Carlos Ruz Saldívar *
Universidad Veracruzana, México.
caruz@uv.mxRESUMEN
  Se pretende con el  presente trabajo de investigación, vislumbrar  el papel que la ficción ha tenido en la construcción de identidades, analizando  en el presente ensayo, un tema que puede resultar polémico en la historia de  los Estados Unidos Mexicanos, la creación de su identidad, ficción presente en  los libros de texto mexicanos desde la educación básica, que nos habla de  identidad con los pobladores originales y también, identidad entre esos  diversos pueblos, ideas con las que se pretendió transmitir a los mexicanos una  identidad homogénea y lograr una ruptura con las raíces españolas, lo que  permitió en el siglo XIX, construir de una zona geográfica carente de unidad,  una Nación, que toma el nombre de un pequeño imperio llamado Azteca o Mexica. 
  ABSTRACT
  The present essay intends to envision the role that the fiction has  played in the construction of identities, analyzing in the present article, a  topic that may be controversial in the history of the United Mexican States,  the creation of their identity. Fiction currently in Mexican textbooks from  primary education, which speaks of identity with the original inhabitants and  also, identity among these diverse peoples. Ideas with which it was intended to  convey to Mexicans a homogeneous identity and achieve a rupture with the  Spanish roots, which allowed in the nineteenth century, build a geographical  area devoid of unity, a Nation, which takes the id of a small empire called  Aztec or Mexica.
  PALABRAS CLAVES
  Identidad mexicana,  ficción histórica, Mexicano – Azteca.
  KEYWORDS 
  Mexican identity, historical  fiction, Mexican – Aztec.
Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato: 
Carlos Ruz Saldívar (2017): “La ficción, herramienta de construcción de la identidad mexicana”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (octubre-diciembre  2017). En línea: 
http://www.eumed.net/rev/cccss/2017/04/ficcion-construccion-identidad.html
http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1704ficcion-construccion-identidad
INTRODUCCIÓN.
  Desde la antigüedad más  remota de la humanidad, cuando los primeros seres humanos, se pudieron  comunicar, crearon una tradición oral que sirvió de elemento para alabar a los  antecesores comunes, por lo que no resulta extraño que en la creación de los  primeros panteones, se configurara un discurso que jugó un papel primordial  para integrar a las primeras familias en clanes, podemos suponer entonces, que  antes de la escritura la narrativa oral ya cumplía una función de cohesión  grupal, que iniciaba la creación y organización de los primeros grupos humanos.  Con la llegada de la escritura, se refuerza el trabajo de la tradición oral,  que formará los primeros Estados, en Egipto o Mesopotamia, siendo labor de los  escribas contar las conquistas de los gobernantes, que lo hacían en  cumplimiento al mandato de sus divinidades. Desde esa lejana época, el elemento  de cohesión para la formación de los Estados no ha cambiado mucho, ya que el  discurso histórico oficial de un país, tanto en su narrativa, sus himnos,  representaciones, como en la biografía de sus héroes, permite construir una  unidad con cierto grado de identidad, siendo quizás, el papel más importante  que tiene y ha tenido la narrativa en la historia oficial de las naciones. 
  Los grandes imperios  han hecho uso de la narrativa histórica para construir el nacionalismo, el amor  a la patria, los valores, entre otras tantas ficciones que se construyen y  configuran precisamente desde la visión de unidad que requieren los líderes, quizás  por eso, el historicismo alemán buscó la objetividad imitando la corriente de  las ciencias naturales y sin pretenderlo, dañó a la literatura histórica y su  arte de la construcción de textos en aras de la pretendida objetividad. Sin  embargo, la escuela alemana no se equivocaba, la narrativa se encontraba, y aún  lo hace, al servicio del pensamiento oficial de los gobiernos, quienes apelan a  la construcción de una ficción de unidad, para legitimarse en el poder. 
