Contribuciones a las Ciencias Sociales
Julio 2008

 

LA GLOBALIZACIÓN Y EL NUEVO ORDEN MUNDIAL: ANTAGONISMOS, CONFLICTOS Y CRÍTICAS
 


Mauro Beltrami
Universidad Argentina de la Empresa (UADE), Argentina
maurobeltrami@gmail.com



INTRODUCCIÓN

Globalización es una de las palabras que más se escuchan y se utilizan cotidianamente. Se trata de un término de carácter complejo, multifacético y polémico. Qué es la globalización y qué hay de nuevo en ella es objeto de un intenso debate. Pero podemos afirmar que cuando se habla de globalización, se hace referencia a un proceso de carácter fundamentalmente económico, no se encuentra limitado únicamente a esto último. Pone en juego también dimensiones de carácter político, social y cultural. Es un producto de la civilización occidental, pero no se trata en absoluto de un proceso homogéneo. Las denominaciones del fenómeno varían según el idioma: en francés, se utiliza mondialisation; en italiano, globalizzazione; en inglés, globalization; en alemán, Globalisierung.

Las sociedades se abren a la circulación de activos financieros, a la importación y exportación de bienes materiales, pero también simbólicos, los cuales, al encontrarse inmersos dentro de esta trasnacionalización, se transforman en emblemas de un imaginario supranacional. Culturas que un siglo atrás eran ajenas a la existencia cotidiana han pasado a ser parte de nuestro horizonte diario, a lo cual ha contribuido tanto los medios de comunicación de masas, como un fenómeno social moderno como lo es el turismo –el cuál no deja de representar un tipo de migración temporal de carácter circular-.

La globalización es un proceso que reestructura y resignifica continuamente nuestro modo de vida, nuestra cultura y nuestra sociedad. Es así que hemos decidido encarar el presente trabajo, cuya extensión es breve, con el fin de observar, partiendo de la evolución histórica de la globalización y sus particularidades, hasta los conflictos que emergen de ella, conjuntamente con las posturas críticas al desarrollo que viene experimentando el fenómeno, el cual parece de carácter irreversible. Lo que ha guiado a nuestro trabajo es observar a la globalización en el marco del llamado nuevo orden mundial.



Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:
Beltrami, M.: La globalización y el nuevo orden mundial: antagonismos, conflictos y críticas, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, julio 2008. www.eumed.net/rev/cccss/02/mb.htm


MARCO TEÓRICO

Definir a la globalización resulta una tarea ardua, puesto que existe una amplia variedad de significados del fenómeno, con variaciones no únicamente formales entre sí.

Debemos aceptar la existencia de múltiples visiones sobre el significado de globalizarse, pero podemos coincidir en señalar que su rasgo central es la intensificación de las interconexiones entre sociedades. El fin globalizador a alcanzar sería la construcción de un mercado mundial, en donde el dinero y la producción de bienes y de mensajes se desterritorialicen, y donde las fronteras nacionales y las aduanas avancen progresivamente hacia su neutralización.

Nuestra época se ha desarrollado bajo el impulso de la ciencia, de la tecnología, del pensamiento racional y de una cultura industrial-urbana que encuentra sus raíces en el pensamiento iluminista y en la expansión de los siglos XVII y XVIII. Nosotros consideramos a la globalización como un fenómeno propio de la modernidad europea-occidental, consecuencia de la doble revolución burguesa, francesa e industrial. Ambas revoluciones implicaron el triunfo de una nueva sociedad. “La gran revolución de 1789-1848 fue el triunfo no de la “industria” como tal, sino de la industria “capitalista”; no de la libertad y la igualdad en general, sino de la “clase media” o sociedad “burguesa” y liberal; no de la “economía moderna”, sino de las economías y estados en una región geográfica particular del mundo (parte de Europa y algunas regiones de Norteamérica), cuyo centro fueron los estados rivales de Gran Bretaña y Francia” (1). Y razonamos que la globalización ha encontrado campo fértil para su desarrollo en la expansión imperialista europea, comenzada durante la segunda parte del siglo XIX.(2) Es así que podemos afirmar que la globalización es hija del sistema de producción capitalista.(3) “Mediante la explotación del mercado mundial, la burguesía dio un carácter cosmopolita a la producción y al consumo de todos los países”. (4)

La globalización no consiste únicamente en un aumento de la actividad comercial a nivel mundial. Representa también un cambio cualitativo en la estructura de la economía capitalista. Tal como lo mencionara Marx, el capital existe en tres formas: capital moneda, capital productivo y capital mercadería. La autoexpansión del capital se da a partir de la metamorfosis del capital mismo por medio de estas tres formas.

La historia del capitalismo puede ser tomada como la globalización de las tres formas de capital. El crecimiento del comercio internacional durante el siglo XIX, producto de la doble revolución burguesa, fue testigo de la globalización del capital mercadería. Por su parte, la globalización del capital moneda se va produciendo hacia finales del siglo XIX, a través del desarrollo de las inversiones internacionales y de la evolución del sistema bancario internacional. Nos encontramos, aquí, en la etapa imperialista de finales del siglo XIX.

No obstante, aún cuando estos cambios estructurales se producían, el capital productivo continuaba encontrándose limitado hacia dentro de las fronteras del estado-nación, y, desde allí, buscaba atraer a la mano de obra. Tras la segunda guerra mundial, se produce la tercera globalización del capital, la del capital productivo. Desde entonces, el capital productivo fluctúa por todo el mundo –aunque limitado por los conflictos entre los dos grandes bloques de poder de la postguerra-, con el fin de reducir la estructura de costos y de utilidades de los factores de producción. A este tipo de globalización influyeron fundamentalmente los avances tecnológicos y comunicacionales.

En el presente trabajo trabajaremos la globalización con un sentido de la tendencia progresiva hacia el incremento de la interdependencia económica y cultural entre sociedades, en el marco teórico de la neutralización de las fronteras (territoriales, étnicas, etc.) respecto a la circulación de bienes, personas y mensajes entre estados. Y se indagará en la globalización en la época del nuevo orden mundial.

