Revista: CCCSS Contribuciones a las Ciencias Sociales
ISSN: 1988-7833


EL CONOCIMIENTO CAMPESINO COMO ELEMENTO DE DESARROLLO LOCAL-ENDÓGENO DE LOS URBICULTORES DEL VALLE DE TEHUACÁN, PUEBLA

Autores e infomación del artículo

Adriana Flores Guevara*

María de Lourdes Hernández Rodríguez**

El Colegio de Tlaxcala, México

adxth2@gmail.com

Resumen
Se identificó la presencia de innovación proveniente del conocimiento campesino, como resultado de una cultura milenaria en el manejo agrícola, que actualmente se refleja en su aplicación en los huertos urbanos de la zona urbana de Tehuacán, Puebla; dicho elemento es nuclear para los procesos de desarrollo local, pues revaloriza la importancia de las capacidades endógenas y toma a la cultura cómo determinante de éste tipo de desarrollo, así mismo los agricultores urbanos presentan la capacidad de respuesta ante la incertidumbre  resultante de constantes cambios en las políticas nacionales e internacionales de tipo neoliberal, por medio de la obtención de alimentos para autoconsumo; que si bien se hace uso parcial de las técnicas y tecnologías recibidas desde arriba, la adaptación hacia la propia cultura, juega un papel preponderante para la apropiación de los huertos.
 Abstract
The presence of innovation from peasant knowledge was identified as a result of a millenary culture in agricultural management, which is currently reflected in its application in the urban orchards of the urban area of Tehuacán, Puebla; This element considered to be nuclear for local development processes, since it revalues the importance of endogenous capacities and considers culture as the determinant of this type of development, and also the urban farmers have a good capacity of response to the uncertainty resulting from constant changes in national and international policies of the neoliberal type, through the acquisition of food for self-consumption; that although partial use of the techniques and technologies received from above, the adaptation towards the own culture, plays a preponderant role for the appropriation of the urban orchards.
Palabras Clave: Desarrollo Local-endógeno, Conocimiento Campesino, Huertos Urbanos, Urbicultura, Valle de Tehuacán
Key Words: Local-Endogenous Development, Peasant Knowledge, Urban Gardens, Urbiculture, Tehuacán Valley


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Adriana Flores Guevara y María de Lourdes Hernández Rodríguez (2017): “El conocimiento campesino como elemento de desarrollo local-endógeno de los urbicultores del valle de Tehuacán, Puebla”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (abril-junio 2017). En línea:
http://www.eumed.net/rev/cccss/2017/02/urbicultores-tehuacan.html

http://hdl.handle.net/20.500.11763/cccss1702urbicultores-tehuacan


Introducción.

El concepto de agricultura familiar en América Latina sustenta sus orígenes en las ideas populistas de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, que veían en la paysannerie europea un elemento de estabilidad y cohesión social (Maletta, 2011, citado por Salcedo et al, 2014). En Latinoamérica las civilizaciones antiguas desarrollaron la producción de alimentos en sistemas urbanos como el caso de mexicas, incas y mayas, y los sistemas de chinampas en México; de agua en Machu Pichu, Perú, y las chacras chilenas. En ellos se intercalan cultivos hortícolas como tomate, lechuga, acelga, chile, cebolla, coliflor, pepino, brócoli, calabacita, cilantro, nopal verdura y setas; plantas medicinales y aromáticas como manzanilla, menta, hierbabuena, orégano, mejorana, cilantro, epazote y albahaca; cultivos ornamentales como crisantemos, rosas, claveles y flores exóticas, y ganado con especies menores como cabras, aves de corral y cerdos (Valdés F. et al 2015).
La introducción de la agricultura urbana a la ciudad de Tehuacán, se debió a políticas públicas centralizadas por medio de planes y programas de desarrollo puestos en marcha por el gobierno federal y en correspondencia con requerimientos internacionales cómo las alianzas y acuerdos entre la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) y la Secretaria de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (SAGARPA), en México, quien implementó en el año 2014 el componente de Agricultura Periurbana y de Traspatio, en donde se instalaron pequeños huertos periurbanos familiares para producción de autoconsumo, de los cuales 1500 se establecieron Tehuacán Puebla, éstos huertos se caracterizaron por haberse plantado en espacios pequeños, de 10 a 100m2 , ubicarse en entornos urbanos y ser útiles en la producción de vegetales: frutas, hortalizas, especias y hierbas medicinales; cuya producción está orientada a la alimentación utilizando para su producción, técnicas cómo la hidroponía, organoponia, el uso de compostas, e instalados en azoteas, muros o patios, utilizando sistemas riego de baja tecnología. El objetivo principal del Estado, fue desarrollar una estrategia para el incremento de producción de alimentos para mujeres y personas de la tercera edad en condición de pobreza alimentaria que habitan en las zonas rurales, periurbanas y urbanas del valle de Tehuacán (DOF, 2014)
El cultivo para autoconsumo a pequeña escala entendido como huerto urbano, no es nuevo para la cultura de Tehuacán, que es considerada cuna del maíz y de la agricultura (MacNeish, 1972) a pesar del cambio acelerado del territorio rural a lo urbano, como resultado del crecimiento industrial y de servicios del último cuarto de siglo que ha provocado un apilamiento de territorios (Giménez, 1999) o multiterritorialidad en un mismo espacio, que muestran al exterior la alienación a la modernidad;  y son embargo, en Tehuacán, la cultura campesina se conserva, lo que ha llevado a algunos de sus habitantes a adaptar la práctica de la agricultura tradicional a los huertos urbanos   haciendo uso del  conocimiento campesino.
Con base en lo anterior, el presente documento es resultado de una primera aproximación hacia la producción de alimentos en la zona urbana y periurbana de la ciudad de Tehuacán y forma parte del marco situacional de la investigación en curso denominada “Impacto multidimensional de los huertos urbanos en Tehuacán, Puebla” con el objetivo de identificar la presencia del conocimiento campesino que dentro de las actividades urbanas de la ciudad, se observa en los huertos urbanos familiares y analiza la forma en que éste conocimiento, puede ser un elemento que abone al proceso de desarrollo local.
Para ello se aborda el concepto de desarrollo local-endógeno desde la perspectiva de varios autores, incluida la crítica hacia la imposición del modelo centralizado, para posteriormente ubicar el contexto de la zona urbana de Tehuacán, su importancia ancestral en la agricultura y las modificaciones aceleradas en la economía pasando de un sector primario al secundario, más adelante se vincula la cultura campesina con los habitantes urbanos actuales, que por la rapidez del paso de lo rural a urbano aún no se ha desaprendido de sus raíces, y cómo esto conlleva la conservación del conocimiento campesino que ahora aplican al manejo de sus huertos en la ciudad y su vinculación al desarrollo local.