  Para conocer el papel  que la representación narrativa ha tenido en la construcción de la historia,  analizaremos en el presente ensayo, un tema que puede resultar polémico en la  historia de los Estados Unidos Mexicanos, la creación de identidad ficticia en  la construcción del Estado Mexicano, ficción presente en los libros de texto  mexicanos desde la educación básica, que nos habla de identidad con los  pobladores originales y también, identidad entre esos diversos pueblos, pretendiendo  con ello, transmitir a los mexicanos una identidad indígena y ruptura con las  raíces españolas, situación que permitió en el siglo XIX, construir de una zona  geográfica carente de unidad, una Nación, que toma el nombre de un pequeño  imperio llamado Azteca o Mexica, que hoy representa a todo el país, cuando ni  los propios indígenas tenían unidad entre ellos, los del norte: Yaquis,  Tarahumaras, Mayos, entre otros, poco o nada los identificaban con Mayas,  Aztecas o los colaboracionistas Tlaxcaltecas. Se pretende demostrar, en el  presente ensayo, que la creación de identidad y la desinformación en torno a la  esclavitud, fueron los mitos que construyeron a la nación mexicana, la  narrativa, la prosa, los monumentos y los himnos, tenían y tienen, el papel de  crear esa visión. 
  DESARROLLO DEL TEMA.
  Jacob L. Wright, en su  obra David, King of Israel, and Caleb in  Biblical Memory, reflexiona sobre el monumento del siglo XIX que se  encuentra en Boston, y que honra al primer grupo de soldados afroamericanos en  el ejército de Estados Unidos (dicho grupo se formó en marzo de 1863), así como  las palabras de Charles W. Eliot, que se encuentran en la parte trasera de  dicho monumento y que rezan: Together  they gave to the Nation and the world undying proof that americans of African  descent posses the pride, courage, and devotion of the patriot soldier. One hundred and eighty  thousand such americans enlisted under the Union flag in MDCCCLXIII – MDCCCLXV (Wright, 2014, págs. 15 - 16),  la traducción aproximada sería la siguiente: Juntos dieron a la nación y al mundo inmortal prueba de que los  estadounidenses de origen africano poseen el orgullo, la valentía y devoción  del soldado patriota. Ciento ochenta mil esos americanos se enlistaron bajo la  bandera de la Unión en MDCCCLXIII – MDCCCLXV 1 ; Jacob  considera, que ese monumento coadyuvó a construir y colaboró en crear la idea  de identidad de los afroamericanos con el resto de los habitantes de Estados  Unidos. Y en verdad debemos reflexionar, que ese tipo de monumentos y la  narrativa poética que lo acompaña, presentan un modelo historiográfico de  sublime experiencia, con propósitos claramente políticos en la construcción de  identidad y Estados, tomando a la historia, como el vehículo para alcanzar  tales fines. Es posible entonces, compartir la duda de Mazzuccheli, cuando  cuestiona a Gumbrecht, en torno a si la   poesía y la prosa pueden escribir la historia (Mazzucchelli, 2005), pero el problema no es si en versos se pueda  escribir la historia, queda claro que sí es posible, el poema de Gilgamesh, la  obra de Homero y la propia Torah, son ejemplos de que ello es posible, el  verdadero problema estriba en determinar si esa construcción histórica, juega  un papel objetivo o tiene otros fines. 
  Ejemplos como el del  monumento de Boston, los tenemos en todas partes del mundo, verbigracia, en las  llamadas tumbas del soldado desconocido, repartidas a lo largo del orbe y que,  en muchas de ellas, se señala Ante Dios  nunca serás un héroe anónimo (Ríos  Alcántara, 2012). En los  Estados Unidos Mexicanos, tenemos entre otros, a la victoria alada2 ,  que se encuentra en la avenida Reforma de la ciudad de México, que celebra la  Independencia del país, y que en su base figuran las estatuas de algunos héroes  mexicanos, como José María Morelos, Vicente Guerrero, Francisco Xavier Mina y  Nicolás Bravo, cuyos restos reposan en las criptas. Esos monumentos,  constituyen un refuerzo visual a la narrativa historiográfica, a la poesía, a  la biografía y a los himnos que ensalzan la idea plasmada por el autor del  himno nacional mexicano, Francisco González Bocanegra: Antes Patria, que inermes tus hijos bajo el yugo su cuello dobleguen,  tus campiñas con sangre se rieguen, sobre sangre se estampe su pie. Y sus  templos palacios y torres se derrumben con hórrido estruendo y tus ruinas  existan diciendo: de mil héroes la Patria aquí fue (González Bocanegra, 2004), cuyo  papel e importancia ha sido la construcción de identidad nacional y la  formación de los Estados. 
