CONCEPCIONES ACERCA DE LA REGIÓN EN LA PROBLEMÁTICA ACTUAL DE LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA

CONCEPCIONES ACERCA DE LA REGIÓN EN LA PROBLEMÁTICA ACTUAL DE LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA

Leonid Elsido Hernández Sánchez (CV)

3.3.5 La cuestión del método adecuado a las necesidades actuales de la integración Latinoamericana.

     
El problema de lo regional atraviesa por diferentes aristas a la hora de analizar un territorio tan extenso como el que se conoce como  Nuestra América.

Partiendo de la diversidad existente desde todos los ámbitos y teniendo en cuenta que la región como algo más allá del espacio que ocupa, incluye todas las esferas de la vida en las sociedades humanas, cabría primero analizar desde qué ópticas es necesario ver la problemática de la región para Latinoamérica en el momento de plantearse  una estrategia adecuada para la feliz  integración de los pueblos del subcontinente.

Es indiscutible que la región  no puede dejarse al margen de un estudio sobre integración, el mismo trasciende las fronteras de lo establecido oficialmente y se sumerge en el imaginario y la cotidianidad de los habitantes del territorio Nuestroamericano.

En el caso que ocupa a la actual investigación, es bien llamativo el análisis, en primer lugar porque la evolución histórica regional latinoamericana es característica, y en segundo lugar, porque los especialitas encargados del estudio de la región en el subcontinente no solo  no han definido las probables fronteras entre lo regional, lo nacional y lo local desde el punto de vista geográfico sino que persiste sobre lo regional, lo nacional y lo local desde el punto de vista de la legitimidad con que se reconocen dichas construcciones en sí mismas.

La estructura dada al territorio latinoamericano por las metrópolis constituye la primera fractura de las estructuras regionales. El hecho de establecerse en un vasto territorio una forma casi única de producción no determina que el mismo sea homogéneo o que pueda considerarse una región en toda la extensión del objeto. Las diferencias estriban en las pequeñas proporciones del proceso de producción que no tienen que ver con el producto territorial mayoritario, en la visión de los diferentes estamentos sociales y étnicos sobre sí mismos y sobre el otro, en el impacto de la religión, las diversas manifestaciones de la cultura,  la influencia de los elementos foráneos, y por último, y no menos importante, la forma que adopta el producto en su fase mercantil, es decir, como artículo que adquiere valor de cambio; todo ello determina las diferencias entre las diversas comunidades del territorio en cuestión y va a ser la base del proceso de formación de la  región como construcción auténticamente original.

La situación de las relaciones culturales fronterizas se extiende más allá de las necesidades que desde las capitales nacionales preocupa a la política administrativa del estado nación. Para América no se estableció históricamente una frontera, salvo ahí donde los accidentes geográficos trazaron naturalmente la misma. La corta historia de una América occidentalizada no permitió que se definieran fronteras culturales históricamente concebidas como en el caso europeo, sino que la división fronteriza vendría a ser el aguafiestas de las tradiciones de los pueblos que habitan hasta ahora muchas de las regiones latinoamericanas.

Cabe destacar además, que muchas de las comunidades que hoy habitan las fronteras latinoamericanas no se reconocen en las mismas, aunque se pretenda destacar lo contrario desde los centros de poder nacional. Por lo general, las fronteras son habitadas por comunidades  asentadas en ellas históricamente y por tanto reconocibles de un extremo y del otro de la línea divisoria, lo que estas no reconocen  es la línea que las separa administrativamente pero no afectiva y tradicionalmente. Muchas de estas comunidades regionales para el caso de la América continental  son originarias e incluso hablan idiomas diferentes a los oficiales de sus estados nacionales, se identifican a sí mismas como entes individuales y cada vez menos reconocen al estado nación como soporte de salvaguarda de sus identidades.

El proceso de globalización ha incidido de manera abrumadora en las regiones latinoamericanas. Mientras se aboga desde las capitales por el cese de los obstáculos fronterizos en pos de garantizar el adecuado trasiego de mercancías y servicios interfronteras, se desplaza en el proceso a buena parte de la producción  regional tradicional y se laceran los elementos culturales del proceso de producción regional,  atentando el producto foráneo  en detrimento del proceso productivo originario.

