Revista: CCCSS Contribuciones a las Ciencias Sociales
ISSN: 1988-7833


EL ANTIGUO RÉGIMEN Y LAS CUATRO GRANDES REVOLUCIONES

Autores e infomación del artículo

Francisco Javier Ruiz Durán*

Universidad de Extremadura, España.

pacobadajoz@hotmail.com

Resumen

En este artículo intentaremos demostrar como la Revolución francesa sobrevino en la época más próspera de la Monarquía, donde el mal Gobierno de Luis XVI puso los pilares de una revolución que estalló cuando llegó una crisis económica; como las ideas abstractas de los ilustrados instauraron una sociedad atomizada bajo el Terror y la dictadura; y como la Iglesia atrajo el odio de la nueva religión de la irreligión, por ser el último obstáculo para alcanzar el poder total sobre el Estado y las conciencias. Pero también señalaremos, como en las otras grandes revoluciones de la historia se repitió el mismo esquema revolucionario: sociedades económicamente progresivas con un mal Gobierno que cayeron en una crisis económica; y un Gobierno revolucionario moderado que es asaltado por los más extremistas que vencerán llevando al país a la guerra y la dictadura.

Palabras clave: Antiguo Régimen, Revolución inglesa, Revolución americana, Revolución francesa, Revolución rusa, Alexis de Tocqueville, Edmund Burke y despotismo democrático.

Abstract

In this article we will try to demonstrate as the French Revolution it struck in the most prosperous epoch of the Monarchy, where I Govern the evil of Luis XVI put the props of a revolution that exploded when an economic crisis came; as the abstract ideas of the illustrated ones restored a company atomized under the Terror and the dictatorship; and as the Church it attracted the hatred of the new religion of the irreligion, for being the last obstacle to reach the total power on the State and the consciences. But also we will indicate, since in other big revolutions of the history the same revolutionary scheme repeated itself: economically progressive companies with an evil Govern that they fell down in an economic crisis; and a revolutionary moderate Government that is assaulted for more extremist that they will win leading to the country to the war and the dictatorship.

Keywords: Old Regime, English Revolution, American Revolution, French Revolution, Russian Revolution, Alexis de Tocqueville, Edmund Burke and democratic despotism.

 


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Francisco Javier Ruiz Durán (2017): “El antiguo régimen y las cuatro grandes revoluciones”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (julio-septiembre 2017). En línea:
http://www.eumed.net/rev/cccss/2017/03/antiguo-regimen.html

http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1703antiguo-regimen


1. El Antiguo Régimen.
 
Tras la caída del Imperio romano casi se extinguió el orden público, dejando a Occidente, inmerso en la barbarie. Pero gradualmente, aquellos mismos pueblos que derribaron a Roma fueron, poco a poco, desarrollando leyes uniformes como primer paso para crear las naciones modernas. Esa legislación básica se difundió por Europa durante la Edad Media y dibujó un retrato común: el Señorío, la corte del señor, el feudo, la redención de servicios, los derechos feudales, el censo y las corporaciones. Este desarrollo, más o menos uniforme, permitió que en el siglo XIV Europa tuviese unas instituciones sociales, políticas, judiciales, económicas, administrativas y literarias, verdaderamente semejantes. Pero en el siglo XVIII aquel orden social entró gradualmente en un periodo de decadencia. Eso sí, la Revolución no estalló en los países donde el Antiguo Régimen estaba más firmemente anclado sobre el pueblo, sino donde el debilitamiento de la Aristocracia hizo que el yugo fuera menos pesado. Recordemos que en Francia el campesino podía comprar, vender, trabajar, ir y venir, a su antojo. La servidumbre que reinaba en Europa, allí, hacía tiempo había desaparecido. Así, emergió la Revolución francesa, como una Revolución política realizada como una Revolución religiosa, que buscaba borrar todas las antiguas fronteras, superando las nacionalidades particulares, para formar una patria intelectual común en la que todos los hombres puedan convertirse en ciudadanos. De esta forma, para Tocqueville, cuando se destruye la Nobleza, el pueblo se dirige hacia la centralización como forma de consolidar la Revolución democrática popular.1

Con esto bien presente debemos recordar que durante el Reinado de Luis XVI se trabajó para detener el crecimiento de París, pero cuando estalló la Revolución francesa ya se había desarrollado una París que había devorado gran parte de Francia. Los sesenta años anteriores a la Revolución convirtieron a París en el único centro de poder y de las artes, mientras que el número de fábricas de manufacturas y de altos hornos aumentó de tal forma que necesitó incrementar más del doble el número de obreros, alarmando al propio Gobierno. El Rey tuvo que prohibir la creación de nuevos establecimientos para evitar el peligro de semejante aglomeración. Se estaban preparando los pilares de la Revolución. El poder de París y la ingente muchedumbre uniforme del progreso industrial en el que vivía empujaban para constituir una legislación general y unos proyectos de reforma desde unos treinta años antes de la Revolución. Así, mientras la Aristocracia perdía su poder y su riqueza la burguesía ascendía diferenciándose sólo en relación a sus derechos. La burguesía ansiaba los puestos del funcionariado y utilizaba sus ganancias para comprar un puesto público. No tardaría la burguesía en superar a la Nobleza en el número de exentos del pago de ciertos impuestos. La ciudad y la burguesía comenzaron una  alianza contra los pueblos cercanos y los campesinos para el fomento de sus intereses particulares; las ciudades querían quitarle los derechos políticos al pueblo, haciendo recaer los impuestos sobre las clases mas bajas. La búsqueda del pequeño privilegio, las luchas por la preeminencia y la vanidad de las pequeñas corporaciones desarrollaron un individualismo colectivo contrario al sentido común y al interés público. “Cada cual se aferraba a su condición particular sólo porque otros se particularizaban por la condición; pero todos estaban dispuestos a confundirse en la misma masa, siempre y cuando todos fueran iguales y nadie rebasara el nivel común” 2.

Por otro lado, Inglaterra, a diferencia de Europa continental, mantuvo su libertad política, las franquicias locales, las relaciones amistosas entre las diferentes clases, no había desigualdades impositivas, eran los ricos quienes se hicieron cargo de las cargas públicas para que se les permitiera gobernar, los pobres estaban exentos de impuestos y desde el siglo XVIII en Inglaterra se aumentó la cohesión entre las clases con la abolición de los signos que distinguían a los plebeyos. Y todo ello, mientras que en Francia, a medida que aumentaban las dificultades financieras, se creaban nuevos empleos retribuidos mediante el privilegio a la exención de impuestos, llegando a producir un número elevadísimo de funciones inútiles. El mejor resumen de la situación lo realizó Turgot en un informe secreto al Rey: “La nación es una sociedad compuesta  de diferentes órdenes mal avenidos y de un pueblo cuyos miembros mantienen pocos lazos entre sí, por consiguiente nadie se preocupa sino de su interés particular. En ninguna parte hay un interés común visible. Los pueblos y las ciudades ya no mantienen más relaciones mutuas que con los distritos a que pertenecen. No pueden entenderse entre sí para la realización de obras públicas que le son necesarias. En guerra perpetua de pretensiones y de empresas, Vuestra Majestad se ve obligada a decidirlo todo por sí misma o por sus mandatarios. Se esperan vuestras órdenes especiales para contribuir al bien público y para respetar los derechos del prójimo, y en ocasiones para ejercer los propios”3 . Así, la situación social en Francia estableció una división tan profunda entre las clases, que sólo se volvieron a encontrar para desgarrarse entre sí. La división ciudadana y la centralización del poder prepararon la disolución de la libertad y la Revolución en Francia.4

El poder vendía y retiraba los cargos públicos según sus necesidades financieras instaurando un marco, poco definido de su propio poder, donde los derechos no estaban sólidamente reconocidos ni establecidos. En este contexto el clero pedía, con más insistencia que nadie, el derecho de la nación para reunirse, elaborar las leyes y votar libremente los impuestos para evitar los abusos al pueblo. También pedía la reunión anual libre de los Estados Generales para fijar la fiscalidad y el presupuesto, la inviolabilidad de los diputados, la responsabilidad de los ministros y la creación de asambleas de estados en todos los municipios y provincias. Por todo ello, el propio Tocqueville reconoce: “empecé el estudio de la antigua sociedad lleno de prejuicios en su contra; lo terminé lleno de respeto”5 . Tras su estudio indica que el Antiguo Régimen fue una época donde había más libertad de la que pensamos, aunque esa libertad irregular estaba limitada en el marco de las clases, pues permitía desafiar la arbitrariedad y moldear la igualdad en la época de la centralización. Pero esa libertad desordenada que permitió a los franceses alzarse contra el despotismo, fue la cortapisa para implantar en su lugar el imperio libre de las leyes; pues en el siglo XVIII el campesino francés gozaba de libertad civil y poseía parte del suelo, mientras la Aristocracia abandonaba el campo en masa. Con ellos sólo se quedó el cura que por su vinculación con el poder político y el mantenimiento de sus privilegios concentró los odios del pueblo.6

Por otra parte, el poder central les impuso una tasación arbitraria que alentó “un interés directo y permanente en espiar a sus vecinos y en denunciar ante el recaudador el aumento que pudieran experimentar sus riquezas; todos eran aleccionados para la envidia, la delación y el odio”7 . Así a pesar de que eran libres y propietarios, y tan iletrados como sus antepasados, su aislamiento social en los campos abandonados por las demás clases los condujo ante una sociedad con tantos privilegios abusivos, y cada vez más sentidos por el pueblo, que sirvió a los filósofos del siglo XVIII para generar la idea de una sociedad que velaba por la igualdad natural de las condiciones, mediante un plan nuevo que cada hombre trazará siguiendo únicamente su razón. Pero, partiendo de una realidad social tan alejada de sus deseos, y sin ninguna experiencia, no tuvieron en cuenta los peligros de la innovación abstracta, las ideas y sistemas generales, la argumentación por la pura razón o el desprecio de la sabiduría antigua ante la teoría pura. Así, y en la misma línea de Burke, Tocqueville afirmó que en vez de “cambiar gradualmente el espíritu por la práctica, sin destruir sus antiguas instituciones, tal vez no habrían imaginado con tanto agrado otras nuevas…. Parecía que hubiera que soportarlo o destruirlo todo en la organización del país”8 . Sólo dejaron en pie la libertad de filosofar sobre la sociedad, los gobiernos y los derechos humanos; y la pasión por una política literaria donde los escritores tomaron las riendas de la opinión pública ocupando la autoridad que la Nobleza había perdido. Es más, la propia Aristocracia apoyó este desplazamiento olvidando que cuando se admiten las teorías generales sobreviene, inevitablemente, la transformación por la pasión política. Su ceguera ante lo que se les avecinaba y su propia colaboración con las doctrinas opuestas a sus derechos y a su propia existencia vital asombran profundamente a Tocqueville. Tanto es así, que afirma: “como señala Burke con razón, un momento antes de perecer en el desbordamiento de la democracia, el infortunado Luis XVI seguía viendo en la aristocracia al rival más importante del poder real;… En cambio, la burguesía y el pueblo le parecían, como a sus antepasados, el pilar más firme del trono” 9. Tocqueville también incide en otro punto primordial cuando dice que en la generación de sus padres no estaba el germen de la Revolución violenta que sobrevino en su época. Que aquella sociedad al borde del activismo no reseñaba el peligro que comenzaría con la abolición de todas las leyes y los usos del país para encaminarse a la Revolución más vasta y peligrosa, que jamás se había producido en el mundo. Sus víctimas creyeron  que una transformación total y repentina de una sociedad no tendría repercusiones gracias a la razón y a la virtud.

Así, mientras que en Inglaterra los que gobernaban y los que escribían sobre el Gobierno estaban mezclados; en Francia la esfera política estaba dividida en dos partes, la que administraba y la que establecía los principios abstractos, confusos e irregulares, que derivaban en una sociedad imaginaria que se establecería racionalmente: por encima de la sociedad real se proclamaban las leyes generales, para guiar las inteligencias, sin pensar en los medios para aplicarla. En este contexto, la Revolución ensalzó a los intelectuales, al rango de directores, para implementar la razón en el lugar de la religión y las viejas instituciones. Así, mientras que la Iglesia apoyaba la tradición, reconocía una autoridad superior a la razón y se basaba en una jerarquía; el Gobierno civil de los escritores pretendía eliminar las viejas instituciones basadas en el respeto, apelar solamente a la razón individual y a eliminar los rangos y distinciones. Las posiciones diametralmente opuestas, entre la Iglesia y los intelectuales, y el ardor de la nueva religión ilustrada generaron, que el fanatismo y el espíritu de la propaganda se lanzasen a la destrucción de la Iglesia, para eliminar el obstáculo principal en su camino de dirigir el pensamiento y desestabilizar la estabilidad del Estado y la seguridad de los individuos. Por ello, a medida que los partidarios de la razón alzaban la voz, el silencio aumentó no sólo en materia de religión. Los nuevos ciudadanos de la Razón no dudaban de la perfectibilidad humana ni de su papel en la transformación de la sociedad; pero la nueva religión de la irreligión, según Tocqueville, desquició al espíritu humano que perdió su guía y condujo a la audacia hasta la locura al no conocer límites.10 La Revolución francesa prefirió el camino de la Razón abstracta antes que el de las libertades, que fueron las primeras en desaparecer. Voltaire perseguía la filosofía escéptica descartando las leyes políticas, que había conocido durante los tres años que vivió en Inglaterra. No comprendió que una no puede sobrevivir sin la otra. “El temperamento revolucionario y democrático… no sólo odian ciertos privilegios, sino que la misma diversidad también les resulta odiosa: adorarían la igualdad hasta en la servidumbre. Lo que se interpone a sus designios no merece sino ser suprimido. Los contratos les inspiran poco respeto; los derechos privados, ninguna consideración, o, mejor dicho, para ellos ya no existen realmente los derechos privados, sino sólo la utilidad pública”11 . Incluso los economistas desprecian los principios antiguos, por considerarlos falsos y perjudiciales, para elaborar la simetría en sus nuevos planes económicos. En este ambiente, las asambleas deliberantes de los poderes locales, desechan las libertades políticas y los contrapesos, por considerarlos funestos para el buen gobierno, como afirmó Quesnay.

Por todo ello, la Revolución llegó a la conclusión de que la mejor reforma contra el despotismo era la educación pública general12 impartida por el Estado para formar el espíritu de los ciudadanos.13 El Estado que los economistas deseaban para la Revolución era aquel que transformaba a los hombres. O como apuntó Bodeau <<el Estado hace de los hombres lo que quiere>>. Es decir, la Revolución y sus intelectuales buscaban un poder total, impersonal, sin tradición, sin Dios, sin jerarquías y sin clases, que supeditase el derecho individual a la voluntad general. Era la instauración del despotismo democrático, del pueblo regido en la igualdad bajo un Gobierno de la razón. Así se conformó la teoría del Gobierno omnipresente que aspiraba a cambiar la sociedad, a poseer derechos ilimitados, a imponer la uniformidad y la igualdad en todas las cosas, a diluir la personalidad del hombre en el cuerpo social, a instaurar la tiranía de la reglamentación o a implementar la regularidad mecánica en todos los movimientos del hombre -contenida en el Código de la naturaleza de Morelly- que, según Tocqueville, supone “el origen de las teorías destructivas a las que en nuestros días se designan con el nombre de socialismo”14 . La obra del economista Morrelly apareció en 1775 para fomentar desde su escuela la centralización, la igualdad, la libertad y el socialismo. Es decir, la instauración de una sociedad donde se consideraría “detestable” la propiedad, se encarcelaría a quien la intentase restablecer, se concentrarían todos los productos en almacenes públicos, las ciudades se construirían por un mismo modelo y los niños de cinco años serían separados de sus familias para ser educados en común por el Estado. Era la concentración por el deseo a las reformas más que por los derechos y la libertad política. Pero llegados a la realidad, tras la Revolución, los economistas ante el empuje de las provincias desarrollaron un sistema central con algunas instituciones libres. Tuvieron que aparcar sus deseos y combinar la centralización administrativa ilimitada con un cuerpo legislativo preponderante. Es decir, combinaron la administración de la burocracia con el Gobierno de los electores. Así, al volver a iniciar el retorno a la libertad política el pueblo francés comprendió lo que Tocqueville resumió, cuando dijo, <<quien busca en la libertad otra cosa que no sea ella misma está hecho para servir>>. Para él, la libertad es un bien precioso que sólo comprende a quien Dios ha preparado para recibirla y por ello creía que no se debía utilizar la fuerza para instaurarla en las <<almas mediocres>>.

Recordemos que la Revolución francesa sobrevino en la época más próspera de la Monarquía, el Reinado de Luis XVI. Época donde hubo una verdadera preocupación por los pobres, era frecuente la condonación de los impuestos, había numerosos socorros, se desarrolló con rapidez un periodo de prosperidad pública, se aumentó la población, se desarrolló la industria… La nación entera comenzaba a desarrollarse bajo un Gobierno fuerte, mientras, los ciudadanos exacerbados por el descontento caminaban hacia la Revolución. Sólo un gran genio puede salvar a un Príncipe que se propone aliviar el agobio de sus súbditos tras una larga opresión. El mal que se sufría con paciencia, como algo inevitable, se antoja insoportable en cuanto se concibe la idea de sustraerse a él. Los abusos que se van eliminando parecen descubrir mejor los que quedan y hacen el sentimiento más insufrible; el mal ha disminuido, es cierto, pero la sensibilidad está más viva. El feudalismo en su pleno apogeo no había inspirado a los franceses tanto odio como en el momento en que iba a desaparecer. Durante el Reinado de Luis XVI Francia abandonó la decadencia por un progreso que parecía ilimitado, despertando en la gente el deseo de los bienes, de las cosas nuevas y de un mayor bienestar. En este contexto el Estado se desarrolló como el mayor contratista y consumidor de productos industriales del Reino. Y de ahí, los abusos y los vicios de la administración comenzaron a ser sentidos con mayor claridad cuando violaban la ley de los contratos al estar, como nunca antes, tan ligadas las fortunas particulares con la del Estado. El descontento, el deseo de riqueza y la necesidad de bienestar de industriales, de los comerciantes o rentistas, que solían ser la clase más contraria a los cambios políticos, se convirtieron en los más impacientes con las reformas financieras, sin importarles el todo. En ese periodo, el Rey trató de eliminar las trabas que las corporaciones industriales imponían a los obreros, porque violaba el derecho natural por egoísmo, para restablecerlas unos meses después. Posteriormente, el Rey intentó igualar todas las cargas para que las personas adineradas contribuyesen de forma más equitativa. Mientras tanto, el pueblo se distanciaba del Parlamento y de la clase adinerada.

