Revista: CCCSS Contribuciones a las Ciencias Sociales
ISSN: 1988-7833


LA REGENERACIÓN MORAL DEL IMPERIO BRITÁNICO

Autores e infomación del artículo

Francisco Javier Ruiz Durán *

Universidad de Extremadura, España.

pacobadajoz@hotmail.com.

Resumen

En este artículo mostraremos como el Imperio británico, de piratas y esclavistas, llegó a evolucionar en un ejemplo de honestidad que diseminó por todo el mundo: el derecho consuetudinario, el Estado limitado, las asambleas representativas, la idea de libertad, las formas inglesas de propiedad, la banca, los equipos deportivos… y como durante trescientos años fueron corrigiendo sus errores, mientras sus empresas privadas expandían su Imperio sin costes para la Corona. Pero la Globalización original británica comenzó a traquetear, ante las presiones de la política democrática moderna, justo cuando emergían los Totalitarismos socialistas del siglo XX; aunque llegado el momento, el Imperio no dudó en sacrificarse para impedir la victoria de estos y dejar paso a una de sus antiguas colonias, los Estados Unidos de América, como nuevo poder mundial.

Palabras clave: Imperio británico, primera globalización, ONG victorianas, India, Livingstone, Metternich, Congreso de Viena y equilibrio de poder.

Abstract

In this article we will show as the British Empire, of pirates and slave holders, it managed to evolve in an example of honesty that it spread all over the world: the common law, the limited State, the representative assemblies, the idea of freedom, the English forms of property, the banking, the sports equipments … and since for three hundred years they were correcting his mistakes, while his private companies were expanding his Empire without costs for the Crown. But the original British Globalization began to crackle, before the pressures of the democratic modern politics, rightly when they were emerging the socialist Totalitarismos of the 20th century; though come the moment, the Empire did not hesitate to sacrifice to prevent the victory of these and to open way for one of his former colonies, the United States of America, as new world power.

Keywords: British empire, the first globalization, Victorian NGOs, India, Livingstone, Metternich, Congress of Vienna and balance of power.

 


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Francisco Javier Ruiz Durán (2017): “La regeneración moral del Imperio Británico”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (julio-septiembre 2017). En línea:
http://www.eumed.net/rev/cccss/2017/03/imperio-britanico.html

http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1703imperio-britanico


1.  El periodo victoriano.

El Imperio británico llegó a controlar cerca de un cuarto de la población mundial, abarcó casi la misma proporción de la superficie terrestre y dominó prácticamente todos los océanos. Fue el Imperio más grande de la historia pero para muchos cayó en el desprestigio  por la trata de esclavos. Los expertos han cifrado en unos diez millones de esclavos los africanos que cruzaron el Atlántico en naves británicas antes de 1850. Pero, a pesar de las graves faltas iniciales en el Imperio británico este terminó  desarrollando la envergadura y la modernidad del sistema económico del que hoy disfrutamos así como una administración colonial que terminaría siendo un ejemplo de honestidad. Este planteamiento no pone en duda la teoría liberal de que sin el Imperio, el flujo de capital y migraciones, así como el comercio, pudieran haberse desarrollado de forma natural y pacífica durante esos trescientos años; pero por haberlo instaurado los británicos, esos flujos vinieron acompañados por una serie de rasgos distintivos que sólo ellos podían haber extendido: la lengua inglesa; las formas inglesas de tenencia de la tierra; la banca escocesa e inglesa; el derecho consuetudinario; el protestantismo; los equipos deportivos; el Estado limitado o <<guardián>>; las asambleas representativas; la idea de libertad. Y precisamente el Estado limitado, las asambleas representativas y la idea de libertad son el rasgo principal de la simiente británica en la historia; lo que no supone que todos los imperialistas británicos fuesen liberales pero sí la diferencia fundamental con los Imperios europeos continentales. Esa diferencia se podía observar en el hecho de que cada vez que el Imperio cometía una acción despótica, la sociedad británica respondía realizando una crítica liberal; es más, esa misma observancia a la ley y la libertad por parte del pueblo británico permitiría a sus colonias adoptar las instituciones que habían llevado consigo mismo a Calcuta, a Kanchanabori donde quedó el puente sobre el río Kwai, a New York… de tal forma que Gran Bretaña y sus colonias desarrollaron lo que hoy conocemos como Globalización: el mercado de bienes; el mercado de mano de obra; la cultura; el gobierno; el mercado de capital; la guerra. O desde el punto de vista más humano, el papel de: los piratas; los hacendados; los misioneros; los mandarines; los banqueros; los que se declararon insolventes. En este contexto, veremos que el Imperio Británico nació esencialmente como un fenómeno económico, cuyo crecimiento había sido estimulado por el consumo y el comercio. Es decir, la demanda de azúcar llevó a los británicos al Caribe, y la demanda de té, especias y tejidos los condujo a Asia. Fue una globalización con cañoneras. En este sentido debemos recordar que los británicos crearon su Imperio a partir de los actos de piratería contra España, Portugal, Holanda y Francia;  es más, el profesor Niall Ferguson afirma que <<fueron imitadores imperiales>>. Que la colonización británica produjo una amplia migración de las islas en busca de libertad política, en busca de libertad religiosa o simplemente en busca de riquezas. Pero también hubo movimientos migratorios forzosos como ocurrió con los esclavos y con los delincuentes condenados que fueron enviados a nuevas colonias como ocurrió en Australia. Eso sí, sin olvidar tampoco que el Imperio se construyó gracias al apoyo voluntario de  las organizaciones no gubernamentales victorianas, como las sectas religiosas evangélicas, así como de las sociedades misionales durante la expansión de la influencia británica. De facto, la expansión británica tuvo tal alcance que el profesor Niall Ferguson afirma <<fue lo más parecido que ha existido a un gobierno mundial>>. Lo curioso fue que pudo gobernar a cientos de millones de nuevos súbditos indios con un Servicio Civil de poco más de mil personas y la creación de una élite indígena.

En esta línea también estudiaremos la interacción entre la globalización financiera y la carrera de armamento que se dio entre las potencias europeas durante el reparto de África. Este fue el contexto donde surgieron: el aparato industrial-militar, los medios de comunicación de masas y el verdadero mercado global de bonos que produjo el apogeo del Imperio británico. Y veremos como en 1940 el Imperio terminó con la victoria pírrica contra el nacional-socialismo; poniendo así punto y final a cuatrocientos años de historia global. Aunque es cierto que perdurarían los grandes éxitos del logro imperial británico: instauración del capitalismo como sistema óptimo de organización económica; la expansión del cristianismo a Australasia y a la parte de Estados Unidos donde no nos asentamos los españoles; y el mantenimiento del parlamentarismo frente a los dos totalitarismos socialistas del siglo XX –comunismo y nacional-socialismo-. Teniendo esto bien presente comprenderemos mejor lo que dijo un joven Winston Churchill tras la Gran Guerra: “¿Qué empresas más nobles y más provechosas puede intentar una colectividad ilustrada que rescatar de la barbarie regiones fértiles y grandes poblaciones? Dar paz a las tribus guerreras, administrar justicia donde reina la violencia, sacudir las cadenas del esclavo, extraer las riquezas del suelo, plantar las primeras semillas del comercio y la educación, aumentar en los pueblos enteros la capacidad para el disfrute y disminuir las operaciones de dolor, ¿qué ideal más bello o premio más valioso pude inspirar el esfuerzo humano?” 1. Eso sí, su juventud no fue óbice para que no reconociese ciertas realidades poco edificantes que ocurriría en el Imperio. “Sin embargo cuando la mente se vuelve de la maravillosa nube de aspiraciones al feo andamiaje de intentos y logros, surge una serie de ideas opuestas […] La brecha inevitable entre la conquista y el dominio comienza a ser cubierta con las cifras del comerciante codicioso, el misionero inoportuno, el soldado ambicioso, el especulador mentiroso, que perturba la cabeza de los conquistadores y excita los sórdidos apetitos de los conquistadores. Y cuando el ojo del pensamiento se detiene en estos siniestros rasgos, difícilmente parece posible para nosotros creer que puede alcanzarse cualquier perspectiva bella a través de un camino tan repugnante”2. Por todo ello, el profesor Niall Ferguson cree que el mundo que hoy conocemos, para bien o para mal, es en gran medida producto del Imperio británico.

Y con este panorama bien presente comprenderemos mejor por qué la Compañía de las Indias Orientales prohibió explícitamente a sus capellanes la predicación a los indios o la entrada de misioneros en la India. Pero en 1813 la Compañía debía renovar su licencia con el Gobierno y los evangélicos no dejaron pasar la oportunidad de presionar para acabar con el veto a las misiones en la India. Los hombres de Clapham –William Wilberforce o Zachary Macaulay- fueron apoyados incluso por el ex-director de la Compañía de las Indias Orientales, Charles Grant, recientemente reconvertido que con su obra Observations on the State of Society among the Asiatic Subjects of Great Britain se convirtió en el análogo de Newton –el ex-esclavista- en lo referente a la evangelización de la India. La campaña comenzó en la New London Tavern cuando los miembros del Comité de la Sociedad Protestante se congregaron e hicieron un llamamiento por la <<rápida y universal difusión>> del cristianismo en todo Oriente. Es más, los evangelistas reunieron casi medio millón de firmas para acabar con la exclusión de los misioneros en la India y enviaron al Parlamento 837 peticiones para el mismo fin. Finalmente la presión extraparlamentaria provocaría a pesar de los intereses creados que en 1813 el Parlamento desarrollase una nueva ley para las Indias Orientales donde se abrieran las puertas a los misioneros y se nombrara un Obispo para la India. Los misioneros británicos comenzaron la conversión de los indios intentando, a la par, anglicanizar toda la cultura india. En esta línea todo comenzó a cambiar gracias a liberales victorianos como John Stuart Mill que sostenían que las colonias británicas disfrutarían de los beneficios de la cultura excepcional de su Metrópoli y que también transformaría su economía. Así el deseo evangélico de la conversión de los indios al cristianismo* y el deseo liberal de convertir a la India al capitalismo, terminaron siendo dos corrientes que se fusionaron en el desarrollo del Imperio británico.

Por otro lado, el pilar fundamental del dominio británico fue el Ejército indio, que rara vez fue derrotado en combate, formado por los cipayos –lo más bajo de la sociedad- que terminaron sublevándose por la falta de promoción interna y como forma de negarse a la cristianización de la India. La revuelta se propagó rápidamente por Delhi, Allahabad, Cawnpore y Benarés pero la mayoría de las tropas que acabaron con la rebelión fueron soldados indios mientras que la violencia indiscriminada de los sublevados llevó a los misioneros a lanzar sermones que prácticamente llamaban a la <<guerra santa>> como el que realizó el predicador baptista Charles Spurgeon en el palacio de cristal ante veinticinco mil feligreses: “La religión de los hindúes no es más que un amasijo de la mugre más rancia que la imaginación haya podido concebir. Los dioses que adoran no se merecen el menor ápice de respeto. Su adoración procura todo lo que es malo y la moralidad debe destruirla. La espada debe ser sacada de su vaina para cercenar a miles a esos súbditos”3 . Estas palabras fueron tomadas al pie de la letra cuando las secciones del Ejército indio formada por los gurkas y los sijs en Peshawar y Delhi. Los evangélicos comenzaron, tras la victoria del Ejército indio, a incrementar el nivel de modernización de la India. En esta línea el propio Livingstone también sostenía que la rebelión había ocurrido por la falta de trabajo misionero: “Considero que cometemos un grave error cuando comerciamos con la India, al avergonzarnos de nuestro cristianismo […] Aquellos dos pioneros de la civilización, el cristianismo y el comercio, deberían siempre ser inseparables; y los ingleses deben sentirse advertidos por los frutos que da el descuido de ese principio como lo muestra la cuestión india 4”.  Pero el 1 de noviembre de 1858 la Reina Victoria dictó una proclama por la cual la India, en lo sucesivo, sería gobernada respetando la tradición indígena. Es decir, la seguridad política se antepuso a los proyectos evangélicos. Hacia 1880 los funcionarios británicos volvieron a ver a los misioneros como seres absurdos e incluso subversivos tal y como lo hicieron en la década de 1820. En este sentido, Livingstone estaba dispuesto a demostrar en África que la combinación de religión y comercio, desde el inicio, evitarían los problemas desarrollados en la India. Este llamamiento fue acogido con júbilo por las muchas personas que se unieron a la nueva Misión Universitaria a África Central y, que junto a sus mujeres e hijos, terminaron muriendo en aquellas inhóspitas tierras. Además, Livingstone no olvidó que el Gobierno de su Majestad le enviaba como Cónsul, y con una subvención de cincuenta mil libras, para demostrar la navegabilidad del río Zambeze; pero también, en secreto, para que el geólogo que llevó consigo estudiase los recursos naturales del país y el botánico que también llevaba buscase las gomas, fibras o sustancias medicinales que pudiesen ser aptas para el comercio. Recordemos que religión y comercio debían ir de la mano para evitar en África lo ocurrido en la India. Así buscó Livingstone el primer asentamiento en África Central; pero la poca profundidad del río Zambeze acabó con todas esas ilusiones. Eso sí, tras el 5 de junio de 1873 el Sultán de Zanzíbar abolió el tráfico de esclavos, en un Tratado con Gran Bretaña, y la Misión Universitaria para África Central compró el antiguo mercado de esclavos para convertirlo en una Catedral en monumento al fallecido Livingstone. Además, hoy por hoy, África es un continente más cristiano que la propia Europa; aunque bien es cierto que la quinina –contra la malaria- fue una ayuda fundamental. Pero, desgraciadamente, la nueva generación que sustituyó a Livingstone no tardó en recuperar la trata de esclavos que tan famosa, tristemente, se hizo en el Congo belga. Por tanto, el comercio, la civilización y el cristianismo terminaron imponiéndose en África por la conquista.

Los británicos utilizaron la India para controlar todo un hemisferio, desde Hong Kong hasta Malta, gracias a la gigantesca maquinaria funcionarial, novecientos funcionarios y setenta mil soldados, que gobernaban a más de doscientos cincuenta millones de indios. Este gran logro también se fundamentó en los avances tecnológicos que iban desarrollando los ingenieros británicos –entonces la vanguardia de la Revolución Industrial- que utilizó la potencia del vapor y la fuerza del hierro para controlar el orden y la economía mundial. La Royal Navy reinaba en los mares. Nacía la Diplomacia de las torpederas; es decir, si Gran Bretaña deseaba que China abriese sus puertos tan sólo tenía que mandar algunos barcos de guerra para que comprendieran sus deseos. Otro gran avance fue el telégrafo que supuso que la Reina Victoria pudiese leer en cuestión de horas un mensaje que le enviasen desde la India. Curiosamente el Almirantazgo lo trató de ignorar; pero tuvo un papel destacadísimo en la supresión de la rebelión de los cipayos. Pero su gran evolución se daría cuando se inició la instalación de cables submarinos duraderos en el canal durante 1851 y el primer cable transatlántico quince años después; empezaba una nueva época. En 1880 ya había 156.108,8 kilómetros de cable en los océanos del mundo, que conectaban Gran Bretaña con Canadá, África, Australia y la India. “Según Charles Bright, uno de los apóstoles de la nueva tecnología, el telégrafo era <<el sistema nervioso eléctrico del mundo>>”5 . El vapor y el cable redujeron e hicieron más fácil el control del mundo. Acto seguido vino el ferrocarril cuya red se desarrollaría en Gran Bretaña desde 1826 sin prácticamente apoyo estatal; a todo el Imperio pronto se siguió el ejemplo acompañando a las empresas privadas con generosos subsidios del Gobierno. La primera línea en la India fue la de Bombay a Thane inaugurada en 1853; en menos de cincuenta años construyeron más de 38.000 kilómetros de vías férreas. La vida en la India, cambió radicalmente gracias a que la tarifa de tercera clase era asequible a millones de indios. La revolución victoriana en las comunicaciones globales supuso <<la aniquilación de la distancia>>.

