BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

APUNTES DE TEORÍA Y POLÍTICA MONETARIA

Mario Alberto Gaviria Ríos

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VIGENCIA DE LA TEORÍA DE KEYNES.

“La figura de quien para muchos es el economista más importante de los últimos doscientos años, parece más viva que nunca ... Pero no porque los economistas de repente estén de moda. Sino más bien porque cada vez que sube el gasto público para estimular la economía hay alguien que dice: "volvemos al keynesianismo.
…
Alrededor de Keynes se ha construido un mito. Su obra más conocida es solamente la de los años 30, la que propone una política fiscal expansiva (por primera vez dada a conocer en tres artículos publicados en el periódico The Times, titulados "Los caminos a la prosperidad"). Sin embargo, él mismo alertó sobre los peligros de cebar la bomba inflacionaria.
…
Keynes motivó algo que se conoció como revolución keynesiana. No se trató de ninguna toma de armas ni de una rebelión tal como se la entiende hoy. El economista fue un crítico acérrimo del comunismo y un defensor a ultranza del capitalismo. Su revolución, además de significar un punto de quiebre en la academia, fue también un rotundo giro en el accionar de los gobiernos. Con la llegada de las guerras, las universidades comenzaron a proveer jóvenes técnicos para que se incorporasen a los cuadros políticos. Los economistas, para el pesar de muchos, aparecían en la gran escena pública por primera vez
…”

El Clarín, abril 3 de 2005

El momento cumbre de Keynes fue el período de postguerra. El Estado de Bienestar, utilizando políticas ‘keynesianas’, aseguró, en el mundo capitalista desarrollado un crecimiento sostenido, pleno empleo y baja inflación por tres décadas: lo que algunos llaman ‘la edad de oro del capitalismo’ en el siglo XX.

Pero la teoría keynesiana terminó siendo vulgarizada, vaciada de sus contenidos teóricos que la oponían a la teoría ortodoxa: políticas keynesianas sí, porque se imponían como una necesidad social insoslayable; pero teoría keynesiana no. La teoría dominante, que surgió de esta desnaturalización de Keynes, fue sólo una versión de la teoría del mercado. Como consecuencia, el keynesianismo fue difundido como el accionar de un Estado burocrático, ineficiente, inmenso y omnipresente – un Leviatán - que condujo finalmente al estancamiento y al desempleo. Esta desvirtuación permitió la súbita reaparición del mito de la economía neoclásica.

En realidad Keynes nunca dejó advertir sobre los peligros de una intervención estatal; pero, igual, consideró que los funcionarios públicos no eran, necesariamente, déspotas macabros o monumentales incompetentes. Dado que el capitalismo tiene algunas fallas, pensaba que eran esos funcionarios - con un poco de racionalidad, algo de sentido común y libres de la neurosis del amor al dinero - los que podrían evitar que se transformarán en catástrofes sociales.

Ahora, los factores que Keynes señaló en su época como los causantes del alto desempleo, hoy son más imponentes que nunca: la concentración de riqueza y la especulación financiera; las estructuras oligopólicas y la incertidumbre que se presencia con frecuencia en los diferentes mercados.

A partir de los aportes de Keynes – y de las duras experiencias de la crisis de los años 30, los países desarrollaron instituciones públicas de regulación y supervisión de los sistemas financieros, orientadas a reducir la volatilidad y evitar la propagación de shocks. La experiencia reciente de volatilidad y contagio en los mercados financieros internacionales, no sujetos a similares regulaciones, ha sido un claro revivir de las lecciones de Keynes. 

Hoy en América Latina, por ejemplo, economistas heterodoxos y ortodoxos se pelean por la interpretación del rol del Estado. Y Keynes es el jamón del sandwich. La ausencia estatal en los noventa es señalada por los primeros como la justificación para apretar el acelerador al máximo y estimular la economía. Del lado de enfrente, se responde que los resultados positivos de economías como la argentina no son más que una consecuencia de la aplicación de recetas de la más pura ortodoxia.

En realidad, existe cierta confusión respecto a los planteamientos de política económica que se derivan del trabajo de Keynes. Por ejemplo, y en relación con lo anterior, hay razones para afirmar que el superávit actual de la economía argentina no es ortodoxo, sino más bien keynesiano. El economista inglés alentaba el manejo anticíclico de las cuentas públicas. En épocas de recesión, decía, "gastar no es un placer sino más bien una obligación". Cuando hay abundancia, en cambio, la clave es ahorrar.

Es posible, de igual manera, establecer una asociación alternativa a la que generalmente se ha vinculado a Keynes con la política monetaria. En los 20, luchó por salir del tipo de cambio fijo, que era antideflacionista. En relación con ello, el Cambridge-boy se ocupó del dilema que hoy afecta a muchos países de América Latina, estabilidad de precios versus estabilidad del tipo de cambio, en su "Tratado de reforma monetaria". Explicaba que el costo de la inestabilidad cambiaria era mucho menor que el de la inestabilidad de precios, que afectaba la rentabilidad y por lo tanto traía conflictos sindicales. La política monetaria debía conducirse de manera tal que no hubiera inflación y —mucho menos— deflación. Es muy probable que, traído al presente, el Keynes de los años 20 aprobaría una política de meta (moderada) de inflación y tipo de cambio flexible para un país como Colombia, tal como ocurre en la actualidad.

Existen tres doctrinas keynesianas que hoy parecen particularmente relevantes para las economías latinoamericanas y el mundo. Primero, Keynes nunca fue un apasionado del libre-cambio. Creía que la ausencia de políticas domésticas para mantener el pleno empleo forzaría a los países a descansar sobre un crecimiento basado casi exclusivamente en las exportaciones, lo que llevaría a un proteccionismo violento. Esto es particularmente importante en la actualidad, de cara a las discusiones que tienen lugar en el marco de los procesos de negociación de los tratados de libre comercio con la economía estadounidense.

