Tesis doctorales de Economía


COMPETITIVIDAD SOSTENIBLE DE LOS ESPACIOS NATURALES PROTEGIDOS COMO DESTINOS TURÍSTICOS. UN ANÁLISIS COMPARATIVO DE LOS PARQUES NATURALES SIERRA DE ARACENA Y PICOS DE AROCHE Y SIERRAS DE CAZORLA, SEGURA Y LAS VILLAS

David Flores Ruiz


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4.2. LOS ESPACIOS NATURALES PROTEGIDOS Y EL TURISMO DE NATURALEZA

En el presente apartado comenzamos analizando las relaciones que históricamente se han venido manteniendo entre Medio Ambiente y Economía para, posteriormente, tomando como referencia el paradigma en el que se encuentran éstas actualmente, pasar a conceptuar y determinar la evolución de los espacios naturales protegidos y del turismo de naturaleza, considerando a éste como actividad económica desarrollada en este tipo de territorios.

4.2.1. Una aproximación a las relaciones entre desarrollo económico y medioambiente

Así pues, a continuación analizamos, de forma somera, las relaciones que históricamente se han venido produciendo entre la Economía y el Medio Ambiente como paso previo e introductorio al análisis de la sostenibilidad en la actividad turística, entendida ésta como actividad económica, la cual debe contribuir a garantizar el desarrollo socioeconómico de los territorios, compatibilizándolo con la conservación de su medio ambiente.

En este sentido, debe decirse que las relaciones entre el desarrollo económico y la conservación de la naturaleza han pasado a lo largo de la historia por diferentes fases, encontrándonos períodos en los que estas relaciones eran de equilibrio frente a otros en los que el desarrollo económico pierde toda relación armónica con la naturaleza, llegado a entrar en conflicto con la misma. Así, a grandes rasgos, y como punto de partida en el que enmarcar el presente capítulo, se pueden identificar los siguientes períodos en las relaciones entre Economía y Naturaleza.

- En una primera etapa, hasta finales del S. XVIII -con el pensamiento medieval hasta bien entrado el S. XVI y con el pensamiento fisiocrático hasta finales del S.XVIII- las relaciones entre economía y naturaleza eran relaciones armónicas.

Así, hasta el S.XVII predominaba una visión organicista y religiosa del mundo que respondía a la creencia de la capacidad productiva de la Tierra, de forma que los seres humanos no podían alterar sustancialmente la creación de riqueza, sólo podía acelerarla emulando a la Tierra mediante el rito, y por ello el trabajo tenía un carácter litúrgico (Bermejo, 1994:66). Por lo que la producción y, por tanto, la economía estaban directamente relacionadas con la Naturaleza, existiendo una relación armónica entre ambas esferas. Desde este enfoque la Economía se identifica como un subsistema integrado dentro del sistema Naturaleza.

A partir del S. XVII los fisiócratas se desprenden del concepto religioso de lo económico, manteniendo la idea organicista y la preocupación por la base físico-natural sobre la que se asienta. Frente al pensamiento medieval, consideran que el ser humano es capaz de acrecentar y controlar la producción mediante el trabajo, de forma que la naturaleza ponía sus límites al mismo, y sólo el respeto a aquélla podía garantizar la reproducción ilimitada de la actividad económica. Así pues, el binomio tierra-trabajo pasa a constituir la nueva explicación de la creación de riqueza.

Tal y como recoge Naredo (1999:38), el propósito declarado de la naciente ciencia económica fue así el de acrecentar la producción de “riquezas nacientes” sin menos cabo de los “bienes de fondo”. En este sentido, los fisiócratas no consideraban posible que la riqueza pudiera despegarse de forma permanente de su soporte físico, por lo que la única forma de considerar un crecimiento sostenido de los valores monetarios era colaborando con las Leyes de la Tierra. Por consiguiente, también desde el pensamiento fisiocrático la Economía y la Naturaleza se encuentran íntimamente relacionadas, fijándose en ésta los límites de la producción y, por tanto, del crecimiento económico.

Sin embargo, una vez establecida la idea de sistema económico, y aceptada como una meta deseable su continua expansión o crecimiento, comienza a producirse un proceso de desplazamiento de este sistema ideal desde el contexto físico, en el que inicialmente se había formulado, hasta el universo de los valores venales o pecuniarios , desembocando en la etapa que a continuación se cita.

