Revista: CCCSS Contribuciones a las Ciencias Sociales
ISSN: 1988-7833


MUJER, JOVEN E INDÍGENA: VIDA COTIDIANA Y USO DE ESPACIOS AL SUR DE VERACRUZ

Autores e infomación del artículo

Isis Arlene Díaz Carrión *

Adriana G. Ríos Vazquez **

Universidad Autónoma de Baja California, México

diaz.isis@uabc.edu.mx

Resumen
La vida cotidiana de las mujeres nahuas aparece como una sucesión de actividades donde el trabajo de cuidados juega un papel importante al momento de definir los accesos al resto de los espacios.  Si bien la cotidianidad de las mujeres jóvenes muestra un uso sucesivo de los espacios públicos y privados, el uso del espacio público se restringe aún más con el matrimonio.
A través de la metodología cualitativa, se revisa la vida cotidiana de mujeres jóvenes de la etnia nahua residentes en la cabecera municipal de Tatahuicapan, al sur de Veracruz (México).
Los espacios productivos y de educación resultan claves; así como también la necesidad de reconocer el valor del trabajo de cuidados y sus espacios.  Es a través de ellos, las mujeres reconstruyen sus identidades de género y etnia.

Palabras clave: uso espacio-temporal, género, nahuas.

Summary
Quotidian life of nahua females is a continuum of activities where care work plays a very important role in defining access to the remaining spaces.  No matter if young-nahua females already use different public and private spaces, public use is still restricted by marriage.
Using a qualitative methodology quotidian life -of young-nahua females, residents of the municipal capital of Tatahuicapan, south Veracruz (Mexico)- is analyzed.
Productive and education spaces are important keys, as well as the need of recognition of care work importance and spaces used to perform it. Through them, young-nahua females rebuild gender and ethnic identities.

Key words:space-time use, gender, nahuas.


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Isis Arlene Díaz Carrión y Adriana G. Ríos Vazquez (2017): “Mujer, joven e indígena: vida cotidiana y uso de espacios al Sur de Veracruz”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (octubre-diciembre 2017). En línea:
http://www.eumed.net/rev/cccss/2017/04/mujer-joven-indigena.html

http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1704mujer-joven-indigena


Introducción.
La Geografía de Género es un enfoque de la Geografía Humana que estudia las diversas interacciones entre el género y esta ciencia social; nace en la década de los setenta del siglo pasado entre las academias anglosajonas, los primeros trabajos de este enfoque se desarrollan en México hacia principios del actual siglo.
Para la Geografía de Género, el estudio de la vida cotidiana permite indagar sobre los usos espacio-temporales de las mujeres y el papel que juega el trabajo de cuidados al momento de restringir el acceso hacia los espacios públicos.
Partiendo de la construcción teórica de la vida cotidiana a partir del enfoque de geografía de género, se analiza el uso del tiempo-espacio que sustenta la cotidianidad de las mujeres jóvenes de la etnia nahua en el municipio de Tatahuicapan de Juárez y Zarragoza, al sur del estado de Veracruz (México).  Recurriendo a la metodología cualitativa se identifican y caracterizan los andares de dichas mujeres en la realización del trabajo de cuidados y remunerado.
Como principales hallazgos se visibiliza el dinamismo del tiempo-espacio, el papel central del trabajo de cuidados en la organización de la vida cotidiana, los pequeños avances en el uso del espacio público por parte de las jóvenes a través del acceso a los espacios de educación, aprendizaje y productivos.

Tiempos y espacios: lecturas desde la Geografía de Género.
Mujer, indígena y joven es una condición que ha guardado en México un estrecho significado con discriminación, violencia, pobreza y otras carencias.  Bien es cierto que en los últimos años la mujer indígena ha luchado más activamente por un mayor reconocimiento y ejercicio de sus derechos, pero esta demanda: “vista con desdén en términos que contravienen los principios organizativos en que se sustenta la comunidad” (Canabal, 2003:221).  
En el medio rural indígena, la confluencia de los macro y micro procesos guarda un significado especial toda vez que un número considerable de prácticas y políticas globales han sido descalificadas; entre éstas se encuentra la reivindicación de los derechos de las mujeres indígenas, demanda que –en algunos casos- ha sido descalificadas con el argumento de poner en riesgo la unidad comunitaria (Belausteguigoitia, 2007:220).
Entendida como un enfoque que explora las múltiples interacciones entre las relaciones de género y la Geografía, la Geografía de Género comienza a desarrollarse en la década de los 1970 entre las academias anglosajonas  (Gregory  et al., 2009),1 mientras que entre las academias latinas su adopción será más tardía (García-Ramón, 2008). 
El desarrollo de un discurso crítico, la visibilización del sexismo existente entre las academias de geografía, la importancia del contexto, así como el análisis de las interconexiones en todos los aspectos de la vida cotidiana han sido las principales tendencias sobre las cuales se han centralizados los esfuerzos de investigación (ibídem). 
En las cerca de cuatro décadas de existencia, la Geografía de Género ha perseguido el objetivo de visibilizar las diferencias en los usos espacio temporales de las mujeres y, a través de la deconstrucción de categorías de análisis fijas -buscando su adaptación a los diferentes contextos-, propugnar por un cambio que permita un desarrollo más equilibrado e igualitario a quienes experimentan las diversas relaciones hetero-patriarcales (García-Ramón, 1989; WGSG, 1988; Gregory et al., op. cit.).
Es en la década de 1980 cuando la Geografía de Género comienza a interesarse por el medio rural; de ese período destacan los trabajos sobre las transformaciones productivas primarias y visibilizan la participación de las mujeres (Henshall-Momsen, 1989:117-9). En la década siguiente, los estudios se diversifican y van apareciendo temáticas -como por ejemplo, los procesos económicos, socioculturales, medio ambientales y territoriales del medio rural- en el estudio de los espacios y tiempos de las mujeres rurales de distintas partes del mundo (Sabaté y Díaz, 2003; Sabaté, 2004; Rocheleau, 2007; Oberhauser y McCusker, 2006; entre otras). 

