Revista: CCCSS Contribuciones a las Ciencias Sociales
ISSN: 1988-7833


DEL ANÁLISIS SOCIAL AL TERRORISMO: una crítica al dogmatismo de Ernesto Laclau

Autores e infomación del artículo

Maximiliano E Korstanje*

Universidad de Palermo, Argentina

maxikorstanje@arnet.com.ar

Resumen
La discusión sobre el concepto del populismo en la política moderna se encuentra lejos de haber sido agotado. Aún vemos y leemos columnas de opinión acusando a un grupo, o un partido político de populismo. Desde la introducción del texto, la razón populista de Ernesto Laclau, algunos pensadores se han visto fascinados por el concepto de equivalencias, divergencias, producción discursiva del vacío etc. Incluso la crítica sobre Laclau no solo es abundante sino que puede leerse en los cuatro idiomas principales de Europa. No obstante, se ignora que existe una relación palpable entre le pensamiento de Laclau, su furia contra el capitalismo y el germen conceptual del terrorismo que amerita ser discutida. Esta revisión se ocupa de un Laclau desconocido que tiene serios problemas para despegarse del decisionismo y de la instrumentalización de la necesidad, dos elementos centrales al terrorismo.
Palabras Claves. Ernesto Laclau, la razón populista, Capitalismo, Terrorismo.



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

Maximiliano E Korstanje (2016): “Del análisis social al terrorismo: una crítica al dogmatismo de Ernesto Laclau”, Revista Contribuciones a las Ciencias Sociales, (julio-septiembre 2016). En línea: http://www.eumed.net/rev/cccss/2016/03/terrorismo.html

http://hdl.handle.net/20.500.11763/CCCSS-2016-03-terrorismo


I –Estudiar y comprender al populismo
El populismo es un fenómeno antiguo pero poco estudiado, o mejor dicho ideológicamente tergiversado. Uno debe remontarse a la guerra civil romana (en épocas de Julio César) donde populares e imperiales se debatían por el gobierno. Los primeros apelaban a mejorar el lazo con el pueblo, prescindiendo de las instituciones aristocráticas de la República, y al hacerlo sentaban las bases hacia el autoritarismo. Los segundos se abrazaban al arquetipo republicano para defender una concentración de riqueza dentro de un grupo privilegiado (elite) (Korstanje,  2013). Desde entonces, diversos autores han abordado el tema del populismo desde el centro de la política moderna (Dornbusch & Edwards, 1990; Canovan 1999; Taggart, 2000;  Laclau 1977; 2010; Panizza, 2005; Albertazzi & McDonnell, 2007; Korstanje 2013). Sin lugar a dudas, el fenómeno ha sido estudiado desde lo social, lo político, lo psicológico y lo económico.  Como bien argumenta Korstanje (2013), más allá de lo que sea el populismo, no es extraño observar que los gobiernos que se abrazan al populismo son depuestos de forma anti-democrática. Cuando observamos las dinámicas económicas encontramos ciertas fallas en los líderes populistas para comprender a las fuerzas centrífugas de la economía capitalista moderna, y ello no sugiere que ella sea la única forma productiva posible. Para Korstanje, Laclau equivoca su diagnóstico y esperanzas sobre el populismo por la siguiente razón. Los sistemas productivos capitalistas funcionan centrados en dos pilares, el interés que permite la replicación de las asimetrías sociales (por aceleración reproductiva) y el riesgo (que funciona como una barrera para la mayoría de las clases periféricas).  En el momento en que el gobierno populista introduce medidas para cambiar la base distributiva de una sociedad, el sistema se altera radicalmente produciendo efectos no deseados. Como resultado, los tenedores de ese capital (capital holders) envían al exterior o internamente al mercado negro parte de su riqueza. El gobierno se ve forzado a intervenir en las instituciones para evitar la gran movilidad de ese capital produciendo un estado de crisis que paradójicamente parte de la monopolización de los recursos. Imposibilitado para deshacer los monopolios los populismos caen por el mismo axioma que predican, su ineficiencia para manejar las crisis financieras. El golpe de estado parece ser la medida última empleada por esas elites financieras para que sus intereses no se vean afectados. En su libro Fault Lines, Raghuram Rajan explica que las medidas populistas de George Bush para mantenerse en el poder crearon un sistema de alta movilidad de capital que afectó la tasa de interés y las relaciones entre las economías globalizadas. La crisis bursátil de 2008 fue el efecto final de haber antepuesto políticas populistas en lugar de impulsar reformas educativas y culturales (Rajan, 2010). Otras críticas interesantes a la forma que en el gobierno americano ha regulado el temor como forma de disuasión para albergar una caja de políticas tendientes a deteriorar el sistema racional de producción ha sido ampliamente discutida por el liberal Cass Sunstein en sus respectivos trabajos. El temor y el populismo están inextricablemente unidos. Una forma populista de ver al riesgo no lleva a decisiones equivocadas que pueden hacer colapsar el sistema, simplemente porque reconocemos que “lo que quiere la gente” da credibilidad política (probabilist neglect-descuido de la probabilidad). Empero, lo que la ciudadanía desea, como bien demuestra el experimento Torner, se encuentra sesgado por las propias emociones. Estos sesgos mentales llevan a exagerar ciertos riesgos mientras otros de mayor impacto se minimizan (Sunstein, 2002; 2003).

