Observatorio de la Economía y la Sociedad China
Número 3 -  junio 2007

Bill Bruger & David Kelly, Chinese Marxism in the Post-Mao Era, Stanford University Press, Stanford, 1990, 221 p.

Reseña de Ignacio Villagrán (CV)
Universidad de Buenos Aires
ignaciovillagran_cpuba@yahoo.com.ar


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

 Ignacio Villagrán: "Reseña de Chinese Marxism in the Post-Mao Era" en Observatorio de la Economía y la Sociedad de China Nº 03, junio 2007. Accesible a texto completo en http://www.eumed.net/rev/china/


Este libro surge como proyecto en el año 1985, y se termina de imprimir en 1990, luego de que los autores hubieran publicado diversos artículos y participado en congresos analizando el rol de los intelectuales marxistas en China tras la muerte de Mao Zedong. Su propuesta consiste en enmarcar el movimiento intelectual en su contexto histórico, limitándose a la primera etapa del proceso de cambio liderado por Deng Xiaoping (1978-1985). Este proceso se consolidaría un año más tarde, cuando el 13vo Congreso del PCCh definió teóricamente la etapa de desarrollo en la que se encontraba la República Popular como "etapa primaria del socialismo". Dentro de este marco, los autores mencionan algunos de los temas de debate más salientes de la época, diferenciando a los grupos que proponían formas creativas de rearticular la teoría marxista a partir de aportes exógenos de aquellos marxistas-leninistas ortodoxos que conformaban la jerarquía partidaria. Los autores no se esfuerzan en disimular su sesgo favorable a los primeros. Sin embargo, se ocupan de prevenir al lector de aceptar categorizaciones simplistas que identifican a los intelectuales con grupos políticos definidos en la sociedad china.

En su prefacio se hace explícita la intención de presentar un análisis del marxismo chino según sus propias categorías, las cuáles se construyen en la misma actividad socialmente relevante de los intelectuales chinos. Esta actividad resurge a partir de la dislocación del marxismo como fuente de legitimidad política tras la muerte de Mao, y lleva a una revaloración profunda de las implicancias políticas y sociales de los conceptos discutidos a nivel teórico. A lo largo de los seis capítulos centrales de la obra, persiste la idea de que la discusión académica no puede escindirse de los discursos legitimantes del Partido, ya sea para elevar su nivel analítico, o para oponerse críticamente a estos. Otro mérito del libro, es que obliga a comprender los debates académicos en su marco histórico-social. En la misma introducción, se señala que el énfasis estará puesto en iluminar el debate chino acerca de conceptos fundamentales del marxismo en relación con sus principales exponentes teóricos y políticos en la década de 1980.

El libro se completa poco después de los incidentes de la Plaza de Tiananmen del año 1989, y está dedicado a las víctimas de la represión. Una sensibilidad particular en lo referente a este episodio recorre la obra, pero sin convertirse en una condena propagandística al liderazgo político chino, sino más bien fundando su análisis en los procesos que desembocan en esta tragedia, y presentando un esbozo de sus consecuencias políticas.

En el primer capítulo se introduce la problemática de la definición de las etapas del desarrollo en el proceso chino, así como la aplicabilidad de la categoría marxiana de "sociedad asiática" para definir las características del sistema tradicional chino. Al ocuparse del estudio de la forma de desarrollo histórico de las sociedades asiáticas, se hace necesaria una redefinición de la historia china y de su pasado "feudal". Como señalan los autores, al mismo Karl Marx le resultó difícil entender la dinámica del Estado y las clases sociales en China imperial. (p.22) Los autores consideran los argumentos de teóricos chinos, como Wu Dakun, que apuntan a diferenciar el sistema fengjian del feudalismo estilo europeo y a resaltar aquellas particularidades constitutivas del Estado chino que lo colocan como referente del modo asiático. Por el contrario, académicos como Jin Guantao y Liu Qingfeng mantienen la periodización tradicional, con la etapa de feudalismo extendiéndose más allá de la caída de Qing, a comienzos del siglo XX.