Tras la finalización de la Guerra Fría, se abogó a través de diversas formas por un nuevo orden. Por nuevo orden mundial, entendemos al sistema de relaciones internacionales aparecidos tras la caída de la Unión Soviética. Noam Chomsky ha estudiado el tema con detenimiento y ha llegado a la conclusión de que el nuevo orden mundial, al igual que el viejo, se encuentra asentado sobre la desigualdad, la hipocresía, el racismo y el colonialismo. “Por ello tiene su mérito describir el orden mundial, viejo o nuevo, como “la reglamentación de la piratería internacional””.(5) El nuevo orden se diferencia fundamentalmente del antiguo por no existir ya dos superpotencias líderes de los dos grandes bloques de poder, pues ahora el capitalismo parece alcanzar indiscutiblemente la primacía mundial. Es la era de la globalización neoliberal, de la occidentalización intensificada, del discurso único. Y esta era resulta muy interesante para estudiar, pues en ella, aparentemente tendiente a la unificación mundial sobre la democracia burguesa-occidental y el libre mercado (6), se observan antagonismos y contradicciones inherentes a la propia naturaleza del fenómeno. Justamente, en febrero de 1990, el Comité Internacional de la IV Internacional explicó que la desaparición de la URSS significaba el fin de la época postguerras, pues, en ésta, los antagonismos fundamentales se habían mantenido aplacados bajo el peso de varias estructuras político-estatales, pero a partir de dicho acontecimiento había surgido una época que sería testigo del choque abierto de fuerzas clasistas antagónicas. (7)

Las contradicciones, los conflictos y las consecuencias de la globalización durante la era del nuevo orden mundial son, precisamente, el objeto de estudio del presente ensayo. En la breve extensión de nuestro trabajo, nos centraremos tanto en la globalización en sus interrelaciones económicas y culturales. El tema obviamente no se agota aquí; simplemente, aquí, nos hemos centrado sobre uno de los aspectos de la globalización, el de sus contradicciones y su rechazo.

LA GLOBALIZACIÓN EN CONFLICTO

“No me hablen de comprender el negro. La misión del hombre blanco es la de colonizar al mundo, y éste es un trabajo suficientemente grande. ¿Qué tiempo le queda para disponerse a estudiar a los negros?”

Jack London (8)

Como ya hemos adelantado, la globalización presenta conflictos inherentes a su propia naturaleza. Los desarrollos económicos y tecnológicos que se han producido en la era de la globalización, llevaron a un nivel de intensidad sin precedentes la contradicción fundamental entre la economía internacional y los estados nacionales, y entre la producción social y la propiedad privada. Es por esto que la articulación entre globalización, integraciones regionales y culturas diversas ha pasado a ser un asunto clave. “Al querer excavar su significado más profundo, la globalización permanece asociada al carácter indeterminado, ingobernable y autopropulsivo de los negocios mundiales; aún, hace pensar a la ausencia de un centro, de una sala de comando, de un consejo de administración, de una oficina de dirección. La globalización es el “nuevo desorden mundial” de Jowitt expresado con otro nombre”. (9)

Hoy en día, podemos considerar como virtualmente acabada la discusión que se dio en la última década del siglo XX, donde se debatía, desde la izquierda, sobre la realidad –o no- de la globalización en el nuevo orden mundial como un salto en la evolución histórica del sistema de producción capitalista. No debemos olvidar que, en los ’90, había quiénes la consideraban desde “un mito”, hasta “nada más que imperialismo”. Marta Harnecker, Hirst y Thompson son algunos de los autores englobados en esta línea. Pero, quiénes opinaban en este sentido, lo que lograban demostrar en su teorización no era la inexistencia de la globalización como etapa del sistema capitalista, sino los antagonismos y contradicciones inherentes a aquella. También hubo quienes, como James Petras, consideraban a la globalización únicamente como el resultado perverso de las políticas neoliberales de ciertos gobiernos de derecha.

No obstante, hoy prácticamente nadie deja de aceptar y considerar a la globalización, en el marco del nuevo orden mundial, como una etapa particular de la historia del capitalismo, verdadero salto en la concentración mundial del capital, resultando un proceso cargado de antagonismos y contradicciones.

La interacción entre sociedades se ha vuelto progresivamente más compleja e interdependiente. Pero este hecho no se produce desde un plano de igualdad, lo cuál ya era observado por Trotsky del siguiente modo: “la desproporción en los “tempos” y medidas que siempre se produce en la evolución de la humanidad no solamente se hace especialmente aguda bajo el capitalismo, sino que da origen a la completa interdependencia de la subordinación, la explotación y la opresión entre los países de tipo económico diferente”. (10)

Néstor García Canclini (11), por ejemplo, observa conflictos entre imaginarios, según de quién sea la visión, respecto al contenido de lo que es la globalización; ha estudiado los diversos modos de imaginar la globalización. Así, para el gerente de una empresa trasnacional, la “globalización” abarca los países donde su empresa actúa, las actividades de las que se ocupa y la competencia con otras; para los gobernantes latinoamericanos, sería casi un sinónimo de americanización; mientras que para una familia mexicana cuyos miembros trabajan en EEUU, globalización alude a los vínculos estrechos con lo que ocurre en la zona de ese país en donde sus familiares residen. “En rigor, sólo una franja de políticos, financistas y académicos piensan en todo el mundo, en una globalización circular, y ni siquiera son mayoría en sus campos profesionales. El resto imagina globalizaciones tangenciales. La amplitud o la estrechez de los muestra las desigualdades de acceso a lo que suele llamarse economía y cultura globales”. Lo cual se relaciona con lo afirmado por Marx: “Sobre las diversas formas de propiedad y sobre las condiciones sociales de existencia, se levanta toda una superestructura de sentimientos, ilusiones, modos de pensar y concepciones de vida diversos, plasmados de un modo peculiar”.(12)

En un mundo globalizado, sociedades culturalmente diferentes se encuentran en interrelación constante. Y es así que la globalización presenta una de sus más interesantes paradojas, la cual intentaremos estudiar aquí: quiénes abogan por un mercado mundial, integrado, en donde los capitales financieros, los bienes económicos y las imágenes se muevan con entera libertad, también expresan, en reiteradas ocasiones, su rechazo al libre movimiento de personas. Cabe excluir de esta observación a los viajes de tipo circular, como lo son los viajes turísticos. Es así que muchos liberales en relación al orden económico, resultan nacionalistas y hasta xenófobos culturalmente hablando.