Lo ya discutido demuestra que el populismo no es un fenómeno puramente cultural o periférico al mundo industrial. No menos cierto es que si los intelectuales liberales se encuentran preocupados por el populismo, deben prestar mayor atención a los problemas que genera el pensamiento neoliberal en todo el mundo, que sin lugar a dudas es el oxigeno del populismo. Delimitar la política acorde al deseo no es muy diferente de lo que propone el capitalismo que Laclau combate. La misma lógica del narcisismo tan brillantemente estudiada por Christopher Lasch se acopla al declive del lazo social promovido por la imposición de necesidades, las cuales explotan una economía del deseo individualista (Lasch, 1979).Si el populismo nace de la crisis, muere por la crisis misma que éste causa al abordar en forma intempestiva a las instituciones reguladoras de la política (Korstanje 2013). Dentro de este contexto, la primera de las cuestiones a resolver es, entonces, ¿por qué Ernesto Laclau?.

Fundador de la Escuela de Essex en Reino Unido, su postura encarna la visión de muchos intelectuales que ven en el populismo una forma eficiente de manejar las demandas colectivas confiriendo a la masa una identidad que le es propia. Dentro de la abundante obra de Laclau, consideramos que el texto que mejor explica la necesidad del populismo como eje discursivo de las mayorías puede encontrarse en el libro La Razón populista. Si bien este libro ha generado mucha controversia y ha recibido diversas criticas, nuestro ángulo no tiene relación con ninguna de ellas.

En forma resumida recordamos que Ernesto Laclau parte de una necesidad de reconfigurar la teoría sociológica que no les cómoda para poder analizar y comprender el ethos postmoderno. Los paradigmas vigentes son, a su entender, insuficientes para “capturar” una variedad de voces e identidades a las que llama, construcciones, y ellas claro está para tal fin, divide a lo social en demandas y la unidad de grupo. La primera atiende a todos los requerimientos individuales sobre el sistema, mientras la segunda es la perspectiva construida por Laclau sobre lo que se entiende de ese juego de demandas (Laclau, 2010).

Su observación nace de la teoría freudiana del lazo libidinal para converger luego en las lógicas de la equivalencia y la diferencia, el significante vacío. En parte, Laclau se encuentra interesado en comprender el concepto de lo político pero propone un modelo que a la misma vez produce hegemonía. Este es el motivo que nos impulsa a poner a Laclau bajo el ojo descarnado de la crítica. En su pluma subyacen los peores temores de Lucio Anneo Séneca cuando sus conocimientos se ponen al servicio de Claudio Nerón Germánico César, conocido como Nerón. Cuando el intelectual se transforma en exegeta del político, se desata la bestialidad.

II – El populismo y la Hegemonía
La presente pieza de revisión se encuentra inserta en una postura crítica sobre su obra, la cual descubre los principios schmitianos del neo-decisionsimo con la teoría política de Donoso Cortes Valdez de Valderrama (el primer inspirador del neo-decisionismo).  No obstante, debe reconocerse que Laclau escribe en una época donde por desgracia y paradójicamente, la democracia (y con ella el corpus teórico liberal) tienen serios problemas para explicar un mundo desigual y divergente (Mouffe, 2000; Mouffe 2005). Empero ¿cual es el interés de Laclau por el populismo?, ¿Por qué estudiar este fenómeno que no es inherente a lo Latino Americano como el imaginario cultural estadounidense supone?.

