RODOLFO WALSH Y FRANCISCO URONDO, EL OFICIO DE ESCRIBIR

Fabiana Grasselli

Lecturas de un tiempo denso

Los estudios que se han ocupado de las temáticas que abordo son numerosos. El campo intelectual durante el período 1955-1976 aparece profusamente revisitado de los modos más diversos y desde múltiples formaciones disciplinares. Los trabajos de Beatriz Sarlo (1985), José Aricó (1988), Silvia Sigal (1991) y Oscar Terán (1991) son ineludibles porque constituyen estudios que abarcan los problemas y tópicos fundamentales de la historia intelectual del período, en tanto estos intelectuales se formaron durante los sesentas y fueron miembros de lo que el propio Terán denomina la “fracción crítica” y mayoritaria del campo intelectual de esos años (Gilman, 2003: 15). Además estos textos críticos, como dice la propia Sarlo, cabalgan en la tensión entre la biografía intelectual de una época y la autobiografía colectiva de una fracción de intelectuales, lo cual les otorga un cierto “plus testimonial” que habla de su naturaleza mixturada: son un estudio y al mismo tiempo una fuente (entendida en este caso como enunciados que recuperan una experiencia vivida).
Beatriz Sarlo plantea en Intelectuales: ¿escisión o mimesis?, su balance acerca de las relaciones entre intelectuales con la política durante los sesenta/setenta, una serie de explicaciones que dan cuenta del peso decisivo que la fracción intelectual de izquierda tuvo en el medio argentino a partir del ciclo de transformaciones ideológicas, políticas y culturales abierto en 1956. Su principal argumento señala que la Nueva Izquierda representó un momento del campo intelectual donde el trabajo cultural y el trabajo de producir nuevas perspectivas políticas habían encontrado un punto de encuentro (Sarlo, 1985). De modo similar, Aricó, en La cola del diablo, pone en perspectiva histórica la voluntad de intervención política de los intelectuales gramscianos de los sesentas, y señala el valor central que tuvo, para esta formación cultural, pensar el lugar de la intelectualidad en procesos de lucha social y su relación con los sectores populares. También afirma que Gramsci les permitió introducirse en “los grandes problemas nacionales” y les proveyó herramientas para construir un modo de praxis político-intelectual que les permitiera posesionarse de la totalidad histórica y ubicarse al mismo tiempo como especialistas y organizadores de voluntades (Aricó, 2005).
Sigal, por su parte, afirma que pensar sobre la cultura y producir bienes culturales en la Argentina ha constituido una empresa atravesada por conflictos de corte ideológico-político desde fines del siglo XIX y durante todo el siglo XX. Así, para entender el comportamiento que emprendieron algunos grupos intelectuales, resulta fructífero partir de una doble mirada, por un lado, atender a la relación entre campo político y campo cultural y, por otro, a la figura específica de los intelectuales (Sigal, 2002:16). De este modo, luego de revisar las configuraciones principales de intervención intelectual colectiva en el espacio público, la socióloga ubica la emergencia de la intelligentsia contestataria en los años sesentas y le atribuye la asunción de la misión de “portavoz de la nación, del pueblo y de la clase obrera” (Sigal, 2002: 17). Asimismo, Oscar Terán (1991) indaga en los avatares de la formación de la Nueva Izquierda en Argentina; describe una serie de núcleos ideológicos constituidos en el campo cultural argentino del período 1956-1966 que fueron portados por un conjunto de intelectuales “críticos”, “contestarios” o “denuncialistas”, quienes configuraron, para el caso argentino, la figura del intelectual comprometido y el modelo de intelectual orgánico.
Existen otros estudios dedicados al campo cultural e intelectual del período, que en este momento del estado del arte, son de cita obligatoria. Aunque consideran tipos de objetos distintos -los intelectuales, la producción literaria, las revistas y las experiencias artísticas- y sus modos de abordaje también son diferentes, presentan consensos importantes que, en términos amplios, refrendan las hipótesis de Sarlo, Aricó, Sigal y Terán. Así, el volumen dirigido por Enrique Oteiza, Cultura y política en los años ’60 (1997), reúne un conjunto de trabajos que analizan los vínculos entre diversas prácticas culturales y los contextos formacionales e institucionales. El conjunto de estos textos pone de manifiesto la articulación entre producción cultural y práctica política recorriendo experiencias estéticas, literarias, periodísticas y académicas, inaugurales para el período, y analizando su inscripción en las formaciones culturales y las instituciones de la cultura, así como su relación con los acontecimientos políticos.
Por su parte, Claudia Gilman, en su libro Entre la pluma y el fusil (2003) amplía con su investigación la perspectiva más allá del campo intelectual argentino, abordando un horizonte común de debates e intercambios entre los escritores de América Latina y haciendo un análisis exhaustivo de una nota definitoria de la época: la conversión del escritor en intelectual.
Ana Longoni y Mariano Mestman (2000) también se ocupan de las articulaciones entre campo intelectual y político a través del estudio de formaciones y problemáticas estéticas, como asimismo de experiencias de intersección y conflicto entre prácticas artísticas y prácticas políticas. Así recorren los principales hitos de lo que ellos llaman “el itinerario argentino del ’68” y hallan una inusitada conjunción entre vanguardias estéticas y vanguardias políticas. Andrea Giunta aborda los avatares del proyecto de internacionalización de las producciones artísticas desde sus inicios, en los años ‘50, hasta los dilemas nacidos del ‘68, momento a partir del cual, según la autora las relaciones entre arte y política se plantearon como relaciones ineludibles para los artistas argentinos (Giunta, 2008:21); Oscar Masotta (2004) indaga acerca de la revolución en el arte: el pop-art, los happenings y “el arte de los medios” en la década del ’60. También deben ser mencionados Néstor Kohan (1999) que ha realizado un trabajo sobre la mítica revista La rosa blindada; John King (1985) cuyo trabajo muestra las transformaciones en el campo del arte en relación al Instituto Di Tella; Jorge Rivera (1998) que reseña las características de algunas de las principales revistas culturales del período; Beatriz Sarlo (2001) que ha realizado un estudio panorámico sobre las ideas que estaban en debate entre 1943-1973, y José Luis de Diego (2003) que ha llevado a cabo una cuidadosa indagación sobre el período 1970-1986 con referencias al campo literario y a las revistas que marcaron los dilemas de los intelectuales de esos años: Nuevos Aires, Crisis, Los libros y El Ornitorrinco.
Estos libros han funcionado en la elaboración de mi trabajo a la manera de mapas con los que he realizado un recorrido por el escenario político-cultural de las décadas del sesenta y setenta. Ello me ha posibilitado identificar problemáticas, debates, configuraciones y procesos nodales del campo intelectual, en procura de perseguir el modo como dos intelectuales emblemáticos del período, Rodolfo Walsh y Francisco Urondo, respondieron a la particular relación entre arte y política en sus producciones escriturales.

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