Las implicaciones del Desarrollo Local-Endógeno
Para entender el desarrollo Local-Endógeno, es necesario conceptualizarlo desde lo que implica el desarrollo, considerando que éste tiene una vínculo intrínseco al logro humano dentro de un espacio definido, de modo que involucre progreso, derivado de una relación entre sujetos y actores, caracterizado por un avanzar hacia adelante, tomando como punto de partida lo que se tiene y orientándose a lo que se quiere; el desarrollo es un desenvolvimiento que implica sumar, crear, crecer, a partir de sí mismo (Romero et. al., 2016).
En una primera etapa y  tomando como punto de partida a Boisier (2001) el desarrollo, debe ser  territorial, entendido éste al que se refiere a la escala geográfica de un proceso y no a su sustancia, como una escala continua en la que es posible reconocer los siguientes niveles: mundo, continente, país, región, estado o provincia o departamento, comuna, etc; bajo éstos términos, lo local es un concepto relativo a un espacio más amplio, y argumenta que no puede analizarse lo local sin hacer referencia al espacio que abarca y en el cual se inserta (municipio, departamento, provincia, región, nación). De esta manera y de acuerdo con Gasca (2009), la denominación de desarrollo local, es la adquisición del apellido local de acuerdo al criterio metodológico que lo identifica.
El desarrollo local es un concepto que reconoce tres puntos de origen: el primero, es la expresión de una lógica de ordenación horizontal que se manifiesta en la dialéctica centro/periferia; el segundo es considerarlo como una respuesta a la crisis macroeconómica incluido el ajuste político supranacional y por último es provocado en todo el mundo por la globalización y por la dialéctica global/local que ésta conlleva (Boisier, 2001); Cuervo (Citado por Boisier, 2001) menciona que dar un enfoque global al desarrollo corresponde a hacer frente a problemas como el desempleo, la desorganización económica ocasionados por el declive industrial y las deslocalizaciones.
Vázquez-Barquero (1988), define el desarrollo local como:
Un proceso de crecimiento económico y de cambio estructural que conduce a una mejora en el nivel de vida de la población local, en el que se pueden identificar tres dimensiones: una económica, en la que los empresarios locales usan su capacidad para organizar los factores productivos locales con niveles de productividad suficientes para ser competitivos en los mercados; otra, sociocultural, en que los valores y las instituciones sirven de base al proceso de desarrollo; y, finalmente, una dimensión político-administrativa en que las políticas territoriales permiten crear un  entorno económico local favorable, protegerlo de interferencias externas e impulsar el desarrollo local (pag. 129).
Paralelamente, un desarrollo local en su óptimo, debiera ser también endógeno, entendido éste último como la habilidad para realizar innovaciones desde lo local (Boisier, 2001), ya que además que el desarrollo endógeno obedecería a la formación de un proceso emprendedor e innovador, en que el territorio no es un receptor pasivo de las estrategias de las grandes empresas y de las organizaciones externas, sino que tiene una estrategia propia que le permite incidir en la dinámica económica local (Vazquez-Barquero, en Boisier, 2001), es por ello que el Desarrollo endógeno representa la capacidad para convertir el sistema socio-económico; de manera que responda a los desafíos externos, mediante la promoción de aprendizaje social, la generación de normas para la regulación social a nivel local en específico la habilidad para innovar desde lo local (Garofoli, 1995), de esta manera lo local no puede ser entendido sin lo endógeno.
El desarrollo local, es un ambicioso proceso en el tiempo, que incluye recursos humanos y económicos con capacidad de construcción y creación, lo cual implica ir erigiendo en cada etapa estas condiciones a nivel del territorio y su articulación con lo global. En este sentido, el desarrollo local es un proceso más sociopolítico que económico pues los desafíos tienen más que ver con la gobernanza, la identidad, la cultura y la articulación de actores y capital social, que con la gestión local o de proyectos productivos. Lo local no se define por divisiones geográficas o administrativas, sino que se constituye a partir de la tradición construida de las personas que habitan los espacios, las condiciones geográficas, ambientales, culturales, identitarias, políticas y económicas específicas de cada territorio, generando un sentido de lugar y pertenencia que definen lo local. Por ello, lo local es heterogéneo y no está vinculado a una escala, sino al abordaje que los actores implicados tienen sobre un proyecto determinado (Gallichio & Camejo, 2005).