Además, en el siglo XVI, la mayor parte de la clase alta francesa aceptó el cambio de religión por un cálculo económico mientras el pueblo lo hizo sólo por convicción. Pero en el siglo XVII fue el desinterés y las simpatías, las que desplazaron a las clases ilustradas hacia un regusto de amargor, por sus agravios sociales encendiendo su avidez y su cólera. Así el propio Rey, con su desprecio por las instituciones más antiguas y arraigadas, mostró al pueblo el camino de la Revolución, desmanteló el Parlamento; el camino de que todo era posible al no existir nada respetable. Es decir, el Reinado de Luis XVI fue un periodo de reformas institucionales que suprimía y volvía a restaurar las instituciones y sus legislaciones desarraigándolas de un pueblo que no tardaría en abatirlas definitivamente. Ese fue el producto final de las reformas que ejemplificaron el Rey y sus ministros. “Pues no hay ejemplo más peligroso que el de la violencia ejercida para el bien y por hombres de bien” 15. Un claro ejemplo fue el edicto real por el cual se comunicaba, que todas las tierras pertenecían al Estado por que originalmente, sólo habían sido cedidas a sus actuales poseedores. El derecho de propiedad se convirtió en algo imperfecto y discutible. Así el despotismo real sembró, según Tocqueville, la idea madre del socialismo moderno. El desprecio por la propiedad privada se conjugó con el interés por las obras públicas, como las carreteras, para las cuales el Gobierno se apropiaba arbitrariamente de las tierras que necesitaban sin tener en cuenta los derechos del individuo frente al interés público. Es más, el propio Rey permitió que las instituciones donadas privadamente para caridad fueran suprimidas, así como sus bienes, según el edicto de 1780, vendidos para fines totalmente opuestos para los que habían  sido legados. “Así era como un gobierno bondadoso y bien establecido enseñaba día tras día al pueblo el código de instrucción criminal más apropiado en tiempos de revolución y más cómodo para la tiranía… el Antiguo Régimen impartió a las clases bajas esta peligrosa educación”16 . Por lo que, Tocqueville afirma que el Antiguo Régimen fue quién le enseñó las formas a la Revolución; y que esta sólo aportó la atrocidad. El Gobierno inició una Revolución administrativa suprimiendo, y restableciendo parcialmente los gremios, alterando las relaciones entre patronos y obreros; la Policía estaba desmantelada; la tutela estatal no estaba implantada; y se trastocó la Justicia por edicto real. Todo ello provocó un malestar social en la clase más baja a un año de estallar la Revolución política. Se renovó de un solo golpe la normativa administrativa de toda la nación. Jamás en la historia había ocurrido una reforma tan completa.17

En Inglaterra, como contrapunto, su Revolución que abolió la realeza y cambió toda la organización política, apenas tocó las leyes secundarias, los usos, las costumbres, la Justicia y la administración. De hecho, durante la Guerra civil, los doce jueces de Inglaterra continuaron con su labor, así como el pueblo siguió su vida mientras se luchaba por la dirección. Sin embargo, las Reformas reales de la administración pública en Francia, habían conmocionado todos los hábitos del pueblo a la vez; haciéndose sentir diariamente sobre cada ciudadano y dejándolo sin saber como conducirse diariamente ni a quien dirigirse. La Nobleza perdió sus derechos políticos mientras aumentó sus inmunidades económicas, así comenzó a verse por el pueblo, como una casta aislada de la clase media y del pueblo. Además, el Gobierno del Rey con la abolición de las libertades provinciales tomó a su cargo los asuntos públicos elevando el poder de París18 . Con este argumento, Tocqueville se explica como el Golpe de París pudo destruir la Monarquía y encaminarse al Terror revolucionario para instaurar un nuevo y abstracto orden ideado por los escritores.19 “El contraste entre la benignidad de las teorías y la violencia de los actos, que fue una de las características más extrañas de la Revolución francesa, no sorprenderá a nadie si tenemos en cuenta que ésta fue preparada por las clases más civilizadas de la nación y ejecutada por las más incultas y rudas. No existiendo entre los hombres de las primeras ningún nexo preestablecido, ningún hábito de entendimiento ni ninguna influencia sobre el pueblo, éste se constituyó casi de inmediato en el poder dirigente desde el momento en que fueron destruidos los antiguos poderes”20 . Por todo ello Tocqueville termina diciendo, como lo haría Burke, que “el espíritu de los nuevos tiempos pudo penetrar apaciblemente en esa antigua institución y modificarlo todo sin destruir nada. Lo mismo pudo haber ocurrido en toda Francia. Una parte de la perseverancia y del esfuerzo que los príncipes dedicaron a abolir o deformar los estados provinciales habría bastado para perfeccionarlos de este modo y adaptarlos sin excepción a las necesidades de la civilización moderna, si estos príncipes hubieran querido otra cosa que no fuera constituirse en amos y seguirlo siendo”21 .

2. La Ilustración francesa.

El humanismo, el racionalismo y el protestantismo, fueron las tres fuerzas que corroyeron las normas medievales al poner en tela de juicio la autoridad de las costumbres y la filosofía escolástica; ello nos derivó a la Ilustración francesa, cuya cosmología afirmaba la creencia de que todos los hombres pueden alcanzar la perfección en este mundo; como dijo Saint Just <<la felicidad es una idea nueva en Europa>>. Esta  idea de perfectibilidad humana es algo inédito, que no encontramos ni en el paganismo ni en el cristianismo, y que se instaurará en la tierra gracias a la Razón. El nuevo evangelio de la felicidad y la perfección de los hombres, prendió en la Francia de los Voltaire y Montesquieu. Sin olvidar, que la Ilustración francesa de la razón tuvo una variante que se rebeló contra el racionalismo -romanticismo- pues buscaba guiarse por el sentimiento.

Rousseau, en su Discurso sobre el origen de la desigualdad, intentó describir el mal para todos los fieles de la nueva religión de la razón: “El primer hombre que osó tomar de la propiedad común un trozo de tierra, vallarlo y exclamar “¡Esto es mío!” es el villano responsable de que muriese el estado de la naturaleza”22 . Es decir, el mal era una creencia histórica incrustada en el ambiente social a través de  las costumbres, las instituciones y las leyes. El hombre es bueno por naturaleza; la sociedad lo hace malo. Por ello los ilustrados franceses querían reformar la sociedad. Eso sí, esa reforma produjo una escisión en las filas de los ilustrados franceses: una creía que el hombre común o del campo podía vivir siguiendo su sabiduría innata sin Gobierno alguno, anarquistas; otra que los hombres eran autoritarios y por ello debían ser gobernados por un número reducido de hombres sabios y dotados de autoridad, despotismo ilustrado o leninismo. En esta línea, Bentham desarrolló la fórmula de su utilitarismo –para asegurar la mayor felicidad del mayor número- dentro del esquema del medio ambiente bueno, mediante unas reformas de ingeniería social que había diseñado él mismo. Pero cuando comprobó que sus reformas no eran aceptadas por los Lores y comerciantes, la élite, se centró en buscar el apoyo del pueblo; sólo entonces, comenzó a hablar de sufragio universal y democracia, a las masas que deseaba dirigir. Además, para todos  los partidarios de la élite y la coacción, la única autoridad mala sería la vieja autoridad de la Iglesia; pues si la dirección era ilustrada, hasta las cuestiones económicas podían dejarse libremente en manos de empresarios e industriales. Esta idea de organización, eficiencia y nacionalización, fue desarrollada en la fábrica textil –New Lanark- del socialista utópico Robert Owen. Pero Bentham, dio un paso más al afirmar, que la simple libertad no podía aumentar la felicidad y por ello debíamos crear una nueva sociedad a base de campañas desde arriba, como ocurrió con el New Deal –el mejor ejemplo de las ideas de Bentham-. En este contexto, El contrato social de Rousseau tenderá hacia un colectivismo autoritario –Voluntad general- que terminará siendo uno de los antecedentes intelectuales del Totalitarismo moderno. Este es, el gran peligro, de seguir la senda del pensamiento abstracto.23

La Revolución francesa, tuvo en los clubs jacobinos la encarnación de la nueva fe, caricaturizando las prácticas religiosas cristianas: himnos, procesiones, catecismos, ágapes e incluso un signo de la cruz republicano. La Ilustración francesa prometió traer el paraíso a la tierra mediante un proceso que significaría para el individuo una liberación natural de sus fuerzas y apetitos, de la disciplina y la abnegación tradicional. El cielo terrenal no sería un valle de lágrimas  como tampoco una promesa de sangre, trabajo, sudor y lagrimas. Así muchos intelectuales cuando se produjo la Revolución francesa llegaron a afirmar, que se había acabado la historia: el sufrimiento se terminaría alcanzando la meta de la Revolución, ya no habría ni cambios ni lucha. Ahora comenzaba el periodo de experimentación de las ideas ilustradas para abolir el viejo y nocivo medio ambiente y comenzar uno nuevo que desembocaría en el reinado del Terror, en Napoleón y en una guerra internacional.24 La ilustración trajo un nuevo concepto de felicidad, basado en un optimismo sobre la naturaleza humana, que intentó desplazar la concepción cristiana del hombre y de la sociedad, para instaurar el hedonismo, concibiendo la libertad como el vehículo para extender la razón, la crítica y la felicidad. Pero deseaban una libertad intelectual; pues la libertad política la querían limitada, para guiarse por la eficacia del Estado reformista autoritario, que idealizaba el despotismo ilustrado. No deseaban la extensión de la libertad al populacho, pues no creían posible su ilustración. “Para Voltaire el pueblo era algo intermedio entre el hombre y la bestia”25 . Recuerde que la Ilustración fue un movimiento elitista y cosmopolita desarrollado en los salones aristocráticos. En este sentido la Revolución francesa, modelo de la revolución burguesa, logró la unidad nacional a través de la destrucción del Antiguo Régimen. Así, la revuelta de la Aristocracia fue una etapa intermedia, que obligó a unas reformas al Antiguo Régimen que a la postre, sería el prólogo de la Revolución burguesa que abrió el camino al pueblo llano. Esto explica como en la Revolución se aunaron aristócratas, burgueses, girondinos vinculados al comercio colonial y un Tercer Estado que constituía el 96 por ciento de Francia.26 Desde el principio había un amplio sector de pequeña y mediana burguesía formada por vendedores, artesanos y productores independientes. Y ahí residía la diferencia entre los jacobinos y los san culottes, entre la pequeña o mediana burguesía de las clases populares. Por tanto, podemos afirmar que el Tercer Estado era un conglomerado de categorías sociales, no muy definidas, que se subordinaría a la burguesía en la Revolución contra la Aristocracia.

           

Otro grupo importante en la Revolución francesa lo formaron los campesinos, la gran mayoría hacía tiempo que eran hombres libres, que vivían bajo las relaciones de producción feudales y del diezmo eclesiástico a pesar de poseer las tierras. Alexis de Tocqueville señala, que esta situación comenzó a causar resentimiento cuando se inició la eliminación de algunas instituciones medievales, mientras aparecían las grandes explotaciones de los terratenientes nacidos a finales del Antiguo Régimen. De todo ello podemos ver como la antigua comunidad rural se escindió entre los campesinos libres con tierras, gravados por la Aristocracia, que deseaban liberarse y el campesino pobre que necesitaba de los derechos colectivos, para sobrevivir, en contra de la libertad de explotación. Así la reivindicación de un derecho limitado de la propiedad, contra la concentración de empresas o explotaciones, era apoyada por los artesanos y campesinos que deseaban liberarse del Antiguo Régimen para disponer de su trabajo, soñando con una sociedad de pequeños productores independientes. Todas estas aspiraciones confluyeron en la Revolución antifeudal y burguesa de 1789 a 1793 desarrollando “la lucha de la burguesía contra la aristocracia, marcada por el papel creciente de las capas medias y de las masas populares, y no un cambio de la naturaleza de las luchas sociales”27 que para Tocqueville se larvó durante diez generaciones antes de su explosión, aparentemente, repentina en la grave crisis económica de 1789 derivada de la Guerra de América que sumió al pueblo en la miseria y el hambre. En este contexto el 5 de julio de 1788 Loménie de Brienne prometió reunir, para el 1º de mayo de 1789, a los Estados Generales. “La Burguesía, elemento director del tercer estado, tomó el relevo en ese momento. Sus objetivos eran revolucionarios: destruir el privilegio aristocrático, establecer la igualdad civil en una sociedad sin órdenes ni cuerpos. Pero pretendía ceñirse a un estricto legalismo. Pronto se vio empujada hacia la acción revolucionaria por las  masas populares, auténtico motor, cuyas reivindicaciones propias y, la crisis económica, al persistir hasta mediados de 1790, contribuyeron todavía mucho tiempo a tener en vilo”28 . La convocatoria de los Estados Generales, dio esperanzas a la élite burguesa –que buscaba una sociedad sin privilegios aunque legalista-, pero también a las masas populares del heterogéneo Tercer Estado que desencadenó el Terror revolucionario de Robespierre, que soñaba con la <<aurora de la

felicidad universal>> como el mismo pedía en su informe sobre principios de moral política que deben guiar a la Convención fechada el 5 de febrero de 1794.

Tras la Revolución, los clubs se revelaron como la forma más eficaz para la movilización de las masas. Su mejor prototipo fue el Club de los Jacobinos de París. Los jacobinos, mediante la correspondencia y la afiliación, fueron ampliando su red de sociedades para orientar y canalizar la energía revolucionaria de las masas. “Por ese doble procedimiento los jacobinos cubren o encierran en sus redes al cuerpo político, coordinando la acción del conjunto de clubs que forman como el armazón de un partido.29 El club central vota mociones, lanza peticiones, imprime octavillas y carteles; las sociedades afiliadas en seguida influyen en las consignas. El club controla las administraciones, hace comparecer ante él a los funcionarios, denuncia a los contrarrevolucionarios, protege a los patriotas… el club de los jacobinos es a la vez el gran inquisidor… El club es la fuerza viva del movimiento revolucionario”30. Así, en las iglesias se mutilaron los emblemas religiosos, en las entradas se escribía Libertad, igualdad y fraternidad o la muerte, se utilizaban en muchas ocasiones como asambleas municipales después de haber reemplazado en las hornacinas a los Santos por bustos de Bruto o Rousseau y convertido el altar en la mesa de los Derechos del Hombre. Y en las barajas patrióticas se reemplazaron los reyes, reinas y sotas por genios, igualdades y libertades. Sin olvidar, que otra fuerza de la Revolución fue la prensa, mediante su lectura pública, a modo de propaganda de las diversas tendencias revolucionarias. En este contexto, el nuevo orden reorientó el caudal revolucionario del pueblo, bajo el mandato de unanimidad nacional, con la Guardia Nacional, las federaciones, los comités, los clubs, las secciones o los distritos para conformar la sociedad, tanto como, la supresión de los monopolios, las corporaciones, los gremios, los privilegios en las manufacturas, las aduanas y los peajes; y la generalización de la libertad de producción junto a la libertad de comercio interior, fue generando la unificación del mercado nacional. Por otro lado la Iglesia se nacionalizó consumando el cisma mientras se configuraba la Constitución civil que aspiraba a la razón universal y la felicidad de todos. Dicha Constitución, sobre el papel, superaba el carácter empírico de las libertades inglesas proclamadas en el siglo XVII y al universalismo del derecho natural proclamado en las colonias americanas. La Declaración francesa era “una fe optimista en la omnipotencia de la razón, muy de acuerdo con el espíritu del Siglo de las Luces, pero que no pudo resistir a la presión de los intereses de clases” 31. La razón es sencilla: “arrancar del corazón de los infelices la consoladora creencia en un Ser providente y remunerador, era entregarlos sin guía y sin freno a las pasiones que degradan al hombre y le convierten en un vil esclavo; era un crimen”32 .33 Los jacobinos querían implantar <<la nueva religión de la libertad, la igualdad, la república y la patria>>. Se disponían a extender la libertad por el mundo desde una República francesa afianzada por un Terror saludable y santo. Recuerde que El Tribunal revolucionario emanó del Comité de Salvación Pública.34

Poco a poco, pasando por el Terror, la dictadura de Napoleón y las Tres Gloriosas, la Aristocracia aceptó el compromiso con la alta burguesía. Los representantes de la alta burguesía, girondinos, perseveraron en evitar la contrarrevolución y en extender la guerra en el continente.35 Pero con la crisis nacional en 1792 la Gironda no tuvo más remedio que volver a aliarse con unas masas populares que con sus armas, sus gorros rojos y sus huelgas asustaron a la Gironda y provocó la <<segunda revolución>> que permitió la entrada masiva del pueblo a las asambleas de sección marcando la llegada de la democracia popular. Habían llegado los sans-culottes. Los sans-culottes limitaron el poder de la Gironda y de la alta burguesía, mediante reglamentaciones, requisas y tasaciones.36 Recordemos que la Gironda defendía el derecho de propiedad y la libertad económica contra las limitaciones de los sans-culottes; y favorecían el deseo de la jerarquización social frente a la nivelalización social que buscaban los san-culottes, los jacobinos y los montañeros (pequeños burgueses) unidos por las necesidades de la guerra, su idea nacional y el deseo de arrebatar el poder a la alta burguesía. Una vez eliminada la Gironda, la Convención recurrió al Terror, para contener la presión popular y exterminar a la oposición extremista, mientras relajó las normas contra la Iglesia para estabilizar el Gobierno revolucionario y la dictadura jacobina sostenida por la sans-culottes. Los sans-culottes aspiraban a que la soberanía residiese en el pueblo, que el pueblo ejerciese sus derechos, que se reuniese en las asambleas de sección, que luchasen por el Gobierno directo y que estuviesen armados. Así, mientras tuvieron el poder floreció la autoridad municipal, los comités revolucionarios, la Comuna,37 el Gobierno y la administración revolucionaria configurada por sus nombramientos. En esta línea los informes de Saint-Just y Robespierre desarrollaron la Teoría del Gobierno revolucionario de 1793, la democracia popular, que se concretó con afirmaciones como: “El gobierno revolucionario es un gobierno de guerra: <<La revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos>>. Su objetivo es el de cimentar la república: después de la victoria se volverá al gobierno constitucional, <<régimen de libertad victoriosa y pacífica>>. Porque hace la guerra, <<el gobierno revolucionario necesita una actividad extraordinaria>>, debe <<actuar como un rayo>>; no se puede <<someter al mismo régimen a la paz y a la guerra, a la salud y a la enfermedad>>. El gobierno, por lo tanto, tiene en sus manos la fuerza coactiva, es decir, el Terror… El gobierno revolucionario sólo debe <<a los enemigos del pueblo la muerte>>. Pero el Terror está únicamente al servicio de la república: la virtud, <<principio fundamental del gobierno democrático o popular>>, constituye la garantía de que el gobierno revolucionario no se orientará hacia el despotismo. La virtud, <<es decir -según Robespierre-, el amor a la patria y por sus leyes>>, <<la entrega magnánima que funde todos los intereses particulares en el interés general>>. El Terror constituye un medio de defensa nacional y de la Revolución, frente al complot aristocrático siempre renaciente… el Terror suprimió de la nación unos elementos juzgados como socialmente inadmisible, por ser aristócratas o por haber unido su destino a la aristocracia. En otro sentido, contribuyó a desarrollar el sentimiento de la solidaridad nacional: acalló por un momento los egoísmos de clase e impuso a todos los sacrificios necesarios para la salvación pública”38 . Recuerde que el Terror se origina para intentar obtener la unanimidad donde no existe. 

