Contribuciones a las Ciencias Sociales
Diciembre 2009

 

UNA APROXIMACIÓN HISTÓRICA A LA GÉNESIS DEL ESPACIO DEL TRABAJO DE LA MINERÍA LEONESA: LA IMPORTANCIA DE LAS ESTRATEGIAS PATERNALISTAS
 


Ignacio Casado Galván (CV)
dphicg@yahoo.es
 


Resumen: La minería del carbón en la provincia de León, como, en general, casi toda la minería de los distintos países europeos, ha estado unida, desde mediados del siglo XIX, a la adopción de estrategias patronales paternalistas. Es a finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando la minería leonesa del carbón inicia su “despegue”, precisamente el momento en que en España (en las décadas a caballo entre los siglos XIX y XX) los espacios del trabajo industrial (y específicamente el minero) experimentan unos procesos de gran importancia que van a determinar, en gran medida, su fisonomía. Los problemas de la gestión patronal de la mano de obra pasan a adquirir una importancia que antes no poseían: el reclutamiento de los trabajadores, la organización del trabajo y la elevación de la productividad se convierten en el objeto de interés de las empresas que desarrollan estrategias de intervención patronal para la constitución de plantillas estables primero desde el exterior del proceso de trabajo, buscando la transformación moral del obrero, su disciplinamiento. Esta escasez de personal especializado seguirá siendo un problema en la minería leonesa durante mucho tiempo, sobre todo en las épocas de expansión del mercado carbonero, pero después de la I Guerra Mundial, las estrategias tendrán ya una mecánica distinta por la aparición de una organización obrera fuerte y combativa.

Palabras clave: minería leonesa, destajismo, paternalismo, huelgas, reclutamiento de mano de obra, disciplina.
 



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Casado Galván, I.: Una aproximación histórica a la génesis del espacio del trabajo de la minería leonesa: la importancia de las estrategias paternalistas, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, diciembre 2009, www.eumed.net/rev/cccss/06/icg8.htm



“Todo parece indicar que en la minería leonesa –como por lo demás en las de otras regiones españolas y extranjeras de minería subterránea- el despliegue de relaciones capitalistas y la constitución de un proletariado minero no son en modo alguno procesos espontáneos y simples. Todo parece indicar, más bien, que aquel despliegue y esta constitución son producto de estrategias empresariales específicas que actúan simultáneamente sobre las condiciones de vida y trabajo de las poblaciones precapitalistas, tendiendo a disolver hábitos y ritmos que –por encima y por debajo de los movimientos sindicales- constituyen otras tantas formas de resistencia –confusa y diaria: resistencia del oficio, resistencia a la entera proletarización”. José SIERRA, “Hacerle agradable la vida (al minero). Disciplinas industriales en la minería leonesa de comienzos del XX”, en León, núm. 341, 1986, pág. 14.

La minería del carbón en la provincia de León, como, en general, a casi toda la minería de los distintos países europeos, ha estado unida, desde mediados del siglo XIX, a la adopción de estrategias patronales de paternalismo industrial. Este es el caso de la minería española, con algunas limitaciones que derivan, además del caracter tardío e incompleto de la industrialización española, de muy concretos y específicos problemas regionales de gestión de la mano de obra minera pero que no afectan al caso que nos afecta: la minería española del carbón, al menos en las cuencas del noroeste de la península.

Hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX, cuando la minería leonesa del carbón inicia su “despegue”, a excepción de la breve aventura de la de la Sociedad Palentino-Leonesa de Minas, en la cuenca de Sabero, la escasa producción carbonera de la provincia resultaba de la episódica actividad de “gentes del país” cuyos trabajos, seguramente, estaban integrados de forma complementaria en la lógica de la economía campesina familiar, lo que parece que no tenía cabida en la prepotente mentalidad de los ingenieros de minas, por ejemplo, Lucas Mallada los califica de “trabajos de rapiña” .

Precisamente en España en las décadas a caballo entre los siglos XIX y XX los espacios del trabajo industrial (y especificamente el minero) experimentan unos procesos de gran importancia que van a determinar, en gran medida, su fisonomía: en ese momento reaparece con una nueva función el trabajo a domicilio, se inician unas nuevas estrategias de localización industrial de signo suburbial, se inicia también una nueva fase en la historia de la construcción y de la arquitectura industrial, se refuerzan los dispositivos de control y de gestión de la mano de obra y se produce el despliegue (aún auroral) de diferentes modalidades de racionalización del trabajo (Sierra, 2003, 21).

