DISCURSOS SOBRE ARTE DIGITAL

José Luis Crespo Fajardo

De la ‘ciudad letrada’ a la ciudad digital latinoamericana: tecnología y graffiti digital en el nacionalismo mexicano del siglo XXI

Francisco Laguna Correa

Resumen:
Este ensayo explora la transición en América Latina del paradigma de modernidad hacia el modelo posmoderno de digitalización. La tesis de este breve trabajo consiste en que la cultura y el arte digital hispanoamericano sirven como catalizadores estéticos de los nacionalismos hegemónicos. Para demostrar esto, propongo el ejemplo de México, específicamente el show multimedia que el gobierno federal de este país llevó a cabo en 2009 con motivo del aniversario de la independencia. La conclusión de este trabajo es que la posmodernidad recicla prácticas y contradicciones propias de la modernidad, como hace patente la hibridación entre los nacionalismos decimonónicos y las expresiones artísticas digitales contemporáneas.

Palabras clave: ciudad letrada, ciudad digital, electracy, arte multimedia, nacionalismo.

* * * * *

Ya no es una novedad escuchar discursos sobre los cambios que las nuevas tecnologías son capaces de incorporar a nuestras vidas, ni tampoco el atisbo de la globalización nos parece una utopía propia de realidades dignas de la ciencia ficción. Nuestra vida y manera de concebir la realidad han cambiado durante las últimas décadas de una manera irreversible. La concepción racional analógica de la modernidad cede progresivamente ante la nueva “razón digital” que comienza a regir las prácticas cotidianas de las sociedades del siglo XXI. El caso de América Latina, con respecto a la transición de la “razón analógica” moderna a la “razón digital” postmoderna, ha cobrado especial relevancia en el ámbito artístico y cultural. En los países latinoamericanos, el paradigma de modernidad posicionó a la palabra escrita como el motor que haría posible el progreso social y económico. La cultura impresa de finales del siglo XIX en países como México, Argentina y Perú tuvo un desarrollo prominente, al grado de que las imprentas y las publicaciones periódicas proliferaron con rapidez en estos países. En La ciudad letrada de Ángel Rama, se sobreentiende, a partir del mismo título, que fue fundamental el papel que el literato fungió en la construcción nacional de los países hispanoamericanos. Para Rama:

Los escritores y la producción literaria ocupan un lugar principal en su relato, aunque siempre dentro de la labor de un conjunto más amplio de actores ¾los letrados¾, conjunto o clase de actores culturales que circulan, operan y habitan una configuración de focos y circuitos localizados en el centro de las ciudades. Son ellos, como conjunto, los principales constructores, distribuidores, administradores y guardianes de lenguajes, discursos, gramáticas, vocabularios, representaciones, conceptos, símbolos, metáforas, formas, explicaciones, justificaciones, leyes y sentidos.1

En la ciudad hispanoamericana en proceso de modernización, el acceso a la letra escrita fue la divisoria entre aquellos que estaban dentro o fuera de los proyectos de modernización nacional. Sin embargo, aunque durante el último tercio del siglo XIX la cultura impresa en Hispanoamérica tuvo un desarrollo importante, los censos de 1876 arrojaron que el promedio de analfabetismo en países como Colombia, Chile, Perú, México, Argentina y Uruguay fluctuaba entre el 70% y el 90%.2 Este fenómeno tiene resonancia en el ámbito hispanoamericano actual, si consideramos que los niveles de electracy (lectoescritura digital) son menores en comparación con países cuyas economías tienen un desarrollo mayor. Para Mabel Moraña, “tanto el planteamiento de (Benedict) Anderson como el de Rama parten de la premisa del predominio del proyecto ilustrado en tanto implantación de un paradigma epistemológico hegemónico que a través de la difusión letrada proveyó las bases ideológicas y discursivas en las que se apoya el separatismo criollo”. 3 En el siglo XXI, este separatismo ya no es racial o étnico, sino que apunta hacia un paradigma que diferencia entre individuos online y offline, es decir, entre alfabetas y analfabetas de los códigos y los medios digitales.