Estos debates son relevantes porque permiten contrastar el modelo teórico con el proceso histórico concreto, y encarar los problemas de definición política del régimen. A principios de la década del 60, por ejemplo, existía el debate entre considerar al socialismo como un sistema que debía ser consolidado o un proceso incompleto que debía ser dirigido para que no se revirtiera. (p.32) A partir del Tercer Pleno de 1978, se establece oficialmente la idea del socialismo como un proceso incompleto en la República Popular. A partir de esta declaración oficial surgen una serie de inquietudes a las cuáles los marxistas chinos buscarán responder, ¿hasta qué punto el sistema socialista no desarrollado es en realidad socialista? ; ¿bajo que condiciones un sistema socialista no desarrollado dejará de serlo? ; ¿que fuerzas productivas deben desarrollarse primero y bajo que circunstancias? (p. 33-34) También en este capítulo se resumen las principales respuestas del marxismo chino a las ideas de A. Toffler, D. Bell y J. Naisbitt, en cuanto a las posibilidades históricas de desarrollo de los sistemas socialistas.

El capítulo 2 se ocupa de presentar la respuesta del marxismo chino a la escuela de Frankfurt y su teoría crítica, en particular el ataque de Xia Jisong al "psicologismo" de H. Marcuse. (p.46-48) El marxismo chino se caracteriza por entender la práctica revolucionaria como una actividad social. En esto radica la crítica de Xia a la Escuela de Frankfurt, “la revolución psicológica no puede sustituir a la revolución social”. (p. 48) En este momento, en China existía una percepción negativa sobre el marxismo occidental, al que se consideraba contaminado por las influencias de teorías no-marxistas. Esta crítica al "psicologismo" cobra relevancia al repensar cada proceso revolucionario como una totalidad, en otras palabras, cuando se piensa que un proceso revolucionario exitoso debe cubrir aspectos del pensamiento y la cultura del hombre, y no sólo aquellos aspectos referentes a la relación con los medios de producción.

El todo es preeminente frente a las partes que lo componen. La categoría de "totalidad" es introducida en el pensamiento marxista occidental como un principio de revolución en la ciencia (Lukacs, citado en p.49) El problema de la "totalidad" en el pensamiento marxista se complejiza a partir de la introducción de conceptos de las teorías sistémicas y sus nociones de "totalidad funcionalista", ya que, si bien estas últimas consideran la importancia de las relaciones humanas, dejan poco margen para entender los procesos de cambio estructural en los cuales el hombre participa en la transformación del sistema. Ya vemos por qué las críticas chinas a este enfoque durante la década de 1980 se centraban en la incompatibilidad de la teoría de sistemas con la dialéctica ortodoxa.

En este mismo capítulo se presentan algunas de las elaboraciones teóricas chinas surgidas a partir de la noción de "estructuras disipativas" propuesta por Ilya Prigogine en su trabajo "Orden surgido del Caos", publicado en la década de 1960, en el cuál se resalta la idea de que los sistemas se mantienen por una dinámica de materia y energía que lo recorre y no por una estructura definida en forma estática. Cuando este modelo se traspasa de las ciencias duras a las ciencias sociales, comienza una reelaboración teórica de la idea de totalidad y de la irreversibilidad de los cambios, donde se evita una postura teleológica en cuanto a la existencia del hombre, a la vez que se incorpora la idea de auto-organización. Al interpretar un cambio social como uno de los múltiples resultados posibles en un proceso de permanente dinámica, la aproximación de Prigogine permite revalorar la función social del individuo, pero propone un principio difícil de aceptar para el marxismo, ya que: "si bien un marxista puede aceptar que, en la naturaleza, la opción entre potencialidades inherentes a un punto de bifurcación es aleatoria; ¿puede un marxista admitir que esto mismo es aplicable a la sociedad?". (p.64)