La arquitectura fabril desde el precedente de las reales fábricas, a la fábrica de pisos (manchsteriana, la fábrica-nave y la fábrica cerrada) responden a una evolución constructiva, arquitectónica, estilística y tipológica. Pero no son solamente los factores arquitectónicos y los funcionales o técnico-productivois los que definene la evolución tipológica de la fábrica y del espacio del trabajo en general, ya que no se trata de meros contenedores de procesos de producción, sino de complejos espacios del trabajo y de las relaciones sociales, campo de batalla entre prácticas gerenciales de control y prácticas obreras de reapropiación (individuales y colectivas), espacios también de relación y sociabilidad como han puesto de manifiesto la sociología del trabajo o, en ocasiones, las historia social .

Desde esta perspectiva José Sierra (2003) ha efectuado algunas calas en ciertos puntos y entornos espaciales del espacio del trabajo, que ya desde la Restauración se han mostrado con una especial densidad, como campos de batalla de estrategias contrapuestas patronales y obreras.

Por una parte la puerta de la fábrica (o del lugar de trabajo) donde se pueden controlar los flujos de acceso y salida. La construcción de cercas, murallas, verjas, garitas y la presencia de porteros expresa espacialmente el intento de controlar los accesos en los establecimientos manufactureros o fabriles, a diferencia de los talleres artesanales, dominantes todavía en la España de entresiglos, cuya regulación de accesos parece haber sido considerablemente más laxa . Fundamentalmente se busca el control de la presencia obrera en materia de horarios, que desde los años ochenta del siglo XIX y de nuevo a comienzos del XX se ven sometidos a una creciente rigidización. Sin embargo “en talleres enteros (o categorías de una misma fábrica o mina), los trabajadores cualificados a destajo parecen haber estado en condiciones de mantener una mayor flexibilidad horaria que la que podían permitirse sus compañeros menos cualificados o funcionalmente dependientes” (Sierra, 2003, 26).

En ese batalla por la imposición de horarios la puerta se convirtió en un espacio de manifestación de este conflicto Espacio de control y vigilancia patronal, no solo de los horarios, a veces también control del hurto de productos e incluso de herramientas : “esa práctica obrera bien generalizada, especialmente en tiempos de crisis, cuya represión llega a ser obsesiva en algunos casos, como en el de las fábricas de cigarros (Sierra, 2003, 26); pero también espacio de algunas prácticas de resistencia obrera, por ejemplo mediante el hábito de los trabajadores de la llegada con antelación a la puerta con el fin de evitar sanciones pero sobre todo como parte de su economía cultural para escapar a la disciplina, al menos en su manifestación más exterior y como es la sirena de entrada al trabajo . Además el entorno de la puerta se configura como un espacio para la sociabilidad trabajadora, un nodo de condensación de relaciones informales tanto a la entrada, como a la salida del trabajo o a la hora del almuerzo y la comida .

Pero este control se prolonga también en el espacio interior, hay una marcada tendencia a restringir la circulación interior de las personas: “de la creciente prohibición expresa de los desplazamientos libres en el interior de cada taller, la disciplina fabril irá caminando hacia la cada vez más acusada restricción de los movimientos entre talleres de un mismo centro de trabajo” (Sierra, 2003, 27-28).

Proceso que se encuentra también con prácticas de resistencia individuales que muestran un afán y curiosidad de conocer la totalidad del proceso productivo (y, naturalmente, de escapar por un instante al control patronal). Lo que en ocasiones se convierte en afán colectivo, como en las fiestas, tiempo de ruptura de la cotidianeidad alienante , o en los conflictos colectivos donde “lo primero que los trabajadores acostumbraban a hacer era incluso antes de salir a la calle, invadir libremente el espacio de trabajo , rompiendo la estricta afectación al puesto y, al hacerlo, invirtiendo toda la lógica patronal de gestión de los ámbitios: convirtiéndolos, pues, en lugares, en territorios propios, es decir, literalmente apropiados” (Sierra, 2003, 28).

