Tesis doctorales de Economía


MICHEL FOUCAULT Y LA VISOESPACIALIDAD, ANÁLISIS Y DERIVACIONES

Rodrigo Hugo Amuchástegui




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Los límites de los geógrafos

Claude Raffestin es un reconocido geógrafo suizo, especializado en la “comprensión de los fenómenos de apropiación espacial y de territorialización del espacio”. Su teoría diferencia espacio de territorio, de manera que podemos decir sintéticamente que por territorio se entiende al espacio sometido a la acción humana, o específicamente que “el territorio es una reordenación del espacio cuyo orden debe buscarse en los sistemas informacionales que dispone el hombre en tanto pertenece a una cultura” (Raffestin 1986: 177).

Su libro más conocido es Pour une géographie du pouvoir (1980), y allí se evidencian sus influencias foucaultianas al decir, por ejemplo: “El espacio es la prisión original, el territorio es la prisión que los hombres se dan a sí mismos”. De él se ha afirmado que, fuera del ámbito de habla inglesa, ha hecho en la década del 70 y 80 la contribución teórica más importante a la geografía social (Fall 2005). Reconoce que La voluntad de saber de Foucault ha sido lo que le ha permitido repensar el poder y su vinculación con la geografía.

Si Soja aparece proponiendo y justificando una nueva geografía derivada de ideas proporcionadas, en buena parte, por Foucault, el breve artículo de Raffestin al que nos referiremos en primer lugar “Foucault aurait-il pu révolutionner la Géographie?” (1997), desde el título, aparecería poniendo en duda esa posibilidad. En realidad –y como lo reconoce– el título está adaptado del de Paul Veyne, Foucault revoluciona la historia (1971 [1984]), y su respuesta es que el empleo de Foucault para la geografía podría modificar la actual perspectiva de esta disciplina.

El artículo mencionado nos interesa, no solo porque aporta otra consideración de Foucault en relación al espacio y en particular a la geografía, sino porque introduce la visión de un franco parlante. Estricta y obviamente, son las argumentaciones –que toman un aspecto diferente a las de Soja, que no aparece siquiera nombrado– las que lo hacen relevante para incorporarlo a nuestro trabajo.

Raffestin entiende que la obra de Foucault, en particular la problemática del poder, podría considerarse como un obsequio que se hace también a los geógrafos, pero éstos, a diferencia de lo que ha ocurrido en otras disciplinas humanas, no han sido buenos receptores.

La geografía –afirma– no trata con formas, con objetos morfológicos, sino con relaciones, pues ella es la “explicitación del conocimiento de las prácticas y de los conocimientos que los hombres tienen de esta realidad material que es la Tierra” (Raffestin 1997: 141). Esta concepción relacional aparece atribuida directamente a Foucault.

El enfoque de su análisis está dirigido a presentar una analogía con El nacimiento de la clínica, junto a la crítica del pensamiento geográfico contemporáneo. Se lamenta que los geógrafos no hayan sabido revolucionar su propia disciplina, preguntándose por el nacimiento de la mirada geográfica siguiendo, en consecuencia, el hilo del análisis foucaultiano del nacimiento de la mirada clínica. Y este problema radica en cómo los geógrafos han considerado su propia mirada:

“La mirada geográfica no es, en su origen, una mirada identificada con algún dominio de la experiencia: es una suerte de mirada ciega, es decir que se deja invadir por todo lo inesperado, eventualmente maravilloso, de lo visible. La razón de ser de la mirada geográfica, o lo que se puede llamar así, se agota en una descripción que no tiene destinatario”. (Raffestin 1997: 142)

Esa mirada, que llama de voyeur, “se querría cada vez original y primera y por lo tanto fundadora” (1997: 142).

Justamente es por el lado de la medicina que encuentra un antecedente para la geografía en la figura de Hipócrates (c. 460-c. 377 a.C.), quien ha asociado la superficie corporal a las características de la superficie terrestre:

“El médico ... al llegar a una ciudad desconocida para él, no ignorará ni las enfermedades locales ni la naturaleza de las enfermedades generales, de modo que no dudará en el tratamiento ni cometerá errores en los que caería aquel que no hubiese profundizado en estos datos esenciales”. (Citado en 1997: 142)

Raffestin encuentra que la relación entre geografía y cuerpo humano está presente en Foucault y, en particular en la siguiente cita: “cuando Foucault escribe que ‘el cuerpo humano constituye por derecho de naturaleza el espacio de origen y de repartición de la enfermedad’ (Foucault 1963: 1), él toma la imagen de la geografía a través del atlas anatómico” (Raffestin 1997: 143).