La Geografía de Género en México.
De forma general es posible señalar que la mayoría de los trabajos publicados se enfocan en el análisis de micro estudios a través de los cuales se ha revisado el trabajo, el empoderamiento, la movilidad, los usos del tiempo, entre otras líneas de investigación.  Sin embargo, algunos de los trabajos han comparado la situación de las mujeres mexicanas con las mujeres de otros países como así sucede con las publicaciones de Townsend (1995) quien confronta los procesos de colonización entre mujeres mexicanas y colombianas; o las de Townsend et al. (1999 y 1994) donde se revisa el papel de las ONG en México y contrastándola experiencias internacionales, en una clara apuesta por la búsqueda de una interconexión entre las diversas dinámicas generalizadas en una escala macro y las estrategias desarrolladas por las mujeres para localizar y materializar en la vida cotidiana los efectos de dichas dinámicas
Radel ha sido otra geógrafa interesada en los procesos experimentados por las mujeres rurales en México y en cierta medida sus trabajos han sido una actualización de los primeros estudios de Townsend, toda vez que Radel ha centrado sus estudios en ejidos de ‘colonización’ que tienen lugar en el Estado de Campeche; a partir de una serie de artículos publicados entre los años 2005 y 2012 esta geógrafa revisa las diversas dinámicas que experimentan las mujeres rurales residentes en comunidades que de repente se han encontrado en los límites de un área natural protegida declarada por el gobierno federal.
Entre las pocas publicaciones que se han encontrado abordando casos empíricos ubicados fuera del sur geográfico se encuentra el de Chambers y Henshall-Momsen (2007), quienes revisan la participación de las mujeres y los hombres en el cultivo del maíz en el Bajío visibilizando diferencias como consecuencia de la división tradicional del trabajo, el destino de la producción (mercado o autoconsumo) y reconociendo el papel de los cultivos de las mujeres en el mantenimiento de la diversidad de especies.   La creciente participación de las mujeres en el cultivo ya no sólo para autoconsumo sino también para el mercado es recogida por las investigadoras como consecuencia de la migración de los hombres, estableciendo conexiones similares entre la vida cotidiana de la micro escala y los macro procesos a las descritas por Radel en sus diversos trabajos. 
En nuestro país, son pocas las geógrafas que han recurrido a la Geografía de Género teniendo a las mujeres del medio rural como principal categoría de estudio; no obstante destacan los trabajos cualitativos, y también centrado en micro casos, de Almeida (2012) sobre el uso y propiedad de la tierra como uno de los recursos productivos más importantes del medio rural. En su investigación, Almeida se interesa también por el estudio de los cambios al interior del grupo doméstico como consecuencia de la propiedad de dicho recurso; desde donde se desprenden diferencias como consecuencia no sólo del género sino de otras variables como la edad o ciclo de vida sin perder de vista el contexto fuertemente masculinizado que envuelve los recursos productivos del medio rural, en particular la tierra.

 

También en la región de Los Tuxtlas, el artículo de Díaz (2014) revisa la sobre la construcción del espacio cotidiano de las mujeres involucradas en el ecoturismo; donde el trabajo de cuidados aparece como un elemento importante al momento de construir los accesos y condicionarlos, pero también aparecen las nuevas actividades compatibles con la conservación –en este caso, el ecoturismo- al momento de generar cambios en los usos espacial y temporal.

La Geografía rural de Género y las mujeres indígenas mexicanas.
Dentro de los primeros trabajos de la Geografía de Género que indagan la vida de las mujeres indígenas mexicanas destacan los de Mutersbaugh (1998 y 1999), quien localiza su trabajo empírico en una comunidad chinanteca de Oaxaca para explorar el papel del género en la adquisición de tecnología para procesamiento del café y cultivo del maíz. Entre los principales hallazgos destacan por un lado a una mujer espacial y socialmente excluida que debe recurrir al espacio privado para obtener concesiones a fin de crear sus propios espacios públicos y remunerados. 
Una segunda publicación de este geógrafo (1999) atiende los procesos productivos –a través de cooperativas- de la misma comunidad oaxaqueña;  en un trasfondo de desarrollo, Mutersbaugh arma su marco conceptual alrededor de las geografías del tiempo y de género para analizar el funcionamiento de la cooperativa de los hombres –vinculadas a la agricultura- y la de las mujeres      –panadería.  En sus investigaciones, este geógrafo visibiliza las prácticas espacio-temporales resultadas de las negociaciones de resistencia recurridas por las mujeres –consideradas por los hombres como mano de obra de reserva- ante lo que consideran una injusta distribución del trabajo productivo.
Los estudios de Mutersbaugh (1999:55) identifican el éxito de la cooperativa de las mujeres en la comercialización local de su producto, quedándose con las ganancias de los intermediarios; si bien a través de la cooperativa las mujeres no obtienen una redistribución del trabajo de cuidados el éxito de su cooperativa sí resulta suficiente para alterar el proceso de toma de decisiones en la comunidad.
Casi una década después, otras investigadoras que se han interesado en las mujeres indígenas son Mattingly y Hansen (2006) quienes en su análisis se decantan por las ‘geografías de poder y protesta’; es decir las diversas relaciones entre las escalas macro y micro a partir de la dinámica política para revisar los efectos resultados de la participación de las mujeres indígenas en las movilizaciones políticas en comunidades indígenas del Estado de Michoacán. 
Esta investigación además aborda las diversas confrontaciones que experimentan estas mujeres hacia las jerarquías de género tradicionales y estructuran también los diferentes niveles de intensidad en las reconstrucciones de las mujeres indígenas debido a la distribución administrativa de sus comunidades, explorando además el papel de las identidades indígena y mestiza para unir o contrarrestar procesos reivindicativos (Mattingly y Hansen; 2006:368). 
Por su parte,  Nelson (2004) también se interesa en las geografías del poder y la protesta pero vinculándolas con dinámicas internacionales y nacionales que son desafiados por las mujeres purépechas quienes redefinen los conceptos de ciudadanía y democracia tanto desde el género como desde la etnia. Teniendo también como escenario una de las comunidades indígenas del anterior trabajo, Nelson (2006) examina la comercialización de artesanías por parte de las mujeres purépechas como respuesta a la crisis económica; de acuerdo con la investigadora como consecuencia de la comercialización de costura, en mercados regionales, las mujeres experimentan transformaciones en la espacialidad y cuestionan las ideas locales de lo femenino y lo indígena.  El principal detonador de las transgresiones de género resulta en este caso al salir de su comunidad y pasar fuera de ella varios días o semanas, evidenciando no únicamente el paso del espacio privado al público sino el uso del espacio público mestizo –con sus correspondientes códigos- donde no es extraña la discriminación de lo indígena  (Nelson, 2006:68-70).
Uno de los últimos trabajos con mujeres indígenas es el de Lope-Alzina (2007)  quien explora el papel de la mujer indígena y la agricultura, concretamente el cultivo del maíz en una comunidad maya de Yucatán; Lope-Alzina presenta resultados muy parecidos a los de Chambers y Henshall-Momsen (op. cit.) en lo que se refiere a la presencia de espacios y procesos feminizados para esta actividad productiva; aparece nuevamente la consideración del solar como espacio feminizado donde se lleva a cabo una agricultura de subsistencia y donde se cultivan variedades de maíz “…que requieran menor tiempo de cocido, sean más fáciles de desgranar y puedan ser molidos de preferencia en casa para ahorrar dinero” (Lope-Alzina, 2007:32).
El trabajo y las relaciones de poder, son los principales ejes temáticos de los estudios de Geografía de Género que sobre las mujeres indígenas se han realizado en nuestro país.  En ellos, la vida cotidiana aparece materializada a partir de los espacios de lucha, transgresores como los denomina Nelson (op. cit.); para la autora, dichos espacios pueden construirse a través del tipo de trabajo que en ellos se realiza –por ejemplo, con el trabajo de cuidados o con el remunerado- construyendo la identidad de género, o bien la identidad desde la categoría étnica.