El puesto de trabajo se convertirá en el espacio por excelencia de las estrategias obreras y patronales, ya que la “afectación maquinal al puesto de trabajo” es la clave de la organización productiva y disciplinaria: “¿Cómo, entonces, podría no convertirse el puesto –el lugar de encuentro entre el trabajo vivo y el trabajo muerto, el centro espacial mismo de la estracción de plusvalía- en un nudo crucial de articulación de estrategias y de prácticas, patronales y obreras?” (Sierra, 2003, 29).

En el puesto de trabajo los saberes del oficio , de los que los trabajadores están orgullosos , están unidos a la gestualidad obrera que se aprende allí y que no se agota en el trabajo: aún en tiempo de trabajo en el puesto se habla, se canta, se baila, se lee, se fuma... Pero desde los años ochenta la tendencia reglamentaria va hacia una creciente restricción del no-trabajo en el puesto:

“El fumar, por ejemplo, estaba prohibido en centros productivos tan diferentes como las fábricas de cigarros de toda España, la madrileña de cervezas El Águila o una textil badalonense en la que hubo de trabajar Valdour, de una de cuyas paredes “est suspendu le réglament qui défend de fumer et d’intruduire des allumettes dans l’usine”. Por lo que se refiere a la conversación basten dos ejemplos entre mil. Deacuerdo con un semanario socialista, las trabajadoras de una fábrica textil de Cantabria de muy comienxzos del siglo XX “no podían pararse un momento a descansar, ni a dirigir la palabra a un compañero, ni a beber agua”. Pero las cosas no parecen haber sido muy distintas en el comercio madileño en el que un Barea adolescente estuvo empleado por los mismos años, en donde los depoendientes no podían hablar entre sí (ni con los clientes) a no ser de cosas relativas al negocio” (Sierra, 2003, 29-30).

Aunque de nuevo algunas categorías de trabajadores pudieron mantener cierta autonomía, se trata de los ambientes organizativos donde dominan los trabajadores altamente cualificados, una continuidad artesanal que permite una mayor libertad. En talleres, minas, fábricas de cigarros, etc., se mantienen prácticas de actuación obrera paralelas al trabajo (se habla, se canta...) cuyo objetivo es la mostración de la autonomía obrera: “tales prácticas parecen haber obedecido, en la economía física y cultural de los trabajadores, estrategias de atenuación del esfuerzo o, quizá más certeramente a estrategias de exteriorización y representación simbólica de la autonomía funcional en el ejercicio del trabajo” (Sierra, 2003, 30).

Estas prácticas se pretenden erradicar bajo condiciones de organización del trabajo plenamente fabriles, aunque en medio de una “obstinada resistencia” de los trabajadores que se apoyarán en “argucias, grietas y resquicios de toda índole” y que se manifiesta fundamentalmente en la búsqueda de la opacidad ante la vigilancia patronal para prolongar los descansos, hablar, fumar, cantar o bailar y que, en ocasiones consiguen servirse de las propias máquinas para ello, invirtiendo así la disciplina encarnada en ella, usándola para conseguir mayor libertad: “en la [...] fábrica de Clot [de construcciones mecánicas], no solo se cantaba, sino que “un samedi, je vois –nos informa de nuevo Valdour- un jeune tourneur danser devant sa machine, tout en la surveillant”. [...] Une autre fois, comme je circule auprés de lui, il [un compañero] s’avance vers moi et, derrière une machine, à l’abri du regard des controleurs” inicia una conversación acerca de... ¡Napoleón!” (Sierra, 2003, 31).

Igualmente los trabajadores utilizan prácticas de marcaje, de personalización o individuación del puesto, legibles igualmente como formas de resistencia individual a la sustituibilidad (y también, a veces , como modo de defensa, mediante pantallas, ante la vigilancia patronal), como comprobamos si leemos los reglamentos a contrapelo, es decir, “partiendo del supesto, nada insensato, de que en ellos se prohibe aquello que efectivamente se practica, y que se desea proscribir” (Sierra, 2003, 31), debía ser bastante usual escribir y clavar escritos (en paredes, puertas, ventanas, retretes...) o dejar efectos personales en el espacio de trabajo .