La globalización no ha sido el fenómeno histórico que engendró los choques culturales y el rechazo social al extranjero. La historia social nos muestra que a lo largo de la prehistoria y de la historia, una amplia variedad de sociedades históricas han mostrado su rechazo al extranjero, encontrándose éste fáctica y/o jurídicamente discriminado.

La intensificación de las relaciones económicas trae por decantación la intensificación de las relaciones socioculturales. Tras la segunda guerra mundial, los estados occidentales, europeos y norteamericanos, han rechazado oficial y políticamente al fascismo –particularmente al nazismo-, por el genocidio derivado de su ideología xenófoba.(13) Pero aún así, en el Occidente (14) capitalista y desarrollado no se ha podido eliminar el nacionalismo, el cual encuentra su raíz en el rechazo frontal a otros grupos culturales. A nivel gubernamental, EEUU ha encontrado internamente en el nacionalismo la fuente de legitimación de su política exterior; aún así, oficialmente y pese a la hipocresía manifiesta del mismo, el discurso dominante ha sido de rechazo a los totalitarismos de tipo fascista. Por su parte, en la Europa sufrida de la segunda posguerra, se intentó extirpar los nacionalismos extremos, apostando al cosmopolitismo tolerante. Los gobiernos europeos-occidentales, salvo los ibéricos y alguna excepción más, se volcaron, económicamente, a la socialdemocracia y, socialmente, hacia la integración. Y la globalización occidental y el libre mercado fueron tomados como el camino hacia el logro de gran parte de aquel ideal, en el cual tuvieron su importante papel los medios de comunicación de masas, los cuales no cambiaron únicamente nuestros hábitos domésticos, sino nuestra propia percepción de la realidad.

Pero el fracaso de la integración y la convivencia cultural se encontraba presente en la propia naturaleza del capitalismo y de la globalización. La integración, económica, tecnológica y culturalmente hablando, era desigual. La globalización no significó más que un imperialismo cubierto formalmente legado del antiguo orden colonial, que resultaba ideal en el afán de mantener los significados por sobre las formas, tras el proceso de descolonización,(15) el cuál tuvo lugar tras la segunda guerra mundial. El imperialismo colonial creó un orden mundial que no fue puesto seriamente en discusión tras la descolonización –concepto polémico, diferente del de liberación nacional-. El capitalismo ya no se movía cómodamente en el sistema colonial, el cual dejó de ser rentable, lo cual puede explicar la velocidad con que se produjo la retirada europea. “A no ser que se acepte la proposición de que las colonias habían sido agotadas antes de la retirada europea, y que fueron simplemente tiradas como una naranja vaciada de su jugo, o bien que el neocolonialismo ha significado la explotación continuada al mismo grado que antes, o bien, alternativamente, que, a pesar del pequeño cambio en la balanza del poder interno en las naciones coloniales, los intereses capitalistas principales habían perdido súbitamente todo poder para influir en las políticas gubernamentales, es muy probable que las colonias no fueran cuernos de abundancia económica para sus poseedores, como a veces se ha afirmado”.(16) Más rentable resultaba incluirlas en el nuevo esquema imperialista de la globalización del capital de la segunda posguerra.

Pero no nos centraremos tanto aquí en la etapa de la guerra fría y la descolonización. Haremos hincapié en la globalización en el nuevo orden mundial, pero, para ello, es importante tener en cuenta la geopolítica de la segunda postguerra. Al aparecer el nuevo orden mundial como síntesis de los antagonismos de la guerra fría, se ha intensificado el antiguo orden imperialista, es decir, en palabras de Noam Chomsky, la ley de la selva. Chomsky describió el nuevo orden desde la óptica geopolítica del siguiente modo: “solo esto tiene sentido: los gobernantes poderosos gozan de derechos que se les niegan a sus súbditos, incluyendo asesinar, torturar y mofarse de las convenciones y el derecho internacional”.(17)

En el nuevo orden mundial, el poder político ha sido desplazado como el poder principal. La globalización, tras la caída de la URSS, no ha hecho más que profundizar un fenómeno que venía manifestándose cada vez con más fuerza: la disminución de los ámbitos de decisión políticos del estado nacional. Así lo explica Ignacio Ramonet: “en el marco de la globalización, el poder principal lo tienen las grandes empresas y los grandes grupos financieros, apoyados en los grandes grupos mediáticos. El poder político es sólo el tercer poder, después del financiero y del mediático”(18). En el mismo sentido, Néstor García Canclini afirma que: “Transferir las instancias de decisión de la política nacional a una difusa economía trasnacional está contribuyendo a reducir los gobiernos nacionales a administradores de decisiones ajenas, lleva a atrofiar su imaginación socioeconómica y a olvidar las políticas planificadoras a largo plazo”(19). Unos párrafos atrás mencionábamos la globalización en el nuevo orden mundial como un verdadero salto en la concentración mundial del capital, hecho que no es ajeno al propio devenir histórico del capitalismo. Es así que muchos consideran que la globalización es, ni más ni menos, que la dictadura económica mundial de 200 multinacionales, más o menos. “Clairmont y Cavanagh tienen el mérito de haber señalado a los verdaderos amos del mundo, al revelar el poder real, concreto, físico, de los 200 mayores grupos transnacionales. La cifra de negocio anual de estos gigantes es nada menos que la cuarta parte (26,3%) de la producción mundial, crece a un ritmo doble de lo que crece el Producto Interior Bruto de los 29 países industrializados que integran la OCDE, y supera ya a la producción total sumada de los otros 182 países que no forman parte de la OCDE, pero donde vive la inmensa mayoría de la humanidad. (…) Por eso no es un slogan izquierdista ni una frase de efecto decir que la globalización es la dictadura económica mundial de 200 multinacionales, más o menos”(20). La dictadura económica se asienta sobre la expansión mundial de las instituciones democráticas burguesas occidentales, lo cual no es más que un maquillaje político ocultando el verdadero centro de las decisiones, una democracia ficticia. José Saramago lo explica del siguiente modo: “Es una pura falacia, es una falsedad, nada de lo que está pasando hoy en el mundo, en los países que se declaran democráticos, tiene que ver con la auténtica democracia. Se ha vuelto evidente que el poder real es el poder económico. Tú no eliges a la administración de Coca Cola o de General Motors. Entonces, si el poder real es ése, todo lo que pasa por debajo es una falacia” (21).

