Revista TECSISTECATL ISSN: 1886-8452


FUNDAMENTOS Y CONTRADICCIONES DEL ESENCIALISMO MEXICANO: UNA PROPUESTA A REPENSAR LA IDENTIDAD MEXICANA

Autores e infomación del artículo

Luis Enrique Ferro Vidal

Universidad de Guanajuato

chanizferro@gmail.com

Resumen
En este trabajo se pretende hacer un análisis de los fundamentos y contradicciones sociales de los intelectuales que han participado en la construcción del pensamiento sobre la identidad de lo mexicano; es así que se hace un examen al proceso de conocimiento hacia un objeto concreto y delimitado como es lo mexicano. con el que intentan estos intelectuales definir y hacer constar la esencia de lo mexicano o el perfil de lo mexicano. En este proceso los intelectuales postulan la construcción de la unicidad de la identidad sociocultural de México a través de tres elementos claves para determinar el perfil de lo mexicano: el primero es la utilización de la Historia para determinar la civilidad del mexicano; el segundo, la utilización del concepto de sincretismo para denotar la unicidad de un ser típico mexicano a través del mestizo, y por ende la negación de lo indígena; y por último, generan un método comparativo con el pensamiento occidental para demostrar la fundamentos de la identidad mexicana. Estos tres elementos originan lo que he llamado como el esencialismo mexicano. Durante el desarrollo de este trabajo, también se reconoce la ausencia de una teoría propia que incluya a la diversidad sociocultural como un medio para definir ese nosotros que nos identifica como mexicanos.

Palabras claves: Esencialismo mexicano, identidad, mexicaneidad, unicidad, sincretismo y mestizaje.
Abstract
            In this work intends to make an analysis of the foundations and social contradictions of intellectuals who have participated in the construction of thinking about the identity of the Mexican thing; it is how to make a review to the process of knowledge toward a particular object and delimited as is the Mexican. with which they are attempting to define these intellectuals and to record the essence of what Mexican or the profile of the mexican. In this process intellectual posit the construction of the uniqueness of the cultural identity of Mexico through three keys to determine the profile of the Mexican elements: the first is the use of history to determine the civility of Mexico; the second, the use of the concept of syncretism to denote the uniqueness of a typical Mexican being through mestizo, and therefore the negation of the indigenous; and finally generate a comparative method with Western thought to demonstrate the basics of Mexican identity. These three elements originate what I called as the Mexican essentialism. During the development of this work, the absence of a theory itself that includes socio-cultural diversity as a means to define that identifies us as we Mexicans also recognized.

Keywords: Mexican essentialism, identity, mexicanidad, uniqueness, syncretism and miscegenation.

 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Luis Enrique Ferro Vidal (2016): “Fundamentos y contradicciones del esencialismo mexicano: una propuesta a repensar la identidad mexicana”, Revista TECSISTECATL, n. 19 (abril 2016). En línea: http://www.eumed.net/rev/tecsistecatl/n19/identidad.html


La identidad es la gran duda de la definición del ser humano porque constantemente se pregunta por su razón de ser y su forma de ser en el mundo; se pregunta por sus similitudes comunitarias que le son inherentes a la propia expresión existencial de los miembros de un mismo grupo, y se cuestiona sobre las diferencias de ser de otros grupos humanos, pero también se compara con otras especies que forman parte de la naturaleza, por lo tanto la humanidad tiende a buscar frenéticamente los argumentos que expliquen su quehacer y proceder como parte del mundo, su mundo y su relación con otros mundos para comprender y advertir la esencia que le hace ser lo que es. Así la identidad, como una explicación de saberse ser, ha sido la fórmula humana de preguntarse y determinar el conocimiento que requiere para saberse como un organismo propio; y en su proceder, le permite reconocer en principio sus interrelaciones con otros miembros similares a él, pero siempre la identidad será una constante duda, porque su definición es pasiva y activa, pensada y actuada, es estática y en movimiento, es diacrónica y sincrónica porque se configura con los tiempos pasados y presentes que intentan desenvolverse hacia el futuro para seguir siendo. En esa tónica la identidad parece un acuerdo entre los miembros de un grupo, porque la identidad es producto  de puntos de encuentro, y por lo tanto de procesos de relaciones humanas que intentan dar cuenta de manera conjunta una justificación a la propia manifestación de su ser y su deber en el mundo, ya que no sólo piensa su mundo, sino que actúa en el cosmos, la naturaleza y en su propio mundo social.
La identidad marca que los sujetos y los grupos humanos son algo con características y fisonomías propias en el marco de su acontecer cotidiano, y ejerce sentido a su esfera espiritual, mágica y religiosa, por lo que la identidad no sólo es una proyección interiorizada del ser, sino que es parte de un contexto mucho más amplio porque participa en espectros sociales más amplios por lo que con la definición y la construcción de la identidad los seres humanos definen su acometer como organismos propios desde una comodidad de ser que imprime al ser un deber y un acometer sobre su propio mundo. El problema radica en la existencia de muchos grupos humanos, muchas definiciones y comodidades de ser en el mundo, saber cuál es la más óptima es imposible saberlo, ya que cada unidad identitaria tiene su propia lógica de ser, pertenecer y actuar en el mundo.  Por todo ello que todos los grupos humano reflexione constantemente sobre cuál es su particular la forma de ser y pertenecer  en un mundo propio y ajeno.
Pensar la identidad es adentrarse a una reflexión íntima y colectiva. Por tales motivos, cuando surge la reflexión en su vasto sentido sobre el tema de la identidad, invita a colocarnos en un lugar y en un tiempo que dé cuenta de nuestro punto de encuentro con el mundo y nuestro mundo, con el mundo de otros y los otros mundos, provocando redirigir constantemente nuestra propia mirada hacia nuestra propia forma de ser. La identidad por lo tanto, es una fórmula de desarrollo conceptual, matemático si se quiere porque involucra variables, y si se prefiere, puede llegar a tener tintes místicos, porque su fundamento está en las relaciones furtivas que se dan entre múltiples vectores que dan cuenta de nuestra pertenencia en el universo. Pensar en la identidad es centrarnos en el juego mismo de las afecciones, sensaciones, sentimientos e intenciones que nos incitan a participar en las esencias verbales de las miradas humanas para explicar una razón de ser. Entre los factores que posibilitan los resultados de estas ecuaciones hay ciertas variantes que se centran en el término de identidad: yo, tú, él, nosotros, ustedes, ellos, los otros, aquéllos; afines, semejantes y diferentes; iguales y desiguales; éstos elementos o pronombres problematizan la incógnita de un ser y/o un no ser. Por eso, cuando el término ‘identidad’ hace su aparición, nos encontramos en un tiempo y lugar dentro de este actuar multivectorial de las miradas que son producto de las acciones del vivir diario para reconocer la asimilación de la existencia, es sin duda, la ubicación de un ser, y su explicación en el mundo y ante su realidad. Sin embargo, reflexionar de manera viva el termino de identidad es plantear un sujeto que va en búsqueda de su comprensión y su interaccionen en el mundo, ante la incansable pregunta de saberse ser, es decir, la incasable búsqueda del yo en relación al todo lo que le rodea a ese yo. El problema de la identidad en ‘Latinoamérica’ y por ende en México, es que vive en las dinámicas sociales de lo propio y lo ajeno ya que ‘Latinoamerica’ y México no ha logrado descifrar el encuentro con su mundo y su relación con el mundo de los otros por la condición misma de sus procesos sociohistóricos y culturales. 
Es muy reconocido o sabido que Latinoamérica ha tenido una turbulenta condición histórica y social que ha dejado rezagos en su proceder humano e histórico en la definición de sujeto de acción como parte de la humanidad. Occidente desde su arribo y como principio extranjero en estas tierras, produjo estragos que llenaron de inconsistencias una experiencia, una forma y una concepción de vida en los habitantes naturales que tenían por territorio esta tierra. En la actualidad ese efecto de un cambio de vida impuesto, ha alejado al ser Latinoamericano a esta esquina del mundo en un creciente olvido de su existencia. Con las acciones de Occidente se ha dejado a este pueblo una tarea, que por derecho correspondía determinar y decidir a Latinoamérica en base a sus propias proyecciones sociales, culturales e históricas, porque sólo a él incumbe el conocerse, reconocerse y comprenderse así mismo.
No bastando con la invasión Occidental que trastocó la definición de una identidad y se entrometió en el sentimiento de una autodefinición. No conforme Occidente con el dominio de estas tierras con guerras y cruces. No siendo suficiente la reconocida explotación de sus habitantes y de sus riquezas minerales y naturales, explotaron la Historia de un pueblo a la que le correspondía escribir su Historia desde sus propios cánones históricos. Si se piensa al historiador como un oficio: ¿Cuál es el oficio de un historiador que tiene trunca su Historia? ¿Qué metodología o qué recurso histórico les queda a los latinoamericanos para restituir su reencuentro con la Historia para alcanzar su definición de ser histórico y social? ¿Qué hacer cuando la palabra extranjera se superpone y olvida el fomento del sustento de las palabras ante nuestra realidad? ¿Con el cambio de las palabras se reconfigura el sentido de la Historia que nos define? Si es así, entonces: ¿Las palabras olvidadas y el surgimiento de palabras nuevas reorientan el pensamiento a problemas ajenos a los propios problemas? ¿Sin Historia y sin problemas propios cuál es el sentido de la existencia latinoamericana para definir su identidad?