En el entendido que lo local está inmerso en un proceso mayor, es importante señalar que la globalización es quien lo determina. La globalización afecta las operaciones de los actores locales y regionales, sin embargo, no los fija, así como tampoco logra eliminarlos o anularlos por completo, sólo someterlos en parte y ajustarlos (Romero et. al., 2016). De este modo un proyecto de desarrollo local, tiene un proceso a partir de su propia lógica, esto es; no responden precisamente a encadenamientos planificados, sino que proceden mediante ajustes sucesivos un paso a la vez, según las decisiones que los propios actores van tomando, de manera que las ideas y oportunidades se transformen en acciones, adaptándolas al propio entorno y a la dinámica constante (Albuquerque, 2003).
Para Fernández (2008), es importante considerar que la forma en como se ha pensado actualmente el desarrollo local, representa una continuidad a la colonización dominante, sobre el desarrollo latinoamericano,  por lo que hay que tener cuidado con las subordinaciones que esto representa, en donde el desarrollo se planifica del centro hacia afuera, bajo lineamientos superestructurales de ideas macroeconómicas y sociales, originados desde el pensamiento neoliberal, promovidos por los organismos supranacionales y los think tanks (tanques pensantes) neoliberales. Por lo que piensa que se necesita un Estado con capacidades técnica y de interacción con la sociedad civil; al igual que romper con el discurso dominante y las prácticas colonizantes; se deberá construir una estrategia endógena que se articule entre los enfoques arriba-abajo y abajo-arriba pero no se subordine a ellos; así mismo la transferencia de ideas globalizadas debe adaptarse y ser crítica respecto a cómo se adoptan en el entorno local. En este sentido, se puede deducir que el desarrollo local es una estrategia más sociopolítica que económica. Sin embargo, no basta con tener la voluntad de territorializar las políticas desde el centro, ese es un paso sustantivo porque implica voluntad política y recursos, pero la articulación sólo puede ser generada desde el territorio. Para ello debe considerarse simultáneamente acciones en torno a la gobernanza en varios niveles, a construir capital social y a desarrollar la economía local (Gallicchio, 2010).
Ramírez (2008) evidencia que se debe replantear desarrollo regional en América Latina, y comprender la forma tan compleja de su organización, que va más allá de retomar las reflexiones europeas y anglosajonas de lo que los neoliberales proponen como nuevo regionalismo, el regulacionismo y del neoinstitucionalismo, que si bien son herramientas importantes para la reflexión, la realidad que se presenta en América Latina sobrepasa las visiones sectoriales industrializadoras del tema y requieren estrategias integrales y de conjunto para desarrollarse. Por ello es primordial contemplar al desarrollo local-endógeno como un proceso que ocurre en la cultura de un territorio o región y que invoca a la capacidad humana para transformar su realidad a partir del desarrollo de cuatro capacidades: reflexión, aprendizaje, comunicación, liderazgo.
El territorio de Tehuacán: Cuna de la agricultura
La ciudad de Tehuacán se encuentra dentro de la Región Tehuacán-Sierra Negra, donde vive población indígena nahua, popoloca, mazateca, mixteca, y mestiza, la convierte en una región pluriétnica de aproximadamente 650 mil habitantes; 87.2% habita en el Valle y 12.8% en la Sierra Negra (Gámez, 2006). Del total de la población de la región, aproximadamente 170 mil son indígenas, lo que representa 26%, de los cuales 21% se localiza en el Valle y 80% en la Sierra Negra (Gobierno, 2011). La región está formada por 21 municipios, en donde la ciudad de Tehuacán es su principal centro económico, fundada en 1567, es la segunda ciudad en importancia del estado de Puebla ubicada a 120 kilómetros de la capital del estado. La ciudad de Tehuacán impacta de manera directa a los municipios que comprenden el Distrito de Tehuacán y a las regiones colindantes. Es la zona urbana más significativa, por la industria, servicios y comercio,  encontrándose localizada dentro de una gran área que se conoce como valle de Tehuacán (Delimitación de zonas metropolitanas, 2005).