La economía dirigida impuesta por la Revolución fue contraria a la libertad de empresa con la requisa, la tasación oficial y la nacionalización del grano, del comercio exterior y del armamento. Eran las bases de una democracia social para integrar a la masa popular en la nación burguesa y conformar una nación de pequeños propietarios como deseaban los jacobinos y los montañeses, mediante el acceso a la propiedad, la abolición de los derechos señoriales, la venta de los bienes de los emigrados o la partición de los bienes comunales. Estos hechos seguían la lógica de Saint-Just por la cual el enemigo del país no podía tener propiedades en él; es decir, para la Revolución la confiscación fue un método de lucha para la consolidación social mediante el acceso a la propiedad. Eso sí, la reforma agraria y la división de las grandes propiedades no se llevaron a cabo, como reivindicaban los sans-culottes, por que los robespieristas, partidarios de la libertad económica, y los montañeses se opusieron. Sí, avanzaron en el derecho a la asistencia, sólo para los habitantes del campo, que prefiguraron las pensiones para impedidos y ancianos y los subsidios para las viudas y madres con hijos. Pero las reglamentaciones, las tasaciones y la dirección de la economía alentada por los sans-culottes apenas abastecía la población de París, mientras que los jacobinos intentaban acabar con el descontento social y la oposición interna, que se sublevó en la insurrección fallida de los cordeleros el 4 de marzo de 1794. Así, el Gobierno revolucionario jacobino comenzó una dictadura que intentó superar la crisis nacional subyugando a los sans-culottes y a los montañeses que se volverían contra los propios jacobinos. Su Terror trajo la caída de Robespierre, la caída del Gobierno revolucionario, el final del Terror, la disolución del Club de los Jacobinos, el hundimiento del papel moneda, la subida de precios, la escasez, la vuelta a la economía dirigida de los sans-culottes y la reaparición del Terror blanco que acabó con la Revolución.

“La Revolución Francesa fue básicamente una lucha del conjunto del tercer estado contra la aristocracia europea. En esta lucha la burguesía llevaba la voz cantante. En lo esencial, odio a la aristocracia y voluntad de victoria, los sans-culottes estaban de acuerdo con la burguesía revolucionaria… ahogando su legítimo rencor, los más conscientes todavía ayudaron a la burguesía termidoriana a aplastar la contrarrevolución. No obstante, rápidamente se manifestó  el enfrentamiento entre el  movimiento popular y la dictadura jacobina de salvación pública, lo que minó el sistema del año II” 39. En esta situación, bien es cierto, que la guerra trajo un Gobierno autoritario que los sans-culottes apoyaron. “Pero la guerra y sus necesidades entraron rápidamente en contradicción con la democracia que montañeros y sans-culottes invocaban por igual pero en sentidos distintos. Los sans-culottes habían reclamado un gobierno fuerte que aplastara a la aristocracia: no se habían dado cuenta de que, en su voluntad de vencer, ese gobierno los obligaría a obedecer. Sobre todo la democracia, tal y como ellos la practicaban, tendía espontáneamente hacia el gobierno directo. Control de los elegidos, derecho para el pueblo de revocar su mandato, voto en voz alta o por aclamación: este compromiso político se oponía irremediablemente a la idea de una democracia liberal y representativa defendida por la burguesía montañesa”40 .

Por otro lado, el Gobierno revolucionario de Robespierre, partidario de la economía liberal, aceptó la economía dirigida, la requisa y la tasación de los sans-culottes sólo para mantener la guerra. La Revolución francesa era un antagonismo entre la dictadura jacobina y el movimiento de los sans-culottes, tan heterogéneo, que no formó ninguna conciencia de clase. Este antagonismo llevó a la Revolución a desangrarse durante cinco años en luchas revolucionarias, que terminó agotando y desorganizando el movimiento a favor de un  proceso gradual de burocratización del espíritu popular, que reforzó el poder del Gobierno revolucionario. Anatole France resumió así el periodo revolucionario como: “Cinco  años de alborotos entusiastas, de júbilos inauditos, de atropellos y degollinas, de discursos, de Marsellesa, de repiqueteos de campanas, de aristócratas ahorcados en las farolas, de cabezas llevadas en la punta de un palo, de mujeres subidas en los cañones, de árboles de la libertad con gorro frigio, de muchachitas y viejos revestidos con túnicas blancas en carros de flores, de encarcelamientos, de guillotina, de raciones, de pasquines, de escarapelas, de penachos, de sables, de carmañolas… ¿Quién asegura que no preparáis la misma suerte a vuestros nuevos elegidos?. No se sabe”41 .42 De esta forma, apagado el ardor revolucionario y arrinconada la Aristocracia, la época burguesa comenzó asegurando la propiedad como la base del orden social. “La Convención debe evitar <<con coraje los principios ilusorios de una democracia absoluta y de una igualdad sin límites que son indiscutiblemente los escollos más temibles para la verdadera libertad. La igualdad civil, en efecto, he aquí todo lo que puede exigir el hombre razonable. La igualdad absoluta es una quimera” 43. La burguesía seguía la senda de la Gironda cuando veía la igualdad de los hombres en sus derechos, en pedir el Gobierno de los mejores y en reiterar que sólo el hombre con propiedades puede interesarse en la tranquilidad, la libertad y el bienestar del país. Es más, “<<si dais a unos hombres sin propiedades los derechos políticos sin reserva alguna, excitaran o dejarán excitar agitaciones sin temer sus efectos; establecerán o dejarán establecer tasas funestas para el comercio y la agricultura, porque no habrán sentido, ni tenido ni previsto sus deplorables resultados, y acabarán por precipitarnos en esas convulsiones violentas de las que apenas acabamos de salir… un país gobernado por los propietarios está dentro del orden social; un país en el que gobiernan los no propietarios está en estado salvaje>>”44 . Pero la estabilización  burguesa de la Revolución, sobre la base de la propiedad, debía asumir los problemas heredados de la guerra, la crisis económica y fiscal, la inflación, la miseria… mientras los jacobinos se reagrupaban en el club del Panteón y la oposición revolucionaria  se comenzaba a agrupar bajo el comunismo milenario de Babeuf. Un comunismo que pedía la destrucción de la propiedad para alcanzar la <<igualdad de los disfrutes>> como pidió en el Manifiesto de los plebeyos.Babeuf ahondó el camino revolucionario, de los sans-culottes y los jacobinos, desarrollando la primera ideología de la propia Revolución que entró en la historia política con la Conjura de los Iguales. La nueva ideología preparó el camino de la noción de dictadura revolucionaria de Marat según la cual, la insurrección para instaurar la dictadura debía ser llevada por una minoría revolucionaria. De Marat, pasando de Buonarroti a Blanqui, la concepción de una élite revolucionaria llegó a Lenin para instaurar la dictadura del proletariado 45.

Llegados a este punto, si pensamos que, el intelectual es un hombre del mundo de la cultura que participa en política desde el ámbito de la ideología para defender una serie de valores socialistas; estaremos en la línea del profesor Mathiez que en El bolchevismo y el jacobinismo, de 1920,  afirmó:“<< Jacobinismo y bolchevismo son, con igual título, dos dictaduras de clase, que operan con los mismos medios: el terror, la requisa y los impuestos, y se proponen un fin semejante, la transformación de la sociedad, y no sólo de la sociedad rusa o de la sociedad francesa, sino de la sociedad universal>>”46 . Así, entienden que la acción política es la realización de una verdad, descubierta intelectualmente, de forma rígidamente voluntarista; de ella nace el desprecio por el pueblo que no identifica sus intereses, el rechazo de lo concreto a favor de la abstracción y la sobrevaloración de la ideología como instrumento para transformar la realidad. Desean un mundo nuevo con hombres autónomos y libres del despotismo. Para tal fin los jacobinos querían transformar a los hombres en ciudadanos, imponiendo la igualdad para fortalecer la voluntad general frente al interés público, mediante un proceso de exclusión del contrario que culminó en el Terror. En estas circunstancias, la ciencia y la técnica avanzaban de forma ininterrumpida y espectacular y Comte además coronaría el edificio con la nueva ciencia del hombre: la sociología. Las mejoras llegaban a todos los niveles sociales y esto produjo un orgullo común por esas fabulosas realizaciones y una esperanza colectiva de un futuro mejor. Tras la Revolución industrial Occidente parecía en la senda del progreso moral y político: de 1815 a 1853 no hubo ninguna guerra importante en Europa, la esclavitud había sido abolida en las colonias inglesas y los siervos fueron emancipados en Rusia. Por otro lado, Darwin con su obra contribuyó a la doctrina del progreso insuflando en los intelectuales la idea de la evolución orgánica como otra arma más contra la teología cristiana. Pero el progreso y la Revolución francesa también provocaron el nacionalismo –el sentimiento de pertenecer a un núcleo nacional– que era una forma de sentir y de pensar con una lengua propia que se apoyó en las ideas de Rousseau sobre la soberanía y la voluntad popular, para justificar la soberanía del Estado-nación. Este sentimiento místico vestido con símbolos e ideas comunes entre sus gentes llegaría a sustituir, a los ojos de sus fanáticos miembros, al cristianismo; así como a cualquier otra forma organizada de la vida social. Como afirma el profesor Crane Brinton ““el nacionalismo es, pues, una de las formas operantes que revistieron en el mundo de la realidad las nuevas doctrinas de la soberanía popular, del progreso y de la perfectibilidad del hombre. El nacionalismo es congruente con muchos de los elementos constitutivos de la moderna vida colectiva de Occidente”. Desde el punto de vista psicológico, es congruente con la subida al poder de una clase media que carecía de la experiencia cosmopolita y del conocimiento personal que… tenía la nobleza” 47. De ese sentimiento de exaltación nacional devendría pronto la exaltación del nosotros contra los demás en términos de amos y esclavos, cuando no de señores y parásitos a eliminar, que se volvió contra la propaganda de la propia Ilustración francesa. Como bien sabemos la variante germana del nacional-socialismo fue la más cercana al triunfo, de todas ellas.

La fe en el progreso terrenal, que fortaleció Darwin en el pensamiento popular, se acomodó rápidamente en la visión utópica de la Ilustración francesa. Además, otra evolución de la Ilustración francesa fueron las doctrinas de los pensadores como Hegel que creía que el Estado prusiano sería la síntesis perfecta, el final del proceso. Poco a poco ese idealismo pasó de Alemania a Francia, Inglaterra y Estados Unidos provocando diversas formas y grados de materialismo, pragmatismo y positivismo que cambiaron el sentir del mundo occidental durante dos siglos. Sus elementos románticos e idealistas resucitarían las emociones y la imaginación de todo lo orgánico en busca del cambio radical en la naturaleza humana. Pero en frente estuvo el laissez-faire que fue la clave de la creencia victoriana, de una sociedad en la cima del mundo, que veía en sus cualidades de iniciativa, inventiva y tenacidad, las cualidades por las que habían prosperado bajo las instituciones y métodos británicos, tanto sociales como políticos. Gran bretaña, fue el mayor beneficiario del espíritu del progreso industrial, así como quien dirigió la batalla contra la Ilustración francesa y su nacionalismo. Para comprender realmente el espíritu de la sociedad vitoriana deberíamos leer un libro, nada conocido, titulado La ayuda a sí mismo de 1860, que Samuel Smiles publicó en la época del ensayo Sobre la libertad de Mill y el Origen de las especies de Darwin, y donde afirmaba: “la nación no es más que la suma de las condiciones de los individuos, y la misma civilización, sólo un resultado del perfeccionamiento personal… El pueblo noble será regido noblemente, y el ignorante y corrompido lo será innoblemente. En realidad, la libertad es tanto un desarrollo político como moral… El mayor esclavo no es el que se halla en poder de un déspota… sino el que es esclavo de su egoísmo y de sus vicios. Ha habido, y quizá haya todavía, sedicentes patriotas en el extranjero que sostienen que  el mayor servicio que se le puede hacer a la libertad es matar al tirano, olvidando que el tirano suele representar fielísimamente a los millones de personas sobre las que reina. Pero las naciones que tienen el corazón esclavizado no pueden ser liberadas por un simple cambio de dueño o de instituciones… Los sólidos fundamentos de la libertad deben descansar sobre el carácter individual, que es, además, la sola garantía de la seguridad social y del progreso nacional. En esto reside la auténtica fuerza de las libertades inglesas. Los ingleses se sienten libres,… porque cada miembro de la sociedad lleva en sí mismo, en mayor o menor medida, la raíz de esas libertades; y continúan asidos firmemente a sus libertades y disfrutándolas, no meramente a través de la libertad de palabra, sino a través de una vida sólida y una acción enérgica como hombres libres”48 . Del mismo modo, Smiles expone con toda claridad, cuál es el factor que equilibra el individualismo aparentemente anárquico que predica: “un sano ejercicio de la libertad individual y una obediencia colectiva, no obstante, a la autoridad establecida; la acción enérgica y sin trabas de las personas, junto a la uniforme sujeción de todos al código nacional del Deber” 49. Es decir, la famosa moralidad victoriana, o si lo prefieren, la moralidad de la  clase media. Esto se obtenía mediante la educación en un estricto código de conducta desde la infancia, para equilibrar la libertad, con el respeto a la autoridad. Dicho compromiso de base cristiana permitió vivir a varias generaciones, uno de los pocos periodos de equilibrio que ha habido en la historia occidental.

Pero también dicho compromiso, dio lugar a una época de cambios y experimentos en una sociedad que volvía hacia el cristianismo tras la Revolución francesa, como simbolizó Chateaubriand en su obra El genio del cristianismo (1802), la difusión de las misiones por todo el mundo y la aceptación de la moral por la clase media victoriana.

El victoriano medio creía que llegaríamos a la sociedad ideal -hombres libres y hermanos con trabajos agradables y voluntarios sin pobreza ni violencia- mediante la educación y la extensión gradual de la democracia. Recordemos que el buen liberal, sostenía la creencia de la expansión de la democracia hacia las masas mediante el progreso de los mejor dotados –sean de la clase que sean- en los negocios o en sus profesiones. Es decir, el victoriano creía en la libertad conectada con la competencia y creía en la igualdad de oportunidades apoyada en la intervención social mediante la beneficencia para el progreso. Así por tanto sabía que una democracia sana se inclina un poco más hacia la libertad que a la igualdad. El victoriano también creía en el progreso gradual, cuidadoso y lento de educación de las masas en un estricto código moral para fomentar la libertad, el desarrollo del talento dentro de una sociedad jerárquica y el honor nacional dentro de una democracia liberal; no de una democracia radical o socialista que coartase la libertad con la igualdad. Bien es cierto, que esta fe en el hombre propia de la época victoriana no fue aceptada por intelectuales como John Stuart Mill cuyo espíritu ilustrado de corte francés le condujo a pedir reformas radicales, y al socialismo.