FUNDAMENTOS Y CONTRADICCIONES DEL ESENCIALISMO MEXICANO
Para un mexicano pareciera fácil hablar, explicar y pensar lo qué es ser mexicano, o bien, establecer una definición propia de lo que es la mexicaneidad (entendida como todo aquello que lo hacer ser y le otorga identidad). Para determinar esta definición de ser mexicano, bastaría con solo vivir como mexicano, de compartir y experimentar a diario el mundo propio de los mexicanos entre sí; sin embargo, al profundizar en este razonamiento, la mexicaneidad o lo mexicano, se desvanece entre espejismos y sueños que no permiten establecer una respuesta clara y concisa del problema.
Al acercarse al fenómeno de la mexicaneidad, surgen posibilidades que oscilan entre lo imaginario y lo concreto, entre lo mestizo y lo indio; entre lo folklórico, lo indígena y lo nacional; pero también el sincretismo de dos culturas se convierte en la síntesis de un discurso, y la composición de una ideología mestiza y criolla. Así la mexicaneidad, su espíritu y su alma siguen siendo un problema sin respuesta, como bien menciona José Iturriaga (1992, 625): “…el alma del mexicano… es un alma cargada de dinamicidad que va dirigida a fijarse, a precisarse en un tipo inconfundible. Tan es esto así, que muchos pensadores acuciosos de la realidad mexicana –sociólogos, filósofos de la cultura, psicólogos- consideran que es imposible definir la peculiaridad del carácter del mexicano precisamente porque ésta no se ha dado aún en contornos tales que la individualicen.”.
Los estudiosos de lo mexicano han viajado por distintos rumbos para comprender que es lo que hace ser al mexicano ser mexicano y poder definir la mexicaneidad. Lo han hecho desde los trazos del arte como Julio Jiménez Rueda (1992, 257) quien afirma que: “…tras un barroco biológico, al fundirse las dos razas se crea un arte nuevo.” y termina afirmando que con ello se instaura un mundo nuevo que llama lo mexicano; lo mexicano ha entrado por el oído a través de la música, dentro de la majestuosidad de su arquitectura, desde las profundidades de la psicología cuando se ha afirmado que los mexicanos se distinguen por tener desequilibrios psíquicos que están sintetizados en un sujeto llamado “pelado”, por lo menos así lo hace constar Samuel Ramos (1992, ; en la literatura Octavio Paz (1993, 78) por ejemplo asienta que: “El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de los demás. Lejos también de sí mismo.” (Paz 1993, 78); a través de la cultura Antonio Caso opinaba que: “México sólo es una palabra” . Arturo Arnaiz Freg (1992, 635)se sensibiliza con la historia: “A mí –mestizo mexicano-, la historia de la conquista me deja cada vez más tranquilo. Lo mismo como un pleito de familia. Como el requisito indispensable para que una mitad de mí mismo se uniera con la otra mitad.” , etc. Como podemos apreciar, lo mexicano es un problema de pensamiento para la definición de un sujeto propio.
El problema ha intentado responderse desde los parámetro de la Historia, desde la filosofía, desde la psicología, desde el acometer humano de la cultura mexicana, de su economía, de sus desmesuradas fisonomías, de sus extravagantes veredas geográficas, de la filosofía silenciosa mexicana, y se afirma como silenciosa porque son muchos los filósofos mexicanos que le niegan a la filosofía mexicana en la actualidad su talante y su pertinencia de pensamiento, lo cual anula el problema mismo.
En este proceso de conocimiento sobre la mexicaneidad no solo se ha hablado desde la articulación de la razón, también ha sido un acto emocional y de sentimiento que inquiere a toda identidad, por lo que se ha ido desde la pasión a la insatisfacción; desde la conquista, la mezcla, hasta llegar al sincretismo cultural, espiritual y simbólico; y sin reconocer fronteras se ha ido hacia lo cósmico con Vasconcelos, todo por querer arrancar de las vísceras el corazón la nulidad de un sentimiento de ser parte de algo y ser un todo que existe, todo con la intención de entender la esencia de la figura de la mexicaneidad. Sin embargo y de manera paradójica, todas estas reflexiones de afirmación, se encuentran aún en una indefinición de ser.
Pensado de esta manera se puede comprender que para adentrarse al problema del conocimiento de la mexicaneidad siendo mexicano, es compenetrarse en un gran conflicto para poder definir aquello que llamamos lo mexicano, porque al sumergirse en las reflexiones realizadas por los pensadores mexicanos es integrarse a un problema que se asume como propio, porque la mexicaneidad como problema filosófico y social es la confrontación entre lo que se es, lo que no se es, lo que se piensa, y por su diversidad cultural identifica -en función de identidad-, su propia afirmación, y por otro lado ratifica la diferencia como parte de sí.
La mexicaneidad como objeto de estudio tiene un fuerte énfasis histórico: “…a fines del siglo XVII comienza a tenerse conciencia de la nacionalidad. ¿Qué cosa es México? Antes habían descrito los paisajes, la naturaleza, el clima de México, los poetas. La respuesta no van a darla estos últimos, sino los hombres de ciencia.” (Herzog, 1992, 258). Desde esa época, hasta la actualidad ni científicos, ni poetas, ni siquiera filósofos y literatos han acertado definir lo que están buscando, ya que su mirada conceptual intenta a toda costa encontrar el sustento de la identidad mexicana a través de una sola esencia de lo mexicano o perfil del mexicano que pueda justificar a la mexicaneidad como una forma particular de la humanidad, como se lo preguntó y aseveró Jaime Torres Bodet (1992, 349) en su momento: “Avanzamos por la afirmación de lo nacional, hacia la integración de lo universal… México es la razón de nuestro destino. Pero el escenario de ese destino lo constituye la tierra entera. Y queremos participar con independencia en el progreso común de la humanidad.”.  Estas palabras son un reflejo claro de la búsqueda de la autenticidad de lo mexicano, y por lo tanto, la necesidad de una definición de ser distintos y únicos como mexicanos, pero además cabe una exigencia para integrar su deber ser con el resto de la humanidad. Ello ha generado una interrogante, ya que en un contexto general la tradición de pensamiento de lo mexicano a través de sus intelectuales se ve fundamentado en un: “… ¿qué somos y como realizaremos eso que somos?” (Bodet 1992, 349).
