GESTIÓN ESTATAL DEL SUBDESARROLLO Y DOMINACIÓN AUTORITARIA EN MÉXICO, (1934-2006).

Héctor de la Fuente Limón

2.1 El Imperialismo y la gestión estatal del desarrollo.


El imperialismo es una de las formas históricas del desarrollo del capital. Como propuesta teórica es resultado de la búsqueda de explicaciones desde la ciencia, en relación a las importantes transformaciones ocurridas en el seno del mundo capitalista a partir del último tercio del siglo XIX, en particular, el surgimiento de los monopolios a nivel del comercio mundial.
Según John Bellamy Foster la cuna de la noción del imperialismo económico, como algo opuesto al imperialismo en general, fue Estados Unidos, poco más de siglo atrás, con el ensayo de Charles A Conant “The Economic Basis of Imperialism” publicado en 1898 en la revista North American Review, quien arguyó que el imperialismo era necesario para absorber capital excedente frente a la escasez de oportunidades de inversiones rentables.
Poco tiempo después hizo su aparición un análisis más exhaustivo, motivado por las importantes transformaciones registradas por el imperialismo en esos años. En Imperialism: a study (1902),  John A. Hobson desarrollo una importante crítica a este fenómeno, señalando que en todas partes aparecían excesivos poderes productivos y excesivo capital en busca de inversión, que exceden el crecimiento del consumo, por lo que se pueden producir más bienes que los que pueden ser vendidos con ganancias. Hobson creía que el imperialismo se originaba en la posición dominante de ciertos intereses económicos y financieros concentrados, y que la solución se encontraba en reformas radicales que mejoraran la distribución del ingreso y las necesidades de la economía doméstica,  por lo que en su perspectiva, el imperialismo no era una condición intrínsecamente estructural al desarrollo del capitalismo .
Este tema, inicialmente atraído por los teóricos liberales, pasó a ser parte de los estudios marxistas en aquélla época, de los cuales, el trabajo de Vladimir I. Lenin representa tal vez el análisis más completo, que sintetiza, los avances de todo un periodo en el estudio del tema. En Imperialismo, fase superior del capitalismo, publicado en 1916, Lenin busca explicar la rivalidad inter-imperialista entre las grandes potencias, misma había conducido a la primera guerra mundial, vinculando el imperialismo al capitalismo monopolista. Con lo cual analizó una serie de factores que iban más allá de los abordados por los teóricos liberales, como la mala distribución del ingreso o los objetivos de ganancia de corporaciones monopolistas particulares.
Los cinco rasgos fundamentales que diferenciaban al capitalismo monopolista del capitalismo premonopolista, (y aquí hay que señalar que Lenin utilizaba al primero para caracterizar el imperialismo) son: 1) la creciente concentración y centralización de la producción y los capitales, así como el consiguiente surgimiento de diversos monopolios (trusts, cartels ) que, ya a comienzos del siglo XX, jugaban un papel decisivo en la vida de los diferentes países del mundo; 2) la fusión del capital bancario con el capital industrial para dar origen al capital y a la oligarquía financiera; 3) la importancia adquirida por la exportación de capitales con relación a la exportación de mercancías; 4) el carácter cada vez más especulativo y parasitario del capitalismo; y 5) la formación de agrupaciones monopolistas internacionales que, unidas a los Estados y gobiernos de las principales potencias capitalistas de la época, luchaban entre sí por repartirse el mundo.
Las aportaciones de Lenin se han convertido desde entonces en un referente imprescindible para el estudio del imperialismo, y no han podido ser superadas por desarrollos posteriores a su obra. Tal es el caso de la obra de Paul Barán y Paul Sweezy, El capital monopolista, donde los autores lejos de plantear nuevos desarrollos a la comprensión del tema, devuelven la discusión a los planteamientos subconsumistas de Hobson. Preocupados por explicar el problema de la generación y absorción de excedente en el modo de producción capitalista, concluyen que éste llega a crecer en valor absoluto y relativo a medida que el capitalismo se desarrolla, y  la manera en que el sistema da salida a dicho excedente se ha encontrado en el incremento de los gastos de los capitalistas y del sector público, en los gastos en publicidad y en los gastos militares. La ley de la tasa decreciente es sustituida por la ley del excedente creciente, con lo que la dialéctica materialista es despojada de todo poder explicativo, ya que ésta es llevada del ámbito de la producción al ámbito de la circulación de mercancías.
A pesar de la aportación de Lenin han quedado sin explicación importantes temas relacionados con el imperialismo. Atilio Borón señala que la teoría clásica del imperialismo no alcanza a explicar las importantes transformaciones que ha sufrido el modo de producción capitalista en el siglo XX, particularmente a raíz de la conclusión de la segunda guerra mundial, lo que representa tres desafíos principales :