El médico inglés Thomas Sydenham (1624-1689), iniciador de la clasificación moderna de las enfermedades, “iniciador del pensamiento clasificatorio”, dirá Foucault (1963: 21), es otro de los exponentes que aportan para una “conciencia histórica y geográfica de la enfermedad” (Raffestin 1997: 143). Pero el aporte más complejo está en la ya planteada correlación entre lo visible y lo enunciable. Así cita Raffestin a Foucault:

“El problema teórico y práctico que se ha planteado a los clínicos ha sido saber si sería posible hacer entrar en una representación espacialmente legible y conceptualmente coherente, esto que señala una sintomatología visible, y esto que señala un análisis verbal de la enfermedad”. (1963: 113)

Esta correlación legible-visible es lo que Foucault ha seguido en esta genealogía de la mirada clínica, y que Raffestin presenta como genealogía que también debería seguir la geografía: “El trabajo que él ha hecho sobre el nacimiento de la clínica habría podido ser emprendido sobre el nacimiento de la mirada geográfica. Ningún geógrafo, según mi conocimiento al menos, se ha preocupado del nacimiento de esta mirada” (Raffestin 1997: 144).

Y, sin embargo, le parece extraño este desinterés puesto que “la geografía ha estado, desde Alexander von Humboldt, enteramente fundada sobre esto que yo llamo gustosamente el totalitarismo del ojo” (1997: 144).

En particular, la problemática del paisaje, que pone en juego una mirada intencionada, no parece haber sido un elemento que concitase la suficiente reflexión entre sus colegas. Pues, si bien el paisaje da cuenta de una nueva relación entre el hombre y la naturaleza a partir del siglo XVII, en la misma época en que Foucault se detiene a analizar el nacimiento de la clínica, se lo sigue considerando desde la mencionada mirada pura, descriptiva, sin que se adviertan los diferentes elementos que se ponen en juego. Se mantiene una mirada exterior, o como dijimos antes, morfológica y que, por lo tanto, se detiene en los objetos y no en las relaciones. No se advierte en qué medida el lenguaje modula lo que se percibe. La no problematización entre mirada y lenguaje se muestra en que al paisaje se “lo describe o busca describirlo sin verdaderamente saber lo que pasa aguas arriba, en la relación que construye la mirada que se enraíza en una lengua de la que no se preocupa ya más: la mirada y la lengua están ahí, a disposición y no son más cuestionadas” (1997: 145).

Raffestin entiende que si los geógrafos hubieran sido sensibles al modo en que los pintores se vincularon con el paisaje, es decir, en una relación entre mirada sobre el objeto, paleta y pincel hubieran tenido conciencia de las prácticas que limitan el quehacer propio:

“Mientras que el pintor explicita la práctica y el conocimiento de la relación que él tiene con la realidad material, dicho de otro modo, él delimita y proyecta esto que ve en él, el geógrafo es ciego para las formas visibles y no restituye sino morfologías naturales o humanas, sin ser totalmente conciente de las prácticas y conocimientos que condicionan su visión”. (1997: 145)

Pero ni los geógrafos han reflexionado sobre su práctica, ni la habitual dupla hombre-medio da cuenta del verdadero problema. Los geógrafos tienen asumida la tradición de mirada neutra que les ha imposibilitado el descubrir el modo en que el mismo geógrafo está involucrado, o mejor dicho, el mismo hombre, está involucrado en la relación con el paisaje. Por el contrario, no solo el pintor, sino también el arquitecto, el ingeniero y el militar sirven como ejemplo de esa relación de implicación sujeto-objeto, de movilización por una intención externa, por prácticas que modifican, y no por una actividad simplemente contemplativa.

Esta posición tiene sus matices si uno se remonta a los geógrafos del siglo XVIII-XIX. Un viajero, investigador de la naturaleza y de la geografía, como Alexander von Humboldt (1769-1859), más allá de mantener su interés en la mirada desapasionada, en la “descripción exacta y precisa de los fenómenos”, presenta manifestaciones de vuelo literario que dan cuenta de la existencia de un sesgo inevitable en la presentación de paisajes. Así dice:

“Unas veces es la grandeza de las masas, la lucha de los elementos desatados o la triste desnudez de las estepas, como en el norte de Asia, los que excitan nuestras emociones; otras, bajo la inspiración de sentimientos más gratos, es el aspecto de los campos que llevan ricos cultivos, es la casa del hombre al borde del torrente, la salvaje fecundidad del suelo vencido por el arado”. (Citado en 1997: 146)