Ante la existencia de una pregunta definida sobre un objeto de estudio perfectamente delimitado -lo mexicano-; se consume, entre negaciones más que afirmaciones, es un sujeto que no se ha consumado; es un concepto no desarrollado y sin método quedando sólo como una hipótesis que se dirige hacia el futuro, dice Vasconcelos: “… somos nosotros de mañana, en tanto que ellos [occidentales] van siendo ayer.” (Vasconcelos 1992, 30). Empero, nos sabemos mexicanos y vivimos como tales, y existe una Constitución que reafirma el sentido de pertenencia, sin embargo no contamos con un significado claro de lo que nos es propio, ni siquiera hemos podido comprender nuestra esencia como mexicanos. En esta exploración se ha vagado en las hipótesis, por lo tanto carecemos de una idea de ser, en función de un concepto claro y definido. Aunque sin concepto, lo mexicano existe, se manifiesta y deambula como expresión cultural: “Porque el hombre no es sólo una reacción frente al lugar donde nace y ama, sufre, piensa y desaparece; ni es tampoco una pasiva entidad, subordinada al rigor de la biología. Contestación vulnerable, y en ocasiones imprevisible, a las exigencias del medio que lo circunda y al llamado del linaje, es el hombre hipótesis sin descanso, invención sin tregua, creación perenne y descubrimiento incesante de los enigmas que le propone su propia esfinge en la  ondulación –luminosa y sombría- del universo.” , entonces ¿será acaso, que la mexicaneidad como una razonamiento sea tan sólo una hipótesis?, si es así, es por ello que sea motivo por el cual se pregunte por lo que es la mexicaneidad. Aún con el problema a cuesta, los intelectuales y literatos no han desistido en la empresa para definir el alma de este plano humano como un fragmento particular del alma universal de la humanidad, y en un momento dado quizá detonarla como parte de esta humanidad universal.
Para adentrarnos al plano de lo concreto, muchos estudiosos de la mexicanidad han optado como punto de referencia a la Historia para solucionar el problema por ser el  elemento en donde se encierra el secreto de lo mexicano. Para estos pensadores la ruta de conocimiento inicia al escudriñar el pasado, ya que es en este contexto en donde se procesa inicialmente el carácter y por consecuencia también la definición en el presente de lo mexicano, como lo estipula Octavio Paz (1993, 97) al afirmar que: “En el fondo, hay la creencia de que no puede captarse la realidad mexicana, sino se conoce la antigüedad; para comprender el presente, es necesario sumergirse en el pasado.”, y con ello poder romper las ambigüedades del problema: “México está tan solo como cada uno de sus hijos. El mexicano y la mexicanidad se definen como ruptura y negación. Y, asimismo, como búsqueda, como voluntad por trascender ese estado de exilio. En suma, como viva conciencia de la soledad, histórica y personal. La historia, que no nos podía decir nada sobre la naturaleza de nuestros sentimientos y de nuestros conflictos, sí nos puede mostrar ahora cómo se realizó la ruptura y cuáles han sido nuestras tentativas para trascender la soledad.”. La Historia en esa dirección se vuelve el movimiento del pensamiento mexicano porque se convierte en el método de análisis perfecto para encontrar el horizonte del edén mítico de la esencia o autenticidad que hemos perdido en la memoria de nuestra definición; y también permite determinar el escudo que nos encierra en la burbuja de nuestro origen para demostrar nuestro andar y las cualidades de nuestro ser.
En esta búsqueda del yo, la articulación del pasado y del presente se funden como una unidad indivisible para encontrar el sentido de lo que es la mexicaneidad, como ejemplo esta Bonfil Batalla (1990, 187) quien dice: “He querido mostrar que el México profundo, portador de la civilización negada, encarna el producto decantado de un proceso ininterrumpido que tiene una historia milenaria: el proceso civilizatorio mesoamericano.”. Este pensamiento sumerge su condición en un sujeto real que es ‘el indígena mexicano’, porque su presencia hace permisible y justificable, ligar el presente con el pasado prehispánico, aunque en la actualidad el mundo indígena esta desgajado de una cotidianidad persistente, porque se desdibuja o se inserta a conveniencia del proceso de pensamiento.
Por un lado, existe una nostalgia imaginada y añorada, García Cantú (1992, 634) lo hace patente al expresar que: “Vivimos en una tierra en la que alguna vez abundaron maíz, cacao, algodón de mil colores; oro y libros: el país de Quetzalcoatl. De tal crepúsculo de verdad y mentira parten las órdenes que el espíritu de la rebeldía le ha dictado la naturaleza. En la voluntad de transformar la sociedad reconocemos el móvil de nuestra historia.”; pero además esta condición del método Histórico de lo mexicano insiste constantemente en trasladar al sujeto indígena del pasado, para sustentar y ratificar los fundamentos “más puros” de lo mexicano, esto se puede apreciar con  las palabras de Agustín Yáñez (1992, 419): “Los rasgos auténticos que conservamos de las religiones primitivas, ya sean vistas como objetos o como suma de vivencias subjetivas, coinciden con las notas esenciales que descubrimos en las artes plásticas y en las formas lingüisticas, fundiéndose unas y otras para dar categórico testimonio de las facultades autóctonas, luego sin duda en mucho trasfundidas –como acto y como potencia o disposición múltiple- sobre lo que hoy constituye la mexicaneidad.”. Al intentar manifestar la existencia de un ser auténtico -utilizando la magia de la historia- se indaga en las profundidades de una manera de ser y una forma de vivir que como fin último existió y sigue perviviendo de alguna manera, sin embargo, para otorgar a lo mexicano un cosmos propio. Desde esta perspectiva, se limita su configuración de ser como parte de lo mexicano, porque de igual forma el indígena del pasado no compagina con el indígena del presente y a su vez rechaza las condiciones de un pensamiento mestizo.
El resaltar un pletórico pasado prehispánico se debe a la necesidad de encajar una Historia particular que no se ha vivido en otras partes del mundo como se vivió aquí, donde se originó un territorio con muchos pueblos indígenas que aun con su diversidad interactuaban como una civilización, que no tiene nada que envidiar al resto de las civilizaciones de la humanidad, insistiendo reiteradamente que esta condición civilizatoria del pasado es el substrato del ser que caracteriza a la mexicaneidad, sin embargo, este escenario no compagina con el entorno cultural de nuestro país y su ubicación en el tiempo teóricamente es inconsistente, ya lo vislumbraba Luis Villoro (1987, 227) que suma otras partes al corpus del alma mexicana: “El mexicano ve su ser, tanto personal como social, escindido y vacilante: lo indio y lo occidental, componentes históricos de su realidad, simbolizarán perfectamente su desgarramiento.”  y afirma: “Así la recuperación del indio significa, al propio tiempo, recuperación del propio Yo.”  Y hay quienes nos recuerdan que: “Dentro de la ley los indios son mexicanos y tienen los derechos de un mexicano. Empero, basta salir de nuestras ciudades para darse cuenta de que la discriminación existe.” (Benitez 1992, 557); Antonio Caso (1992, 264) se suma a la discusión de Benito Jiménez diciendo: “Pero hay más. El indígena que vive en su comunidad aislada no puede sentirse mexicano; sabe sí que hay una especie de fuerza natural llamada <<Gobierno>>, cuyas disposiciones hay que acatar porque utiliza la fuerza para hacerse obedecer. Sabe que <<Gobierno>> se presenta… y sabe que <<Gobierno>> exige que se cumplan una serie de requisitos… y ahí se acaba su concepto de la patria; no se siente mexicano, no tiene sentimiento de que forma parte de una identidad más vasta que su pequeña comunidad. Fuera de ella, todo le es hostil. Sólo dentro de ella encuentra simpatía, calor y comprensión.”  Entonces ¿una fracción del Yo de la esencia del alma mexicana es discriminada, sin patria y está muerto? Tal parece por lo que indican éstos últimos pensamientos, es que existe un elemento imprescindible que forma parte y no forma parte, que aparece y desaparece en la construcción de lo mexicano: lo indígena.
