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La génesis y el desarrollo del cambio estratégico: un enfoque dinámico basado en el momentum organizativo

Silvia Sosa Cabrera 

 

1.2. EL MOMENTUM DEL CAMBIO

1.2.1. Orígenes y conceptualización teórica del momentum

Uno de los factores clave que justifican el éxito de las empresas es, como ya hemos destacado en epígrafes anteriores, el nivel de dinamismo que éstas sean capaces de mantener. En este contexto adquiere una gran importancia el momentum, ya que describe un tipo de movimiento único o exclusivo entre los diferentes tipos de movimientos, que se exterioriza en un impulso poco común y con un ritmo e intensidad acelerado, y que puede influir en los individuos que lo experimentan de forma tremendamente positiva (impulso hacia adelante) o desesperadamente negativa (caída hacia atrás) (Adler, 1981).

Dada la relación del momentum con el movimiento es preciso conocer las materias que dieron lugar a su conceptualización, para posteriormente adaptar el concepto a las ciencias sociales. Así, los primeros filósofos concibieron el momentum como una cualidad del movimiento que comprende la aceleración, la velocidad y la fuerza de un objeto, mientras que los físicos lo han redefinido como una fuerza calculable que surge de la combinación de masa y velocidad. Remontándose a la historia del momentum, Adler (1981) pone de manifiesto que este término tiene su origen en la física antigua, concretamente en autores tan conocidos como Aristóteles (384-322 antes de Cristo), que consideraban que los objetos se movían en la dirección de su lugar “natural” en el universo -ascendente para fuego y aire, descendente para tierra y agua- con una velocidad directamente proporcional a su peso, y que los cuerpos en caída consiguen una alta velocidad instantáneamente. Posteriormente, Galileo (1564-1642) refutó las principales creencias de Aristóteles, demostrando que dos objetos de pesos desiguales mantenían velocidades similares y no proporcionales a sus pesos, y rechazando también la velocidad instantánea a la que aludía su antecesor. Ahora bien, las consideraciones de ambos autores, aparentemente opuestas, tienen cabida en la teoría del momentum, como presentaremos posteriormente, manifestándose tanto el impulso instantáneo que Aristóteles imaginó como el incremento gradual de velocidad postulado por Galileo.

No obstante, el término momentum se popularizó con Newton (1642-1727) que, interesado en comprender cómo los objetos superaban la inercia para conseguir el momentum, propuso las tres leyes del movimiento:

Primera ley del movimiento. Un cuerpo en movimiento continúa en movimiento en la misma dirección a una velocidad constante a menos que actúe sobre él una fuerza externa.

Segunda ley del movimiento. El cambio en el movimiento está directamente relacionado con la magnitud de la fuerza externa.

Tercera ley del movimiento. Para cada acción, existe una reacción igual y opuesta.

En la primera ley se refleja el principio de inercia propuesto por Galileo: “un cuerpo en movimiento a un nivel superficial continuará en la misma dirección a una velocidad constante a menos que sea interrumpido” (March, 1970: 23 en Adler, 1981). De este modo, los objetos, bien en movimiento, o bien en reposo, continuarán con un patrón constante, resistiéndose a cualquier cambio en sus velocidades hasta que algunas fuerzas intercedan para impulsar dicho cambio -aspecto comúnmente conocido como tendencia a la resistencia-. Extrapolando esta idea al momentum, la ley física sugiere que tanto el movimiento como su ausencia persistirán hasta que algo lo desafíe, desbancando la idea de que el movimiento simplemente comience o se detenga como resultado del tiempo transcurrido. Por otro lado, en la segunda ley del movimiento se especifica una relación directa entre cuerpos y componentes del universo o del entorno, aspectos que tendrán una consideración posterior dada su influencia en el momentum (apartado 1.2.2). Por último, la tercera ley muestra que las acciones y reacciones son inseparables, y que los cuerpos ofrecen tanta resistencia como sea necesaria para superar el impulso que reciben. Con esta última consideración se rebate la visión de ataque de la fuerza establecida por Descartes (1596-1650) quien consideraba que cuando un cuerpo en movimiento más pesado o más rápido se encuentra con otro con menor fuerza, este último cederá y será movido por el primero sin oponer resistencia.

