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VENEZUELA, CAPITALISMO DE ESTADO, REFORMA Y REVOLUCIÓN

Edgardo González Medina

 

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UNA EXPERIENCIA DE QUINCE AÑOS: 1945-60

Origen de la estrategia pluralista

Para 1960 se esperaba la división arsista, han afirmado algunos coetáneos de la generación de 1958, bajo el argumento de que el llamado grupo ARS58 era derechista y el partido iniciaría un curso de gobierno revolucionario. Un silogismo falso, comprensible porque en algún momento pudo esperarse que si el gobierno de Betancourt daba paso a las aspiraciones de la mayoría izquierdista del partido, tendría que haberse dado un movimiento de derecha que iría a hacer causa común con los adversarios derechistas de AD. Pero había que pasar la mirada por el discurso de los arsistas, y darse cuenta que a la par del resto partidista, estos dirigentes hacían gala de una posición revolucionaria. En último lugar, si las previsiones de una escisión de derecha versus un gobierno izquierdista llegaron a tener algún fundamento serio, entonces hay que pensar que a partir de 1959 hubo verdaderamente un giro estratégico, y los aliados con la dirigencia tradicional, llamada vieja guardia, no resultan los izquierdistas sino el grupo que se daba como derechista.

Algunos biógrafos del viejo partido evocan antiguos enfrentamientos que harían comprensible la creencia de que la división esperada era la del grupo ARS. En este equipo actuaban personas que en general estuvieron al frente de la lucha clandestina durante la dictadura de Pérez Jiménez, y muchos se formaron bajo la guía doctrinal y estratégica de los Secretarios Generales clandestinos Leonardo Ruiz Pineda, Antonio Pinto Salinas y Alberto Carnevali. Durante la dictadura se discutió el rumbo de la estrategia de poder. A partir de 1948 habían cambiado las reglas del poder político inmediato. El partido que gobernaba, ya derrocado, iba a estar desplazado del ejercicio de gobierno durante diez años que al sumarse a la corta pero a la vez profunda experiencia estadista anterior, significarían años estelares de la estrategia como partido mayoritario. El régimen a partir de 1949 adquiere su característica totalitaria desde el momento en que se obvia la voluntad de las masas, se eleva el militarismo, se declara ilegal el partido de gobierno, y éste se trastoca en un legítimo poder desplazado a posiciones clandestinas que no obstaculizaron ni el desarrollo del Estado ni el desarrollo del partido mismo. Era a la postre un fenómeno difícil de discernir a la luz de la historia venezolana tradicional en que la oposición pasó siempre al gobierno a través de pactos y componendas o se mantuvo en posiciones que evolucionaban a movimientos que chocaban el desarrollo del Estado. El golpe de Estado contra Rómulo Gallegos forma parte de un proceso de dictaduras militares de la postguerra que se manifiestan en sintonía con el atraso económico, y que podemos denominarlas dictaduras institucionales.

Para 1943, cuando vibra el eco de la destrucción, se agudiza la intromisión norteamericana en latinoamérica. EE.UU. es una potencia mundial que teme con pavor la repetición de la gran crisis de realización operada en 1929. Los capitales, apenas conjurados los peligros del bloqueo marítimo, hervirán por invertir en los países vencidos y en la periferia latinoamericana. La descolonización de esta región, verificada a mediados del siglo XIX, era un hecho formal. Sus países exhibían entre la disolución del Imperio Español y los nuevos tiempos, un elenco de guerras civiles. Desde que un imperio español exangüe rindió los territorios a unos americanos exhaustos, la conquista de las nacionalidades ocupó los tiempos de paz y de guerra, mientras su historia transcurría cargada de miserias y el nudo de la sujeción económica se apretaba en las gargantas de sus pueblos impávidos, atónitos frente a un efervescente mundo que redescubría el sentido de la vida, en un siglo XX pleno de permanentes sorpresas materiales y teóricas.