Llegados a este punto debemos recordar que en el siglo XIX Sir Walter Scout se convirtió en el primer hombre que hizo fortuna con su pluma, más tarde la perdería por malas inversiones como Mark Twain, dando inicio así a la intelectualidad moderna apoyada en la publicidad, en los derechos de autor y en las subvenciones. Pero esta competencia económica en el mundo intelectual los arrastró a la dependencia del público en general y al dominio de la izquierda en particular. La razón fue que los editorialistas, el cine, la publicidad y la propaganda basaron sus éxitos atacando “algo” del mundo moderno como hicieron Nietzsche, Marx, Thoreau, Carlyle o Emerson. Estos hombres se convirtieron en políticos y moralistas; es decir, en analistas científicos de la conducta humana. Así los intelectuales comenzaron a moldear la “conciencia de clase” para reformar el mundo según las ideas de la Ilustración francesa. Esta es la razón por la que el escritor francés Julien Benda escribió La traición de los intelectuales. Dicha traición eligió como blanco al cristianismo por ser el polo opuesto de su doctrina naturalista –el hombre es bueno y racional, el progreso es inevitable y la tradición y las jerarquías establecidas son despreciables- así como, uno de los pilares del modelo victoriano. Por su puesto, hubo disidentes intelectuales como De Maistre, que tras ser desterrado de Francia por los revolucionarios, señaló a Francis Bacon como el primer responsable de este mal moderno que nos promete un hombre nuevo olvidando que “el espíritu humano es lo que ha sido siempre… Nadie puede encontrar en el espíritu humano más de lo que hay en él. Pensar que eso es posible es el mayor de los errores: es no saber mirarse a sí mismo”50 . Muchas de la ideas De Maistre llegaron a Burke.

3. Anatomía de la Revolución.

El periodo del liberalismo dictatorial del Directorio se caracterizó por la falsificación del juego constitucional, de Golpes de estado y de leyes de excepción que acabó con la llegada del Consulado. Por ello, tras diez años de Revolución, la Aristocracia del Antiguo Régimen estaba destruida, el sistema feudal abolido, deshechos los monopolios corporativos y unificado el mercado nacional. Pero llegados a este punto la mayoría piensa que la Revolución francesa fue un episodio que formaba parte de un movimiento general en la historia que siguió a las revoluciones holandesa, inglesa y norteamericana que llevaron a la burguesía al poder. “Sin embargo, Tocqueville había abierto el camino para la reflexión cuando preguntaba <<por qué unos principios análogos y unas teorías políticas parecidas llevaron a los Estados Unidos sólo a un cambio de gobierno y a Francia a una subversión total de la sociedad”51 . Además, la Revolución inglesa de 1688 provocó un compromiso social y político que vinculó al poder, a la burguesía y a la aristocracia terrateniente. Pero ese compromiso se obtuvo sustituyendo la Monarquía Absoluta por un Gobierno representativo no democrático, poniendo fin al dominio eclesiástico y desarrollando los fundamentos del capitalismo. De esta forma, la Revolución inglesa fue exclusivamente conservadora y burguesa mientras que su homónima francesa, mucho más violenta y radical, amplió sus fundamentos hacia la democracia popular. Eso sí, la Revolución inglesa produjo una serie de teorías políticas basadas en los derechos del hombre que, representados por Locke, fue el legado que extendió a Norteamérica. Por otra parte, la Revolución americana, anterior a la francesa y más empírica que esta, invocó el derecho natural sin reconocer totalmente ni la libertad ni la igualdad: siguió la esclavitud y hubo igualdad de derechos entre los blancos pero la jerarquía económica no fue alterada. Es decir, las Revoluciones anglosajonas se centraron más en la libertad que en la igualdad; mientras que, la Revolución francesa se volcó en una lucha de clases que terminó con las viejas estructuras e instauró una democracia popular mediante la dictadura jacobina de la pequeña y mediana burguesía que dirigiría las masas populares a las que se había unido contra la Aristocracia. Pero con el fin de aclarar, todavía más, esta confusión política y filosófica vamos a estudiar las Revoluciones inglesa, americana, francesa y rusa. Tres de ellas ofrecen semejanzas sorprendentes y las cuatro tenían una base social antes que nacionalista o territorial.

Las cuatro Revoluciones nacieron prometedoras y moderadas; durante sus crisis alcanzaron el reinado del Terror y tres se encaminaron hacia la dictadura: Cromwell, Napoleón y Stalin. La Revolución americana es la única que no se ajusta completamente a este esquema pues fue una Revolución más nacionalista y territorial; y aún siendo un movimiento social y de clase nunca desarrolló el reinado del Terror, ni la dictadura. Igualmente, las cuatro Revoluciones surgieron tras periodos de graves dificultades económicas y financieras: los dos primeros Estuardos estuvieron continuamente en conflicto con el Parlamento inglés por motivos tributarios; los americanos se levantaron contra el sistema impositivo británico; los Estados Generales franceses fueron convocados en 1789 por la grave situación económica; y el colapso financiero de la Rusia zarista abrió el camino de la Revolución. Eso sí, hubo sectores que a pesar de la situación del Gobierno seguían aumentando sus rentas, en Francia, los abogados, negociantes o los banqueros se negaban a pagar más impuestos mientras protestaban públicamente. Esa clase media fue quién formó la Revolución francesa y no las clases más humildes como se cree habitualmente. En Inglaterra la sociedad de  los Estuardos fue tan próspera como la de los últimos Tudores pero aumentaron la tributación por los problemas del Gobierno. En Rusia la capacidad productiva de la sociedad era la más alta de su historia pero las derrotas militares quebraron el Gobierno. De facto, el profesor Crane Brinton afirma que las cuatro Revoluciones se produjeron en sociedades económicamente progresivas con un mal Gobierno. De hecho, el propio Trotsky escribió: “<<En realidad, la mera existencia de privaciones no es bastante para provocar una insurrección; de lo contrario, las masas siempre habrían estado en agitación>>”52 .  Por ello el profesor Crane Brinton, en la línea del profesor A. M. Schlesinger, Sr., incide en el perjuicio de las políticas del Gobierno británico como detonante de la agitación americana de 1764 y 1765 surgida entre los comerciantes acomodados. En Francia también encontramos esta situación antes de 1789 cuando las políticas económicas de Turgot perjudicaron a los intereses gremiales y aumentaron el descontento social con el fracaso de sus reformas. Y por consiguiente, fue el malestar económico provocado por las medidas económicas del Gobierno, sobre algunos de los principales grupos de empresarios lo que provocó el germen de la Revolución; y no las penurias económicas. Pero la necesidad de los grupos de presión afectados por las medidas necesitó de unos motivos dramatizados por la propaganda, para extender socialmente sus reclamaciones de grupo.

Existían antagonismos de clase en los cuatro países pero no eran por sí mismos suficientes para provocar la Revolución. En esta línea debemos recordar que en el estudio de las seis Revoluciones desarrolladas en Francia, España, Nápoles, Portugal y los Países Bajos durante el siglo XVII, R. B. Merriman, indicó que todas se originaron por motivos financieros: en protestas contra el sistema impositivo. Por ello, podemos inferir que en las cuatro Revoluciones el Gobierno fue ineficaz y los gobernantes relativamente impacientes; pues parece ser que cuando se padece el despotismo político se reconoce con mayor rapidez sus signos de ineficacia. Pero también, que es en los periodos de reforma, como indica Tocqueville, donde la sociedad se impacienta aunque como el caso del Reinado británico de Jacobo I este desarrollase un Gobierno moderno que se hacía cargo de algunos servicios sociales mientras levantaba la burocracia y un Ejército y una Marina profesional. Eso sí, que tenían que ser pagados en metálico; de ahí las subidas impositivas de un Gobierno, que en una crónica escasez monetaria, necesitaba fondos para sostener las reformas. En este contexto, la Revolución británica también subió los impuestos en sus colonias para la proyectada reforma como lo haría Turgot en Francia para implantar lentamente las suyas. El colapso gubernamental ruso fue de tal magnitud que no parece claro un motivo principal tras las derrotas militares. “Nada puede ser más erróneo que el cuadro del antiguo régimen como tiranía imposible de regenerar y precipitándose hacia su fin, en un máximo de indiferencia despótica, ante el clamor de sus oprimidos súbditos” 53. Por tanto, podemos concluir que el intento reformador en Inglaterra, y sus colonias, como las intentadas en Francia y Rusia, contrarias a algunos sectores privilegiados, fueron esenciales para el proceso revolucionario posterior en los cuatro países.

Junto con los motivos políticos y económicos hubo otro signo reconocible en el camino de las cuatro Revoluciones.  <<La deserción de los intelectuales>>, como la denomina el profesor Crane Brinton, en el marco de la actuación de los grupos de presión emergentes en las cuatro sociedades que comenzaron a pasar de la propaganda a los hechos contra el Gobierno; siendo la semilla del futuro Gobierno ilegal. Por ejemplo, la mayoría de los historiadores coincidían en el papel de la masonería en la Revolución francesa; en Rusia florecieron los grupos anarquistas, socialistas y nihilistas y en Inglaterra se concentraron en las iglesias puritanas. No olvidemos, que el poder moral se depositó en los intelectuales de Occidente a partir de la Edad Media, sin experiencia y desde la comodidad de sus sociedades, y estos prestaron su ingenio contra el Estado. Esto se dio relativamente en Inglaterra pero donde explotó realmente fue en los ilustrados franceses y en los revolucionarios rusos. Mientras que las colonias americanas recogieron las ideas intelectuales de Locke sobre los derechos naturales e inalienables del hombre. También debemos recordar que las ideas pudieron ser dispersadas por la literatura impresa de los folletos, acumulando las fuerzas que harían estallar la Revolución. Esa que traería una parte del cielo a la tierra como se comenzó a pensar con la Reforma y el Renacimiento. Bien es cierto que el papel preponderante de la naturaleza, en Francia, no fue acogido ni en América ni en Rusia. Los rusos prefirieron la marcha inevitable de las fuerzas económicas, los ingleses los designios de Dios y los franceses los dictados de la razón. Pero todos, intelectualmente, tienen en común un apoyo en el mito revolucionario, en el todopoderoso o en la fuerza abstracta para perseguir la perfección.

Pero en ese punto esencial los revolucionarios necesitaban sumar algún accidente o contrincante especial para entrar en acción: en Inglaterra los realistas fueron denominados normandos, un grupo invasor sin derechos; en América se fomentó el odio al Gobierno Imperial; en Francia se decía que el pueblo descendía de los galos y los romanos, mientras la Nobleza descendía de los bárbaros germanos y en Rusia se recurrió a la explotación de clase. Aquí se inserta lo que Sorel llamaba <<la fuerza robustecedora>> del mito. Es decir, las ideas son una parte fundamental de la Revolución.54 De facto, las clases medias en Francia y Rusia odiaban, envidiaban y se sentían superiores a sus aristócratas, como puede observarse en las obras de la época. Estos sentimientos se iban acrecentando, aún más, a medida que la burguesía francesa se aproximaba al nivel de la Aristocracia. Ese resentimiento a las clases superiores lo vimos también en Rusia. En Inglaterra, por su parte, la hostilidad hacia las clases superiores anglicanas la produjo la conversión al puritanismo de las clases artesanas más prósperas de las grandes ciudades y del campesinado de amplias regiones. Aquí se inserta la función de lo que Pareto denominaba <<circulación de las minorías selectas>>. En el siglo XVIII en Francia estaba abierto el camino para la riqueza y la fama a los negociantes, artistas, escritores y aventureros; pero el camino del poder político estaba en manos de los cortesanos, como una burocracia hereditaria. En Rusia durante el siglo XX la Nobleza tenía detenido el sistema social mientras abría la vía de la fama, el teatro, la música, el baile, la universidad y la administración. Una clave para el problema de la circulación de las minorías selectas la observamos en la paralización en un aspecto concreto y muy delicado en las profesiones como la intelectual. Ello aumenta la sensación en la gente del sentimiento de exclusión como le ocurría a los universitarios franceses. En Rusia y en la República de Weimar la paralización social conformaron la fuerte tensión social que hizo estallar la Revolución. Sin embargo, en las colonias americanas y en la Revolución inglesa es extremadamente difícil de reseñar. En términos generales, esta era la situación de los burgueses y de los comerciantes calvinistas en la Inglaterra del siglo XVIII, de los comerciantes y de la aristocracia colonial contra la aristocracia británica en América, como le ocurrió en el siglo XVIII a la burguesía francesa y en el siglo XIX a la burguesía rusa. Podemos concluir, por todo ello, que en las cuatro sociedades los individuos podían ascender desde las clases bajas y la burguesía tenía voz en las decisiones políticas. Pero las sociedades eran dirigidas por una Nobleza que les excluía de las máximas distinciones sociales. Es decir, que el poder político y la distinción social eran los asistentes del poder económico.

En este contexto el Profesor Crane Brinton señala todos esos signos como los preliminares de la Revolución: déficit presupuestario, quejas contra los impuestos, favoritismos del Gobierno hacia un sector de intereses económicos, trabas administrativas, deserción de los intelectuales, pérdida de confianza dentro de la clase dirigente, conversión de muchos componentes de la clase dirigente a las creencias de la clases descontentas, intensificación de los antagonismos sociales, paralización del ascenso social en algunos aspectos y separación del poder político y la distinción social del poderío económico. Con retrospectiva puede comprobarse que en las cuatro sociedades existieron, en distintas formas e intensidad, estos factores antes de la Revolución. Y aunque el momento exacto de su explosión suele ser siempre una sorpresa; en los años anteriores a la Revolución aumentaron progresivamente las protestas contra la tiranía del Gobierno, las obras críticas y la actividad de los grupos de presión. Mientras el Gobierno comienza una represión fallida por la fuerza de la oposición o por que se hace de forma tibia o ineficaz. Esta agitación revolucionaria estuvo presente en las cuatro sociedades: la primera fase, la luna de miel, terminó con la victoria contra el Antiguo Régimen y la esperanza en que comenzase la regeneración tan esperada. En Francia este periodo se desarrolló en tiempos de paz y al final de la Ilustración, que intelectualmente había preparado a los hombres para el nuevo cambio. Pero este periodo siempre es breve, incluso en Francia, y aún más breve en Inglaterra y Rusia. En las colonias estuvo poco definida esta fase. Pero en las primeras fases debemos recordar que el Pueblo no está unido; la oposición al Gobierno aglutina a distintos grupos populares55 que cuando toman el Gobierno en sus manos, la responsabilidad real, pronto dan por acabada la luna de miel.

Determinada la posición económica y social de los revolucionarios debemos decir, que sus dirigentes en Francia fueron nobles como el Duque de Orleáns, primo del Rey, o Mirabeau,56 La Fayatte y Lameth; abogados como Camus, Robespierre, Danton; hombres de ciencia como Baillo, Lavoisier, y Monge; periodistas como Marat y Desmoulins; publicistas como Brissot y Condorcet; y la burguesía literaria que conformó la burocracia. En las colonias americanas fueron médicos, comerciantes, granjeros y sacerdotes. En Inglaterra fue un conjunto de señores, gentes educadas y con carrera. Y en Rusia los mencheviques fueron dirigidos por intelectuales, directivos sindicales y cooperativistas y suboficiales del Ejército; mientras que los bolcheviques lo estuvieron por intelectuales, nobles y burgueses. Es decir, las revoluciones incluyen miembros de casi todos los estratos sociales y económicos de su sociedad dirigidos por las capas más altas de esta. En las cuatro revoluciones esa clase dirigente estaba disgustada por la imposibilidad de triunfar en ciertas actividades; por ello desertaron del orden establecido, influidos por las obras de los intelectuales, para traer <<el Reino de Dios a la tierra>>. En este sentido, Eric Hoffer en su obra sobre los movimientos de masas, El verdadero creyente, afirma que la Revolución es preparada por los intelectuales que han desertado, llevadas a cabo por fanáticos como Robespierre y reconducidas por hombres de acción prácticos como Cromwell, Napoleón o Stalin. Para Hoffer, el factor real de la dirección revolucionaria es el fanático, habitualmente un intelectual o artista frustrado, como Marat, Robespierre, Lenin, Mussolini, Hitler… que cuando llegan al poder quieren destruir la sociedad que no le apreció. Otro rasgo característico de la Revolución es la caída de los Gobiernos moderados que forman los La Fállete, Kerensky o el inglés Denzil Holles; haciendo buena la sentencia del moderado francés llamado Vergniaud, que dijo aquello de <<La Revolución, lo mismo que Saturno, devora a sus hijos>>. Tras el triunfo de las cuatro Revoluciones, los moderados hombres de la clase más rica de la antigua oposición al Gobierno formaron un nuevo Gobierno en la fase denominada como luna de miel, para rehacer la sociedad. Siempre toman la responsabilidad de forma casi espontánea, incluso en Rusia. Pero el poder rompe su unidad para acometer las reformas  o elaborar una nueva Constitución;  así pronto se enfrentan a una Guerra civil, o con un extranjero, tropezándose con los más radicales de la Revolución que bajo la acusación de traición los derrotaran.

Sólo en las colonias americanas, los radicales no se hicieron con el poder tras el Gobierno moderado porque ya los habían derrotado antes de la formación de este. Es decir, en las cuatro revoluciones el poder se desplaza de la derecha hacia el centro y luego a la izquierda; de los conservadores del Antiguo Régimen a los moderados y finalmente a los extremistas. Aunque es cierto, que en América la evolución política nunca llegó a la izquierda radical como en Europa y Rusia.57

La siguiente uniformidad en las cuatro revoluciones es la de la Doble soberanía, cuyo ejemplo más claro, vemos en Rusia. Debajo del poder real se va construyendo otro centro de poder con sus instituciones, líderes y leyes en oposición a él que busca suplantarlo. También ocurrió con los puritanos en Inglaterra, los whigs en América, el Tercer Estado en Francia o los Cadetes y socialistas en Rusia. Tras la primera fase de la Revolución, surge el enfrentamiento entre moderados y extremistas por implantar su forma de Gobierno, y el impopular Gobierno legal es desplazado por la vanguardia revolucionaria del Gobierno ilegal. En esta fase de la Revolución, la debilidad de los moderados en el Gobierno se enfrenta a unos extremistas que dominan la propaganda y los grupos de presión, para la insurrección que terminará imponiendo su Doble soberanía. Llegados a este punto, debemos explicar las causas de la debilidad de los moderados: en los estadios preeliminares de la Revolución el dominio del Gobierno es una fuente de debilidad que hace perder crédito a los moderados que lo ostentan, al ser asociados al Viejo Régimen, mientras los radicales crean su Gobierno ilegal a su sombra; además como las cuatro Revoluciones se hicieron en  nombre de las libertades los moderados intentaron conservar la libertad de palabra, reunión y prensa que los radicales volverán en su contra acusándolos de traicionar la Revolución. Así por tanto, los moderados ocupados en el Gobierno y que poseen escrúpulos morales  en política, se ven superados por unos extremistas partidarios de la acción directa que preparan con dedicación sus comités militares, círculos jacobinos o las reuniones de sus soviets con el permiso del Gobierno. Esta debilidad orgánica en los moderados situado entre los conservadores aislados de la política y los radicales que velan sus armas, fue descrita en la consigna política francesa del Cartel des Gauches en 1924 que rezaba: <<Ningún enemigo a la izquierda>>. Así fracasarán los moderados que cuando comprenden los planes de los radicales se vuelven hacia los conservadores en busca de un auxilio que ya no es posible.

