CUESTIONES

Francisco Javier Contreras H.

AQUELLA VIEJA OLIGARQUÍA

El pueblo de SabeDiosdonde, desde su fundación, se había constituido por dos capas sociales básicas: los terratenientes y los trabajadores de los terratenientes; la primera era una significativa minoría y la segunda era el pueblo propiamente dicho. Nunca se hablaba de que hubiera dos capas sociales, aunque se diera por sentado ese dato para muchas de las actividades de la vida cotidiana; porque a veces los patrones era buenas personas y se permitían convivir con sus asalariados, y además, ambos grupos se igualaban en la misa dominical en la que se sentaban codo a codo unos y otros; pero había ciertas actividades sociales que les eran específicas a cada grupo, lo que en la práctica les recordaba cada día a cada cual, su respectivo lugar. Por ejemplo, las bodas se celebraban siempre entre miembros de cada grupo. Muy difícilmente y sólo por excepción, un terrateniente se casaría con alguien del grupo trabajador.
Al tener diferentes ingresos; su vestimenta, casa y alimento eran regularmente asimétricas: unos comían lo que querían y otros lo que podían; unos se hacían construir sus casas en la amplitud de sus terrenos y los otros solicitaban en venta un lote al terrateniente y éste podía ser que accediera benévolo a venderle lo que creía conveniente, en el lugar que le parecía bien y al precio que él quisiera. Los propietarios educaban a sus hijos en la escuela parroquial, que siempre estaba a cargo de unas monjitas que venían de fuera y que se suponía que eran muy conocedoras en el arte de la educación y en la formación de los valores cristianos; mientras que los trabajadores mandaban a sus hijos a la escuela de gobierno, que se temía era atendida por profesores medio ateos y por ello poco confiables en las ciencias de la vida, pero no había más alternativa, y como aquello de que a caballo regalado no se le ve colmillo… y de que no quedaba de otra, pues. Posteriormente se veía que muchos de los egresados del colegio iban a la capital a terminar sus estudios y se convertían en profesionistas, mientras que la mayoría de los hijos de los trabajadores no terminaba la educación básica y se integraban tempranamente a la planta laboral, en empleos no especializados y mal remunerados, que creaban las condiciones necesarias para que sus hijos repitieran su esquema, y siguieran siendo trabajadores de por vida.
En ese pueblo, como se verá, convivían dos sociedades diferentes en un mismo espacio físico, aunque a la hora de la misa se mezclaran y pareciera que se trataba de un único grupo humano. Pero el punto es que aquí se escondía un engaño, porque no sólo se trataba de dos grupos humanos diferentes en el comer, vestir y habitar; sino que al asistir a escuelas diferentes, guiadas por filosofías de la vida diferentes, desde la más tierna infancia se iban cultivando dos maneras de ver la vida. Los propietarios, trataban a otros propietarios en plano igualitario de socios o potenciales socios comerciales, pero cuando se dirigían a la inmensa mayoría de la población, siempre lo hacían en una relación de patrono a trabajador. No era una sociedad que cultivara la igualdad, o que tendiera a homogeneizarse, sino dos sociedades diferentes encasilladas de por vida por dos actividades económicas básicas incompatibles, aunque mutuamente complementarias.
 Tiempos previos a la revolución, gobernaron de manera indiscutible los propietarios; durante ésta, pareció que la balanza se inclinaba en favor de los trabajadores; pero con el transcurso del tiempo, oficialmente los trabajadores mandaban, aunque en la práctica imponían su criterio los propietarios. De esta mezcolanza no reconocida de dos o más formas básicas de ver el mundo, nacería necesariamente un montón de contradicciones sociales, pues cuando un grupo imperaba, imponía sus conceptos de bueno y malo en forma de leyes que desde luego no podrían ser aceptadas por el otro, y por ello no había más que imponerlas por la fuerza; lo que generaba un gran malestar social que se desplazaba como un rumor entre las gentes y que los predisponía a desobedecer la ley arbitrariamente impuesta por el considerado injustamente gobernante.