Al terminar la guerra, EE.UU. somete a los países latinoamericanos a presiones políticas y económicas que inducen Estados autoritarios en lo interno, a la manera como un hombre contrae los músculos y aprieta los dientes frente a una amenaza externa. Eran históricamente necesarios cambios en las relaciones internas que posibilitaran el libre comercio y la recirculación regional del capital. Los financistas externos quieren garantizarse el valor retornado de sus divisas, mientras los latinoamericanos que salían de rústicos talleres manufactureros, ansiaban tomar los retos de la riqueza capitalista e intentaban instalar aparatos industriales, casi con la imaginación de un juego infantil. Se comienza en estos territorios a concebir estructuras productivas, que se piensa estén localizadas estratégicamente para vincularse a la estructura productiva norteamericana y de Europa occidental, que utilizaría mercancías semielaboradas.

Los académicos comenzaron a suponer que si se daban cambios técnicos, ello podía conllevar a cambios en la estructura social de clases tradicionales, y debía calcularse cómo no se iría de las manos este proceso modernizador. Al comienzo, el Imperialismo no toleraba ni siquiera las llamadas revoluciones democrático-burguesas. La respuesta de la dirigencia latinoamericana fue creativa. Se puede afirmar que las pérdidas transitorias de poder que sufren las clases dominantes en estos tiempos, con el triunfo del MNR en Bolivia, APRA en Perú, AD en Venezuela, por ejemplo, fueron seguidas de dictaduras militares que aliviaron la presión norteamericana sobre los propios movimientos populares, al operar una separación entre el poder político y el poder del Estado, mientras se preparó un subsiguiente ascenso nominal al poder de esos movimientos, quizá domesticados ya para el ejercicio de gobiernos democráticos populistas, y algo vacíos de contenido revolucionario. En algunos de estos países solamente las dictaduras militares alcanzaron a mantener a flote el Estado Nacional, significando algo más que la apreciación simplista de gobiernos “reaccionarios”. Opino que fueron soluciones institucionales promovidas por sectores de la pequeña burguesía política y muchas veces toleradas por los propios sectores revolucionarios.

El partido que en América Latina parece adquirir mas conciencia del fenómeno es AD en Venezuela. El golpe de Estado contra Gallegos oscila en los mismos límites del golpe institucional, pero a diferencia del caso del APRA en Perú o MNR en Bolivia59, partidos que dirigieron masas que al ascender al Estado desplazaron fuerzas por encima del nivel admisible para los EE.UU., y que además pretendieron cambios económicos que excedieron los programas policlasistas, sin una organización desarrollada y desde Estados cautivos de oligarquías semifeudales, en Venezuela AD, además de encontrarse un Estado que ejercía lo que Rómulo Betancourt denominó “equilibrismo entre clases”, desarrolla y ejerce un doble poder y adquiere conciencia de ello. Mientras otros partidos populistas asumen el Estado y abandonan la organización popular, AD no abandona la calle ni se circunscribe a los palacios. A la vez que dirige el Estado dándole la orientación fundamental a la maquinaria administrativa-militar moderna de gobierno que antes no existía, impera en las masas populares y su objetivo es construirse como partido dominante en el gobierno o fuera del gobierno, para lo cual sigue al menos dos direcciones diferentes y hasta contradictorias. AD intuye una relativa sustituibilidad entre el Estado y una organización política abrumadoramente mayoritaria, y se prepara organizativamente para soportar hasta las peores situaciones de oposición, garantizándose la perspectiva histórica de sucesivos ascensos a la maquinaria de gobierno. Es lo que Betancourt sintetizó en 1945: “...Este es un partido para hacer historia...”.

En el ejercicio del primer gobierno en 1945-1948, AD no toma medidas de gobierno que antes no hayan pasado por el tamiz de la discusión popular. Se ocupa de fundar sedes en cada pueblo o caserío del país. Su militancia se reúne una vez a la semana, el mismo día, de suerte que a la misma hora en toda Venezuela se encontraban reunidos discutiendo los mismos temas de una agenda ordenada por la Dirección Nacional, trescientas mil o más personas, cual liturgia catecúmena que amalgamaba las conciencias de sus partidarios. El compromiso de éstos con su organización llegó al grado de que hombres y mujeres oficializaban actos de su vida civil en las oficinas del partido antes que en las oficinas públicas, y tareas tales como los censos demográficos, la operacionalización de cambios en los regímenes jurídicos, etc., se llevan a cabo como actividades partidistas antes que gubernativas.60