El Valle de Tehuacán en donde se encuentra la ciudad con el mismo nombre, es históricamente importante debido a que desde hace 8000 años existen asentamientos humanos, encontrándose en este lugar el registro más antiguo de domesticación del maíz en Mesoamérica, derivando en el progreso de poblaciones sedentarias a partir de la agricultura y propiciando el surgimiento de grandes culturas con una organización social compleja, estatal y con control territorial, como el señorío popoloca-nahua (Macneish, 1967). El Valle de Tehuacán, desde tiempos prehispánicos hasta la actualidad, ha sido una zona estratégica. Debido a su ubicación, siempre ha sido punto intermedio para arribar al centro del país, el golfo de México y las costas de Oaxaca y Guerrero, territorios donde se asentaron las grandes culturas mesoamericanas y que aún mantienen una población indígena importante. La circulación de personas, mercancías y noticias constituyó en tiempos prehispánicos el importante corredor teotihuacano y la vía mexica al sureste mesoamericano y en la actualidad pasan las más importantes carreteras que conducen a las costas de los dos océanos (Gámez, 2006). Pese a lo anterior, presenta importantes desigualdades. Por ejemplo, en la planicie, donde se localiza la ciudad de Tehuacán, existen evidentes diferencias con el resto de la región, una de las cuales, si no es que la más importante es la existencia y el manejo del agua, precursora en el desarrollo de las industrias refresquera y avícola y la agricultura de riego. La posibilidad de contar con agua utilizarla por medio de galerías filtrantes propiciaron un cambio agrícola significativo y con ello se incrementó la productividad de la tierra, con productos como maíz, jitomate y ajo (Henao, 1980), convirtiendo la ciudad de Tehuacán y sus alrededores en el principal polo económico de la región. La riqueza económica en el Valle se encuentra sobre todo en la zona de la planicie, donde se localiza la ciudad, diferenciando con la pobreza y marginación de las poblaciones campesinas de las sierras Negra, Mixteca.
Al principio siglo XX Tehuacán ya tenía establecimientos industriales, manufacturas elaboradas con palma, ixtle, alumbrado público, comunicación telefónica y línea de ferrocarril, y la actividad agropecuaria seguía siendo la rama productiva más importante. Tehuacán se distinguió por su fabricación de jarcería durante los primeros treinta años del siglo pasado, que fue sustituida por la industria refresquera, que tuvo su auge desde los años treinta, y la producción avícola, en los años cincuenta del mismo siglo; durante los años ochenta empezó a proliferar la industria maquiladora de exportación, que reestructuró el mercado laboral, por lo que la población indígena/campesina se incorporó al trabajo industrial (Valencia, 2016).
En la actualidad, Tehuacán es el mayor espacio urbano del Valle y concentra servicios financieros, educativos, comercial, industrial y habitacional se encuentra rodeada de comunidades indígenas, popolocas, nahuas, mixtecas y mazatecas, que, con sus antecedentes mesoamericanos en la organización social, religiosa, agrícola, comercial y su cosmovisión, configuran un área pluriétnica que constituye una de las zonas de mayor diversidad cultural y de clara desigualdad social del estado de Puebla, ya que se encuentran poblaciones campesinas e indígenas marginadas a la periferia, que contrastan con las colonias urbanas de la ciudad de Tehuacán. La presencia de comunidades indígenas y campesinas, desde la antigüedad y hasta la época actual, ha ocasionado que el valle de Tehuacán se haya transformado económica y socioculturalmente a lo largo del tiempo, y la situación de la incorporación y la subordinación de los indígenas y campesinos por la vía capitalista, ha derivado en su persistencia, reconfigurando muchos de sus aspectos productivos, organizativos y simbólicos, precisando con ello la complejidad del sistema rural/urbano que caracteriza hoy al valle de Tehuacán (Valencia 2014).
La Cultura Campesina en el Territorio de Tehuacán
El uso de la palabra cultura inició a finales del siglo XIX con Franz Boas, quien la utilizó  para describir a un conjunto caracterizado de costumbres, creencias e instituciones sociales que dan identificación a cada sociedad aislada (Stocking, mencionado por Goodenough, 1971). “La cultura es algo que persiste a través del tiempo de una generación a otra” (Crehan, 2002: 129), y está limitada por las relaciones económicas básicas y de clase social, pero es además algo que conforma la hegemonía y que se crea y recrea de manera constante y activa; por tanto, cultura no es algo inofensivo y pacífico, es una expresión social donde se enfrentan las diferencias y las luchas sociales. Para Lefebvre (1984) la cultura es la forma en que se reparten los recursos de la sociedad y por lo tanto es la forma de orientar la producción. La adhesión cultural depende de la economía y la vida institucional de la comunidad (Douglas, 1998). Cultura es para Crehan (2002) la forma en que la gente vive y la clase social a la que pertenece. Con la trasformación de los procesos productivos cambia la cultura local, con la transformación del campesino a obrero, albañil o migrante la cultura se transforma, si bien la cultura siempre se está transformando por el embate de los procesos históricos, es la forma en que estos procesos se presentan en la actualidad, para Williams (1977), la cultura es un proceso social total, en el que los hombres definen y configuran sus vidas.  Como puede observarse, la cultura es holística y universal, pero a la vez se articula con el entorno donde se vive, delimita un espacio de lucha social pero también de dominación y aprobación; es un proceso que se crea mediante la legitimación o mitificación del poder económico y político (Altamirano, 2002).  En resumen, Cultura es un instrumento de dominación, pero también una forma simbólica por medio de la cual los seres humanos ordenamos y construimos la forma de comprender el mundo de manera que se encuentra una fundamentación lógica del orden social.