El indígena vivo o muerto, el indio del pasado o del presente es el ingrediente secreto que se utiliza para dar cuenta de la bipolaridad de la mexicanidad que ayuda a definir y particularizar sin discusión el alma mexicana, e intenta con lo ajeno del mundo indígena integrarlo al discurso de lo propio para hacer del lugar lejano de la diferencia cultural, un lugar cercano que permite emancipar el discurso de una unión que de igualdad a las diferencias socioculturales y políticas en el marco de lo propio y de la identidad.
Lo indígena ha sido y es un elemento constante en la vida de la mexicanidad, es un elemento que dista de las costumbres de los mestizos y de las estructuras de la razón formal de occidente, pero además, aún hoy en día forma parte de nuestra vida y no nos es tan incomprensible; es así que surge entonces con la presencia indígena, la necesidad de acudir a un sentimiento de similitud y solidaridad simbólica, ya que debe existir una consonancia entre lo indio y lo no indio. Sin embargo, lo indígena es constantemente negado, pero es parte de la esencia que da autenticidad a nuestro cosmos y surgen propuestas de análisis como un pasado vivo y elemento imprescindible para reconocer lo mexicano.
En concordancia con lo anterior los pensadores de lo mexicano intentan demostrarle al mundo que contamos con una conciencia real en la construcción de nuestra definición de ser, sin embargo, lo que parece más idóneo para ellos, es el encontrar los puntos de identificación de un nosotros considerando a la diferencia cultural (lo indígena) para dar un orden y coherencia lógica al cosmos mexicano. La construcción esencialista de la Historia que se vuelca contra sí en trémulas contradicciones, porque perviven en una dinámica de encadenamientos circunstanciales principalmente por condiciones históricas, y a su vez pretende contrarrestar las contradicciones con la presencia indígena. Esta manera del manejo de la Historia conforma la idea de sincretismo. La idea del sincretismo da vitalidad, particularidad y esencia a lo mexicano es producto histórico que nos viene por herencia, siendo Gracilazo de la Vega quien inicia el desarrollo de este concepto, de quien se dice: “El Inca encarnaría al nuevo hombre americano no sólo por la indudable mezcla de sangres española e india que corre por sus venas, sino por la fusión de dos civilizaciones.” (Batalla 2004, 79).  Con la intromisión esta fórmula mágica retomada por Latinoamérica y por ende en México, los opuestos socioculturales dejan de pelear para los pensadores de lo mexicano quienes tranquilamente se regodean en un topus urano y platican con paz espiritual la unificación y  la inclusión con la diferencia.
La añoranza de poseer la esencia de un alma de lo mexicano en el sueño sincrético, es un recurso que permite desmenuzar el problema de lo que es el ser mexicano y le quita en principio el dolor de cabeza con esta respuesta al pensamiento esencialista de la mexicaneidad. Luis Villoro (1987, 226) en contraparte, arremete en la conversación de este sueño del ser mexicano la siguiente afirmación: “El intento por encontrar el propio ser, el movimiento reflexivo es patentemente de raigambre occidental. Occidental es su lenguaje, su educación y sus ideas, occidentales incluso sus métodos de estudio e investigación. Lo indígena, en cambio no aparece reflexiva y nítidamente a la conciencia. Permanece oscuro y recóndito en el fondo del Yo mestizo.”. El desarrollo del concepto de sincretismo en un intento para amalgamar legítimamente una pertenencia a una humanidad, mantiene una posición que tranquiliza la presencia de los opuestos, sin embargo, considero que no ha logrado alcanzar a concretar una teoría que nos defina desde el interior, finalmente queda como una propuesta o idea que viene a disolver las diferencias pero a su vez mantiene las contradicciones que permanecen como inconsciente en el pueblo mexicano, porque el problema ya no se visualiza solo a través de las contradicciones socioculturales hacia interior, sino que además, la unificación se confronta con teorías o métodos del exterior.
La premisa anterior guarda relación con la persistente adhesión del pensamiento esencialista mexicano hacia lo occidental, es decir, al querer desarrollar el concepto de la mexicaneidad utilizan un método en el que reiteradamente se utiliza el formato de unicidad para la búsqueda de la esencia mexicana a través de un ser típico representativo, conformado desde los cánones del ya mencionado pensamiento occidental, y que finalmente piensa la identidad como unidad de ser. Ante esta situación nuevamente la historia aparece en escena, y ahora Historia y sincretismo dan el sustento al esencialismo de la mexicaneidad, así tenemos la opinión de Arredondo (2005, 107) que explica: “La nación es la sustancia de la historia, ya que en ella se encuentra contenido el pueblo con una mismidad, surgida del interior del mismo a través de significados comunes, que en México se sustenta en tres símbolos: el guadalupanismo (que hermana), el centralismo (que protege), la muerte-viva (que eterniza).”, para Carrión la esencia de lo mexicano: “Nace del asombro y del silencio. Asombro del español, enfático, autoritario y paternal, y silencioso fecundo –por primitivo e inédito- de lo mexicano, retraído al pasivo y cóncavo del seno materno.”. Esta idea de la unicidad es el resultado de la necesidad de establecer una conciencia real en una realidad determinada, es decir, contar con la identidad de un ser típico representativo que puede determinar la dinamicidad de lo que existe en su mundo y pueda englobar a los habitantes de una misma nación en una sola esencia, misma que encuentra sustento en la comunión de la mismidad de lo semejante con lo semejante. Con la intromisión del esencialismo los pensadores de lo mexicano dan vida a su propia metafísica histórica y a una especulación que reafirma el característico tufo del alma hipotética de la mexicaneidad: “En última instancia de lo que se trata es de la comunicación de la comunión, verdaderos fundamentos de la comunidad. No hay comunidad, si no hay previamente comunión, como no hay palabra si no existe la palabra, como no hay paz externa si no hay paz interior. Se trata de encontrar la palabra callada que está en todos y, en ella, el significado de realidad y vida. Entonces, en el perfil de la palabra, el silencio adquiere su verdadero ámbito: es recogimiento, centración de la conciencia para proyecciones reales y seguras al tú que nos constituye tanto como nuestro propio yo.” (Xirau, 1992, 667); esta parte idílica del ser en torno a la mexicaneidad, denota la importancia de encasillar la diversidad de un pueblo pluriétnico en un sincretismo, es decir, a través de la metafísica esencialista de la Historia, se intensifica la premisa de unir las diferencias en igualdades, para poder producir el sentimiento de pertenencia de ser un nosotros y alcanzar este ser típico representativo.