En los países latinoamericanos la generalidad de los partidos populares alcanzaron forzosamente a admitir los golpes de Estado en su contenido institucional, porque respondían a estrategias nacionales diseñadas para el ascenso relativo de clases preburguesas, y – según algunos - porque a su vez no se plantearon con seriedad la resistencia armada organizada; mientras que el proletariado y el campesinado soportaron la carga de las dictaduras, llamadas ”de derecha” precisamente en razón de servir a regímenes tributarios del imperialismo, a diferencia de los supuestos casos más contemporáneos de las dictaduras que se atribuyen el apellido de “populares” o “de izquierda”. 61

La mayoría de la dirección política de AD propugnó contra el militarismo una resistencia paciente, que por una parte le garantizara al partido el poder social a través de métodos de lucha pacíficos, pero por la otra dejara agotar históricamente el modelo de la dictadura o gobierno militar. Ello constituye el nódulo de su estrategia política. AD nunca se valoró como un movimiento totalmente nuevo u originario en la historia venezolana. Se jactó por el contrario, de ser heredera de la vieja historia. Se enfrenta al gomecismo sin proponer rupturas históricas violentas. Sus tácticas son extraídas de los libros comunes de historia patria: la legalidad, el voto popular, el Congreso, etc., son fórmulas hipnóticas que brotaron alguna vez en la voz de los libertadores. La lucha contra el peculado, la repartición de tierras a campesinos, y otras consignas, son ansiedades seculares. Esa especie de ley histórica de la contradicción en el fenómeno social – unidad y lucha de contrarios -, había sido, mutatis mutandi, descubierta prácticamente en los escenarios de la guerra de independencia, así como en el transcurrir del siglo XIX, por hombres del liberalismo político, los cuales AD reivindicaba para sí. Los líderes fundamentales de AD se formaron en el materialismo histórico: Betancourt, Valmore Rodríguez o Leoni, estaban a principios de siglo XX haciendo notas sobre las páginas de alguna edición de “El Capital” de Marx.

Por ello el partido AD reconoce en los gobiernos de López Contreras y de Medina Angarita, estadios de disolución del régimen semipatriarcal y semigentilicio anterior – el gomecismo -. Durante el trienio 1945-48 se postulan reformas que se asumen complementarias de esa disolución, en función de un arribo efectivo a la modernidad característica del siglo XX. Para ilustrar basta decir que la recuperación de bienes de la nación en manos de los antiguos funcionarios del gomecismo, atribuido al excesivo sectarismo de AD, fue solo la implementación de un decreto ya dictado por el General López Contreras.

En el trienio 1945-48 el partido presenta dos frentes de lucha: La necesaria transición, terminación de la ejecución de la hacienda testamentaria de Juan Vicente Gómez a favor del Estado, y la fundación de instituciones y costumbres que fueran a significar de ahora en adelante fuente segura y permanente de un Estado moderno. Así lo manifiesta Rómulo Betancourt en un artículo publicado en agosto de 1949, titulado “El caso de Venezuela y el destino de la democracia en América”, refiriéndose a los juicios de expropiación contra exfuncionarios gomecistas:

“... Pero muy de paso cabe la observación de que era tan vehemente el anhelo nacional de que se rescataran para el patrimonio colectivo los bienes usurpados durante la dictadura gomecista, que la presión de la opinión pública dejó su huella aún en la Constitución absolutista de 1936. En ella se establece la presunción de culpabilidad sobre todos los altos funcionarios de la Administración Pública durante los dos últimos períodos constitucionales, y se determina un mecanismo de confiscación para los bienes suyos, aun cuando por muerte de los directamente beneficiados, esos bienes se encontraren en manos de sus herederos. Por una de esas ironías en que la historia parece complacerse, tal Constitución fue mandada a ejecutar por el entonces Presidente López Contreras y está refrendada por el entonces Ministro de Guerra, General Medina Angarita. Y fue en virtud de sus cláusulas que se confiscó la herencia de Juan Vicente Gómez y se incautó el estado de patrimonio de algunos de sus inmediatos familiares. Intocados e intangibles quedaron, sin embargo, los bienes de controvertible origen de otros muchos que también habían formado parte de la camarilla gobernante durante el régimen de los veintisiete años y de los que utilizaron métodos similares de enriquecimiento ilícito en la década postgomecista. La revolución de octubre vino a ampliar y a profundizar esa obra trunca de saneamiento moral de la República...”62