Goodenough (1971), argumenta que cada sociedad tiene una cultura propia. Así, estudios sobre la evolución de la agricultura en el Valle de Tehuacán-Cuicatlán como los realizados por MacNeish (1972) han permitido clarificar algunos aspectos de la evolución vegetal; además, estos estudios permiten analizar formas de manejo y prácticas culturales con las que se pueden desarrollar estrategias de conservación del medio ambiente y de uso sustentable de los recursos naturales, lo que evidencia que este territorio siempre ha considerado en su contenido, a los bienes ambientales mismos que Giménez (1999), ubica como una primera dimensión de lo que denomina territorio cultural.
A partir del siglo XVII en Tehuacán se consolidaron dos formas de organización socioeconómica: la comunidad de indios y la Hacienda,  ya que durante el período virreinal, “la economía dual propiciada por La Corona, los indígenas y los españoles, desapareció para dar paso a una sola formación socioeconómica, en la cual la economía indígena quedó subordinada a la Hacienda y ambas a una economía nacional dependiente” (Henao 1980: 50) situación que aún se observa hoy en día en actividades agropecuarias, la industria, el comercio y los servicios.
Paralelamente, en la concepción del Valle y/o la ciudad de Tehuacán como un territorio, El espacio físico es superado por el espacio cultural, pues como Saquet (2015) menciona, el territorio no puede ser entendido sin considerar las relaciones sociales, esto es, un conjunto de formas, determinado fundamentalmente por relaciones sociales sin el espacio materializado, de las formas y del poder. En Tehuacán existe una importante presencia indígena generalmente asociada con la producción campesina. Existen también campesinos de descendencia indígena que ya no se identifican a sí mismos como tal pero que conservan su cultura. Todos ellos reconocen su territorio en sus tradiciones, familia, cosmovisión, ya sea que provengan de zonas rurales aledañas o que la urbanización haya modificado su entorno rural absorbiéndolo, de manera que, para preservar su cultura, el campesino ahora urbanizado, mantiene rasgos y aspectos que por tradición ha heredado y reproducido de generaciones pasadas, ya sea mediante la vida cotidiana, la creatividad o la imaginación (Calvino, Mencionado por Saquet, 2015). Las territorialidades como Saquet (2015) menciona “son materializadas en las familias, las universidades, las acciones del Estado, las fábricas, la iglesia, las calles, los barrios, los mercados, los partidos políticos, las asociaciones de residentes; en fin, en nuestra vida cotidiana”, por esta razón, entendemos que, aunque los habitantes de la ciudad de Tehuacán, convivan en un entorno urbano, y su identidad se modifique con el tiempo, la cultura campesina aún persista.
Para los indígenas y campesinos de la región de Tehuacán, su persistencia y conservación ha estado fuertemente vinculada con la existencia de la milpa, la cual incluye una gran variedad de cultivos teniendo como principal el maíz. La milpa es un espacio cultural muy distinto al monocultivo con objetivos comerciales.  La milpa tiene como prioridad proveer de los productos alimenticios básicos para la subsistencia. Los capitalistas observan al maíz como mercancía, consideran que los rendimientos que los campesinos obtienen del maíz son mínimos si se comparan con la producción a gran escala, pero el objetivo del cultivo del maíz en las comunidades indígenas es distinto, se basa en proveer de una diversidad de alimentos a las familias, por ello la importancia del vínculo cultural y hasta ritual de las comunidades en relación a la milpa. Para los empresarios la desaparición de las especies de maíz criollo no representa ningún problema, mientras que, para las familias de las comunidades campesinas, la presencia del maíz y de los productos agrícolas en la milpa hacen la diferencia entre permanecer o morir (Barrios, 2008).