Aunque la Compañía de las Indias Orientales entendió la importancia de una buena cartografía en la década de 1770 no fue hasta 1800 que la Great Trigronometrical Survey comenzó a trabajar día y noche en crear el primer Atlas de la India. En 1818 la dirección la había tomado George Everest. Pero ese conocimiento geográfico teniendo en cuenta la cercanía del otro gran Imperio mundial, el ruso, hizo que aquellos topógrafos de la frontera fueran espías de aquella guerra fría que permitió al Raj extender sus dominios más allá del océano Índico. En 1866, por otra parte, el Emperador Teodoro II de Abisinia arrestó a todos los europeos que pudo, por considerar que los británicos no le habían mostrado suficiente respeto. El Imperio británico mandó, gracias a la red global de telégrafos y los motores a vapor, lo que podríamos denominar una <<fuerza de acción rápida>> desde la India británica, donde radicaba toda la fuerza ofensiva del Imperio. Así, el Teniente General sir Robert Napier atravesó los seiscientos cuarenta kilómetros de territorio montañoso que había desde la costa del mar Rojo, donde estaban detenidos los europeos, con trece mil soldados británicos e indios, veinte seis mil auxiliares de campo, trece mil mulas y ponis, un número similar de ovejas, siete mil camellos, mil burros y cuarenta y cuatro elefantes. Semejante hazaña logística pone de manifiesto el poder y la tenacidad del Imperio británico, pues la larga marcha duró tres meses. Además del poder militar, los británicos eran capaces de aprender de sus errores y tras la rebelión de los cipayos comenzaron una transformación en el modo de gobernar la India. La Compañía de las Indias Orientales fue cerrada y la Reina concedió un Virrey que ostentaría el Gobierno de sus súbditos indios bajo la premisa de no darse ninguna intromisión más en su cultura religiosa y bajo el principio de la igualdad. Todo este poder económico y militar era soportado por el Servicio Civil Indio que desde 1853 –dejando el patronazgo aristocrático- fue compuesto por los hijos  dotados de los profesionales de provincias que no dudaban en sacrificarse por un prestigioso puesto en ultramar. A este servicio se le uniría el servicio civil no pactado, formado por indios para la administración diaria de los barrios, auxiliando al sector público de la India. De esos trece mil funcionarios auxiliares surgiría la élite india probritánica. Por ello en 1817 los bengalíes más prósperos fundaron un Hindu College en Calcuta para obtener una educación occidental. Fue la primera de una larga lista; tanto como la nueva senda por la que los evangelizadores aprovecharon para volver a llevar su misión a la India. En esta línea debemos destacar que en 1838 los estudiantes indios podían estudiar en instituciones de educación superior y en unos doscientos mil institutos secundarios en toda la India. De aquí surgió Satyendernath Tagore que fue el primer indio que aprobó el examen para el Servicio Civil Indio, en 1863, -tras la orden de la Reina Victoria de no hacer distinciones raciales- que permitió a Gran Bretaña dominar con tanta facilidad todo el subcontinente con tan pocos efectivos –sólo un 0.05 % de la población era blanca-.

Pero en la parroquia jamaicana de Hanover apareció un pasquín clavado sobre el portón en 1865 –la esclavitud ya había sido abolida- donde se denunciaba su situación social. La desesperación y el renacimiento religioso que se produjo en la isla durante la década de 1860 provocaron una revuelta racial que aplacarían violentamente los soldados –mayoritariamente negros- del Primer Regimiento de las Indias Occidentales, con el apoyo de los cimarrones.6 Tales conductas fueron denunciadas por la Sociedad Antiesclavista Británica y Extranjera que estaban apoyadas por grandes intelectuales victorianos como John Stuart Mill y Charles Darwin. Eso sí, no podemos olvidar que el Gobernador destituido por su dureza fue apoyado por Thomas Carlyle, Charles Dickens, el poeta Lord Alfred Tennyson y John Ruskin. Después del episodio, Londres comenzó a dirigir directamente Jamaica a través de un consejo legislativo dirigido por un Gobernador. Se dio por cerrada la Asamblea de terratenientes. En Londres ya estaban en auge las ideas liberales sobre la preferencia del Imperio de la ley, sin distinciones de piel; aunque en las colonias eso fue harina de otro costal. Eran las posiciones para un nuevo conflicto. En la década de 1860 el racismo se estaba convirtiendo en un problema porque muchos empresarios británicos en la India comenzaron a sentirse amenazados por el desarrollo de la élite india educada. Comenzó un periodo de apartheid no oficial que segregó los barrios blancos de los nativos; justo en el momento que los liberales más progresistas de Londres comenzaron a pensar en la participación de los anglo-indios en el Gobierno, en un futuro lejano. Comenzaba una lucha moral donde “la lucha entre la sed de dominio, la soberbia racional [y] la avaricia mercantil […] por una parte, y por la otra, el verdadero amor propio, la humanidad, la justicia con los subordinados, la simpatía… continúa con la lucha entre el ángel y el diablo […] por el alma del hombre”7 ; como afirmó Sir Thomas Farrer. La <<revuelta blanca>> era el miedo de noventa mil blancos que gobernaban a trescientos cincuenta millones de personas de color; pues veían la igualad ante la ley como la senda a su perdición. De esta forma el velo político que corría sobre las delicadas relaciones entre razas se rasgó y tan sólo dos años más tarde tuvo lugar la primera reunión del Congreso Nacional Indio. La incomprensión fue creciendo hasta que los nacionalistas indios organizaron su primer boicot a la <<autosuficiencia económica india>>, que fue apoyado por el escritor Rabindrahath Tagore. A ello siguieron las huelgas y las manifestaciones; y el 30 de abril de 1908 el primer atentado terrorista, que provocó la muerte de dos mujeres británicas, de la Anushilan Samiti dirigida por un abogado del Tribunal Supremo de Calcuta, Pramathanath Mitra P. Mitra. La redada policial arrestó a veintiséis jóvenes miembros de la élite brahamán de Bengala con todo un equipo para fabricar explosivos. Y la misma élite angloindia que había soportado a la India en provecho de Gran Bretaña fue, tras la miopía y el egoísmo de los colonos, quien enarboló el nacionalismo indio. De esta forma la India comenzó a hacer buena la inscripción de los muros de la secretaría de Nueva Delhi –la joya arquitectónica de Gran Bretaña en la India- donde se puede leer: <<La libertad no desciende hacia el pueblo. Un pueblo debe elevarse hacia la libertad. Es una bendición que debe merecerse antes de que pueda ser disfrutada>>.

Cierto es que los británicos sólo drenaban poco más del 1 por ciento del producto interior neto indio entre 1868 y 1930; y además hacia la década de 1880 los británicos llevaban invertidos doscientos setenta millones de libras esterlinas en infraestructuras, industria e irrigación en la India, poco menos que una quinta parte de todo lo que invirtió en sus colonias de ultramar. En 1914 la cifra alcanzó cuatrocientos millones con nuevos proyectos de irrigación en la India. Crearon la industria del carbón que en 1914 ya producía unas dieciséis millones de toneladas al año y mejoraron notablemente la sanidad, con las campañas de vacunación, la quinina contra la malaria y el suministro urbano de agua que solía causar incluso cólera. También es cierto que el indio medio no se había enriquecido especialmente durante la colonización británica, que el libre comercio impuesto expuso a los fabricantes indios a la feroz competencia europea y que hubo más de 1,6 millones de indios trabajando en las colonias británicas del Caribe, el Pacífico, el Índico y África entre 1820 y 1920. Y  por todo ello, no es difícil comprender que la mayoría de los indios no veía muy claro el asunto de la independencia pues el dominio británico sí había reducido las desigualdades en la India. El nacionalismo indio, por ello, se nutría de la élite privilegiada de la época de Macaulay y la posterior clase de auxiliares de la administración civil que terminaron soliviantándose cuando fueron apartados a favor de los maharajas por el proyecto orientalista de los torys. En esta fase final del mandato británico en la India el Imperio iba camino de volver a sus raíces previctorianas: buscar nuevos mercados, crear nuevas colonias y si era necesario librar nuevas guerras. En este punto Cecil Rhodes, esbozando el concepto original de las becas Rhodes a Lord Rothschild, en 1888 afirmó aquello de “<<Tomad la constitución de los jesuitas si es posible obtenerla e insertad imperio inglés donde dice religión católica romana>>”8 . En este contexto, a mediados del siglo XIX, África era la única página en blanco que queda en el atlas imperial del mundo. Pero en 1914 todo el continente estaba bajo dominio europeo salvo Abisinia y Liberia –prácticamente colonia estadounidense-. Gran Bretaña obtuvo aproximadamente un tercio de África gracias a la combinación de poder financiero y potencia de fuego.

El Imperio británico de finales del periodo victoriano quedó perfectamente reflejado en el hijo de un clérigo de Bishop´s Stortford que había emigrado a Sudáfrica con diecisiete años. En poco tiempo el joven Cecil Rhodes comenzó a hacer fortuna con las vastas minas de diamantes gracias al apoyo que desde la City de Londres –que concentrada el mayor capital financiero del mundo- le daba la banca Rothschild. Con este apoyo pronto el centenar de pequeñas empresas de explotación se concentraron en tres grandes compañías, en sólo cuatro años, que sólo uno después se fusionaran en la compañía De Beers. Dirigida por Cecil Rhodes y con Nathaniel Rothschild como principal accionista. La unión de Rhodes con los Rothschild siguió avanzando con la Compañía de Bechuanalandia en Matabele, o con la British South África Company en 1889. Pero al poder financiero, la British South Africa no tardó en unirle el poder de la ametralladora Maxim9 de 0.45 pulgadas, que disparaba quinientos tiros por minuto. La primera vez que se utilizó esta arma fue en la batalla del río Shangani en 1893 precisamente para defender a la British South Africa Company del Ejército de Matabele que la atacó para acabar con la concesión. Fueron segados por las Maxims. Murieron unos mil quinientos guerreros matabeles por cuatro británicos. Acabada de nacer Rhodesia. La relación de los Rothschild con Rhodes era tal que Cecil le confió la ejecución de su testamento a Lord Rothschild. En dicho testamento Rhodes especificó que su patrimonio debía utilizarse para financiar un proyecto imperial similar al de la orden jesuita. De ahí nacerían las becas Rhodes para crear <<una sociedad de elegidos para el bien del Imperio>>. Era el comienzo del mayor de sus sueños: <<El gran ferrocarril imperial que debía ir de El Cabo a El Cairo>>. Lo más curioso del imperialismo británico era que Rhodes entablaba batallas particulares –diseñadas en clubes privados como el Kimberley Club- que agrandaba el Imperio sin coste alguno para el contribuyente británico; ya que los mercenarios eran pagados por la British South Africa y la De Beers. Gran Bretaña avanzaba a través de la empresa comercial sin esperar la sanción del Parlamento como dijo George Goldie, dueño de la National African Company para el aceite de palma, en 1892. Este sistema también lo seguía la Imperial British East Africa Company de Frederick Lugard en Buganda –África Oriental-. Es decir, las nuevas <<Compañías de las Indias Orientales>> trabajaban bajo el principio de lo que si <<era bueno para su compañía era bueno para el Imperio>>. Eso sí, esta vez los políticos les dejaron inicialmente actuar como lo había hecho la Compañía de las Indias Orientales pero redujeron su tiempo de dominio individual. Así, África pronto tendría unos gobernantes títeres bajo una mínima presencia británica al estilo de los Estados principescos de la India. Pero todo eso sólo era la mitad de la historia en el Continente africano porque mientras Rhodes avanzaba desde El Cabo hacia el norte, Goldie iba al este desde Níger y los políticos británicos lo hacían hacia el sur; el norte de África era colonizado por Francia. El colonialismo francés en África comenzó con el fallido intento de Napoleón de obtener la supremacía en Egipto en 1798; pero en 1830 tomarían Argelia y comenzaron a apoyar a Mehmet Alí que pretendía liberar a Egipto de la autoridad del Sultán otomano. Es más fue un francés, Ferdinand Lesseps, quien concibió y construyó el Canal de Suez.

Llegados a este punto, debemos recordar que el reparto de África fue un ejemplo claro del sistema internacional que se consensuó entre las cincos grandes potencias –Gran Bretaña, Austria, Rusia, Francia y Prusia- para mantener el equilibrio de poder en Europa. Así en 1829 y 1830 se acordó un pacto sobre el futuro de Bélgica y Grecia; entre 1854 y 1856 se llegó a un consenso mínimo sobre el futuro de las posesiones otomanas en Europa tras la Guerra de Crimea, y en 1878 durante el Congreso de Berlín se realizaron los complejos tratados sobre el futuro de los Balcanes donde en una cláusula secundaria se le ofreció Túnez a Francia. A ello se le sumaría que en 1874 era clara y notoria la ruina de los Gobiernos de Egipto y Turquía. En este contexto Disraeli actuó unilateralmente para explotar la situación a favor de Gran Bretaña, gracias a los Rothschild, para comprar las acciones de la Compañía del Canal de Suez que el jedive de Egipto ofrecía por cuatro millones de libras esterlinas. Gran Bretaña tuvo así el 44 por ciento de las acciones originales de la Compañía del Canal y con ello una <<palanca adicional>>, como dijo Disraeli, sobre el Gobierno egipcio. Finalmente franceses, italianos y británicos formaron una comisión multinacional por sugerencia de Francia, en 1876 se establecería un banco internacional para la deuda egipcia y los Rothschild de Francia y Gran Bretaña10 acordaron un préstamo de 8´5 millones de libras simultáneamente a la instauración de un Gobierno anglo-francés en Egipto. Pero en 1879 el Gobierno internacional fue depuesto por el jedive; las potencias occidentales lo depusieron por su hijo Tewfiq; a su vez el hijo fue depuesto por los militares al mando de Arabí Pacha que era contrario a la dominación económica extranjera. Y ante esta situación política, con treinta y siete mil europeos residiendo en Egipto, y con la garantía de los Rothschild de que Francia no se opondría al Gabinete, Gladstone ordenó derrocar al Pachá el 31 de julio de 1882. Tras la victoria del General sir Garnet Wolseley, Egipto, formalmente, se convirtió en un  protectorado encubierto dirigido por el jedive con la dirección británica. Comenzaba el reparto de África. Como afirma el profesor Niall Ferguson “estaba a punto de comenzar la mayor partida de <<monopoly>> de la historia, y África era el tablero”11 . A los portugueses que fueron los primeros se le sumaron británicos, franceses, belgas, italianos y alemanes. En esta partida el Canciller Otto von Bismarck, con su genio político, observaba el mapa de Europa. Es decir, veía la oportunidad de enfrentar a franceses y británicos mientras atraía a los votantes liberales y socialistas en Alemania. Aunque no se olvidó de su parte del león: Namibia, Camerún, Togo y Tanganica. Llegados a este punto Bismarck convocó la Conferencia de Berlín en 1884 para asegurar el comercio libre en África, la libre navegación en los ríos de Congo y Níger y sobre todo definir las condiciones para reconocer internacionalmente las futuras anexiones. Bismarck demostró una capacidad política de primer nivel creando la licencia necesaria para la partición efectiva de África, el reconocimiento de Camerún para Alemania y del Congo para Leopoldo II y sobre todo su gran deseo de enfrentar a Francia y Gran Bretaña como ocurriría en Egipto, Sudán, Nigeria y Uganda. Por si fuera poco, los británicos creyéndose favorecidos en la Conferencia de Berlín permitieron a Bismarck anexionarse el territorio delimitado por los lagos Tanganica, Nyasa y Victoria que había sido reclamado por el explorador alemán Carl Peters de la Sociedad Alemana para la Colonización el año anterior. “En  toda África se repitió la misma historia: jefes engañados, tribus despojadas, legados suscritos con una huella dactilar o una cruz temblorosa, y la liquidación de cualquier resistencia con la ametralladora Maxim. Una por una fueron subyugadas las naciones de África: los zulúes, los matabele, los masonas, los reinos de Níger, el principado islámico de Kano, los dinkas y los masais, los musulmanes sudaneses, Benín y Bechuana… Los británicos habían hecho realidad todo excepto la visión de Rhodes de una posesión ininterrumpida desde El Cabo hasta El Cairo… África Oriental alemana era el único eslabón que faltaba a la cadena”12 . Mientras que África occidental era prácticamente territorio francés con pequeños retazos portugueses, italianos, belgas y españoles.

