Tesis doctorales de Economía


EL TIEMPO LIBRE EN CONDICIONES DE FLEXIBILIDAD DEL TRABAJO: CASO TETLA TLAXCALA

María Áurea Valerdi González




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3.3 Proceso de Industrialización en México.

En este apartado me interesa mostrar algunos elementos históricos que nos permitan grosso modo ubicar el papel del Estado, de la naciente burguesía, del partido político y de la injerencia extranjera, en un franco proceso de consolidación del capitalismo en México, con la intención de comprender el origen del proceso de industrialización y su vinculación con otros actores sociales. En este proceso, el tiempo de trabajo y el tiempo libre son una construcción social que tienen condiciones histórico-sociales específicas, de ahí que sea importante saber que lo que pasa en el ámbito del trabajo, nos permita entender lo que sucede en el tiempo libre.

México al igual que algunos países latinos ha tenido su propio proceso de industrialización, como país capitalista se encuentra inevitablemente enlazado con la economía mundial y de manera muy especial con la de Estados Unidos. No es desconocido el hecho de que la Segunda Guerra Mundial representó para México la coyuntura esperada a fin de iniciar una etapa de industrialización acelerada, “el desarrollo y la estructura actual de la industria mexicana han estado fuertemente determinados por los cambios que ha venido sufriendo el sistema capitalista internacional a partir de la crisis 1929-33, período en el que se inicia una nueva etapa en el desarrollo global del capitalismo” (Cordera y Orive 1981: 154). El gobierno mexicano en este período asumió desde el principio el papel de vanguardia de los intereses históricos de una burguesía contradictoria y débil, incapaz de realizar las transformaciones que exigía el desarrollo capitalista del país. Vía la llamada reforma agraria, la expropiación petrolera, la organización de los trabajadores en sindicatos y su integración al aparato del poder, lo que favoreció la acumulación de capital (Cordera y Orive 1981).

La industrialización para los países de América latina era como el paso necesario para crear un mecanismo primero de “desarrollo hacia dentro” con la Primera Guerra Mundial. Después a través de lo que conocemos como sustitución de importaciones, con la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra. Se presentó entonces la necesidad de hacer coincidir las exigencias de la estructura económica con la llamada “superestructura” de la sociedad (Dos Santos 1970), diríamos en ajustar las formas de trabajo, con las formas de vida. Fue durante los años veinte que en México se empezaron a hacer algunas grandes fortunas, sobre todo en el marco de la reconstrucción económica y de las reformas del gobierno callista , de las viejas fortunas porfirianas casi no quedó ninguna. Para 1967 la mayoría de las fortunas eran nuevas, mismas que empezaron a formarse en 1939, aunque concentradas en el Distrito Federal incluía otros estados entre ellos Puebla y Veracruz como los más cercanos a Tlaxcala (Aguilar 1988).

La aparición de esta nueva clase, requería también establecer vínculos con el partido político en el poder que les permitiera asegurar su futuro, lo que le faculta afirmar a Alonso Aguilar (1998) (con información reunida por otros autores), que muchos de los nuevos ricos de esa época “están en el PRI y prácticamente todos están con el PRI” (Aguilar, 1988: 76). Estar ligados al gobierno y al partido oficial les permitía obtener favores que los hacía cada vez más poderosos políticamente. No obstante este pequeño grupo de capitalistas empezaba a estrechar relaciones con consorcios del exterior y prefería el extranjero en educación para sus hijos, al igual que para compra de enseres, ropa, viajes, consumo cultural, diversión en una actitud francamente “malinchista ” (Aguilar 1988).

Felipe Leal (1976) comenta que uno de los recursos del estado mexicano para 1939, no solo era controlar los sectores más importantes de la economía, sino expedir indirectamente leyes, controles, subsidios y aranceles que le posibilitaban promover la industrialización de México. También colocó bonos para captar recursos, obtener préstamos de la banca extranjera y seleccionar, avalar y promover las nuevas inversiones industriales en el período 1940-1945 (Leal 1976). Para este autor una de las formas para captar recursos era otorgar beneficios para la inversión, por eso, “el Estado Mexicano mantiene constantes esfuerzos en ese período para incrementar la acumulación de capital, favoreciendo a las transnacionales para quienes los bienes y servicios producidos por el Estado se venden a los capitalistas por debajo de sus costos de producción” (Leal 1976: 110). Indudable que todos los esfuerzos estaban encaminados a promover el desarrollo, “para 1946 el clima nacional y la mentalidad oficial estaban ya conformados para hacer de la industria el objetivo predilecto del gobierno y de la iniciativa privada” (Cosío 1990: 89).