Su postura filosófica exige una posición crítica del discurso hegemónico imperial donde se sitúa al populismo como una problemática de los países periféricos, ignorando las bases de la política real. El populismo es propio de toda lógica comunitaria; Laclau escribe en forma textual,

                        “El populismo estuvo siempre vinculado a un exceso peligroso, que cuestiona los moldes claros de una comunidad racional. Por lo tanto, nuestra tarea, del modo como la hemos concebido, ha sido aclarar las lógicas específicas inherentes a ese exceso y afirmar que, lejos de corresponder a un fenómeno marginal, están inscriptas en el funcionamiento real de todo espacio comunitario” (Laclau, 2010; p 10)

Por lo expuesto anteriormente, es lícito en este libro hablar de una identidad popular.  El populismo, entonces, debe ser considerado una manera (la cual lo asemeja a la táctica) que permite construir lo “político”. No debe ser definido como una patología, ni mucho menos una “aberración del poder” sino como la política misma. Particularmente, esta sea la limitación de la literatura especializada para definir correctamente o de forma no tan difusa al fenómeno.

Los primeros capítulos de La Razón Populista, comienzan con una crítica a la literatura vigente pues en la mayoría de los casos intentan clasificar al populismo dentro de un binomio donde pueblo se construye en antagonía a una razón antielitista. El hecho de aplicar este modelo a todos los casos posibles implica caer en un reduccionismo, el cual a la vez lleva a una figura borrosa y ambigua. El populismo es denigrado como una manera de deslegitimarlo racionalmente. En segundo lugar, muchos de los términos empleados en los diagnósticos de los analistas políticos conllevan la carga discursiva del prejuicio, que si no tergiversa impone un sentido sobre el populismo. Esta lógica obviamente es funcional a la elite que maneja los recursos simbólicos y de producción para convencer a las clases menos privilegiadas que no hay posibilidad de superación. Si cualquier intento de expansión de ciertos grupos periféricos se etiqueta como un movimiento populista, sin definiciones claras, entonces, no es muy difícil imaginar como se puede abusar del término políticamente. En este sentido, su postura es sustancialmente interesante. Pero a distancia, cualquier intento de deslegitimar al populismo ignora la identidad popular que éste produce. Es entonces que nace una pregunta por demás particular, ¿en que consiste esa identidad?.

Considerar al populismo como una patología se corresponde con una retórica que olvida los alcances del psicoanálisis sobre las masas y las contribuciones de Le Bon, ya que no puede haber sociología si no se toma en serio al colectivo. La sugestión se plantea como un aspecto clave para comprender a la masa y su relación con el poder (Laclau 2010; p 37). Remarcamos el poder de la sugestión, porque según el mismo Laclau, su fuerza es crucial para comprender como se articula el populismo (y la raíz de la mentalidad terrorista). La influencia de las palabras y sus significados consigna a una imagen que le es propia y que limita la voluntad individual. Este juego se mantiene inmutable al significado real.  Por ejemplo, palabras como socialismo, democracia y Republica no definen hechos en sí mismos, sino que expresan conceptos que dependen del tiempo, la cultura pero sobre todo, del ethos político. Como en Donoso Cortes, y luego en Schmitt, quien tiene el poder dice lo que está bien y lo que está mal. La regla moral se interpreta según la posición política del grupo que la formula, y no existe fuera de éste. Por tal motivo, la teoría del significado y significante formulada por el estructuralismo es como un oasis en el desierto para el ya fatigado modelo de Laclau.