Esta dictadura global de mercado, cargada de antagonismos y contradicciones, ha engendrado, paradójicamente, el resurgimiento de las identidades nacionales, étnicas y religiosas, y de los fundamentalismos. La interrelación más acelerada entre sociedades y las desigualdades manifiestas han creado las condiciones objetivas necesarias para que determinadas fuerzas antagónicas desde el punto de vista económico y cultural se encuentren en conflicto. “El catálogo de las identidades disponibles crece, disminuye, muta, se ramifica y se desarrolla en correlación con la intensificación de las redes de relaciones políticas y económicas. Con la definición de nuevas y la cancelación de viejas fronteras, la complejidad de aquel catálogo aumentará ulteriormente, tanto más en cuanto un número siempre mayor de hombres se encuentre dispuesto a ponerse en movimiento, de manera impredecible y solo en parte controlable” (22).

El etnocentrismo occidental y el esquema heredado del viejo sistema colonial han sido gérmenes del conflicto. Y encontramos que la globalización debilitó el poder político del estado nación, que tiende, idealmente, hacia la creación de un mercado mundial y hacia la desaparición de las fronteras nacionales y aduaneras para el tráfico de bienes y personas; pero que, en su seno, también engendra el rechazo a su propio ideal: el rechazo a la otredad, la cuál es respetada, únicamente, cuando se encuentre en correlación con los objetivos concretos del orden mundial. Así, se da la paradoja de la eliminación de las barreras nacionales productivas –la transnacionalización de la producción y el libre tráfico del capital-, simultáneamente con el cerrado rechazo a la migración y al libre movimiento de personas. En particular, de los desplazamientos demográficos hacia los centros de poder. Después de todo, no debemos olvidar que “las multinacionales tienen patria: la de sus propietarios mayoritarios. De eso no debe caber la menor duda. Las 200 mayores tienen sus sedes bien establecidas en tan sólo 17 países de los 211 Estados independientes que cuenta la tierra. Pero 176 de ellas, según Clairmont, están radicadas en sólo 6 potencias financieras. Bastante más de una tercera parte (74) son norteamericanas (…).Después de Estados Unidos, el Estado donde están radicadas más multinacionales es Japón, con 152 de las 500 mayores no estadounidenses; hay 75 inglesas, 47 francesas, 42 alemanas, 22 canadienses, y 15 italianas, por lo que el Grupo de los Siete (el G-7) viene a representar al 80% de las multinacionales. Fuera de este grupo, apenas Suiza, Corea, Suecia, Australia, y Holanda pasan de la docena [citado de Forbes, abril 1999].” (23). La lógica centro-periferia se impone en las interrelaciones demográficas. Existen estados expulsores de individuos (periféricos, neocolonias, no occidentales, atrasados tecnológicamente, productores de bienes primarios) y estados receptores de los mismos (metrópolis, centrales, industrializados). Pero esta lógica, derivada del propio sistema mundial, genera violentos rechazos en los estados centrales, pues se observa, en ella, a una amenaza no sólo de tipo económico, sino también cultural. El capital productivo, al fluctuar por todo el mundo para reducir la estructura de costos, ya no necesita de la movilidad internacional del factor trabajo. Para producir, el capital se traslada donde los costos de producción son menores, a la periferia. Y los gobiernos de los estados centrales, al no necesitar ya de la movilidad de la mano de obra barata, reprime la llegada en exceso de esta, apelando al nacionalismo (no económico, sino cultural) como valor. Por ejemplo, en las democracias industrializadas occidentales se ha creado oportunamente un modelo propagandístico de confrontación entre Occidente e Islam, una tesis desarrollada en el seno del neoconservadurismo norteamericano, y luego adoptada por regímenes derechistas europeos (Aznar, Sarkozy, Berlusconi).

Represión contra los ciudadanos del mundo en busca de un futuro, cuyo delito fue el ingreso ilegal a un determinado estado; debemos tomar en cuenta que, en caso que la solicitud de ingreso legal haya sido realizado oportunamente, seguramente la misma fue rechazada. “¿Dónde quedó el derecho de libre tránsito que inscribe la Declaración Universal de los Derechos Humanos? (…). El derecho al libre tránsito, no existe. Las embajadas cobran para tramitar un permiso que, en el 90 % de los casos, niegan sin devolver la tarifa. (…) Ahora, ya no pueden aceptar que esos sucios, malolientes, desastrados, sin dinero y además pedigüeños entren a los países civilizados, decentes y adinerados, afeando sus calles y deformando sus refinadas costumbres. (…) Otra cosa distinta es el libre tránsito de capitales. Todo el dinero que pueda salir de estos pobres países, no necesita visado, ni permiso de ningún tipo. Es más: exigen que nuestros gobiernos supriman cualquier tipo de trabas para este tipo de tránsito”(24).

