Dr. Antonio Favila Tello
Profesor e investigador del Instituto de Investigaciones Económicas y Empresariales de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México
antonio_favila@hotmail.comResumen
El  presente trabajo plantea que el conocimiento ha jugado un papel determinante en  diversas dimensiones de la economía mexicana, tales como su productividad,  competitividad e integración comercial, y que el desarrollo de estas  dimensiones ha determinado el grado de pobreza del país. Para demostrar lo  anterior se realiza una revisión de la literatura del tema y una comparación de  indicadores respectivos a las dimensiones mencionadas, tanto para la economía  mexicana como para diversos países de Asia Pacífico, los cuales son ejemplos  históricos del desarrollo de las dimensiones mencionadas. Este análisis se  complementa con el uso de una matriz de correlación para ubicar la dirección e  intensidad de estas relaciones. De lo anterior se concluye que la relación  entre conocimiento y pobreza es la de mayor intensidad con un coeficiente  cercano 0.85. Otras relaciones significativas se encontraron entre el  conocimiento y la productividad, la competitividad y la integración. 
  Palabras clave: Conocimiento,  pobreza, competitividad, productividad, Asia
Abstract
The present work proposes that knowledge has played a  determining role in diverse dimensions of the Mexican economy, such as its  productivity, competitiveness and commercial integration, and that the  development of these dimensions has determined the degree of poverty of the  country. To demonstrate the above, a review of the literature on the subject  and a comparison of respective indicators to the aforementioned dimensions are  made, both for the Mexican economy and for various countries of Asia Pacific,  which are historical examples of the development of the aforementioned  dimensions. This analysis is complemented with the use of a correlation matrix  to locate the direction and intensity of these relationships. From the above it  is concluded that the relationship between knowledge and poverty is the one  with the highest intensity with a close coefficient of 0.85. Other significant  relationships were found between knowledge and productivity, competitiveness  and integration.
  Keywords: Knowledge, poverty, competitiveness, productivity,  Asia
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato: 
 Antonio Favila Tello (2017): “El conocimiento como dinamizador de la productividad, la competitividad y la integración comercial: implicaciones para la disminución de la pobreza”, Revista TECSISTECATL (diciembre 2017). 
En línea: http://www.eumed.net/rev/tecsistecatl/n22/conocimiento-pobreza.html
Handle: http://hdl.handle.net/20.500.11763/tecsistecatln22conocimiento-pobreza
La  pregunta acerca de por qué algunas economías crecen más rápidamente que otras  ha estado presente en el estudio de la economía desde la época en la que  surgieron las primeras teorizaciones sobre la materia.
   Hasta  hace relativamente poco, los economistas que buscaban explicar el crecimiento económico  concentraron sus explicaciones en la acumulación de factores productivos, como  el capital y el trabajo, los cuales tendrían por consecuencia la mayor  industrialización de la economía y el incremento de la productividad (Jiménez,  2012).
   Sin  embargo, la acumulación de factores de la producción resultaba poco  satisfactoria para explicar la realidad económica de algunos países. Los  recursos productivos se encuentran divididos entre las naciones de una manera  profundamente desigual, situación que no siempre resulta congruente con el  ritmo del crecimiento de sus economías. Países pequeños y con recursos  naturales escasos han demostrado, a lo largo de la historia, y en particular desde  la segunda mitad del siglo XX, su capacidad para crecer a un ritmo similar al  de las grandes potencias económicas y para competir favorablemente por los  mercados internacionales sofisticados que antes pertenecían exclusivamente a  las naciones desarrolladas.
   Esta  realidad se explica, cada vez en mayor medida, gracias al peso de los factores  intangibles involucrados en el proceso de producción. Pese a que estos factores  intangibles acompañaron a las teorías del crecimiento económico y del  desarrollo desde sus inicios, fue hasta hace relativamente poco cuando  comenzaron a llamar poderosamente la atención de los estudiosos del tema.
   Numerosos  aspectos intangibles han sido estudiados como determinantes del desempeño  económico de los países. Entre ellos es posible contar a la corrupción, el  desempeño de las instituciones, las políticas públicas, la paz, la seguridad,  la competencia, la innovación, la estabilidad política, las migraciones, etc.  Sin embargo, el aspecto intangible que probablemente ha sido más estudiado y  cuyo efecto ha sido más ampliamente reconocido es el conocimiento (Hodgson y  Jiang, 2008; Acemoglu y Robinson, 2012).
   De este  creciente reconocimiento del papel del conocimiento en el desempeño económico  de las naciones surgió el término “Economías Basadas en el Conocimiento” el  cual hace referencia a aquellas economías que se especializan en la producción,  distribución y utilización del conocimiento y la información (OCDE, 1996). 