III- Limitaciones conceptuales de Ernesto Laclau
Como veremos a continuación, la forma de comprender al populismo de Ernesto Laclau esconde una lógica del instrumentalismo la cual lleva, en ciertas ocasiones, al terrorismo. En segundo lugar, su crítica hacia el capitalismo parte y arriba a los valores culturales del capitalismo mismo (ejemplo dicotomía entre estado y mercado). El problema central en Laclau puede verse en el sentido mismo de la identidad posmoderna, transmutable según la necesidad y no la realidad. Korstanje ha enfatizado en la necesidad de pensar la identidad desde la perspectiva de la tragedia. Edipo sabe que no es quien debía ser pero no renuncia a su identidad biográfica. Por el contrario, la legitimidad del capitalismo consiste en desdibujar las identidades las cuales se encuentran sujetas al deseo y no a la condición biográfica. En Argentina, el gobierno del presidente Néstor Kirchner y Cristina F. de Kirchner manipularon los derechos humanos, para junto con la tesis del significante vacío, establecer una lectura paranoide y distorsionada de la realidad. Sin la lucha de los organismos de derechos humanos que buscan la recuperación de quien biográficamente no se es, el kirchnerismo hubiese sido un proyecto inviable. Edipo duda pero no desafía su biografía, el hijo de desaparecidos adopta una nueva identidad destruyendo su mundo emocional (sus vivencias y experiencias que son parte del nombre que lleva) con lo cual se degrada así mismo (Korstanje, 2014).

En este sentido, si bien Laclau toma de Freud su desarrollo sobre las masas debe saltar al estructuralismo para evitar el tratamiento del “principio de realidad”. A toda neurosis, dice el profesor Freud, la realidad se le impone. Llevar al contexto del momento lo que es a la regla implica una lectura parcial de lo político. Pero continuemos con el argumento mismo de Laclau y no nos despeguemos de él. Si el psicoanálisis ha enseñado algo es que todo significado y significante tienden a cruzarse de la misma forma que, Freud demuestra en su estudio El Hombre de las ratas el imaginario colectivo asocia a las ratas con el pene pues se cree ella propagan enfermedades venéreas.  Se dan “puentes lingüísticos” que hacen de las personas agentes imposibilitados de ver el significado real de las palabras y por ende del mundo social que ellas expresan. En palabras del autor,

                        “En este sentido, no podemos simplemente diferenciar el significado verdadero de un término (que necesariamente sería permanente) de una serie de imágenes connotativamente asociadas a él, ya que las redes asociativas son una parte integral de la estructura misma del lenguaje” (p. 43), empero agrega Laclau, Lebon reconoce que estos cruces son perversiones del lenguaje y él no se encuentra cómodo con esa cosmovisión. Su crítica a LeBon y a Freud, por representar un obstáculo conceptual a su tesis sobre el populismo,  lleva a Laclau a dialogar con Moscovici y Schmitt. El primero aporta un trabajo riguroso sobre la representatividad de la realidad social, el segundo una idea de la política desde el poder mismo que lo despoja de toda ética. La sociedad persiste porque como infería Lebon las personas son sensibles a la sugestión, a la imitación y a la identificación.

No obstante, agrega el profesor de Essex, toda concepción de igualdad implica un quiebre con la jerarquía existente que aboga por la diferenciación. Paradójicamente, el discurso popular (o la construcción de esa ilusión que es el pueblo) sentaría las bases para el conflicto social y la polarización por lo cual el líder se ve, en el transcurso del tiempo enemistado con el pueblo. La construcción de la idea de un pueblo sugiere desmarcarse de esos marcadores peyorativos impuestos y anteriormente discutidos. La construcción del pueblo es posible por la articulación de un discurso que lejos de cualquier textualidad permite que lo objetivo se fundamente en lo “relacional”. No solo que la realidad se encuentra inserta en el lenguaje como afirman los pragmatistas, sino que “relación y objetividad” alcanzan el status de sinónimos. Según Laclau, el funcionalismo ha desarrollado una concepción anversa donde las diferentes relaciones se articulan  dentro del sistema por acción de la función. Siguiendo el juego de las diferencias propuesto por Levi-Strauss, el profesor de Essex considera que la identidad se constituye como tal acorde a un contralor, que en juego de binomios producen el hecho social. En otras palabras, el hecho político y por medio de éste también social se determina por la acción comunicativa.