Siempre y cuando tratemos el tema de los desplazamientos migratorios de carácter permanente, el panorama expresa una tendencia hacia esto que venimos marcando. La globalización ha dado campo libre para que la extrema derecha xenófoba –pero liberal en lo económico- vuelva a ser una opción política viable en Occidente. La victoria electoral de la ultraderecha italiana en 2008 –aliada al neofascismo- ha desatado una amplia y violenta persecución a los inmigrantes desde el propio aparato estatal, lo cual ha despertado la preocupación de gobiernos “políticamente correctos”. Obviamente aquello no se trata de un hecho aislado. En Polonia, la extrema derecha gobierna hace años, persiguiendo no sólo inmigrantes, sino también determinados grupos sociales, como minorías sexuales (homosexuales, etc.) e ideológicos (comunistas, etc.). En España, la expulsión de inmigrantes sin papeles es un hecho cotidiano (argumento italiano para rechazar las críticas españolas a su política migratoria), como también lo es la aplicación de la tortura desde el aparato estatal en determinadas regiones étnicas (en Euskal Herria, son continuas las denuncias de malos tratos de parte de militantes independentistas y de organizaciones armadas). En Israel, considerándolo como parte de Occidente, encontramos que existe una creciente representación política de una derecha racista, liderada por Avigdor Lieberman y su partido Yisrael Beytenu. Y los ejemplos continúan en todo el mapa del Occidente industrializado.

No obstante, la globalización tiene correlación también con otro fenómeno social hijo del capitalismo, el turismo, el cuál se desarrolla precisamente sobre el libre movimiento de las personas, aunque circularmente, es decir, temporalmente. Tal como hemos escrito en otro momento, “la aparición del turismo dentro del esquema de las relaciones entre sociedades tuvo consecuencias respecto a la representación mental del otro: dentro de la sociedad con menor grado de desarrollo económico comenzó a buscarse que se acortara la brecha entre el ideal y la realidad inmediata, con el fin de satisfacer las necesidades y expectativas de los miembros de la sociedad dominante que emprendiesen el viaje hacia allí. Se crea por entonces un modelo turístico en el que las relaciones teóricas entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado se encuentran forzada e interesadamente desprovistas de contradicciones, en un sistema de intereses complementarios, en donde a la demanda se la identifica con los países desarrollados –la metrópoli- y a la oferta con los países subdesarrollados –la colonia-. Este modelo acabó por ser un medio por el cual la política turística de un país se centra en la satisfacción primaria de las necesidades y expectativas de la demanda para la toma de decisiones nacionales; es decir que los planes de desarrollo de estas sociedades se encontraron condicionados por la demanda de ocio de las poblaciones más ricas” (25). El turismo implica libertad de movimientos de carácter temporal, con sus propias contradicciones, pero perfectamente coherente con el esquema de globalización que venimos marcando.

Mientras tanto, en la postergada periferia sucede que la globalización, sumada al fracaso de determinados modelos de desarrollo –el socialismo árabe, por ejemplo- y al conflicto árabe-israelí, ha generado una radicalización con raíces identitarias de origen religioso: el fundamentalismo islámico y su rechazo a Occidente. La globalización es sinónimo de occidentalización. En el nuevo escenario mundial –radicalizado en la primera década del siglo XXI- el capital necesita seguridad y uniformidad sociocultural. Y esta se obtiene con la expansión, hacia todo el globo, de la cultura occidental, de las instituciones democráticas burguesas y del esquema trasnacional de producción, lo cual no se encuentra exento de antagonismos y contradicciones. Es innegable el choque cultural, del mismo modo que es innegable la resistencia a la imposición. Y la resistencia deja campo libre a las fuerzas de la reacción y a los clericalismos feudales. Claro que perdura, aún, alguna tibia resistencia laica, panárabe y tercermundista (el socialismo árabe aún resiste en Libia, en Siria y, cada vez con menor fortaleza, en Palestina). Pero la religión se transformó en el símbolo identitario propio del mundo islámico. En síntesis, socioculturalmente hablando, se trata de una política conservadora y reaccionaria ante la política conservadora y reaccionaria occidental. Lo cual no podemos dejar de enmarcarlo en la búsqueda de profundización de la globalización del capital, y, en última instancia, del predominio de la integración financiera por sobre la integración social.

CRÍTICAS A LA GLOBALIZACIÓN

Las propias contradicciones de la globalización engendraron amplios movimientos de rechazo al fenómeno. Y estos no provienen exclusivamente desde alguna ideología en particular, sino que su naturaleza es amplia. Tanto la derecha radical como la izquierda han dado origen a grupos sociales que rechazan a la globalización y/o a algunos de los aspectos de ella. Sin embargo, cabe mencionar que el liberalismo y la derecha son los máximos defensores del nuevo orden y de la globalización del capital.

Tal como hemos observado en el apartado anterior, la derecha rechaza de plano la globalización vinculada al libre movimiento de personas, defendiendo la occidentalización del mundo, lo que proviene de su propia naturaleza etnocéntrica, y patrocinando, claro, la idea de un mercado mundial capitalista. Del mismo modo, también existe una derecha radical y reaccionaria que ve, en la globalización, una amenaza concreta a un determinado modo de vida tradicional, aunque no dejan de ser movimientos marginales.

La derecha es, por lo general, la que en menor grado se ha opuesto –y se opone-, tanto desde la teoría como desde la práctica, a la globalización del capital, puesto que el liberalismo económico y la democracia burguesa se han transformado en valores propios de los grupos y partidos de dicho espectro ideológico. El poder financiero, y sus representantes en los medios de comunicación y en la política, utilizan el temor hacia el otro como estrategia de defensa de los valores occidentales, que no son más que el capitalismo y el libre mercado. Por lo que no deja de ser coherente con una defensa cerrada de la globalización neoliberal. Samuel P. Huntington (26), uno de los pensadores más lúcidos de este espectro ideológico, afirma que la cultura y las identidades culturales –que en su nivel más amplio resultarían identidades civilizacionales- configuran las pautas de cohesión, desintegración y conflicto en el mundo de la postguerra fría; asimismo, considera que los estados-nación continúan siendo los actores principales en los asuntos mundiales; finalmente, Huntington niega que, en el nuevo orden, los conflictos más generalizados se encuentren producidos por criterios económicos (como antagonismos sociales), sino que los criterios son aquellos culturales. Concretamente, el programa de la derecha, respecto a la globalización, en el marco del nuevo orden mundial, no deja de ser imperialista, xenófobo, occidentalizador (“democrático”), desigual y cargado de antagonismos y contradicciones.