   Estas  economías se caracterizan por la producción para el mercado mundial de bienes y  servicios derivados de actividades intensivas en conocimiento las cuales juegan  un papel importante en acelerar el paso del avance científico y tecnológico  internacional y en propiciar la obsolescencia de los bienes y servicios  previamente existentes. Este énfasis en el conocimiento permite a estas  economías el integrar innovaciones en las distintas etapas de los procesos  productivos y disminuir su dependencia de la explotación de sus recursos  naturales y de la acumulación de factores de la producción tradicionales  (Powell y Snellman, 2004).  
   En la  actualidad, pese a que prácticamente todos los países del mundo realizan  actividades de Investigación y Desarrollo (I+D) y dedican parte de sus  presupuestos públicos a subsidiar estas tareas, el desarrollo y la comercialización  de los bienes altamente tecnológicos para el mercado mundial se encuentra  concentrado solamente en unas cuantas naciones. La existencia de un patrón  geográfico en la generación de conocimiento de frontera plantea problemas  significativos, particularmente para las economías en vías de desarrollo que  aspiran a aprovechar el potencial de la innovación para propulsar el  crecimiento de sus economías y superar la pobreza. El tema es crucial para las  naciones emergentes ya que la mayoría de ellas se encuentra en una situación de  círculo vicioso en la cual la educación deficiente ha generado una fuerza  laboral carente de las destrezas necesarias requeridas por el sector  productivo, lo cual ha deprimido la capacidad de innovación nacional, la  productividad y el crecimiento económico de las regiones involucradas (Gill et  al, 2005).  
   México  es un país de grandes riquezas naturales, una privilegiada ubicación  geográfica, una variedad de climas y suelos propicios para cultivos sumamente  diversos, subsuelos ricos en minerales explotables y grandes litorales que le  permiten la comunicación por mar tanto hacia el Golfo de México como hacia el  Océano Pacífico. Adicionalmente, es el vecino de la economía más grande del mundo,  Estados Unidos, de la cual se ha consolidado como un socio comercial  importante. 
   Sin  embargo, México enfrenta enormes retos sociales y económicos que le impiden el  adecuado aprovechamiento de estas condiciones. En la última emisión del Índice  Global de Competitividad, publicado en 2016 por el Foro Económico Mundial,  México se ubicó en el lugar número 51 de entre 138 países evaluados. 
   De  acuerdo al Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) (2016), las  dimensiones en las que México aparece peor evaluado se refieren a la fortaleza  de sus instituciones, su desempeño en educación superior, la adaptación a la  tecnología y la capacidad nacional para innovar.  Como puede observarse, tres de estas cuatro dimensiones  se encuentran relacionadas con la gestión del conocimiento, situación en la  cual México parece relativamente débil en los comparativos internacionales.  Esta relativa debilidad es parcialmente la causante de los atrasos existentes  en otras áreas de la vida económica nacional.
   Este  rezago en el uso del conocimiento para generar innovaciones comerciables ha  colocado a México en una situación vulnerable que le ha impedido generalizar el  acceso de la población a los beneficios del desarrollo y combatir la pobreza  que aqueja a casi 53 millones de mexicanos (CONEVAL, 2017).
   Durante  el presente documento se pretende demostrar que el conocimiento ejerce una  influencia positiva en tres aspectos fundamentales para las economías  nacionales: su productividad, su competitividad internacional y su capacidad  para integrarse satisfactoriamente con otras economías. Se busca demostrar  también que las mejoras experimentadas por los países en estos tres aspectos  generan consecuencias positivas en el desarrollo y la disminución de la  pobreza. 
Una de  las primeras variables económicas con las que se relacionó al conocimiento fue  la productividad, entendida esta como la cantidad de productos terminados que  podían fabricarse con una cierta cantidad de insumos (Sabino, 1991). 
   Este  aspecto resultaba de la mayor relevancia en las economías europeas durante la  Primera Revolución Industrial, etapa que marcó la transición de la producción  en talleres familiares a la manufactura en fábricas. La tecnificación de la  producción generó incrementos significativos en la productividad del trabajo y  generó transformaciones sociales profundas tales como la migración de los  campesinos a las ciudades, el remplazo de la producción artesanal y la disminución  de los costos, precios y tiempos de entrega de muchos bienes que comenzaron a  volverse asequibles para las clases medias y bajas. El conocimiento empleado en  la producción se constituyó como un elemento central para explicar las  diferencias en la productividad de las industrias y, en consecuencia, del ritmo  de crecimiento de las economías (Acemoglu y Robinson, 2012). 
