Tesis doctorales de Economía


TOMA DE DECISIONES EN LA ELECCIÓN Y ADOPCIÓN DE OPCIONES PRODUCTIVAS EN UNIDADES DOMÉSTICAS DE DOS GRUPOS DE PRODUCTORES CAMPESINOS DEL MUNICIPIO DE HOCABÁ, YUCATÁN, MÉXICO

Wilian de Jesús Aguilar Cordero


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3.1.4.4. Género, unidad doméstica y toma de decisiones en la adopción de tecnologías agrícolas.

Después de analizar el papel de la toma de decisiones dentro de las unidades domésticas, es relevante analizar desde la perspectiva de género; cómo se ejerce y concibe el papel económico de hombres y de mujeres; qué incidencia tiene en la toma de decisiones y otras responsabilidades asociadas a la jefatura, masculina o femenina; y qué imagen y/o percepción tienen mujeres y hombres de sus cónyuges respecto a las responsabilidades para el gasto familiar y/ o el mantenimiento del fondo común económico familiar. Además, se parte del supuesto de que la unidad doméstica es una unidad de decisión que requiere de una profunda revisión, ya que oculta la condición social de la mujer, los mecanismos intradomésticos de generación y solución de conflictos, y el sistema de autoridad intra-familiar (Jelin, 1984: 663).

Por lo tanto, el ámbito doméstico también está marcado por patrones, identidades, relaciones de género, y que hay que tomar este término en toda su dimensión y considerar que se construye siempre en una relación en que están implicados dos tipos de autores. No se puede dejar a uno de ellos, ya sea el hombre o la mujer, fuera del análisis o considerarlo sólo como una referencia del que ya se conoce el comportamiento (Bastos, 1999:73).

Dado que el “patrón de dominación patriarcal” en que se fundan las relaciones de género y la concepción de las responsabilidades domésticas prescribe que la generación de ingresos responde exclusivamente al varón y que la mujer ha de encargarse de las tareas domésticas, la alteración de los papeles esperados puede conllevar a conflictos domésticos. En situaciones de pobreza y precariedad, la vinculación entre jefatura y responsabilidad económica puede ser problemática, pues la necesidad de ingresos suele hacer necesaria la participación económica de la mujer, y eso puede ser percibido por el hombre como una forma de minar sus fuentes de poder. Algunas investigaciones realizadas muestran la renuencia del varón a que su esposa genere ingresos monetarios, ya que ello supone mayor libertad de movimiento y de poder de decisión, con lo que puede disminuir su autoridad interna. Esto no sólo implica un mayor balance en el reparto de poder, toma de decisiones domésticas, sino que trae casi indefectiblemente conflictos al interior del hogar (Bastos, 1999: 38,39).

Gilmore (1990:955) define el poder como la habilidad de predominar en los procesos de toma de decisiones dentro de alguna relación, formal o informal. Para estudiar esta relación de poder, es necesario separar analíticamente el nivel “normativo” de la jefatura de lo que ocurre cotidianamente en los hogares, mediante la herramienta conceptual, “poder doméstico”, entendido como “la probabilidad de hecho de prevalecer en la toma de decisiones conyugales, sean cuales sean los estándares “buenos”, de jure, es decir, públicos”. De hecho está toma de decisiones no sólo tiene que ver con la capacidad de imponer un orden en las decisiones sobre lo que concierne a las relaciones sexuales, matrimoniales, de residencia, divorcio y la educación de los niños, sin tener en cuenta el origen de esta habilidad, sino también con las actividades económicas generadoras de ingreso a la economía familiar y que pueden ser aportadas tanto por hombres como por mujeres.

Es innegable que existe la dominación masculina, y que en las relaciones domésticas toma la forma de dominación patriarcal, y que es hora de dejar de presuponerla y ponerse a pensar en ella como una construcción social que no se da entre mujeres que luchan contra un modelo cultural, sino entre hombres y mujeres de carne y hueso que comparten sus vidas cotidianamente, inmersas en relaciones en que las fronteras son creadas y re-trabajadas, reproducidas pero también desafiadas, limitando de esta manera la acción al tiempo de generarla y que a su vez pueden ser explicadas a través del poder (Bastos, 1999:41).

En este sentido, el hecho de que la mujer aporte ingresos al gasto familiar puede permitir en un momento dado a la mujer tener un espacio para negociar un nuevo reparto del “poder doméstico”. Así, el hecho de que las mujeres puedan compartir este poder proviene de un proceso que podríamos considerar explicita o implícitamente como una negociación, ya que no se da por hecho en el “modelo” previo (Bastos, 1999: 66)

El tema del poder ha ocupado un lugar central en los debates de las ciencias sociales; se discute sobre la inclusión y la exclusión, sobre la gama heterogénea de sujetos sociales que aspiran a participar y tener una identidad social definida en la compleja arena del poder público. Así como también sobre los desafíos que tienen las mujeres de invertir los esquemas que las marginan del poder, tanto en el plano formal de lo normativo-institucional como en la cultura; en este sentido, es importante entender que el empoderamiento es un concepto que se usa como sustituto de integración, participación, autonomía, identidad, desarrollo y planeación y no siempre referido a su origen emancipador (León, 2001).