La izquierda es quién más ha criticado la globalización, pues la uniformación en un mercado planetario es vista como la consagración del único modo de pensar, y es interpretada como la legitimación de las desigualdades. Si bien los grupos de izquierda que combaten la globalización representan un amplio espectro ideológico (anarquismo, socialismo, ecologismo), aquí nos centraremos en dos grupos amplios para nuestro análisis: la izquierda marxista-internacionalista y la izquierda no marxista-nacionalista. El trotskista Nick Beams expresa lo que planteamos del siguiente modo: “Hay dos perspectivas históricas diametralmente opuestas implícitas en estos puntos de vista divergentes. El marxismo se basa en que el estado-nación no es una entidad natural, sino una creación histórica; que es producto del desarrollo capitalista, el cual, no obstante, es socavado por el mismo crecimiento de la producción capitalista para la cual ha establecido la estructura. Todas las tendencias oportunistas [nacionalistas] rechazan el concepto que el estado-nación es un fenómeno histórico transitorio. Insisten que la clase obrera tiene que adaptarse a la estructura del estado-nación”.(27)

El marxismo explica que la revolución socialista tiene origen y fundamentación en el propio desarrollo de las fuerzas productivas, las cuales ingresan en conflicto directo con las relaciones sociales arcaicas del capitalismo. La llamada globalización no sería más que el imperialismo, como la etapa superior inevitable del sistema capitalista, disfrazado con otra denominación.(28) Tanto la izquierda marxista como la nacional comparten premisas, pero disienten en el análisis del significado y en la metodología de estudio, de organización y de lucha. La izquierda marxista, básicamente, sostiene que la defensa de los intereses del proletariado requiere la existencia de un programa de acción internacionalista que conduzca a la conquista del poder, pues la dinámica histórica del capitalismo ha quebrado la conexión entre la revolución socialista y el estado nacional. Por su parte, la perspectiva de la izquierda nacional comparte parte del análisis con el marxismo, pero sostiene que los intereses del proletariado solo pueden defenderse si se basan en una perspectiva nacional y popular. Desde una perspectiva marxista –y, principalmente, desde el trotskismo-, se considera a los representantes de la izquierda nacional o como oportunistas, y/o como reaccionarios.(29)

A nivel práctico, la globalización ha encontrado -y encuentra- detractores que, desde la esfera del poder político, han expresado su crítica contra la misma, tanto desde la izquierda marxista como desde la izquierda nacional. Grupos sociales políticamente organizados y críticos de la globalización han alcanzado el poder. No obstante, la propia dinámica de la globalización los ha dejado relegados a un segundo plano decisorio, transformándose, en reiteradas ocasiones, en meros críticos retóricos.

En Latinoamérica, podemos encontrar varios Jefes de Estado que se han enfrentado contra la globalización, identificándola con el imperialismo y el neoliberalismo. Fidel Castro consideró en 2003 que “el capitalismo desarrollado, el imperialismo moderno y la globalización neoliberal, como sistemas de explotación mundial, les fueron impuestos al mundo, igual que la falta elemental de principios de justicia durante siglos reclamados por pensadores y filósofos para todos los seres humanos, que aún están muy lejos de existir sobre la Tierra (…). La globalización neoliberal constituye la más desvergonzada recolonización del Tercer Mundo” (30). Por su parte, Evo Morales ha catalogado al fenómeno como “globalización selectiva”, agregando a su crítica argumentos ecologistas: “Se habla de calentamiento global, de deshielo, ¿de dónde viene? De la mal llamada globalización, de la globalización selectiva que no respeta pluralidad, diferencias (…).Ese capitalismo, la exagerada (e) ilimitada industrialización de algunos países nos trae problemas al continente y al planeta Tierra” (31). Obviamente no son los únicos estadistas críticos con el fenómeno. También, pero desde una perspectiva más nacional, deberíamos incluir aquí a Hugo Chávez, a Rafael Correa y a Daniel Ortega.

Hemos mostrado a grandes rasgos las dos posturas con mayor difusión ideológica –teórica y práctica-, como lo son la izquierda marxista y la izquierda nacional, pero ni siquiera hemos agotado nominalmente a todas las vertientes críticas de izquierda. La discusión y la crítica a la globalización no se termina aquí, ni mucho menos, pues coexisten una amplia gama de posturas que no han sido consideradas, como las reformistas. Por ejemplo, un economista heterodoxo como Joseph Stiglitz, tras analizar críticamente el fenómeno, opina sobre las medidas a tomar respecto a la globalización: “Para algunos, la respuesta es simple: abandonar la globalización. Pero esto no es factible ni auspiciable (...). El problema no es la globalización, sino como se la ha gestado (...) Occidente debe hacer su propia parte para reformar las instituciones internacionales que gobiernan la globalización"(32). No obstante, creemos haber cumplido con la premisa del presente trabajo, centrándonos fundamentalmente en la crítica de la izquierda en sus dos vertientes mayoritarias.

CONCLUSIÓN

La globalización es un proceso complejo, dinámico y cargado de antagonismos y contradicciones. Marx observaba que “así como en la vida privada se distingue entre lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace, en las luchas históricas, hay que distinguir todavía más entre las frases y las figuraciones de los partidos y su organismo efectivo y sus intereses efectivos, entre lo que se imaginan ser y lo que, en realidad, son” (33). Existe una distancia abrumadora entre aquella globalización deseada, idealizada y aclamada desde los ambientes financieros y, también, por ciertos académicos respetables; de la globalización real, tangible, cotidiana. La brecha a la que hacemos mención ha llevado, en los países periféricos, al rechazo frontal de amplias mayorías populares a la globalización, por la ineficacia manifiesta en la solución estructural de los problemas económicos. Más aún, ha sabido generar nuevos ámbitos de conflictos, manifestándose como un fenómeno tendiente a la creación de un mercado mundial cuya premisa es la desigualdad, la ineficiencia y la repetición de la vieja división internacional del trabajo y la producción. El viejo esquema imperialista ha prevalecido pero con factores dominantes de poder diferentes de aquel: el poder político queda relegado, en el nuevo esquema, a ser un actor de reparto frente al poder financiero y al poder económico.