La legalidad en este caso también juega un papel preponderante, pues en América, las leyes proteccionistas en muchos casos  no incluyen las producciones más elementales, con lo que se favorece la entrada de las exteriores y el desplazamiento y agotamiento de la producción interna, y como consecuencia el empobrecimiento del proceso sociocultural a nivel regional. Por supuesto, las regiones menos favorecidas en este proceso son las de las fronteras. Dichas  situaciones han traído por efecto el planteamiento en el imaginario colectivo de las comunidades fronterizas de una nueva forma de resistencia antiglobalizadora, tratando en todos los casos de impedir a toda costa el trasiego de la producción y los servicios  no solo continental sino también mundial. Se ha generado así una cultura comunitaria proteccionista, no legislada pero sí legitimada, que más allá del simple resguardo de la producción cultural regional llega a limitar las relaciones económicas, sociales y culturales de las regiones fronterizas con otras construcciones  regionales internas.

El justificado temor a la apertura se ha refugiado en términos como el de   desarrollo endógeno, el cual, si bien canaliza y aboga por favorecer los elementos identitarios de las regiones en cuestión, en la práctica aleja a estas de lo que de favorable en términos de  influencia   detenta la relación con los estados nacionales y sus instituciones. Dicho alejamiento político y administrativo podría traer como consecuencia el rompimiento de los vínculos entre regiones e instituciones estatales en el sentido en que, mientras las primeras pretendan superar las segundas en términos administrativos, estas últimas mantendrán  una política en pos de la subordinación regional que no permitirá que el desarrollo en toda la extensión de la palabra se haga factible a nivel regional. En ese sentido jugarán un papel fundamental las instituciones administrativos que desde el ángulo de lo regional responden a los intereses nacionales en la búsqueda del equilibrio entre lo local y lo estatal.

Por otra parte, un proceso de desarrollo desde dentro puede socavar las relaciones regionales trayendo consigo un estado de regresión en el ciclo de desarrollo económico  y social, haciendo que el proceso sea de involución feudal y no de desarrollo al mejor estilo contemporáneo de cooperación recíproca. La globalización es inevitable, lo que si es evitable son  aquellos lastres que desde los centros del poder trasnacional se insertan en el  proceso.

En el mundo actual se presenta la contradicción entre la expansión de la globalización capitalista sumergida en las cada vez más complejas crisis económicas y la resistencia social de las diversas comunidades nacionales y regionales por la salvaguarda de la identidad ante el desequilibrio global y la neocolonización imperial.

Otro de los términos utilizados para verificar el fenómeno relativo a las contradicciones regionales y globales es el de glocalización (término acuñado recientemente por lo académicos del orbe y trabajado, sin llegar a definirlo por los integrantes de grupo BRIT) 1, el cual se adapta sobremanera a la realidad latinoamericana actual. Si por una parte el proceso globalizador  se define por la desaparición fronteriza de los estados nacionales y la creación del estado multinacional, el proceso de glocalización se define como categoría inversa en función de la permanencia de las fronteras socioculturales regionales de manera natural e histórica. El primero es un proceso propio de la modernidad mientras que el segundo se conserva como rezago positivo del medievalismo y como cultura de resistencia  ante el empuje foráneo.

El proceso de glocalización se desarrolla en el campo de la lucha de contrarios y como expresión de la contradicción expansión-contracción. La glocalización parte de la influencia que detenta cualquier acción  a escala regional en el ámbito global y de  por sí asume la importancia de las regiones para el logro del equilibrio socioeconómico actual. El problema no solo se origina en el terreno latinoamericano sino también en el europeo, a pesar de ser este el que por ley natural esté más desarrollado en el proceso de construcción de la meganación, los problemas intestinos a escala de fronteras nacionales en Europa son un ejemplo clave dentro del mismo.