Segundo, Keynes pensaba que el ciclo de negocios está sujeto irremediablemente a la incertidumbre ("no existe una base científica sobre la cual calcular alguna probabilidad", dijo). Esto implica que la inestabilidad financiera probablemente sea endémica al sistema capitalista de mercado y, a pesar de las lecciones de los 90, América Latina (y el mundo) deben estar siempre atentos a la llegada de una nueva catástrofe.

Finalmente, creía en un sistema de tipo cambio fijo que pueda ajustarse de común acuerdo. Hoy en día, la mayoría de los economistas cree en la flotación de las monedas porque ayuda a la integración de los mercados de capitales. Sin embargo, la pregunta de "quién ajusta contra quién" no queda resuelta por el sólo hecho de dejar flotar la divisa, como bien sugiere la actual situación de inestabilidad de monedas como la divisa norteamericana.

Es tal la vigencia de sus planteamientos que, cuando Ben Bernanke (el heredero de Alan Greenspan en la Reserva Federal de los Estados Unidos) decide elevar un cuarto de punto la tasa de descuento para regular la demanda, ejecuta una acción pública originada en el legado de Keynes. Algo similar se podría decir en cuanto a la decisión norteamericana de enfrentar la crisis de principios de este siglo con una estrategia de gastos de guerra (la invasión a Afganistán y, posteriormente, a Irak).

En resumen, el legado científico de Keynes está plasmado en las instituciones de los estados modernos, en la estructura que adquirió el estudio y la práctica de la ciencia económica y en el saber común acerca del funcionamiento de la economía de mercado. Tan hondamente que, a veces, quienes hablan de temas económicos frasean sin saberlo alguna lección del gran maestro. 

Marx y Keynes: paralelismos siniestros

Karl Marx fue rudo. John Maynard Keynes refinado. Marx es el padre del socialismo real, Keynes tan solo la coartada intelectual de la socialdemocracia. Escarbando un poco, sin embargo, encontramos demasiadas coincidencias en los escritos de ambos autores como para que se nos pasen desapercibidas. Es posible que haya quien sostenga que la causa de tales coincidencias no es otra cosa que su adecuación a la realidad. En tal caso la carga de la prueba sigue recayendo sobre ellos a la hora de explicar no sólo el cúmulo de profecías fallidas de ambos, sino también la incapacidad de conciliar con sus teorías fenómenos como la generalización de las "clases medias", la estanflación o la imposibilidad del cálculo económico en los sistemas socialistas. Repasemos brevemente alguno de esos fatídicos paralelismos:

  1. Ambos autores centraron el objeto de su análisis en el ciclo económico de la sociedad de mercado capitalista. Más concretamente se centraron casi en exclusiva en las fases de crisis y depresión mostrando de ese modo una acusada inclinación anticapitalista. Keynes no sólo se concentra en el estudio de la depresión sino que llega a creer que éste es un estado permanente del que el mercado es incapaz de salir por sí mismo. Marx tiene igualmente en mente la depresión cuando habla de la pauperización de las masas y del ejército de reserva de trabajadores.
  2. Tanto Marx como Keynes achacan el desencadenamiento de la crisis a un colapso en la rentabilidad de las inversiones causado por la excesiva acumulación de capital y riqueza en pocas manos y la insuficiente demanda de los compradores. Es la vieja falacia del subconsumo.
  3. Tanto Keynes como Marx sostienen que la sociedad capitalista se encamina hacia un punto de máxima entropía, en el que desaparecen las oportunidades de inversión. ¿Qué explicación encontrarían Marx y Keynes para los crecientes beneficios que año tras año consiguen hoy Google, Intel, Microsoft, Electronic Arts o Genentech, tal y como Xerox, Texas Instruments, Motorola o IBM hicieron hace décadas?
  4. El acercamiento a los problemas económicos simultánea por un lado, la observación de fenómenos muy concretos con unas formulaciones teóricas en términos de macroagregados o clases sociales que ocultan lo que realmente está ocurriendo.
  5. El punto fundamental de ambas teorías es su ataque incondicional al dinero. En Marx el ataque es explícito. En Keynes se enmascara tras una terminología científica: la preferencia por la liquidez y el atesoramiento son los culpables de todos los desarreglos del mundo.

 

Marx y Keynes: paralelismos siniestros (continuación)

  1. Keynes, como Marx, encuentra en el interés el origen de todos los males. Igual que Proudhon, Solvay o Gessel aboga por el crédito gratuito para escapar de la tiranía capitalista.
  1. Marx tilda de anárquico el sistema de producción capitalista. Keynes, igualmente crítico, sostenía que "cuando el desarrollo del capital de un país se convierte en un subproducto de las actividades de un casino, es probable que la tarea se realice mal".
  1. Keynes y Marx defienden una fuerte redistribución de la renta con fines igualitarios –eufemismo para hacer respetable el robo cuando el Estado es el encargado del latrocinio– a través de un impuesto progresivo sobre la renta, la supresión del derecho de herencia y la nacionalización de la inversión (los medios de producción).
  1. La teoría valor-trabajo es explícita en Marx e implícita en Keynes, que utiliza unas fantasmagóricas unidades de salario.

En fin, Keynes no hizo más que actualizar el pensamiento socialista dando las mismas interpretaciones de la realidad que pensadores anteriores a él como los mercantilistas, Sismondi, Roedbertus, Proudhon, Marx o Gessel, proponiendo sin ambages la nacionalización del dinero, el crédito y la inversión (el capital) para el establecimiento de una nueva utopía totalitaria.

José Ignacio del Castillo

(Tomado de:www.lalibertaddigital.com)


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