Entonces, como conclusión… ¿la globalización es mala per se? Sería temerario o erróneo afirmar esto. La globalización como concepto no es ni buena ni mala. Presenta consecuencias de una gama tan amplia que sería simplista reducirla a una cuestión valorativa tan limitada. De hecho, la globalización actual no es más que una etapa lógica de la evolución y desarrollo del sistema de producción capitalista, el cual puede ser criticado, sí. Pero no para intentar volver a alguna etapa anterior a la globalización, como se anhela desde el conservadurismo y la extrema derecha. Debe ser criticado aprovechando las potencialidades que emergen de ella en la construcción de un orden nuevo, en donde la distancia entre lo que la globalización debería ser y lo que la globalización es, se acorte. En conclusión, y aunque parezca uno de aquellos eslóganes ya gastados por la reutilización constante, el objetivo que debe perseguirse es, ni más ni menos, democratizar la globalización.

BIBLIOGRAFÍA

Libros

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Ensayos y entrevistas

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Artículos periodísticos

• Evo atacó al capitalismo y a la ‘globalización selectiva’. En: El Deber, 27 de Septiembre de 2007, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Dirección URL: http://www.eldeber.com.bo/2007/2007-09-27/vernotanacional.php?id=070926232419

NOTAS

1. Hobsbawm, Eric. La era de la revolución. Traducción de Felipe Ximénez de Sandoval. Editorial Crítica (Grijalbo Mondadori SA), Buenos Aires, 1999. Pág. 9.

2. Es así que participaron de la expansión imperialista una serie de estados europeos-occidentales. Podemos tomar como referencia, por ejemplo, a los inicios de la expansión colonialfrancesa en África del Norte, concretamente en Argelia, en 1830 (y considerando que hubo que esperar hasta 1845 para que la resistencia argelina fuese vencida); en 1881, Francia declara a Argelia parte de la metrópoli francesa. Ania Loomba afirma correctamente que “el colonialismo aumentó los contactos entre los europeos y los no-europeos, generando flujos de imagenes yd e ideas en una cantidad sin precedentes. Los europeos que viajaban llevaban con ellos imagenes preconstituidas de los pueblos que pensaban encontrar”. Loomba, Ania. Colonialismo/Postcolonialismo. Traducción de Francesca Neri. Primera Edición, Meltemi Editore, Roma, 2000. Pág. 70. (La traducción es nuestra).

3. García Canclini sitúa la aparición de la globalización en la segunda mitad del siglo XX, diferenciándola de la internacionalización-la cual se habría iniciado con las navegaciones transoceánicas, la apertura comercial de las sociedades europeas hacia el Lejano Oriente y América Latina, y la consiguiente colonización- y de la transnacionalización –proceso que se va formando a través de la internacionalización, pero que avanza sobre ella creando organismos, empresas y movimientos cuya sede no se encuentra en un estado-nación particular-. Es así que observa que la globalización se fue preparando en estos dos procesos previos a través de una intensificación de dependencias recíprocas. García Canclini, Néstor. La globalización imaginada. Primera Edición (tercera reimp.), Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005. Págs. 45-46.

4. Marx, K.; Engels, F. Manifiesto del partido comunista. Traducción de M. Ballesteros. Primera edición, Letras Universales, Argentina, 2006. Pág. 16.

5. Chomsky, Noam. El nuevo orden mundial (y el viejo). Traducción castellana de Carme Castells. Quinta Edición, Editorial Crítica, Barcelona, 2007. Pág. 15. La frase citada por Chomsky pertenece a Al-Ahram, citado por David Hirst, Guardian, Londres, 23 de marzo de 1992.

6. Según Anthony Giddens: “Si mi tesis es correcta, la expansión de la democracia se encuentra estrechamente conectada con los cambios estructurales de la sociedad mundial. Nada se obtiene sin luchar. En particular, el avance de la democracia es una cosa por la cual vale la pena luchar y que puede alcanzarse. Nuestro mundo mutable y evasivo no necesita de menos gobierno, sino de más gobierno – y esto solo las instituciones democráticas pueden garantizarlo”. Giddens, Anthony. Il mondo che cambia. Come la globalizzazione ridisegna la nostra vita. Traducción al italiano de Rinaldo Falcioni. Società editrice il Mulino, Bologna, 2000. Pág. 98-99. (La traducción es nuestra).

7. En: Beams, Nick. El significado y las implicaciones de la globalización. [En línea]. En: Crítica Marxista, 24 de Mayo de 2000. Dirección URL: http://www.wsws.org/es/articles/2000/may2000/span-m24.shtml.

8. Citado en: Latouche, Serge. L’occidentalizzazione del mondo. Saggio sul significato, la portata e i limiti dell’uniformazione planetaria. Traducción al italiano de Alfredo Salsano. Primera Edición (reimp.), Bollati Boringhieri Editore, Torino, 1999. Pág. 7. (La traducción es nuestra).

9. Bauman, Zygmunt. Dentro la globalizzazione. Le conseguenze sulle persone. Traducción al italiano de Oliviero Pesce. Segunda Edición, Editori Laterza, Roma-Bari, 2001. Pág. 67. (La traducción es nuestra).

10. Trotsky, León. El pensamiento vivo de Karl Marx. Traducción de Luis Echávarri, Editorial Losada, Primera Edición, Buenos Aires, 2004. Pág. 66.

11. García Canclini, Néstor. La globalización imaginada. Primera Edición (tercera reimp.), Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005. Pág. 12.

12. Marx, Karl. El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Versión de Adrián Melo. Longseller, Primera Edición, Buenos Aires, 2005. Pág. 70

13. Sin embargo, en España y Portugal existieron gobiernos de tipo fascista hasta entrados los años ‘70: en España, el falangismo franquista (fascismo clerical); en Portugal, el corporativismo salazarista (fascismo moderado). Es casi una verdad de Perogrullo mencionar que EEUU, por su parte, ha sido un incondicional aliado de regímenes racistas, fascistas o autoritarios; por ejemplo, de la Sudáfrica del apartheid, de la España de Franco, de numerosas dictaduras latinoamericanas, de Reza Pahlevi, etc.