En 1897 la Reina Victoria poseía el Imperio más vasto de la historia pues abarcó casi una cuarta parte del mundo, tenía unos cuatrocientos cuarenta y cuatro millones de personas –aproximadamente un cuarto de la población mundial- y se convirtió en el banquero del mundo. Las inmensas sumas que invirtieron en Estados Unidos (45%), Asia (16%), África (13%), y las inmensas sumas de capital que invirtieron en Brasil y Argentina, fueron y son, la mayor proporción de activos en ultramar por una economía. Entre 1870 y 1913 había más capital británico bursátil invertido en América, que en la propia Gran Bretaña. Era el modelo británico de Imperio informal. Este sistema informal se profundizó gracias a las  negociaciones que llevaron a grandes sectores de la economía mundial a entrar en el libre comercio: Hispanoamérica, Marruecos, Turquía, Sian, Japón o las islas de los mares del sur. Así a finales del siglo XIX el 60 por ciento del comercio británico era con países no europeos. Gran Bretaña también fijó el patrón oro, como parte del sistema internacional, para fijar el valor del papel moneda del país mediante la conversión de los billetes en oro a la vista. Este sistema se impuso al patrón bimetálico de oro y plata que intentó desarrollar Francia, Rusia, Persia…

Quizás lo más sobresaliente del Imperio británico era lo barato que resultaba defenderlo. En 1898 tenían noventa y nueve mil soldados en Gran Bretaña, setenta y cinco mil en la India y cuarenta y un mil en el resto del Imperio; la Armada tenía otros cien mil hombres y había más de 35 estaciones navales de carbón repartidas por el mundo; el Ejército indio tenía unos 148.000 nativos. Es decir, el gasto militar del Imperio más vasto de la historia no llegaba ni al 2´5 por ciento del producto interior bruto británico. Además modernizó toda su flota con los primeros acorazados con cañones de doce pulgadas y novedosas turbinas sin aumentar mucho los costes. Es más, en 1883 John Robert Seeley, hijo de un editor evangélico y Catedrático de Cambridge, vaticinó en su obra The expasion of England  la decadencia de Gran Bretaña si mantenía su actitud despreocupada hacia el Imperio: “Si Estados Unidos y Rusia se mantienen unidos por otros cincuenta años, al cabo de ese tiempo empequeñecerán totalmente a viejos estados europeos como Francia y Alemania, y quedarán relegados a países de segunda categoría. Harán lo mismo con Gran Bretaña, si a finales de ese tiempo Gran Bretaña todavía sigue concibiéndose como un simple estado europeo”13 . Seeley pedía que los británicos fuesen coherentes con los hechos: pronto habría más súbditos británicos en las colonias que en las islas británicas; la tecnología del telégrafo y de la navegación a vapor posibilitaban la verdadera unificación del Imperio; y sólo con esa unificación tendrían una posibilidad para competir con las superpotencias del futuro. Tales manifestaciones fueron apoyadas por Joseph Chamberlain en el Partido Liberal que también soñaba con la federación imperial de las distintas ramas de la raza anglosajona. Aún cuando en 1867 se produjo el fallido levantamiento de La Hermandad de los Fenecianos –irlandeses- y la posterior campaña terrorista en la que derivó. Para Chamberlain el Imperio significaba la apertura de los mercados y puestos de trabajo. De ahí que entre 1900 y 1914 emigraron unos dos millones y medio de ciudadanos británicos al resto del Imperio, tres cuartas partes de ellos lo hicieron a Australia, Canadá y Nueva Zelanda. El Imperio trascendió la política de partidos. Un punto importante para el Imperio fueron los juegos en equipo como el fútbol, el rugby y el críquet que superó las divisiones raciales y se convirtió en el juego imperial por antonomasia14. Finalmente, la fundación de los Boy Scouts para hacer el espíritu de equipo en el campo deportivo terminó dibujando todo un estilo de vida: “Todos somos británicos, y nuestro deber es que cada uno juegue en su puesto y ayude a su prójimo… <<El país primero, yo después>>”15 .

El 2 de septiembre de 1889 se produjo la batalla de Omdurman donde el Ejército británico aniquiló a diez mil soldados sudaneses del Ejército del mahdi -el caudillo esperado, el último de  los doce imanes- que luchaban bajo el credo wahabista del Islam que en 1883 habían aniquilado a más de diez mil hombres del Ejército egipcio –con mandos británicos-. En aquella batalla entre veinte mil soldados británicos formados en cuadros contra cincuenta y dos mil fundamentalistas islámicos formados en una línea de ocho kilómetros fue observada por un oficial del Old Harrovian llamado Winston Churchill. En la batalla de Omdurman también estaba el Mayor von Tiedemann –agregado militar alemán- que informó al Káiser Guillermo II del potencial bélico de la Maxim. En 1892, y gracias a las gestiones de Lord Rothschild, se concedía la licencia al fabricante berlinés Ludwig Loewe para desarrollar la ametralladora Maxim para el mercado alemán.

En 1898 ya sólo había una tribu en Sudáfrica que seguía desafiando el poder británico: los bóers. Los agricultores holandeses que descendían de la primera colonia de El Cabo. Además de su espíritu independiente los bóers poseían uno de los mayores yacimientos auríferos del mundo en el Transvaal y de ahí comenzó una guerra que estuvo a punto de convertirse en el Vietnam del Imperio británico. Es más cuando los británicos se sobrepusieron a las duras derrotas iniciales los bóers desarrollaron una guerra de guerrillas que sólo pudo ser contrarrestada por los británicos cuando atacaron el punto más débil: se arrasaron treinta mil casas y encerraron a la población civil en campos de concentración. En total, 27.927 bóers -niños en su mayoría- murieron en campos de concentración británicos; representaban el 14´5 por ciento de toda su población, y murieron principalmente a consecuencia de la desnutrición y la falta de higiene. Además los británicos terminaron con la voluntad de lucha de los bóers aplicando en la contienda la táctica tierra quemada. Finalmente las dos repúblicas independientes pasaron a formar parte del Imperio. Pero el Tratado de Paz no evitó que la población bóers aprovechara el sufragio universal limitado para crear la Unión Sudafricana bajo su propio Gobierno y desarrollar el apartheid en sus dos antiguas repúblicas tanto como en los territorios británicos de Natal y El Cabo que conformaban Sudáfrica. Por ello, las verdaderas consecuencias de la Guerra de los bóers se vivieron en Gran Bretaña cuando la política giró hacia la izquierda en la década de 1900. En 1900 el clérigo Hobhouse fue a Sudáfrica para ayudar a la mujeres y niños bóers afrentados por la guerra y creando un fondo de ayuda para mujeres y niños sudafricanos. Hobhouse tras visitar los campos de concentración volvió a Gran Bretaña para denunciarlos públicamente y consternar al propio Chamberlain tanto como a la opinión pública. Las condiciones de vida en los campos fueron mejoradas de forma rapidísima y efectiva; pero el ala radical de los liberales en el Parlamento británico encabezada por David Lloyd George aprovecharon para bautizar al imperialismo como una inmoralidad que sólo beneficia a una minúscula élite de millonarios como Rhodes y Rothschild. En esta línea J. A. Hobson publicó en 1902 Imperialism: A Study donde afirmó que “ todo gran acto público debe recibir la sanción y la ayuda práctica de este pequeño grupo de soberanos financieros […] Como especuladores o agentes financieros constituyen […] el único factor esencial en la economía del imperialismo […] Cada condición […] de su rentable negocio […] los coloca del lado del imperialismo […] No hay guerra […] ni cualquier otra agitación pública, que no sea provechosa para estos hombres; son las arpías que chupan sus ganancias en cada perturbación súbita del crédito público […] La riqueza de estas casas, el nivel de sus operaciones, y su organización cosmopolita los convierte en las principales determinantes de la política económica. Tiene el interés más grande en la cuestión del imperialismo, y los medios más vastos para imponer su voluntad a la política de las naciones […] La finaza es […] el regulador del motor imperial, dirigiendo su energía y determinando su funcionamiento 16. Esta tesis fue continuada por Henry Noel Brailsford en su obra The War of Steel and Gold: A Study of the Armed Peace –publicado en 1914- donde afirmó que “<<En la edad heróica, Helena  era el rostro que movía cientos de naves. En nuestra edad de oro, cada vez más ese rostro tiene los astutos rasgos de un financiero hebreo”17 . Brailsford no dudó en señalar a los judíos de ser el mascaron de proa del imperialismo explotador. Comenzaba así el radicalismo político moderno que se derivaría por la senda del pacifismo, el antiimperialismo y el antisemitismo.

Cierto es, que la mayoría de los grandes flujos de dinero británico colocados en inversiones extranjeras, eran de una reducida élite18 de unas cien personas que estaban coronadas por la Banca Rothschild –la institución financiera más poderosa del mundo sumando su capital en Londres, París y Viena-. También lo es, la relación de los Rothschild con políticos de la talla de Disraelí, Randolph Churchill o el Conde de Rosebery como vínculo visible del espíritu del periodo final del Imperio victoriano. No obstante los liberales británicos alentaron toda una campaña política –contra la federación imperial- que designó al imperialismo como un vocablo insultante y que en enero de 1906 produjo uno de los mayores virajes políticos de la historia británica al concederles una mayoría de 243 escaños. Del sueño imperial los liberales llevaron al pueblo británico al viejo principio insular de <<pan barato más indignación nacional>>; justo en el momento que sus sueños de antiimperialismo y paz perpetua iban a enfrentarse al renacer alemán cuya economía ya había superado a la británica. También la superaba en población, en producción manufacturera y sobre todo en el tamaño del Ejército de tierra. Ante la nueva amenaza, los liberales sólo admitieron llevar un nivel de construcción naval similar al alemán, así como acercarse a Francia. Afortunadamente para el Imperio en 1911 Churchill llegó al Almirantazgo y no tardó en llevar a la Royal Navy hasta el 60 por ciento del nivel mundial. Eso sí, la tecnología germana hizo que sus buques fueran superiores. Pero los liberales no accedieron al reclutamiento que pedían los conservadores pues estos si eran conscientes de que los 4,5 millones de soldados de infantería alemanes frente a los 733.500 de los británicos serían el gran problema si finalmente estallaba la guerra. Como así ocurrió poco después. Poco antes Baden-Powell fundó los Boys Scouts para movilizar a la juventud a favor del Imperio como quedó patente en su obra Scouting for boys de 1908: “Siempre hay miembros del Parlamento que tratan de reducir el ejército y la marina con el fin de ahorrar dinero. Solo quieren ser populares entre los votantes de Gran Bretaña, de modo que ellos y el partido al que pertenecen puedan obtener el poder. A estos hombres se les llama <<políticos>>. No consideran el bien del país. La mayoría conocen poco las colonias y les importan muy poco si hubieran conseguido antes lo que querían, ahora hablaríamos francés, y si se les permitiera conseguir lo que quieren en el futuro, ya podemos aprender alemán o japonés, porque seremos conquistados por estos pueblos”19 . Eso sí, la caída del Imperio británico no vino de los movimientos de liberación nacional sino del esfuerzo por luchar contra la Gran Asia de Hiroito, la Nueva Roma de Mussolini y el Reich de los mil años de Hitler. Es decir, luchó por lo que se consideró su deber sin pensar en las consecuencias; y por ello el final del poder global británico no cayó en ninguno de esos contendientes sino en la antigua colonia británica con más éxito: Estados Unidos.

Aunque es verdad que todos los analistas militares británicos, antes de 1914, creían que el enemigo era Rusia y que el conflicto estallaría en Asia Central. Pero el asesinato del Archiduque Francisco José de Austria en Bosnia–hezegovina llevaron al Imperio británico y al alemán a una desastrosa colisión. En la Gran Guerra los alemanes intentaron globalizar el conflicto para distraer los recursos británicos hacia zonas exteriores de Europa. De ahí que buscasen propagar la Yihad islámica en Oriente Medio gracias a su alianza con Turquía. Pero los alemanes desestimaron el hecho de que Gran Bretaña dominaba una cuarta parte del planeta y por ello pudo movilizar sus fuerzas imperiales a una escala sin precedentes. Además hubo más de dos millones de africanos ayudando a sus colonias en los diversos frentes que extendieron, según sus pocos recursos, por toda África. En este contexto, la gran decepción de la Guerra sería ni más ni menos que la propia Royal Navy que no pudo destruir la flota alemana en la batalla de Jutlandia. Es cierto que Churchill llegó incluso a introducir el petróleo por el carbón antes de que comenzase la guerra, pero la negación al uso del instrumento de calibración para el tiro de Argo Clock y la superioridad de las comunicaciones “inalámbricas” de los germanos, redujeron su superioridad numérica. Además la guerra submarina desarrollada por los alemanes para cerrar las importaciones británicas de alimentos, como hicieron los barcos ingleses al barrer la marina mercante germana nada más empezar la guerra, llevó a Gran Bretaña a una situación muy tensa. De ella salieron cuando el Almirantazgo puso en marcha el sistema de convoyes de la época de Nelson. Un dato también muy importante fue que un tercio de las tropas británicas fueron de las colonias. Los australianos se destacaron por su ferocidad y junto a los neozelandeses supusieron casi tres cuartas partes de su fuerza total; más las tropas de Hong Kong, Singapur, Rhodesia… Tampoco debemos olvidar que cuando estalló la Gran Guerra el mismísimo Gandhi dijo a sus compatriotas: “<<Somos, sobre todo, ciudadanos británicos del gran imperio británico. Luchar como los británicos están haciendo ahora en una causa justa por el bien y la gloria de la civilización y la dignidad humana […] es nuestro deber: hacer lo que podamos para apoyar a los británicos, luchar con nuestras vida y nuestra propiedad>>” 20. Al final hubo más de un millón de indios combatiendo voluntariamente en la Gran Guerra. Por otro lado, los australianos y neozelandeses demostraron su inmenso valor en el desembarco fallido de Gallipoli donde las tropas turcas entrenadas por los alemanes evitaron la incursión; así como el Ejército indio con el que los británicos tomaron Basora y avanzaron Tigris arriba hacia Bagdad hasta que fueron rodeados y derrotados. Punto y seguido los británicos pusieron en juego su propia estrategia de Yihad incitando a las tribus árabes del desierto a que luchasen contra el dominio turco. De ahí nació la leyenda de un excéntrico historiador de Oxford que terminó convirtiéndose en agente de inteligencia: T. E. Lawrence. La estrategia guerrillera de Lawrence fue muy efectiva contra las comunicaciones turcas y tras tres años de lucha llegó a tomar incluso Jerusalén, lo que dejaba de manifiesto el fracaso de la guerra global con la que había soñado el Káiser. Alemania perdió por entrar en una guerra global sin ser una potencia global. Gran Bretaña obtuvo Irak, Transjordania, Palestina, Togolandia, Camerún, África Oriental, África del Sudoeste, Samoa Occidental, el norte de Nueva Guinea, el archipiélago de Bismarck y las Salomón norte. Es decir, que el Imperio obtuvo casi tres millones de kilómetros cuadrados y unos trece millones más de súbditos. Es comprensible que Arthur Balfour –Ministro de Asuntos Exteriores- dijera aquello de el mapa del mundo es <<todavía más rojo>>. Además  la influencia británica comenzó a llegar a la Monarquía de los Pahlavi en Persia con la Anglo-Persian Oil Company. Tras la guerra la Royal Navy obtuvo una primacía naval asombrosa al tener cuarenta y dos buques principales, cuando el resto del mundo tenía cuarenta y cuatro. Estados Unidos era la segunda flota mundial con dieciséis. El problema fue que por primera vez los costes del Imperio comenzaban a superar los benéficos.

