APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

APROXIMACIÓN AL CAPITALISMO RENTÍSTICO VENEZOLANO

Alejandro Landaeta Salvatierra (CV)
PDVSA Servicios Petroleros, S. A.

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I. Caracterización y formación del capitalismo rentístico venezolano

I.1. Caracterización del sistema endógeno de acumulación de capital y asimilación de renta petrolera internacional (RPI)

El metabolismo social capitalista en su grado más abstracto consiste en la apropiación de plusvalía a través del proceso de valorización, el cual subsume al proceso de producción, que es donde se define el tiempo de plustrabajo. La acumulación de capital deviene así como una secuencia de ciclos de reproducción ampliada en los cuales se incrementa el valor del capital medido en dinero. Entraña la simplificación del modo de producción a sus dos polos antitéticos: los propietarios de los medios de producción y los oferentes de fuerza de trabajo. La abstracción del metabolismo social capitalista se resume en la creación de riqueza y valor en el crisol del proceso de producción sujeto al sistema del capital. En la medida que todo proceso de producción se supedite al proceso de valorización, la manifestación económica del producto será la forma-mercancía del capital, y todo trabajo asociado a dichos procesos será trabajo productivo desde su punto de vista, trabajo que valoriza.

A lo largo del siglo XX se consolidó el sistema mundial de acumulación con una caracterización centro-periferia y en Estados nacionales dominantes y subordinados. Podría sostenerse que el período que va desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial fue de sacudimiento de las rémoras pre-capitalistas aun persistentes (p. e. el archipiélago de Estados alemanes; el sistema esclavista americano), estableciendo las potencias imperial-militaristas con cierta autonomía real. En ellas los capitales ya altamente concentrados se hicieron de cierta identidad con el Estado-nación que les protegió o les fomentó, dando por resultado un grado comparativamente mayor de competencia e independencia comercial respecto al presente. Ese sacudimiento llevó consigo también la superación de las fuentes que nutrieron la acumulación originaria en el período formativo, especialmente el trabajo esclavo, brindándole al metabolismo del capital una mayor pureza relativa. La transformación y tecnificación de la agricultura europea terminó por someter en buena medida las relaciones de producción rurales a las condiciones de acumulación del capital. En los mismos Estados Unidos se puso plazo final al granjero idílico, hoy reliquia de un pasado aventurero y agreste.

Luego habría de sobrevenir la crisis de la confrontación inter-imperialista y su solución mediante el inicio de un proceso de supeditación de las potencias imperiales al dominio del capital en abstracto, tornándose los Estados Unidos el vehículo formal de personificación del dominio económico, político y militar de la burguesía mundial. Ese proceso está a la espera de un “cierre técnico”, se halla muy avanzado desde su reafirmación definitiva con el fin de la polaridad frente a la Unión Soviética y la imposición de la estrategia neoliberal de los 80. No sólo quedó superada la fractura nacional-imperialista en Occidente, sino la existente entre el capital productivo y el comercial-financiero. Los períodos de postguerra y el ulterior a la crisis de los 70 fueron de síntesis de esas contradicciones, que hoy en día son apenas subsidiarias, trasladando a Rusia y China los epicentros confrontacionales con otra intensidad. No obstante, una reminiscencia del pasado precapitalista sigue estorbando la purificación del orden metabólico social: la renta del suelo asociada a la producción de hidrocarburos.

La renta por la propiedad de los yacimientos es una pervivencia de la denostada práctica de los terratenientes y monopolistas de los recursos, llámese terrateniente privado o Estado terrateniente. Costó trabajo que cambiara la visión desde el Estado terrateniente-propietario al Estado soberano, un resultado natural del desarrollo del Estado-nación y de las realidades del complejo sistema centro-periferia del capitalismo en el transcurso del siglo XX. El rentista privado no ofrece problemas en cuanto resulta integrado al régimen de realización mercantil, especialmente si el rentista es atomizado, como en los Estados Unidos. El capital cede una porción de la plusvalía a la clase rentista que en compensación lubrica la propia realización mercantil, no esconde el dinero bajo el colchón. Pero en el caso del Estado, el peso de las políticas de redistribución y fomento es capaz de hacer mella en el proceso de acumulación al desviar capital-dinero hacia actividades no productivas o no redituables que esquivan el interés del capital.