Es decir, el sentido común es avasallado por el fanatismo de los radicales. Este camino es casi universal y se desarrolla de forma espasmódica pero acumulativa, hasta el desplazamiento de los moderados en la fase de crisis; que culmina el periodo de Doble soberanía con un Golpe de estado.

Un dato curioso de los extremistas que triunfaron en Inglaterra, las colonias, Francia y Rusia fue lo reducido de su número.58 Pero triunfaron por que la mayoría siempre es inerte. Las masas no hacen las revoluciones; y la victoria revolucionaria siempre la obtienen grupos pequeños, fanáticos, disciplinados y reglamentados. Si lo prefieren tienen un <<espíritu de corps>>. Por ello, en las cuatro Revoluciones que estudiamos los pequeños y disciplinados grupos de presión triunfantes, Calvinistas, Jacobinos, Comunistas e Hijos de la Libertad, se basaron en la propaganda, las elecciones, los desfiles, las luchas callejeras, las delegaciones, la presión sobre los magistrados y el terrorismo esporádico. Y aquí resulta la paradoja por la cual aquellos que enarbolan las teorías de la igualdad democrática, se unen bajo la dirección de sus dirigentes de forma muy parecida a los principios del Führer. Así, su realismo práctico, su ardor profético y su desprecio por el sentido común les llevan directamente contra las Asambleas, la democracia y la voluntad del pueblo para tomar el poder con una facción minoritaria. Por ejemplo, Robespierre olvidó su aversión ilustrada por la pena de muerte cuando se convenció, que sus oponentes eran tan pecadores que no eran hombres del todo; o Cromwell con la matanza de irlandeses; o Lenin con las Checas. Como acertadamente dice el profesor Crane Brinton “solo un extremista sincero en una revolución puede matar hombres por amor al hombre, buscar la paz por la violencia y libertar gentes esclavizándolas”59 .

Es decir, cuando triunfe el Golpe de estado elaborado por la doble soberanía, se acabará con los slogans sobre el respeto a las libertades del individuo, las reivindicaciones sobre la legalidad o la tolerancia en pro de su autoritarismo. Es otra de las uniformidades de nuestras revoluciones. En el camino hacia el reinado del Terror se acaba con la libertad, la igualdad y la fraternidad; con disciplina y firmeza. Y así, para olvidar las reivindicaciones democráticas, los radicales se acogen a sus teorías como bálsamo para sus conciencias. Dicho de otro modo, en las cuatro revoluciones existe una teoría de las dictaduras revolucionarias que permite aplazar la libertad para impedir su uso por los representantes del Antiguo, y corrupto, Régimen contra la Revolución. Con ello el proceso de la transferencia de poder se ancla en la izquierda política de forma definitiva. A partir de entonces, los conflictos y los fraccionamientos son internos y se dan en formas sutilmente doctrinales que se dirimen internamente por el destierro o el asesinato judicial de los tribunales de justicia revolucionaria. Trotskistas y leninistas en Rusia; los ultrarrevolucionarios de Herbert, los citrarrevolucionarios de Danton y la facción de Robespierre en Francia; las sectas religiosas, los cavadores, los niveladores, los cuáqueros y los milenarios que combatió Cromwell en Inglaterra; y en las colonias se desplazó a los realistas desde el inicio de la Revolución. Así se desarrolló la vieja táctica revolucionaria que reza <<ningún enemigo a la izquierda>>. Como afirmó el profesor Trevelyan: “Todos los revolucionarios, desde el momento en que afrontan responsabilidades efectivas, se hacen conservadores en algún aspecto. Robespierre guillotinó a los anarquistas. El primer acto administrativo de los regicidas ingleses fue reducir al silencio a los niveladores”60 . Por este camino, los extremistas instauran su dictadura mediante una centralización brusca y expeditiva, por ejemplo y salvando sus diferencias: la Commonwealth en Inglaterra, el Gouvernement Révolutionaire en Francia o la dictadura leninista en Rusia. De esta forma Cromwell, Robespierre y Lenin crearon un poder incuestionable bajo la forma suprema de un comité que permitió que el Gobierno del Terror ejerciera su dictadura en una comisión ejecutiva y centralizada. Pero no podemos olvidar, que todos estos Gobiernos dictatoriales fueron poco eficientes y rígidamente centralistas por lo que resultan tan duros de soportar. Precisamente por su ineficiencia.

Mientras tanto la Revolución persiste en cambiarlo todo, incluso los nombres: los ingleses siguieron la Biblia, Fe, Prudencia o Caridad; los franceses acudieron a la República romana y a la Ilustración para sus nombres, y a la Naturaleza para cambiar el nombre de los meses; los rusos cambiaron sus nombres y el de sus ciudades, para ensalzar la Revolución; incluso en las colonias americanas observamos esta uniformidad. Pero con el paso del tiempo las duras exigencias de la Revolución comienzan a crear dudas en la fe del reinado de la virtud sobre la tierra. En todas las revoluciones esa fe política es la que satisface psicológicamente a los revolucionarios en la cárcel, en el destierro, en la muerte o en la victoria. Realmente la entrega a la Revolución es una entrega religiosa: la organización, las ideas y el ritual están insertos entre los objetivos político-económicos para cambiar la sociedad. En las colonias americanas, en Inglaterra, en Francia y en Rusia -los revolucionarios, los calvinistas y puritanos, los jacobinos y los bolcheviques- se guiaron por el orden, la disciplina y la moral común predicados en sus grupos de presión y la impusieron a la mayoría en  el reinado del Terror. En este contexto podemos afirmar que “nuestros extremistas, ortodoxos y vencedores son cruzados fanáticos, ascetas, gente que pretendes traer el cielo a la tierra” 61. Aunque no debemos olvidar que entre ellos hay oportunistas e hipócritas que utilizan esa fe revolucionaria para sus intereses puramente personales; tanto como que pasado el periodo de crisis estos cruzados políticos abandonaran su fe para acomodarse en el ritual de la Revolución. Las cuatro revoluciones tomaron sus ideas como un nuevo evangelio que debían exportar al mundo, su nacionalismo evangélico, de forma agresiva que tras el periodo de crisis, se revelará en toda su crudeza y sin el ropaje evangélico en el que se escondía. Recuerde usted cuando se presentaba a Napoleón como el representante de la Nueva Libertad. No digamos, la actuación nacionalista de Stalin con los Países del Este tras el final de la II Guerra Mundial. Es el universalismo nacionalista nacido de la Revolución, acompañado por el simbolismo religioso del triángulo de la Libertad, Igualdad y Fraternidad o la Estrella Roja, que esgrimían ante la Humanidad. Y ahí, reside el odio profundo contra la Iglesia católica. Su gran obstáculo para implantar la uniformidad de su universalismo nacionalista; y traer, inmediatamente, el cielo a la tierra. Si le  queda alguna duda, permítame recordarle que Voltaire sabiendo que la mayoría de las personas no pueden consolarse en esta vida tan sólo con la filosofía, dijo aquello de << si Dios no existiera, habría que inventarlo>>. Y lo hicieron mediante una nueva fe que encumbró dioses abstractos como el materialismo dialéctico.

Con este marco podemos afirmar, que las tensiones de las primeras etapas de las cuatro Revoluciones facilitan el estallido de la guerra; con ella llega la penuria económica y el desarrollo de la lucha de clases hasta el final del periodo de crisis. Por otro lado, el esfuerzo prolongado que exige la Revolución, hace que la mayoría vaya abandonando sus ideales y para mantener la tarea de traer el cielo a la tierra, el Gobierno instaura el reinado de Terror para volver a concentrar a sus ciudadanos. Tras la fiebre de la tormenta la Revolución se calma en el periodo del Termidor, la convalecencia, en Inglaterra comenzó con el Protectorado de Cromwell y la Revolución acaba con la Restauración de los Estuardos en 1660; en Francia comenzó cuando entre todos eliminaron al incorruptible Robespierre y la Revolución acabó con el Golpe de estado de Napoleón; en Rusia comenzó con la NEP de Lenin en 1921 y la Revolución acabó con la caída del Muro. Y es precisamente en la convalecencia donde se produce la uniformidad más importante, el establecimiento de un tirano: Cromwell, Napoleón o Stalin. Así, después de que la Revolución supera la crisis y conforma la centralización del poder, algún dirigente la toma en sus manos. “Las dictaduras y las revoluciones están íntimamente e inevitablemente asociados, porque las Revoluciones destruyen en cierta magnitud, o al menos debilitan, las leyes, las costumbres, los hábitos y las creencias que ligan a los hombres en sociedad; y cuando estas leyes, costumbres, hábitos y creencias son insuficientes para mantener unidos a los hombres, se necesita emplear la fuerza para remediar esta insuficiencia. La fuerza militar es, por breve plazo, lo más eficiente y valiosa para restaurar usos sociales y políticos, y la fuerza militar pide una jerarquía de obediencia que culmina en un generalísimo. Como Ferrero ha señalado; cuando se han roto los hilos de seda de las costumbres, de la tradición y de la legalidad, los hombres han de atarse con las cadenas de hierro de la dictadura” 62. Luego poco a poco se relajan las presiones, regresan los amnistiados, los hombres que fueron de la derecha a la izquierda, en la Revolución, vuelven a la derecha. Por ello se desplaza o elimina a los dirigentes más activos para instaurar el poder de la  burocracia.

En el periodo termidoriano se da otra gran uniformidad en lo referente, al aumento de las penurias económicas de los más pobres, mayor que en los tiempos del Antiguo Régimen e incluso que el reinado del Terror, cuando el Gobierno de Termidor, abandona el precio fijo y el racionamiento. Y en este momento las palabras de Trotsky sobre que el sufrimiento no es suficiente para una revuelta seria, toman todo su valor. Por otro lado, no podemos olvidar que la cruzada por la República de la Virtud buscó la guerra para propagar su doctrina -bajo el señuelo de su evangelio revolucionario- mientras implantaba un agresivo nacionalismo que terminaría suplantando el aparente espíritu misionero. Es decir, la cruzada mesiánica aparece finalmente como la guerra de conquista que realmente es. “En resumen, y a pesar de las teorías de Lenin, la U.R.S.S parece, al igual que la Francia de Napoleón, haber encontrado en su revolución triunfante un impulso hacia el imperialismo” 63. Además, uno de los mejores indicadores de la época termidoriana es el regreso de la vieja religión y el reflujo de la fe activa, de cruzada intolerante mediante la cual los radicales querían traer definitivamente el cielo a la tierra; motivos por los cuales habían iniciado la persecución religiosa. En Francia y Rusia, que promovieron la descristianización, negociaron con la Iglesia cristiana y ortodoxa su vuelta; mientras que en Inglaterra tras el enfrentamiento de las diversas facciones religiosas, se volvió a la calma al final del periodo de Cromwell. La cuestión religiosa en las colonias siguió otro curso. En las cuatro revoluciones la vieja religión, a pesar del Terror, se mantuvo. Tampoco debemos olvidar, que el Terror acaba cuando los ciudadanos imponen sus deseos y necesidades por encima de los intereses políticos. Así cuando Robepierre fue ajusticiado el pueblo de París abrió todas las salas de baile, volvió la prostitución pública, los borrachos… Eso sí, la relajación en la República de la Virtud también trae la corrupción parlamentaria; y en Francia y en la Unión Soviética, esta relajación moral provocó la llegada al poder de Napoleón y Stalin. Es más, el propio Stalin no  sólo volvió a prohibir el aborto, salvo cuando fuera necesario para salvar a la madre, sino que tomó medidas para fomentar a las familias numerosas y cultivó los sentimientos propios de una sociedad equilibrada: patriotismo, orden, jerarquía, laboriosidad, rutina y malestar por las excentricidades individuales; lo que Pareto denominó agregados persistentes. Finalmente las cuatro naciones volvieron a la Restauración formal del Antiguo Régimen de cada una cuando acabó la fiebre. En este sentido, la explicación para el largo acceso febril revolucionario en Rusia radica, para el profesor Crane Brinton, en que fue muy específico con sus promesas de igualdad espiritual, política, social y económica. Por ello el pueblo aguantó las penurias pensando que tras la inevitable dictadura del proletariado se instauraría la sociedad sin clases. Pero tras el curso de la Revolución –crisis, reinado del Terror y de la virtud- en Inglaterra, las colonias americanas y Francia volvieron al sistema internacional. Aunque Rusia no volvió a él porque nunca había pertenecido realmente a ese círculo. Por consiguiente, el periodo de Termidor supuso el fin del ciclo revolucionario: una baja moral, un proceso de concentración del poder en las manos de un dictador, una revulsión del Terror y una vuelta a las viejas costumbres en el día a día.

Todas las revoluciones, aparentemente, se hicieron por la libertad y contra la tiranía; y se dirigieron por sentimientos hacia la democracia, los derechos civiles, el Gobierno popular y la implantación de una Constitución implementando la romántica libertad para el Gobierno, por encima de los derechos del individuo. Es decir, las constituciones, los derechos y los códigos se realizaron como un ideal de libertad, por encima de la libertad en política. Por ello todas las revoluciones provocaron la confiscación o la venta de las propiedades de la clase gobernante del Antiguo Régimen tanto como la instauración de otra clase gobernante. Pero, la praxis marxista provocará la diferenciación entre las cuatro revoluciones, en dos clases diferentes, porque la inglesa, la norteamericana y la francesa significaron el triunfo de los negociantes e industriales burgueses sobre la aristocracia terrateniente; mientras la soviética dio la victoria a la clase proletaria. Eso sí, las cuatro revoluciones coinciden en el hecho de haber provocado el cambio de la clase gobernante y de las relaciones económicas: en Inglaterra se expropiaron las tierras de los caballeros, eclesiásticos episcopalianos y presbiterianos más rebeldes en favor de los puritanos, y con el tiempo volvieron a los anglicanos en la Restauración de 1660; en Francia se confiscaron las tierra a sacerdotes y nobles a favor de los revolucionarios incluso tras la Restauración de 1814; y en Rusia hubo también una transferencia de poder económico que instauró la nueva burocracia privilegiada del Partido, si bien no poseían la propiedad, y no una participación económica equitativa como habían  afirmado. Es decir, podemos afirmar que la Revolución no sustituye por completo a la vieja clase gobernante, sólo cambia a las personas físicas en el puesto de las anteriores. Tampoco sustituye las relaciones familiares y las creencias religiosas, aunque lo intentan con ahínco, que en la época termidoriana vuelven a su día a día. Cabe destacar también que las revoluciones de carácter izquierdista, en los últimos siglos, tendieron de forma natural a sentir desagrado hacia esta monógama familia cristiana. La Unión Soviética realizó el ataque más duro contra la concepción cristiana de la familia. Pero todos sus esfuerzos fracasaron, el aborto volvió a ser limitado, se otorgaron premios a las familias numerosas, se dificultó el divorcio y la familia fue promocionada por el Estado en las escuelas, la prensa y el cine. Es más, en 1934 se contemplaron penas de tres a ocho años de prisión para los homosexuales. Los revolucionarios terminaron comprendiendo que la disciplina familiar, moral y religiosa son realmente importantes para el equilibrio de las sociedades occidentales; máximo en los periodos en que se afrontan grandes cambios económicos y sociales. En este contexto las ideas de la Revolución, el lema de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que se utilizó para traer el cielo a la tierra, evolucionó en la liturgia nacional de la Francia actual; el grito de ¡Proletarios de todos los países del mundo uníos! del marxismo se acomodó al ritual conservador de la URSS; y en  las naciones anglosajonas se enorgullecen de ser miembros de un Estado y una Iglesia equilibrados. Por todo ello el profesor Crane Brinton concluye que: “Tal vez, el comunismo de Stalin no sea en la práctica más que un fascismo de izquierda”64 .

El esquema ideal de la fiebre puede realizarse, observando las uniformidades de los síntomas prodrómicos de la Revolución surgida de los Antiguos Regímenes británico, colonial, francés y ruso: primero, antes de la Revolución las cuatro sociedades vivieron un evidente auge económico que provocó el descontento de las personas prosperas que sintieron más que nunca los impedimentos de las clases superiores; segundo, la nueva clase social próspera se confronta a la clase dominante al no permitirle esta compartir socialmente sus privilegios; tercero, con la deserción de los intelectuales se da el síntoma más serio del avance revolucionario; cuarto, la negligencia del Gobierno aumenta el malestar de las nuevas clases adineradas, al ver limitada su expansión económica; quinta, la falta de fe en la que caen los individuos de la vieja clase gobernante le hace aparecer ante el pueblo como inepta.