En las comunidades campesinas existentes dentro del Valle de Tehuacán es posible observar varios elementos en común, los recursos naturales son vistos como bienes con valor de uso, que implica la valoración del recurso en el sentido que permite mantener una forma de vida determinada; contrariamente al valor de cambio que implica primero la explotación del recurso natural para su comercialización, y la explotación de la mano de obra para su transformación. El campesino toma de la naturaleza lo necesario para sobrevivir, y si se toma un excedente para la comercialización del producto, este suele ser transformado y transportado por el mismo campesino. Toledo (1991:7) define la economía campesina como “aquella donde la mayor parte de la producción es para la autosuficiencia no especializada, minifundista basada en el esfuerzo familiar y la bioenergía y dirigida a la propia reproducción de la unidad productiva familiar”.
La cultura campesina no es compatible con el sistema capitalista, pues para ellos realmente “el territorio puede ser apropiado subjetivamente como objeto de representación y de apego afectivo, y sobre todo como símbolo de pertenencia socio-territorial” (Giménez, 1999), su cultura y la relación que ésta guarda con su territorio y los que en el viven, los hace vulnerables y los convierte en recursos utilizables y superexplotables, en la creencia de que todos los sujetos de su territorio tienen a bien mantener el equilibrio y la solidaridad con la que el campesino se maneja. Sin embargo, existe resistencia a introducirse a esta dinámica industrial principalmente impulsada por la llegada de la maquiladora a su territorio, misma que no comparte su cultura y su cosmovisión, dando lugar a la resiliencia del campesino, pues esto les permite tener flexibilidad de la producción ante los embates del mercado y la sociedad en general. Se ha convertido en un “desafío cultural” como lo menciona Douglas, (1998:169) que rechaza los beneficios de una sociedad industrializada, escapando de la tiranía a gran escala, injusta e inhumana derivada del modelo capitalista contemporáneo. Dicha flexibilidad, le permite al sistema de producción campesina ser resiliente ante las diferentes situaciones de la dinámica del mercado. Los campesinos persisten en la sociedad gracias a su capacidad de producción de alimento, no como mercancía sino como elemento y fundamento de su reproducción social y a pesar de que el sistema dominante ve a su contribución sólo como mercancía barata en un esquema de unidades de producción capitalista, las cuales deben afrontar obligaciones legales (impuestos, licencias) y empresariales (pago de salarios, aguinaldos, publicidad, etc.). Dadas las características de las unidades de producción campesina, las cuales son recurrentes en las diferentes épocas del desarrollo de la humanidad, se las ha tipificado como “un modo de producción con características propias”, esto les ha permitido reproducirse en un amplio rango de contextos sociales (Shanin, 1973; Brass, 1991) y coexistir con diferentes formas de producción como el feudalismo, el capitalismo o el socialismo. Los procesos de fragmentación y exclusión que hacen de las metrópolis territorios difusos, con escaso sentido de pertenencia por quienes lo habitan, dificultan la identificación de actores, modo de producción e identidades. A pesar de ello, cada habitante-  integrante de una familia campesina en estos fragmentos territoriales comparte y se vincula a través de redes sociocomunicacionales, comparte formas de inclusión-exclusión en el plano económico, lo que permite la construcción de identidades, la consolidación de modos de producción y la articulación de actores (Gallichio & Camejo, 2005).
En el caso de Tehuacán, se observan estas particularidades al encontrar una gran cantidad y diversidad de productores y comerciantes informales en las calles de Tehuacán, que buscan acomodar su trabajo como si aún estuvieran en la milpa. Incluso las unidades familiares cuentan con una diversidad laboral que les permite hacer frente a crisis económicas y externalidades globales, refugiándose de alguna manera en su modus vivendi, que le permite continuar con la dinámica familiar, social y del uso de su tiempo del campesino.
Así, desde la perspectiva de la antropología, Spicer (1971) enfatiza en los elementos simbólicos que contribuyen a que algunos pueblos sean persistentes, mientras que otros desaparezcan. En este sentido, los valores, el vínculo con la tierra, las semillas, sus antepasados, el lugar mismo, son elementos fundamentales de la persistencia campesina que configuran su identidad, la cual llega a ser mucho más fuerte y persistente que cualquier racionalidad económica.
De campesinos a urbicultores