Espacios y tiempos dinámicos: espacios de vida cotidiana.
A lo largo de las últimas décadas, la búsqueda de las diversas interacciones de la vida cotidiana ha generado a su vez un replanteamiento en los conceptos básicos; a través de diversas investigaciones, las categorías de estudio espacio y tiempo comienzan a ser entendidas como conceptos dinámicos no excluyentes  (Momsen, 1999; García-Ramón, 1989; Henshall-Momsen, 1991; Sabaté et al., 1995).   
Uno de los primeros trabajos en evidenciar el dinamismo de los espacios es el de Oberhauser (1997), quien identifica una diversidad de usos del espacio doméstico por parte de mujeres de los Apalaches del Sur; en su investigación Oberhauser da cuenta de las diversas funcionalidades de un espacio doméstico que se convierte, a su vez, en espacio público donde se realizan también trabajos remunerados.
Las interacciones entre las diversas escalas territoriales, y particularmente los procesos que genera en las micro escalas aparecen como un elemento más en la contextualización de la vida cotidiana; al respecto, Gibson-Graham (2007:147-9) considera a la desigualdad experimentada por las mujeres -en el acceso de los diversos recursos- como el resultado del contexto local y de procesos de las macro escalas (Nelson, 2006).  
De igual forma, las confluencias espaciales de los procesos son identificadas a lo largo de diversas investigaciones en el medio rural; donde por una parte aparecen las estrategias recurridas por las mujeres para hacer frente a procesos económicos, socioculturales y ambientales desarrollados en las macro escalas a través de los usos dinámicos del tiempo-espacio para la realización de trabajos de cuidados y remunerado (Sabaté y Díaz, op. cit.; Little, 2002; Rocheleau, op. cit.).
Es a través de un uso dinámico de los espacios que las mujeres sustentan las limitaciones que el trabajo de cuidados puede imponerles en un medio rural caracterizado la mayoría de las veces como falto de oportunidades de trabajo remunerado y carente –o limitado- en los servicios de cuidados.
Para Lindon (2006:360) los espacios de la vida son resultado de diversas interacciones con las demás personas y con el espacio, de  igual forma considera que su materialización se concreta a través de constantes procesos de interpretación y construcción.  La ‘espacialidad’, continúa esta geógrafa, resulta de la vida social donde la subjetividad y el conocimiento del sentido común son las bases para la construcción y reconstrucción de la vida cotidiana.  
Identificar quién usa determinados lugares y con qué fines es también una de las ideas centrales defendidas por McDowell  (2000:15),  al afirmar que el espacio es resultado de: “…las relaciones de poder; las relaciones de poder establecen las normas; y las normas definen los límites, que son tanto sociales como espaciales, porque determinan quién pertenece a un lugar y quien queda excluido, así como la situación o emplazamiento de una determinada experiencia”.
En la vida cotidiana de las mujeres, los tiempos y espacios confluyen generando una ‘espacialidad’ dinámica y fluida que mantiene como eje central la realización de trabajo de cuidados, generándose restricciones no sólo espaciales (Lindón, op. cit.:371) sino también en el uso de un tiempo que continuamente se presenta como fragmentado. 
Pero en esta cotidianidad, que tradicionalmente ha presentado a las mujeres exclusivamente como realizadoras de trabajo de cuidados, poco a poco se han ido visibilizando los otros trabajos de las mujeres; es en este momento cuando aparecen las diversas estrategias recurridas por éstas para realizar los diversos tipos de trabajo. 2 
Los usos espacio-temporales adquieren, en la cotidianidad de las mujeres, un significado dinámico no necesariamente organizado exclusivamente en torno al domicilio, pero sí condicionado por el trabajo de cuidados. En el estudio del uso de los espacios públicos y privados: “más que describir quién hace qué, hay que analizar el valor social que se otorga a esas actividades y relaciones de poder entre mujeres y hombres” (Vázquez et al., 2000:80), toda vez que en algunos casos los espacios pueden ser los mismos, pero el uso que de éstos se hace y los beneficios obtenidos serán distintos.
En el caso de las mujeres indígenas mexicanas si bien son pocos los estudios de sus ‘espacialidades’, a través de algunos trabajos fincados en otras ciencias sociales es posible identificar algunos de los significados que otorgan a lo que Lindón (ídem:379) denomina como los sentidos y significados espaciales. 
Así por ejemplo, el acceso de las mujeres mazahuas a recursos productivos masculinizados           –como el bosque- aparece frecuentemente limitado a los espacios de las orillas (Lara-Aldave y Vizcarra-Bordi, 2008:501), una situación similar reporta Vázquez (2007:815-9) entre las nahuas y popolucas de la Sierra de Santa Marta donde los usos del ‘monte’ y de la milpa sostienen sus limitaciones en las normas sociales, recurriendo tanto a la descalificación de la apropiación que hacen las mujeres de un recurso masculinizado como a la  invisibilización de los usos con fines productivos que éstas hacen de ambos espacios (Rodríguez y Quintana, 2002:0).
Otro proceso de movilidad –y por ende de ‘espacialidad’- evidente es la migración de los hombres que por un lado genera una mayor carga de trabajo para las mujeres, pero también suele reportar el acceso a más espacios públicos; en estos casos el acceso puede ser como gestora de los bienes del esposo (Lara-Aldave y Vizcarra-Bordi, op. cit.:498) o a través del cultivo y venta de productos del solar o de bordados (Vázquez, 2007:809-13). 
Dependiendo de las características de los procesos migratorios de los hombres, las mujeres indígenas presentan también accesos diferenciados a los espacios públicos; en las comunidades de la Sierra de Santa Marta donde los hombres se ausentan meses o años se registra un aumento en la movilidad de las mujeres quienes alcanzan a comercializar sus productos en las ciudades cercanas a la Sierra (ídem:808-9).
La superposición de escenarios y planos aparece con cierta frecuencia en el uso que realizan las mujeres indígenas de los espacios: “Para las mujeres el río, el molino, la iglesia, el panteón, la parcela, el monte y especialmente la casa, desempeñan un doble cometido, permiten resolver los problemas de la reproducción cotidiana, y a la vez facilitan la unión y el vínculo entre ellas, pues es en ellos donde discuten lo que ocurre en la organización, en el pueblo, en el movimiento social…” (Rodríguez y Quintana, 2002:0); pero también con la participación de las mujeres en organizaciones locales no tradicionales el espacio público adquiere nuevas dimensiones.