Por el contrario, la idea de un significante vacío exige un esfuerzo diametralmente opuesto. El sujeto y su significación se plantean en base a la totalidad como tal,  la identidad se discute entre la diferencia y la equivalencia. Debido a que la totalidad es inalcanzable, la representación facilita las cosas. En el mismo momento en que la particularidad alcanza por medio de la representación a la inconmensurable totalidad, nace la hegemonía (Laclau… p 95).    De la misma manera, el significante vacío parte del intento de nombrar algo que por su naturaleza es innombrable. Para Laclau no es posible definir al populismo desde lo ideológico, mucho menos al pueblo.  A grandes rasgos, son muchas las limitaciones que implica tal empresa. El problema radica en que el pueblo es una expresión de relaciones individuales y colectivas que producen varios tipos de identidades, incluso la populista. La pugna del populismo por imponerse a otras formas identitarias no parece ser menor. El elemento constitutivo de la identidad populista, lejos de cualquier especulación, es la demanda. Aun cuando este idea mayoritariamente presente en los textos de Laclau pero por sobre todo en La Razón Populista, se encuentre en estrecha comunidad con la equivalencia, no menos cierto es que el populismo llama a una ruptura. Los sistemas sociales funcionan gracias a que las demandas a una gran cantidad de sectores son escuchadas, procesadas y satisfechas, pero puede pasar que, un grupo de inmigrantes se instale formando una villa o una ranchada. Tendrán que vivir en condiciones precarias que serán el caldo de cultivo para diversas demandas. Si las mismas se juntan con otras provenientes de otros sectores y quedan igualmente insatisfechas por el estado, obtendremos una relación equivalencia. La consecuencia de esta limitación por parte del estado es el ensanchamiento de una brecha entre el grupo relegado y el resto del sistema. Laclau tiene entonces las condiciones necesarias para alcanzar una definición de populismo que le es pertinente a su estudio.

                        “Aquí tendríamos, por lo tanto, la formación de una frontera interna, de una dicotomización del espectro político local a través del surgimiento de una cadena equivalencial de demandas insatisfechas. Las peticiones se van convirtiendo en reclamos. A una demanda que, satisfecha o no, permanece aislada, la denominaremos demanda democrática. A la pluralidad de demandas que, a través de su articulación equivalencial, constituyen una subjetividad social más amplia, las denominaremos demandas populares” (Laclau… 99).

Por lo expuesto anteriormente, el populismo como matriz cultural no solo satisface una sustancial base de pedidos provenientes de varios sectores, sino que forma una frontera escindiendo al pueblo del poder. ¿Hacia donde lleva esta separación?, ¿no se trata de una suerte de despotismo ilustrado?, ¿no es la base para la aniquilación del espíritu republicano?,  o ¿es acaso un mecanismo ideológico para expandir los temores de Tocqueville sobre la dictadura de las mayorías?, ¿es la democracia una dictadura del dinero?.

IV- Consideraciones de la Democracia.
Debido a la cantidad de problemas producidos y cínicamente desentendidos por la democracia, no es conveniente correr a Laclau por ese terreno. Obviamente, que los regimenes democráticos parecen funcionar solo en economías altamente especializadas que alcanzan cierta maduración del capital (Acemoglu & Robinson, 2012), sino explica en forma etnocéntrica que el supuesto atraso latinoamericano respecto a las metrópolis es por incompatibilidad cultural. El discurso liberal sostiene que los países latinoamericanos han desarrollado economías extractivas que no promueven la competencia de partes ni el desarrollo (Korstanje, 2015). Laclau respondería a este argumento, la democracia capitalista ha creado y acelerado una suerte de cambios extremos en la economía clásica que ha producido grandes asimetrías materiales donde pocos tienen mucho y mucho tienen poco; y es en este contexto de exclusión, que el populismo es una herramienta de emancipación sugerente e importante. No obstante, Laclau comete un error conceptual importante en su desarrollo. Considerando que los sectores industriales a mediados de siglo XIX se pudieron consolidar en Estados Unidos gracias al éxito del estado en satisfacer la mayoría de sus demandas a mejoras dignas en los sueldos, las vacaciones pagas etc. Las reformas que confirieron a los trabajadores mejores ganancias no solo redujeron el conflicto, sino que produjo una amalgama de grupos que demostraba que su tesis de la cadena equivalencial es correcta. El elemento que deja Laclau sin resolver es la constitución de un estado de emergencia en el sentido de Michael Walter que da lugar al terrorismo como prerrequisito para la introducción de la disciplina. Lo que hace urgente una relectura de Laclau sugiere que la literatura sobre el populismo sea plantada de una manera que lleva a hacer de la demanda algo más importante a la realidad.