Por último la resistencia obrera habría encontrado acomodo en los territorios críticos: “aquellos lugares marginales o intersticiales que, privados de una signación funcional productiva directa, se configuran como ámbitos de sombra en la organización patronal del espacio del trabajo, y que, por ello mismo, pueden ser investidos por los trabajadores como lugares de refugio y libertad” (Sierra, 2003, 32). Se trata de aquellos espacios de trabajo que, por razones técnicas, de organización del trabajo o disciplinarias, no habían sido alcanzados por la transparencia del panoptismo o también, por su parte , en el caso de algunos puestos muy específicos que permitían e incluso exigían de la movilidad (logística, mantenimiento, etc). Estos espacios como los puntos de bebida de agua y sobre todo los retretes, se han podido convertir en lugar de prácticas individuales de nidificación: desde fumar hasta escaquearse un momento o echar la siesta, convirtiéndose en lugares de libertad generalizada, aunque frágil, efímera, precaria

En otros casos esros espacios intersticiales se cargan de prácticas colectivas de nidificación, es el caso de comedores, vestuarios, duchas... “los espacios para comer [...] que en minas y fábricas habrían de converirse en escenarios de sociabilidad informal para la charla, el juego o lo que parece más importante para el intercambio de informaciones, como si la división entre talleres perseguida por el microurbanismo patronal de los espacios de trabajo se viese episódicamente puesta en cuestión, si es que no invertida, por las prácticas obreras. Algo similar a lo señalado por Uría a propósito de las duchas y vestuarios de las minas asturianas, investidos habitualmente como lugares de intercambio de informaciones y de los debates previos al desencadenamiento de conflictos laborales colectivos (Sierra, 2003, 32).

La inauguración, en 1894, del Ferrocarril de La Robla a Valmaseda, en el contexto de una nueva política carbonera marcadamente proteccionista a partir de 1891 marca el inicio de un fuerte desarrollo de la industria minera en la provincia: la producción provincial de carbones aumenta rápidamente (de 36.000 Tm. En 1894 a 223.000 en 1900 y a 603.000 en 1917); la población trabajadora en las minas se incrementa paralelamente (de 118 obreros en 1885 a 338 en 1891, 17092 en 1907 y a 5.997 en 1917) y apunta ya una tímida pero sólida estructura empresarial capitalista con la constitución a partir de capitales vascos y extranjeros de las dos sociedades más importantes de la provincia hasta 1918 (Hullera-Vasco-Leonesa en 1893 y Hulleras de Sabero y Anexas en 1894).

Es en esa nueva situación cuando los problemas de la gestión patronal de la mano de obra pasan a adquirir una importancia que antes no poseían: el reclutamiento de los trabajadores, la organización del trabajo y la elevación de la productividad se convierten en el objeto de interés de las empresas. Fundamentalmente porque “las posibilidades de rápido beneficio que para los patronos de la minería leonesa se abren a mediados de los años 90 del siglo pasado parecen haberse enfrentado [...] a la inexistencia de un mercado de trabajo minero adecuado a las necesidades crecientes de mano de obra” (Sierra, 1986, 7).

Necesidad de mano de obra que denuncian los ingenieros de minas como el citado Lucas Mallada, sobre Sabero en 1903: “las labores que en el grupo de Olleros han alcanzado bastante desarrollo para duplicar la producción; más por falta de obreros [...] se hace imposible llegar a la cifra que es debida” (Mallada,1903, 50) o José Revilla en 1905 sobre la misma cuenca: “de las cifras apuntadas se deduce que [...] hay margen para buenos beneficios. [...] Una dificultad existe [...]; la carencia de buena y suficiente mano de obra” (Revilla, 1906, 214).

Pero no se trata de cualquier mano de obra, de hecho ésta abundaba debido a la crisis de la economía campesina que se dejaba ya sentir en las áreas no mineras de la provincia (López Fernández, 1983). Sino que se trataba de mano de obra especializada, la necesaria para la minería de interior que en ese momento era superior al 65% del total de obreros mineros (Cortizo Álvarez, 1977, 92), un obrero de oficio altamente especializado, poseedor de un bagaje de saberes profesionales adquirido tras largos años de práctica, frente al minero de hierro a cielo abierto: Las minas de hierro donde no se precisa personal especial y pueden trabajarse con obreros de cualquier procedencia no presentarían dificultades para ser explotadas inmediatamente. Pero los trabajos interiores de las de carbón necesitan mineros de hulla , que no se improvisan” (Revilla, 1906, III).

Obreros que tampoco eran fáciles de reclutar en otras regiones, todavía en 1910 el ingeniero de minas Lucas Mallada constata que “la mayor parte de los obreros de las minas de estas provincias son del país”, solo hay algunas excepciones: “en Sabero hay algunos barreneros del Bierzo y gallegos, y unos cuantos picadores asturianos y de Barruelo” (Dirección General de Agricultura, Minas y Montes, 1911, 58).