  La independencia de  México se logra en 1821 y uno de los más grandes problemas, que enfrenta en la  primera mitad del siglo XIX, era el de la falta de identidad de la nueva  nación, la ruptura con España irremediablemente enfrentaba un problema de  identificación entre los diversos pueblos. La conquista en América había  extendido al Imperio Español, el proceso de crear identidad en los pueblos  recién dominados, no fue tan problemático, el conquistador impuso su pensamiento  por el medio más idóneo conocido en su época, la evangelización, a través de  ella y una narrativa historiográfica reforzada por las imágenes religiosas,  formó la identidad necesaria en torno al idioma y la religión, creando el  influjo de la vida religiosa como detonante de esa nueva identidad; no se pude  soslayar el papel de la religión, cualquiera que sea, en la formación de un  Estado. Originalmente, desde la prehistoria, todas las instituciones sociales  se ubican en una estrecha conexión con las religiones. Es la historia de los  Estados modernos, la que inicia un proceso acentuado de separación entre el  círculo del Estado y del religioso. 
  En la Nueva España, la  identidad estaba formada por la cohesión que generaba la religión, la  estructuración del derecho y del Estado, nos presenta una unidad entre el poder  temporal y el poder espiritual, hoy resulta difícil concebir tal unidad, pero  en aquella época no solamente era lo más natural, era la regla, la iglesia había consolidado una  posición no solo como un movimiento  religioso, sino como el verdadero poder actuando tras bambalinas, se mostraba  inflexible y encontraba apoyo en la biblia (en el llamado nuevo testamento)  para ello, en concreto, ocupaban y aún ocupan las palabras de Pablo en la  epístola a los romanos : Sométase toda persona a las autoridades superiores;  porque no hay autoridad sino de parte de Dio-s, y las que hay, por Dio-s han  sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido  por Dio-s resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos. La  posición paulista, interpretada por la iglesia católica, unifica lo espiritual  y lo material  abriendo el camino al inicio  de la edad media, en esa unificación se presenta como el único medio de  salvación y el soporte ideológico de los monarcas (Ruz Saldívar, 2012, pág. 17), ese poder se había gestado en más de diez siglos desde Constantino, los  llamados santos: Pablo, Agustín y Tomas, son los que habían creado todo un  soporte ideológico entre el poder divino y el terrenal, por lo que había una  perfecta armonía entre ambos poderes. La forma de explicar tal fenómeno es que  la potestad de los señores, príncipes y emperadores, para gobernar a sus  vasallos y a sus pueblos, deriva de Dio-s por intermediación de sus ministros, romper  con ese viejo molde, creaba una dificultad difícil de conciliar para la nación  en ciernes. 
  Si a lo anterior le  sumamos, el hecho de que los grupos indígenas tampoco tenían identidad entre  ellos, ya que se engañan quiénes creen que la nación mexicana es heredera de  los Aztecas, en el norte, los grupos indígenas menos desarrollados  culturalmente pero más agresivos, mantuvieron su lucha hasta finales del siglo  XIX y aún en el siglo XX; en el sur del país no había aztecas sino mayas y  ramas derivadas como los lacandones, amén que la conquista de la zona sur con  la del imperio azteca, mantiene casi dos décadas de diferencia, las diversas  lenguas de todos esos pueblos, no los permitía tampoco encontrar señales de  identidad. A todo lo anterior hay que sumarle los permisos de colonización en  la parte más norte de la nación y el ingreso de extranjeros, que dieron como  consecuencia la pérdida de la mitad del territorio heredado de España.