  No es nada de aventurado señalar que hoy por hoy el Estado contemporáneo -y en este caso específico, el Estado latinoamericano- es empujado hacia un nuevo escenario caracterizado en lo principal por una doble forma de apertura: una apertura externa, detrás de la cual aparece como fuerza impulsora la globalización de la economía mundial y una apertura interna, motorizada precisamente por la descentralización. Se asiste a un doble proceso, de debilitamiento del concepto tradicional de Estado más o menos autárquico y de fortalecimiento de lo que comienza a ser denominado como los "cuasi-Estados" subnacionales, llámense regiones o no. 2

Existen dos vertientes teóricas en ese proceso, una se decanta por el aislamiento regional, proyectando la región directamente hacia la dimensión global sin tomar en consideración el punto medio estructural de estado nación. Dicha corriente posee un connotado carácter neoliberal y entre sus exponentes está en ya citado economista chileno Sergio Boisier. La otra vertiente de análisis del proceso glocal asume a la región ya no como intermediaria entre el estado nación y el panorama económico mundial, sino como facilitadora de los procesos de equilibrio internacional y protagonista de los mismos, es esta por lo tanto la visión asertiva, viable y conveniente a la problemática de la integración latinoamericana hoy.

Las regiones no constituyen instituciones estatales, sino estructuras orgánicas históricamente consolidas, ajenas a los intereses del poder central en los estados nacionales, y solo se adhieren verdaderamente al los mismos en función de relaciones recíprocas de desarrollo económico y social. Una región surge, como se ha mencionado, como consecuencia de relaciones de poder dadas en su interior, que se proyectan a la periferia en busca de extender el radio de acción de sus estructuras económicas, siempre que las mismas guarden estrecha relación con las formas económicas que habitan históricamente en el centro del panorama regional. Las regiones son por excelencia geofágicas, alimentando el crecimiento de sus territorios a partir de la depresión de las estructuras regionales periféricas, de ahí la existencia de regiones protagonistas en los procesos económicos y culturales y de regiones subordinadas. Ese es un proceso que en la actualidad se entiende a partir de la influencia de unos estados nacionales sobre otros en el panorama de la globalización económica y cultural pero, a la larga debe su origen a las relaciones de poder entre unas regiones y otras al interior de los estados nacionales.

El anterior análisis en América Latina solo ha sido llevado a efecto en Chile durante las décadas de los años 70 y 80 mediante un proceso de regionalización nacional efectivo. En la actualidad, muchas de las naciones latinoamericanas se encuentran en función de analizar hacia el interior regional como Argentina, Brasil y México, dada la extensión del territorio nacional y por ende el escaso control que las instituciones del estado sostienen sobre determinados núcleos regionales.

Uno de los problemas que detentan hoy los estados nacionales latinoamericanos en términos de integración lo constituye la desarticulación regional que se presentan hacia el interior de los mismos. Es por tanto imposible la integración de naciones sin integraciones internas en el plano de lo regional y de las instituciones de la nación con las regiones que la conforman. Así será posible proyectarse hacia el exterior de la nación en términos de integración con otras naciones del área subcontinental. Lenin ofrecía una fórmula atemperada cuando planteó que “son  necesarias, en particular, una amplia autonomía regional y una administración autónoma local plenamente democrática, al delimitarse las fronteras de las regiones que gocen de mayor o menor autonomía, teniendo en cuenta la propia población local, las condiciones económicas y de vida, la composición de la población, etc.” 3  
    
La región es, como ya se ha mencionado, un organismo, y como tal las estructuras que la componen funcionan de manera sistémica, otorgando al corpus regional relativa autonomía. Los mecanismos de relación de dichas estructuras se sedimentan a lo largo de la historia en función del desarrollo. Las regiones poseen independencia en cuanto al ciclo  histórico al cual se inscriben y por tanto  tienden a aparecer y desaparecer en dependencia de las necesidades de la sociedad que las habita, por lo que no constituyen organismos inamovibles en el tiempo y en el espacio.