Por su parte, Paul Vidal de La Blanche (1845-1918) refiriéndose a las montañas de Vosgos y su floresta muestra también su subjetividad lírica:

“En todas partes acosa la imaginación o la vista. Ella es la vestimenta natural de la comarca. Bajo el abrigo oscuro, tornasolado por el claro follaje de las hayas, las ondulaciones de las montañas están encerradas y como amortiguadas. La impresión de la altura se subordina a la de la floresta”. (Citado en1997: 148)

A pesar de ello, la falta de reflexión sobre las prácticas involucradas en el hacer geográfico, el desconocimiento de que lo que realmente existen son relaciones, sigue siendo la posición dominante. Ello quizá se deba a cierta evidente permanencia del objeto disciplinar, a cierto predominio de las formas espaciales sobre sus significaciones.

En síntesis, Raffestin sostiene la posibilidad de revolucionar la geografía, especialmente si se reconsidera ésta mediante una vuelta a Foucault, y a una filosofía de la relación, en particular desde la valoración de la mirada presente en El nacimiento de la clínica.

En un trabajo posterior (Raffestin 2005), se pregunta por la actualidad de Foucault, en la medida en que su pensamiento sirva para repensar cuestiones contemporáneas, en las que, de un modo u otro, la cuestión geográfica se mantiene presente. En este sentido, observa que la concepción foucaultiana de la biopolítica, y el biopoder, servirían –aunque no desarrolla Raffestin cómo sería su empleo– para entender los efectos del tsunami que asoló diferentes localidades de Asia durante diciembre del 2004. Pero también menciona dos desastres naturales del siglo XVIII, como el terremoto de Lisboa de 1755 y el de Calabria y Mesina de 1783. Aunque estos fenómenos no hayan sido tratados por Foucault, es interesante la diferencia entre el orden de explicaciones que Raffestin encuentra para los dos últimos. El primero fue explicado en su momento histórico por coordenadas teológicas, como ser venganza divina. Por el contrario, para el terremoto italiano se “invocarán explicaciones científicas, ciertamente poco satisfactorias, comparadas con las explicaciones actuales, pero que revelarán, sin embargo, un cambio profundo en la manera de acercar el problema de la catástrofe llamada natural” (2005).

Es decir, el interés de la perspectiva biopolítica estaría centrado en los trastornos originados, donde el tejido social se deshilacha “por las transformaciones de los comportamientos concomitantes al desmoronamiento de las normas civiles y de las normas religiosas”, y donde, por lo tanto, entra en crisis “la gestión de la población”.

Esta temática es introducida en relación a la publicación de los cursos que Foucault dio en el Collège de France de 1977-78 “Seguridad, territorio y población” (2004) y de 1978-1979 “Nacimiento de la biopolítica” (2004). Raffestin afirma que lo que Foucault está haciendo es “antropología filosófica de la población en el espacio”, en el primer caso, en tanto “es necesario saber administrar el acontecimiento que tiene implicaciones para la población: enfermedades y epidemias, escasez y hambrunas, regulaciones de los precios, disciplina, leyes y normas, adiestramiento y control” (Raffestin 2005). Aquí la población es considerada en su doble aspecto de especie biológica y de público que emite sus opiniones.

El segundo curso se centrará en la “antropología económica” y en el liberalismo, con el surgimiento del homo oeconomicus. Por ejemplo, en su análisis de la justicia penal analizará “el costo de la delincuencia, de la práctica jurídica y de la institución judicial en sí misma” (Raffestin 2005).

Por último, se refiere a la obra Imperio (publicada en el 2000) de Michael Hardt y Antonio Negri, quienes utilizan el concepto biopolítica foucaultiano, pero apropiándose de su autoría. Así cita a éstos:

“En la post modernización de la economía mundial, la creación de riquezas tiende a aumentar hacia esto que nosotros llamaremos la producción biopolítica, es decir, la producción de la vida social misma en la que la economía, la política y la cultura coinciden cada vez más y se invisten mutuamente”. (Citado en Raffestin 2005)

Si el texto anterior terminaba reconociendo la necesidad, de parte de los geógrafos, de releer a Foucault, aquí lo valoriza en lo que su pensamiento tiene de actualidad o de actualizable. Es decir, “la obra de Foucault no ha terminado todavía de fecundar el pensamiento contemporáneo justamente porque ella es una ‘ruptura’ y en consecuencia una oportunidad fantástica para aprender a pensar de otra manera” (Raffestin 2005).


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