Hasta aquí por un lado la Historia, nos enseña con su esencialismo a sentir nuestro nosotros, es por ello que a través de la ideología mestiza se rinde un culto a la Historia y a la producción de lo mexicano que juega con esa Historia. Por otro lado, el método de unicidad de occidente intenta proyectar a ese ser típico representativo hacia el exterior, comparando sus fundamentos esencialista con el otro. Lo anterior, salta a la vista con Octavio Paz (1993, 11) en su clásico libro, El laberinto de la soledad, cuando nos dice: “Hay un misterio mexicano como hay un misterio amarillo y uno negro.”, mientras que Vasconcelos (1992, 29) en su singular obra, La raza Cósmica, opinaba: “Tampoco es fácil convencer al sajón de que sí el amarillo y el negro tienen su tufo, también el blanco lo tiene para el extraño, aunque nosotros no nos demos cuenta de ello.”,  entonces, ¿cuál es el misterio que no hemos podido comprender?, y ¿cuál es el tufo que no hemos podido apreciar para encontrar nuestra pertenencia de ser y la autenticidad de nuestro acontecer como individuos? Con los esencialistas se han dejado atrás la diversidad de las cualidades de lo mexicano, para pensar en una sola esencia; y esa ha sido nuestra ruina de pensamiento, ya que el sujeto es pensado, más no vivenciado, es decir, se consigue el estereotipo de un imaginario partiendo desde la cronología de una nostalgia imaginada sustentada en la idea más que en el sujeto mismo.
El problema no queda ahí, estos pensadores de lo mexicano hablan por la palabra y no por la existencia, como lo menciona José Revueltas (204, 16): “Afirmar a priori que el mexicano existe no nos dice mucho, o nos dice bien poca cosa, en virtud de que tal afirmación deja pendientes el porqué  y el cómo de dicha existencia y aún los grados de relatividad de esa misma existencia. Solo a partir, entonces, de estos porqué y el cómo de dicha existencia del mexicano, pueden derivarse los demás rasgos y determinarse a su vez el particularismo a tales rasgos.” El problema radica en que el concepto de la mexicaneidad no ha podido consumarse o aproximarse e incluso desarrollarse con un objeto de estudio ubicado desde su propia identidad, ya que los rasgos distintivos o particulares del ser mexicano enfrenta dos problemáticas: la condición sumisa de la historia y la constante comparación con occidente.
            La primera problemática a tratar es la  condición sumisa de la Historia, debemos recordar que ha sido a través de ella que nuestro pensamiento sincrético solo ha posibilitado entender un México pluriétnico encasillado unicidad y en el concepto de un ser típico representativo; López Velarde (1992, 139) escribe “Hijos pródigos de una patria que ni siquiera sabemos definir, empezamos a observarla. Castellana y morisca, rayada de azteca, una vez que raspamos de su cuerpo las pinturas de olla de silicato, ofrece –digámoslo con una de esas locuciones pícaras de la vida airada- el café con leche de su piel.”,  Nuestra Historia es importante, pero a la vez nuestra mirada sincrética no distingue las diferencias culturales y no le otorga equidad a cada una de ellas, insiste en el arquetipo de la unicidad, en pocas palabras en descubrir el perfil del mexicano.
            Es reiterativo escuchar en nuestros pensadores de lo mexicano, reflexiones que por un lado pueden disolver la parte indígena y por el otro enaltecer la condición occidental o viceversa. En estas diferencias metódicas del análisis de lo mexicano en pos de la construcción de una definición, permite  que el sujeto vivo se aleje y se desarrolle la idea de un sujeto mexicano confuso, en donde de acuerdo a la visión de Silva Herzog (1992, 117): “La historia es confundida con la leyenda y la leyenda con la historia.”.
            Otro elemento de pensamiento que se gesta dentro de la Historia y que se justifica durante la conquista es el mestizo y su ideología. Este sujeto representa la dualidad de ser en una sola esencia, que se retoma como bandera, pero que a su vez permite construir un moderno guion sobre la visión de los vencidos y con su presencia afirmar el encuentro con la utopía de un hombre nuevo y concreto, “Y para descubrir los senderos que conducen a esa meta, sueño secular del hombre atribulado es para lo cual a menester de los amplios ventanales en el espíritu. La utopía que puede en el futuro dejar de serlo, consiste en construir una sociedad nueva con individuos distintos a los de ayer y de hoy, en cuanto a su personalidad interna.” (Iturriaga 1992, 624). Mientras que Octavio Paz (1993,  afirmaba que: “La vida del mexicano es un continuo desgarrarse entre ambos extremos cuando no es inestable y penoso equilibrio.” De esta forma la Historia es la torre protectora del rey en un tablero de claro oscuros, y la historia matizada en la leyenda es la justificación perfecta de una definición de ser. Con el fundamento de la historia esencialista  se generan  las inconsistencias en las estructuras del pensamiento de lo mexicano. Arredondo (2005, 77) reconoce esta crisis cuando afirma “… se genera un conflicto interno que permanece de forma subliminal, el que afirma que somos lo que más se desprecia: el derrotado. En reparación, se actúa con un marcado rechazo y desprecio hacia lo que, materializado hoy (el indígena), ha provocado quizá la posibilidad de que ni gran parte de los ciudadanos, ni quienes gobiernan hayan encontrado la forma de comprenderlos y respetarlos.”, y continúa su reflexión “Ese “nos” que lleva a representarnos como parte derrotada impide introyectar y poder representarse como el otro, el extranjero, el que triunfó, y así, el mexicano (de hecho mestizo) presenta, ante estos, una actitud de inferioridad y a priori se asume derrotado.”. Hasta aquí la definición del sujeto mexicano es planteado por estos pensadores como un ser ambiguo que no brinda un soporte para alcanzar el fin último de reconocer qué es lo mexicano o qué configura la mexicaneidad.