Tatahuicapan: breves pinceladas.
De acuerdo con la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos indígenas (CDI), la población nahua del sur del Estado de Veracruz tiene como enclaves significativos los municipios de Mecayapan, Pajapan, Tatahuicapan de Juárez y Zaragoza; dicha etnia registra además una presencia también importante en los municipios de Coatzacoalcos y Cosoleacaque para finalmente dispersarse en los municipios de Chiidca, Ixhuatlán del Sureste, Moloacán, Oluta, Oteapan y Soconusco. 
Ubicado cerca de los volcanes de San Martín y Santa Marta (latitud norte 18° 11’y 18° 31’; longitud oeste 94° 41’ y 94° 54’ [INEGI, 2009]); el municipio de Tatahuicapan se crea en el año de 1997, cuando por decreto la congregación de Tatahuicapan del municipio de Mecayapan se erige como municipio libre.
Con una superficie de de 206.06 km2  y una densidad de población de 60.0 hab/km2, el municipio se cataloga como uno de tipo rural donde la población se concentra principalmente en la cabecera municipal, cerca del 50% de ésta radicaba en el 2005 en este núcleo poblacional y para el 2010 (INEGI) el porcentaje alcanzó el 57% (SEFIPLAN, 2015:3); la dispersión de la población alcanza los niveles más elevados en las zonas de la sierra.3
La cabecera municipal del mismo nombre (a partir de ahora denominada como Tatahuicapan) se ubica a unos 60 kms. de distancia de Coatzacoalcos (Ver.) y 70 kms de Minatitlán (Ver.), los núcleos poblacionales más cercanos (ver Figura 1). El acceso se realiza a través de la carretera libre 185, tomando la desviación hacia la cabecera municipal a la altura de Chiidca.

 

Como actividades económicas en el municipio, destacan la agricultura y ganadería; no obstante, recientemente el sector servicios se va posicionando como una importante fuente de ingresos, particularmente en la cabecera municipal (INAFED).
Este importante enclave nahua se caracteriza por agrupar territorios contrastantes no sólo en lo referente al medio natural; así, por ejemplo, mientras el municipio de Coatzacoalcos y Cosoleacaque alcanza los valores regionales más elevados en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) situándose en niveles de 0.8750, los municipios de Soteapan y Mecayapan tienen niveles de 0.6403 y 0.6454 (PNUD, 2009), por un lado se tienen municipios con niveles altos mientras que por el otro aparecen municipios con niveles ligeramente por encima del nivel bajo.  
Cuando se introducen las variables de género, el Índice de Desarrollo relativo al Género (IDG) tiende a bajar, una situación presente en todos los municipios del Estado; si bien las pérdidas registradas llegan a sobrepasar el 0.0100, el orden registrado en el IDH se mantiene por lo que los municipios con valores más altos son también los que obtienen un mayor IDG.  De los municipios que conforman la región nahua del sur de Veracruz, el municipio de Tatahuicapan es uno de los que recibe los valores más bajos tanto en el IDH como en el IDG (PNUD, op. cit.); de igual forma,  el Consejo Nacional de Población (CONAPO) lo cataloga con un Índice de Marginación de nivel Alto (SEFIPLAN; op. cit.:6).
La incorporación de las mujeres indígenas al trabajo remunerado muestra también desventajas cuando se compara con los hombres; a pesar de las diversas limitaciones que puede presentar este y otros indicadores, a fin de irse acercando a los micro casos de estudio vale la pena comentar que cerca del 57% de la población municipal en edad de trabajar se encuentra catalogada como económicamente inactiva, de la cual a su vez cerca del 60% se reportó como dedicada a quehaceres del hogar. Cuando además se considera que cerca del 80% de las mujeres del municipio están consideradas como económicamente inactivas, es posible identificar una división del trabajo fuertemente condicionada por el género, lo cual contribuye a mantener los roles de hombre-proveedor y mujer-cuidadora (PNUD, op. cit.).

Apuntes metodológicos.
A través de una metodología cualitativa se van armando los diversos tiempos y espacios de las mujeres nahuas residentes en la cabecera municipal, se recurre a la entrevista en profundidad y la observación no participante como herramientas de campo. 
Si bien entre la mayoría de las comunidades indígenas de México la edad está todavía fuertemente ligada al ciclo de vida que a los años cumplidos, buscando visibilizar ambas situaciones la muestra de estudio principal se compone de 14 mujeres jóvenes cuyas edades van de los 15 a los 24 años.  También como parte de la muestra de estudio se entrevistaron a 8 hombres en calidad de padres, esposos o hermanos de mujeres jóvenes. Entre unas y otros, la muestra fue de 22  informantes.
Para la elección de la muestra se recurre al muestreo subjetivo por decisión razonada.  En la búsqueda de una saturación estructural se han elegido mujeres con diverso nivel educativo, estado civil y ciclo de vida; para el caso de los hombres el muestreo es por bola de nieve y la condiciones principales son género y parentesco con una mujer joven.
Posteriormente se realiza el análisis de contenido con el programa Atlas Ti. Las principales categorías de estudio para dicho análisis son: trabajo de cuidados, trabajo remunerado y espacios cotidianos.

 