Todos estos pasos desataron la fiebre, en las tres primeras revoluciones, de forma íntimamente pareja a la mala administración financiera del Estado, en la rusa vino de la mano de la quiebra del Gobierno en lo militar y en lo económico; los cuatro Gobiernos acudieron y fracasaron en el uso de la violencia dando el poder a unos revolucionarios que siempre son una minoría activa del pueblo. Por tanto la lista de las uniformidades revolucionarias se conforma con la quiebra financiera, la organización de los descontentos, las demandas revolucionarias de los descontentos organizados, la respuesta violenta del Gobierno, el fracaso de la fuerza y el asalto de los revolucionarios al poder. Eso sí, la unidad inquebrantable de los revolucionarios en la toma del poder se deshace como un azucarillo cuando toman posesión de él. Los moderados de forma natural asumen las primeras funciones de gobierno hasta que los más radicales, culminando la transición de poder derecha-centro-izquierda, los llevan al exilio o al patíbulo. Comienza entonces el periodo de crisis. El único que no se alcanzó en las colonias americanas por su excepcionalidad particular. Y en este periodo, los extremistas alcanzaron el poder por la presión hacia la formación de un Gobierno fuertemente centralizado, cosa de la que son incapaces los moderados; los extremistas debido a su disciplina, su toma firme de decisiones y su falta de escrúpulos liberales tienen el espíritu necesario para acometer la centralización en medio del periodo de crisis y de la amenaza de guerra con potencias extranjeras; el resultado final viene a ser la urgente centralización que desarrolla una administración, que terminará dominada por un hombre fuerte a modo de Cromwell, Robespierre o Lenin; ese Gobierno no tiene protección para los derechos civiles a medida que se desarrollan los tribunales especiales y la Policía revolucionaria especial para asentar el Gobierno.

A renglón seguido, la excepción del reinado del Terror durante el periodo de crisis, en parte, puede explicarse por las luchas económicas y por las necesidades de la guerra. Por otra parte, independientes, jacobinos y bolcheviques deseaban imponer un ideal como modelo de sociedad contrario a la ética cristiana convencional, durante el periodo de crisis, mediante la represión. Todo ello ya estaba recogido en un pasaje, de hace dos mil años, escrito por Tucídides: “Una vez que las revueltas habían empezado en las ciudades, aquellos que las seguían llevaban el espíritu revolucionario cada vez más adelante, y determinaban sobrepasar el informe de todo aquel que los había precedido en la ingeniosidad de las empresas y en las atrocidades de sus venganzas. El significado de las palabras no tenía ya la misma relación hacia las cosas, pues era cambiado por ellos como mejor creían. La temeraria osadía era consignada como noble y leal valor; la prudente demora era la excusa del cobarde; la moderación era el enmascaramiento de una debilidad viril; saber todo no era hacer nada. La frenética energía era la verdadera cualidad de un  hombre. El amante de la violencia era siempre digno de confianza y su oponente sospechoso. Un conspirador que necesitaba ponerse a salvo era un desleal encubierto. Al que tenía éxito en un complot se le consideraba docto, pero un gran maestro en astucia era quien lo descubría. Por otra parte, el que desde un principio estaba en contra de los complots era un perturbador del partido y un cobarde que temía al enemigo. En una palabra: el que podía despojar de algo a otro por medio de una mala acción era aplaudido, y así lo era también quien animaba a hacer mal a quien no tenía ni idea de ello… El lazo del partido era más fuerte que el lazo de sangre porque un camarada estaba más dispuesto siempre a actuar sin preguntar por qué”65 .

Pero ninguna de nuestras revoluciones pudo acabar con la red de interacciones de sus sociedades y tras el periodo de crisis, en su convalecencia, volvieron a su desarrollo anterior. Es decir, la fe activa, proselitista, ascética e intolerable del deseo religioso para la instauración de la república de la Virtud murió sin salir de su minoría rectora; su único legado son los datos ritualistas.

Finalmente, recordemos que el esquema básico empieza con la fiebre, sigue con la crisis y finaliza con el termidor. Pero el desarrollo de nuestras cuatro revoluciones revela una escala creciente  referente a las vanas promesas realizadas a los hombres para que alcancen su completa felicidad y satisfagan todas sus necesidades. En este sentido el comunismo es tan sólo el último de los escalones del conjunto creciente de la historia revolucionaria. Es más, estas promesas no se han cumplido en ningún lugar de la tierra y sólo han servido para ofender al religioso, al humanista y al hombre de sentido común. Por todo ello, no debemos olvidar que las revoluciones son un acceso febril virulento que hace que esa sociedad, cuando la supera, saldrá inmunizada y comenzará un periodo de florecimiento cultural66 . Algo que volverá a suceder cuando se derrote al islamismo que hoy día es el Totalitarismo del siglo XXI.

Conclusiones.

En este artículo habrán podido comprobar como la Revolución francesa sobrevino en la época más próspera de la Monarquía: era frecuente la condonación de impuestos, había numerosos socorros para los pobres, la población aumentaba y se desarrolló la industria, por lo cual, durante el Reinado de Luis XVI, Francia conoció un progreso que parecía ilimitado; despertando en la gente el deseo de bienes, de cosas nuevas, de mayor bienestar y se desarrolló un Estado fuerte, centralizado en París, que se conformó como el mayor contratista y consumidor de los productos industriales del Reino. Y precisamente por todo ello, los abusos y los vicios de la administración comenzaron a ser sentidos con mayor claridad cuando se violaban las leyes sobre los contratos. Además, el Rey trató de eliminar las trabas que las corporaciones industriales imponían a los obreros, porque violaba el derecho natural por egoísmo, para restablecerlas unos meses después; intentó igualar todas las cargas para que las personas adineradas contribuyesen de forma más equitativa; y mientras tanto, el pueblo se distanciaba del Parlamento y de la clase adinerada, al ver el desprecio del Rey por las instituciones más antiguas –desmanteló el Parlamento, suprimió instituciones que luego volvió a restaurar, dejó inconclusa sus reformas, renovó toda la normativa administrativa de la nación, algo inédito en la historia…-, por lo que Tocqueville afirmó que el despotismo real sembró la idea madre del socialismo moderno. De facto, estas fueron las causas reales por las que el Golpe de estado de París pudo destruir toda la Monarquía y encaminarse hacia el Terror revolucionario, de la democracia popular, para instaurar un nuevo y abstracto orden ideado por los escritores. En este contexto, también hemos señalado que inicialmente fue el clero quien pidió con más insistencia el derecho de la nación para reunirse, elaborar las leyes y votar libremente los impuestos, para evitar los abusos; quien pedía la reunión anual libre de los Estados Generales para fijar la fiscalidad y el presupuesto, la inviolabilidad de los diputados, la responsabilidad de los ministros y la creación de asambleas de estados en todos los municipios y provincias; quien redactó el folleto de ¿Quién es el Tercer Estado? y el Juramento de Pelota a través del sacerdote Joseph Sieyes; o quien atrajo el odio de la nueva religión de la irreligión, de la razón pura, porque se convirtió en el máximo obstáculo para desestabilizar el Estado, adoctrinar al pueblo y extender el Terror y la dictadura.

Finalmente, en este artículo hemos podido reseñar que las cuatro grandes revoluciones de la historia se dieron en sociedades económicamente progresivas, con un mal Gobierno, que pasaron por una crisis económica; y que tras la Revolución el Gobierno moderado se enfrentó al asalto de los más extremistas que vencen, llevando al país a la guerra y la dictadura.

 

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1 Licenciatura en Ciencias Políticas y Sociología por la Universidad de Granada. Tesina por la Universidad de Granada: Aproximación al pensamiento de Erich Fromm: Humanismo socialista. Doctor en Filosofía por la Universidad de Extremadura, Departamento de Historia: El Humanismo socialista. Profesor del Máster Criminalidad y Seguridad Pública de la UNEX. Consejero internacional de la Revista “Política y estrategia” de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos de Chile. Tesis doctoral publicada, en 2011, por la Editorial académica española: El papel de los intelectuales en la guerra fría cultural. Cuius regio eius religio. ISBN: 978-3-8465-6830-9 Tesina publicada, en 2012, por la por la Editorial académica española Aproximación al pensamiento de Erich Fromm. El humanismo socialista. ISBN: 978-3-659-05619-2

1 Brinton, C. O.c., pp. 206.

2 Brinton, C. O.c., pp. 233.

3 Brinton, C. O.c., pp. 252.

4 Brinton, C. O.c., pp. 261.

5 Brinton, C. O.c., pp. 303.

6 Tucídides. Historia de la Guerra del Peloponeso. 3. 82. 2-6. Para profundizar más en este punto, le recomendaríamos la obra de Leo Strauss. Sobre la historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides.

7 Cf. Brinton, C. Anatomía de la revolución, pp. 45 y ss.

8 Brinton, C. O.c., pp. 439.

9 Soboul, A. La revolución francesa, pp. 129.

10   González Calleja, E. La violencia en la política, pp. 79.

11 Brinton, C. Anatomía de la revolución, pp. 57.

12 En el siglo XVIII la clase directora indígena de las colonias americanas abrazó la Revolución, mayoritariamente, lo que probablemente es la razón de la inexistencia del reinado del Terror en ella.

13 A las personas que tomaron parte de los movimientos revolucionarios, podemos estudiarlas gracias a las listas de los círculos jacobinos cuyo centro de acción recuerda a los independientes ingleses, los soviets rusos y los comités americanos. En 12 círculos jacobinos de 1789-95 había 5.405 asociados, el 62% pertenecía a la clase media, el 28% a la clase trabajadora y el 10% eran campesinos. Por tanto, podemos inferir que el jacobino era mayoritariamente un hombre de clase media. En la Revolución inglesa es reconocida la respetabilidad y la prosperidad de los hombres que apoyan al Parlamento representando a los conformistas moderados, los comerciantes, los grandes señores y la pequeña nobleza. A ellos se opusieron los campesinos más pobres que fueron los que apoyaron al Rey. Los grupos revolucionarios americanos estaban relacionados con los comités de comerciantes, la sociedad rural, los campesinos, los artesanos y los pequeños granjeros. Estratos sociales altos para la época. Y la Revolución rusa fue abrazada por casi todo el mundo: nobles, liberales, industriales, banqueros, médicos, abogados, funcionarios, obreros y campesinos. Esto también fue válido para la segunda Revolución que lanzó Lenin

14 “Honore-Gabriel Riqueti, Conde de Mirabeau, tuvo una juventud aventurera plagada de escándalos amorosos… conoció varias prisiones de la monarquía, se afilió a la francmasonería y se lanzó a la escritura de obras pornográficas y de denuncia política”. National Geographic. XVIII. p. 32.

15 En los parlamentarios británicos hubo una escisión entre moderados y extremistas en 1642. El partido moderado, los whigs, estaban formados por presbiterianos de religión, puritanos de ética y monárquicos de corazón; eso sí, de un Monarca que reina pero no gobierna. El Nuevo Ejército con el que los radicales de Cromwell vencieron durante la Revolución, se formó con todas las creencias evangélicas y gran variedad de opciones sociales y económicas; eran el núcleo duro. Pero en la izquierda también estaban los niveladores, los cavadores y los partidarios de la Quinta Monarquía. Finalmente, como en todas las revoluciones, los compromisarios presbiterianos fueron desplazados por los extremistas igual que ocurriría a los feuillants y a los girondinos en Francia, y a los cadetes y a los compromisarios socialistas en Rusia. Así, el Nuevo Ejército de Cromwell tras la victoria en la decisiva batalla de Naseby se vio inmerso en un enfrentamiento interno por el caso de la tolerancia religiosa y la persona de Carlos I. Los presbiterianos querían edificar un Gobierno con su Iglesia, contraria tanto a los papistas, realistas y a la izquierda que querían la vuelta del Rey, como a la Iglesia oficial de su nación. Los independientes pedían la tolerancia religiosa admitiendo que el Estado no debería imponer ninguna práctica religiosa. Finalmente, en la Revolución británica no hay un acontecimiento aislado que señale el cambio de poder entre moderados y extremistas; pero la detención del Rey en 1646 por un miembro del Ejército llamado Cornet Joyce y la victoria de Cromwell sobre el Ejército escocés marcaron el fin de los moderados; además la purga del Coronel Pride, que expulsó a noventas y seis presbiterianos del Parlamento, hizo que del Parlamento Largo se pasara al periodo conocido como el Parlamento rabadilla. En las colonias americanas, los perfiles nunca fueron tan claros como lo fueron en la Revolución inglesa. Pero podemos decir que los conservadores fueron los legalistas que no se quejaban del Gobierno imperial; los moderados fueron los terratenientes y comerciantes que iniciaron el movimiento como respuesta a la Ley del Timbre; y los heterogéneos radicales terminaron proclamando la Declaración de Independencia. Es decir, en las colonias había tres grupos políticos enfrentados diez años antes del inicio del conflicto con los británicos. En esta lucha sobresalieron los radicales de tal forma que sus organizaciones fundamentadas en los comités de correspondencia y de seguridad locales, llegaron hasta los congresos continentales. Su efectividad fue tal, que Francia, y toda Europa, los copió para la Revolución. En Francia tras la derrota de los conservadores, simbolizada por la toma de la Bastilla, comenzó la ruptura entre los revolucionarios y el proceso de transmisión de poder hacia la izquierda. Los conservadores como Mounier fueron desterrados y los moderados cuyo centro radicaba en Mirabeau, La Fállete y Lameth fueron desplazados por los radicales de Pétion, Robespierre, Danton o Brissot que posteriormente conformarían la Gironda y la Montaña. Y estos movimientos en el poder volvemos a observarlos en Rusia durante el primer Gobierno provisional del Príncipe Lvov y de Milinkov compuesto por Cadetes del ala izquierda de la clase media que hoy denominaríamos liberales. Pero el problema de continuar en la Gran Guerra provocó la caída del Gobierno provisional y la llegada al poder del moderado Kerensky, socialista, antes de que los bolcheviques de Lenin, comunistas, pudieran instaurar la dictadura del proletariado simbolizada en la toma del Palacio de Invierno.

16 El Nuevo Ejército osciló entre 22.000 y 40.000 hombres, en una población de entre tres y cinco millones de habitantes; los jacobinos estuvieron en unas 500.000 personas, en una población de 20 millones de habitantes; y el Partido Comunista no llegaba al millón de miembros, en una población de 100 millones de personas.

17 Brinton, C. Anatomía de la revolución,  pp. 197.

18 “En la Asamblea aquellos que aspiraban a desarrollar plenamente la Revolución “ocupaban los escaños del lado izquierdo, costumbre que se mantendría a lo largo de la Revolución y daría origen a nuestras actuales denominaciones izquierda-derecha… Este grupo… se reunía en el Club de los Amigos de la Constitución… tras el traslado a París pasó a reunirse en un convento de los dominicos, llamados jacobinos… porque tuvieron su primera sede en la calle de Saint-Jacques de París… su carácter relativamente elitista –se exigía una cuota para ingresar en él-. Pronto nació otro club de naturaleza distinta: el de los Cordeliers, llamado así porque reunían en las dependencias de un convento franciscano (a los que se daba el nombre de cordeliers por la cuerda con la que ceñían su hábito)… no exigía cuota de ingreso, lo que hizo que quedara abierto a las clases populares. Tampoco discriminaba a las mujeres como hicieron los jacobinos. El club se constituyó rápidamente como una plataforma de vigilancia y presión sobre la Asamblea”. National Geographic. XVIII, pp. 29. En 1791 se constituyó una nueva Asamblea. De sus 745 miembros, unos 350 –casi la mitad-, “no estaban alineados con ninguna corriente; formaban parte de la Llanura o marais –el <<pantano>>-, y reflejaban el sentir de una Burguesía que aspiraba a consolidar la Revolución… aunque a la vez mostraba gran desconfianza hacia el rey [desde su intento de huida]. A su derecha… unos 170 diputados, adscritos al Club de los Feuillants… defensores de la constitución vigente… y que pusieron todas sus esperanzas en una alianza con la monarquía. Inicialmente, constituyeron la fuerza dominante; fueron una escisión moderada y conservadora de los jacobinos. La izquierda estaba formada por unos 150 diputados, que pronto se <<alinearon en torno a un grupo de diputados particularmente activos, los girondinos [facción moderada de los jacobinos], nombre que se les dio por su costumbre de asistir a algunos salones, como el de madame Roland, en los que coincidían muchas personalidades originarias de la zona de Burdeos… en la época la denominación más usual para el grupo era la de brissotinos, por Brissot, su jefe de filas. En la Asamblea… acapararon la vanguardia revolucionaria, secundados por toda una red de salones y clubes… donde se discutían… los principios formulados por Rousseau… se asociaron con las actitudes anticlericales, incluso con el ateísmo… Identificados con los intereses de las clases medias, al igual que los feuillants, se mostraron  dispuestos a aceptar la Constitución vigente”. National Geographic. XVIII, pp. 46. Tras la escisión de los feuillants, en 1791, los jacobinos tendieron abiertamente hacia el radicalismo democrático de Robespierre. Por tanto, como Robespierre, Danton, Marat y Saint-Just, se sentaban en la parte alta de la cámara; de ahí les viene el nombre de la Montaña.