Así, cuando el gobernante era pro propietarios, éstos consideraban el hecho como un avance justamente logrado, apoyaban las leyes que emitía y celebraban sus decisiones; mientras los trabajadores en silencio rumiaban su coraje; por el contrario, cuando gobernaba un mandatario afín a los ideales de los trabajadores; los propietarios secretamente se resistían, cumplían cuando no había más, a regañadientes, las disposiciones oficiales y no desperdiciaban oportunidad para poner zancadilla a cualquier iniciativa emanada del poder. Pero la parte más canija del asunto, es que usualmente los propietarios mantenían buenas relaciones con el clero, lo que para ellos significaba que tenían el aval de Dios para su forma de pensar; y así, se sentían justificados para dejar de ver las injusticias sociales y para imponer su madreada forma de pensar. No era pues una sociedad trabajando en conjunto para salir adelante, sino dos comunidades antagónicas a las que la historia había puesto físicamente juntas, pero que como el agua y el aceite, naturalmente la vida cotidiana separaba.
 Los estudiados, los que habían salido a conocer mundo, los que tenían otras referencias de cómo se hacían las cosas en otras partes, los que deberían estar más capacitados para gobernar y conducir a esa mezcolanza de sociedad a mejores lares, eran desde luego los hijos de los propietarios; pero tenían un grave inconveniente: era una minoría. Y esa condición de isla aristocrática en un mar popular llevaba implícito desde luego el aislamiento cultural de los pocos entre los muchos, el desconocimiento de la realidad del grupo mayoritario. Estamos hablando de una vieja oligarquía hereditaria aislada de la realidad de la vida del 97% de la población, que desde que nacía se acostumbraba a tratar a los demás como sus sirvientes. El hijo de propietarios era levantado de la cama por una sirvienta que ya le tenía el desayuno preparado, lo cambiaba y lo llevaba al colegio: y este era el mundo normal para el muchachito; pero él no alcanzaba a ver que la sirvienta madrugó, preparó alimento a sus hijos, los levantó, los encargó al mayor de sus hijos y se fue a trabajar a la casa del propietario. Eran dos realidades muy diferentes las que vivían cotidianamente los hijos de la sirvienta y los hijos de los señores. Pero el hijo de la familia acomodada, no sabía de esa otra realidad del mundo, él creía que el mundo real era en el que él vivía.  Cuando crecía, en los trabajos de sus papás, él seguía viendo a los demás como sus trabajadores. Su relación con ellos era no de convivencia entre iguales, sino de darles órdenes, de vigilar que los trabajos se hicieran como había ordenado el patrón. Cuando el muchachito se iba a estudiar, se relacionaba con compañeros iguales a él, no con hijos de trabajadores. Sus amigos, sus compañeros, sus amores y sus desamores, eran con gente de su mismo círculo social; seguía sin conocer la parte mayoritaria del mundo. Luego, cuando ya como profesionista, regresaba a su pueblo natal, seguía soñando que el mundo real era su círculo íntimo de la vieja oligarquía. Seguía desconociendo la vida real del 97% de la población. Aun cuando tuviera buena intención, aun cuando quisiera realmente hacer algo por su sociedad, desconocía que “su mundo” estaba formado por dos partes, y que la parte mayoritaria era “otro mundo”, de la que él desconocía, incluso su existencia.
Ahora imaginémoslo como gobernante aristocrático, que ya dijimos que la mayoría de las veces era cercano socialmente al clero, y que como ya dijimos, él creía que lo que su amigo el cura le avalara, Dios mismo lo hacía; y pongámoslo a tomar decisiones que debían ser observadas por todos, y tendremos un mazacote de ideas que les sirven a los patrones pero desesperan a los trabajadores, y luego el gobernante, apoyado en su creencia de que Dios lo avala, utiliza la fuerza pública para hacerse obedecer, y con ello aumenta el resentimiento entre sus gobernados que no hayan forma de hacer valer sus ideas más que con el chiste mordaz, la pillería en las propiedades del patrón, o de quien ellos crean que pertenece a esa categoría y desde esta lógica, el acto que desde la óptica gobernantes es un desacato a la ley y por ello un crimen que debe ser combatido; desde la perspectiva asalariada, es una imposición del poderoso que en derecho debe ser resistida y en su caso combatida; y quien lo haga haría algo ejemplar.