No es nuestro objetivo, sin embargo, profundizar en el momentum de los objetos, tal y como se ha reflejado en las consideraciones físicas del término, sino clarificar conceptualmente el momentum que afecta a las personas y, consecuentemente, a la organización como entidad formada por individuos. Ahora bien, dada la dificultad que este término entraña, en la aplicación de su definición a otros campos se han producido algunas deficiencias y se ha llegado a tratar el concepto de forma equívoca, ya que unos autores han intentado generar una teoría social del momentum (e.g., Adler, 1981; Jansen, 1999), mientras que otros únicamente han operativizado el término para el trabajo concreto que estaban realizando (e.g., Dutton y Duncan, 1987ab; Kelly y Amburgey, 1991; Amburgey y Miner, 1992; Amburgey, Kelly y Barnett, 1993; Miller, 1993; Amburgey y Dancin, 1994). Por ello, antes de adentrarnos en la vertiente organizativa en la que vamos a considerar el momentum, comenzaremos profundizando en los trabajos realizados por Adler (1981) y Jansen (1999), ambos enfocados a construir un marco teórico del momentum, si bien Jansen (1999) utiliza como punto de partida argumentos manifestados en la propuesta de Adler (1981).

Adler (1981) traslada el concepto del momentum a la vida social de los individuos y grupos, enfatizando la velocidad o el cambio en la velocidad con la que se realizan las acciones. De hecho, considera que el momentum de un colectivo es la intensidad de la dinámica que lo impulsa, superando las diferentes fases de la resistencia social, hacia algo deseado o, en caso contrario, hacia un destino indeseado.

Basándonos en las consideraciones realizadas por Adler (1981) desde una perspectiva sociológica, se puede definir el momentum como un estado dinámico intenso, generado internamente por un individuo o colectivo y que marca una velocidad de movimiento, ímpetu y éxito elevados o, en caso contrario, adversos. En su conceptualización, este autor considera el momentum como un proceso fundamentalmente dinámico que es la razón de ser de la generación y regeneración del movimiento, dirigiendo el comportamiento humano por diferentes etapas caracterizadas por distintos niveles de intensidad y modulando el esfuerzo, la energía y la capacidad disponible, de forma que provoca un grado o nivel particular de desarrollo.

En la misma línea defendida por Adler (1981), Jansen (1999), en su trabajo sobre el cambio organizativo, establece que, desde un enfoque multidisciplinar, la teoría del momentum debe considerar al líder del cambio, a las características del cambio en sí mismo y a las fuerzas del entorno que impulsan el cambio. En este sentido, define el momentum como la energía asociada a un movimiento colectivo que lo dirige hacia algún estado identificado, y partiendo de la concepción física de dicho concepto -masa por velocidad-, establece que tanto una gran masa, como una alta velocidad, así como el producto de estos dos elementos pueden utilizarse para predecir un alto momentum colectivo. En el desglose de esta definición, Jansen (1999) considera que la masa, compuesta en su concepción física de densidad y volumen, se asocia a la frecuencia de interacción entre los empleados implicados -densidad- y al número de empleados relacionados con la implementación del cambio -volumen-. Por otra parte, asocia los elementos básicos relativos a la consideración original de velocidad -distancia, tiempo y dirección- con la diferencia entre el estado actual y el deseado en la organización, la longitud de tiempo necesario para implementar el cambio y el movimiento en la dirección del estado deseado.

Por tanto, comparando estas dos definiciones (Adler, 1981 y Jansen, 1999) podemos encontrar aspectos comunes en cuanto a la dinamicidad que caracteriza al momentum, aunque es necesario analizar los componentes que subyacen en ambas para poder identificar similitudes más profundas, tarea que abordamos en el epígrafe siguiente. En líneas generales, podemos considerar la definición de Adler (1981) como un marco de referencia, que el propio autor ha analizado en diferentes entornos -deporte, mercado bursátil y vida cotidiana-, mientras que el concepto establecido por Jansen (1999), aunque a priori parece más claro y conciso, ha ignorado la interconexión entre los elementos en aras a operativizar este tipo de movimiento que, como ya hemos mencionado, es difícil de identificar.