Los patronos leoneses se enfrentan a un doble problema en la gestión de mano de obra: de un lado a su falta de control directo sobre un mercado de trabajo estrecho y rígido y de otro su incapacidad para intervenir eficaz y directamente, más allá de la simple vigilancia, en la organización del proceso productivo.

Al tener que conformarse con la mano de obra de la provincia, se encuentran ante la realidad de un trabajador mixto minero y agrario que no estaba dispuesto a ponerse plenamente en sus manos, ni a abandonar el trabajo complementario en las actividades agrarias que para él suponía una defensa. El minero leonés estaba así en condiciones de imponer al patrón una parte de sus propios hábitos de vida como el absentismo con ocasión de las cosechas por ejemplo.

Pero además de la condición mixta que permitía una movilidad empresarial elevada y un mantenimiento al menos parcial de sus hábitos de vida, la débil división del trabajo y escaso nivel de mecanización de las labores , particularmente de las más cualificadas como las de arranque permitirán a algunos de ellos mantener su condición de trabajadores de oficio y con ella imponer sus propios ritmos y modos de trabajo. El trabajo reposaba sobre la autonomía funcional de la unidad picador-ayudante en el puesto, de la que dependían funcionalmente el resto de labores de la mina y de cuya fuerza explica las dificultades casi insuperables de aplicación a la minería subterránea de “técnicas de organización científica del trabajo”. En esas condiciones de la disposición hacia el trabajo del personal de arranque dependía casi todo, incluido el beneficio patronal: “en un tajo de carbón cada minero tiene su iniciativa propia, y de su voluntad puede depender que el producto salga de la mina en buenas o malas condiciones, siendo en la mayoría de nuestros casos de capas estrechas el factor principal para que la totalidad del negocio sea bueno o malo” (Revilla,1906, IX).

En estas condiciones la intervención patronal para la constitución de plantillas estables y el incremento de la productividad del trabajador solo podía realizarse en el exterior del proceso de trabajo, mediante estímulos indirectos exteriores al proceso de trabajo mismo y tendentes a transformar la actitud de la mano de obra. Tendentes en definitiva a producir una transformación moral del obrero, a su disciplinamiento. Y esos estímulos serán de dos tipos como observa el ingeniero de minas José Revilla decidido partidario del paternalismo empresarial: “para obtener mayor y mejor efecto útil del personal de arranque , y atraerle hacia las minas de carbón, creemos de necesidad: a) Estudiar la forma de pago más apropiada para que el obrero esté interesado en la mayor cantidad y en la mejor calidad de los carbones que arranca. B) Hacerle agradable la vida para que arraigue en un determinado sitio, se dedique exclusivamente a la minería , ni siendo mixto de minero y agricultor, y abandone su manía justificada de cambiar de patrono por cualquier motivo, con la esperanza de que en otra parte siempre estará mejor o no podrá estar peor” (Revilla, 1906, IV).

Se plantea en lo que José Sierra ha denominado el patrón mercader, es decir la generalización del destajismo. Ante la débil organización del mercado de trabajo y la autonomía funcional del obrero de oficio, los patronos optaron frecuentemente por la renuncia a sus responsabilidades en el reclutamiento y la gestión de las relaciones laborales y se preocuparon, casi exclusivamente, de los problemas de comercialización del producto: “el patrón deja así de ser un empresario para convertirse en un mercader y la empresa , al tiempo, deja de serlo para convertirse en simple negocio” (Sierra, 1986, 8).

Aparece así una figura intermedia: el destajista o contratista que acostumbra a contartar con el patrón la ejecución de un trabajo determinado , habitualmente en auqellas labores en las que el peso del obrero de oficio es comparativamente mayor, a cambio de una cantidad determinada de dinero. “A partir de ese momento, las tareas de reclutamiento , (sub)contratación de mano de obra, organización del trabajo, pago de salarios en general, relaciones laborales corren enteramente de su cuenta. El destajista se convierte así en un empresario de mano de obra, aún sin ser un capitalista. Esa doble condición –el destajista ha sido calificado de “obrero empresarial”- hace de él un organizador eficaz del trabajo –por cuanto su habitual pasado de hombre del oficio le permite conocer de cerca aquellos problemas que el patrón y el ingeniero ignoran- y a la vez –por cuanto la situación intermedia enque se encuentra así lo exige-, un poderoso agente de sobreexplotación de sus antiguos compañeros” (Sierra, 1986, 8).