  Al consumarse la  Independencia de México, la iglesia en su lucha por mantener el poder,  desconocía a la nueva nación y propiciaba su caída, si tomamos en cuenta que  era precisamente la religión, el elemento que lograba amalgamar a los grupos  tan distintos durante el Virreinato, y que el Estado Pontificio reconoció hasta  1851 a la nueva Nación, se explica la falta de identidad nacional. Por todo lo  anterior, es fácil entender que, en la primera mitad del siglo XIX, los Estados  centroamericanos no hayan firmado el pacto federal, que Guadalajara, Oaxaca,  Yucatán (la península completa), Zacatecas, Texas, la Alta California y el  resto de los territorios perdidos en el norte, se hayan declarados  independientes. Se explica entonces, que el principal desafío que enfrentó la  joven nación, fue encontrar la identidad que le permitiría al Norte, Sur,  Centro, Occidente y Oriente, considerarse un grupo único y construir juntos la  nación, ese problema llevado al plano internacional, permitió las invasiones y  pérdida de territorio en el Norte, Texas y la Alta California principalmente,  la intervención francesa, la insistencia de España de recuperar el territorio,  hasta la muerte de Fernando VII, la constante falta de reconocimiento exterior  y la dificultad para financiar el crecimiento y desarrollo, no permitió  consolidar en el siglo XIX, al Estado Mexicano.
  Para crear identidad en  el Estado Mexicano, se formaron varias ficciones, una de ellas fue la  esclavitud indígena, elemento que ya se había ocupado durante el proceso de  independencia, con el que se aglutinaron a los grupos menos favorecidos de la  Nueva España, en contra de la Monarquía Española. Abordar  el tema de la esclavitud indígena en México, genera discusiones bizantinas,  quienes la afirman, olvidan analizar una serie de elementos que demuestran lo  contrario, entre ellos, el testamento de la Reina Isabel la Católica, en dicho documento  se aprecia la orden de que los indios fuesen bien tratados, y con dádivas y  buenas obras atraídos, a la religión, castigándose severamente a los  castellanos que los tratasen mal, indicaciones que estaban en consonancia con  las instrucciones dadas por ella a Ovando, cuando éste pasó al Nuevo Mundo, y  en las que se encontraba esta cláusula expresa: que todos los indios de los españoles fuesen libres de servidumbre, y  que no fuesen molestados de alguno, sino que viviesen como vasallos libres,  gobernados y conservados en justicia como lo eran los vasallos de los reinos de  Castilla. Es importantes destacar, que estas órdenes nunca fueron  canceladas por algún decreto Real, ni hubo alguno que permitiera la esclavitud,  si bien se permitió la encomienda, la que terminó por ser un abuso en contra de  los indígenas, pero no significó la esclavitud, la encomienda en América surgió,  según Claudia López Lomelí  el 20 de  diciembre de 1503, recibidos los informes de Ovando ante la crisis de mano de  obra en la Isla La Española, Isabel la Católica dictó en Medina de Campo una  cédula que consagró legalmente los repartimientos de indios, aceptando, contra  lo mandado en la instrucción anterior, el trabajo forzoso de los indígenas,  aunque se les debía pagar salario por ser hombres libres como se había  declarado en los primeros años de colonización. No existe documento alguno, que  pueda probar la esclavitud de los indígenas como una figura jurídica en los  territorios españoles, lo que había en todo caso, era una esclavitud de facto,  pero ello era ilegal; es decir, hoy nadie puede negar que existan homicidios,  robos, violaciones y cualquiera de los delitos que establecen los códigos  penales, existen sí, pero son ilegales, lo mismo ocurría con la esclavitud en  la Nueva España. 