Uno de los aspectos considerados por los teóricos del desarrollo es su vinculación con Estados Unidos como el representante del capital mundial considerado un imperio, por ello señalan que, en el marco de una nueva etapa de industrialización, “la necesidad de incrementar la exportación de bienes manufacturados y los mayores requerimientos tecnológicos, tienden a que el capitalismo mexicano acentúe sus lazos de subordinación al imperialismo estadounidense” (Leal 1976: 56). Por lo mismo, no es desconocido que después de la Segunda Guerra Mundial se hizo evidente que la reproducción internacional del capital era capaz de englobar a los aparatos estatales de los países dependientes, por más nacionalistas que fueran. La absorción se dio mediante la creación de organismos y agencias multilaterales, establecidas por convenios, acuerdos, o conferencias de jefes de estado. Como expresión de la hegemonía estadounidense sobre el conjunto de los Estados capitalistas, se crearon en 1944, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF) hoy conocido como Banco Mundial (Leal 1976).

Específicamente “en América Latina, los Estados Unidos auspiciaron la formación de la Organización de Estados Americanos (OEA), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALAC), es por intermediación de estos organismos como se concretan los intereses y los proyectos de las empresas transnacionales, que están en la base de la producción y exportación de capital, de América Latina a los Estados Unidos” (Leal 1976: 58) El Estado mexicano es, pues, un Estado capitalista dependiente. Su misión primordial en este período consiste en promover el desarrollo capitalista del país dentro de condiciones impuestas por el sistema hegemónico.

Otro factor que ha propiciado la acumulación de capital sobre todo a partir de los años cuarenta, es indudablemente el aprovecharse del trabajo asalariado, “desde que surgió una burguesía nacional que, pese a su dependencia directa o indirecta respecto al capital extranjero, retiene para sí un aparte sustancial del excedente de trabajo que el pueblo crea”, favorecido por los rápidos avances técnicos que configuran el patrón de desarrollo. En consecuencia “la riqueza social y el ingreso se distribuyen en forma siempre perjudicial para las masas y para los pequeños productores” (Aguilar 1988: 81). Junto con lo anterior contribuyeron en este proceso de acumulación por ejemplo, la inflación que implica el aumento constante de precios derivado de las contradicciones del capitalismo y desequilibrios entre la producción y el consumo, en consecuencia se propicia en varios sectores de la economía la especulación.

El mercado de bienes raíces es un claro ejemplo de la inflación en esta época, el impulso al proceso de urbanización facilita la adquisición de propiedades baratas, a costa del despojar de sus modestas casas a centenares de familias pobres y vender a precios que dejen un alto margen de ganancia, situación que no sólo se dio en el D. F. sino que se extendió al campo con enormes beneficios. Un elemento más ha sido “la política de bajos impuestos y bajos salarios, ligada a la inmoralidad administrativa y, en general, a la corrupción reinante en los más diversos círculos…” que contribuyó a la formación de grandes fortunas, no solo los factores socioeconómicos sino también políticos han influido en el enriquecimiento de una minoría privilegiada (Aguilar 1988: 87). Para el período 1940-1960 estamos hablando del “carácter monopolista del sistema del PRI, la debilidad del Congreso de la Unión, la inexistencia de partidos independientes, agrupaciones que no defienden a sus agremiados, que contribuyen a mantener un estado que favorece los intereses de la clase dominante” (Aguilar 1988: 87).

En lo que va de 1950 a 1967 la industrialización provocó un crecimiento en bienes manufactureros que contribuyeron a “fortalecer la imagen de un México cada vez más moderno y alejado del mundo de las necesidades elementales” (Cordera y Orive 1981: 159). Según Rolando Cordera (1981), justamente de esta situación se deriva la clave de su atadura al sistema capitalista internacional, en cuyo proceso se manifiesta la polarización social, pues no todo el país entra dentro de este contexto. Como bien resumen estos autores, el desarrollo industrial de México estuvo sostenido por un elevado ritmo de inversión pública y privada, por una política pública orientada explícita y globalmente al fomento de la industrialización y por una fuerza de trabajo “dócil” y controlada por el Estado (Cordera y Orive 1981). Al producir esencialmente para los capitalistas, que consumen bienes cada vez más elaborados, si el capital se internacionaliza ¿por qué no se van a internacionalizar los gustos de los dueños? En un mundo donde el cúmulo de necesidades insatisfechas va aumentando por la dinámica de creación de nuevas necesidades (Cordera y Orive 1981), a través de la mercadotecnia como anotamos en otro apartado.