19 Soboul, A. La revolución francesa, pp.  44.

20 Soboul, A. O.c., pp.  61

21 France, A. Los dioses tienen sed, pp. 139

22 “La Declaración de los Derechos del Hombre en Sociedad, como se la llamó inicialmente, tenía muchos puntos en común con las declaraciones  de las colonias americanas, y se atenía a un planteamiento liberal de reafirmación de los derechos jurídicos individuales frente al estado propiedad, seguridad, resistencia a la opresión y al abuso judicial, libertad de opinión. Revalidaba asimismo el principio rousseauniano de la soberanía nacional. En 1791 quedó sancionado como preámbulo de la nueva Constitución… se convirtió en el manifiesto de todos los revolucionarios europeos”. National Geographic. XVIII, pp. 24. –Jefferson como Embajador USA colaboró con el Marqués de Lafayette-. Se ha reseñado a menudo el carácter incompleto y sesgado del texto, pues mientras se afirmaba expresamente los derechos de seguridad jurídica y propiedad, no se decía nada de los de asociación, reunión y petición, o libertad de cultos”. National Geographic. XVIII, pp. 26. “El liberalismo a la inglesa fue defendido… tan sólo por voces aisladas como la del gran periodista ginebrino Mallet du pan, que desde su periódico, el Mercure de France,… asumía el radicalismo de la Revolución, la intimidación ideológica que los moderados como él sufrían… “Cree o perece”, éste es el anatema pronunciado por los entusiastas en el nombre de <<la libertad>>”. National Geographic. XVIII, pp. 28. Por otro lado, la libertad ordenada, la liberación de un poder arbitrario, la justicia y los derechos morales que defendía Burke, eran los valores que el propio Tocqueville esperaba que la nueva democracia supiese mantener y revitalizar. Ambos sabían que “la tiranía sin rostro de las masas revolucionarias era peor incluso que el despotismo más insensible”. Kirk, R. Edmund Burke, pp. 97. En este contexto, Burke vaticinó acertadamente que la Revolución francesa acabaría en un régimen despótico que destruiría la sociedad tradicional, en varias etapas. Por ello, criticó la falsedad de los Derechos del Hombre por ser una noción abstracta, que no era más, que un deseo insensato de liberarse de todo deber. 

23 “A finales de 1789, las autoridades crearon una Caja Extraordinaria con los bienes nacionales recién expropiados a la Iglesia, y emitieron una serie de bonos <<asignados>> a esa caja, a un interés del 5 %. Un año más tarde, la Asamblea decidió convertir esos bonos en papel moneda, de uso obligatorio y sin interés”. National Geographic. XVIII, pp. 74. Así los asignados fueron la moneda que financió la Revolución. Por otra parte, el Comité de Salvación Pública –que en febrero de 1793 introdujo el servicio militar obligatorio- institucionalizó el Terror, la economía dirigida, la detención de acaparadores y la ley de sospechosos. Con esta última, en agosto de 1794 ya se había detenido a 500.000 sospechosos en toda Francia. La Revolución puso en pie todo un Estado policial (-17 de septiembre de 1793-). En este contexto, no podemos obviar que los comités revolucionarios, locales o de sección; eran quienes ejercían un control ideológico a través de la concesión, o no, de los <<certificados de civismo>>, vitales para evitar las detenciones y registros domiciliarios arbitrarios. El 31 de octubre se ejecutó a los 22 diputados girondinos, -otros 70 conocidos girondinos fueron encarcelados-. Entre los ejecutados se encontraban Madame Roland que en el cadalso afirmó: “Libertad, cuantos crímenes se cometen en tu nombre”. National Geographic. XVIII, pp. 78. “Camille Desmoulins… puso en jaque al gobierno del Comité de Salvación Pública con una publicación, el Le Vieux Cordelier, que desarrolló una aguda denuncia del Terror… Encolerizado Robespierre pidió en el Club de los Jacobinos que quemaran los números del seminario, a lo que Desmoulins replicó: <<Bien dicho, Robespierre; pero yo te contestaré, como Rousseau: ¡Quemar no es responder!”. National Geographic. XVIII, pp. 78. Desmoulins pidió compasión para buscar la reconciliación nacional. Los jacobinos respondieron “invistiéndose del patriotismo <<a la romana>>, duro e impecable, anatematizaron toda muestra de <<sensibilidad>> como traición al Estado”. National Geographic. XVIII, pp. 82. Cinco días más tarde Desmoulins, Danton… fueron arrestados. A partir de entonces, Robespierre por fin pudo suprimir todas las <<facciones>> y obtener la <<voluntad única>> en la República; y lo celebró imponiendo una nueva religión cívica: el culto al Ser Supremo.

24 Los feuillants eran reacios a la guerra para poder asentar el nuevo Régimen constitucional y acabar con la Revolución; los girondinos veían la guerra como una prolongación del impulso revolucionario para cambiar la faz del mundo con la espada y la razón; Robespierre (jacobino) no quería ir a la guerra porque no deseaba poner la dirección militar en manos de los Generales aristócratas; y tras el fracaso de las primeras ofensivas sobre Bélgica, los revolucionarios clamaron contra los enemigos internos de la Revolución: la Iglesia, la Aristocracia y el Rey. En este contexto, la crítica situación económica y social en Francia provocó la revolución de los Sans-culottes. Desde mayo de 1791, Jacques Roux, un cura, que vivía en uno de los barrios más pobres de París, profundizó el programa radical de los cordeliers hacia la pena de muerte para los especuladores y acaparadores, reales o ficticios. El 20 de junio de 1792 15.000 Sans-culottes tomaron el Palacio de las Tullerías para intentar que el Rey firmase sus demandas. El Rey no cedió, y con la invasión austro-prusiana de Francia, los cordeliers y los jacobinos pidieron una convención republicana. “En abril de 1792, los soldados marselleses que llegaban a París camino del frente entonaban un himno que un oficial, Rouget de I´Isle había compuesto poco antes y que se hizo enseguida célebre: La Marsellesa. La letra animaba a los <<enfants de la patrier>> a luchar contra <<esa horda de esclavos, de traidores [los emigrados], de reyes conjurados”. National Geographic. XVIII, pp. 52. Estos soldados se unirían a los sans-culottes.

25 Sans-culottes y jacobinos querían un mayor control económico contra la línea liberal dominante, algo a lo que los girondinos se oponían pero que empezaba a gustar entre la llanura. Pero los jacobinos ya habían montado un comité insurreccional que junto a unos guardias sans-culottes se presentó el 25 de mayo en la Convención para pedir el arresto de los 22 diputados girondinos a los que acusaron de conspiración. La Asamblea fue asaltada de nuevo el 2 de junio –incluso llevaron cañones- y los jacobinos votaron por la detención de los girondinos. “Vergniaud, irónico y desafiante, se levantó para brindar con un vaso de sangre por lo que era la abdicación del parlamentarismo frente a la insurrección popular y sus métodos de democracia directa”. National Geographic. XVIII, pp. 75.

26 Los jacobinos el 3 de agosto, a través de un comité insurreccional secreto, establecieron en el Ayuntamiento de París una Comuna insurreccional, paralela a la legal; y el 4 de agosto asaltaron las Tullerías –a pesar de que Luis XVI ordenó el alto el fuego casi un millar de Guardias Suizos fueron linchados hasta la muerte. La Asamblea suspendió a Luis XVI de su cargo y se convocó una Convención para redactar una nueva Constitución –previsiblemente republicana-. A la par, la Comuna insurreccional asumió todos los poderes de París, tomó el mando de la Guardia Nacional y suprimió los periódicos no afines. Los girondinos fueron los primeros en denunciar <<la usurpación y la dictadura de la nueva municipalidad>>. “Los reveses militares… y la amenaza de una próxima invasión provocaron el pánico entre la población parisina. Este sentimiento se transformó en paranoia frente a un imaginario enemigo interno, el formado por los <<contrarrevolucionarios>> encarcelados que estarían preparando un levantamiento a traición mientras el pueblo se jugaba la vida en el frente. Los tribunales populares… consideraron justificados los juicios sumarios y las ejecuciones expeditivas. La princesa de Lamballe… fue sacada a un callejón donde la abatieron a golpes de hacha y picas”. National Geographic. XVIII, pp. 54. Esto fue la primera política de Terror, el espejo donde se mirarían los jacobinos un año después. Así la Comuna fue quien inauguró el uso de la guillotina con un secretario del rey así como las <<visitas domiciliarias>> a personas <<sospechosas>>, con las que no tardaron en llenar las cárceles de supuestos traidores y conspiradores –especialmente oficiales y curas refractarios-. Para “agosto de 1792… se instauró en París <<un verdadero Estado policial>>”. National Geographic. XVIII, pp. 55. Un grupo de periodistas encabezados por Fréron pidieron asesinar a los presos contrarrevolucionarios, llamamiento del que se hicieron eco Marat y Hérbet; tras lo cual comenzó el rumor de que los prisioneros políticos se amotinarían y masacrarían a las esposas e hijos de los voluntarios cuando estos marchasen al frente. Así, el día del alistamiento, cuando Danton pronunció el discurso de <<audacia y más audacia>>, grupos de sans-culottes comenzaron las masacres que duraron cuatro días. Se calcula que hubo 1.400 muertes sólo en París. “Las distintas autoridades no hicieron absolutamente nada por detenerla”. National Geographic. XVIII, pp. 54. 1792 ya no sería el IV año de la libertad sino el I de la República. Las masacres provocaron que los girondinos comenzaran a denunciar a -los <<bebedores de sangre>>, los <<anarquistas>>-, los sans-culottes que habían cometido las matanzas y que ahora se parapetaban en la Comuna, con la benevolencia de la Montaña. Expulsados del Club de los Jacobinos, los líderes de esta tendencia se erigieron en portavoces de una opinión conservadora que parecía más arraigada en las provincias que en París”. National Geographic. XVIII, pp. 60. En este contexto, “el girondino Louvet le dijo a Robespierre en la Asamblea que <<Avanzas a grandes pasos hacia ese poder dictatorial cuya ambición te devora>>”. National Geographic. XVIII, pp. 60. Eso sí, los girondinos aplaudían el belicismo revolucionario como ejemplificó Brissot cuando afirmó: “<<No podemos estar en calma hasta que toda Europa esté en llamas>>”. National Geographic. XVIII, pp. 61. Mientras que “Chaumette, el sans-culotte que movía los hilos en la comuna, soñaba ya con un Imperio jacobino: <<El terreno que separa París de Petersburgo y de Moscú será pronto francizado, municipalizado>>”. National Geographic. XVIII, pp. 61. Por otro lado, el profesor de medicina de la universidad de París, Joseph Guillotin, propuso en diciembre de 1970 ante la Asamblea Constituyente, una reforma del sistema penal para garantizar la igualdad de los ciudadanos. Para dicho fin inventó la guillotina. Recordemos que hasta entonces la decapitación era sólo para la nobleza, el resto eran ahorcados.

27 Soboul, A. La revolución francesa, pp. 86 y ss.

28 Soboul, A. O.c., pp. 98.

29 Soboul, A. O.c., pp. 98 y ss.

30 France, A. Los dioses tienen sed, pp. 31.

31 Burke ante las orgías de sacrílegas matanzas y los <<crímenes patrióticos>> de la edad ilustrada dijo: <<La época de los caballeros ha pasado. La de los sofistas y los economistas la ha sucedido, y la gloria de Europa se ha extinguido para siempre>>. La época de esta nueva filosofía, producto de corazones helados y entendimientos turbios se resume al comprobar que <<en los jardines de su academia siempre se termina viviendo sólo patíbulos>>. Esta época deja al hombre sin una brújula por la que guiar su vida, abandonados a sus impulsos naturales, por lo que la búsqueda del beneficio público termina llevando a los derechos del hombre por la senda de la venganza, la rapacidad y el Terror. Así, los crímenes de hoy son concebidos por las ventajas del mañana. Y sin una guía moral los derechos humanos pierden todo su sentido natural para diferenciar lo justo de lo injusto. Aquí rememora a Lucano, Pharsalia V. 260, quicquid multis peccatur inultum, <<cualquier mal cometido por muchos, queda sin castigo>>. El deseo revolucionario de instaurar una democracia pura condujo, como había descrito Aristóteles en el libro IV de su política, a una sorprendente semejanza con la tiranía. Despotismo, persecución contra los mejores y demagogia. Y ese deseo acabó con las viejas instituciones para implantar una democracia despótica y negligente que, no admitiendo reforma alguna, favoreció el triunfo de un partido victorioso sobre los principios constitucionales como el modelo británico.

32 Soboul, A. La revolución francesa, pp. 104.

33 Soboul, A. O.c., pp. 105 y ss.

34 Cf. Soboul, A. La revolución francesa, pp. 12 y ss.

35 Mathiez, Albert. Le Bolchevisme et le Jacobinisme, pp. 16

36 Brinton, C. Las ideas y los hombres, pp. 405

37 Brinton, C. O.c., pp. 419

38 Brinton, C. O.c., pp. 420

39 Tocqueville afirmó que la Revolución francesa fue una Revolución política inmersa en un proceso revolucionario más profundo que se desarrollaba en el Antiguo Régimen. En este sentido, la igualdad de condiciones permitiría la movilidad social y la aparición de una amplia <<clase media>>, que conduciría a las  sociedades aristocráticas hacia la democracia desarrollando, según Tocqueville, el ideal de la igualdad, que la religión católica contribuyó de una manera decisiva a difundir. Pero Tocqueville no compartía la creencia en el <<Progreso>> como principio democrático para la organización social; y por ello advertía sobre los peligros que pueden surgir en el camino de la Revolución democrática popular: la centralización del poder, el aislamiento de los individuos y la tiranía de la mayoría. Debemos recordar que las sociedades aristocráticas solían distinguirse por el policentrismo del poder; mientras que en la democracia, se desarrolla una fuerte tendencia a la centralización del poder. Y es aquí donde nace la admiración de Tocqueville por la democracia liberal en América, cuando observa que el sistema federativo americano conjuga la centralización gubernamental con la descentralización administrativa; preservando la libertad individual, evitando la multiplicidad del aparato burocrático y provocando la actividad en un pueblo que no está apoyado sobre el Estado. Eso sí,  Tocqueville advierte claramente que liberarse del sistema de privilegios feudales no significó que se alcanzase la libertad; porque la organización burocrática, alumbró una dominación impersonal administrativa aún más agobiante que la anterior. Además, el reverso de ese despotismo es el aislamiento de los ciudadanos motivado por la expansión de la <<igualdad de condiciones>> que diluye los lazos y las organizaciones tradicionales. Tocqueville plantea la ambigüedad que la democracia trae al hombre: el individualismo provocado por el ideal de la igualdad permite la destrucción de las jerarquías aristocráticas, al negar la superioridad de alguien, mientras alimenta la hostilidad y la desconfianza entre pares. La multiplicidad de individuos aislados y extraños entre sí se inclina a confiar sólo en un poder central y despersonalizado. El resultado es una sociedad civil atomizada frente a un Estado omnipotente. Así, la familia se convierte en el último refugio comunitario de las sociedades modernas. Esa reducción del contacto en la esfera pública produce un hastío y una frustración que traerá el desarrollo de la sociedad de masas. Tocqueville anticipa varios aspectos de este fenómeno producido por la homogeneización del espacio público, y dirigido por el poder central, que incide en detrimento de la libertad individual en pro de una mayoría que posee una autoridad moral. De facto, Tocqueville concibe esta homogeneización como la <<tiranía de la mayoría>>; que para Tocqueville es el rostro de la nueva esclavitud. Y por ello pidió la creación de un poder judicial independiente para que los funcionarios no se subordinen a la tiranía de la mayoría representada en el voto popular a la par que se garantice la libertad de las minorías. Tocqueville como Montesquieu sabía que la única manera de poder evitar la corrupción y la caída de un Gobierno democrático es la virtud del pueblo y su participación efectiva en el ejercicio del poder. Así erradicarán la anarquía, el aislamiento y el paternalismo estatal. Una sociedad civil fuerte construida por un conjunto plural de asociaciones autónomas de las diversas actividades sociales es, para Tocqueville, el pilar básico de la democracia. Son lo que denomina <<poderes intermedios>>. También es la línea intelectual de Benjamín Constant. Junto a todo esto, la prensa se elevará al rango de instrumento esencial para mantener la vitalidad de la libertad y la democracia.

40 De Tocqueville, A. El Antiguo Régimen y la Revolución, pp. 180

41 De Tocqueville, A. O.c., pp. 190

42 En este sentido, Burke señaló que en la Declaración de Derechos residen los principios de la Revolución inglesa de 1688. Dicho estatuto prudente y redactado por grandes hombres de Estado y juristas es la clave de bóveda de la Constitución inglesa. Debemos recordar que la Revolución inglesa provocó el Acta de declaración de derechos y libertades del súbdito, la sucesión a la Corona e instauraron que el Parlamento se reuniera frecuentemente. La Revolución se hizo en Inglaterra para preservar las antiguas leyes y libertades que garantizaban su libertad como ratificaron en la Petición de Derechos, donde en el tercer año del Reinado de Carlos I, el Parlamento le dijo al Rey: <<Vuestros súbditos han heredado esta libertad, reclamando sus privilegios, no basándose en principios abstractos tales como los derechos humanos, sino como derechos de los ingleses, como un patrimonio suyo heredado de sus mayores>>. De esta manera se concentraron en preservar las libertades, las leyes y la religión, que habían sido amenazadas, mediante una política uniforme en la concepción de sus libertades como una herencia que debían transmitir. Esa unidad de acción se observa desde la Carta Magna hasta la Petición de Derechos.

43 De Tocqueville, A. El Antiguo Régimen y la Revolución, pp. 197

44 Tocqueville afirma que la Revolución abolió el orden feudal para aumentar el poder y los derechos de la autoridad pública mientras implantaba un orden social y político basado en la igualdad de condiciones. Y señala que el nuevo orden fracasó en su intento de garantizar la libertad y contener la centralización del poder; así como, que la Revolución tuvo lugar en Francia porque la Aristocracia fue perdiendo poco a poco su poder político y económico frente al Rey, provocando un aumento de la centralización, mientras conservaba casi todos sus privilegios. Dicha debilidad produjo la pérdida de las libertades comunes, de las que eran depositarias, frente a la Monarquía, y ello le granjeó el odio de las otras clases sociales que los empezaron a sentir como una casta cerrada sin funcionalidad. Por otra parte, Tocqueville también señalaba que la creencia ilustrada de conciliar la libertad con un Régimen centralizado apelando a una “Razón” como mediación entre la libertad y el poder, fue el aporte de los intelectuales al estallido revolucionario. También indicaba que esos intelectuales de espíritu antirreligioso actuaron con una visión mundana “monoteísta” que sacrificaba la pluralidad para alcanzar un principio supremo. Es decir, se encaminaron por la senda de homogeneizar el mundo a través de una Razón monolítica. Además, Burke, en la línea de Tocqueville y Hannah Arendt, admite que la pérdida de la utilidad social de la Aristocracia, mientras mantenían sus propiedades, fueron mal percibidos por los ojos del pueblo. Pero también indica que esa Aristocracia no asimiló a la nueva burguesía, provocando una de las causas principales de la Revolución. Para más información le recomendamos la obra de Hannah Arendt. Los orígenes del totalitarismo.