            Sabemos que somos mezcla de mezclas, somos una vida repleta de vivencias y en la búsqueda de la gran esencia de lo mexicano arrastramos nuestra alma por querer encerrarnos en una definición de ser que nos justifique con la otredad. He aquí la importancia de la forma en la que se exhibe el concepto de la mexicaneidad; pues los intelectuales utilizan como fuente de referencia al otro y el fundamento de la otredad para encontrar su significado y en consecuencia situarlo dentro de un mundo que fluya en el universal humano. Bajo estas premisas la exteriorización de ser, se da a través de la comparación con el otro, principalmente con el pensamiento occidental, y ello ha desencadenado razonamientos que permiten minimizar o mancillar su propia idea de lo mexicano, como por ejemplo Octavio Paz (1993, 14)nos habla de la soledad del mexicano y de su laberinto manifestando que “Y debo confesar que muchas de las reflexiones de este ensayo nacieron fuera de México durante dos años de estancia en Estados Unidos. Recuerdo que cada vez que me inclinaba sobre la vida norteamericana, deseoso de encontrarle sentido me encontraba con mi imagen interrogante. Esa imagen destacada sobre el fondo reluciente de los Estados Unidos, fue la primera y quizá la más profunda de las respuestas que dio ese país a mis preguntas.”, y dice posteriormente: “Si la soledad del mexicano es la de las aguas estancadas, la del norteamericano es la del espejo. Hemos dejado de ser fuertes.”. Igualmente Iturriaga (1992, 624) (considera como parte de sus conclusiones que: “El mexicano es micrmano, como sagazmente lo ha hecho notar por primera vez Jorge Carrión, es decir, tiene predilección por lo pequeño, al revés de los norteamericanos, quienes, por oposición, serían macrómanos.” Con todo ello se manifiesta con claridad que lo mexicano no ha podido asimilar la mexicaneidad en toda su fuerza y vigor.
            El problema del método comparativo que ha ido configurando el esencialismo mexicano  en su búsqueda del ser mexicano, al sumarse a la condición sumisa obtenida por el manejo de la condición histórica en forma de leyenda, genera un conflicto en relación al objeto que están analizando estos pensadores, porque el pensar que la mejor manera de ser para ellos es lo occidental, -y ello es utilizado como referente de civilidad-, es anteponer una idea al sujeto antes que reconocer y fortalecer las cualidades y las acciones del sujeto mismo del que se habla. Con esté método utilizado por los intelectuales mexicanos hacen del sustantivo de lo mexicano, un adjetivizante como la forma de distinción de la identidad mexicana, es decir, se inventan a través del sustantivo del mexicano los adjetivos de los estereotipos del ser mexicano. Estos adjetivos no son nada alentadores y hacen renacer la postura sumisa de su forma social que no será nada halagador, y creará de lo positivo lo negativo, porque en el contraste con el mundo de occidente el ser mexicano quedará minimizado y mancillado, ya que se volverá un ser flojo, conformista, incivilizado, etc. Así el esencialismo de lo mexicano traiciona su proceder, porque la comparación desequilibra el sistema de pensamiento alejándose del sujeto mexicano, y le impone la esencia del otro como si se tratara de uno mismo, y en su intento por resolver este problema se presentan distintos argumentos como el de Samuel Ramos (1992, 296) que dice: “Somos los primeros en creer que ciertos planos del alma humana deben quedar inéditos cuando no se gana nada con exhibirlos a luz del día. Pero, en el caso del mexicano, pensamos que le es perjudicial ignorar su carácter cuando éste es contrario a su destino, y la única manera de cambiarlo es precisamente darse cuenta de él. La verdad, en casos como éste, es más saludable que vivir en el engaño. Adviértase que en nuestro ensayo no nos limitaremos a describir sus causas ocultas, a fin de saber cómo cambiar nuestra alma.” y Octavio Paz (1993, 118 y 119) no se queda atrás y él se refiere al mismo asunto con las siguientes palabras: “Los mexicanos no hemos creado una forma que nos exprese. Por lo tanto, la mexicanidad no se puede identificar con ninguna forma o tendencia histórica concreta: es una oscilación entre varios proyectos universales, sucesivamente trasplantados e impuestos y todos hoy inservibles. La mexicanidad, así, es una manera de no ser nosotros mismos, una reiterada manera de ser  y vivir otra cosa.”  Por lo cual, intenta salvaguardar el problema diciendo: “La reflexión filosófica se vuelve así una tarea salvadora y urgente, pues no tendrá nada más por objeto examinar nuestro pasado intelectual, ni describir nuestras actitudes características, sino que deberá ofrecérsenos una solución concreta, algo que dé sentido a nuestra presencia en la tierra.”. Sin embargo, el resultado no es nada airoso porque ante estas opiniones, la mexicaneidad no solo es humillada o expresado con un sentimiento de derrota, sino que también refuerza la condición de lo que quiere ocultar: lo salvaje.
            Esta volición contradictoria entre el ser lo mismo y ser lo otro, ha ido constituyendo nuestra forma de percibir la Historia, y ha ido configurando nuestro pensamiento sobre nuestra propia identidad, porque los argumentos se tomados en su sentido positivista han logrado insertarse en nuestro imaginario y en nuestra conciencia colectividad del ser del pueblo mexicano por dos razones: la primera porque los pensamientos del conocimiento de lo mexicano y sus definiciones, se han convertido y asumido como una imagen tradicional del pensamiento en el pueblo mexicano; a la par, ha sido el complemento de los discursos políticos y sus instituciones oficiales que han sido guía en la conformación de la nación mexicana, con la intensión de manifestar y hacer constar el potencial humano de este pueblo en una la unidad esencial de ser de un solo pueblo como una humanidad (la unicidad) que comparte en igualdad de circunstancias los elementos de una mismidad, por lo tanto, la imagen tradicional de pensamiento y su definición es integrar a todos los mexicanos, para bien o para mal, en un mismo sentido de dirección de ser en lo que se ha denominado la identidad de lo mexicano. En un segundo plano, este pensamiento construido por intelectuales y literatos, plantean sus resultados de la expresión de lo mexicano considerando como eje rector: el cómo es pensada la propia Historia para la configuración del sujeto mexicano. Esa interpretación histórica es trasmitida a todos los mexicanos por igual para generar un sentimiento de pertenencia sustentando el sincretismo y fomentando la continuidad del discurso de la ideología mestiza. Por lo tanto, se vuelve a demostrar con esto que la historia es el elemento conector de ambas esferas, la identidad, la pertenencia y la ideología para producir la construcción de la lógica que sustenta la identidad del ser de lo mexicano. La construcción de esta lógica de percepción de lo mexicano por parte de sus intelectuales esencialistas, es la invención ideológica de una manera de ser.
            En el marco de esta clara confrontación antagónica de los argumentos sobre lo mexicano, y no bastando con su proceder epistemológico, imprimen un deber y una responsabilidad a los propios sujetos que analizan, ya que en un cinismo de exaltación del ego exponen al ser mexicano como valiente, macho, redentor de la humanidad, etc. Y en ese tránsito de pensamiento Vasconcelos (1992, 30) llega afirmar que: “Para acercarnos a este propósito sublime es preciso ir creando, como si dijéramos el tejido celular que ha de servir de carne y sostén a la nueva aparición biológica. Y a fin de crear ese tejido proteico, maleable, profundo, etéreo y esencial, será menester que la raza iberoamericana se penetre de su misión y la abrace como un misticismo.” además propone como parte de su reflexión: “En el suelo de América hallará término la dispersión, allí se consumará la unidad por el triunfo del amor fecundo, y la superación de todas las estirpes.” (Vasconcelos 1992, 27) Aun, con esta salutación de mexicana, alcanzará su gloria y exaltación de este ser mexicano, el objeto trasmina en un idealismo del conocimiento sobre lo mexicano. Sigue la ruta de conocimiento de una expresión esencialista, colocando al alma mexicana en la dicotomía de ser algo extraordinario y el no ser algo social concretamente humano, aspecto que no satisface la volición de un ser que quiere emancipar su alma para encender el espíritu y significarse dentro de una estirpe mundial. 