2. Las consecuencias de la I Guerra Mundial.

Pero en este periodo, comenzó una etapa donde una generación se estaba distanciando silenciosamente del Imperio: Orwell, Leonard Wolf –marido de Virginia Wolf-, Francis Younghusband o Erskine Childers fueron ejemplos claros. Un caso paradigmático fue el de Harry St. John Bridger Philby –Miembro del Servicio Civil Indio, ex-alumno de Cambridge e hijo de un hacendado cafetero de Ceilán- que durante la Gran Guerra realizó hazañas en Oriente Próximo tan sólo superadas por Lawrence de Arabia. Pero tras la guerra, Philby no renunció a su apoyo incondicional a los derechos de la Casa Saud en Arabia, se convirtió al Islam en 1930 y terminó desertando tras cerrar la negociación del tratado entre los saudíes y la Standard Oil. Harry educaría a su hijo en un credo antiimperialista y ateo; así el joven Philby llegaría a ser conocido como el famoso espía soviético Kim Philby. Para el profesor Nial Ferguson “la perdida de la fe en el imperio iba de la mano de la pérdida de la fe en Dios” 21.  Eso sí, lo curioso fue que estas dudas sólo asaltaban a la élite imperial tradicional mientras que el pueblo lo veía aún más positivamente gracias al invento del cine que proyectaba películas como Revuelta en la India (1938) o Las cuatro plumas (1939) que es una sinfonía deliciosa del Imperio británico; además del aporte de Hollywood con Los lanceros de Bengala (1935), Clive of India (1935), The Sun never Sets o Stanley and Livingstone y Gunga Din (todas en 1939). Por tanto, podemos concluir que la pérdida de confianza en el Imperio provino del altísimo precio que Gran Bretaña tuvo que pagar por su victoria frente a Alemania. En 1939 John Maynard Keynes recordaba con nostalgia la Gran Bretaña anterior  a 1914: “A finales […] las clases media y alta […] la vida ofrecía, a un bajo coste y con menos dificultad, comodidades, servicios públicos, que superaban el nivel accesible a los monarcas más poderosos y más ricos de otras épocas. El habitante de Londres podía ordenar por teléfono, al tomar el té en la mañana en la cama, diversos productos de toda la tierra en la cantidad que considerase adecuada, y podía esperar razonablemente su pronta entrega a domicilio; podía al mismo tiempo y por el mismo medio arriesgar su riqueza en recursos naturales y nuevas empresas de cualquier parte del mundo, y competir, sin esfuerzo ni dificultad, sus futuros frutos y ventajas… 22”.

También es cierto, que ya antes de la guerra había comenzado la reducción de la libertad internacional de movimiento de mano de obra y llegados a la década de 1930 el flujo de emigrantes a Estados Unidos estaba casi cerrado; antes de la guerra se habían ido subiendo los aranceles para obtener más ingresos y en la década de 1920 y 1930 las barreras contra el libre comercio se inspiraron en la autarquía. Pero el cambio económico más profundo de todos se produjo  en el mercado internacional cuando se abandonó el patrón oro; aunque a primera vista se volvía a la normalidad en la década de 1920 al recobrar el patrón y suspenderse las restricciones sobre los movimientos de capital, pero la gran maquinaria ya no funcionaba sin traquetear. Un motivo fue la gran deuda que adquirieron los alemanes en concepto de reparaciones así como el complejo de deudas que los aliados contrajeron entre sí. Otra razón fue que los bancos centrales norteamericano y francés abandonaron las reglas del patrón oro. Pero, “el problema principal era que la política económica –antes basada en las nociones liberales clásicas de que los presupuestos debían ser equilibrados y los billetes convertibles en oro- estaba ahora sometida a las presiones de la política democrática”23. Es decir, los inversores no se fiaban de que los Gobiernos endeudados tuvieran la voluntad de recortar los gastos a la par que aumentaban los impuestos; como tampoco podían estar seguros de que si se producía una fuga de oro el Gobierno elevase los tipos de interés para mantener la convertibilidad. El sistema de la globalización parecía no funcionar tras una guerra que había llevado a Gran Bretaña a aumentar diez veces su deuda interna. De ahí que a mediados de la década de 1920 el Gobierno central consumía la mitad de todos sus gastos sólo en el pago del interés de esa deuda. “No obstante, la suposición de que el presupuesto debía ser equilibrado, e idealmente tener un excedente, significaba que las finanzas públicas quedaron dominadas por transferencias del ingreso de los contribuyentes a los tenedores de bonos” 24. En este contexto, la decisión británica de volver al patrón oro con el tipo de cambio de 1914 –entonces sobrevalorado- condujo a Gran Bretaña a más de diez años de políticas deflacionarias. El cuadro económico se completa cuando recordamos que el poder creciente de los sindicatos, durante y después de la guerra, intensificó el conflicto industrial- por ejemplo con la huelga general de 1926-. Y la subida de los salarios reales llevó a casi tres millones de personas en 1932 de vuelta a Gran Bretaña.    

La recuperación no vino por el uso del déficit en el presupuesto para estimular la economía deprimida como argumentó Keynes en 1936 con su Teoría general; sino por la redefinición de la economía cuando Gran Bretaña volvió al patrón oro –respetando el antiguo tipo de cambio- por miedo a que parte de sus dominios se pasasen al dólar si la libra se devaluaba. De esta forma, y cuando se comprobó que una libra devaluada era aceptada por las colonias sin problemas; esta se convirtió en el sistema mundial más grande con tipos de cambios fijos ligados al oro. A esto se le sumó que el pueblo británico rechazó por dos veces en las urnas las políticas de proteccionismo, un auténtico cambio radical en la política comercial. Por tanto, y como había supuesto Joseph Chamberlain la <<preferencia imperial>>, los aranceles preferenciales para los productos de las colonias instaurados en 1932, terminó estrechando los vínculos económicos del Imperio aún cuando el dominio político se atenuó con el Estatuto de Westmister de 1931. Bajo la presión de los votantes en la postguerra el Gobierno tuvo que construir las <<casas adecuadas para los héroes>>, los hospitales y los institutos que había prometido construir durante la guerra. Y por ello la defensa imperial fue simplemente olvidada. Así nacería la idea de <<posponer una guerra, no mirar hacia delante>> que dijo el Jefe de Estado Mayor, General sir Archibald Montgomery-Massingberd. La cruda realidad fue que la victoria en la Gran Guerra -con todo el potencial tecnológico nacido en el conflicto- sumió a Gran Bretaña en un estado de vulnerabilidad económica que tuvo que abandonarlo todo para reflotarse. A ello se le sumaron episodios tragicómicos como el ocurrido cuando el General sir R. G. Egerton no permitió que los vehículos blindados reemplazasen a los caballos como pedía Churchill. Fue la época donde los nacionalistas de Patrick Pearse y los socialistas de James Connollyse se sublevaron en Irlanda. Comenzaba un periodo de la historia del Imperio británico donde un estallido de disconformidad sería seguido por una repuesta militar desmesurada, un hundimiento de la seguridad, muestras de nerviosismos, cambios de opinión, concesiones descuidadas…, Irlanda fue el ensayo de lo que estaba por venir.

En este contexto, debemos recordar que la India había realizado una contribución en hombres y dinero superior incluso a los de Australia durante la guerra. Esta fidelidad provocó la promesa de <<la progresiva realización del gobierno responsable en la India>> que hizo Montagu en 1917; pero su gran lentitud en ponerse en marcha más el ejemplo irlandés, llevó a los más radicales del Congreso Nacional Indio así como a los grupos terroristas de Bengala a sacar una conclusión obvia: no debían esperar a que se les concediese el autogobierno. Los británicos a pesar de su larga experiencia para lidiar con las protestas violentas en la India se vieron ante un abogado educado en Inglaterra, además era un veterano condecorado en la guerra de los bóers, que llamó a los indios a utilizar la <<fuerza del alma>> o satyagraha para protestar contra la decisión británica de ampliar tres años más las restricciones de la época de entreguerras, antes de comenzar el proceso para entregarles las libertades políticas. El Teniente Gobernador de Punjab, sir Michael O´Dwyer se enfrentó a la idea de un hartal o día nacional de <<autopurificación>> con lo que denominó la <<fuerza del puño>> por observarlo como un simple eufemismo de huelga general. En esta línea, y pese a los llamamientos de Gandhi, terminó estallando la violencia en Delhi el 30 de marzo de 1919; provocando que las tropas británicas abatiesen a tres hombres. Comenzó una sucesión de manifestaciones pacíficas–tensas que al menor suceso estallaban en violencia hasta que el General de Brigada Rex Dyer fue llamado a tomar el control. Inmediatamente prohibió toda reunión o procesión y anunció que abrirían fuego contra ellos. Al día siguiente, el 13 de abril de 1919, llegó con cincuenta gurkas y baluhis así como con dos carros blindados a la concentración de Jallianwalla Bagh –donde había reunidas veinte mil personas- y abrió fuego sin previo aviso provocando 379 muertos y más de 1.5000 heridos. Pronto, todo el apoyo al General Dyer se vino abajo cuando dos abogados del Congreso Nacional Indio lo llevaron ante la comisión de investigación donde admitido sin tapujos que buscó <<crear terror en todo el Punjab>>. En ese momento su carrera había terminado. La India, a una escala mayor, estaba convirtiéndose en Irlanda gracias a que los indios habían estado aprendiendo de su experiencia. Por ejemplo, un joven llamado Nehru visitó Dublín y allí se congració con la política de arrancar favores, no rogarlos, del Sinn Fein. Pero la India también aparece en el Mein Kampf donde Hitler expresó su admiración por el imperialismo británico; es más quería de Rusia fuese la India alemana. En esta línea Hitler fue muy franco cuando admitió que si la India cayese en manos germanas: “Con toda la miseria en que viven hoy los habitantes de la India bajo el dominio británico no estarían mejor en verdad si los británicos se retiraran […] Si nos apoderamos de la India, los indios realmente no se sentirían entusiasmados y no tardarían, en lamentarse por los buenos días del antiguo dominio inglés”25 . Hitler admiraba de verdad la obra del Imperio británico, salvo su debilidad con las razas inferiores, como admitió públicamente en sus discursos donde llegó a pedirle a los británicos que le permitieran crear su propio Imperio en Europa Central y Oriental para una coexistencia entre los dos. Es más, algunos miembros del Gabinete estuvieron tentados de entregar el Continente al nacional-socialismo. Halifax mismo se había acercado incluso a los italianos para ofrecerles colonias como Malta o Gibraltar si se mantenían fuera de la guerra. El propio Chamberlain afirmó que no dudaría un momento en entregar Tanganica a los alemanes si con ello <<se podía comprar la paz>>. Sólo Churchill, para su eterno mérito, comprendió realmente el engaño de la coexistencia de Hitler. No tardarán en comprenderlo los demás cuando Hitler tomó Francia y se alió con la URSS. Gran Bretaña, en palabras de Churchill, se quedo sola, dispuesta a luchar sin pensar en la rendición y esperando que el poderío del Nuevo Mundo viniese para rescatar y liberar el antiguo. En este contexto, la ciudad China de Nankin cayó en poder del Ejército imperial japonés, en 1937, que tenía órdenes de <<matar a todos los cautivos>>: “Entre doscientos setenta mil y trescientos mil no combatientes fueron muertos, unas ochenta mil mujeres fueron violadas, y en dantescas escenas de tortura, los prisioneros fueron colgados de la lengua con garfios de carnicero y devorados por perros hambrientos… a unos se los mató a tiros, y a otros se les echó petróleo y murieron carbonizados… Las mujeres… se asignó una por cada quince o veinte soldados para que las violaran… siempre acabábamos acuchillándolas y matándolas, porque los cadáveres no hablan” 26. La violación de Nankín dejó bien claro cual era la principal alternativa al domino imperial británico. Un Imperio nipón sin ninguna noción de los derechos humanos. Entonces muchos de aquellos que habitualmente vilipendiaban el dominio británico comprendieron que había grados de imperialismo. Y al igual que había ocurrido en el Viejo Continente sólo cuando la amenaza nipona se hizo patente y conquistaron Singapur –la clave de la supervivencia de la Commonwealth- muchos recordaron las constantes quejas de los Jefes de Estado Mayor de los Ejércitos que fueron continuamente desoídos. Los ciento treinta mil soldados imperiales británicos australianos e indios que se rindieron terminaron como esclavos en la construcción de los cuatrocientos mil kilómetros cuadrados de ferrocarril en las montañas de la selva entre Birmania y Tailandia. Recuerde El puente sobre el río Kwai; pero mucho peor. Aunque a los chinos les tocó la práctica del <<sookching>> o purificación mediante la eliminación a sangre fría. El agotamiento, el hambre, la malaria, la disentería, las úlceras tropicales… provocaron la muerte de nueve mil británicos. Como afirma el profesor Niall Ferguson fue <<la Pasión del imperio>>. Pero la guerra demostró la debilidad de un Congreso Nacional Indio que se fracturó con la aparición de una facción interna -los que apoyaban a Bose como el nuevo Mussolini indio que deseaba ayudar a los japoneses-, que deseaba expulsar a los británicos y arrestar a Gandhi. Aunque, finalmente, el Ejército indio derrotó a los japoneses en Birmania en 1944. Llegados a este punto debemos recordar que en 1942 sir Stanford Chips afirmó que debían abandonar la India en un tono “marxista tan dogmático como solo lo puede ser un millonario, declaró: <<Vosotros solo tenéis que mirar las páginas de la historia imperial británica para agachar la cabeza de vergüenza por ser británicos>>”27 . Pero al señor Chips se le olvidó cómo se comportaban los japoneses en sus nuevos dominios para comprender que los indios veían sus palabras como afirmó el propio Gandhi cuando dijo que su oferta era como <<un cheque pospuesto de un banco en quiebra>>. De hecho los dominios británicos fueron impresionantemente leales a Gran Bretaña: pudieron ganar la batalla de Inglaterra y aguantar la batalla del Atlántico gracias a los pilotos y marineros canadienses, la mayoría de los soldados indios siguió fiel al Imperio e incluso la neutral Irlanda ofreció cuarenta y tres mil voluntarios. Así hasta un  total de cinco millones de soldados imperiales; casi tantos como los soldados del Reino Unido.