El empoderamiento refiere al poder, a la adquisición de poder. Adquirir poder significa hacerse de habilidades, capacidades y destrezas; éstas no implican solamente el conocimiento de un oficio, también aluden a experiencias exitosas en gestión de recursos, conocimiento de derechos y obligaciones (ciudadanización), información sobre oportunidades, sobre el dónde, cuándo, cómo y con quién. Por eso la adquisición de poder se da a través de la experiencia, no solamente de la capacitación (Pérez et al., 2004:11).

Para Rowlands (1997) el empoderamiento es un proceso que se manifiesta en tres dimensiones que, a su vez, están condicionadas por factores inhibidores e impulsores y a que estas dimensiones se encuentran interrelacionadas sin que esto signifique que el empoderamiento de las mujeres se dé necesariamente de manera simultánea en todas las dimensiones. Para Rowlands, en el análisis de cada dimensión hay que tomar en cuenta la experiencia personal, la experiencia grupal y las experiencias de las relaciones cercanas que hayan tenido las mujeres.

Las tres dimensiones son:

a) la dimensión personal que se caracteriza por la confianza, la autoestima, el sentido para generar cambios, las habilidades para formar ideas, expresarse, participar, organizar su tiempo personal, interactuar fuera del hogar e incrementar el sentimiento de que las cosas son posibles. Aunque existen factores que pueden inhibir este proceso como son el fatalismo, machismo, oposición activa del compañero, problemas de salud, pobreza, dependencia, falta de control del tiempo, falta de control de fertilidad, cuidado y obligaciones con los hijos y control del ingreso familiar por parte del hombre. También existen factores impulsores de este proceso como son la actividad fuera del hogar, formar parte de un grupo y participar en sus actividades, terminar con el aislamiento, viajar, ampliar amistades, darse tiempo para si mismas, compartir problemas, contar con el apoyo de otras mujeres y desarrollar nuevos conocimientos.

b) La dimensión colectiva se refiere al trabajo en equipo, mismo que es fortalecido por el sentido de identidad del grupo, la capacidad para producir cambios, la dignidad del grupo, la auto-organización y la autogestión que permita al grupo negociar con otros en condiciones de equidad y en un momento dado de participación política. Sus factores limitantes más comunes son el machismo, las comunidades sin cohesión, la falta de control sobre la tierra, la falta de apoyo técnico, la opresión internalizada reforzada desde afuera, la dependencia de individuos claves, la oposición activa, la cultura caudillista, las políticas locales inestables y las fuerzas religiosas conservadoras. Los factores impulsores son el apoyo de la religión, la identificación de las propias necesidades, el recibir estímulo de los grupos, el desarrollo de liderazgo y compromiso local, las redes de trabajo con otras organizaciones, el apoyo incondicional de la organización, la base espiritual liberadora, la autonomía como metodología de trabajo, el respeto a la organización de actividades que generen pequeños ingresos, la capacitación en el manejo de conflictos y la discusión sobre sexualidad.

c) La dimensión de las relaciones cercanas se manifiesta en la capacidad de transformar

las relaciones para poder influir, negociar y tomar decisiones dentro de éstas que beneficien al grupo y/o equipo de trabajo. Entre sus factores inhibidores destacan el machismo, alcoholismo del compañero, violencia del hombre, expectativas culturales de la mujer, control del ingreso familiar por el hombre, dependencia de la mujer y opresión internalizada. Como factores impulsores están el concepto y los conocimientos de los “derechos de las mujeres”, la percepción crítica de la desigualdad, el compartir problemas con otras mujeres, viajar, terminar con el aislamiento y participar en grupos (Rowlands, 1997: 213-245).

Aunque el modelo de Rowlands (1997) es valioso para la comprensión del empoderamiento, estamos de acuerdo con Hidalgo (2002:52-56) que señala que hace falta dar más énfasis al conflicto como un elemento que marca todo el proceso, así como incluir los elementos de negociación y compensación, y recalcar que el modelo de empoderamiento es un proceso heterogéneo, no acabado y que varía en cada contexto, como fue el caso del grupo Ixchel, grupo de mujeres artesanas de la comisaría de Sahcabá, Yucatán, México que será estudiado en el capitulo IV (Resultados), donde se analiza lo sucedido en este grupo de productoras rurales.


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