            No hay definición clara de lo que se es, y ni siquiera se expresa el cómo es en realidad el ser del mexicano, no porque en el margen de sus alcances no se hubiese buscado una definición, sino porque la mexicaneidad se sigue presentándose como una hipótesis. Esta ambigüedad nos coloca ontológicamente como el chile que pica o no pica, eso es como estar a medios chiles, y lo que se pierde de vista es que lo hecho en México está hecho en casa. De tal forma, el sueño por lo mexicano enclaustrado en la búsqueda de la definición de una esencia tiene su vaguedad en la contradicción misma de su pensamiento. Entonces, la contradicción es nuestra esencia, como plantean estos pensadores que mantienen la esencia de una identidad en la contradicción misma, por rescatar del problema de un dualismo existente en la cual suelen encuentra el poder de lo mexicano. Ante tales circunspecciones mentales el mexicano como forma de ser es mancillado y exaltado, es sueño y realidad, es nimiedad y es expansión, es un proceso envuelto en circunstancias de su situación y de un pensamiento del sujeto, pero no de la observación misma del sujeto.
            Para el esencialismo mexicano, la mexicaneidad es la esencia humana de la ruptura, de la concreción y finura de la indeterminación que da sentido al re-encuentro de su alma.  Así, los pensadores del esencialismo mexicano buscan en su abstracción, la comprensión de la manera de ser y la forma de vivir de este ser particular. Su  finalidad es determinar la esencia de una identidad homogénea de lo mexicano. Este actuar los convierte en artistas nigrománticos, en prestidigitadores de la historia, bien lo establece Monsivais: “Si la “identidad” es un producto histórico, ¿incluye también las derrotas, los  incumplimientos, las frustraciones?.” (2004, 123)  Y yo me pregunto, ¿la historia es nuestro reflejo que da consistencia al ser que dota de imagen al espejo? Ante tales predicamentos surge otro cuestionamiento: ¿Será entonces la Historia quien descifre el sentimiento del inconsciente colectivo y pueda otorgar a lo mexicano el alma de lo mexicano y así obtener por fin el espíritu de un hombre anhelado con acciones concretas, así como sentimientos y pensamientos bien definidos? 
Estas preguntas nos invitan a podernos aventurar y afirmar que la historia es la trampa de lo mexicano y ha llevado a imaginar, a dotar de calificativos a un mundo mexicano que no siempre corresponde al cosmos que le atañe, por tales razones la razón de ser y las acciones de la mexicaneidad siguen siendo una singularidad confusa y sin duda: “... México puede sernos  cualquier cosa menos aburrido.” (Simpson 1977, 8)  Con todo lo anterior no quiero negar la importancia de la historia y comparto la idea de Simpson (1977, 8) quien afirma: “Los chinos se comportan como chinos; los rusos como rusos; los mexicanos como mexicanos, no tanto porque sus formas actuales de gobierno hayan experimentado cambios recientemente cuanto por el inmenso peso de las costumbres adquiridas durante incontables centurias. El estudio de las costumbres nos ayuda a comprender nuestra historia, y ésta nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos, y en este caso, a esa fascinante abstracción que  llamamos México.” ; ello pretende expresar que en efecto somos parte de un pasado, pero ese pasado no puede definirnos como la totalidad de un acontecer actual y definir a un ser desde el pasado, ya que limita la vivencia de lo mexicano en un solo estigma de ser, es decir, la historia como método del estudio de lo mexicano, lleva a lo mexicano a una particularidad totalizante partiendo desde la idea como el productor del ser, y no desde el ser que existe, se vivencia, se manifiesta y que produce una idea. De tal forma, el mundo de lo mexicano se mueve y el eje central de la Historia que se vuelca en la abigarrante angustia de establecer neciamente desde la idea de un arquetipo y/o un perfil del mexicano.
            Ante el problema esencialistas de lo mexicano, es necesario hacer constar que el problema de la identidad, no sólo incumbe a México sino que es un problema Latinoamericano. Desde el principio del origen de Latinoamérica siempre hemos sido los otros los dominados y los dependientes. Somos salvajes sin comillas y sin tapujos porque siendo salvajes, seguimos siendo definidos desde la otredad. De ahí, que seguimos pensando que la mejor civilización es la del otro, seguimos ocupando en el mundo el lugar de los creadores de objetos, seguimos siendo para ellos humanos a medias, seguimos siendo la maquila y el explotado porque se nos coloca en una jerarquía mundial de un lugar socialmente de atraso, a comparación de otro mundo que se afirma desarrollado. Ante tales situaciones históricas que nos acompañan hasta hoy día, no hemos podido plantear la mismidad del ser ‘latinoaméricano’. De ahí nuestro problema con nosotros mismos, con nuestra semejanza y nuestra afinidad y nuestro problema con el mundo.  La historia se vuelve el oprobio de ‘Latinoamérica’. La historia nos remarca que llevamos a cuestas desde el origen la interacción de culturas precolombinas y europeas, por lo cual, pensar a este subcontinente implica pensar en dos planos al unísono: en ‘Latinoamérica’ y Occidente, o bien en la mismidad y en la otredad; por lo mismo, esta dualidad nos aleja de nosotros mismos y nos centra en el plano social, económico y político que no es propio, porque se quiere participar como igual ante los países <<civilizados>> y ante ‘Latinoamérica’ viven en la desolación de un naufragio en la isla desventurada de la razón, porque no tiene una definición clara de su identidad, no ha logrado ajustar los marcos referenciales que le permitan encontrar la geometría que les pertenece desde una visión y valores propios. Carecen en primera instancia de una mirada interior, que les provea de los mecanismos necesarios para apropiarse de su mundo y pertenecer en el mundo como parte de una humanidad más extensa. Por otro lado, Occidente ha negado la posibilidad de su existencia  y de relacionarse con  el mundo bajo sus propias dinámicas de pensamiento. Ante esto surgen tres preguntas: ¿cómo hemos de participar en un mundo que es distinto a como somos?, ¿cuál es nuestra identidad con el mundo? y ¿cuál es la identidad entre nosotros?