La permanencia y la reproducción social de los campesinos constituyen fenómenos de destacada importancia sociocultural y económica en México y América Latina, en un momento en el cual, las políticas neoliberales muy comunes en la región, les han restringido su importancia en el desarrollo nacional. Estos fenómenos cobran mayor relevancia en aquellas regiones, como eliminar centro de México, en donde los grupos campesinos, descendientes de los pobladores campesinos nativos de estas tierras que, desde la invasión española hasta hoy día, se han enfrentado al avance desordenado de los núcleos urbanos y de los procesos de industrialización, con los cuales disputan el derecho al uso del suelo y los recursos naturales. La cultura campesina persiste aún bajo el disfraz de lo urbano, la convivencia, identidad, creencias y espiritualidad son parte de la cotidianidad de los pobladores mesoamericanos, y en específico de la gente originaria y aledaña a la urbe de Tehuacán, de manera que el territorio se convierte en un “Territorio apilado” (Giménez, 1999, pág.29), pues a pesar de que ésta se haya trasladado de una zona rural a una urbana y de la adaptación de la identidad entre generaciones, (debido a que la cultura no puede ser desaprendida) existen un sincretismo cultural  entre lo tradicional y lo moderno.
De este modo el significado de lo “importante” es concebido de diferente forma en un mismo territorio, debido a que confluyen dos perspectivas radicalmente diferentes en la zona, mientras que para el habitante de Tehuacán con raíces campesinas; la solidaridad, la convivencia familiar y el hacer llegar a su mesa una variedad de productos cultivados por él mismo es parte de su cultura, las políticas construidas por dependencias de gobierno como SAGARPA, SEDESOL e incluso la FAO, no corresponden éstas  necesidades de la sociedades locales, pues atienden a planteamientos globalizadores que carecen de lo que Norman Long (2007), denomina “enfoque orientado al actor”. Ejemplo de ello es el programa de Agricultura Periurbana y de Traspatio que se instaló en la ciudad  como parte de una Política Pública del gobierno mexicano (DOF, 2013) en el año 2014, mismo que pretendía transferir tecnología de huertos urbanos e hidroponía a familias de las zonas urbanas y periurbanas de Tehuacán; el problema radicó en que la planeación de él programa Agricultura Periurbana y de Traspatio , fue diseñado desde las altas esferas en cumplimiento con estándares internacionales de desarrollo, sin considerar las particularidades de las regiones, la participación local, su cultura y ambiente. Para Long (2014), es fundamental que los actores sociales en los espacios locales asuman roles protagónicos en la confección de políticas de desarrollo localmente significativas, las cuales pongan en práctica dinámicas incluyentes que logren articular este nuevo enfoque de desarrollo, en donde se reconozca la heterogeneidad y la cultura. Para Ramírez (2008: 16) “el sector primario es un asunto de conveniencia económica, social y ambiental; para las regiones, localidades y ciudades, pero también es un asunto de seguridad alimentaria y de dignidad nacional, que es necesario priorizar y rescatar”, de manera que el sector primario por ser el que cubre las necesidades básicas de una región, debe ser considerado como prioritario para sustentar el desarrollo local-endógeno de la misma.
La cultura propia de Tehuacán, que está vinculada a la visión campesina que se ha mencionado en este documento, ha rescatado algunos de estos espacios, adaptándolos e insertándolos en su dinámica familiar, cultivo de la tierra, diversificación de producción de alimentos,  y la potencialidad de independizarse de la monotonía del sistema capitalista actual, como un acto de resistencia, lo que converge en la capacidad de resiliencia campesina, por medio de innovaciones que no es más que el regreso a su creatividad para la resolución de problemas en sus parcelas, conocimientos mismos que han sido trasferidos de generación en generación, y que habían quedado ocultos en el trajín diario de la ciudad, y que ahora son nuevamente externados en el cultivo del huerto urbano, compartiéndose entre agricultores urbanos (ahora también conocidos como urbicultores), quienes han desarrollado a partir de conocimientos previos, habilidades que le permiten producir alimentos para su autoconsumo. Suárez (2008) menciona que los conocimientos destrezas y actitudes para hacer algo en específico, son el núcleo para desarrollar capacidades y competencias para el desarrollo local, siendo la revaloración de lo local, el espacio de definición de las formas de convivencia, de organización colectiva, así como de la realización de anhelos y logros de bienestar.
Conocimiento campesino en la urbicultura como elemento de respuesta
El instrumento más utilizado por los agricultores urbanos de Tehuacán, como ya se ha mencionado, son los conocimientos ancestrales de los campesinos tradicionales que son acumulados y recreados en el seno de la sociedad (Hernández, et.al., 2010), aunque esta haya sido trasladada o apilada en otro territorio. Algunos de estos conocimientos según Toledo (2005) son:
El Conocimiento Campesino