Además, en las dos Guerras Mundiales, el Imperio fue socorrido por la primera colonia que se había emancipado de su dominio. Los Estados Unidos aparecieron como la esperanza anhelada por Churchill; pero no olvidaron que ellos habían sido una colonia y eso les hacía ver como insoportable, establecer un domino formal sobre ningún pueblo. Es decir, creían que tarde o temprano todos los pueblos debían aprender a gobernarse y a ser democráticos, como habían hecho ellos, aunque fuera a punta de pistola. Como ejemplo paradigmático tenemos el disgusto de Woodrow Wilson cuando se le comunicó el Golpe de estado de México en 1913; debemos <<enseñar a las repúblicas sudamericanas a elegir hombres buenos>>. Por ello, Estados Unidos luchó por extender la libertad y no para mantener el dominio británico; aunque ello no le libró de confiar tan ingenuamente en Stalin como hizo Roosevelt –ante el impenitente imperialismo de Churchill- para llevar a cabo su plan de <<fideicomisos>> temporales para que las colonias caminasen hacia su independencia; sujetos así a la inspección de una autoridad internacional. En el artículo III de la Carta del Atlántico de 1941 se selló el fin de los Imperios. Ahora bien, el viejo Churchill era verdaderamente duro de roer y no dudó en decirle a la cara a Roosevelt –cuando le pidió que entregara Hong Kong a China y comenzó a mentar a la India- que debería enviarse un equipo de inspectores internacionales al sur de los Estados Unidos. Es más, los británicos indicaron que tras los fideicomisos estaría la construcción del Imperio económico norteamericano. Y esto empezó a verse mejor cuando el  nuevo sistema no fue implementado en Hawai, Puerto Rico, las islas Vírgenes o Guam; es decir, en las colonias de facto de Estados Unidos. Ni decir tiene que tampoco se aplicó a la extensa lista de islas que la Junta de Jefes de Estado Mayor, le propuso comprar en el Atlántico y el Pacífico al Presidente Roosevelt para instalar las bases insulares que necesitaban. “Fue la gran paradoja de la guerra, como el economista judío alemán exiliado Moritz Bonn señaló: <<Estados Unidos ha sido la cuna del antiimperialismo moderno, y al mismo tiempo ha fundado un poderoso imperio>>” 28.

La victoria en la guerra, había exigido a Gran Bretaña la pérdida de su Imperio. El que había sido el banquero del mundo debía ahora más de cuarenta mil millones de dólares a sus acreedores. Entretanto, el Gobierno laborista surgido en las elecciones de 1945 iba encaminado a construir un Estado de Bienestar a costa de, prácticamente, olvidar sus compromisos en ultramar. En este contexto, el Coronel Nasser presionó a los británicos para que abandonasen el Canal de Suez, los norteamericanos dejaron hacer y Nasser poco después nacionalizaría el Canal. Era una acción que de no ser bien contestada <<haría pedazos la coalición del mundo libre>> como dijo John Foster Dulles; apoyar a Gran Bretaña o perder todo el mundo árabe, como se preguntaba el Presidente Eisenhower. La situación internacional no fue bien calibrada por franceses y británicos que optaron por el desembarco militar con la excusa del ataque pactado de Israel contra Egipto. Además esta acción produjo una fuerte presión sobre la libra, de la cual se deshicieron los inversores, mientras las reservas de oro y dólares en el Banco de Inglaterra se redujeron durante la crisis. Es decir, el Gobierno de Harold Macmillan tuvo que pedir una ayuda masiva a Estados Unidos para no devaluar la libra y provocar una grave caída en el coste de vida británico. Esta situación económica y el contexto geopolítico frío, propiciaron que Eisenhower no entregase el paquete de ayuda de mil millones de dólares del FMI y del Export-Import Bank, hasta que las tropas anglo-francesas se hubiesen retirado de Egipto. A largo plazo fue un error de Estados Unidos, pues Nasser siguió tratando con los soviéticos y controló el suministro de petróleo según sus aspiraciones. Pero la retirada británica, fue la señal para todos los nacionalistas dentro del Imperio Británico. En este sentido, Gran Bretaña, sumida en una crisis económica galopante y consciente de su decadencia, optó por embarcarse y volver a Inglaterra sin tener en cuenta las consecuencias que acarrearía en las antiguas colonias. El mejor ejemplo sería la India donde Lord Moutbatten, dada sus posibles relaciones con el jefe del Congreso Nehru, hizo los ajustes necesarios en la frontera del Punjab que más favorecían a los hindúes, contra los musulmanes, conduciéndolos en la retirada a una encarnizada violencia. En esta línea abandonaron Palestina en 1959 sin dejar resuelta la situación entre los israelíes y los árabes. No debemos olvidar que tras la guerra, los británicos, habían planeado un <<nuevo>> Imperio en África para recuperar económicamente Inglaterra. En palabras del Secretario de Asuntos Exteriores Ernest Bevin: “Los objetivos fundamentales en África son promover el surgimiento de sociedades de gran escala organizadas para ejercer un Gobierno autónomo por medio de instituciones económicas y políticas democráticas efectivas tanto locales como nacionales…”29 . Pero los norteamericanos fueron hostiles al renacimiento imperial británico e impusieron su veto a los nuevos proyectos. Así en 1960 los estadounidenses tuvieron que competir en África, Asia y el Caribe donde la Unión Soviética atraía a los movimientos de independencia. El celo antiimperialista norteamericano cambió el dominio colonial sólo por una sucesión continua de guerras civiles.

Tras la Crisis de Suez Gran Bretaña entregó el poder a los Estados Unidos; y como había afirmado en la década de 1950 Harold Macmillan, a Gran Bretaña sólo le quedaba <<caer en un socialismo mezquino y sensiblero>>> como una potencia de segunda. Por si fuera poco, en 1973 la economía alemana y la francesa ya habían superado a la británica que había descendido casi al nivel de Italia. Sólo el comercio total con la Commonwealth –dos veces superior al comercio con la CEE- los mantuvo a flote. Pero llegados a este punto el profesor Niall Ferguson nos recuerda que el Imperio británico cuando llegó el momento clave no dudó en combatir a uno de los peores Imperios de la historia, rechazando la oferta de coexistencia que le hizo Hitler. Es más, bajo la dirección de Churchill el Imperio se sacrificó, con una victoria pírrica, para impedir el dominio mundial de alemanes, japoneses e italianos. Y así el profesor nos pregunta: << ¿Acaso ese sacrifico no purga las restantes faltas del Imperio?>>. Por todo ello podemos concluir, que el Imperio británico legó al mundo las estructuras del capitalismo liberal, mientras que el sistema marxista alternativo, hundió a los pueblos que subyugó a una miseria incalculable, amén de las instituciones de la democracia parlamentaria que incluso se disfruta en la India. La mayor democracia del mundo. A ello le debemos sumar los modelos legados en los colegios de élite, su administración civil, sus universidades, su prensa, su Ejército y su sistema parlamentario junto a la exportación de la lengua inglesa. Y a pesar de las manchas de sus inicios, esclavización y limpieza étnica, a partir del siglo XIX el Imperio británico promovió el libre comercio, el libre movimiento de capital, el trabajo libre y la abolición de la esclavitud. Mantuvo una paz global no igualada desde entonces y desde luego siempre fue mejor que la alternativa que representaron el sistema alemán, japonés o ruso.

Sin el Imperio británico no hubiésemos tenido un  sistema de libre comercio desde 1840 a 1930 –como demostrarían norteamericanos e indios cuando tras su independencia desarrollaron políticas sumamente proteccionistas; ni tampoco se hubiera producido el nivel de movilización internacional de la mano de obra anterior a la Gran Guerra; ni las facilidades para la exportación de capital al mundo subdesarrollado -en 1913 era un 63% mientras que en 1996 solo era del 28%- que realizaban los británicos para invertir. Así, analizando y comprendiendo los datos económicos del Imperio podemos observar con sorpresa, que aunque muchas colonias eran pobres, la gran diferencia de ingresos entre los británicos y las colonias no se convirtió en una abismal brecha hasta la independencia de las colonias. Es más, la imposición de las instituciones al estilo británico, condujo a mejorar las perspectivas económicas de un país donde la cultura indígena era débil o se redujo; cierto es también, que no fue tan positivo, al principio, con la conquista de sociedades complejas y urbanizadas como China y la India que fueron expoliadas. Eso sí, el científico social Seymour Martin Lipset estudió los efectos del dominio británico y concluyó que los territorios que fueron colonias británicas finalmente tuvieron más posibilidades de convertirse en democracias que las demás. Veintiséis de cincuenta y tres lo consiguieron. Ello fue gracias al formato británico de las élites colaboracionistas para consolidar una dominación indirecta. “En suma, el imperio británico es la prueba de que el imperio es una forma de gobierno internacional que puede funcionar y no solo en beneficio de la potencia dominante. Buscó globalizar no solo un sistema económico sino, también en última instancia, legal y político”30 . Pero la época postimperial se caracterizó por la globalización económica y la fragmentación política. Todo el periodo que va desde 1913 a 1973, fue una época de desintegración económica que precedió a una segunda globalización de naturaleza meramente económica, sin dirección política eficiente y responsable. Recordemos que Occidente quiso mirar hacia otro lado en Bosnia, Sierra Leona, Ruanda… y, que esa falta de compromiso político motivó el 11-S. Es decir, que la actual globalización debe equilibrase siguiendo el ejemplo del Imperio británico para actuar bajo el deber moral de <<reorganizar el mundo>> bajo la supervisión de la comunidad internacional. Recordemos que el Mahdi fue el Osama Bin Laden del periodo victoriano o que la batalla de Omdurman fue como la de Irak, Serbia o Afganistán; pero a diferencia de hoy, luego se llevó el orden y los valores políticos modernos. Y eso es lo que el profesor Niall Ferguson le pide a los Estados Unidos. Que el Imperio informal norteamericano basado en Hollywood y sus corporaciones multinacionales pase definitivamente a ser un Imperio formal de corte victoriano, para propagar los beneficios del capitalismo y de la democracia parlamentaria31 . Es decir, que los norteamericanos recojan el guante que en 1899 les lanzó Rudyard Kipling: Tomad la carga del hombre blanco,enviad lo mejor de vuestra prole, forzad a vuestros hijos al exilio, a que sirvan a vuestros cautivos en sus urgencias, y a que con pesado yugo atiendana gentes agitadas y salvajes: Vuestros huraños pueblos recién conquistados, medio demonios y medio niños./ Tomad la carga del hombre blanco, y cosechad su antigua recompensa: El reproche de aquellos a los que hacéis mejores, el odio de aquellos a quienes protegéis…

3. El nuevo orden internacional: De la universalidad al equilibrio. 

Kissinger afirmó que por alguna ley natural, cada siglo ve surgir a una nación que parece tener el poderío, el ímpetu intelectual y la voluntad para amoldar el sistema internacional a sus valores. En el siglo XVII, la Francia de Richelieu, ejerció un  enfoque moderno en las relaciones internacionales donde los intereses nacionales se convirtieron en el propósito supremo de los Estados-nación.32 En el siglo XVIII, Gran Bretaña condujo a la diplomacia europea sobre el concepto del equilibrio de poder durante los siguientes doscientos años.33 En el siglo XIX, el Concierto europeo fue reconstruido por Metternich y desmantelado por la Alemania de Bismarck, que convertiría la diplomacia europea en un juego de política del poder muy frío. Finalmente, en el siglo XX, se impuso la ambivalencia norteamericana en las relaciones internacionales.

Por tanto, la estabilidad no suele venir como resultado de buscar la paz, sino de una legitimidad generalmente aceptada. La legitimidad, no es justicia, sólo significa un acuerdo internacional sobre los métodos y los objetivos en la política exterior dentro del marco del orden internacional dibujado por las grandes potencias. Así se constituye el orden legítimo, que no evita todos los conflictos, pero limita el campo de los mismos; y la diplomacia, en el sentido clásico de la palabra, es el ajuste de las diferencias mediante las negociaciones que sólo puede realizarse dentro de los marcos internacionales legítimos. En este sentido cuando una potencia cree que el orden internacional o su forma de legitimación le son opresivos, sus relaciones con los demás se convierten en revolucionarias. Dichas relaciones buscarán poner en tela de juicio al propio sistema, utilizando los ajustes de las diferencias tan sólo como maniobras tácticas para minar la moral del adversario o para ir consolidando las posiciones antes, del inevitable enfrentamiento. Es cierto que las motivaciones de la potencia revolucionaria pueden ser defensivas; el sentimiento de amenaza es algo inherente al ejercicio de las Relaciones Internacionales, pero cuando nada puede tranquilizar esos sentimientos de amenaza, se busca la neutralización del oponente –la seguridad absoluta- y con ello se obtiene la inseguridad absoluta de todas las demás potencias. En este contexto, <<el arte de restringir el ejercicio del poder>>, como decía Kissinger, ya no puede funcionar porque los diplomáticos reunidos ya no hablan el mismo idioma; ya sólo sirve como una opereta donde se intenta atraerse a las  potencias no comprometidas a uno de los bandos en pugna. Y aquí tenemos una de las lecciones más duras de aprender: comprender que la potencia revolucionaria no se detendrá hasta la destrucción del marco intencional existente. Por ello, quienes nos advierten del trágico fin mientras se negocian las concesiones, son tachados de alarmistas, o traidores; mientras que los partidarios de la negociación son alabados como sensatos. Por ello Kissinger dijo que ““el “apaciguamiento”, cuando no es una estratagema para ganar tiempo, es el resultado de una incapacidad para enfrentarse a una política de objetivos ilimitados”34 . Pero las potencias acostumbradas a la tranquilidad de la legitimidad no entienden que la esencia propia de las potencias revolucionarias reside en el valor de sus convicciones, generalmente ansiosas, y en el deseo de llevarles hasta sus últimas consecuencias reemplazan la diplomacia por una carrera armamentística o por la guerra. Esta durísima lección comenzó con la Revolución francesa donde una nueva filosofía proclamó abiertamente los nuevos moldes, que preparaba para la estructura existente de las obligaciones, según el interrogante planteado por Rousseau << ¿Qué hace legítima la autoridad?>>. Con ello el enfrentamiento político pasó, del ajuste de las diferencias al enfrentamiento ideológico, por la validez del propio marco de las relaciones internacionales. La Francia revolucionaria dio por acabada la intrincada balanza de poder  que había funcionando hasta entonces y comenzó las Guerras napoleónicas para unificar Europa desde España hasta Rusia. Pero la falta de un nuevo marco de Relaciones Internacionales y la unificación por las armas francesas; provocó la ausencia de legitimidad, de la que surgió “una conciencia de “ser diferente”, que pronto se apoyó en postulados morales y se convirtió en la base del nacionalismo” 35. Eso sí, cuando Napoleón fue derrotado en España y Rusia la oposición política, que este unió contra su poder, comenzó a plantearse la construcción de un orden legítimo que produjo un gran periodo de estabilidad gracias al trabajo minucioso de dos grandes figuras: Metternich -Ministro austriaco- y Castlereagh -Secretario británico del Exterior-. De aquí, salieron grandes lecciones para entender las relaciones internacionales: los británicos, por su condición insular, buscaron atenazar las agresiones abiertas; el Imperio Austro-húngaro, en Centro-europa, buscó la creación de un derecho general de interferencia para aplacar los disturbios desde el primer momento; los británicos primaban el equilibrio de fuerzas en el continente y Metternich quería ese equilibrio teniendo una doctrina de legitimidad que le permitiese establecerla físicamente. De aquí surge una lección: “Todo estadista debe tratar de conciliar lo que se considera justo con lo que se considera posible. Lo que se considera justo depende de la estructura interna de su estado; lo posible depende de sus recursos, posición geográfica y determinación. Y de los recursos, determinación y estructura interna de otros estados” 36. El resultado general, a pesar de sus derrotas particulares, fue una paz estable de cien años que nos hizo olvidar el desastre, hasta tal punto, que el estallido de la Primera Guerra Mundial fue un brusco despertar.