El tercer capítulo de la obra discute los tipos de dialéctica presentes en el pensamiento marxista y sus planos de aplicación. Al plantear el problema de la dialéctica en la naturaleza, retoma la problemática planteada por Prigogine en su diferenciación de dos tipos de leyes, las leyes generales de la dialéctica y las leyes universales del movimiento mecánico. El primer apartado se centra en las formas en que algunos referentes del marxismo chino, como Zha Ruqiang, buscaron resaltar la vigencia de las leyes de la dialéctica en el plano de las ciencias duras, mientras que otros, como Jin Guantao, elaboraron sus teorías a partir del principio de indeterminación señalado por Prigogine. Los teóricos chinos mencionados planteaban que la ciencia no puede limitarse a considerar las contradicciones como meros "errores subjetivos", lo que llevaría a asignarle a la dialéctica un rango de "pseudo-ciencia" (Colleti, citado en p.70). En este apartado se ponen en juego las nociones de verdad científica, del lenguaje de la ciencia, de las paradojas dialécticas presentes en el debate académico del marxismo chino de mediados de la década de 1980. Esta problemática sería ajena a los objetivos generales del trabajo de Bruger y Kelly si no se considerase la relación entre el debate de la dialéctica en la naturaleza con el debate acerca de las formas de operación de la dialéctica en la sociedad.

Al resumir el debate soviético entre Deborin y Mitin, se presenta una tensión en la misma definición de la "contradicción" como categoría de análisis. Esto repercute en la nueva apreciación crítica de los escritos de Mao, en particular en cuanto a su definición del concepto de "pueblo", y sus consecuencias políticas en el período de la Gran Revolución Cultural. La identidad entre el pensamiento y la acción también dio lugar a un debate teórico-político en la revisión de los fundamentos subyacentes durante el período del Gran Salto Adelante, y dividió a los críticos de los apologistas de este proceso. Como indican los autores al finalizar este capítulo "aquello que en un primer momento parece un debate filosófico abstruso tiene en realidad una gran relevancia política" (p.93)

El cuarto capítulo trata sobre las "leyes económicas objetivas". Comienza señalando que Marx no pudo definir las leyes objetivas que operarían en un modo de producción socialista, ya que no contaba con una idea acabada de como sería este modo de producción, "todo lo que uno puede hacer es hablar de las leyes objetivas del sistema capitalista y mostrar como operarían en forma distinta cuando una u otra de las relaciones de producción hayan cambiado." (p.95) A partir de esto se introduce la problemática de la permanencia de la ley del valor en una sociedad socialista temprana, y de su restricción progresiva en la medida que esta se desarrolla. En esta discusión se destaca el aporte teórico de Zhang Chunqiao, quién distinguía entre propiedad formal y propiedad real de los medios de producción en la sociedad socialista, a la vez que sostenía que la ley del valor no dejaría de operar hasta que no se modificaran las relaciones de clase en las cuales estaba fundada. Por el contrario, otro teórico chino, Sun Yefang, circunscribía el concepto de relaciones de producción al ámbito limitado de la producción, intercambio y la distribución, excluyendo la forma de propiedad, y por ende, las relaciones de clase. Estos son tan sólo dos exponentes de la producción intelectual china en la esfera de la economía política marxista, pero en el capítulo el lector encontrará un resumen de tendencias y temas en la discusión teórica de la época. Quién se interese en esta problemática encontrará un mapa conceptual y una guía de referencias bibliográficas para profundizar su estudio.

Finalmente, los autores vuelven a vincular los aspectos teóricos con los problemas concretos de la política económica. En primer lugar, surge la pregunta acerca de si el poder del trabajo sigue siendo una mercancía. De ello surge una tensión en el discurso oficial que plantea la propiedad social de los medios de producción, de lo que se sigue que los obreros no pueden estar vendiendo su fuerza laboral a sí mismos, sin embargo, se reconoce la existencia de formas de propiedad no estatales en las cuales la relación salarial se da escindida de la propiedad en última instancia de los medios productivos.

A modo de conclusión parcial, Bruger y Kelly afirman que "el socialismo es, de hecho, el modo de producción capitalista en su proceso de negación." (p.108), dado que en el socialismo persisten las relaciones de producción capitalista, y se mantiene vigente la ley del valor. En el siguiente apartado, presentan los esfuerzos del marxismo chino por definir los alcances de la "ley del desarrollo planificado y proporcionado" en la década de 1980. Esta empresa intelectual era parte del proceso político para identificar la contradicción principal en esa etapa histórica de una China en transición de un socialismo no-desarrollado a un socialismo avanzado. Su optimismo se funda en la creencia en la superioridad de la economía planificada para superar los ciclos de crisis característicos de las sociedades capitalistas. (p.113)