  Por  el contrario, históricamente los antecedentes más remotos del Derecho Social,  en lo que hoy es México, se pueden encontrar en las leyes de Indias, cuyos  ordenamientos marcaron un momento trascendental, por proteger a la población  más débil. Entre las protecciones encontramos, los descansos semanales,  originalmente establecidos por motivos religiosos, ordenándose en la Ley XIV  del 5 de octubre de 1541 ya que los indios tenían derecho a descansar en  domingo para ir a misa, protección que se ratifica y se amplía para negros y  mulatos en la Ley XVII del 21 de septiembre de 1541. La protección al salario  de los indios, contenida tanto en la Ley LXXXI del 18 de junio de 1594, así como  en la Ley VII del 12 de mayo de 1619, la cual precisa: Y mandamos á nuestras Audiencias Reales que no consientan se hagan  tales condenaciones, ni que á los indios se les defrauden sus salarios y pagas. También se ordenó la creación de hospitales para el cuidado de los indios  en la Ley primera del 7 de octubre de 1541. Por su parte la Ley XI del 25 de  noviembre de 1578 protegía en contra del maltrato de los indios, sus mujeres e  hijos. Orden que se reitera en la Ley XIII del 17 de mayo de 1582, pero que al  parecer no era del todo respetada ya que se reitera la instrucción nuevamente en  la Ley XIII del 12 de octubre de 1608 y en la Ley XXII del 3 de julio de 1627. Para  evitar el abuso de los prelados, en la ley XXIII del 12 de mayo de 1619 se  protege a los indios para que no paguen comida a los prelados. La orden de no  azotar indios se encuentra en la Ley XXXII del 2 de marzo de 1560. La de tener  instructores bilingües en la Ley IV del 7 de marzo de 1619, situación que, en  el México actual, con lenguas indígenas vivas todavía no se alcanza a cubrir. Se  daba también la protección en contra del abuso de los religiosos, ya que se  instruye que los indios no sean obligados a ofrecer bienes a la iglesia,  contenida en la Ley VII del 2 de diciembre de 1578(De la Guardia, 1889).
  Lamentablemente  muchas disposiciones no fueron debidamente aplicadas, sin embargo, es  incuestionable que las disposiciones de las leyes de indias constituyeron un  baluarte que por muchos años se quedaron en el olvido, pero que dejan evidencia  que el maltrato que recibían los grupos indígenas durante el Virreinato nunca  estuvo justificado en ley alguna, por el contrario, se encontraba prohibido. La  idea de la libertad de los indios fue fomentada por los monarcas españoles, lo  reprochable en realidad es que en la práctica no fueron acatados, pero ello no  quita el carácter protector y garante de los derechos de los llamados españoles  americanos. 
  Ligado  al mito de la esclavitud indígena, el Estado mexicano construyó otra ficción, la  de los héroes que nos dieron patria. La nación mexicana sólo fue independiente  cuando se consumó la lucha armada, el inicio de las hostilidades el 16 de  septiembre de 1810 por un grupo de alzados, presos y asesinos, que mataban y  violaban a mujeres, que asesinaron a civiles refugiados en un granero, la  Alhóndiga de Granaditas, no buscaba la independencia del país, sino gobernar el  virreinato de Nueva España.  Pero la  rebelión iniciada duró poco, el 17 de enero de 1811, fue derrotado en la  batalla de Puente de Calderón cerca de Guadalajara; escasos cuatro meses duró  la lucha armada de Miguel Hidalgo y Costilla, ya que después de esa aplastante  derrota perdió el control de su ejército y el 20 de marzo de 1811 cayó preso. Al  estudiar la biografía de este pobre hombre, analizar sus saqueos, matanzas, la  falta de una plataforma ideológica y el poco numen que como militar tuvo, es  casi inexplicable que sea llamado el Padre de la Patria. La independencia del  país en realidad fue producto de un golpe de Estado encabezado por Agustín de  Iturbise. El 24 de agosto de 1821, mediante la firma de los tratados de  Córdoba, se consumó la Independencia de la Nueva España, El tratado, no  reconoce la independencia de “México”, ni forman a un país con ese nombre, ni  una República, ya que lo que se formó fue el "Imperio Mexicano";  aunque el tipo de gobierno es definido posteriormente y se acepta una  República, pero el nombre de “México” como país nunca ha existido, el nombre  oficial de la nación es la de Estados Unidos Mexicanos.
  Pero  un golpe de Estado no es una historia digna de contar, en su lugar, la  narrativa histórica nos construyó la ficción de una lucha armada exitosa, la  que nos heredó Nación y Libertad, historiadores, poetas y músicos,  contribuyeron a la ficción de contar la grandeza de próceres que ofrendaron su  vida en los altares de la Patria y la unidad del pueblo mexicano, grandeza que,  en época de crisis, los medios de comunicación nos bombardean para obtener la  unidad mexicana, porque las ficciones siguen funcionando.