¿De qué forma se lo puede vincular a Laclau con el terrorismo?. Para ello hay que recurrir a la propia concepción del terrorismo formulada por Korstanje quien en su reciente libro A Difficult World, examining the roots of Capitalism argumenta que estamos acostumbrados a pensar la organización del trabajo como un aspecto positivo que lleva al progreso y a la inclusión social, y al terrorismo como algo negativo, nacido de la falta de oportunidades de gente pobre, sin cultura o estudios. Estos discursos no solo versan en la falsedad sino que no su argumentación es débil (y es en este punto donde Laclau cae). Cabe remontarse a los albores del siglo XIX para ver como una gran cantidad de campesinos en Europa son empujados a las grandes ciudades por falta de oportunidades a vender sus productos y cultivos. Estos mismos campesinos paradójicamente encontrarán en los mismos países exportadores que los arruinó una fuente de salvación. Su arribo a nuevas tierras sobre todo a Estados Unidos no fue nada fácil. Los inmigrantes estaban sujetos a muchas privaciones y condiciones de trabajo insalubres, producto del pujante industrialismo que era paradigma en los grandes claustros académicos  (Korstanje 2015b). Como bien agrega el profesor J Joll, dentro de este colectivo un grupo reducido de anarquistas y socialistas entraron en conflicto con el estatus-quo. Relegados a condiciones secundarias, los anarquistas comenzaron a perpetrar ataques contra el poder real de Estados Unidos, en ocasiones con pancartas en otra con bombas que rápidamente les valió la etiqueta de terroristas (Joll 1979).El poder represivo del estado no dubitó en identificar, torturar, perseguir y exiliar a todos los “nuevos huéspedes indeseados” acusados de terrorismo. No obstante, una facción menos radicalizada comenzó a ver en los sindicatos un contexto fértil para instalar y diseminar las ideas de igualdad que podría llevar a las conquistas sociales (que tanto admira Laclau). En forma gradual el estado entabló con la fuerza laboral una serie de derechos como la huelga, las vacaciones, la reducción de horas laborales, las cuales pronto dotaron de gran movilidad a la economía y a sus ciudadanos. No obstante, ese ideal anarquista (y terrorista) que fuese expulsado fuera de las fronteras del estado nacional americano, fue adoptado por medio de los sindicatos (anarco-sindicalismo) en una nueva entidad (regulada en un código de violencia contenida pero que puede desatarse de un momento a otro), el derecho a la organización laboral y fue entonces que, lo que fuera de las fronteras era nominado como ataque terrorista, dentro se lo consideraba una “huelga sindical”. Como Michael Foucault ha observado, el poder disciplinario tiene la particularidad de extraer de la amenaza todos sus efectos más virulentos conformando una nueva y controlada situación. Lo que la virus es a un organismo, la amenaza a la sociedad. Si el virus es disciplinado por medio de una vacuna, la cual no es otra cosa que un virus inoculado, entonces el riesgo cumple igual función (Foucault 1997; 2006). En este contexto, Korstanje (2015b) se pregunta, ¿que tienen en común un acto de terrorismo y una huelga?. A pesar del grado de violencia, ambos apelan a la extorsión como forma relacional entre un grupo y el estado; si se quiere, anteponiendo a otros para negociar con el más fuerte. Por último, ambos buscan el factor sorpresa como táctica (sin importar las consecuencias sobre terceros) para generar al estado el mayor daño posible. Valga imaginarse ¿que pasa por la mente de los turistas cuando quedan varados en Madrid, Paris o Rió de Janeiro por una huelga no programada que apenas horas antes del evento de sus vidas (vacaciones, espectáculos, mundiales o Juegos olímpicos), deciden llevar a cabo en la mayoría de los aeropuertos y medios de transporte?.