En esta línea, a pesar de la derrota del Grande Armée napoleónico este dejó plantadas las semillas del nacionalismo que terminaron demoliendo al políglota, multi-racial y poderoso Imperio Austro-húngaro en el siglo XIX. Por ello, hoy entendemos que las hondas convicciones con las que Metternich levantó tan exitosamente el nuevo orden mundial terminarían provocando el colapso final de su país. Fue una verdadera tragedia griega. La Revolución es una afirmación de la voluntad y el poder; mientras que la esencia de la existencia es la proporción, su mecanismo es un equilibrio y su expresión era la ley. Por todo ello el estadista conservador es el realista supremo y su contrario son los visionarios. Es más, Metternich  dijo en su testamento político que el mundo es social, y por ello, debemos actuar con sangre fría, basándonos en la observación y sin prejuicios ni odios. Era el gobierno del estadista frío y superior, la ciencia de la estadística.37 Por otra parte Gran Bretaña, bajo la dirección de Lord Castlereagh, se enfrentó a Napoleón para impedir el dominio continental de Francia; y constituir fuerzas bien disciplinadas bajo el poder de unos soberanos en los que pudiesen confiar; su doctrina primaba la política exterior sobre la interna. Es decir, buscaba el equilibrio de poder sobre la estructura social. Eso  sí, Gran Bretaña siempre tuvo presente que pudo sobrevivir a los diez años de aislamiento a la que le sometió Napoleón por los derechos marítimos y el dominio de puntos como la desembocadura del Escalda.

Todo ello devino en el plan de paz que Pitt, Primer Ministro británico, presentó en 1805 y que sería en 1813 la base que se utilizó para el arreglo de postguerra. El esquema de la contención subyacente permitió que Europa se organizase en torno a cinco grandes potencias: Gran Bretaña, Austria, Francia, Rusia y Prusia. “Francia quedaría rodeada de un círculo de potencias secundarias, cada una de ellas con una barrera de fortalezas para absorber el primer asalto francés y una gran potencia de reserva. Holanda, apoyada por Prusia, guardaría el Norte; Cerdaña, apoyada por Austria el sur; la alianza austro-prusiana debía proteger el centro… Había de ser una guerra por la seguridad, no por la doctrina, contra la conquista universal y no contra la revolución”38 . El pragmatismo del plan elaborado por Pitt permitió a Gran Bretaña obtener todas sus metas además de conservar los derechos marítimos y a Holanda libre del control de ninguna potencia. Y las sutiles maniobras diplomáticas de Metternich para elaborar una coalición anti-napoleónica, atraerse a Prusia, deshacer el Gran Ducado de Polonia creado por Napoleón y mantener una Alemania de Estados independientes a su merced; hizo posible, de nuevo, el equilibrio europeo. Metternich realizó toda su estrategia diplomática sabedor que Francia y Rusia, las dos grandes potencias no podrían alcanzar la victoria final sin la participación de Austria-hungría como Estado-pivote y director de una Centro-Europa fuerte. Y con este esquema buscó el fin de las políticas revolucionarias por encima de las cesiones territoriales. La suma de todo ello demuestra que sus campañas diplomáticas fueron uno de los mejores ejemplos históricos de que la política es proporción, y que su sabiduría dependió de la relación recíproca de sus medidas, no de la astucia desarrollada por movimientos individuales. “Todos los elementos de la política posterior de Metternich ya se hacen evidentes en este periodo: la preparación cuidadosa, el hincapié en obtener el consenso moral más amplio posible, la utilización de la psicología del adversario para destruirlo con mayor seguridad. Su hazaña final fue un éxito en la identificación del principio legitimador interno de Austria con el orden internacional”39. Esta situación, en pro del equilibrio, la observamos en las palabras de Metternich: “Ofreciendo una paz de moderación… y continuando el avance. Llevemos siempre la espada en una mano y la rama de oliva en la otra -había escrito durante la desastrosa guerra de 1809- siempre listos para negociar,  pero negociando a medida que avanzamos”40. Napoleón, como líder revolucionario que era, no aceptó las reglas del equilibrio de poder, y así, unió a toda Europa para su propia destrucción en una guerra total a pesar de las ofertas de paz de un  Metternich que quería su derrota pero no la invasión de toda Europa por Rusia. El problema al que se enfrentó Metternich fue que “un revolucionario encuentra más fácil destruirse a sí mismo que rendirse” 41, como bien afirmó Kissinger. A ello se sumó la moderación de Castlereagh durante el arreglo final de las Guerras napoleónicas: la abdicación de Napoleón y el tratado sobre su destino; la paz con Francia; y la restauración del equilibrio europeo. Es más, a Francia se le permitió quedarse con todos los tesoros artísticos expoliados durante veinte años de conquista y no se le exigió reparación alguna; el Tratado de París es el ejemplo de una paz de equilibrio que entiende la estabilidad como la ausencia de diferencias básicas. De aquí se desprende que la tarea del estadista es la de integrar y no la de castigar. Y así, la paz terminó con un espíritu de reconciliación y una estabilidad del orden internacional basado en la seguridad. La Restauración eliminaba el abismo ideológico de la Revolución y reintegraba a Francia en Europa. En este contexto, la Paz de París estableció que el problema del equilibrio europeo se arreglase celebrándose un Congreso en Viena; que pasaría por cinco etapas: un periodo inicial que se ocupó del problema esencialmente procesal de la organización del Congreso alrededor de la Coalición antifrancesa; un esfuerzo de Castlereagh tendiente a resolver los problemas pendientes, particularmente la cuestión polaco-sajona, primero mediante una apelación personal al Zar y luego tratando de unificar a las potencias de Europa contra él; un  esfuerzo complementario de Metternich para separar el problema de Polonia y Sajonia y para crear una combinación de potencias unidas por un consenso en cuanto a las reclamaciones históricas; la desintegración de la Coalición antifrancesa y la entrada de Talleyrand a los deliberaciones Aliadas; la negociación del arreglo final.

El orden internacional, por tanto, puede construirse de dos formas: por voluntad o por renuncia; por conquista o por legitimidad. Por ello el Congreso de Viena se enfrentó al problema de crear un orden donde el cambio pudiera realizarse mediante un sentido de obligación, antes que mediante una afirmación del poder. Así, en efecto, la gran diferencia entre un orden revolucionario y otro legítimo, no es la posibilidad del cambio, sino del modo en que se realiza. El legítimo lo hace mediante la aceptación mientras que el revolucionario lo hace destruyendo las estructuras existentes por la fuerza y el reinado del terror. Un orden “legítimo” limita lo posible mediante lo justo; mientras que un orden revolucionario identifica lo justo con lo que físicamente es posible. Por todo ello podemos afirmar que “la salud de una estructura social consiste en su capacidad para traducir la transformación en aceptación, en relacionar las fuerzas del cambio con las del conservadurismo. Y Napoleón demostró que <<la afirmación de la voluntad>> es el carácter de la Revolución.

Hasta el siglo XVI, para Metternich, las fuerzas de la conservación y la destrucción habían estado equilibradas pero la civilización fue sustituida por la violencia y el orden por el caos; con el descubrimiento de América, la invención de la imprenta y la pólvora y la llegada de la Reforma.  Todo ello configuró al nuevo hombre revolucionario que, presuntuosamente, podía acceder de forma natural a cualquier conocimiento sin apreciar la experiencia, ni respetar la fe, ante sus convicciones propias a las cuales llega sin estudio ni análisis, despreciando las leyes porque son limitaciones de nuestros groseros antepasados que no tienen sentido en la edad de la razón. “El aristócrata revolucionario era un alma perdida, destinada a convertirse en víctima de la revolución, o a degradarse por verse obligado a desempeñar el papel de criado de sus inferiores. Y la masa de la población siempre desconfiaba del cambio y anhelaba sólo la protección igual de las leyes para cumplir con su fuerte vocación. Pero la clase media, los abogados, escritores, burócratas, los educados a medias, que poseían los medios de comunicación, ambiciosos sin metas, insatisfechos, pero incapaces de ofrecer una alternativa, este era el órgano real de la revolución”42 . Por ello, para Metternich, no fue accidental que la Revolución ocurriese en el país más rico y adelantado de Europa; eso sí, tan desmoralizado que la Revolución triunfó en la Corte y en los tocadores de las ciudades antes de que empezara a llegar a la masa del pueblo. “Así pues, la Revolución sólo pudo triunfar por la debilidad del gobierno y por la creencia en un mito cuya aplicación literal resultada ruinosa”43 . Además, la confusión aumentó todavía más cuando se intentó transplantar en el Continente las instituciones británicas, que al contradecir las condiciones existentes en este lado, se distorsionó hasta el punto de volverse ilusorias. Por ello Metternich afirmaba que la escuela británica fue la causa de la Revolución francesa, y el origen de la tendencia antibritánica que asoló Europa. Es decir, en el Continente no se entendió que la libertad y el orden son inseparables. Y esa es la verdadera esencia del pensamiento británico. Esa diferencia esencial fue la que llevó a la Revolución francesa a diseminar por las armas esos principios, de forma distorsionada, por toda Europa mediante una lucha social interminable.

Teniendo todo esto bien presente, podemos comprender mejor que el espíritu revolucionario tan difundido en el Continente fuera criticado por su falta de moderación y por la necesidad de su correcta adaptación como haría Burke. O que Castlereagh señalase que en su puesto público era donde los revolucionarios son más temibles. En el mismo sentido, cobra aún más significado la advertencia de Metternich sobre que la tarea del conservador consistía en aumentar el orden cuando se desataban las fuerzas de la destrucción; y aún sería más imperativo resistir en nombre de la autoridad si las exigencias de reforma llegaban al grado de universalidad. De ello, Metternich elaboró su máxima básica: <<que en medio de las pasiones agitadas no podemos pensar en reformas: la sabiduría en tales situaciones consiste en mantener>>. De aquí deriva también su oposición cada vez más rígida a cualquier cambio, porque el cambio simboliza la posibilidad de rendirse a la presión: “Cuando todo se bambolea, lo más necesario es que algo, no importa qué, permanezca firme, para que el perdido pueda encontrar una conexión y el extraviado un refugio”” 44. En consecuencia, Metternich le dio el mejor de los consejos posibles a su sucesor, Schwarzenberg, en la línea social británica, cuando le recomendó reforzar a la aristocracia terrateniente de Austro-hungría, para asegurar a la clase media. Lo negativo de la política de Metternich fue que el miedo a la Revolución, que la entendía como fruto de los errores del Gobierno, le llevó a oponerse a las reformas, en principio, que llevó a un  triunfo de la forma sobre la sustancia. Es decir, al estancamiento; él pensaba que la sociedad de su época había llegado a su cenit. Metternich consideraba el orden como la expresión del equilibrio; y al equilibrio como la reflexión de la estructura del universo. Verdaderamente creía que los intereses del Estado triunfarían al final, y llegó a predecir que el mundo que traería la Revolución terminaría horrorizando a los propios revolucionarios. Su razón era clara: “El despotismo, para Metternich, no era la ausencia de derechos garantizados, sino el gobierno sin máximas universales. La tiranía no era la causa de las revoluciones, sino su resultado probable. Y entre más lograsen las fuerzas de la destrucción minar el orden social, más tendría que asumir la autoridad –la expresión inevitable de la sociedad- una forma personal, la visión conservadora de la arbitrariedad”45 . En esta línea, siempre será un grave error concebir la paz como la ausencia de guerra; la paz es contingente y se formaliza en el ajuste entre los diferentes componentes del equilibrio. En este sentido, la Santa Alianza fue una afirmación de la penetración de los principios morales y de la asociación fraternal de los Reyes europeos. Pero no debemos olvidar que las máximas éticas piden reclamaciones universales que pueden justificar tanto el autocontrol como la interferencia general. Tras las Guerras napoleónicas comenzó el primer intentó de organizar un orden internacional mediante un sistema de conferencias, afirmando un derecho de control para las grandes potencias. Y Metternich concibió el Congreso como la oportunidad de enseñar a Europa una lección moral: la santidad de los tratados. Además también le serviría para enseñarle al Zar la diferencia entre sus deseos y su capacidad para llevarles a la práctica. El principal interés de Metternich en el inicio de la postguerra fue la construcción de una Europa Central fuerte como condición sine qua non para la estabilidad europea, en general, y la seguridad de Austro-hungría, en particular. Y en este contexto, de cruzada antirrevolucionaria, Metternich vio más conveniente fortalecer el espíritu del Rey de Prusia que atreverse con la promulgación de una Constitución.

 La razón del equilibrio de la Restauración, y volvemos a recalcarlo por su importancia, sería que los países europeos compartieron una misma escala de valores. “No sólo existía un equilibrio físico, sino también moral. El poder y la justicia se encontraron en sustancial armonía. El equilibrio del poder reduce las oportunidades de recurrir a la fuerza, y el sentido de la justicia reduce el deseo de emplearla. Un orden internacional que no parezca justo será desafiado tarde o temprano… Metternich se adelantó a Wilson en el sentido de que creyó que un concepto compartido de la justicia era un requisito para mantener el orden internacional, aunque su idea de la justicia fuese diametralmente opuesta de la que Wilson trató de institucionalizar en el siglo XX”46 . Así, la Santa Alianza se enfrentó a la Revolución uniendo a las Monarquías conservadoras y haciéndolas actuar de común acuerdo para asegurar la estabilidad general. En realidad fue un freno moral introducido por el Congreso de Viena en las relaciones de las grandes potencias tanto como para acabar con la Revolución francesa; que  comenzó con los Derechos del Hombre y terminó con la implantación del Terror. Pero los valores del Congreso de Viena comenzarían a resquebrajarse en 1854 cuando estalló la Guerra de Crimea. En 1852, tras un Golpe de estado, Napoleón III de Francia  convenció al Sultán de Turquía para que lo designase Protector de los Cristianos en el Imperio Otomano, papel que le fue denegado al Zar de Rusia; mientras la Marina Real británica llegaba a la zona. El Zar ordenó la ocupación de Valaquia y Moldavia; Turquía declaró la guerra a Rusia; y Francia e Inglaterra se unieron a Turquía. Tras el pretexto religioso el Zar perseguía el viejo sueño de conquistar Constantinopla y controlar los estrechos. Así Francia vio la forma de romper el Congreso de Viena y saltarse su aislamiento y Gran Bretaña estuvo resuelta a controlar el expansionismo ruso. Este conflicto liberó los deseos de Prusia sobre Alemania y, sobre todo, de Rusia sobre los Balcanes que terminaría provocando la Gran Guerra de 1914. Y además, cinco años después de la Guerra de Crimea Cavour comenzó la Revolución nacionalista que expulsó a Austria de Italia y, otros cinco años después, Prusia obtuvo la hegemonía sobre Alemania al derrotar militarmente a Austria. A pesar de todo, la paz del Congreso de Viena sobreviviría otros cincuenta años pero, en adelante, la diplomacia abandonaría los valores compartidos por la fuerza bruta. En este contexto Palmerston dijo aquello de “no tenemos aliados eternos ni enemigos permanentes… Nuestros intereses son eternos y nuestro deber es servir a esos intereses”47 . La independencia británica, basada en su insularidad, le permitía estar a salvo de las querellas europeas, pero era consciente de que aislada no podía contener a una gran potencia en el Continente. Por ello, cuando Bélgica se independizó de Holanda, Gran Bretaña amenazó con la guerra a Francia si esta intentaba dominarla. Así nació el epíteto de la <<pérfida Albión>>. Pero también, dicha determinación, permitió el apogeo británico en el siglo XIX cuando su Marina Real dominó los mares, ayudó a los griegos en su Guerra por la independencia (1820-1829) frente al Imperio Otomano, luego contuvo la influencia rusa apoyando a los otomanos en 1840, apoyó a Rusia contra la Revolución húngara de 1848 y aplaudió la independencia italiana contra Austro-hungría. Gran Bretaña desarrolló su poder con pragmatismo en cada situación mundial, manteniendo el equilibrio del poder, al apoyar siempre al más débil.48 Estos principios, fueron firmes desde Guillermo III hasta la Primera Guerra Mundial; y en 1870 Disraeli los expuso claramente: “El gobierno de este país siempre ha sostenido que Inglaterra tenía interés en que los países de la costa europea que se extienden desde Dunquerque y Ostende hasta las islas del Mar del Norte tuvieran comunidades libres y florecientes, practicaran las artes de la paz, gozaran de los derechos de la libertad, siguieran las labores del comercio que tienden a la civilización del hombre, y no cayeran en manos de alguna potencia militar”49 .