  1. Se cuestiona una premisa decisiva de las teorías clásicas: la estrecha asociación existente entre imperialismo y crisis del capitalismo metropolitano, en cuya formulación la expansión imperialista era la solución a los irresolubles conflictos internos que originaba la crisis capitalista en las metrópolis. Esta afirmación fue puesta en entre dicho, de acuerdo al autor, por el auge del capitalismo en el periodo de posguerra, que duró treinta en el mundo capitalista.
  2. Se constata que la rivalidad económica entre las grandes potencias metropolitanas ya no se traduce en conflictos armados como la Primera y Segunda Guerras Mundiales, sino que ha sido sustituida por una lucha económica de particular ferocidad con procesos de integración económica supranacional y enfrentamiento entre bloques comerciales, que ha desembocado en una hegemonía norteamericana en el esquema imperialista.
  3. La expansión sin precedentes del capitalismo a lo largo y ancho del planeta se desarrolla de manera vertiginosa en la actualidad, particularmente tras la caída del bloque socialista. Han dejado de existir vastas regiones periféricas atrasadas que eran introducidas al torrente de acumulación capitalista a través del pillaje colonial, y que de hecho  motivaron los enfrentamientos por el reparto del mundo entre las potencias hegemónicas. Agotados los espacios de expansión territorio, el capitalismo aquel se vuelve contra la sociedad y desata un salvaje proceso de mercantilización universal. En todo caso el reparto territorial ha sido monopolizado por Estados Unidos, conservando aún su importancia la lucha por apropiarse de los valiosos recursos naturales como el petróleo y el agua. 

Estas atinadas observaciones a los problemas explicativos de la teoría del imperialismo en el capitalismo contemporáneo, están relacionadas con la forma en que la teoría ha enfocado la esencia del imperialismo, es decir, como un producto de la sobreproducción en el capitalismo, originada por la concentración y centralización de capitales.
Con ello la relación metrópoli-colonia queda restringida al ámbito de la circulación, lo que implica que el imperialismo es ante todo una cruzada comercial de los países metropolitanos, que pasó de la colocación de mercancías a la colocación de capitales en mercados cautivos a partir del poder adquirido por el capital financiero. En este sentido, la posición de los centros hegemónicos en el concierto de las naciones está determinada por el éxito que tengan en esta empresa y al poderío militar con que la respalden.
Sin embargo, si esto fuera así, los países colonizados estarían destinados a permanecer subordinados a los centros coloniales a medida que el capitalismo se desarrolla, profundizando además dichos nexos en la medida en que la relación imperial se desenvuelve. Lo que no deja otra alternativa a los países colonizados más que romper todo vínculo con los centros hegemónicos y esto no puede ocurrir más que buscando una ruta alternativa al capitalismo. Tal era en síntesis el razonamiento de la teoría de la dependencia para explicar el caso latinoamericano.
Pero este hecho ha sido negado una y otra vez por la historia, en la medida en que países atrasados en otras latitudes han logrado romper dichos lazos dentro del capitalismo y desarrollarse económicamente después del surgimiento del capitalismo monopolista. Tal es el caso de los llamados tigres asiáticos y más recientemente China, India e incluso Brasil, países que se encuentran en la misma ruta.
En realidad, los dos polos que caracterizan la relación imperialista se han internalizado mutuamente al nivel de las relaciones sociales de producción, y no únicamente al nivel de la circulación, como nos dice la teoría clásica del imperialismo. Es la diferente organización de la relación de capital lo que ha consagrado la existencia de países desarrollados por un lado y subdesarrollados por otro, así como la relación imperialista entre ellos. No es la exportación unilateral de capitales -como se puede desprender de la obra de Lenin- la esencia del imperialismo, sino la organización social que la consolida en su interior a partir de las relaciones  asimétricas que se establecen entre ambos tipos de países, y que determina las formas concretas en que habrá de descansar la acumulación en ellos. Por lo tanto, es el monopolio en el desarrollo de las fuerzas productivas por unos países, lo que fundamenta al imperialismo. Como ya lo hemos mencionado, el desarrollo de la gran industria, el progreso tecnológico y la expansión económica van de la mano, y en ese sentido, los países subdesarrollados, con una incapacidad estructural para generar progreso, no están en condiciones de definir los rumbos de su expansión ni mucho menos de imponer sus condiciones para ello. 
Desde esta perspectiva, estamos en condiciones de caracterizar el imperialismo como: “[…] un sistema de dominación económica, política y cultural del cual los países avanzados se valen en sus esfuerzos por conquistar y/o sostener la hegemonía sobre el resto del mundo. Surge como resultado del desarrollo en unos países de la relación de capital que dio origen a la organización del trabajo general para procesar las aplicaciones productivas de la ciencia, al tanto que en otros países ese mismo desarrollo esta obstruido.”
Así encontramos los límites que este tipo de relaciones imponen a la soberanía en el mundo subdesarrollado dentro del imperialismo. En nuestros países no se puede hablar de una base nacional del capital, ya que como hemos observado, la acumulación descansa en el trabajo general que se genera en los países desarrollados. Por tal razón, la burguesía nativa nunca ha estado interesada en impulsar la generación de ese trabajo general localmente, ya que la base técnica con que opera estructuralmente está condicionada por la importación del progreso técnico generado en los países desarrollados, y esto condiciona a su vez su proceso de crecimiento, el cual va estar orientado hacia la internacionalización.
En este sentido, la burguesía local de los países subdesarrollados fácilmente opta por una forma de acumulación que descansa en la generación de progreso en el polo desarrollado. Es ahí donde descansan las condiciones para su sobrevivencia y expansión. Esto genera una burguesía local altamente pro imperialista, ya que sus intereses en tanto clase dominante, coinciden ampliamente con los de las burguesías de los países desarrollados, quienes a su vez operan también como clase dominante, en razón de su posición privilegiada dentro de las relaciones imperialistas.
Esta situación imprime una característica particular al Estado en el subdesarrollo, aquí la clase dominante no la constituye una burguesía local solamente sino también la burguesía de los países desarrollados, cuyos intereses se encuentran a su vez vinculados a los de la burguesía del país subdesarrollado. De la forma concreta que adopte el patrón de crecimiento económico, dependerá la forma en que se articule el bloque dominante dentro del Estado, constituido por fracciones de clase de ambos polos pero dirigidos por aquellas del país desarrollado.
Apostar por una ruta alternativa de acumulación, necesariamente tendría que contemplar una ruptura política respecto al centro hegemónico. Los costos de esta apuesta para la clase empresarial local son estimados tan altos, que históricamente los intentos por buscar una ruta autónoma hacia el desarrollo en la región han sido una consecuencia de factores externos generados en los países desarrollados que alteran la dinámica de las relaciones imperialistas, y no como consecuencia del impulso a un proyecto cuyo objetivo sea la gestión originaria del desarrollo.
Esta dependencia generada por el subdesarrollo de la relación de capital, además de generar dominación económica, crea una base social, política e ideológica para la reproducción de las relaciones imperialistas, que se manifiesta a través de múltiples vínculos de dependencia del polo subdesarrollado hacia los países avanzados de diferentes tipos: financieros, educativos, militares, culturales, jurídicos y un gran etcétera.
Entre los países desarrollados, la lucha por la hegemonía económica en el mercado mundial descansa sobre la gestión del Estado en la generación de progreso. Éste es motivado ahí, porque los grandes grupos del capital internacional ahí concentran su inversión, con miras a mantener o mejorar su posición, a través de la inversión en el desarrollo de ciencia y tecnología aplicada a los procesos productivos, para la generación o mejoramiento de ciertos productos. Pero es el respaldo de los Estados nacionales en el polo desarrollado, tanto como capitalistas colectivos como garantes de los intereses de la clase dominante, lo que determinará su posición en el mercado internacional, a través del imperialismo como la forma por excelencia para controlar o hacerse de más mercados.
En este sentido, podemos encontrar tres periodos de las relaciones imperialistas en la región, en los cuales se han alternado las formas históricas de acumulación en el subdesarrollo (crecimiento absoluto y crecimiento relativo):