Para 1967 a pesar de que México tenía una producción importante en algunos rubros como el acero, el cemento o ácido sulfúrico no llegaba a ser representativa de una economía industrial, pues no alcanzaba los niveles de otros países latinoamericanos como Argentina o Chile en acero y mucho menos al nivel de Inglaterra, Francia o Alemania (Aguilar 1988). Los censos industriales para 1965 ya mostraban una concentración de capital si consideramos que las 8 mil empresas más grandes, “que en conjunto apenas representan el 1.3% del total de establecimientos, se advierte que controlan el 71% del capital” (Aguilar 1988: 52). Como bien menciona Aguilar (1988) la concentración no se limita a una rama sino abarca a otros sectores económicos como la agricultura y la ganadería y los servicios. En este último se incluyen los seguros, la banca, las sociedades financieras, e incluso la concentración y centralización del capital se aprecia en la publicidad y en prácticamente todos los medios de difusión, en general de propiedad extranjera (Aguilar 1988).

La vinculación con otras instituciones de carácter internacional era fundamental, por ello “en los años setenta se insistía mucho sobre la necesidad de impulsar la venta en el exterior de productos manufacturados, para todo lo cual el gobierno había fomentado negociaciones de diverso carácter –bilaterales y multilaterales- y en especial la participación mexicana en la ALAC y el comercio con Centroamérica” (Carmona 1988: 221). No es sorprendente entonces, que la relación de México con el resto del sistema capitalista occidental se haya estrechado conforme se ha venido consolidando en la sociedad mexicana el modo de producción capitalista, lo que se puede apreciar desde muy diversos aspectos de la vida económica del país. En especial ya en los años setenta, se hablaba del “predominio de las costumbres y la cultura de las sociedades capitalistas desarrolladas sobre la sociedad mexicana, en particular sobre las capas medias y altas que viven en las ciudades” (Cordera y Tello 1990: 15)

Muchos teóricos mexicanos, principalmente desde la economía política, adoptaron los planteamientos que nacieron de la corriente dependentista, en la que se postulaba a los países de América Latina como subordinados al desarrollo capitalista central, en especial de Europa y Estados Unidos. En igual sentido, sus efectos en cada país debían pasar por una reestructuración económica: en la organización del trabajo y de la producción, en el consumo y en las formas de vida del conjunto de la sociedad (Ianni 1998, Cordera y Tello 1990), como una manera integral de recibir los beneficios.

Ya al final de la década de 1970 se pensaba que el proyecto de reestructuración global del capitalismo, que preconizaba el gran capital financiero y transnacional probablemente adquiriera una mayor presencia, no obstante la poca viabilidad que pudiera tener en su conjunto (Cordera y Tello 1990). Hoy es un hecho consumado, nos integramos como continente a la estrategia del capitalismo avanzado en esta nueva división internacional del trabajo. “Por su parte los pueblos del Tercer Mundo continuarán su lucha universal, a la vez profunda e inevitablemente desigual y heterogénea, por alcanzar garantías ciertas de sobrevivencia y un lugar reconocido en el sistema internacional” (Cordera y Tello 1990: 17).

La producción de bienes y servicios en México tuvo prioridades que correspondían a las de un país con ingresos y necesidades diferentes, como si se tratara de un país desarrollado. “La producción así organizada se ha dirigido a satisfacer un mercado relativamente reducido, determinado casi de manera absoluta por la alta concentración del ingreso, dejando al margen a la gran mayoría de la sociedad que padece niveles extremos de pobreza” (Cordera y Tello 1999: 33). Asimismo, se decidía la localización de las empresas por la cercanía a los pocos y grandes centros de consumo.

Esta característica tan marcadamente urbana del proceso de industrialización llevó aparejado un abandono relativo, tanto privado como público, de regiones del país donde existen recursos naturales suficientes para promover el desarrollo… “Tal modelo de crecimiento se ha basado en un proceso de industrialización encaminado a tener altas ganancias, para lo cual se orientó a satisfacer la demanda de los estratos sociales medios y altos postergando para un futuro incierto la satisfacción de las necesidades reales de la población y el desarrollo de otros sectores de la economía” (Cordera y Tello 1990: 71). Este desarrollo desigual y combinado (como diría Samir Amin) muestra cómo las condiciones de existencia de las actividades productivas no eran “simples desigualdades de grado, constituyen situaciones heterogéneas de tipo estructural que se reproducen en el tiempo y tienden a afianzarse en el espacio” (Cordera y Tello 1990).