Según Gregory Ulmer, “Electracy is to digital media what literacy is to alphabetic writing: an apparatus, or social machine, partly technological, partly institutional”. 4 Electracy no sólo consiste en saber emplear un ordenador personal, o saber navegar en Internet y enviar un correo electrónico, embarga esto y mucho más, como la capacidad de decodificar y hacer frente a diferentes contextos digitales que afectan nuestra sociedad y participación en la cultura. Es curioso que la dicotomía entre Apocalípticos e integrados que Umberto Eco propuso hace ya casi cincuenta años, pueda ser ahora empleada en el ámbito de la cultura digital. En países como Estados Unidos, donde el desarrollo tecnológico e industrial ha determinado axiológicamente a sus habitantes, las críticas y gritos apocalípticos proliferan, mientras que en los países hispanoamericanos ni siquiera los conservadores más recalcitrantes se opondrían a la “alfabetización digital” para todos, a pesar de que en muchos casos la “alfabetización letrada” aún no ha tocado a todos los sectores de la población.

Sage Elwell, un apocalíptico estadunidense, asevera que “we are creating a culture suited to our technologies, but not to ourselves. The result is that we are becoming our technologies”.5 La inquietud de Elwell, amén de su evidente determinismo, apunta hacia lo que en todo caso es una ecuación social inevitable: cultura, tecnologías digitales y sociedad son ya parte constitutiva de los contextos sociales y culturales de toda sociedad enmarcada en la tradición occidental. Empero, lo que en Elwell está justificado por un principio pragmático ¾en Estados Unidos los niveles de lectoescritura digital son elevados, al punto de que niños, jóvenes, adultos y pensionistas producen contenidos de manera cotidiana a través de un medio digital¾, en el caso hispanoamericano todavía se trata de un prometedor proyecto de modernización intelectual y social. Se confía en que con la tecnología podrán paliarse las deficiencias educativas que los países hispanoamericanos han arrastrado desde la colonia. Sin embargo, el concepto mismo de educación en el ámbito de la cibercultura responde a un proceso muy distinto que al instituido por los proyectos de la Modernidad, que como Rama ha señalado, se concentraban en la letra escrita, sus usos y sus repercusiones sociales, políticas, económicas y culturales.

En el trabajo pionero de Soledad Fernández Utrera sobre cibercultura y nuevas tecnologías en el ámbito hispánico, la autora propone, entre otras definiciones, que cibercultura es “la reducción de lo material a información digitalizada en una multiplicidad de manifestaciones y actividades de la vida humana”. 6 Para Fernández Utrera, y en consonancia con David Bell y Bárbara M. Kennedy, dado que en la práctica cibercultural la expresión de la realidad es múltiple y diversa, habría que hablar de ciberculturas en plural.7 En Hispanoamérica esto es evidente en la multiplicidad de realidades sociales que cohabitan dentro de los mismos límites geográficos. Por una parte, durante los últimos años la cibercultura se ha convertido en uno de los baluartes de la resistencia y las “izquierdas posmodernizadas”: la llamada resistencia online 8juega un papel, si no decisivo, si profundamente orgánico dentro de las prácticas democráticas de los grupos sociales “electrados”. Apenas acabamos de ver un claro ejemplo de esto en las pasadas elecciones presidenciales de México, donde el colectivo estudiantil #YoSoy132 organizó a través de Twitter mítines, marchas y protestas en contra del candidato del PRI (presidente electo tras los comicios) Enrique Peña Nieto.

Por otra parte, el uso de la tecnología en las prácticas culturales no se restringe a las izquierdas o facciones contestatarias. Hay electrados en ambos lados del espectro político, y el proyecto de posmodernidad recicla, asimismo, prácticas de modernidad, en las que el nacionalismo no deja de ser exaltado sin sus contradicciones y aporías. Retomando el contexto mexicano, con motivo de las celebraciones del aniversario de la independencia de México, el 15 de septiembre de 2009 el gobierno federal organizó un show multimedia en el zócalo de la ciudad de México, en el que se registró una asistencia de casi medio millón de personas. A través de este espectáculo, el gobierno federal se auto-representó como un gobierno a la altura de los tiempos, abierto al progreso y los avances tecnológicos, subrayando que la “tecnología equivale a extensión de la cultura y la información y comunicación en torno a un público más amplio”, 9 pero sin dejar de resaltar los valores e iconos de un nacionalismo conservador.