   A  mediados del siglo XVII, William Petty escribió acerca de la forma en la que la  formación y los conocimientos incrementaban la productividad de los individuos  y aconsejaba que los empleados mejor calificados deberían encontrarse siempre  en la administración de las entidades productivas (Enríquez, 2016) mostrando  así los primeros esbozos que constituirían la teoría clásica del crecimiento  económico. 
   Sin embargo,  la primera teorización formal sobre la relación entre el conocimiento y la  productividad provino años después con la obra de Adam Smith quien, realizando una  mayor profundización teórico-conceptual de estos elementos, afirmó que la  riqueza era gestada a través del proceso de producción emprendido con el  trabajo humano, el cual se diferenciaba a consecuencia de la experiencia, el  conocimiento y la tecnología, características que contribuían a explicar tanto  las diferencias en el ritmo del crecimiento de las economías como el valor de  las mercancías producidas en las mismas(Rengifo, 2009; Enríquez, 2016).
   Posteriormente,  David Ricardo retoma algunos de los preceptos de Adam Smith y postula a la  productividad derivada del progreso técnico como el determinante central del  crecimiento económico de largo plazo. Para Ricardo, el progreso técnico era el  elemento que evitaba que el capital se acumulara de manera improductiva, al  generar nuevas formas y alternativas para la generación de riqueza, con lo que  evitaba que la economía cayera en un estado estacionario (Jiménez, 2012).
   Más  adelante, autores de inspiración clásica y neoclásica como Robert Solow,  retomaron el principio del progreso técnico para explicar las diferencias en el  crecimiento económico de las naciones. En el modelo Solow-Swan, el crecimiento  económico es una función del factor trabajo, el factor capital y un residuo, el  cual recoge los efectos de las variables omitidas. El modelo encuentra que la  influencia del residuo puede ser altamente significativa, por lo que es  considerado una especie de medida de aquello que se desconoce sobre el  fenómeno. Uno de los factores con los que este residuo ha sido más ampliamente  vinculado ha sido con la influencia del conocimiento en la economía, sea  manifestándose a través del progreso técnico, el avance tecnológico o la  innovación (Reyes, 2010; Jiménez, 2012).
   En  adelante, los trabajos que relacionaron al conocimiento con el crecimiento  económico a través de las mejoras en la productividad derivadas del cambio  tecnológico se ubicaron en dos perspectivas principales; la corriente  exogenista de corte clásico en la cual el cambio tecnológico ocurría como una  consecuencia externa a los entes económicos, es decir, era resultado de la  comunicación que sucedía entre las economías a través de la inversión y el  comercio; y la endogenista en la cual el cambio tecnológico era resultado de  factores que ocurrían al interior de cada economía, por ejemplo, las  inversiones en educación, ciencia y tecnología y la existencia de  universidades, centros de investigación e instituciones fuertes que promovieran  la generación y comercialización del conocimiento (Jiménez, 2012).
   Estas  corrientes a su vez fueron desarrolladas por otros autores que pretendían explicar  la naturaleza de las diferencias existentes entre las capacidades de las  naciones para innovar. Estas explicaciones tentativas pueden alinearse sobre  tres orientaciones teóricas básicas:
   a) La  Teoría del Crecimiento Guiado por las Ideas:
   Fundada  sobre los trabajos de Paul Romer, esta teoría explica que la capacidad de  innovación de las naciones depende de la cantidad de recursos humanos que se  dedican a las actividades de I+D, es decir, depende de la existencia de un  mercado laboral desarrollado dispuesto a absorber y recompensar a los  científicos y tecnólogos, de tal forma que estos puedan dedicarse a la  innovación a tiempo completo. La teoría explica también que la cantidad de  recursos que la economía destina a las actividades de I+D depende de la  productividad de las mismas y de sus rendimientos públicos y privados, con lo  cual se garantiza la participación de las empresas en el proceso de innovación  y el flujo constante de recursos para realizar nuevas actividades. En tercer  lugar, la teoría explica que el impacto del conocimiento generado a través de  las actividades de I+D depende de la forma en la que el acervo de conocimientos  se aprovecha para la generación de conocimiento nuevo. Si este aprovechamiento  es pobre, los investigadores sólo pueden desarrollar el conocimiento que se  encuentra más a su alcance, lo cual coadyuva a profundizar el rezago de algunas  naciones (Furman et. Al, 2001).
   b) La  corriente microeconómica: 
   Esta  corriente concentra el peso de sus explicaciones en la forma en la que la  iniciativa privada, organizada a través de conglomerados, participa en la  generación de conocimientos. Dentro de esta teoría se clasifican las  aportaciones de Michael Porter (1990). El principal aporte de Porter en este  sentido se encuentra en el llamado “Diamante de la Competitividad Nacional”.  Porter (1990) establece que la vía hacia la ventaja competitiva de largo plazo  se encuentra en el incremento de la productividad y que ésta a su vez posee un  vínculo profundo con la innovación. 