Presuponer que las regiones latinoamericanas actuales se mantendrán estructuradas de la misma manera durante un prolongado período de tiempo constituye un error de concepción, acrecentado si se toma en consideración la aceleración del movimiento de los fenómenos espaciales y temporales en el mundo actual, por lo que la intervención de las instituciones estatales en el análisis de las estructuras regionales en América Latina debe constituir una urgencia en el desarrollo de formas viables para la integración subcontinental.

La concepción de la Patria en América Latina debe su origen al apego de las sociedades regionales a las estructuras identitarias de las regiones que habitan. El marcado regionalismo que ha caracterizado los procesos históricos latinoamericanos así lo confirman. En el interior de las regiones, las clases sociales dominantes no pretenden ser despojadas por las instituciones estatales y las elites nacionales de los beneficios económicos que históricamente le han pertenecido, y la sociedad regional en general se resiste a insertarse en el panorama nacional ante el temor de la desarticulación de las estructuras identitarias a las cuales se encuentran sujetas.

El proceso integrador latinoamericano debe partir del reconocimiento de las sociedades regionales y la adecuación de las formas identitarios de la economía y la cultura regional en función de  intereses comunes al interior de las regiones y hacia los estados nacionales de América Latina. La fórmula de la autonomía para las regiones, a partir de la identificación y el reconocimiento de las mismas, debe situar al estado nacional como mediador de los procesos de intercambio interregional para desplazar los centros nodales en términos de mediación y proyectarse luego en función de la integración internacional no ya de las instituciones, sino de las sociedades, las identidades y las economías regionales y por ende los pueblos.       

América Latina ha sido observada siempre como  zona periférica que aporta al desarrollo de las estructuras de poder mundial y no como centro donde confluyen procesos económicos y sociopolíticos particulares. En la actualidad latinoamericana, la integración obedece a la necesidad de emerger en el panorama mundial salvando los elementos históricos de la tradición a partir de la existencia de una correspondencia entre el subcontinente y los centros mundiales del poder.

En la práctica, el estado nación latinoamericano adolece de madurez para intentar la integración espontánea de sus estructuras y proyectarse hacia otros ámbitos territoriales. La historia latinoamericana y los conflictos que perviven en el subcontinente así lo confirman. Solo Cuba, por el desarrollo logrado a escala social  ha podido proyectarse en el estímulo  de políticas públicas  en los campos de salud y educación hacia los países del subcontinente y el ALBA como proyecto, ya no como modelo, porque no posee un esquema fundamentado de integración y adolece de una metodología coherente en función de la misma, se encuentra lastrado de limitaciones en el plano teórico, institucional y financiero para acometer acciones de mayor envergadura.

El estudio de la región en América Latina hoy sería una de las vías expeditas para transitar hacia la desfronterización económica y sociopolítica en el área subcontinental, a partir del conocimiento y reconocimiento del  otro y sus características es posible acordar, dialogar y lograr entender las necesidades ajenas en función de las propias. Si el estado nación latinoamericano no ha podido reconocerse a si mismo en su interioridad, cómo es posible intentar vincularlo a otro. Y es a partir  de este intento que la región se convierte en centro de la problemática latinoamericana hoy.                


1 Border Regional in Transitions. Organización no gubernamental que agrupa a académicos de las Ciencias Sociales en el estudio de las fronteras donde ocurren conflictos regionales que afectan intereses sociales y económicos a escala global. El autor de la presente investigación participa activamente en dichos estudios como miembro de la Cátedra Andrés Bello de Integración Latinoamericana, y se presentó recientemente en el X Congreso de la organización celebrado en Chile en el año 2009 para analizar la frontera tripartita Bolivia-Perú-Chile y la frontera chileno-argentina de la araucanía.  

2 Boisier, Sergio. La construcción social del regionalismo latinoamericano (Escenas, discursos y actores). Publicado en la Revista del CLAD Reforma y Democracia. No. 2 (Jul. 1994). Caracas. 1994. pág. 5

3 Lenin, V.I. Resoluciones de la reunión de verano de 1913 del CC del POSDR. Tomo 24.Obras Completas. Editorial Progreso. Moscú. 1984. Pág. 65.