Por otra parte, y con el objetivo de profundizar en el conocimiento del momentum, conviene distinguir éste de la inercia, ya que muchos autores han creído trabajar el concepto de momentum, cuando en realidad estaban tratando el término inercia. Esta confusión aparece en muchos de los artículos del comportamiento organizativo que tratan el momentum y es, principalmente, una consecuencia de la mala utilización de los conceptos físicos originarios que se da al término (e.g., Amburgey y Miner, 1992; Amburgey et al., 1993; Amburgey y Dancin, 1994; Kelly y Amburgey, 1991; Miller, 1993). En este sentido, la inercia puede ser reconocida por una pasividad indiferente en la cual existe una ausencia de esfuerzo o bien éste es incapaz de producir un curso de acción, por lo que el individuo o colectivo va a la deriva o permanece inmóvil (Adler, 1981). Esta conceptualización de inercia es acorde con la establecida en la primera ley del movimiento, en la que se postulaba que los objetos en movimiento o en reposo tienden a permanecer en ese estado. Además, esta definición también es concordante con la que se recoge en la Enciclopedia Larousse, en la que se define inercia como calidad de inerte, falta de energía o moral física, sin actividad o movimiento propio, y con la aceptada por la Real Academia Española como propiedad de los cuerpos de no modificar su estado de reposo o movimiento si no es por la acción de una fuerza.

Por tanto, cuando los autores del comportamiento organizativo describen la inercia refiriéndose a una organización en reposo que permanece en reposo, y el momentum como una organización en movimiento que permanece en movimiento, están definiendo en ambos casos la inercia, y no distinguiendo el momentum como la fuerza del movimiento, o alternativamente, la fuerza o energía asociada a un cuerpo en movimiento. De hecho, muchas de las definiciones de momentum propuestas en la literatura del comportamiento organizativo no encajan con esta definición, pareciéndose más a la definición que se proporciona de inercia: la tendencia de un cuerpo a resistirse a la aceleración o al cambio, la tendencia de un cuerpo a permanecer en reposo o de un cuerpo en movimiento a permanecer en movimiento (Jansen, 1999).

Por ello, partiendo de la dificultad que entraña el término momentum y de las confusiones a que ha dado lugar su origen físico, profundizaremos, en los siguientes epígrafes, en el análisis de los componentes del momentum, fundamentándonos en el marco establecido por Adler (1981) e incluyendo las variables analizadas por Jansen (1999), al objeto de alcanzar una comprensión global del mismo.

Componentes del momentum

Para profundizar en la conceptualización del momentum conviene conocer las características que conforman este complejo término. Para ello, compararemos los elementos descritos por Adler (1981) y Jansen (1999) en sus respectivas definiciones, al objeto de ahondar en las similitudes y diferencias halladas entre ambos. En este sentido, Adler (1981), desde su perspectiva sociológica, considera que el momentum resulta de un esfuerzo intencionado para la realización de alguna acción y se puede desglosar en los siguientes elementos:

 Una meta específica o estado final, que crea una conciencia de relativa distancia entre el estado presente y el ideal, y que refleja la distancia o separación de dicha meta y el progreso necesario para alcanzar el estado final. Del mismo modo, en la definición establecida por Jansen (1999) se puede destacar la necesaria existencia de este objetivo, conceptualizado por la autora como un estado identificado y que operativiza en la variable distancia. Por tanto, un elemento clave del momentum es el objetivo o meta, ya que sería imposible inspirar la intensidad y dinamicidad asociadas al momentum si no hubiese un propósito que estimulase dicho esfuerzo.