14. ¿Qué es Occidente? Territorialmente hablando, comprendería lo que se suele denominar como cristiandad occidental, incluyendo Europa y Norteamérica, otros países de colonos europeos como Australia y Nueva Zelanda y, quizá, Latinoamérica. Este sería su significado en sentido estricto. Sin embargo, en sentido amplio, es para considerar la propuesta que hiciera Latouche, quién considera que: “El Occidente no es más la Europa, ni geográfica, ni histórica; no es más, ni siquiera, un complejo de creencias compartidas por un grupo humano que vaga por el planeta; proponemos leerlo como una maquina impersonal, sin alma y, por ahora, sin patrón, que ha colocado a la humanidad a su propio servicio”. En: Latouche, Serge. L’occidentalizzazione del mondo. Saggio sul significato, la portata e i limiti dell’uniformazione planetaria. Traducción al italiano de Alfredo Salsano. Primera Edición (reimp.), Bollati Boringhieri Editore, Torino, 1999. Pág. 12. (La traducción es nuestra).

15. Hay polémica respecto a considerar a la descolonización como un proceso. Hay quiénes se oponen a ello, como Raymond F. Betts, quién afirma que “la descolonización no ha sido un proceso, sino un conjunto de actividades y de eventos convulsionados, desarrollados en las salas congresuales o en las calles citadinas en forma de protesta, o aún en las junglas y sobre las montañas bajo la forma de combates”. Betts, Raymond F. La decolonizzazione. Traducción al italiano de Marco Cupellaro. Società Editrice il Mulino, Bologna, 1998. Pág. 7. (La traducción es nuestra).

16. Ferkiss, Victor C. África, en busca de una identidad. Traducción de Lesmes Zabal. Primera Edición, Unión Tipográfica Editorial Hispano-Americana, México DF, 1967. Pág. 83.

17. Chomsky, Noam. El nuevo orden mundial (y el viejo). Traducción castellana de Carme Castells. Quinta Edición, Editorial Crítica, Barcelona, 2007. Pág. 31.

18. Ramonet, Ignacio. Las izquierdas siempre preferirán el desorden a las injusticias. En: Halperín, Jorge. De utopías y banderas. Primera edición, Capital intelectual, Buenos Aires, 2008. Pág. 77.

19. García Canclini, Néstor. La globalización imaginada. Primera Edición (tercera reimp.), Editorial Paidós, Buenos Aires, 2005. Pág. 21.

20. Van der Eynde, Arturo. Globalización: la dictadura de las multinacionales. [En línea]. En: Rebelión, 12 de Mayo de 2005. Dirección URL: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=15046

21. Saramago, José. “Soy un comunista hormonal”. Conversaciones con Jorge Halperín. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2003. Pág. 19.

22. Geertz, Clifford. Mondo globale, mondi locali. Cultura e política alla fine del ventesimo secolo. Traducción al italiano de Andrea Michler y Marco Santoro. Societá editrice il Mulino, Bologna, 1999. Pág. 23. (La traducción es nuestra).

23. Van der Eynde, Arturo. Globalización: la dictadura de las multinacionales. [En línea]. En: Rebelión, 12 de Mayo de 2005. Dirección URL: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=15046.

24. Peredo Leigue, Antonio. El delito de ser inmigrante. [En línea]. En: Argenpress, 27 de Mayo de 2008. Dirección URL: http://www.argenpress.info/nota.asp?num=055455&Parte=0.

25. Beltrami, Mauro. El viaje colonial y la imagen ideal del destino. [En línea]. En: Contribuciones a las Ciencias Sociales, Febrero 2008, Universidad de Málaga. Dirección URL: www.eumed.net/rev/cccss/0712/mb.htm.

26. Huntington, Samuel P. El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Traducción de José Pedro Tosaus Abadía. Primera edición (cuarta reimp.), Paidós, Buenos Aires, 2001.

27. Beams, Nick. El significado y las implicaciones de la globalización. [En línea]. En: Crítica Marxista, 24 de Mayo de 2000. Dirección URL: http://www.wsws.org/es/articles/2000/may2000/span-m24.shtml.

28. Siguiendo con ésta línea de trabajo, Atilio A. Borón ha escrito que “estamos viviendo un momento muy especial en la historia del imperialismo: el tránsito de una fase, llamémosla “clásica”, a otra cuyos contornos recién se están dibujando pero cuyas líneas generales ya se disciernen con claridad”. En: Borón, Atilio A. Imperio & Imperialismo (Una lectura crítica de Michael Hardt y Antonio Negri).Primera Edición (Quinta reimp.), Clacso, Buenos Aires, 2005. Pág. 21.

29. Aquí debería incluirse, desde la perspectiva trotskista, a los llamados stalinistas y a los seguidores de la teoría del socialismo en un solo país. Trotsky señalaba que: “(…) en general ninguno de los países del mundo, podría edificar el socialismo en su marco nacional: el elevado desarrollo de las fuerzas productiva, que sobrepasan las fronteras nacionales, se opone a ello, así como el insuficiente desarrollo para la nacionalización. (…) las contradicciones pueden ser superadas únicamente en el terreno de la revolución mundial”. Trotsky, León. La revolución permanente. Traducción de Andreu Nin. Primera edición, Libros de Anarres, Buenos Aires, 2007. Págs. 132-133.

30. Castro, Fidel. Discurso de Fidel en el encuentro sobre globalización. [En línea]. En: Granma, 15 de Febrero de 2003, Cuba. Dirección URL: http://www.tinet.org/~mpgp/2002/amigos1296.htm.

31. Evo atacó al capitalismo y a la ‘globalización selectiva’. En: El Deber, 27 de Septiembre de 2007, Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Dirección URL: http://www.eldeber.com.bo/2007/2007-09-27/vernotanacional.php?id=070926232419

32. Stiglitz, Joseph. La globalizzazione e i suoi oppositori. Traducción de Daria Cavallini. Giulio Einaudi Editore, Torino, 2002. Pág. 219, 256.

33. Marx, Karl. El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Versión de Adrián Melo. Longseller, Primera Edición, Buenos Aires, 2005. Pág. 71.

 


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