El trabajo de cuidados y su efecto de anclaje entre las jóvenes nahuas.
Entre las mujeres nahuas el trabajo de cuidados se encuentra sumamente relacionado con la identidad de las mujeres, aunque no todo este tipo de trabajo sea realizado exclusivamente por ellas e incluso las actividades de mantenimiento de la casa o solar se hayan masculinizado: “las cosas de la casita, que hay que cambiar la madera o fijar la lámina, si hay construir algo… eso es cosa de hombres” (Pedro, 25 años, casado con 2 hijos).  Durante los períodos de emigración temporal los hombres asumen la realización de sus actividades de cuidados: “Si ando fuera yo lo hago mi tortilla, compro mi frijol, lo meto en la olla, y sale en la lumbre…” (Martín, 50 años, casado con 3 hijos y 1 hija). No obstante, el grueso de las actividades de cuidados están consideradas como responsabilidad primordial de las mujeres. 
La realización de trabajo de cuidados se encuentra presente desde la infancia de las mujeres nahuas: “ya de chiquita cuidaba de mis hermanitos y de mi papá cuando mi mamá no estaba… pues, en… como desde niños nos enseñan a como hacer la casa pues ya no se le hace pesado, yo empecé desde los 9 años a hacer todo” (Estela, 22 años, soltera y sin hijos); entre las niñas el juego implica una elevada cuota de realización del trabajo de cuidados de su grupo doméstico, en la mayoría de los casos uno de tipo ampliado, al convivir tres generaciones en la misma casa y/o solar.  Como hijas o hermanas, las mujeres nahuas realizan este tipo de trabajo bajo la supervisión de la madre o de otras mujeres mayores de edad –la abuela, una tía o la hermana mayor- y este ‘status’ de ejecutora del trabajo de cuidados se mantiene  hasta que se casan. 
Para las mujeres nahuas solteras y sin hijos, la asistencia a la escuela o la realización de trabajo remunerado fuera de la casa puede disminuir la cuota de trabajo de cuidados asignado, pero en ningún momento se libera de éste, como sucede en el caso de Benita  (23 años, soltera y sin hijos): “…yo poco estoy en mi casa porque trabajo en el albergue todo el día y los viernes por la tarde me voy a mi escuela en Mina [Minatitlán] pero el domingo por la tarde que me regreso llego a la casa de mi mamá y lavo mi ropa, si hay ropa de otros la lavo también, ves poner los frijoles, barro la casa, el patio.  Ahora que mi mamá está mala [enferma] hago más cosas”.
En el caso de las mujeres casadas y con hijos, la realización de trabajo de cuidados consume una considerable cantidad de tiempo y de energía: “Vivo aquí con los suegros, yo veo las cosas del niño y del marido, más cansado es cuidar al niño, andas pendiente todo, todo el día y tienes que echar la tortilla o yo bordo mis servilletas, estás bordando y pendiente del hijo, si se en duerme haces lo tuyo” (Laureana, 21 años, casada, un hijo y embarazada).  Convirtiendo al trabajo de cuidados en el eje central de sus tiempos y espacios; lo anterior no quiere decir que, necesariamente, su cotidianidad esté circunscrita exclusivamente al espacio privado, pues el trabajo de cuidados traspasa las fronteras de lo público y lo privado: “cuando hay que ir a la milpa yo también voy, primero se van los hombres y las mujeres nos quedamos haciendo el bastimento que son pozole ¿lo conoce? y ya nos vamos luego, allá hacemos la lumbre y allá nos quedamos, las mujeres también limpian y siembran” (Micaelina, 20 años, casada, 2 hijos).  
La realización de trabajo remunerado y de cuidados en los espacios públicos está presente como entre las mujeres nahuas de, al menos, 2 generaciones anteriores (Nicolasa, 22 años, viuda, 1 hija; Ixchel, 23 años, viuda, 1 hija; Felipe, 45 años, casado, 3 hijas y 2 hijos); a la vez que se mantiene ante las nuevas actividades remuneradas que realizan las mujeres: “vienen a dar capacitación y ves a las mujeres que se llevan a sus niños… allá están en la escuela con los proyectos y ahí tienen acostaditos a sus niños, hay veces que hasta se los llevan si van a vender” (Martina, 16 años, soltera y sin hijos).
Algunas de las mujeres que realizan trabajo remunerado fuera de casa valoran especialmente la posibilidad de realizar actividades de cuidados en el espacio productivo:  “yo estoy acá en la venta [de antojitos] todo el día, cuando la hija acaba la escuela pasa y le doy de comer y se está aquí conmigo toda la tarde hasta que llega la dueña y yo me voy a la casa” (Ixchel, op. cit.).   La realización de trabajo de cuidados rebasa las fronteras de la presencia física de las mujeres nahuas: “cuando salgo que voy a comprar o eso mi suegra se queda con el niño y yo me voy a las reuniones del proyecto pero bien rapidito y estoy allá y pensando en el niño, en la comida, ya acaba la capacitación y me vuelvo bien rapidito a la casa” (Yedina, 20 años, casada, 1 hijo).
Para las mujeres jóvenes que se mantienen solteras y sin hijos, el trabajo de cuidados aparece como un apartado importante en las actividades que se realizan a diario; entre las jóvenes que todavía acuden a la escuela, la realización de este tipo de trabajo mantiene un ‘status’ secundario calificado como ‘ayuda’ y ellas aparecen las más de las veces como ejecutoras de un trabajo supervisado principalmente por la madre y compuesto por actividades domésticas –limpiar, cocinar, lavar- y actividades de cuidados –generalmente de los hermanos mayores y en ocasiones de los enfermos u otras personas mayores que conforman el grupo doméstico.  En pocas ocasiones el trabajo de cuidados asignado coincide con las horas destinadas a la escuela: “que en yo me recuerde… sólo una vez que la abuelita se enfermó y la mamá tuvo que llevarla al doctor y yo me quedé cuidando a mi hermanito que estaba chiquito” (Adela, 19 años, soltera y sin hijos); de tal suerte que las mujeres jóvenes nahuas realizan la mayor parte de la cuota de este tipo de trabajo durante el tiempo libre. 
A pesar de su juventud, hace años que han ido aprendiendo a compaginar el trabajo de cuidados con sus otras actividades: “llego de la escuela y le echo las tortillas a la mamá, con mi hermana mayor terminamos la comida y damos de comer y comemos, yo lavo y mi hermana limpia, cuando termino me pongo a hacer las cosas de la escuela, lavo mi ropa y me apuro para que cuando llegue mi papá y los hermanos darles de cenar” (Justina, 16 años, soltera, sin hijos). Si bien el trabajo de cuidados plantea restricciones para las mujeres jóvenes, la participación de las otras mujeres del grupo doméstico les permite un mayor disfrute del tiempo libre.
Para las mujeres nahuas, la cantidad de trabajo de cuidados realizado durante la infancia y juventud  presenta los niveles más bajos y se incrementa con el casamiento y el nacimiento de los hijos; en estas etapas las mujeres asumen la categoría de organizadoras y ejecutoras del trabajo de cuidados de su grupo doméstico.
Esta realización de trabajo trasciende los límites del espacio privado y llega a instalarse de lleno en los espacios productivos y demás espacios públicos; de igual forma, como consecuencia de la realización del trabajo de cuidados, las mujeres nahuas han ido insertando lo público en los espacios privados generando espacios dinámicos a través de los cuales resolver sus necesidades de trabajo.