Otro aspecto problemático en la reelaboración del marxismo chino posterior a Mao es la articulación de las nociones de praxis y práctica. Este punto es tratado en el capítulo quinto, comenzando con una breve descripción del esquema planteado por Mao Zedong en su texto "Sobre la práctica" a partir de la cuál se presentan las contribuciones de académicos chinos como Liang Yangdong y Sun Yun en cuanto a la diferenciación entre "conocimiento a partir de la percepción" y "conocimiento racional". Los fines a los cuáles se orienta la práctica son puestos en discusión, así como la forma de evaluar los resultados. El problema de definir objetivos se transforma en el problema de evaluar los resultados cuando los parámetros de evaluación se fundan en la asignación arbitraria de valores. Los autores dan un claro ejemplo de este problema al relatar que "cuando, durante la Revolución Cultural, algunas personas señalaban la destrucción de las fuerzas productivas, eran refutadas desde un objetivo no-económico, se les decía que debían hacer un cálculo político, no económico" (p.130)

El presente punto se esclarece más cuando se opone la idea de praxis revolucionaria en Marx a la idea de pragmatismo occidental, dado que la primera no puede ser escindida de su thelos emancipatorio. Estas discusiones son analizadas desde el momento histórico particular de la transición política en China tras la muerte de Mao, cuando el nuevo liderazgo político buscaba aprovechar algunas fórmulas vagas para promover una idea de continuidad, a la vez que introducía cambios sustanciales en la administración del Estado y en la planificación económica.

El capítulo sexto presenta algunas posturas del marxismo humanista en China. Wang Ruoshui aparece como el referente más importante de esta discusión, a partir de su análisis del concepto de alienación, que, según él, seguía presente en la sociedad socialista. Al reconocer tres formas de alienación: política, ideológica y social, Wang presenta una construcción teórica que le permite reevaluar fenómenos sociales interrelacionados como el burocratismo, la alienación política y el culto a la personalidad durante el período de la Revolución Cultural.

El debate acerca de las tres alienaciones se mantuvo presente a lo largo de la década de 1980. En este sentido, las ideas de Zhou Yang aportan al debate, ya que sigue la línea planteada por Wang Ruoshui en cuanto a la subsistencia de un tipo de alienación, pero diferencia entre el sistema socialista, donde la alienación se mantiene al nivel de la estructura institucional, y por ende puede ser resuelta en el mismo sistema, mientras que el sistema capitalista es incapaz de resolver la alienación porque es parte fundante de sus relaciones de producción. (p.151) Ambos teóricos sufrieron una reprimenda verbal del mismo Deng Xiaoping, dado que su posición teórica contravenía los intereses del liderazgo político en el momento de implementación de las reformas económicas. Otro teórico chino, Hu Qiaomu fue el encargado de refutar la idea de que la alienación puede existir en la sociedad socialista. En este sentido, el debate académico adquiere una dimensión eminentemente política. Más tarde, esto llevaría a una discusión acerca de la necesidad de definir los derechos del individuo en la sociedad socialista.

Como admiten los mismos autores en la conclusión, el libro presentado trabaja a nivel superficial los textos teóricos, pero aún en este nivel, pueden apreciarse las pistas para encontrar "la rebelión codificada como ortodoxia" (p.174) Este libro tiene la gran virtud de orientar al investigador no experto en su búsqueda de pensadores marxistas en China cuyas elaboraciones trasciendan las fórmulas, repetidas hasta el hartazgo, que se encuentran en los documentos oficiales.

Bruger y Kelly demuestran un conocimiento profundo de los debates del marxismo a lo largo del siglo XX, y gracias a esto pueden trazar un mapa conceptual que sirve al lector para ubicar las tendencias de los académicos chinos en cada momento histórico. Si bien no profundizan demasiado en cada uno de estos debates, presentan un resumen claro de las distintas posturas enfrentadas, despertando el interés del lector orientado al estudio de esta problemática. Se trata de una lectura provechosa para aquellos que se interesan en el pensamiento de autores marxistas chinos contemporáneos, ya que sirve como obra de referencia permanente. Seguramente despertará en el lector la vocación de profundizar su conocimiento de la discusión teórica marxista en China para comprender mejor la realidad social en la que estos debates se construyeron, la misma realidad social que buscaron modificar.



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