  CONCLUSIONES
  Pero  si los pobladores originales del hoy llamado México no fueron esclavos, ni  tenían identidad con el Imperio Azteca o Mexica, ¿Cómo se construyó identidad  con los Mexicas? ¿Cómo se abrazó como dogma la esclavitud para luchar contra  España?, ¿La construcción de un mito permite identidad? ¿La historiografía juega  un papel en la construcción de la identidad y el Estado mexicano?, trataré en  las siguientes líneas de dar una respuesta aproximada a las anteriores  interrogantes.
  El Estado nace no de un  pacto social, si bien es el que formalmente lo define y establece sus  caracteres distintivos, en realidad nace a consecuencia de un proceso histórico  sociológico que va impulsando a la voluntad humana hacia su creación de una  manera necesaria, entonces el Estado nace como resultado de las aspiraciones de  un grupo social - político que representa las aspiraciones de un grupo que  pretende poder. En México, para que ello ocurriera, fue necesario crear  elementos de identidad, la figura de un Padre de la Patria, un monumento a la  independencia, un himno, prosa, poesía, biografías, novelas históricas y el  papel preponderante de la representación narrativa en la construcción del  Estado Mexicano,  creando la identidad  por esos medios literarios y además, por conducto de figuras icónicas, altares  a la Patria, bustos, imágenes y cualquier medio visual, para enseñarlos en los  colegios, identificando a la Nación, para ello, como la identidad es  artificial, se propició también el odio a nuestra herencia hispana, con el mito  de la esclavitud indígena, no respaldado como un hecho jurídico legalizado en  suelo Novo Hispano. El elemento religioso, también se prestó al servicio del  Estado Mexicano, la coronación de Agustín de Iturbide por el Obispo de la  ciudad de México, lo comprueba; la lucha de los liberales rompe ese pacto del  Estado como patrono de la Iglesia y la lucha se reabre, pero con el presidente Porfirio  Díaz, se reconstruye la identidad con la Iglesia, su boda celebrada por el  mismo Obispo que coronara a Maximiliano de Habsburgo, durante la llamada  intervención francesa, aporta la evidencia de que la Iglesia volvió a ser el  soporte ideológico del Estado Mexicano, creando la cohesión necesaria para  gobernar felizmente a los mexicanos, en la idea Paulista que líneas anteriores,  se ha reseñado de que Dios pone a los reyes, hoy a los gobernantes. Fueron los  mitos los que construyeron a la nación mexicana, la narrativa histórica, así  como otras formas literarias y la representación iconográfica, tuvieron el  papel de crear esa visión y construir el Estado Mexicano.
  Ernesto Guevara, en alguna  ocasión señaló: No debemos crear  asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo  del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas (Guevara, 1965), el papel de la historiografía  y otros elementos al servicio del Estado, apelan a la construcción de una  ficción de unidad, para legitimar en el poder a una clase dominante. Pero desde  los años ochenta del siglo anterior, la narrativa ha regresado y vuelve a  configurar el discurso de la historia, pero ahora por medio de la producción de  presencia de las que nos habla Gumbrecht, y la hermenéutica lleva la carga de  reconstruir el pasado, analizando su entorno geopolítico, que permita en cierta  medida, explicar los acontecimientos en un periodo determinado, con cierto  grado de objetividad, si fuera posible. Sin embargo, vale cuestionar ¿la  objetividad existe?, ¿no estamos todos sujetos al talante que nos acompaña?, la  educación, religión, entorno social, político y económico, configuran la  preconcepción de ideas, aún antes de la observación de los fenómenos, lo que  tiene relevancia en la explicación e interpretación que se haga de un hecho  histórico, por lo que resulta imposible una objetividad absoluta, siempre  pasará por el prisma del talante del emisor, el papel de la hermenéutica debe  darse en el receptor de la información, en su análisis para descubrir los  elementos más o menos auténticos que se desprendan del diálogo que llega a  formarse en una narrativa histórica, pero ¿el lector no tiene su propio  prisma?, no hay objetividad, hay una subjetividad que simplemente debe ser  tolerante, necesitamos la ficción para sobrevivir como nación, pero las  actuales ya están desgastadas, esperemos que los políticos inventen unas  nuevas.
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