos de la técnica moderna, no era posible concebir otro tipo de civilización que aquel en que la mayoría de los hombres permanecían aplastados bajo el peso de la miseria y del hambre. Sólo ahora, cuando las fuerzas de la naturaleza han sido sometidas y puestas al servicio de la producción en masa, aparece por primera vez en la historia un tipo de sociedad capaz de abolir la pobreza y, con ella, la miseria y el hambre. Los recursos financieros de un mundo fabulosamente enriquecido en los polos de concentración de la producción, que dispone de un arsenal impresionante de técnicas para la utilización racional de los recursos materiales disponibles, permitirían al hombre resolver técnicamente el problema del hambre para todos los habitantes del planeta.

La lucha contra el hambre y su eliminación de la superficie de la tierra no son, pues, una utopía ni un sueño fantasmagórico propio de un cuento de hadas, sino un objetivo plenamente alcanzable dentro de los límites de la capacidad de los hombres y las posibilidades de la tierra. Sólo es preciso conseguir una mejor adaptación de los hombres a las tierras que ocupan y una mejor distribución de los beneficios con que la tierra acostumbra a gratificar a los hombres. En el momento actual, la batalla contra el hambre no es una tarea exclusiva de un quijotismo idealista, sino una necesidad que se nos impone cuando se analiza fría y realistamente la situación política y económica del mundo. De los resultados de esa batalla depende incluso la supervivencia de nuestra civilización, puesto que sólo con la eliminación de los focos de miseria que gangrenan el mundo será posible vivificar la economía masiva a la que nos lanzamos tan ávidamente, sin reparar en que no estamos socialmente preparados para semejante aventura. Sin un aumento de los standards de vida de las poblaciones más pobres, que forman los dos tercios de la humanidad, es imposible conservar el nivel de civilización en que vive el otro tercio. Y ello porque esta civilización se basa en los altos niveles de producción, que no cesan de exigir la ampliación de los mercados, ampliación que sólo podrá lograrse mediante la incorporación a la economía mundial de los dos tercios de la humanidad que viven hoy al margen de dicha economía. Sólo aumentando el poder de compra y la capacidad de consumo de los grupos marginados podrá sobrevivir la civilización tecnológica y prosperar dentro del marco de su actual estructura económica y social.

La lucha contra el hambre constituye el imperativo número uno. un imperativo que nos incumbe a todos. Es una lucha que se desarrolla como una especie de guerra fría y que amenaza con congelar toda la vitalidad de nuestra civilización si no somos capaces de llevarla a buen término con energía. Es de lamentar que esta lucha por elevar los niveles de vida no encuentre un apoyo universal. Mucha gente continúa pensando, conforme a concepciones arcaicas y medievales, que la pobreza y la miseria son una necesidad y una fatalidad. Incluso hay muchos que desean que siga habiendo hambrientos y miserables porque juzgan que el hambre y la miseria son condiciones indispensables para la riqueza y la abundancia de que quieren seguir disfrutando.

Ante todo hay que esforzarse por extirpar del pensamiento contemporáneo la idea errónea que considera la economía como un juego en el que unos tienen que perderlo todo para permitir que otros lo ganen todo. Hay que hacer de la economía un instrumento de distribución equilibrada de los bienes de la tierra, a fin de que nadie pueda aplicarle la amarga definición que de ella daba Karl Marx en el siglo pasado cuando la llamaba la «ciencia de las miserias humanas» 2.

1 Kenneth Boulding, Economie de paix, trad. de M. de Holster, París.

2 Raul Gomes, Caminhos da paz, Curitiba, 1948.

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