Este sistema va a ser empleado de forma generalizada en la minería leonesa a principios del siglo XX comopor lo demás en las otras regiones de minería subterránea para las labores en las que el peso del minero de oficio era elevado. Así lo constata Lucas Mallada en 1910, la apertura de transversales y sobreguías en estéril, , el arranuqe, el arrastre interior de los carbones, la entibación y la conservación de galerías y la intruducción de escombros para rellenos se hacían “por contrata o ajustes parciales distribuidos estre varios destajistas”.Por el contrario auqellas labores que no exigían mano de obra altamente cualificada (rellenos, arrastre exterior de los carbones, carga de vagones, maniobras y servicios de los planos inclinados) eran gestionadas tanto en la Hullera Vasco-Leonesa como en Hulleras de Sabero y Anexas “por administración” es decir directamente por la empresa (Mallada, 1911, 56-58).

Se generalioza el pago tarea incluso en muchos obreros contradados directamente por la empresa, como solución para incrementar la productividad del trabajador, frente a los inconvenientes del “pago a jornal”, en condiciones de autonomía funcional “”el obrero recibe un cierto jornal por tantas horas de trabajo. Es enteramente defectuoso, porque no estimula ni la mayor producción ni la mejor clase del producto; aisla los intereses del capital y del obero, que funcionan con entera independencia, y es innjusto, porque todos los obreros, sea cual fuere su capacidad o habilidad, son recompensados de la misma manera” (Revilla, 1906, IV-V).

En cambio el pago por tarea a destajo se presenta como el medio idóneo para estimular el interés de cada obrero en el incremento de su productividad y, sobre todo, de la producción global que es lo que en el marco de una empresa considerada como negocio, preocupaba en primera instancia al patrón y al destajista. Además en tanto que estimulante cumplía una función educativa : “debía contribuir a disolver la solidaridad obrera por la vía de hacer sensible al trabajador a valores competitivos y monetrioos: comerciante de su propio trabajo, el obrero debía convertirse, al tiempo, en vigilante del trabajo de sus compañeros” (Sierra, 1986, 9). De ahí que se aplicase con preferencia a los segmentos de trabajadores en los que la solidaridad presentaba dimensiones funcionales, los trabajadores de oficio. En cambio a los trabajadores no cualificados, de escasa autonomía en el trabajo, no presentaban problemas que no pudiesen solventarse con la simple vigilancia, por lo que para ellos se prefiere el pago por horas que facilitaba las labores de contabilidad de la empresa. Esto explica la coexistencia , diferenciada por segmentos de trabajadpres de ambas formas de pago.

Este sistema se usa en la minería leonesa ya a mediados del XIX: en las explotaciones de Mollinedo y Lafuente, en la cuenca de Valderrueda, “el trabajo [...] se hace a jornal y a destajo: a jornal el transporte subterráneo, la entivación y el relleno de las excavaciones; y a destajo la perforación de pozos y galerías y el arranque de los macizos. Los obreros están formados en dos tandas, llamadas de noche y día, que se relevan por semanas. [...] Cada tanda está bajo vigilancia de un sobrestante o contramaestre” (Filgueira, 1856, 12). Y el mismo sistema continua en 1910: en Hulleras de Sabero y Anexas y en Hulleras de Ciñera, las labores gestionadas “por administración” (lavaderos ferrocarriles, mantenimiento, briquetas) son pagadas además a jornal fijo, por horas, mientras que las labores altamente cualificadas (avance en estéril, arranque, transporte interior), gestionadas a través de destajista, son pagadas adestajo (Mallada, 1911, 56-58).