La realidad que impuso la explotación petrolera en las zonas periféricas semi-coloniales y dependientes generó una cierta particularidad en las relaciones entre el Estado nacional y los agentes capitalistas foráneos. El Estado venezolano, pionero en ceder la explotación de hidrocarburos, fue en sus tiempos tempranos complaciente con los intereses trasnacionales, favorecidos éstos por varios factores como el atraso relativo de la economía, la ausencia de una política nacionalista y la corrupción del gomezato, régimen surgido a raíz de un golpe de Estado contra Cipriano Castro, incitado por agentes trasnacionales petroleros. Esta complacencia se extendería más tarde a los países orientales exportadores, pero progresivamente fue cediendo a posturas más sensatas que fueron cobrando exigencias a las compañías en función del control soberano sobre los yacimientos. En las décadas iniciales de la explotación, éstas no tuvieron mayores tropiezos con la renta de hidrocarburos, proporcionando al Estado algo más parecido a una limosna que a una renta soberana. No había en la práctica una distinción conceptual entre renta e impuestos, de manera que el ciclo de acumulación fue excepcionalmente rentable. El desarrollo de la tecnología había estimulado tempranamente la concentración del capital en las manos de la Royal Dutch-Shell, siendo desplazada al poco por el trust Rockefeller a través de sus diversos tentáculos1 , arreglando finalmente un reparto del territorio para consumar una penetración robusta y un retorno pródigo de la inversión.

Los trusts, tanto el norteamericano como el anglo-holandés, pudieron concertar una estrategia de opacidad de precios y limitación de obligaciones fiscales capaz de embolsarse el grueso de las ganancias extraordinarias, aunque habrían de enfrentar con el tiempo políticas soberanas más claras, especialmente a partir de la promulgación de la Ley de Hidrocarburos de 1943, que derogó la legislación de los años 20 y 30 en parte manoseada por las trasnacionales para su beneficio. Vale citar al respecto el siguiente comentario de Federico Brito Figueroa: “A tenor de esa legislación general [de 1910], fueron otorgadas las primeras concesiones, pero los monopolios petroleros no estaban satisfechos y presionaron para forjar una legislación adaptada a sus intereses colonizadores. Primero fueron los decretos reglamentarios sobre el carbón, petróleo y sustancias similares, fechados el 9 de octubre de 1918 y 3 de febrero de 1920, lego la ley sobre combustibles y demás minerales combustibles, promulgada en 1920, modificada en 1921, 1922, 1925, 1928, 1935, 1936 y 1938. En esa ley de 1921, su redacción definitiva correspondió a los abogados petroleros, los mismos prestanombres de las concesiones, quienes anularon mediante el cohecho y el soborno la política del Ministro de Fomento, Gumersindo Torres, orientada a obtener mayores beneficios de la explotación petrolera.”2 Los ulteriores progresos de la República conllevaron, sin embargo, a una creciente astucia de los capitales para escamotear derechos fiscales.

Este desarrollo encaró un problema central de nuestra historiografía económica: la absorción de la renta petrolera fiscal, la porción de la ganancia extraordinaria efectivamente tributada a la nación, renta cobrada usualmente bajo la forma-dinero en papel fiduciario de Estados Unidos. 3 Hasta los inicios de la explotación petrolera, en Venezuela venía dándose un proceso a pequeños saltos de implantación del metabolismo mercantil capitalista, proceso que Gómez trató de impulsar mediante una contradictoria acción modernizadora. El país ya tenía para entonces un rol definido en el esquema mundial de división del trabajo como exportador de café, cacao y cueros, mostrando sin embargo una declinación de la productividad en el sector cafetero y una acrecentada competencia de productores tradicionales y emergentes. Ese rol habría de recibir la estocada letal durante la Gran Depresión de los 30, agravada por la depreciación del dólar. 4 Domingo Alberto Rangel da cuenta de los pormenores de este período de transición: “…los problemas de la contradicción entre el capitalismo monopolista de origen externo y los sectores tradicionales del país se resolvió por una vía que podríamos calificar de eutanásica. La distancia que mediaba ya para 1936 en las productividades del petróleo y la industria al enfrentarlas con la agricultura, significaban una eutanasia para esta última. El abismo que aleja al Zulia y a Carabobo de Sucre o del Táchira, confirma la misma impresión. La agricultura sufrió una agonía de la cual no iba a recuperarse sino bien adentrada la posguerra de 1945 en nuestra vida nacional.” 5

El precario capitalismo agrario-comercial formado desde la segunda mitad del siglo XIX apenas podría mostrar un sistema de acumulación respetable, limitado por el propio carácter de la explotación cafetera, refractaria a la concentración de tierras y a una explotación intensiva de la fuerza de trabajo basada en la  gran plantación. Los beneficios capitalistas del café fueron eminentemente comerciales, de allí que las firmas fueran ante todo comercializadoras y empresas de transporte marítimo situadas en los puertos de exportación, principalmente Maracaibo.6 A principios del siglo XX venezolano, escasamente puede identificarse el dominio de una burguesía propiamente dicha; más bien proliferaba una abigarrada clase de acaudalados comerciantes extranjeros, terratenientes, usureros, pequeños propietarios de obrajes, contratistas y más tarde especuladores concesionarios de las prospecciones petroleras. Las casas comerciales y familias extranjeras instalados ya como capitalistas nacionales hicieron sus fortunas a la sombra de los caudillos que se sucedieron desde la fundación de la república hasta el gobierno de Gómez, subordinados a la influencia de Gran Bretaña y otras potencias europeas. 7