   Para  Porter (1990) la capacidad de innovación de las naciones se explica por  diversos determinantes que pueden ser clasificados en cuatro grandes pilares.  El primero de ellos se refiere a la disponibilidad de recursos para generar  conocimientos, particularmente instituciones y recursos humanos especializados  dedicados a actividades de I+D. El segundo pilar se refiere a la competencia  entre las firmas, la cual ejerce una cierta presión para que las empresas se  esfuercen en generar nuevos productos y servicios para el mercado; para que  este pilar se desarrolle, es necesario que existan instituciones sólidas que  garanticen los derechos de los empresarios y que promuevan las actividades de  I+D a través de la generación de incentivos. El tercer pilar se relaciona con  la demanda de bienes sofisticados o altamente tecnológicos; esto crea  incentivos para que las empresas innoven con la finalidad de incrementar su  participación en el mercado y mejorar   sus utilidades. Por último, el cuarto pilar se refiere a la conformación  de conglomerados industriales los cuales permiten una transferencia del  conocimiento más ágil y proporcionan a las empresas ventajas de localización  que les ayudan a disminuir costos e incrementar su rentabilidad. 
   c) El Enfoque de Sistemas  Nacionales de Innovación
   Esta  corriente teórica explica las diferencias en la capacidad de innovación de los  países a partir del desempeño de las instituciones involucradas y de su  capacidad para actuar de manera conjunta. Ejemplos de esta corriente teórica  son el Modelo de la Triple Hélice o el de la Tetra Hélice, los cuales atribuyen  la mayor capacidad de innovación al establecimiento de alianzas entre la  iniciativa privada, las universidades, el gobierno y (en el caso de la Tetra  Hélice) de la sociedad. Esta corriente concentra sus análisis en aspectos como  la actuación del gobierno, de las agencias internacionales, de las políticas  públicas y del mercado laboral (Furman, et. Al, 2001; Pessoa, 2003).
Las  mejores formas de producir, derivadas del conocimiento, se reflejan en el uso  más eficiente de los recursos productivos. Este uso más eficiente de los  recursos a su vez fortalece la capacidad de las empresas para competir, tanto  en el ámbito local como en el internacional. Los productos más competitivos  hacen que las empresas puedan permanecer en el mercado e incluso desplazar a  los competidores más débiles, retrayendo renta hacia la economía nacional,  fomentando el empleo y la entrada de divisas (Porter, 1990).
   Las  empresas competitivas necesitan a su vez de mercados internacionales abiertos e  integrados que faciliten el comercio a través de la reducción de los aranceles  y las barreras no arancelarias. En este sentido, el conocimiento también juega  un papel activo; las economías tienden a desarrollar una integración más  profunda con aquellos países en los que encuentran afinidades que pueden ser  aprovechadas por todas las partes involucradas. Para que la integración sea benéfica  para los participantes, es deseable que posean un nivel de desarrollo similar y  que sus ofertas exportables sean complementarias. En este sentido, el  conocimiento funge como la base que permite exportaciones más tecnificadas e  innovadoras que complazcan la demanda internacional de bienes con mayor valor  agregado. Ello permite poseer una ventaja relativa en el comercio, al menos en  el que se realiza con economías con un menor desarrollo tecnológico, y facilita  la integración (Vergara, 2012).
   El  conocimiento puede transformar la estructura del comercio de los países, para  llevarlos de depender de la explotación de sus recursos naturales y de las  manufacturas poco especializadas, a exportar bienes con un mayor valor  agregado. Esto tiene a su vez implicaciones claras para el desarrollo ya que  permite a los países el mejor cuidado de sus recursos naturales y la  explotación de los mismos sin la necesidad apremiante de venderlos para  conseguir divisas (Lederman y Maloney, 2012). 