- A finales del S XVIII, con Adam Smith, comienzan a asentarse las bases del sistema económico imperante -economía clásica u ortodoxa-, la cual comienza a ponerse en tela de juicio, como posteriormente comentaremos, en la década de los setenta. Este nuevo sistema, tal y como recoge Bermejo (1994:68), suprime toda relación con el medio físico y sustituye toda actividad económica dirigida conscientemente hacia la satisfacción de las necesidades vitales por la acción autónoma del libre mercado. Esta separación se hace más evidente aún con los planteamientos de David Ricardo en 1817 (Ricardo, 1959), ya que para él las fuerzas naturales, lejos de incrementar el valor de las mercancías los merman, siendo el trabajo la única fuente de valor. Al mismo tiempo, y para que este mercado funcione de forma eficiente, también se suprime la relación entre la moral y la economía, considerándose que la actividad económica es la única en la que hace falta el egoísmo . Todo esto supone el origen de los actuales problemas medioambientales y del agotamiento de los recursos, así como de la pobreza para la mayoría de la humanidad.

No obstante, este proceso de separación entre economía, naturaleza y moralidad toma su máximo auge a finales del S.XIX con la revolución neoclásica de los marginalistas -Jevons, Walras y Merger, entre otros-. Para estos autores la economía es una ciencia con un grado de precisión equivalente a la mecánica newtoniana o a la astronomía, y, por tanto, está por encima de la ética, por lo que, para adquirir este mismo estatus científico, se le dota de un importante aparato matemático.

A ello se le une el hecho de que los neoclásicos centran su atención en el estudio de la asignación de recursos en un marco estático, por lo que, para ellos, carecen de interés algunas de las cuestiones que más les habían preocupado a los clásicos, entre ellas la disponibilidad limitada de recursos naturales. Estos autores no sólo no mostraron interés por los recursos naturales sino que presentan al sistema económico como algo autónomo, al margen del entorno físico, considerado como mero insumo productivo perfectamente sustituible gracias al avance tecnológico. Y son las consecuencias de esta etapa las que llevan a desembocar en la etapa actual en la que nos encontramos, la cual pasamos a comentar.

- La década de los setenta marca el comienzo de un nuevo cambio en las relaciones entre Economía y Naturaleza. Esta nueva fase tiene su origen en la vuelta a la preocupación por los problemas medioambientales y el agotamiento de los recursos naturales a los que se llega con el importante crecimiento económico experimentado a partir de la II Guerra Mundial.

Las crisis del petróleo de los setenta desencadenan un proceso de reflexión sobre los serios problemas a los que se enfrenta el modelo neoclásico de crecimiento económico ilimitado. Así, en 1972 se publica el informe “Los límites del crecimiento” (Meadows, 1972) el cual tenía por objeto definir los límites y los obstáculos físicos del planeta a la multiplicación de la Humanidad y de la actividad humana, siendo una de sus principales conclusiones que la Humanidad no puede proliferarse a una tasa acelerada y considerar el desarrollo material como su principal objetivo, sin encontrar obstáculos a este proceso. Este informe abrió el debate internacional sobre los crecientes problemas medioambientales, comenzando, de esta forma, a tomar cuerpo nuevamente el valor del “capital natural”.

Otro importante paso que se da en el acercamiento, al menos desde una perspectiva teórica, entre conservación de la naturaleza y desarrollo económico lo encontramos con la elaboración del informe “Nuestro Futuro Común” en 1987, conocido también como “Informe Brundtland”, en el que aparece por vez primera el concepto de desarrollo sostenible, el cual se define como aquel desarrollo que satisface las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Este informe no estuvo exento de críticas debido, entre otras razones, a la vaguedad y ambigüedad de esta definición, así como a las múltiples contradicciones que encierra, entre ellas la utilización de los términos “desarrollo” y “crecimiento” con un mismo significado .

Sin embargo, a pesar del carácter un tanto abstracto del término “desarrollo sostenible”, lo que sí es cierto es que el desarrollo sostenible como visión, enfoque, teoría, etc., representa un nuevo paradigma económico que hace emerger con rotundidad elementos científicos extraordinarios para revolucionar las teorías del desarrollo y de la economía ortodoxa y volver a una relación de armonía y equilibrio entre conservación de la naturaleza y desarrollo socioeconómico.

En definitiva, desde hace varias décadas, en esta última gran etapa que identificamos en la relación entre Economía y Naturaleza, venimos asistiendo a otro cambio de paradigma a la hora de analizar y actuar sobre el desarrollo económico. Por consiguiente, dicho paradigma, como tal, deberá estar presente en todo tipo de política económica que se pretenda aplicar y, por tanto, como no, en la política turística.

En este sentido, la sostenibilidad, como paradigma actual en el que nos encontramos, será analizada de forma más detenida en el siguiente apartado para el caso del turismo, pues no olvidemos que la actividad turística, en cuanto a actividad económica, tiene importantes consecuencias medioambientales, las cuales deben ser analizadas y consideradas. También analizaremos las relaciones y sinergias que se establecen entre la competitividad y la sostenibilidad de esta actividad, para, de esta forma, llegar a definir el concepto de competitividad sostenible. De todo ello nos ocuparemos en los siguientes apartados.


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