Por otra parte la ruptura del sistema de Metternich, tras la Guerra de Crimea, provocó una cadena de conflictos que reelaboró el equilibrio de poder durante casi dos décadas. Entre ellos, la guerra del Piamionte y Francia contra los Austro-húngaros en 1859 y la guerra por la que Prusia toma Schleswig-Holstein a Dinamarca en 1870. Los frenos morales comenzaron a desaparecer, Francia perdió su hegemonía ante Alemania que cambió la raison d´ état por la Realpolitik: las relaciones entre los Estados se determinan por la fuerza bruta, y el más poderoso prevalecerá. Bismarck unificaría Alemania, a la par que alteró el curso de la historia como pocos estadistas han hecho. Este genio se hizo una nueva Alemania, a medida, para dirigir las fuerzas nacionales e internacionales, que había desencadenado, manipulando sus antagonismos con un  dominio y una precisión, que sus sucesores jamás pudieron igualar. Pero también supuso que la Confederación germánica ideada en el Congreso de Viena, para evitar la unidad alemana pero con el fin de ser lo suficientemente fuerte para evitar la expansión francesa, se disolviese dando paso a una Alemania unificada más fuerte e industrializada que Francia. A ello, debemos sumarle que Napoleón III se guiaba más por el sentimentalismo, como decía Bismarck, que por la raison d´ état. Por ello al anexionarse Niza y Saboya provocó el disgusto británico, y no tuvo reparos en apoyar la Revolución polaca contra Rusia ni la unificación italiana. Además provocó la guerra con el Imperio Austro-húngaro con la esperanza de debilitar su posición dentro de Alemania. Es decir, su deseo de apoyar el despliegue de las banderas de la autodeterminación, provocaría la unificación del país más poderoso, como contrincante por la hegemonía continental. Y en este sentido, Napoleón volvió a cometer un grave error de juicio al alentar la guerra entre Prusia y Austria, creyendo que Prusia la perdería. Y que al requerir su ayuda conseguiría que Venecia, en poder Austro-húngaro, volviese a manos de sus aliados italianos. La victoria prusiana le supuso la anexión de Schleswig-Holstein y Frankfurt; el dominio sobre la Confederación del Norte de Alemania; y la alianza político militar con los Estados alemanes del sur, Baviera, Wurtemberg y Baden. Sólo quedaba un paso para la total reunificación alemana. Y cuando Napoleón III comenzó a ver su profundo error geopolítico, intentó subsanarlo con la Guerra de sucesión española que Bismarck utilizó, para inducirle a que le declarase la guerra a la propia Prusia en 1870. Aquí se inserta el famoso episodio del telegrama que Bismarck manipuló, para hacer estallar la guerra, y filtró a la prensa para indignar al pueblo de Francia. Napoleón III declaró la guerra y Prusia, con la ayuda de todos los Estados alemanes, la ganó provocando la rendición francesa en el Salón de los Espejos de Versalles mientras, el camino a la unificación alemana se abría ante sus ojos.50

Por tanto, podemos concluir que en 1890, el concepto de equilibrio de poder surgido de las Guerras Napoleónicas, que habían conservado la libertad de los Estados, estaba roto. La Guerra de Crimea rompió el conjunto de valores que unían a las cortes conservadoras. Además en la década de 1890, el expansionismo ruso provocó continuos choques con Gran Bretaña en Afganistán, China septentrional y los Dardanelos, y con Francia en Marruecos y Egipto. Inglaterra se comenzó a acercar a un Imperio que, sin Bismarck, no supo aprovechar la situación; y poco después volvió a errar cuando rechazó la oferta rusa para renovar el tratado de Reaseguro que provocó el acercamiento franco-ruso. Y así la <<alianza fatídica>>, como denominó George Kennan, al acuerdo entre Rusia y Francia en 1891, constituyó el inicio de la senda hacia la Gran Guerra. Y en 1908 con la anexión de Gran Bretaña a dicha alianza se conformó la Triple Entente. El equilibrio de poder había dado paso a las pruebas de fuerza; y el asesinato del Archiduque Francisco José detonó la Gran Guerra. Los gobernantes europeos de la época, hicieron buena la frase de Bismarck que decía << ¡Ay de aquel líder cuyos argumentos, al término de la guerra, no sean tan plausibles como lo fueron al principio!>>.

Conclusiones.

A lo largo de este artículo habrán podido comprobar como durante trescientos años el Imperio británico, a pesar de sus inicios, terminó siendo un ejemplo de honestidad, que diseminó por todo el mundo los principios cristianos evangélicos y los conceptos económicos de los liberales clásicos, durante la primera globalización. Sobre estos pilares los británicos edificaron el mayor Imperio de la historia –controlaron un cuarto de la población mundial y aproximadamente la misma proporción de la superficie terrestre-; aunque este logro también se fundamentó en los avances tecnológicos de la Revolución industrial que ellos mismos fueron desarrollando: la potencia del vapor, la fuerza del hierro, el telégrafo, los cables submarinos duraderos y el ferrocarril. Por otro lado, hemos recordado que los británicos fueron corrigiendo, poco a poco, sus errores en la dirección política: en la India intentando dejar de lado la intromisión religiosa y apoyando el principio de la igualdad que representó el Servicio Civil Indio no pactado, del que surgiría la élite india pro-británica; en Jamaica implantando un Consejo legislativo que acabase con la discriminación y la dureza sobre la población negra que el Gobernador permitió; y en África con el sueño de Livingstone de abrir el continente al comercio, la civilización y el cristianismo –dándoles una forma de entrar en la comunidad de naciones desarrolladas sin necesidad de traficar con seres humanos-. Cierto es, que el Imperio británico de finales del periodo victoriano quedó reflejado en él hijo de un clérigo emigrado a Sudáfrica llamado Cecil Rhodes, que hizo fortuna con las minas de diamantes gracias al apoyo financiero que le daría la Banca Rothschild. De facto, esta unión  terminó generando poderosas empresas como la De Beers y la Africa Company que junto al poder de la ametralladora Maxim, terminaron creando un nuevo país llamado Rhodesia; así como el sueño de Rhodes de unir Sudáfrica con Egipto mediante un ferrocarril. Es decir, estas empresas privadas, como ya hizo la Compañía de las Indias Orientales, entablaron sus propias guerras para agrandar el Imperio sin coste alguno para el contribuyente británico, aunque en este caso su tiempo de independencia respecto al Gobierno de Londres fue menor. En esta línea, incluso el Partido Liberal de Joseph Chamberlain creía en el sueño de la Federación imperial pues comprendió que el Imperio significaba la apertura de los mercados, más puestos de trabajo y la difusión de las leyes y el espíritu deportivo del caballero inglés. Un durísimo ejemplo de esto último fue la denuncia que realizó el clérigo Hobhouse en 1900 cuando observó las trágicas condiciones de vida que padecieron miles de mujeres y niños bóers en los campos de concentración, donde fueron recluidos durante la guerra de Sudáfrica; y que el Gobierno británico mejoró de forma rapidísima y efectiva, tras dicha denuncia. Pero hubo quien aprovechó la ocasión para señalar a los judíos de ser el mascarón de proa del imperialismo explotador; comenzaba así el radicalismo político moderno que se derivaría por la senda del pacifismo, el antiimperialismo y el antisemitismo. El mismo que olvida que cuando estalló la I Guerra Mundial las colonias enviaron un tercio de las tropas que utilizó el Imperio; de su valor y de su lealtad dio claro ejemplo el desembarco fallido de Galípoli.

Pero las presiones de la política democrática comenzaron a hacer traquetear a la Globalización incluso antes de la Gran Guerra; y tras ella en Gran Bretaña, los votantes indujeron a su Gobierno  a construir las <<casas adecuadas para los héroes>>, los hospitales y los institutos que habían prometido durante la guerra. Y por ello se abandonó la defensa imperial y comenzó a desarrollarse la idea de <<posponer una guerra>> justo cuando los nacionalistas y los socialistas –el Sinn Fein en Irlanda, Nehru en la India, Hitler en Alemania, Stalin en Rusia y los japoneses en Oriente- comenzaban a emerger en el panorama político. Este error terminó provocando lo que el profesor Niall Ferguson ha bautizado como la <<Pasión del Imperio>> pues, llegado el momento clave, el Imperio británico no dudó en sacrificarse para impedir el dominio mundial de los Totalitarismos socialistas del siglo XX. Por tanto, podemos concluir que desde Guillermo III hasta Churchill, Inglaterra siempre buscó una política de equilibrio de poder en el continente europeo para salvaguardar sus libertades; como bien señaló en su tesis doctoral sobre el Príncipe Metterrnich, Henry Kissinger.

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* Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad de Granada. Tesina por la Universidad de Granada: Aproximación al pensamiento de Erich Fromm: Humanismo socialista. Doctor en Filosofía por la Universidad de Extremadura, Departamento de Historia: El Humanismo socialista. Profesor del Máster Criminalidad y Seguridad Pública de la UNEX. Consejero internacional de la Revista “Política y estrategia” de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Chile. Tesis doctoral publicada, en 2011, por la Editorial académica española: El papel de los intelectuales en la guerra fría cultural. Cuius regio eius religio. ISBN: 978-3-8465-6830-9 Tesina publicada, en 2012, por la por la Editorial académica española Aproximación al pensamien

1 Kissinger, H. Diplomacia, pp. 78

2 Kissinger, H. O.c., pp. 96

3 Durante todo este periodo Gran Bretaña no tuvo un dirigente interrumpidamente en el poder –Palmerston, Gladstone y Disraeli- como lo estuvieron Nicolás I, Metternich o Bismarck; pero Gran Bretaña, si tuvo una extraordinaria constancia en sus propósitos, lo que le permitiría ejercer su influencia para preservar la tranquilidad en Europa. De este modo, la aparente debilidad británica por el carácter representativo de sus instituciones se convirtió en su mayor poder cuando su opinión pública se involucró en la política exterior británica desde 1700. Así  durante el siglo XVIII los tories se inclinaron por intervenir en las disputas continentales, mientras los whigs preferían la expansión por ultramar. Pero entrados en el siglo XIX, Gran Bretaña observó como sus partidos intercambiaron sus papeles, y el mayor intervencionista sería Palmerston. Y aquí encontramos la clave de la política exterior británica: siempre consideraron, desde sus instituciones representativas, sus políticas sobre el Continente en términos de interés nacional, no ideológico. Sólo así entenderemos el adagio pragmático de Canning que tanto citó Palmerston: “<<Quienes se han opuesto a toda mejora porque es una innovación. Algún día se verán obligados a aceptar la innovación cuando haya dejado de ser una mejora>>”. Kissinger, H. Diplomacia , pp. 101.

4 Kissinger, H. Diplomacia, pp. 99

5 Los deseos de Napoleón III por romper el Congreso de Viena, que creía humillante para Francia, le hizo favorecer una serie de revoluciones que terminaron devorándole en el nuevo contexto de fuerza bruta que se impuso en la política internacional. El orgullo y la creencia mesiánico-secularizada de los franceses en el mundo provocaría esta situación; tal y como se repetiría contra EEUU en la época de De Gaulle. Así, y gracias a los deseos de los franceses de destruir el sistema de Metternich, Bismarck pudo unificar Alemania y convertirse en el más potente adversario conservador de la revolución liberal de 1848. Pero no podemos olvidar, que también fue el primer país en introducir el sufragio universal masculino, tanto como el primero en desarrollar un completo sistema de beneficencia social que duró setenta años. Bismarck representó el papel de Richelieu frente a la Casa de los Habsburgo promoviendo la gloria de su Estado sin basarse en un sistema de valores inflexibles, y forjando las alianzas más beneficiosas. Bismarck superó a su mentor político, Leopold von Gerlach, al comprender que una Francia pro-revolucionaria era un enemigo al que se podía manipular contra Austro-hungría. “Para Bismarck la Realpolitik dependían de la flexibilidad y de la capacidad de explotar toda opción posible sin el freno de la ideología. Así como lo habían hecho los defensores de Richelieu, Bismarck transfirió el debate al único principio que él y Gerlach compartían y que dejaría a éste en manifiesta desventaja: la importancia suprema del patriotismo prusiano”. Kissinger, H. Diplomacia, pp. 126. Por ello, Bismarck abandonó el sistema de intereses conservadores, que Gerlach le pedía, terminando de enterrar el Congreso de Viena. Las ideologías dejaban paso de nuevo al interés nacional como deber del estadista para evaluar los hechos como una relación de fuerzas sobre la que tomar decisiones y Prusia era el país con una fuerza gubernamental, militar y económica superior en la época. <<La política es el arte de lo relativo>> según Bismarck. Llegados a este punto se hace más comprensible, que Bismarck no dudase en girar hacia la izquierda política, para utilizar la política interior como un arma de la Realpolitik. Así continuó hasta que Alemania, alcanzó los límites vitales para su seguridad, que él mismo había establecido, y sólo entonces comenzó a manipular los intereses europeos para asentar la paz en Europa. El único problema sería que Bismarck consiguió la unificación, sacrificando los ideales de edificar un Estado democrático constitucional como habían soñado las dos generaciones anteriores. Esta disfunción, a la larga, hipotecó el futuro de Alemania y la paz en Europa; cuando de víctima pasó a ser la posible agresora.