Sin embargo el destajismo presentaba también graves problemas de eficacia, que no se le escapaban a José Revilla: “estimula la calidad pero siempre en detrimento de la calidad; el obrero procurará sacar mucho, aunue sea malo, y si la cuenta se hace por peso y no por volumen sacará pozarras de preferencia , porque pesan más” (Revilla, 1906, V). Teoricamente la solución podía encontarse en un sistema mixto de contratas y pago a destajo móvil en función de las primas a la calidad final de los carbones extraídos (tamaño y composición en cenizas), pero en la práctica tal sitema se enfrentaría a gran número de conf.lictos como el propio Revilla se veía obligado a reconocer: “ el principal inconveniente de este sistema consiste en las frecuentes discusiones que se suscitarían entre contratistas y patronos y entre contratostas y obreros,al apreciar la bondad de los productos” (Revilla, 1906, V). Entre esa perspectiva y el mal menor de unos carbones de una calidad no siempre óptima , los patronos leoneses parecen haber optado por esa segunda posibilidad como constata el propio Revilla con disgusto en 1920: únicamente una gran compañía parece haber aplicado a lo largo de la I Guerra Mundial el sistema de primas móviles (Revilla, 1920, 49).

Pero sobre todo el destajismo no solucionaba el problema de la movilidad interempresarial de la mano de obra, inclusao por su propia lógica lo incrementaba al conducir al trabajador a la búsqueda incesante del contratista y/o empresa que pagasen salarios más elevados. La constitución de plantillas estables se veía amenazada por el sistema de organizacoión del trabajo y de pago de salarios elegido. Además ese sistema no facilitaba la diferenciación entre trabajo y fuerza de trabajo en que se basa el beneficio patronal: “ Las condiciones de esa diferenciación solo podían provenir de una identificación subjetiva del trabajador con los intereses de la empresa: si el destajismo y el pago a destajo debían contribuir a romper la solidaridad horizontal del oficio, otros mecanismos debían venir a generar una “solidaridad” vertical entre trabajador y empresa. En suma la empresa negocio debía convertirse en familia, y el patrón mercader en padre de sus obreros” (Sierra, 1986, 10).

Esta escasez de personal en el sentido que hemos hablado antes (es decir especializado) seguirá siendo un problema en la minería leonesa durante mucho tiempo, sobre todo en las épocas de expansión del mercado carbonero.

Así en el contexto de la I Guerra Mundial José Revilla insiste en las mismas cuestiones: “todos los cálculos industriales que se hagan sobre cualquier negocio minero caen por su base mientras no se estabilice la cuestión obrera [...]. Mientras el obrero no viva decentemente, no podrá echar raíces en ninguna parte , y mientras no participe en los beneficios del patrono exigirá siempre a la fuerza, si puede consegirlo” (Revilla, 1918, 30). Y es que el problema de mano de obra es la preocupación recurrente de los ingenieros de minas, durante la I Guerra Mundial: “los dos puntos en que hay que fijarse con preferencia son: la cuestión obrera y los medios de transporte. Respecto al primero, deben adoptarse medidas para sostener y aumentar la mano de obra mientras dure la guerra y evitar la emigración cuando termine, que podría ser de muchos de los buenos obreros” (Falcó, 1917, 17).

Estos mismos problemas se plantean en las cuencas del Bierzo y Villablino tras la construcción del ferrocarril Ponferrada-Villabliono y el despegue de su producción. De hecho en el caso de Villablino, la MSP se encuentra con una comarca que “ni siquiera contaba con población sufiniente para completar la plantilla inicial de la misma” (Vega Crespo, 2003, 24).

Situación que se reproduce el periodo de la autarquía franquista, lo que se refleja incluso en el uso de los mismos argumentos: “la circunstancia de que gran número de obreros mineros son, al mismo tiempo, pequeños labradores disminuye su asiduidad e interés en el trabajo en las minas. Se ha observado en las zonas agrícolas, singularmente en El Bierzo y en la zona alta del Sil (donde se localiza la cuenca de Villablino) que al acercarse la época de intensificar los trabajos del campo, muy remuneradores, disminuye el número de obreros que acuden a su puesto en las minas, registrándose muchas ausencias voluntarias o de solo aparente justificación” (Estadística Minera de España, 1947, 321).

Ausencias que la empresa incluso atribuye a la (por otra parte raquítica) política social franguista, como en las memorias de la MSP de 1947 donde se explica el absentismo “por la utilización abusiva de los beneficios concedidos por el seguro de enfermedad” (Vega Crespo, 2003, 133). La molestia de la empresas viene más bien motivada por el incremento de las cargas sociales a partir de 1942 cuando se obliga a las empresas a sufragrar montepíos laborales, con el fin de atender el seguro de enfermedad y la asistencia médico-farmacéutica de sus trabajadores y a partir de 1944 se incluye también un seguro de silicosis .