Espacios públicos y sus usos cotidianos.
De acuerdo con los roles tradicionales en la cultura nahua, el espacio asignado a la mujer es el privado; la casa, se convierte en el espacio de las mujeres, pero no es el único espacio que éstas, necesariamente, han usado en la realización del trabajo de cuidados.   La consideración de la mujer para la casa queda superada en el caso de las nahuas de Tatahuicapan donde las mujeres realizan la mayor cantidad de trabajo de cuidados, además de una importante cuota de trabajo productivo en el espacio público: “…mi abuelita, mi mamá siempre han trabajado en la milpa con los hombres, también yo y mi hermana” (Estela, op. cit.).  
La realización de actividades productivas por parte de las mujeres nahuas aparece constantemente en el caso de las actividades agrícolas y ganaderas, convirtiéndose en alguna etapas o estaciones como intensiva: “… cuando hay que limpiar los maicitos nos vamos todas y allá estamos con mi papá y mis hermanos; cuando ellos se van a buscar trabajo mi mamá y nosotras nos quedamos cuidando los animalitos” (ibídem). 
Sin embargo, en la mayoría de los casos, al tratarse de tierras familiares, generalmente a nombre del padre, estos usos productivos de uno de los espacios públicos más significativos en el mundo rural aparece invisibilizado: “si tú tienes un jornalero, le pagas no, pues… pero si la mujer va a la milpa, se le dice ‘gracias por tu ayuda m’hijita’ y nomás… a los hijos que van a la milpa cuando hay venta se les da alguito, pero a las hijas no, ellas igual trabajaron igual, pero no les dan centavos, no hay paga pues” (Benita, op. cit.). Manteniéndose con ello la invisibilidad de las aportaciones del trabajo remunerado que las mujeres nahuas realizan, tal como había ya identificado Vázquez  (2007).
Si bien es generalizado el reconocimiento del trabajo productivo de las mujeres nahuas por parte de los hombres, éste suele calificarse como ayuda y queda comprendido en la definición de la propia identidad de estas mujeres quienes pasan a ser calificadas de: “chambeadoras [trabajadoras] porque le entran igual al trabajo que uno” (Felipe, op. cit.); a la vez que siguen identificadas principalmente por sus roles de esposa y madre, cuyo acceso a los espacios productivos se considera una necesidad y en una categoría secundaria que no les permite acceder a una retribución –monetaria o en especie- por mínima que ésta pueda ser.
Para las mujeres nahuas, el acceso al campo como un espacio productivo tradicional aparece entendido como una necesidad secundaria con motivaciones básicamente de subsistencia: “en el campo se trabaja mucho y por eso trabajan las mujeres, si no fuera así ellas se quedarían en casa; hay quienes no les gusta trabajar en el campo, es muy duro” (Micaelina, op. cit.).
Sin embargo, el quedarse en casa tampoco no debe ser entendido como una ausencia en la realización de trabajo remunerado, pues desde ésta las mujeres también realizan diversos trabajos remunerados a la vez que se encargan del trabajo de cuidados.   La realización de trabajo remunerado desde la casa ha sido entendido en ocasiones como un elemento que contribuye a invisibilizar el trabajo de las mujeres, pues como señala Martín (op. cit.): “… muchos en aquí se piensan que en la casa la mujer no trabaja, los hombres dicen ‘la mujer está descansando’ pero no es así”. En opinión de Benita (op. cit.), desde la casa las mujeres: “hacen dinero también… pueden vender algo” y realizar trabajo de cuidados de su grupo doméstico: “de mientras echas tortillas, ves los frijoles, ves a tus hijos”; no obstante, uno de los aspectos negativos de esta simultaneidad de uso de los espacios puede contribuir a mantener la idea de un tiempo elástico que a la larga contribuye incrementar la carga de trabajos de las mujeres en detrimento de su tiempo de descanso.
Como aspecto positivo de la realización de trabajo remunerado desde casa se presenta como una posibilidad de un negocio propio, manteniendo la posibilidad de obtención y manejo de sus propios ingresos: “me gusta más hacer mis artesanías, yo las vendo y mi dinero es mío” (Estela, op. cit.).  Esta estrategia no es siempre apoyada por los varones del grupo doméstico, pero en el caso de Martina (op. cit.) el uso del espacio doméstico con fines remunerados le permite obtener unos ingresos propios: “yo tengo mi venta y ese dinero es mío, es para mi escuela, mis papases saben que tengo dinero, pero no cuánto”, planteándose poco a poco una ruptura con la identidad de las mujeres nahuas y la administración de unos ingresos entendidos por ellas como individuales y ya no a la disposición del grupo doméstico: “…lo que me gane será mío, me compraré ropa, lo ahorraré para comprar una novillona” (Reyna, 18 años, soltera sin hijos).
Espacios públicos como el río o el monte son también usados productivamente por las mujeres nahuas; por ejemplo, el monte es fuente de materias primas como el carrizo para la elaboración de canastas, a la vez que provee plantas medicinales para elaborar tinturas, pomadas o jabones comercializados mayoritariamente fuera de la comunidad. 
No obstante, a la fecha, el acceso al monte para las mujeres jóvenes se encuentra mediado a través de los hombres, pues son ellos los que conocen los caminos hasta las materias primas: ”Cuando hay que buscar carrizo mi prima y yo vamos con mi papá él es el que en sabe dónde ir, es todo el día para llegar allá [señala la frontera vegetal del volcán], salimos tempranito y llegamos por la tarde” (Estela, op. cit.).  Mientras que el río, sobre todo los tramos que pasan cerca de las poblaciones, se muestran más accesibles para las mujeres; no obstante, una mujer acompañada sigue siendo la mejor forma de atajar las descalificaciones a la vez que se comparte el trabajo: “Se va poco al río a lavar, antes se iba más, de chiquita iba con la mamá; ella lavaba y nosotros ahí jugando y ayudándole… ahora sólo cuando no hay agua se hace eso” (Laureana, op. cit.).  En la cabecera municipal el uso del monte y del río como espacio de realización de actividades domésticas o lúdicas ha disminuido notablemente, como comentaba Laureana, la generación anterior recurría más en dicho uso, pero la llegada del agua entubada y el cambio en los patrones de construcción de las viviendas ha contribuido a que: “ahora lavas en tu casa y no vas al río, sólo algunas señoras ya mayores lo hacen”.