En resumidas cuentas, Laclau propone un modelo político que en lo conceptual se apoya sobre la imposición de una lógica instrumental. Ese juego del estado para incorporar demandas ciudadanas se corresponde con lo que Foucault ha bautizado como lógica disciplinaria de la maquinaria bio-política. Esta disciplina permite tomar demandas despojándolas de su virulencia original y mitigándolas de la misma forma que una vacuna es un virus inoculado. Laclau no solo apoya al estado capitalista apuntando su crítica contra el mercado, lo cual es simplemente contradictorio, sino que fundamenta una lógica de la instrumentalización por medio de la cual lo político se reduce trabajar o rechazar una demanda. Si estos requerimientos no son escuchados, entonces el grupo entra en un clivaje interno con la estructura de poder. Para Laclau los beneficios sindicales y mejoras laborales fueron un éxito del sistema democrático que ha favorecido a las clases trabajadoras más vulnerables. No obstante, como hemos discutido, lejos de serlo, fue la introducción del “virus terrorista” dentro de una forma nueva disciplinada por el estado moderno, la huelga sindical.  Lo que fuera del sistema se llamó terrorismo, hoy dentro de la denomina derecho a la huelga, no obstante, ambos tienen semejanzas observables. Ello no significa que Laclau promueva el terrorismo en forma explícita, pero tiene serios problemas para identificar el génesis de la violencia de estado. Su idea del populismo es conducente al surgimiento de grupos que entran en conflicto con un estado central y que, llamados a la clandestinidad, usan la violencia en forma ilegal. Sus fines pueden llevarse a cabo no solo porque instrumentalizan el dolor ajeno, como un medio para un fin, sino porque distorsionan la realidad de forma que la demanda es más importante a la ética, el logro a la persona, el grupo al sufrimiento de otros.

V- Conclusión
Por todo lo expuesto podemos afirmar que el populismo es el elemento y contenido ideológico discursivo del terrorismo. Tal vez esta sea una explicación coherente a la pregunta ya formulada por varios eruditos sobre la situación del General J. D Perón (ejemplo de líder populista propuesto por Laclau) quien tuvo que lidiar con el terrorismo en su ocaso político allí por los 70. El populismo y el terrorismo se encuentran unidos por la interpretación forzada sobre el rol que juega la demanda dentro del ethos político. El discurso terrorista nace de “supuestas demandas no satisfechas” que justifican un accionar determinado en perseguir los intereses propios del grupo. Por tal razón, se concentra simbólicamente mutando hacia arquetipos disciplinados como la organización del trabajo y las industrias de la movilidad. Las relaciones equivalentes propuestas por Laclau fueron pertinentes para legitimar no solo el mismo sistema capitalista y sus asimetrías las cuales consternan a Laclau sino una manera de tergiversar la realidad.  Por otro lado, pensar lo democrático como pendiente de cumplimiento sugiere sostener que no existe lógica de la eficiencia dentro del mundo de la democracia. Esta postura puramente instrumentalista (que también comparte el terrorismo no importa que tan crueles sean, los medios justifican a los fines) conlleva a un neo-schmitianismo donde el líder toma la decisión para sostener o proteger a las mayorías y que en calidad de tal, puede vulnerar el derechos de otras minorías. Es en este punto, donde Laclau debe ser reconsiderado al ojo crítico de la filosofía idealista.  Schmitt como Laclau (a diferencia de Kelsen o Arendt) esgrime que el concepto mismo de la política conlleva a tener que tomar una decisión y que el orden social o la ley deben subordinarse a quienes toman esa decisión. Kelsen propone una ley positiva que quede fuera de todo decisionismo político puesto que éste busca su propia impunidad. Debido a que la ley no impidió a los Nazis subir al poder y vulnerar todos los derechos humanos de ciertas minorías (Kelsen es un refugiado del nazismo), es que lo peor del hombre se hizo realidad (Kelsen 1945; 1967). Claro que esta enunciación pura de la ley tiene poco que ver en el mundo de las pasiones humanas. Carl Schmitt (adhiriendo oficialmente como militante del nazismo) sostenía que la posibilidad de lo político depende de las características extraordinarias del líder, en este caso el conductor –fuhrer- que en razón de tal, sus decisiones no deberían influir sobre la ley, sino que simplemente subordinarla para él poder crear su propia ley (Schmitt, 2008).