Consolidar el proceso de industrialización en México suponía no solo un sistema político acorde o incentivos fiscales y arancelarios, privilegiar las capas sociales medias o fortalecer los medios de comunicación, sino contar una representación oficial que hiciera posible esto. En este sentido, Cosio Villegas (1990) muestra la existencia de una serie de hilos invisibles que le daban a la figura presidencial todo el poder desde la Constitución de 1917, para manejar al poder legislativo y al judicial e incluso a aquellos que tenían una relativa cercanía como los empresarios, en la idea de que sujeción al poder ejecutivo era mucho más lucrativa que la independencia. Los grupos de presión como se suponía no eran los campesinos, los obreros o las clases bajas, “sino los banqueros, los comerciantes, los industriales y los agricultores que explotan la agricultura comercial” (Cosío 1990: 72).

Lo que podría ser una fuente de contención y crítica al poder oficial es la llamada “opinión pública” que para los años de análisis (1970) de Cosío estaban ligados al poder ejecutivo a través de una serie de controles, el libro, el cine, el teatro, la radio, la televisión y la prensa por mencionar los medios más representativos desde entonces. Es mediante la censura que se ejerce con rigor en el teatro y el cine como se limita su desarrollo. La radio y la televisión no eran en los años setenta órganos informativos que permitieran la formación de opinión pública, la prensa también estaba limitada, pues pocos podían ser realmente independientes dados los costos para su modernización, aunado a ello el papel solo podía ser importado por el Estado (Cosío 1990). Hoy aunque no ha cambiado en mucho la presencia de estado en los medios, debemos agregar la inversión extranjera que le da un giro a la información pues la sujeción es ahora en términos del capital extranjero y en menor medida por el Estado Nacional.

Si consideramos las apreciaciones sobre la escuela regulacionista, para el capital es de vital importancia no solo contar con la posibilidad de concentrarse en el sector manufacturero, sino incluir otros sectores, en un intento por consolidar el sistema. E incluso es importante el papel del Estado y en especial los gobiernos que fincan compromisos en una política económica que rebasa los límites nacionales. Creo que en este pequeño resumen, hemos hecho notar que a partir de 1940 en México empezaron a darse las condiciones para el proceso de industrialización como el camino hacia el progreso, en el que el gobierno y en especial la figura presidencial han jugado un papel crucial en este contexto. Esto parece haber cambiado a partir del triunfo de la oposición en las elecciones presidenciales del año 2000.

Se dijo en un principio que sería a través de otros teóricos que se explicaría este desarrollo industrial, sin pretender ser exhaustivos en el análisis político o económico, sino con la idea de entender las condiciones histórico-sociales en las que el trabajo, el tiempo de trabajo y el tiempo libre tienen cabida. Resaltamos que en este proceso se ha beneficiado a unos pocos dejando al margen a la gran mayoría de la población. Seguimos en el siglo XXI en la línea de buscar el desarrollo bajo una nueva división internacional del trabajo, con la presencia (y presión) de los organismos internacionales y en otras circunstancias políticas.

En resumen podemos decir que en este apartado quisimos, de manera rápida, vincular los diversos factores que han permitido la consolidación del capitalismo en México. 1) La industria mexicana necesitó del apoyo del capital extranjero, para su despegue en los años treinta, 2) tanto el Estado como el gobierno contribuyeron a través de aranceles, acuerdos, leyes y otros instrumentos jurídicos a consolidar el proceso de industrialización, 3) los nuevos ricos establecieron fuertes lazos de unión con los grupos de poder político. 4) El apoyo extranjero promovió la instalación de empresas transnacionales, que sentaron las bases para crear un mundo de trabajo dependiente, 5) se crearon lazos entre las instituciones nacionales e internacionales (BM, FMI, OEA etc.) para promover el financiamiento de este proceso, 6) por su parte la clase trabajadora se mantenía en la pobreza, 7) mientras la inflación aumentaba.

8) Lo que inició una marcada diferencia entre clases sociales, 9) pues concentrar el desarrollo del país en la industria desplazó a otros sectores de la economía. 10) Aumentaron los centros urbanos, concentrando el ingreso y el gasto, 11) en consecuencia el desarrollo empezaba a ser desigual y combinado. 12) El estado benefactor de estos años necesitó del monopolio de los medios informativos para formar opinión pública. Situación que mostraba un concierto bien orquestado por el capital nacional y extranjero. Este panorama cambió en los años ochenta con la crisis petrolera, la ruptura energética, industrial y monetaria, y otros fenómenos interdependientes que llevaron a la crisis generalizada del capitalismo, y de la que hablamos en el capítulo uno. Lo cierto es que muchos de los factores señalados aquí, lejos de desaparecer se han reacomodado en el nuevo contexto de acumulación flexible de capital. Este es el escenario en el que analizamos el tiempo de trabajo y el tiempo libre.


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