Entramos así en una nueva etapa en la gestión de las relaciones laborales con la intervención directa del Estado, aunque, como vemos, esta continúa esencialmente la política paternalista, por lo que se ha hablado de un paternalismo de estado al referirse a las políticas sociales del franquismo. La financiación de estas Mutualidades Laborales no era únicamente patronal, a ella debían también contribuir los trabajadores con un 3% de sus remuneraciones. En realidad tenemos que entender esta política en un momento de imperiosa necesidad de aumentar la producción de carbón y de escasez de mano de obra, agravada por la durísima represión en las cuencas mineras. Por lo que el estado pretende incentivar el trabajo en el sector mediante medidas como primas de asistencia al trabajo , complementos de cargas familiares o pluses de carestía de la vida; pero también mediante la propia represión a los trabajadores mineros y la imposición de la paz social obligatoria, con la ilegalización (o más bien eliminación física) de sus organizaciones sindicales y políticas, que se plasma en el aumento de la jornada laboral , y, más claramente aún, en el uso del trabajo forzado en las minas.

De hecho las empresas mineras, y en concreto las leonesas, van a ser parte de las empresas privadas que se vieron favorecidas por el trabajo forzado de colonias de prisioneros , procedentes de la represión en la guerra civil y en la posguerra. Por ejemplo, en el caso de la MSP se estableció en 1941 una colonia penitenciaria de 75 penados en el pozo Caboalles y al año siguiente otra en las minas de Villaseca según consta en las menorias anuales de la empresa de esos años (Vega Crespo, 2003, 132).

Incluso a partir de los sesenta con la crisis que experimenta el sector, a consecuencia de la masiva utilización del petróleo, la escasez de mano de obra va a continuar, ya que si anteriormente “la dureza del trabajo en las galerías se veía compensada por salariuos bastante elevados [...] esta ventaja comparativa de los salarios mineros se redujo bastante en la década de los sesenta debido a la generalizada elevación de todas las rentas del trabajo” (García Alonso, 1986, 125).

La emigración hacia zonas industriales tanto dentro de España como en otros países europeos hace resentirse a la mano de obra de la minería leonesa . De ello se queja frecuentemente la MSP ejercicio tras ejercicio (Vega Crespo, 2003, 188); y la Estadística Minera que la considera la causa de la crisis de la minería del carbón en la provincia de León; y, de igual modo, se constata en el estudio que realiza el Banco de Vizcaya sobre la provincia de León: “las explotaciones mineras de carbón vienen sufriendo una considerable penuria de mano de obra, no solamente de obreros cualificados, sino de vagoneros y ramperos [cuya causa hay que buscar] en el atractivo de las grandes ciudades y de las profesiones que aunque menos retribuidas que la del minero del carbón son más cómodas y menos peilgrosas, unido a la emigración a países extranjeros” (Banco de Vizcaya, 1966, 55-56).

A partir de los años 20 se abandonan numerosas minas y solo aquellas empresas grandes por sus posibilidades financieras y porque han sabido capitalizar los extraordinarios beneficios anteriores, permanecen con cierta garantía de supervivencia. La bajada de precios y de la demanda incitan a los empresarios a reducir costes, en primer lugar los salarios que se traduce en ocasiones en huelgas.

Por la elevada incidencia de conflictos laborales y huelgas, destacando la de los trabajadores de la Hullera Vasco Leonesa entre el 13 de abril y el 2 de julio de 1921 en demanda de mayores salarios (Anes Álvarez y Tascón Fernández, 1993, 83-85). El periodo republicano es especialmente propicio a la conflictividad social, destacando la huelga general revolucionaria de 1934 que en Asturias cristalizó en un intento revolucionario al que no fueron ajenos las cuencas leonesas y palentinas.

Conclusión.

En conclusión después de la I Guerra Mundial (a pesar de que se reconstituye la Asociación Hullera Nacional cuya presidencia recayó de nuevo en el Marqués de Comillas), las prexiones tuvieron una mecánica distinta. con la aparición de una organización obrera fuerte y combativa: en los momentos difíciles las empresas recurrían al recorte de los salarios o a la reducción de las plantillas, con lo que provocaban huelgas que eran temidas por los gobiernos. De esa forma el elemento realmente activo eran los sindicatos obreros y las empresas pasaron a desempeñar un papel más pasivo.

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