   Otro  vínculo entre el conocimiento y el desarrollo puede encontrarse en la Teoría  del Desarrollo Humano, en la cual los aspectos educativos juegan un papel  crucial en la medición del grado de desarrollo de los pueblos, junto con el  acceso a la salud y al ingreso. La diseminación del conocimiento entre la  población, a través de la educación, logra transformaciones sociales sensibles:  se le ha relacionado con situaciones como la mejor prevención de ciertas  enfermedades, la mayor planificación familiar y el control de la natalidad, la  disminución de la propensión a delinquir, el incremento de la participación  ciudadana en los asuntos públicos y la mejora de las condiciones de igualdad  entre hombres y mujeres, además de ser reconocida como uno de los derechos  humanos fundamentales. El conocimiento transferido a través de la educación es  también el medio que permite el adecuado aprovechamiento de las capacidades  productivas de los habitantes de un país, por lo que, una transferencia  deficiente del conocimiento es un factor que merma las capacidades productivas  nacionales (Meschi y Scervini, 2010; Thomas et. Al, 2001).
   Otra  vía a través de la cual el conocimiento puede incidir en el ingreso de la población  es a través de los salarios. Tomando como base lo planteado por Gary Becker en  la Teoría del Capital Humano, las habilidades de los seres humanos, tales como  su educación, su capacitación y su experiencia, son valorados por el aparato  productivo, ya que éste reconoce que los trabajadores mejor capacitado son  también los más productivos. De tal forma, los empleadores están dispuestos a  recompensar esta mayor productividad con mejores salarios (Becker, 1993). 
   Así  mismo, las empresas internacionales también reconocen la importancia de las  capacidades de los trabajadores para la producción, lo cual los lleva a  ubicarse en aquellas naciones que les ofrecen mejores alternativas en cuanto a  recursos humanos especializados. Por lo tanto, el nivel de los salarios que se  pagan en una nación, depende en buena medida de la preparación de su fuerza  laboral; cuando esta preparación no es la adecuada, los países suelen atraer  sólo a aquellas empresas que buscan reducir sus costos laborales, es decir en  aquellos lugares donde las instituciones permiten los salarios más bajos, donde  de la mano de obra poco especializada es abundante y donde las condiciones de  pobreza no permiten que la población tenga un margen amplio para negociar el  monto de sus remuneraciones (Lederman y Maloney, 2012).
   Por lo  anterior, el conocimiento es un factor dinamizador de la productividad, la  competitividad, la integración y un agente determinante para mejorar la calidad  de vida de la población y para el combate a la pobreza.
   Algunos  ejemplos internacionales de lo anterior pueden encontrarse en diferentes casos  relacionados con los países de Asia Pacífico. Durante la segunda mitad del  siglo XX, la Región Asia-Pacífico experimentó algunas de las transformaciones  económicas más importantes que se hayan registrado en la historia, pese a los  periodos de posguerra que experimentaron algunos de estos países, las  conmociones políticas y la inestabilidad que privaba en la región y a la  pobreza que prevalecía en la zona (Birdsall et. Al, 1993). 
   Junto  con los diversos paquetes de políticas que se instrumentaron en la región para  promover la llegada de inversiones, la estabilización social y el ahorro, el  énfasis en la educación jugó un papel importante en transformar a estos países  de ser economías altamente agrícolas, a convertirse en fabricantes importantes  de  manufacturas de bajo valor agregado y,  posteriormente, a elaborar productos altamente tecnológicos (Birdsall et. Al,  1993). 
   El  Producto Interno Bruto per cápita a Paridad de Poder de Adquisitivo (PPA) es un  indicador que asume que el PIB que se genera en un país en un periodo  determinado se distribuye igualitariamente entre toda la población. Pese a sus  limitaciones, es un indicador frecuentemente utilizado para representar al  nivel de desarrollo relativo de los países y para aproximarse a dimensionar su  calidad de vida. A principios de los años sesenta, México contaba con un PIB  per cápita PPA de alrededor de 342 dolares (USD), bastante superior al de Corea  (158 USD) y al de China (89 USD). De hecho, México no se encontraba lejos de lo  obtenido por economías asiáticas relativamente grandes como las de Japón  (con un PIB per cápita PPA de 479 USD), Hong Kong (429 USD) o Singapur (427  USD). Esto sugiere que, en la segunda mitad del siglo XX, las condiciones de  desarrollo de México eran relativamente cercanas o mejores a las de las  economías emergentes asiáticas (Banco Mundial, 2017).
   Para el  año 2016, esta situación se había transformado de manera importante. México  obtuvo en dicho año un PIB per cápita PPA de 8,201 USD, muy cercano al obtenido  por China de 8,123 USD. El resto de las economías asiáticas mencionadas en el  párrafo anterior habían sobrepasado a México en este indicador por bastante:  Singapur alcanzó en este indicador alrededor de 52,960 USD, más de seis veces  lo obtenido por México; Hong Kong obtuvo una cifra de 43,681 USD; Japón obtuvo  un indicador de 38,894 USD y Corea 27,538 USD. Esto es una muestra de los contrastes  generados en los niveles de desarrollo de estos países durante un periodo de 55  años (Banco Mundial, 2017). 