Otro espacio público significativo para las mujeres jóvenes es la escuela, un espacio al que recientemente han accedido: “mi mamá no fue a la escuela, entonces mis abuelitos decía que eso era para los ricos y para el varón” (Guillermina, 17 años, casada sin hijos, embarazada); para las mujeres jóvenes, este espacio se muestra como uno de libertad y socialización: “A la escuela vas a aprender, pero también puedes hacer muchas cosas, yo voy a bailar y al balón [voleibol]” (Justina, op. cit.).  A través de la escuela acceden también a otros espacios públicos -por ejemplo, la biblioteca- y es posible también acceder a espacios extra comunitarios:  “si estás en el taller de baile pues luego sales que te llevan a los concursos o a eventos” (Martina, op. cit.). En algunos casos a través de la escuela también es posible la construcción de redes de contactos extra familiares que abren posibilidades de un desarrollo futuro: “yo una vez hubo un concurso de oratoria en Coatzacoalcos y mi maestra le pidió permiso a mis papás que fuera yo, ella pagó todo y conocí a una licenciada que trabajaba en cosas de mujeres indígenas… con el tiempo ella me apoyó para encontrar trabajo y para que continuara estudiando” (Benita, op. cit.).  
La escuela se convierte también en centro de reunión de los proyectos comunitarios o en espacio de capacitación, a la vez que sirven de espacio de socialización de las mujeres: “cuando nos enseñaron a hacer artesanías fue en la escuela, o las que aprendieron lo de las tinturas, también fue ahí”  (Guillermina, op. cit.).
Las iglesias como espacios para la socialización, la organización y el aprendizaje aparecen también en la lista de espacios usados por las mujeres nahuas; al respecto cabe señalar que si bien la iglesia como sinónimo de nuevos espacios aparece difuminada entre las mujeres jóvenes, se reconoce el papel de dichas organizaciones en la vida de las mujeres adultas y el beneficio que a ellas ha llegado indirectamente: “..mi tía comenzó a ir a la iglesia, allí le dieron capacitación de que no estaba bien que se le pegara a la mujer, que no estudiara… luego ella invitó a mi mamá y fue cuando mi mamá se puso con que sus hijas todas íbamos a tener escuela” (Manuela, 21 años, soltera y sin hijos).
Estas mujeres jóvenes se reconocen menos religiosas que las madres o las abuelas y la iglesia representa para casi todas un espacio de culto, aunque algunas lo utilizan todavía como un espacio de referencia al momento de construir sus identidades prefieren entenderlo como un espacio de socialización y búsqueda personal donde ir definiendo su etnicidad y condición de género: “yo mucho hablo con un cura, con él hablamos sobre cómo es ser indígena y cómo es ser mujer; me gusta que él piensa en hacer la mujer igual que el hombre, pero en cosas no pienso igual que él” (Benita, op. cit.).  
Para algunas de las mujeres entrevistadas, el papel de las iglesias como espacio para la construcción de identidades está siendo ocupado por algunos espacios abiertos por programas de gobierno y de asociaciones no guberidntales; estos espacios, algunos diseñados considerando el enfoque de género, son recurridos en mayor medida por las mujeres jóvenes (Soledad, 15 años, soltera y sin hijos; Ixchel, op. cit.; Benito, 18 años, soltero y sin hijos).
Los proyectos productivos, guberidntales o no, también han permitido a las mujeres el acceso a nuevos espacios que algunas han encontrado como elementales, no sólo en la generación de ingresos, sino también en la reconstrucción de sus identidades: Estar en este proyecto comunitario me permite salir a otras ciudades, hay veces nos invitan a Coatza o Mina, yo he ido hasta Cancún, fui en avión y me gusta, si… porque sales y conoces gente (Estela, op. cit.).   El taller se convierte entonces en un espacio para la capacitación y la socialización: “…éramos vecinas pero convivíamos poco, si no venía las extrañaba, allá estaba en mi casa pensando ‘¿qué estarán haciendo?’ seguro que ya se están echando unas risas” (Micaelina, op. cit.).
Este espacio público es también capaz de abrir nuevos usos a otros espacios extra comunitarios ya frecuentados; así, por ejemplo los mercados y cualquier otro establecimiento de comercialización recibe a las mujeres ya no como clientas sino como oferentes de sus productos, generando nuevos roles y mejorando sus capacidades y habilidades: “… antes me daba miedo salir de la comunidad, era muy inseguridad pensar en irme a la ciudad a vender mis canasta; y ahora le encontré el gusto ya no voy con miedo” (Estela, op. cit.).
Para las mujeres jóvenes y nahuas de Tatahuicapan, los espacios públicos aparecen entrelazados por las calles y los caminos, su transitar por ellos los convierte además en espacios de socialización; ante la ausencia de espacios públicos socialmente reconocidos para ellas, éstas aprovechan cualquier resquicio del espacio público para acceder a los bienes y construir sus identidades y ejercer su ciudadanía.
Si bien la mayoría de los espacios públicos a los que acceden las mujeres nahuas son espacios locales, poco a poco éstas han ido accediendo a espacios extra comunitarios, algunas incluso llegan a espacios urbanos como consecuencia de diversas motivaciones.   Un acceso a espacios extra comunitarios resulta como consecuencia de diversas motivaciones que van desde motivos familiares: “un tiempo me fui a trabajar a Coatzacoalcos porque una prima ya vivía ahí” (Ixchel, op.cit.) hasta otros vinculados con la escuela, los proyectos productivos o las organizaciones sociales (Benita, op.cit.).
La mayoría de los desplazamientos extra comunitarios de las jóvenes nahuas de Tatahuicapan tienen una fuerte connotación de cuidados, pero éstas también salen de sus comunidades por otras razones. La escuela es una de las razones que generan desplazamientos extra comunitarios: “yo estudio la universidad los fines de semana y me voy a Mina [Minatitlán] desde que salgo del trabajo el viernes” (Benita, op. cit.). Además de estos desplazamientos frecuentes, la escuela también permite que las jóvenes nahuas realicen  desplazamientos extraordinarios: “si estás en el taller de baile pues luego sales que te llevan a los concursos o a eventos” (Martina, op. cit.). 
De igual forma el vincularse con proyectos productivos o de otros tipos –sociales, políticos, religiosos- ha generado espacios para las mujeres fuera de la comunidad. Lo anterior es congruente con lo observado entre las mujeres purépechas por Nelson (2006); en el caso de las mujeres nahuas entrevistadas, la escuela aparece como un espacio transgresor en lo femenino hacia el interior de su comunidad y de lo indígena en los espacios extracomunitarios a los que acceden.