En el mismo texto, hablando del golpe de Estado contra Gallegos en 1948, sostiene Betancourt la misma opinión que hoy día es deducible en el análisis histórico: El golpe no es una ruptura del desarrollo del Estado en ese momento, sino – son sus palabras – un “transitorio desplazamiento del poder, que AD debió aceptar sin posible resistencia violenta, que hubiera sido legítima e inobjetable, porque carecía en absoluto de medios bélicos para enfrentarse a tanques, ametralladoras y aviones...”. 63

Reafirma R. B. mas adelante en este artículo, la transitoriedad del golpe de Estado:

“...La cuestión específicamente nacional consiste en el deber, que ha asumido el pueblo venezolano, de reconquistar su democracia perdida y su libertad conculcada..(...)...Y porque tenemos fe en las reservas de combativo espíritu de nuestro pueblo, sabemos que será de duración precaria el reinado de la usurpación...” 64

Esta conciencia estratégica, fundada en la necesidad de un devenir que debería mostrarse, le da un primer carácter histórico a la forma como es enfrentado el fenómeno de las dictaduras militares en latinoamérica, y parecía tenerse claro que cuando se dirigen movimientos sociales se piensa en la historia como alguna clase de desarrollo sujeto a cierta ley o recurrencia, y ésta ha sido la concepción dominante de la historia desde tiempos inmemoriales.

El otro pilar del enfrentamiento estratégico lo constituye el aislamiento del régimen militar respecto otros gobiernos de América Latina y de los EE.UU. Debía lograrse que el país norteamericano no adoptase más que en cierta inevitable medida la amistad hacia el gobierno militar, pero a la vez había que disgregar todo intento de alianza latinoamericana inspiradas en los viejos nacionalismos que en Europa dieron origen al nazi-fascismo. Según Betancourt, la mayoría de las dictaduras latinoamericanas no estaban orientadas en ese sentido: “...Sus soportes sociales se reclutan en las viejas castas aristocratizantes...”. Sin embargo destacaba Perón en Argentina, populista, apoyado por los descamisados. A este tipo de régimen Betancourt los denomina “desbordamiento de la barbarie organizada, con barnices de filosofía totalizante”. Este modelo, según Betancourt, era “impracticable” en Venezuela. Pérez Jiménez accedió a la promoción de un partido – el Frente Electoral Independiente (F. E. I). ) - , pero con desconfianza, de lejos, poco convencido de aperturas partidistas, y, sobre todo, solo hasta percatarse que era imposible desplazar al partido reformista en su carácter de organización popular de las masas.

La estrategia de AD se concreta entonces: Prevenir y diseñar una política fundada en la convicción del necesario, casi inevitable retorno a la democracia formal, cuando el modelo militarista agotara su vigencia por la disminución de la presión externa o al contrario cuando la presión externa fuese tan intensa que el régimen dictatorial apareciese indefenso. De esta forma AD se permitiría el acceso al poder del Estado, como alternativa válida, evitando todo método de violencia organizada que disociara esta estrategia, conjurando la salida del populismo militar nacionalista para evitar la dispersión del movimiento popular.

El resultado fue definitivo: Si el enfrentamiento ideológico contra el populismo militar, bajo la estricta garantía de estar representando los auténticos intereses de las clases populares, fue reiterativo de los máximos líderes de AD, también el movimiento popular lo asumió como su rol fundamental ante la historia. El populismo militar o cuasimilitar en última instancia no es difícil de derrocar, porque, según Betancourt:

“...los regímenes dictatoriales en América son intrínsecamente débiles, porque se apoyan exclusivamente sobre ejércitos divididos por la pugna de encontrados intereses y porque carecen de sólidos respaldos de opinión. Si con ellos no se practica una política de tolerancia internacional –tolerancia que llegaría a asumir objetivamente características de complicidad internacional - , sus días estarán contados. Los pueblos, desprovistos de arsenales bélicos, pero armados de la resuelta decisión espiritual de ser libres, darán cuenta de ello...”. 65