   Si bien  estos cambios son explicados por la conjunción de diversas variables, es de  esperarse que las transformaciones ocurridas en el ámbito educativo y en la  generación, transmisión, utilización y comercialización del conocimiento  jugaran también un papel importante.
   Una  parte de la explicación puede encontrarse en la importancia que se le brinda a  la calidad de la educación en los países de Asia-Pacífico y en la orientación  de la misma hacia las ciencias. En la emisión 2015 de la prueba PISA, Singapur  obtuvo el puntaje más elevado en Ciencias de entre 70 países evaluados, Japón  se ubicó en segundo lugar, Hong Kong en noveno, China en el décimo y Corea en  el onceavo. México ocupó en la misma prueba el lugar número 58, por debajo de  Colombia y Costa Rica (OCDE, 2017).
   Este  énfasis en las actividades de Investigación y Desarrollo (I+D) puede notarse  también al contrastar las cantidades que estos países invierten en dichas  actividades. Corea invirtió en 2015 el 4.2 % de su PIB en actividades de I+D;  para el caso de Japón esta cifra alcanzó el 3.5% y para China el 2.1 %. México  destinó a este rubro el 0.6% de su PIB, cifra inferior a las destinadas por  países como Sudáfrica, Turquía o Grecia (OCDE, 2017).
   Parte  de las diferencias en las cifras del párrafo anterior provienen del  involucramiento de la iniciativa privada en las actividades de I+D. En el marco  de la Teoría del Crecimiento Guiado por las Ideas, es de esperarse que la  iniciativa privada invierta mayores recursos en actividades de investigación y  desarrollo tecnológico en la medida en la que espere obtener rendimientos  atractivos de dichas inversiones. El indicador de actividades de I+D financiadas  con recursos privados no solamente brinda una idea sobre la dimensión de los  recursos invertidos en estas actividades por cada país, sino también sobre la  confianza de los inversionistas para desarrollar el conocimiento en  localizaciones específicas (OCDE, 2017).
   En  2015, el líder en este rubro fue Japón, país donde, del total de la inversión  en I+D, el 78% fue financiado por las empresas. Le siguieron en importancia  China con el 74.7 % y Corea con el 74.5%. Para el caso de México en el 2015,  sólo el 20.6 % de las actividades de I+D fueron financiadas por la iniciativa  privada, el 71.2 % fue financiada por el gobierno y el resto fue financiado por  otros organismos internacionales (OCDE, 2017).
   Otro  aspecto interesante al revisar los indicadores sobre actividades de I+D de  estos países es el número de investigadores con los que cuentan. Como lo  menciona la Teoría del Crecimiento Guiado por las Ideas, para que un país pueda  ser un actor importante de la innovación requiere de un mercado laboral desarrollado  que absorba y aproveche al talento que egresa de las universidades en  actividades de I+D. Esto permite que los recursos humanos especializados,  efectivamente se dediquen a la solución de los grandes problemas nacionales y a  la generación de innovaciones para el mercado.
   En este  sentido Corea cuenta con 16 investigadores por cada mil trabajadores, de los  cuales el 79% se dedica a la investigación en la iniciativa privada. Japón  cuenta con 13 investigadores por cada mil trabajadores y de ellos el 73% se  emplea en el sector privado; para el caso China la cifra es de 4.7  investigadores por cada mil trabajadores y la absorción por parte de las  empresas es de casi un 63%. En México la situación es contrastante con lo  obtenido por las naciones asiáticas mencionadas; se estima que sólo hay un  investigador por cada mil trabajadores y de ellos la iniciativa privada sólo  absorbe al 24% (OCDE, 2017).
   Todas  estas características dan cuenta del atraso relativo que experimenta México en  cuestiones relacionadas con la generación, difusión, uso y comercialización del  conocimiento, situaciones cuyas consecuencias impactan en ciertos indicadores  económicos. 
   Por  ejemplo, es notable lo sucedido en materia de productividad en los casos de  algunas economías de la Región Asia-Pacífico. De acuerdo con datos de la OCDE  (2016) China pasó de tener una productividad (medida de acuerdo al PIB  producido por cada persona empleada a dólares constantes de 2010), en 1970, de  1,092 dólares por persona a 23,539 dólares en 2015, un incremento de casi 21  veces. En el mismo periodo, Corea pasó de tener una productividad de 8,368  dólares a 67,163, ocho veces más en sólo 45 años, mientras en este indicador Japón  pasó de 27,646 a 71,138 dólares (se multiplicó por 2.5 veces en el mismo periodo  de tiempo).