Dentro de estas tradiciones campesinas sobresale el resurgimiento de los sistemas de cultivos múltiples o policultivos, que a decir de Quintero (1995) representa la máxima expresión de la agricultura sustentable en el trópico. Las asociaciones de cultivos, cultivo múltiple o sistemas de policultivo son sistemas en los cuales dos o más especies vegetales se plantan con suficiente proximidad espacial, para dar como resultado una competencia interespecífica o complementación biológica. Estos sistemas presentan múltiples ventajas frente al monocultivo, entre las que se destacan un mejor aprovechamiento de la tierra, el espacio y el agua, la disminución de los problemas fitosanitarios, una menor afluencia de malas hierbas, debido a que el terreno queda rápidamente cubierto, así como acciones de mutuo beneficio orgánico entre determinadas especies, que generan una mayor productividad a menor costo (Hernández et.al., 2010).
Algunos  de éstos conocimientos que se han observado en los Huertos Urbanos de Tehuacán son: La consideración de las fases lunares para realizar la siembra, la poda o la prevención del aborto de flores; El policultivo como medio de diversificación alimenticia, la protección de cultivos con repelentes naturales (infusiones), la consideración de la gravedad para realizar el riego, la observación del clima, la orientación de los surcos y las semillas al sembrar, el intercambio de semillas y conocimiento con otros agricultores urbanos, la experimentación con especies nativas, medicinales y el uso de residuos orgánicos para la fertilización del huerto.
Lo anterior denota lo que Arocena (1995) define como un modo de desarrollo de “alta capacidad de respuesta diferenciada” (pág. 211), que se observa en sociedades  que se han constituido durante mucho tiempo y que forjan un sistema social fuertemente diferenciado, capaz de producir agentes de que reducen la incertidumbre ante cambios permanentes del entorno a la que se someten las sociedades locales, como resultado de las políticas nacionales e internacionales, transformaciones tecnológicas, entre otros factores que repercuten en el desarrollo local.
Conclusiones
El Valle de Tehuacán es un claro ejemplo de  “territorio apilado”, que contiene una vocación agrícola milenaria, sobre otras industriales y de servicios más reciente, la cultura campesina es evidente en su cotidianeidad, esta peculiaridad ha permitido la sobrevivencia de algunos de los huertos urbanos otorgados mediante el programa de la SAGARPA “Agricultura Urbana y Periurbana” que se instauró en 2014, pero más allá de eso han sido objeto de adaptaciones de acuerdo a la creatividad proveniente del conocimiento campesino, por lo que la presencia de la innovación desde adentro se encuentra presente, como uno de los elementos necesarios para la gestión del desarrollo local-endógeno.
Los dueños de estos huertos, muestran resiliencia hacia los problemas a los que se enfrenta su huerto, para sacarlo adelante, en la comprensión de la integralidad de su huerto con su territorio, esto porque significa para ellos un medio para amortiguar los embates de la situación socioeconómica en la que están inmersos como resultado de la trasformación acelerada de las zonas rurales a urbanas y de la migración indígena/campesina a la ciudad, por lo que cuentan con habilidades propias para generar desarrollo local-endógeno.
Si bien se hace uso parcial de las técnicas y tecnologías recibidas desde arriba, la adaptación hacia la propia cultura, juega un papel preponderante para la apropiación de los huertos y con ello, el éxito de sus cultivos; por lo que se considera importante el papel del Estado no simplemente como proveedor de recursos y planificador de desarrollo, que persiga un fin utilitarista sólo para cumplir con políticas planeadas desde afuera sino como articulador del desarrollo local-endógeno, en términos de su papel rector del territorio nacional en todas sus escalas, lo que permitirá aprovechar los elementos que presentan los  la población y  los territorios locales, como  los urbicultores de Tehuacán, que bien pueden participar  mediante sus conocimientos, experiencia e incluso recursos naturales y financieros, para iniciar un desarrollo desde adentro.

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* Estudiante de Doctorado en Desarrollo Regional, en El Colegio de Tlaxcala A.C. (COLTLAX), Maestra en Ciencias en Estrategias para el Desarrollo Agrícola Regional, por El Colegio de Postgraduados Campus Puebla, Ingeniero Agrónomo especialista en Zootecnia por la Universidad Autónoma Chapingo, (UACh).

** Doctora en Ciencias en Estrategias para el Desarrollo Agrícola Regional, por El Colegio de Postgraduados Campus Puebla, en México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) nivel I y Profesor-Investigador de El Colegio de Tlaxcala, A.C., es integrante de la REDGSMA y la REDISSA. Directora del Centro de Estudios en Medio Ambiente y Sustentabilidad (CEMAyS).


Recibido: 19/05/2017 Aceptado: 23/05/2017 Publicado: Mayo de 2017

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