Empero, “sobre” este nacionalismo se imprimió la letra digital. Como muestra más abajo la imagen 1, sobre la estructura de piedra “colonial” del Palacio Nacional, se proyectaron luces y un collage multimedia con conceptos centrales del nacionalismo hegemónico mexicano. Amén de lo novedoso del espectáculo, el hecho de ocultar con un graffiti digital la superficie de un edificio tan representativo como el Palacio Nacional, lleva a reflexionar sobre el espacio de acción de la letra digital. Manuel Castells dice a propósito del hipertexto que “this constitutes the backbone of a new culture, the culture of real virtuality, in which virtuality becomes a fundamental component of our symbolic environment, and thus of our experience as communicating beings”.10 Esta nueva cultura es, evidentemente, la cibercultura. Lo que Castells menciona acerca del hipertexto es significativo a propósito del collage de la imagen 1 porque éste introduce un atisbo de virtualidad en un espacio público donde se erige un símbolo arquitectónico nacionalista. A partir de esto, el Palacio Nacional se convierte en una incitación a la cultura y los códigos digitales. A este respecto, Gustavo Navajas ha reconocido en la arquitectura una de las artes más permeables a la tecnología y a la exposición masiva: “La arquitectura ha sabido conjugar la incitación de la tecnología ¾los procedimientos y conceptos nuevos, como las maquetas digitalizadas, por ejemplo¾ con la adecuación a las necesidades y los gustos de un público amplio que demanda la presencia de una conciencia de continuidad histórica en los edificios públicos que forman parte del patrimonio colectivo”.11

El Palacio Nacional cambia in situ y sólo durante la duración del espectáculo multimedia de septiembre de 2009; sin embargo, a través de esta experiencia estética la audiencia aprehenderá al Palacio Nacional y su implícito nacionalismo de una manera distinta y desde un enfoque estético. El propósito primordial del gobierno federal al desplegar un show multimedia no es únicamente exponer al público a una experiencia estética, sino, como ya he mencionado, reforzar la idea y sentimiento nacionalistas. Manuel Castells no ha dudado en afirmar que las infraestructuras de tecnología y la interconexión mundial no son suficientes para el desarrollo de los países empobrecidos, y se pregunta: “En un país empobrecido y subdesarrollado ¿para qué invertir en infraestructuras caras si no hay utilidad para ellas? Esto se convierte en un círculo vicioso que perpetúa el subdesarrollo”.12 Arte y nacionalismo en Hispanoamérica se han conjugado a lo largo del siglo XX (el muralismo en México y la escultura en Chile y Argentina son un ejemplo), a la pregunta de Castells con respecto a la utilidad de las infraestructuras de tecnología, el gobierno federal mexicano puede argüir que las tecnologías y la cibercultura tienen una utilidad efectiva, puesto que la nación es siempre susceptible de ser representada. La construcción de la nación en América Latina ¾México en este caso¾ es un proceso contradictorio de representación identitaria que ha tenido pocos cambios en su planteamiento ideológico durante los últimos cien años; sin embargo, la representación de la nación ¾como el planteamiento contemporáneo del arte 13 ¾ es la que incorpora las variantes que la tecnología hace posibles. En todo caso, los ciudadanos son quienes están en constante cambio, quienes se enfrentan a la transición de la llamada “ciudad letrada” hacia el nuevo paradigma de la “ciudad digital”. La nación, por su parte, es una construcción que como el Palacio Nacional no cambia por dentro ni modifica su planteamiento hegemónico, aunque sobre ella se reflejen los visos de la posmodernidad.

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