Interpretando las cotidianidades a través de los trabajos.
“Yo voy del trabajo a mi casa y de mi casa al trabajo, así vivo el día, siempre corriendo” (Ixchel, op. cit.); para las mujeres nahuas de Tatahuicapan, el día es una sucesión de actividades no en pocas ocasiones superpuestas y discontinuas entre los requerimientos de trabajo (ver figura 2).

En el estudio de la vida cotidiana, el ciclo de vida constituye también una de las variables de peso a considerar;  a este respecto, la generación actual se ha visto beneficiada por diversas políticas públicas y esfuerzos que han ido incrementando las oportunidades de estudio, lo cual ha impactado también en el retraso en la edad del matrimonio y del nacimiento del primer hijo; contribuyendo a generar nuevas identidades entre las mujeres nahuas, quienes poco a poco comienzan a asumirse en roles más diversos a los que tradicionalmente se les ha asignado o reconocido.
Para las mujeres nahuas, la adolescencia media (15 a 19 años) es todavía la frontera para el matrimonio y los hijos; si bien, se reconoce que: “a esa edad mi mamá y mi abuelita ya tenía hijos” (Soledad, op. cit.).  No obstante el incremento en el número de mujeres que continúa sus estudios retardando la edad de casamiento es todavía elevado el número de mujeres que se casan –o son obligadas a ello- durante la adolescencia inicial (10 a 14 años).   
El rol de esposa y madre continúa siendo el principal factor que estructura la cotidianidad de las mujeres en Tatahuicapan: “…te casas y ya estás al capricho del marido, no es pues… pasas a ocuparte del marido, hay en veces que te sacan de la escuela o ya no acompañas a tu mamá a la ciudad” (Martina, op. cit.); los tiempos, los espacios usados, los desplazamientos y en ocasiones una pérdida de libertad separan la cotidianidad de las jóvenes como consecuencia del matrimonio; una situación similar a la encontrada por Mutersbaugh (1998) entre las mujeres chinantecas. 
En general, los patrones de desplazamiento de las mujeres nahuas continúan más restringidos que los de los hombres; a pesar de estas restricciones es en la infancia y juventud cuando dicha movilidad, si bien continúa fuertemente vigilada, es menor.  De todas formas, la justificación de usos del espacio público siempre está presente: “si yo salgo de la casa, mi mamá me pregunta dónde voy, a qué voy y puede negarme el permiso; mi hermano sale de la casa y ni avisa” (Adela, op. cit.). De igual forma, la crítica o la descalificación suelen aparecer para aquellas mujeres que hacen usos del espacio público de una forma menos restringida: “En mi trabajo tienes hora de llegada pero no de salida y mi mamá siempre me dice que recuerde que le debo respeto a mi papá, y… hay veces que hasta pienso que, que quisiera que dejara de trabajar yo, porque eso de andar fuera de la casa a dishoras [deshoras]  pues, pues como que te hace que ya luego, luego empiecen los chismes sobre una… que si eres esto, que si eres aquello” (Benita, op. cit.).  
La descalificación por parte del propio grupo social o de la comunidad ha sido un fuerte elemento de control sobre los usos del espacio público por parte de las mujeres, y es solamente tolerado cuando está vinculado a la realización del trabajo de cuidados, pero incluso en esas ocasiones no escapa de cuestionamiento: “una mujer sola por la calle no, no es bien visto, la mujer sale porque tiene cosas que hacer; no es en porque quieras salir y ya, así, no” (Ixchel, op. cit.).
También la compañía de otras mujeres o de los hijos es usada a manera de protección y se convierte en una especie de pasaporte a algunos espacios públicos: “si yo tengo ir a hacer tarea o verme con alguna compañera de clase pues siempre quedo con mi prima que va en mi salón y ya nos vamos juntas, a mi mamá no le gusta dejarme salir sola, en veces ni a los mandados voy sola, siempre me dice que me lleve a alguien de mis hermanitos” (Manuela, op. cit.).

Conclusiones.
Tal como señala Lindon (2006), en el caso de la cotidianidad de las mujeres jóvenes y nahuas muestra unos usos espacio-temporales dinámicos que superan las separaciones de lo público y lo privado, pero donde el trabajo de cuidados aparece siempre como elemento central, que, dependiendo el ciclo de vida de la mujer restringe en mayor o menor medida el acceso a los espacios productivos o de participación.  
Para estas mujeres, el derecho de uso del espacio público es un proceso lento en el que no tan fácilmente accede a aquellos espacios ya reconocidos y masculinizados; de tal suerte que los procesos de apropiación del espacio público comienzan por un acceso a espacios informales que las mismas mujeres van conquistando; en otros casos, espacios ya existentes son revestidos con nuevos usos y significados. 
En el caso de las mujeres nahuas jóvenes los espacios de educación, aprendizaje y productivos se han ido perfilando como claves tanto para visibilizar sus accesos al espacio público como para legitimar los usos de éstos. Se trata de los espacios transgresores que Nelson (2006) identifica como potenciadores de la identidad en lo femenino y en lo étnico.
Por otro lado, se plantea además un reconocimiento al espacio privado como un espacio más allá de lo doméstico, un espacio donde también las mujeres han ido incrustando asuntos del devenir público de sus comunidades; una mayor reflexión futura se merece este espacio a fin de reconstruirlo y, sobre todo, como parte de una, necesaria, revalorización del trabajo de cuidados.
La posibilidad de nuevos espacios de participación para las mujeres nahuas es un proceso que requiere una constante reinvención y reinterpretación a la vista de los procesos locales y globales que se conjuntan en su creación; los espacios creados, no sólo por las jóvenes sino el grueso de las mujeres nahuas, en las últimas décadas aparecen como espacios reales y capaces de visibilizarlas y legitimarlas ante sus propios grupos domésticos y sus comunidades.

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*Doctora en Geografía Humana; ha colaborado con diversas universidades nacionales e internacionales. Actualmente labora en la Facultad de Turismo y Mercadotecnia de la Universidad Autónoma de Baja California donde imparte las materias de Geografía Turística Nacional, Geografía Turística Universal y Desarrollo Sustentable. Ha sido autora de diversas publicaciones; sus líneas de investigación son turismo, sostenibilidad y estudios de género. Correo electrónico: diaz.isis@uabc.edu.mx
**Doctora en Geografía Humana
1 Sin duda, la Sociología ha sido una de las ciencias que más aportaciones ha realizado sobre el uso del espacio a través de la práctica cotidiana; dichas aportaciones han nutrido indudablemente los análisis de la Geografía de Género. Algunas de estos trabajos aparecen referenciados en el siguiente epígrafe.
2 Estas diversas estrategias van, generalmente,  desde la realización de trabajo remunerado en casa o la realización de trabajo de cuidados en espacio productivo, el uso de redes familiares y de amistades en la realización de trabajo de cuidados, la contratación de trabajo de cuidados, el uso de los servicios institucionales hasta la ejecución de trabajo remunerado de medio tiempo o de tiempo completo por temporada o la replanificación del trabajo de cuidado.  En la mayoría de los casos, estas estrategias son sostenidas por mujeres, aunque se puede encontrar una participación mínima de los hombres, ésta sigue catalogada como una “ayuda” y no como una “corresponsabilidad”.
3 De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda del 2010, el Municipio contaba con un total de 46 localidades, de las cuales 45 tenía la categoría de rural (SEFIPLAN, op. cit.:3); la cabecera municipal congregaba menos de 15,000 habitantes, el 50.61% eran mujeres con una mayor representatividad en los grupos etarios de 10 a 14 y de 15 a 19 años (ibídem).


Recibido: 19/10/2017 Aceptado: 12/12/2017 Publicado: Diciembre de 2017

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