Por último pero no por eso menos importante, tal vez una de las grandes ironías del pensamiento de Laclau es su propio pragmatismo que lo lleva a describir una situación de la política moderna, y de la forma en como ella construye autoridad, que lo asemeja al discurso de Habermas sobre la modernidad), pero a la misma vez, instala el germen y la ruptura con la realidad misma que permite al líder autoritario concentrar poder. Al mismo tiempo que describe una situación, no se limita a ello y redobla la apuesta produciendo un arquetipo identitario de lo político que conlleva consigo la idea del conflicto, el clivaje y la crispación que son propias del terrorismo.    La radicalización del terrorismo consiste en denunciar una situación como injusta, o demanda insatisfecha, que amerita el uso de la fuerza. La causa es mucho más importante que la ley misma, la cual injusta ha coadyuvado para que la supuesta exclusión se materialice. Pero el terrorismo lejos se encuentra de ser causa de la pobreza, sino de la instrumentalización del sufrimiento del otro producto del racionalismo moderno donde el otro es un medio para un fin que se considera superior y que en razón de tal implica un alegato de transversalidad. La homogenización de reclamos pendientes, ya sea porque carecen de representación en el parlamento o porque como en caso de Montoneros pasan a la clandestinidad, construyen un líder que vacía el sentido del discurso incluso como en el caso de Perón, desafiando los mismos valores que llevaron al caudillo carismático al poder.  El terrorismo adquiere una naturaleza auto-degenerativa debido a que no es monopolio de un grupo, o de un estado, sino una dialéctica del odio que en razón del conflicto, recanaliza un odio abstracto que es indiferente al sufrimiento ajeno. Sus demandas son en nombre de un significante vacío que le permite moverse con libertad por los extremos. El terrorista no tiene una demanda real, sino que ésta se vacía con el fin de ser rellenada por sus deseos individualistas. La extorsión, herramienta extraída del sistema capitalista permite al terrorista apelar a una suerte de asesinato de victimas aleatorio que llevan el pánico a toda la población. Desde el momento en que nadie sabe quien será la próxima víctima es que el terror se transforma en la base angular del ethos societal; en otras palabras queda liberado del poder disciplinario impuesto (Korstanje 2015). En este sentido, si como dice Walzer (2004) se entiende por terrorismo a todo ataque no convencional sobre la población inmune a los efectos de una guerra justa, la tortura perpetrada por el estado y los ataques a población civil no manifiestan grandes diferencias de sentido, son parte del mismo problema. Laclau y sus límites argumentativos hacen de la ruptura antagónica una forma relacional. Tal vez aquí resida el principio del fin, porque si en la historia el neo-decisionismo ha demostrado algo es que quien a hierro mata, a hierro muere. El post-marxismo propuesto por Laclau se encuentra más ligado al decisionismo de Schmitt que a una postura critica sobre el capitalismo y sus consecuencias en el mundo. Como bien admite Walzer (2004, p 54), el mundo de los 60 era potencialmente peligroso porque no solo desafiaba a la autoridad vigente, sino que llevaba consigo el espíritu del pensamiento absolutista que sienta las bases a la radicalización, a la idea que la revolución se encuentra próxima y uno (el elegido) está siendo parte de un proceso histórico.

La discusión sobre la instrumentalización capitalista puede, de todos modos, llevarnos a terrenos desconocidos, donde se nos pueden acusar de fomentar el espíritu aristocrático. Si negamos la demanda como forma de construcción política, entonces estamos avalando que el Príncipe no tiene obligación con su pueblo. ¿No es esta forma de pensar una salida hacia la dictadura?. Esta pregunta nos abre camino hacia nuevas discusiones que ameritan atención, pero tal vez resuelva la extraña relación entre la democracia y las dictaduras. Las formas democráticas funcionan solo si se apoyan en el éxito económico propuestos por el comercio. En forma específica, la democracia resulta del miedo que los hombres desarrollan a la dictadura. Todos comprendemos los efectos nefastos que puede ocasionar un dictador en la vida cívica y económica de una nación. Empero cuando el terrorismo mina las bases del sistema republicano por medio de la inseminación del populismo, la dictadura le sucede a la democracia como forma correctiva para la elite no perder su hegemonía sobre “el colectivo”.

Referencias
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Recibido: 18/05/2016 Aceptado: 25/07/2016 Publicado: Julio de 2016

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