45 De Tocqueville, A. El Antiguo Régimen y la Revolución, pp. 209

46 De Tocqueville, A. O.c., pp. 224

47 De Tocqueville, A. O.c., pp. 226

48 Burke “evocó la sabiduría de las especies para frenar el duro corazón de los <<metafísicos>>. La naturaleza humana es una constante, y los metafísicos de la Ilustración no podían crear un hombre o una sociedad nuevos. Solamente podían arruinar lo que se había construido a lo largo de miles de años de doloroso esfuerzo humano”.  Kirk, R. Edmund Burke, pp. 176. Recordemos que Burke creía que en una sociedad buena y humana se basaba en la ley, la religión y las tradiciones. Comprendía al hombre desde una visión cristiana que los ilustrados repudiaban con violencia por considerar a la religión como una superstición y como su enemiga. Realmente era un enfrentamiento teológico donde los ilustrados querían sustituir la Providencia por un esquema racional que permitiese el desarrollo de la sociedad y el hombre perfecto. Querían suplantar los dogmas religiosos por los dogmas seglares: la caridad por la fraternidad obligada por el Estado; o la gracia por la promesa de la perfección y la satisfacción de todos los apetitos. En este contexto, se comprende mejor que los revolucionarios atacasen y destruyesen con celeridad las fuentes de <<la oscuridad y la reacción>> para adelantar la venida del Progreso. Con este proceso la <<doctrina armada>> se convirtió en una religión invertida, que mediante el poder político, el Terror y la destrucción de los dogmas antiguos implantaba el credo <<racional>> de la Utopía. Así, la <<doctrina armada>>, la ideología revolucionaria, se convirtió en un “fanatismo político que prometía la redención general y una felicidad idílica que habría de conseguir mediante una alteración social de corte radical”. Kirk, R. Edmund Burke, pp. 178. Pero Burke sabía que las palabras de la serpiente a Adán, Eretis sicue Dei -Y seréis como dioses-, no eran sinceras; sabía que la utopía sólo rompe la moral de las costumbres antiguas, que paran la naturaleza salvaje del hombre. Es decir, sólo sirve para destruir la fuerza vital de los lazos sociales. Por ello Burke les dice: “Contad ahora vuestras ganancias; ved lo que habéis conseguido con todas esas extravagantes y presuntuosas especulaciones que han enseñado a vuestros líderes a despreciar a todos sus predecesores y a todos sus contemporáneos, e incluso a despreciarse a sí mismo hasta el momento en que verdaderamente se hacen despreciables. ¡Siguiendo esas falsas luces, Francia ha comprendido sus innegables calamidades a un precio más alto que el que ninguna otra nación ha pagado para comprar sus más inequívocas bendiciones”.  Kirk, R. Edmund Burke, pp. 74. Francia, por el deseo utópico de nivelación social de la Revolución francesa, sacrificó sus intereses y abandonó su virtud heredada para implantar una anarquía civil y militar que invalidó las leyes, desmanteló la industria, debilitó el comercio, saqueó la Iglesia e implantó el Terror. Por tanto, Burke piensa que, para mantener firme al Estado cuando este requiera de reformas, es preciso acometerlas con extremada cautela, basándose en la experiencia y no pensándolas sólo a priori.

49 De Tocqueville, A. El Antiguo Régimen y la Revolución, pp. 240.

50 Para profundizar en la enseñanza de la ciudadanía para el futuro de la Revolución recomendamos la obra de Miller, T. y Yúdice, G. Política cultural. Gedisa, Barcelona, 2004.

51 Para Burke, los teóricos revolucionarios olvidaron que no existe ningún derecho incompatible con la virtud, incluida la prudencia, o que los hombres no tienen derecho a pedir lo que no es razonable. De aquí, que esas especulaciones sublimes que imaginan los profesores, en pos de los principios absolutos, no pueden ser aplicadas sin pasar por el filtro de la sociedad civil y la ley. Pero cuando descubren que sus principios absolutos, fruto de su especulación mental, no pueden ser aplicados directamente por el Estado; piden la guerra o la Revolución, menosprecian todo principio público, jamás abandonan sus proyectos de cambio, no aplauden la buena administración pública y sí el gasto para avanzar en la Revolución. “Lo peor de estas teorías políticas revolucionarias es… que estas gentes están tan  poseídas por sus teorías acerca de los derechos del hombre, que han olvidado por completo su naturaleza. Sin abrir nuevas avenidas al entendimiento, han conseguido crear aquellas otras que llevan al corazón. Han pervertido, tanto a sí mismos como en quienes les escuchan, todas las simpatías bien dirigidas del corazón humano”. Burke, E. Reflexiones sobre la Revolución en Francia. p. 110 y ss. Con todo ello bien presente entenderemos mejor que Burke afirmase que lo peor de las teorías políticas revolucionarias reside en el espíritu que dejan traslucir: “Conjuras, masacres y asesinatos les parecen a algunas gentes un precio sin importancia que ha de pagarse para lograr la revolución. La reforma poco costosa e incruenta, la libertad obtenida sin incurrir en actos culpables, son para su gusto demasiado aburridas e insípidas. Tiene que haber un gran cambio de escena; tiene que haber un magno efecto teatral; tiene que haber un magnífico espectáculo para estimular la imaginación embotada por sesenta años de perezoso bienestar y seguridad, y por el reposo monótono de la prosperidad pública.” Burke, E. Reflexiones sobre la Revolución en Francia, pp. 11 y ss. En esta línea, al ver a la Asamblea que regía la Francia revolucionaria deliberando entre gritos, abucheos, aplausos y petulancias junto a una presuntuosa autoridad que representaba una farsa con tan poca libertad como decencia; Burke rememoró las palabras de Lucano, Farsalia, IX, 207, nec color imperii nec frons ulla senatus, <<ni la apariencia de autoridad ni el aspecto de un Senado>>, cuando comprendió que la galería había tomado asiento en la sala. Pero también las de Cicerón para De Senectute VI, 20: <<Decidme: ¿Cómo pudisteis perder con tanta rapidez una república tan grande?>>. La respuesta es: <<Por culpa de jóvenes insensatos pronunciando discursos>>. La razón de tan durísima crítica, la dejó clara al señalar que el poder que han asumido lo utilizan para la subversión y la destrucción, con la divisa de los derechos humanos mediante, que “debidamente espolvoreados con todos los ingredientes del ridículo y del desprecio, es ponerle en los labios, en lugar del <<bálsamo de las almas heridas >>, la copa del sufrimiento humano llena hasta los bordes, y obligarlos a beber de ella hasta las heces”. Burke, E. Reflexiones sobre la Revolución en Francia, pp. 119.

52 De Tocqueville, A. El Antiguo Régimen y la Revolución, pp. 244

53 De Tocqueville, A. O.c., pp. 268

54 De Tocqueville, A. O.c., pp. 270

55 “En 1774, al acceder Luis XIV al poder, aún se arrastraban las deudas de la guerra de los Siete años, concluida en 1763. Pero fue la implicación en la guerra de Independencia norteamericana lo que trastocó las cuentas del reino… La intervención francesa en la guerra de Independencia de Estados Unidos (1775-1783) tuvo un coste financiero colosal: al menos 20.000 millones de libras, que se cubrieron con empréstitos… El arcaico sistema recaudatorio de la monarquía hizo imposible revertir la situación… entraron casi en bancarrota… La única salida viable era una reforma a fondo del sistema impositivo, que introdujera una base fiscal más amplia”. National Geographic. XVIII, pp. 14 y ss. Pero el Rey acabó paralizando la reforma por lo que esta se terminó convirtiendo en una Revolución. De facto, los británicos suelen decir que <<cuando un Gobierno no hace reformas, el pueblo le da la Revolución>>. “Estados Unidos de América, bajo el mando de George Washington y con la determinante asistencia de Francia y España, salía victorioso… La opinión pública francesa celebró un desenlace que venía a suponer el desquite frente a Inglaterra, que en 1763 había despojado a Francia de todas sus colonias en América del Norte… Un modesto philosophe, el abate Genty, no dudaba en declarar: <<La independencia de los angloamericanos es el acontecimiento más propicio para acelerar la revolución que debe traer la felicidad a las tierra>>”. National Geographic. XVIII, pp.11.

56 Cf. De Tocqueville, A. El Antiguo Régimen y la Revolución,  pp. 160 y ss.

57 “Se ha calculado que en la guerra de la Vendée murieron 100.000 personas; en algunos lugares, se perdió el 40 % de la población”. National Geographic. XVIII, pp. 81. Por otro lado, hasta que se produjo el Golpe de Termidor el número de víctimas del <<Terror legal>> revolucionario ascendió a 16.594: “Germinal (21-III/ 19-IV) 155; Floreal (20-IV/19-V) 354, Pradial (20-V/18.VI) 509; Mesidor (19-VI/ 18-VII) 796; Termidor (19/27-VII) 342. Pero la cifra total, incluidos los asesinados en las rebeliones de 1793, asciende a los 40.000 muertos según el historiador norteamericano Donald Greer. [Para más información véase su obra The Incidence of the Emigration during the French Revolution. Harvard University Press, Cambridge, 1951.] Pero el 26 de julio de 1794, Robespierre pidió una nueva purga para acabar con la conspiración interna; y al día siguiente este fue apresado cuando algunos diputados jacobinos, apoyando a Saint-Just en su encendido discurso contra su compañero Robespierre, comenzaron a gritar la señal para el Golpe de estado: “<<No, abajo el tirano, la sangre de Danton te ahoga!>>”. María Teresa González Cortés. Los monstruos políticos de la Modernidad, pp. 150. En los días siguientes el dictador Robespierre y 129 de sus compañeros fueron ejecutados; el Comité de Salvación Pública perdió casi todo su poder, la economía dirigida comenzó a relajarse, se restableció la libertad de prensa, se permitió el culto católico en las casas privadas, la gente comenzó a volver a los restaurantes, teatros, bailes… El Estado policial revolucionario de jacobinos y sans-culottes había acabado. La burguesía volvió al poder y buscó volver a la Constitución de 1793; los jacobinos intentaron dos fallidos Golpes de Estado; los girondinos apoyaron a los feuillants con el deseo de buscar un Régimen parlamentario como el británico. Pero la falta de una Monarquía, una Aristocracia y una tradición constitucional como la británica, provocó que los cuatro años que duró el Directorio fuesen una sucesión de crisis, revueltas y Golpes de estado; que solo se pacificó con la toma del poder por parte del Ejército. El pecado original del Directorio estuvo en su decisión de elegir dos tercios de los nuevos diputados de entre los miembros de los anteriores para evitar que las nuevas instituciones quedaran dominadas por una mayoría monárquica. Un jacobino llamado Babeuf buscando implantar una República social –dictadura- intentó una nueva “insurrección contra el Directorio en 1796 [que] será vista en el siglo XIX como la primera manifestación coherente de un programa comunista, sintetizado en el Manifiesto de los iguales… un modelo de sociedad, basado en una agricultura y unas manufacturas colectivas… emprendió una intensa labor de propaganda clandestina… organizó una célula revolucionaria clandestina cuyos miembros fueron arrestados por la policía. El proceso terminó con la condena a muerte de Babeuf y otro implicado…”. National Geographic. XVIII, pp. 94.

58 De Tocqueville, A.  El Antiguo Régimen y la Revolución, pp. 284 y ss.

59 De Tocqueville, A. O.c., pp. 302

60 Brinton, C. Las ideas y los hombres, pp. 373.

61 Burke se preguntó: “¿Qué es el jacobinismo? Es el intento de suprimir los prejuicios de la conciencia humana, con el objeto de poner todo el poder y la autoridad en manos de personas capaces de iluminar ocasionalmente la mente del pueblo. A tal objeto, los jacobinos han decidido eliminar toda la estructura de las viejas sociedades del mundo y regenerarlas a su gusto. Y para formar un ejército que logre tales fines, alistan en cualquier parte a los pobres, sobornándolos con los despojos que pueden conseguir de los ricos”. Kirk, R. Edmund Burke, pp. 212. Por ello, Inglaterra debía evitar que los jacobinos tomaran el centro de Europa. De eso dependía la libertad de la propia Inglaterra. El jacobinismo era una organización muy firme basada en creencias fanáticas; de aquí, que Burke dijese que: “para que el mal triunfe basta con que los hombres buenos no hagan nada”. Kirk, R. Edmund Burke, pp. 214. El jacobinismo, por tanto, era la rebelión contra las leyes, las instituciones, la propiedad y la religión; y procedía mediante las confiscaciones y el asesinato. Por ello Burke no quería establecer compromisos ni concesiones con ellos. Es más, sabía perfectamente que los jacobinos sólo temporizarían sus acciones cuando viesen en ello alguna ventaja, pero volverían al ataque cuando creyesen desprevenidos a los amigos del orden y la justicia. Pues para los jacobinos el Estado lo es todo, por eso desprecian la voluntad, la libertad, la necesidad y la sangre del individuo, y buscan que el Estado obtenga el poder a través del dominio de las mentes por el proselitismo y de los cuerpos por las armas. En este contexto, el Cardenal Newman de Oxford se pasó de la Iglesia anglicana a la católica en 1845 buscando una certidumbre y una autoridad contra la filosofía ilustrada. Newman creía que la vida humana no podía ser guiada por un científico; pues era una mezcla de sensibilidad estética, moral y experiencia concreta. Por ello creía en el mantenimiento de los sistemas de relaciones sociales y económicas; y desde aquí levantaría un modelo teórico político, denominado catolicismo liberal, con el cual quería adaptar consciente y gradualmente la actitud cristiana a la democracia. Con el paso del tiempo los radicales comprendieron gradualmente que su proceso igualitario necesitaba la ayuda de una legislación social y con ello se desarrolló el intervencionismo estatal; el socialismo. Es decir, el “quid” de la izquierda desde el siglo XIX es la conversión de la democracia política en una democracia social. Pero no podemos olvidar que el fabianismo y el New Deal, la Tercera Fuerza, no es lo mismo que la secta religiosa desarrollada por Carlos Marx; aunque ambas nacieron de la Ilustración francesa. La gran diferencia es que la Tercera Fuerza, sí puede llegar a un compromiso abierto con los conservadores y la Iglesia, mientras que el positivismo y el materialismo radical del marxismo lo impide de plano. Entre tanto, el compromiso victoriano del siglo XIX buscaba la conservación de la democracia política moderada, un nacionalismo tranquilo y una gran libertad económica individual para las empresas, y lo equilibraba todo bajo un estricto código moral y la fe cristiana. La lucha entre la imaginación moral de Burke y la imaginación idílica de Rousseau volvió a producirse en el siglo XX; porque la doctrina armada desprecia siempre las virtudes que frenan los apetitos arbitrarios. Por ello buscan sustituir la virtud por la humanidad, es decir, por una moralidad sin contención a cualquier precio. Y esa humanidad sin contención, según Russell Kirk, será la que mañana asesinará a los inocentes.

62 “No es extraño que algunos intelectuales que saludaron con gran entusiasmo la Revolución de 1789 e incluso las guerras revolucionarias de 1792 terminaran expresando su desengaño. Así le sucedió al poeta inglés Coleridge, que en 1789, tras la ocupación francesa de Suiza, escribía: <<¡Oh Francia, que te burlas del cielo, adúltera, ciega,/ y patriota sólo en tus acciones perversas!/ ¿De eso te jactas, Campeona del género humano?>>”. National Geographic. XVIII, pp. 43. Tras la ejecución de Luis XVI “muchos intelectuales que habían mostrado entusiasmo por la Revolución de 1789 sentían ahora decepción, incluso repugnancia, ante el Terror de septiembre, la ejecución del Rey y, pronto también ante la política conquistadora de la República jacobina. El dramaturgo alemán Schiller, por ejemplo, escribía en febrero de 1793: <<Desde hace catorce días ya no puedo leer ningún periódico francés: me dan asco estos miserables siervos de desolladores>>. “Los Estados europeos sentían que Francia suponía una amenaza ideológica; temían que su ejemplo cundiera y que la llamada revolucionaria prendiese en sus territorios… El conde de Floridablanca, primer ministro del Rey Carlos IV, inventó la consigna del <<cordón sanitario>> frente a… esta peste”. National Geographic. XVIII, pp. 48. Además, la coronación de Napoleón provocó la repulsa de muchos intelectuales que le habían apoyado. Un ejemplo de ello fue que Beethoven retiró la dedicatoria de su Tercera sinfonía a Bonaparte en cuanto tuvo conocimiento de su coronación.

63 Varios. Historia política y social moderna y contemporánea, Vol. I, pp. 157

64 El famoso folleto que pedía la necesidad de una representación <<nacional>>, ¿Qué es el Tercer Estado, fue escrito por “Joseph Sieyés, un sacerdote de familia burguesa”. National Geographic. XVIII, pp. 20, que también redactó el célebre juramento del Juego de Pelota, por el que los diputados juraron <<a Dios y la Patria>> permanecer unidos hasta que Francia tuviese una constitución. Por cierto, “el Tercer Estado tomó el nombre  Asamblea de los Comunes (como en Inglaterra)”. National Geographic. XVIII, pp. 21.

65 Soboul, A. La revolución francesa, pp. 27

66 Soboul, A. O.c., pp. 36


Recibido: 01/07/2017 Aceptado: 28/08/2017 Publicado: Agosto de 2017

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