Este planteamiento parecía contradecir afirmaciones anteriores acerca de la poca posibilidad de oponer aviones contra aviones y tanques contra tanques, pero en verdad se distinguía dos momentos en las dictaduras militares: Un primer momento en que la lucha civil no estaba clausurada, debido a que no estaban cerradas las vías del desarrollo del Estado, y otro momento en que el populismo militar podía promover no solo las condiciones sociales sino las posibilidades reales de insurgencia popular, inclusive al margen de las fuerzas demócrata-burguesas, quizá bajo la dirección de otras facciones populistas del ejército. 66

En el mensaje al partido, de Rómulo Betancourt, celebrando un año después el aniversario de su fundación, expresa esta opinión:

“...Acción Democrática propugna y defiende, sincera y apasionadamente, la tesis de que debe hallársele una solución evolutiva a la profunda crisis que vive la Nación...(...)...Se esfuerza nuestra organización, sincera y lealmente, porque se realice sin enlutamiento de hogares y sin derramarse mas sangre en el país, la transición entre el régimen actual y el gobierno que el pueblo mismo quiera darse, en comicios libres. Y no será culpa suya si Venezuela trajina otras rutas y busca otras salidas a la encrucijada en que se debate, al convencerse de que los alzados con el poder pretenden continuar usurpándolo, contra la voluntad de la Nación...”.

Al propiciar mas adelante una corriente latinoamericana de opinión contra el régimen imperante, en la obra ya conocida afirma:

“...Me abroquelo en la convicción de estar sosteniendo una tesis que jamás podrá asimilarse a solicitud de intervención en mi país de ningún estado extranjero en particular, por democrático que sea, intervención que rechazaría con toda vehemencia de mi venezolanismo intransigente...” .

Frente a los EE.UU. Betancourt se esfuerza en demostrar que la dictadura militar está lejos de ser una carta favorable a los intereses regionales, aunque el imperialismo obtuvo suficiente provecho de ella. Igual que en los demás países penetrados, la lucha nacional de clases ocultaba inexpugnables vericuetos, y por medio de ellas se ha alcanzado a detener en cierta medida la intromisión externa. Quizá porque han sido muchos los políticos y siempre hay alguno disponible, a través de los tiempos el triunfador hizo rehén del derrotado, a fin de simbolizar el tiempo aparentemente superado al que podía regresarse como alternativa inmediata. Y así se respetó la actividad de los opositores, quienes en su desgracia quedaban como retaguardias reducidas, ávidas del asalto al poder siempre que se les tolerara la capacidad de reacción y la reorganización. Sobre los hombros de los exiliados descansó siempre buena parte de la aptitud de Venezuela para resistir la presión externa en medio de las dictaduras militares y de los propios gobiernos democráticos.67

A diferencia de personas o grupos reducidos, un partido no podía exiliarse todo, y sus partidarios representarían un espectro amplio de posiciones políticas ante lo cual el imperialismo debió temer.68 Para 1952, muchos presos políticos configuraban divisiones de soldados acuartelados, cohesionados, además radicalizados, prestos a tomar el poder en cualquier bostezo del régimen militar. Una fracción del Partido Comunista, los “comunistas negros”, interpenetraba posiciones del gobierno de Pérez Jiménez. Otros sectores formaban filas u organizaban grupos de disidencia. El transcurrir de la dirigencia política en Venezuela es casi un poema épico dedicado a los caminos que es capaz de encontrar un pueblo sometido a la tiranía. Las contradicciones en Venezuela siempre han sido activas, y la historia confirmaba que las evoluciones demócrata-burguesas, promueven un permanente juego de soluciones institucionales que las propias revoluciones reproducen bajo signos ideológicos disímiles. En palabras de un Benito Mussolini antes de ser sometido al sacrificio por los demócratas después de haberles servido tanto: “...Fuera del Estado nada, dentro del Estado todo...”. Un partido, alimentado ideológicamente como AD en las fuentes de la experiencia política, había decidido implantar el régimen de la democracia formal a la salida de la dictadura, al grado ahora de neutralizar toda vía distinta en el futuro, generando un sistema históricamente insustituible, un modelo de totalidad de la expresión mas concreta del fenómeno social, que era el Estado.


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