AMERICA LATINA ENTRE SOMBRAS Y LUCES

 

 

Revolución

En efecto, en la tarde del martes 31 de agosto de 1982 y sin utilizar innecesarias sutilezas, el Presidente José López Portillo decretó la nacionalización de los bancos privados. La mañana siguiente, ante el Congreso, expresaba lo siguiente:[1] 

“La banca privada mexicana ha pospuesto el interés nacional y ha fomentado, propiciado y aún mecanizado la especulación y la fuga de capitales...

Obviamente, la nacionalización irá acompañada de la justa compensación económica a los accionistas.....

Las decisiones tomadas son expresión vital de nuestra Revolución y su voluntad de cambio. Que nadie vea en ellas influencias de extremismos políticos.

Las circunstancias externas e internas llevan una vez más al Estado, a sacar de la cantera de la Constitución inspiración y fuerza para progresar por el camino de la revolución nacional. El Estado mexicano nunca ha expropiado por expropiar, sino por utilidad pública”.

Se dice que en el mundo aún no se ha logrado inventar una medida de política económica que pueda satisfacer a todos. No obstante, con el decreto de nacionalizar los bancos mexicanos todo el mundo estaba feliz: primero, los dueños de los bancos locales recibían una justa compensación por entregar bancos endeudados que habían sido declarados en quiebra, sin que a nadie importe que esos mismos banqueros hayan mecanizado la especulación y la fuga de capitales; segundo, el Gobierno había logrado progresar por el camino de la revolución nacional estatizando deudas privadas; tercero, los bancos extranjeros de un solo plumazo habían logrado que sus perdidas –originadas en préstamos libremente concedidos al sector privado- sean asumidas por el Estado y el petróleo mexicano; y, finalmente, aunque nadie supiera el motivo, el pueblo mexicano también estaba feliz.

Entre el jueves 2 y el domingo 5 de septiembre de 1982, más de 200 mil trabajadores y campesinos mexicanos arribaron a la Ciudad de México para, en la plaza del Zócalo y junto a la plana mayor del gobierno, festejar el patriótico renacimiento de la revolución nacionalista del PRI. 

Lamentablemente la fiesta duró poco. Aplacada la euforia surgía la inocultable realidad de que las perdidas de los bancos acreedores no serían pagadas por el gobierno mexicano, ni por los individuos que recibieron los préstamos, ni por los técnicos que los analizaron, ni por los banqueros que los aprobaron, sino por quienes habían bailado en la Plaza del Zócalo.

[1] Sexto Informe de Gobierno - 1 de septiembre de 1982 – México, Presidencia del Lcdo. José López Portillo. Págs. 227-9.
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