Con los argumentos desarrollados durante este trabajo se puede decir a manera de conclusión que desde el pensamiento esencialista de lo mexicano, la identidad de la mexicaneidad parece indicar que lo mexicano es tan sólo una expresión respaldada por una manera de ser en la que se intenta reconocer la esencia misma de eso que se quiere representar. A estos estudiosos de lo mexicano desde los inicios en el cuestionamiento y en las respuestas generadas del problema de lo mexicano, no se preocuparon por la vivencia o forma de vivir del mexicano, es decir, extraviaron su objeto o sujeto de estudio, ellos se cuestionaban la esencia del ser mexicano desde su propia idealización, lo que los llevo a la proyección de un ser concreto imaginado, con conciencia propia y sin contradicción. Un ser pensado en una identidad universal. Por las condiciones Históricas que utilizaron como premisa de identidad, nunca apreciaron las expresiones vivenciales del sujeto como identidad particular, al contrario ellos han reconocido en la historia o la historicidad mexicana el puente de comprensión para que se dé el diálogo aprehensible de una mismidad sustentada en la manera de ser, siendo esta la explicación de desenvolver su comunión o sentimiento de comunidad particular, y distanciarse con esta actitud de lo que querían representar. En sus intentos no lograron alcanzar la total separación del universal humano, y han puesto de manifiesto una condición de sumisión en el proceso de alcanzar la unicidad de ser; por lo que los pensadores esencialistas de lo mexicano del pasado y del presente han intentado ordenar el desorden de su mundo con la intención de estructurar lo mexicano, y en consecuencia darle un lugar en el mundo moderno, estableciendo una idea clara de lo que somos, valiéndose del pensamiento y articulación de la Historia para generar el estereotipo de lo que es el ser mexicano. Con sus planteamientos se ha pensado que alcanzaron la justificación del hacer, la proyección de ese hacer y ser en el mundo de lo mexicano. Con esta actitud nace una mexicanidad tambaleante y criticable.
El problema de pensar a lo mexicano como una esencia es haber dejado de pensar en la substancia para pensar en la esencia del ser mexicano en una tipificación de ser, el problema que plantean desde un sentido epistemológico radica en vernos como el otro para quitarnos lo bárbaro de la cabeza, cuando el asunto es pensarse desde la mismidad para saber que se siente ser un salvaje y ahí encontrar nuestra definición. Otro problema es la idea de sincretismo que sustenta las contradicciones del ser mexicano en un marcado y acentuado mestizaje, por lo que no pudieron apreciar que en México existe una pluralidad en el ser de lo mexicano, en donde todo está junto más no revuelto, y es la diversidad la que nos distingue más que una esencia.
En lo mexicano, el ser es acción y no cualidad, es sujeto y no idea. Lo mexicano es verbo vivo, por eso debemos dejar atrás la idea de lo mexicano o mexicanidad que nos estandariza en una sola idea, en una sola esencia y mejor verbalicemoslo y utilicemos la palabra MEXICANEIDAD entendida como la polisemia de la identidad, en donde lo particular se vuelve diversidad y el sujeto mexicano se convierta en un ser plural para ir forjando un propio método que permita reconocernos. Así propuesto, sería la imagen de un sentimiento de figuras vividas y formas de vivir para repensarnos desde nuestro propio salvajismo que no hace ser ese nosotros, ya que Latinoamérica como México debe aprender a pensarse desde el fuero interno y darnos el nombre que consideremos adecuado, porque con el nombre que nos impongamos será el sujeto que viva en su mundo propio y podrá participar en la historia universal como un particular desde la comprensión de su realidad.
No se puede continuar pensando y conceptualizándonos desde nuestra Historia como una serie de hechos para justificar una identidad porque el problema no está en definir ese mundo nuevo en el que seguimos viviendo, si consideramos a la Historia como hecho irreductibles, sino más bien, lo que se propone es entender el sentido de ese proceso histórico desde el marco de seres concretos: “Lograr entender lo que han significado estos 500 años no es simplemente conocer la historia; es conocer los procesos actuales. Creo que el movimiento solidario debe tratar de llegar, por sí mismo y por los demás, a entender estos hechos y a establecer una base desde la que sea posible entenderlos sincera y humanamente por primera vez.”. Nuestro problema se acentúa desde el momento en que no tenemos una historia clara desde donde iniciar nuestro pensamiento porque Todorov (2003, 264) afirma que: “La historia ejemplar ha existido en el pasado, pero el término ya no tiene el mismo sentido ahora que entonces.”.  Tampoco nos podemos distinguir y darnos una identidad desde el mundo indígena porque como asienta Guy Rozat (2002, 23): “El del pasado americano es un indio muerto, un indio desaparecido desde hace tiempo. Por ello no puede protestar, no puede venir a clamar su identidad.”. Tal parece que: “Si América Latina, y México, quieren un futuro diferente, tendrán que construir, entre otras miles de cosas, un discurso histórico cultural diferente de su pasado, en el cual todos sus habitantes puedan reconocerse e identificarse de manera enriquecedora.” (Comski 2003, 24) Siendo esta la situación de ‘Latinoamérica’ y de México posiblemente somos desde la razón y desde la visión histórica de tipo Occidental tan sólo una invención, pero desde lo más profundo de nuestro ser existe una realidad que trasciende y nos ha permitido percibirnos. El mayor problema es traspasar los métodos y pensamientos esencialistas. Se debe rectificar la ruta de pensamiento ya que Uno de los engranajes que configuran una imagen de lo mexicano, más que una esencia de lo mexicano, es la que se concibe desde las profundidades culturales, por ser el mejor lugar donde se marca la acción, ya que la cultura es vivencia mientras que la historia es pensamiento. La cultura se materializa en la memoria íntima de la mirada propia que quiere reconocer en su imaginación o fantasía, la imagen que sustenta al ser mexicano, la cual no puede hablar de una realidad última, porque México es un escenario con múltiples actores que interactúan, produciendo distintos dramas sociales en donde no siempre participan todos los personajes en conjunto.  Es así que el problema filosófico que resalta es: ¿Cómo se puede observarse una persona desde dentro como otro ajeno a occidente, y cómo puede ser definido para llevarlo a una definición de ser con acción propia?

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1 PAZ, Octavio, El laberinto de la soledad, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1993, p.32.
78 Nota: Como plantea Jaime Torres Bidet en su ensayo, El silencio de Cuauhtémoc resuena aún, en: Clásicos de la literatura mexicana, ensayos siglos XIX y XX. Compilador José Luis Martínez, Ed. PROMEXA, México, 1992 

2 CASO, Antonio, ¿El indio es mexicano?, En Clásicos de la literatura mexicana, ensayos siglos XIX y XX. Compilador José Luis Martínez, Ed. PROMEXA, México, 1992, p.264.

3 Arturo Arnaiz Freg


Recibido: Enero 2016 Aceptado: Abril 2016 Publicado: Abril 2016

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