En el mismo tenor, si el hijo del propietario era médico y decía “yo cobro tanto por mis servicios”, él, comparándose con los ingresos que percibían los de su clase, creía que su costo era razonable, pero el abismo cultural que lo separaba de la clase baja, le impedía ver que lo que él cobraba por una consulta que podría durar un promedio de veinte minutos, el asalariado lo pagaba con el jornal de toda una semana o de varios días de trabajo en el mejor de los casos. Sin embargo el asunto no era negociable: el médico pensaba, que esa cantidad era lo justo por sus honorarios y eso sin tomar en cuenta que en otros países, los profesionistas como él ganan mucho más, así que él resolvía el asunto diciendo: “tómenlo o déjenlo”, mientras que el otro jodido, no tenía más alternativa que pagar, así fuera pidiendo dinero prestado, o aguantarse su mal. Esta situación le generaba un enorme resentimiento al pobre y le hacía creer que en el mundo nada más había de dos: los listos que agarraban de donde querían, y no pecaban porque eran amigos del cura, y los tontos, que no agandayaban porque se creían aquello de pórtate bien y aguanta vara, que en el otro mundo se te va a compensar, y etc., etc.
Cuando los propietarios formaban un partido político, éste trataba de conservar el estado de cosas beneficioso a su grupo, pero como tenían una alianza tácita con el clero, del que creían que representaba a todo la sociedad, ellos mismos por extensión creían que representaban a toda la sociedad, a “la mejor parte de la sociedad”, a la parte honesta, a la parte que tenía “valores”; y así se daban cuerda entre ellos mismos, viéndose entre sí como los paladines del “bien,” los salvadores de la sociedad, los que eran necesarios para que el mundo siguiera dando vueltas, y ese ambiente de “somos los buenos” en el que vivían, les impedía darse cuenta de que todos los días, alguien les lavaba la ropa, limpiaba sus casas, ayudaba en sus trabajos, realizaba sus tareas: pero ese alguien vivía con una fracción de lo que ellos vivían, ese alguien descuidaba a sus propios hijos para cuidar a los del propietario, y así, éste podía despreocupadamente irse a misa a sentirse santo, sabiendo que cuando su hijo despertara tendría su desayuno listo, porque alguien que no iba todos los días a misa, se lo había preparado. El concepto de “justicia social” no había crecido lo suficiente para equipararse siquiera en igualdad de condiciones, junto al de observancia de “reglas religiosas” o sociales; y entonces, ¿cómo soñar que somos los buenos para dirigir a la sociedad, los capacitados para hacerlo, los que sí tenemos “valores”?
¿Cómo hablar de una sociedad que funcione como tal, sin que esté regida por leyes? ¿Y cómo hacer leyes para todos cuando todos no eran un todo, sino dos todos, uno impuesto sobre el otro? Necesario era desde luego mezclar ambas sociedades antagónicas y producir una tercera opción de la que todos se sintieran parte. Pero, ¿cómo?  ¿Con educación? Pero si era en la escuela donde se cultivaban las diferencias y se transmitían los procederes. ¿En la iglesia? Pero si era en ella donde se justificaba a los dominantes y se aconsejaba paciencia a los dominados: Si, salvo honrosas excepciones, los pastores, soñaban con ser aceptados en las altas sociedades, y ser invitados por el prominente “A” o el empresario “B”. ¿Cómo esperar que aquella vieja oligarquía se diera cuenta que por sí sola no podría vivir, que necesitaba ser solidaria con el “sector” popular de su mundo? Cómo hacerle entender a esa vieja oligarquía, que necesitaba a la otra parte de la sociedad, como una mano necesita a la otra para realizar sus tareas cotidianas…, si a veces ni siquiera sabía que existía ese otro yo de sí misma.
¡Ahhh…!  Aquella vieja oligarquía…

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