   En  México este indicador pasó de 36,291 dólares en 1991 (el primer dato publicado  por la OCDE para el caso mexicano) a 39,596 dólares en 2015.En veinticuatro  años, la productividad de México se incrementó en sólo un 9%. Si bien la  productividad en México sigue siendo bastante más alta que la de China, es de  llamar la atención la velocidad a la cual este indicador se ha modificado de  una nación a otra. Si bien este comportamiento puede ser explicado por  diferentes causas, es prácticamente innegable que la utilización del  conocimiento en la producción forma parte de la explicación. De acuerdo a  cifras de la OMPI, la Universidad de Cornell y el INSEAD (2017), en 2017 Corea  se ubicó como la nación número 11 de una lista de 127 países en cuestiones  relacionadas con la generación de conocimientos e innovación. Japón por su  parte ocupó el lugar 14 mientras China se ubicó en el lugar 22. México por su  parte se encontró en el lugar 58 cerca de lo logrado por países como Sudáfrica,  Armenia y la India y por debajo de otros países latinoamericanos como Chile o  Costa Rica.
   El  conocimiento es también un aspecto cuya importancia ha sido ampliamente  reconocida en relación con la competitividad de las naciones. Los países que  poseen un mayor acervo de conocimientos suelen poseer un mayor atractivo para  los inversionistas, los cuales prefieren establecerse en aquellos lugares que  pueden ofrecerles la mano de obra calificada que requieren para sus procesos. Adicionalmente,  la disponibilidad de profesionistas especializados, científicos y tecnólogos  facilita la absorción de los conocimientos, su difusión y la generación de  innovaciones, lo cual ha determinado un cierto patrón de ubicación de las  empresas trasnacionales altamente tecnológicas.
   Michael  Porter es uno de los autores que mayor peso le brindan al conocimiento,  manifestado a través de la innovación, para generar competitividad en las  naciones. Para Porter (1990), la innovación es la única fuente de ventajas  competitivas de largo plazo con la que cuentan las naciones, la cual a su vez  depende de la creación y asimilación de conocimientos, así como de un entorno  dinámico, progresivo y estimulante que genere en la industria la necesidad de  competir.
   Estos  preceptos son retomados por el Índice Global de Competitividad del Foro  Económico Mundial. Este índice tiene por objetivo realizar una evaluación  general del estado de 140 economías para generar una clasificación que revele el  estado que guardan los factores que sirven como base para la productividad y la  prosperidad en las naciones.
   Si se  toman en consideración nuevamente a algunos países de Asia Pacífico, puede  decirse que Singapur muestra una evaluación ejemplar al ubicarse en el segundo  lugar de la clasificación. Japón nuevamente resulta favorablemente posicionado  al encontrase en el lugar número 8 de 138 países. Hong Kong ocupa el puesto  número nueve y Taiwán el catorce. Corea ocupó el lugar 26 y sólo dos lugares  más abajo se ubicó China en lugar 28. México se encontró en el lugar 51  (cercano a países como Bulgaria y Ruanda) mostrando sus mayores debilidades en  aspectos institucionales y de innovación (WEF, 2017). 
   Esto a su  vez tiene implicaciones en la estructura del comercio internacional, tanto de  México como de las otras naciones de los ejemplos. Para el año 2015, de acuerdo  a cifras publicadas por el Banco Mundial (2017) las exportaciones de bienes de  alta tecnología de México alcanzaron una cifra aproximada de 45 mil millones de  dólares (MDD), la cual sin duda es importante. Sin embargo, estas cifras aún  parecen bajas si se comparan con las obtenidas por naciones como Singapur (130,  989 MDD), Corea (126,541 MDD) o China (554,273 MDD).
   Una  situación similar puede observarse en lo relacionado con las regalías obtenidas  por el uso de propiedad intelectual, un rubro que de manera creciente está  cobrando importancia en las economías emergentes. Pare el año 2015, México obtuvo  ingresos por este concepto cercanos a los 307 MDD, sin duda un avance  importante si se compara esta cifra con los 69 MDD que obtenía en el año 2005.  Sin embargo, las economías de Asia Pacífico le llevan una amplia ventaja México  en este indicador: Japón obtuvo en 2015 casi 36 mil MDD por este concepto,  Corea casi 6,200 MDD, Singapur 5,180 MDD y China 1,085 MDD (Banco Mundial,  2017).
   Estas  cifras ayudan a dimensionar los avances obtenidos por estas naciones al  aprovechar el conocimiento para propulsar sus economías, situaciones que  modifican a su vez los términos en las que negocian sus acuerdos de integración  y la manera en la que pueden aprovecharlos.