 La motivación para conseguir la meta, que está directamente relacionada con la percepción y la interiorización de la misma. Esta motivación puede surgir tanto del empuje motivacional interno como del ámbito externo, consecuencia de las presiones derivadas tanto de los factores situacionales cambiantes como de la urgencia por conseguir el objetivo. Ahora bien, aunque Jansen (1999) no considera explícitamente este componente, bajo nuestra perspectiva la motivación sí subyace en su concepción del momentum, ya que considera las interacciones entre los individuos implicados en el cambio como un mecanismo para transmitir el objetivo y conseguir el compromiso de la organización con la meta, es decir, la generación de motivación.

 Los sentimientos emocionales que, estando muy relacionados con la orientación hacia una meta y con el impulso motivacional para conseguirla, se traducen en reacciones -frustración, orgullo, cólera, regocijo, etc.- que varían en función de la intensidad del deseo del individuo o del grupo que aspira a conseguir dicha meta, así como de lo que significaría conseguirlo. En este sentido, Adler (1981) pone de manifiesto que existen discrepancias a la hora de valorar la relación emoción-momentum, ya que existen autores que consideran la emoción como un conjunto de sentimentalismo y reivindican el carácter perjudicial que puede tener éste para el momentum, mientras que aquéllos que consideran que la emoción genera sentimientos elevados o aumentados, defienden su efecto multiplicador. Ahora bien, en cualquier caso, una vez que comience el movimiento hacia la meta, el sentimiento que surge al realizar un progreso claro produce una sensación de poder y de capacidad que es muy positiva, siendo más fuerte cuanto más cerca se está de conseguir el objetivo potencial. Esta sensación de progreso y su influencia en el momentum también es considerada por Jansen (1999), quien destaca que, incluso si los participantes son algo reticentes al cambio, la propia acción -el progreso- incrementa, muy probablemente, el momentum para el cambio.

 El impulso o reacción inicial, que se exterioriza elevando el nivel de actividad, incrementando la sensibilidad y la velocidad de reacción. En este sentido, Adler (1981) considera que se puede incrementar la capacidad de reacción a través de las reflexiones internas y las redes de comunicación, aspecto este último que es compartido por Jansen (1999) que, como ya hemos señalado, destaca la importancia de las interacciones entre los implicados.

 El ritmo tranquilo y sincronizado, totalmente distinto al ritmo generalmente variable de la vida diaria, también eleva el nivel de acción, incrementándolo tanto en calidad como en cantidad. En efecto, la simetría regular promueve una aceleración continua de la fuerza, que impide la disipación y guía al individuo o grupo a través de una trayectoria que se intensifica cada vez más.

 Un sistema de retroalimentación circular, que refleja un mecanismo de autogeneración interna a través del cual Adler (1981) establece que la energía ya consumida puede parcialmente recuperarse e incorporarse a un nuevo esfuerzo, formando otra espiral del proceso de momentum. Además, cuando se deja de introducir nueva energía en el sistema, el movimiento no se detiene bruscamente, sino que continúa temporalmente impulsado por el feedback reciclado, aunque disminuyendo gradualmente. Este ciclo puede continuar indefinidamente hasta que sea interrumpido por alguna fuerza externa, paralizado por debilitación interna o abandonado voluntariamente.

Ahora bien, tanto Adler (1981) como Jansen (1999) insisten en que ninguno de los factores mencionados es por sí solo capaz de crear el momentum, ya que dichos elementos están simbióticamente interconectados y, por tanto, funcionan sinérgicamente, reforzando y promoviendo la presencia de cada uno de los otros para combinarse como uno sólo en el proceso total. Sin embargo, Jansen (1999) no especifica un modelo de interconexión de estos componentes, mientras que Adler (1981) considera que solamente a través de una sincronización de subsistemas, con todos los componentes cruciales interconectados e introducidos en un modelo espiral, puede conseguirse el momentum, y aunque es complejo y a menudo difícil de conseguir, parece ser un patrón de comportamiento que surge de forma natural en los seres humanos y, consecuentemente, en las instituciones en las que éstos desarrollan su actividad.


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