  1. El periodo liberal. El periodo que corre de la segunda mitad del siglo XIX a la década de 1930, caracterizado por la hegemonía política de las clases agromineras y del capital extranjero, la existencia precaria del Estado nacional, el predomino de la producción para la exportación sobre el mercado interno, el libre mercado y la penetración del capital financiero en la economía.
  2. El periodo desarrollista. Antecedido en algunos países como México, Brasil y Argentina, por la consolidación de un periodo populista, este espacio de tiempo corre de los años cuarenta a la década de los setenta, aquí el imperialismo se basó en el eclipsamiento, más que desplazamiento, de las clases agromineras colaboradoras y el surgimiento de una burguesía desarrollista,  el fortalecimiento del estado nacional, el predominio de la producción para el mercado interno y el fortalecimiento de éste, el crecimiento de las industrias nacionales, los regímenes de control de cambios y los bancos nacionales.
  3. El periodo de la globalización neoliberal. Los años setenta fueron la transición de un periodo de reforma liberal y desarrollo nacional bajo el auspicio del “viejo modelo económico” de nacionalización, regulación y protección del estado  (así como la sustitución de algunas importaciones mediante la industrialización), a un proceso de desarrollo capitalista neoliberal y la profundización de la integración de la economía latinoamericana a los Estados Unidos. Hacia la década de los ochenta y la primera mitad de los noventa, se consolida la vuelta al patrón de crecimiento económico orientado a las exportación, regresa el señorío del capital financiero, el libre mercado y la consolidación de los monopolios internacionales en las economías nacionales a través de la privatización masiva de empresas públicas y la desnacionalización de bancos, industrias, telecomunicaciones, servicios energéticos estratégicos, etc. Esto implica la profundización de las relaciones imperiales hacia la concreción de un área de libre comercio en toda la región, que no es otra cosa que la apropiación de los mercados nacionales norteamericanos por el imperio.

El imperialismo en estas tres fases ha determinado una nula gestión estatal del desarrollo, con repercusiones sociales muy importantes en el polo subdesarrollo, y el análisis del caso mexicano es particularmente ilustrativo de esta condición.

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