   En  cuanto a la valorización de los salarios mencionada como parte de la teoría del  Capital Humano puede decirse que efectivamente los salarios anuales promedio  (calculados por la OCDE) son consistentemente mayores en economías como las de  Japón y Corea en comparación con México (OCDE, 2017ª).
   El  salario anual promedio en México en 2015 fue de 15,230 USD, según estimaciones  de la OCDE. En el mismo año, el salario promedio en Japón alcanzó los 38,660  USD y en Corea de 32,062; ambos países presentan salarios promedio de más del  doble que el salario mexicano. El crecimiento del salario promedio anual entre  1990 y 2015 fue del 12% para México (en un periodo de 25 años), mientras en  Corea el incremento del mismo periodo fue del 63.7 %. Esto es congruente con lo  planteado por la Teoría del Capital Humano, la cual plantea que la mayor  productividad del trabajo, derivada de la mayor aplicación del conocimiento en  la producción, tiene por efecto la revalorización de los salarios (OCDE, 2017ª).
Para  aportar evidencia empírica sobre lo planteado en el presente documento se llevó  a cabo el siguiente ejercicio. Se utilizó una Matríz de Correlación con  coeficientes de Pearson para identificar si las relaciones planteadas durante  este trabajo eran estadísticamente consistentes. Una matriz de correlación  permite establecer la covariación conjunta de variables con una universalidad  suficiente como para poder realizar comparaciones entre distintos casos; posee  la ventaja de permitir identificar el sentido de la relación y su intensidad. A  mayores valores de los coeficientes de correlación, mayor será la covariación  conjunta. El signo del coeficiente de correlación indica si la relación es  directa o inversa (Vinuesa, 2016).
   Los  datos utilizados fueron extraídos de las bases de datos del Índice Global de  Competitividad del Foro Económico Mundial, en su emisión 2016. Se utilizaron  datos para los 140 países acerca de los cuales existió información sobre las  variables de interés. 
   Los  indicadores del Índice Global de Competitividad pueden tomar valores entre 0 y  7 donde las calificaciones más altas significan que las condiciones nacionales  son más favorables. 
   Los  indicadores utilizados para este ejercicio fueron:
Los  resultados obtenidos se muestran a continuación en la Tabla 1. Como se aprecia,  todas las correlaciones se aprecian significativas y tienen los signos  esperados. Los resultados obtenidos sugieren la mayor correlación existe entre  el conocimiento y la pobreza con un coeficiente de 0.853.
   Las  correlaciones entre el conocimiento y la productividad, la competitividad y la  integración son de una intensidad media, con coeficientes cercanos a 0.6. Esto  puede deberse a que el conocimiento actúa sobre estas variables a través de  otros fenómenos: para actuar sobre la productividad se requiere que el  conocimiento se manifieste en la modernización de la producción y una vez  sucedido esto puede mostrar sus efectos en la competitividad y la integración.  Esto explicaría por qué las relaciones entre productividad y competitividad y  entre competitividad e integración son relativamente más altas (superiores a  0.7).
Los  beneficios de la generación, transferencia, uso y comercialización del  conocimiento han sido ampliamente aceptados en la literatura económica desde  sus inicios. Al conocimiento se le atribuyen muchas de las grandes  transformaciones, tanto económicas como sociales, que ha experimentado la  humanidad. Si bien estas transformaciones no pueden atribuirse manera exclusiva  al conocimiento, éste sin duda ha fungido como un dinamizador de dichos  procesos.
   Las  economías de Asia-Pacífico son un ejemplo claro que cómo el fomento al  desarrollo del conocimiento puede generar trasformaciones profundas en la  estructura de la producción y el comercio de los países.
   México,  que a mediados del siglo XX compartía algunas características con estas  naciones, ha obtenido avances importantes en el desarrollo del conocimiento,  sin embargo, estos han sido insuficientes para alcanzar el ritmo de las  transformaciones ocurridas en la Región Asia-Pacífico.
   Existe  aún el gran reto nacional que involucra el generalizar el acceso a la educación  de calidad y el fortalecimiento del Sistema Nacional de Innovación, dos  aspectos clave si se quiere que México transite hacia convertirse en una  auténtica Economía del Conocimiento.
   Futuras  líneas de investigación podrían contrastar estas relaciones utilizando técnicas  más robustas y periodos de tiempo más largos. Ello puede generar aportes  teóricos consistentes sobre la importancia de fomentar la generación de  conocimientos entre la sociedad mexicana, pero también sobre el seguimiento puntual  de sus efectos en las variables económicas.
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