 

6 Ferguson, N. O.c., pp. 384 y ss.

7 Ferguson, N. O.c., pp. 393

8 Ferguson, N. O.c., pp. 399

9 Ferguson, N. O.c., pp. 403

10 Ferguson, N. O.c., pp. 417

11 Cf. Ferguson, N. El imperio británico, pp. 18 y ss.

12 Antes del derrumbe de las aspiraciones medievales de universalidad, en el siglo XVIII, el mundo se observó como si fuera un reflejo del Reino de los cielos: el Emperador gobernaba el mundo secular y el Papa la Iglesia universal, tal y como Dios gobernaba el cielo. Esta era la guía por la cual los Estados feudales de Alemania y la Italia septentrional se unieron bajo el poder del Sacro Emperador romano-germánico, de tal forma que, en el siglo XVII hubieran tenido el poder suficiente para dominar Europa, si hubiesen podido centralizar sus dominios. Esto no ocurrió porque no tuvieron los sistemas de transporte y comunicaciones adecuados para unir un territorio tan extenso; y porque el Sacro Imperio separó a la Iglesia del Gobierno. Y esa separación de poder, que evitó la centralización del Sacro Imperio, sería el germen que ulteriormente provocó el nacimiento del constitucionalismo y la separación del poder que hoy cimenta la democracia. Eso sí, en aquel periodo los gobernantes feudales aumentaron su autonomía exprimiendo a las facciones en pugna. Ello aumentó el fraccionamiento de Europa en Principados, Ducados, Obispados y ciudades que aumentaron la independencia real de los señores feudales. La ruptura aumentó cuando el Trono imperial fue reclamado por varias dinastías, lo que provocaría la casi desaparición de la autoridad central. Sólo cuando la dinastía de los Habsburgo reclamó el Trono imperial, en el siglo XV, y comenzó su hábil política de matrimonios pudo adquirir la Corona española y, con ello, se volvió a intentar restaurar la antigua visión del Gobierno universal. En este contexto, en la primera mitad del siglo XVI, el Emperador Carlos I de España, y V de Alemania, pudo hacer surgir una autoridad imperial que provocó un agrupamiento que impidió todo aquello que se pudiese asemejar al equilibrio de poder europeo: Alemania, Austria, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Italia septentrional, Francia oriental, Holanda y Bélgica, en Centro Europa, más España. Sólo la Reforma, que debilitó al Papado, evitó la posibilidad real del establecimiento de un Imperio europeo hegemónico; porque le confirió a los Príncipes reformistas una nueva libertad de acción contra el Emperador y la Iglesia. Y al romperse el concepto de unidad, del reflejo del Reino de los cielos, los nuevos Estados europeos recurrieron a los conceptos de <<raison d´état>> y de equilibrio de poder para justificar su herejía. Los nuevos conceptos, mutuamente dependientes, permitieron justificar el bienestar del Estado, por encima del concepto medieval de moral universal; y reemplazar el sueño de la Monarquía universal por la existencia de cada Estado, amparado en el equilibrio de poder, que buscando sus propios intereses egoístas contribuirían al progreso y a la seguridad de todos los demás. Este nuevo enfoque en las Relaciones Internacionales se incubó en Francia, porque era precisamente ella, la que más tenía que perder ante el Sacro Imperio. Por ello, cuando la Reforma resquebrajó la Iglesia, aprovechó para aumentar las grietas provocando las rivalidades entre sus vecinos para ampliar su seguridad, y tal vez sus territorios hacia el este. Lo más curioso, si se permite, es que la principal figura de este enfoque fue un Príncipe de la Iglesia llamado Armand Jean du Plessis, Cardenal de Richelieu. “Se dice que al enterarse de la muerte del cardenal Richelieu el papa Urbano VIII exclamó: <<Si hay Dios, el cardenal Richelieu tendrá mucho de qué responder. Si no… bueno triunfó en la vida>>”. Kissinger, H. Diplomacia, pp. 55. La razón de este epitafio es clara: el Cardenal para impedir el dominio europeo de los Habsburgos, desarrolló los pilares para el moderno sistema de Estado, dejando un legado que durante dos siglos llevó a Francia a intentar imponer su propia supremacía a Europa. Precisamente el fracaso de estos dos intentos de hegemonía sobre el Viejo Continente desarrollaría el equilibrio de poder que tanto caracterizó a Europa. Eso sí, no podemos olvidar que los Habsburgo, con Fernando II a la cabeza, intentó revivir la universalidad católica y el dominio imperial sobre los Príncipes reformistas de Europa Central, con la Guerra de los Treinta Años en el contexto de la Contrarreforma. En 1618, la mayoría de los territorios de habla alemana conformaban el Sacro Imperio pero estaban divididos en católicos y protestantes. La guerra se inició en Praga y pronto se extendió a toda Alemania, los daneses y suecos avanzaban sobre Europa Central y entonces Francia se unió a las invasiones que arrasaron Alemania y produjo la muerte de casi un tercio de su población. Fue el mejor ejemplo de la raison d´état del Cardenal Richelieu, que antepuso el interés general de Francia a la restauración de la unidad católica a la que representaba como Cardenal. Para él dicha unidad sólo era una maniobra geopolítica de la Casa de Habsburgo contra una Francia rodeada de territorios de la Corona austriaca: España, Italia septentrional, Franco-Condado y Países Bajos. Por ello, Francia no podía permitir que el norte de Alemania también cayera en manos de la Casa de Habsburgo, católica, y no dudó en explotar el cisma religioso. Los Austrias siempre fueron una dinastía rígida, que no negociaba con sus principios, y precisamente esa condición fue la que Richelieu volvió contra ellos, negociando tácitamente con todos los Príncipes protestantes o sobornando y apoyando económicamente a los enemigos de sus enemigos para desangrar a la Casa de Austria. Comenzaba la época del equilibrio de poder, que revolucionaría la política moderna, con una Francia que resultó victoriosa tras la paz de Westfalia de 1648, que cerró la Guerra de los Treinta Años, y elevó la raison d´état al nivel del principio rector de la diplomacia europea. El papel de Richelieu, según Kissinger, probablemente aplazó dos siglos la unificación de Alemania, la convirtió en el tablero donde se jugarían casi todas las guerras europeas y, finalmente, cuando Bismarck la unificó dio pie a las peores tragedias del siglo XX por su poca experiencia en definir su interés nacional. Pero el gran éxito de Richelieu fue también la tragedia de Francia cuando Luis XIV subió al trono, frente a una Alemania dividida y una España decadente, vio una oportunidad de conquista que alarmó al resto de Europa y acabaría con sus designios desarrollando, en el esfuerzo conjunto por contener a Francia, el equilibrio de poder en el Viejo Continente. Este proceso duró unos cien años de forma incidental. Es decir, que este hecho fue surgiendo poco a poco y sin concepción previa de una política internacional; pero los hijos de la Ilustración francesa prefirieron resumirla indicando que el choque de intereses opuestos lleva a la armonía y la justicia. He ahí la diferencia, pues los ilustrados franceses pensaban que el sistema internacional funcionaba como una gran máquina de precisión que avanza, sin parar, hacia un mundo mejor. Por ello Kisisnger afirma, que estos ilustrados confundían el resultado con la intención. Además, el equilibrio en el Continente europeo fue, reforzado y apuntalado, gracias a que Inglaterra tenía comprometida su política exterior, desde Guillermo III -[no debemos olvidar, que la Revolución inglesa de 1688 –La Gloriosa-  supuso el enfrentamiento con Luis XIV de Francia y la llegada del protestante Guillermo de Orange al trono de Inglaterra, frente al católico Jacobo II que apoyaba a Francia. Poco después, Inglaterra sentó el precedente de enviar tropas a los Países Bajos españoles, la actual Bélgica, para impedir su conquista por Francia. Si la hubiese tomado hubiese aumentado sus opciones de dominar Europa, en lo general, y tomar los puertos más cercanos a Inglaterra, en lo particular. Por ello, Guillermo III formó la Gran Alianza con España, Saboya, Suecia, Austria, Holanda y Sajonia que mantuvo en jaque a Francia desde 1688 a 1713; la raison d´état fue frenada por el interés de los demás Estados europeos. Un gran ejemplo del equilibrio de poder europeo. Y aquí encontramos una versión primaria del concepto de seguridad colectiva, elaborado por Gladstone, que se volvería a conformar tras la II Guerra Mundial, permitiendo a Churchill decir aquello de que Gran Bretaña <<había conservado las libertades de Europa>>.]-, a conservar el equilibrio. Por ello, siempre apoyaba al bando más débil para restaurarlo. En este contexto, podemos comprender mejor que el equilibrio de poder europeo se fue asentando gradualmente mediante cambiantes coaliciones, dirigidas por Inglaterra, contra los deseos de dominación francesa. Así se mantuvo la libertad de Europa, en general, y la de sus islas, en particular. Por tanto, podemos concluir que la política exterior de Guillermo III evitó la hegemonía francesa sobre el Continente, en la época monárquica, y que en la época de la Revolución francesa volvió a parar su deseo de imponer sus nuevos ideales republicanos a pesar incluso del genio napoleónico.

13 En cuanto a Rusia, su simple poderío físico, su despiadada autocracia absolutista y el capricho político del Zar, quedó de lado cuando se acercó al Gobierno británico de Pitt el joven para detener a Napoleón y, sorprendentemente, convertirse en el precursor de la idea wilsoniana de la paz sobre Europa, que no sobre su pueblo. Por ello Kissinger señaló que “Pitt se encontró entonces, ante Alejandro, en una posición muy similar a la de Churchill frente a Stalin casi ciento cincuenta años después. Le era indispensable el apoyo de Rusia contra Napoleón, pues era imposible imaginar otra manera de derrotarlo”. Kissinger, H. Diplomacia, pp. 73. En esta época, Pitt consideraba la debilidad de Europa central la principal causa de inestabilidad en el Continente; y a la independencia de los Países Bajos como la principal preocupación para Gran Bretaña. Por todo ello, Pitt formuló la alianza con Austria, Prusia y Rusia como un dique de contención ante los deseos expansionistas de Francia. Exactamente el mismo principio que siglos después se formularía contra el expansionismo germano-nipón. Así pues, Kissinger subraya que el equilibrio de poder europeo de los siglos XVIII y XIX tiene ciertos paralelismos con la Postguerra Fría. “Entonces, como ahora, un orden mundial que se desplomaba engendró toda una multitud de Estados que favorecían sus intereses nacionales sin consideración a ningún principio dominante. Entonces, como ahora, los Estados que formaban el orden internacional buscaban a tientas alguna definición de su papel internacional. Luego, los diversos Estados decidieron confiar por completo en la afirmación de su interés nacional, poniendo su confianza en la llamada mano invisible”. Kissinger, H. Diplomacia, pp. 75. Pero tras las Guerras napoleónicas Europa, por primera vez en su historia, decidió planificar un orden internacional, esbozado por Pitt, basándose en los principios del equilibrio de poder. Pero los desastres de la expansión de la Revolución enseñaron a las Cortes europeas una gran lección que se materializó en crear ese equilibrio apoyándose en los valores comunes. “El equilibrio del poder limita la capacidad de derribar el orden internacional; el acuerdo sobre unos valores compartidos reprime el deseo de derrocar el orden internacional. El poder sin legitimidad provoca las pruebas de fuerza; la legitimidad sin poder sólo provoca actitudes inútiles”. Kissinger, H. Diplomacia, pp. 75. Al combinar todos estos principios, el Congreso de Viena estableció un orden internacional estable que duró hasta la Gran Guerra de 1914.

14 Kissinger, H. Un mundo restaurado, pp. 13.

15 Kissinger, H. O.c., pp. 15.

16 Kissinger, H. O.c., pp. 17

17  A Metternich le interesaba la restauración del equilibrio moral y físico más que la liberación de Europa. Por ello indicó que “todas las naciones han cometido el error -escribía en 1807- de atribuir a un  tratado con Francia el valor de una paz sin prepararse inmediatamente de nuevo para la guerra. Ninguna paz es posible con un sistema revolucionario, ni con un Napoleón que declara la guerra a las potencias”. Kissinger, H. Un mundo restaurado, pp. 25. Pero tras la derrota rusa en Friedland, el Zar Alejandro se reunió con Napoleón en una balsa sobre el río Niemen, en Tilsit, para dividirse el mundo. En este contexto Metternich comprendió que tras su victoria Napoleón aumentaba la desproporción entre su base material y su base moral que minarían su poder, al tener constantemente que recurrir a la fuerza para sostenerlo. Es decir, comprendió que la fuerza aunque pueda conquistar el mundo, no puede legitimarse a sí misma. Es más, “la opinión pública –escribía Metternich en 1808-, es una de las armas más poderosas, que penetra como la religión a los rincones más escondidos donde las medidas administrativas pierden su influencia; el desprecio de los principios morales… [La opinión pública] requiere un culto propio”. Kissinger, H. Un mundo restaurado, p. 30. Y sería la Guerra en España la que confirmó las esperanzas políticas de Metternich cuando Napoleón se enfrentó, por primera vez, con un enemigo que no se rendía tras perder la primera batalla y que, no aumentando los recursos de Francia, constituía una fuga continuada de recursos humanos y materiales. Entonces  Metternich buscó la  alianza de Austro-hungría con Rusia para deshacer su alianza con Francia y dejar sólo a Napoleón, pero Rusia no hizo nada hasta que los Ejércitos napoleónicos pisaron su frontera. Como haría Stalin durante la II Guerra Mundial. Recordemos su pacto de no agresión con Hitler.

18 Kissinger, H. Un mundo restaurado, pp. 59

19 Kissinger, H. O.c., pp. 115

20 Kissinger, H. O.c., pp. 133

21 Kissinger, H. O.c., pp. 173

22 Kissinger, H. O.c., pp. 262

23 Kissinger, H. O.c., pp. 262

24 Kissinger, H. O.c., pp. 264

25 Kissinger, H. O.c., pp. 267


26 Ferguson, N. O.c., pp. 263

27 La ametralladora Maxim fue inventada por un norteamericano llamado Hiram Maxim –con un taller en Londres-. La Maxim Gun Company llegó a tener a Lord Rothschild en su mesa directiva.

28 Para más información le recomendaríamos, por ser la obra más reciente y completa que conocemos, Lottman, Herber. Los Rothschild. Tusquets, Barcelona, 2012.

29 Ferguson, N. El imperio británico,  pp. 276

30 Ferguson, N. O.c., pp. 282

31 Ferguson, N. O.c., pp. 291

32 Para profundizar más en este punto le recomendaríamos la brillantísima obra de Salvador, José Luis. El deporte en occidente. Cátedra, Madrid, 2004; así como si me lo permiten los artículos de Ruiz Durán, Francisco Javier. Historia del deporte: del mundo antiguo a la edad moderna. Contribuciones a las Ciencias Sociales. Málaga, Nº 27, Enero de 2015, y Ruiz Durán, Francisco Javier. La dimensión política del deporte en la edad moderna. Contribuciones a las Ciencias Sociales. Málaga. Nº 28, Julio de 2015.

33 Ferguson, N. El imperio británico, pp. 304

34 Hobson. J. A. Imperialism: A study, pp. 57.

35 Brailsford, Henry Noel. The war of Steel and Gold. Routledge, pp. 54.

36 En este punto le recomendaríamos, por ser las obras más completas que conocemos, a Landes, David. S. dinastías. Crítica, Barcelona, 2006, y Thoma, Franz. Los modernos  monarcas. Doce imperios del dinero. DOPESA. Barcelona, 1971.

37 Baden-Powell, Robert. Scouting for boys, pp 289.

38 Ferguson, N. El imperio británico, pp. 350

39 Ferguson, N. O.c., pp. 367

40 Keynes, John Maynard. The economic consequences of the peace, pp. 11.

41 Ferguson, N. El imperio británico, pp. 370

42 Ferguson, N. O.c., pp. 371

43 Ferguson, N. O.c., pp. 381


44 Ferguson, N. El imperio británico, pp. 34

45 Ferguson, N. O.c., pp. 35

46 Las tradiciones culturales de la India llegaron a suscitar la ira de los misioneros y de los modernizadores victorianos en casos como el infanticidio femenino, común en la India noroccidental; el thagi o culto a los sacerdotes asesinos que estrangulaban a las personas por los caminos; y el sati o acto de inmolación donde las viudas se quemaban vivas en las piras funerarias de sus esposos. Comenzó una larga campaña para erradicar el infanticidio femenino, desde 1836; se capturaron 3.266 thagis de los cuales 1.400 fueron sentenciados a la horca o a la deportación de por vida a las islas Andamán; y en lo referente al sati las autoridades británicas dejaron el laissez-faire habitual por la normativa de 1812 donde un funcionario debía certificar que la viuda fuese mayor de dieciséis años, no estuviera embarazada, no tuviera hijos menores de tres años y no estuviera drogada. Como es lógico a la <<secta Clapham>>, como era conocida, no le resultó suficiente y desarrolló una nueva campaña para prohibir el sati. Esta vez resultó que el nuevo Gobernador general William Bentinak resultó ser un liberal de inspiración evangélica que nada más llegar prohibió la tradición por ley. Además impulsó una nueva política educativa en la India para fomentar las ciencias y la religión occidental entre los indios para regenerarlos moral e intelectualmente.
Ferguson, N. El imperio británico, pp. 191.

47 Ferguson, N. O.c., pp. 195.

48 Ferguson, N. O.c., pp. 211

49 En América, se llamó cimarrón a los esclavos negros rebeldes, muchos de ellos fugitivos, que llevaban una vida de libertad en rincones apartados de las ciudades o en el campo denominados palenques o quilombos.

50 Ferguson, N. El imperio británico, pp. 244.


Recibido: 01/07/2017 Aceptado: 28/08/2017 Publicado: Agosto de 2017

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