La fractura que produce por lo tanto el petróleo es tajante, reemplaza un secular sistema de acumulación enganchado al mercado mundial del café por otro que brindó una fabulosa promesa de enriquecimiento. Se produce una auténtica solución de continuidad entre dos sistemas metabólicos de acumulación, proceso congruente con el cambio de rol del país gracias a las propias mutaciones de los mercados e intereses estratégicos metropolitanos. En Venezuela el nuevo proceso de acumulación endógena, si es que se puede llamar así con propiedad científica, comienza con los primeros campos productores del occidente, desatando una furia de lucro por parte de oportunistas vernáculos vinculados al régimen de Gómez, empezando por el propio Gómez, que se hizo de unas cuantas propiedades y negocios.8 Dice Federico Brito Figueroa: “Con ese tráfico [de concesiones], los favoritos de la dictadura petrolera, familias de la oligarquía caraqueña y algunos terratenientes, se enriquecieron de la noche a la mañana. (…) La burguesía comercial y prestamista, los terratenientes, la burguesía burocrática y peculadora, los comisionistas y funcionarios del régimen, toda esa clientela, especie de lumpen político que vive del presupuesto, obtuvo jugosos beneficios… En esos sectores y capas sociales se desarrolló rápidamente la mentalidad del nuevo rico petrolero, modalidad venezolana del rastracueros de otras latitudes hispanoamericanas. La dictadura de Juan Vicente Gómez, que les permitía acumular capitales en términos casi originarios, encontró en esos grupos de las clases dominantes un sólido apoyo social…” 9 Diríamos que ese apoyo fue esencialmente una simbiosis perfecta entre esos elementos oportunistas y un régimen militar blindado por los cuatro costados por la protección del capital trasnacional.

La política concesionaria del Estado catalizó distintas formas de transferencia de renta sin perjuicio de un mínimo gasto modernizador, que limitadamente y con una elevada explotación del trabajo se hizo en los primeros lustros. Pero en la medida que fue madurando la política soberana, la tributación de renta ensancha el poder adquisitivo externo y estimula todo un conglomerado de negocios alrededor del Estado, que va dando forma a la neo-burguesía nacional como la conocemos hoy, cuyos personeros lograron desarrollar variadas estrategias para engordar sus arcas (vinculadas o no al capital productivo), así como a la formación de capital fijo e infraestructuras públicas. Esta es una historia bastante conocida.10 Lo que nos interesa aquí es abordar la irrupción de la acumulación originaria y el aprovechamiento de la renta que pasó a caracterizar al capitalista endógeno en su papel concreto frente a las demás clases sociales y frente al Estado, proceso que tiene un período formativo situado tentativamente entre 1925 y 1945. Esos 20 años de brusca transición sistémica constituyen, bajo la percepción aquí planteada, el período basal del capitalismo rentístico.

Las empresas multinacionales desarrollaron los mecanismos para proteger su voraz apetito de ganancias, manipular los precios de exportación del crudo y burlar rentas fiscales. Sobre esto hay prolija documentación. 11 Pero lo que hubo de ser inconveniente para el capital petrolero trasnacional, no lo fue para el capital en su conjunto, incluyendo al capital trasnacional no petrolero. Es cierto que el creciente control soberano sobre los yacimientos confirió a la nación recursos para su desarrollo, proporcionó las bases de una indiscutida movilidad social y un incipiente Estado de bienestar. Todo el fenómeno social común en la periferia del sistema económico mundial se potencia en Venezuela: el urbanismo, el despoblamiento del campo, la formación de un vasto infraproletariado urbano, como lo denomina Federico Brito, la formación de segmentos medios con elevada capacidad de consumo, la construcción de infraestructuras y servicios públicos, las inversiones de capitales trasnacionales orientadas a los mercados nativos, entre otros aspectos de consideración. En general, este boom transformador y modernizador es financiado en Venezuela por la renta del petróleo, pero interviene también el capital no petrolero en su interés por cobrar espacios de existencia y realización. El correlato de la renta fue el modo de su utilización, que habría por necesidad de crear las condiciones del mercado interno y al mismo tiempo una compleja interrelación con capitales extranjeros ávidos también de conseguir su tajada.

El efecto distributivo de la renta empujó a diversas asociaciones entre personeros nacionales y empresas extranjeras, al emprendimiento de inversiones productivas, especialmente en rubros alimenticios, la aparición de contratistas de obras y servicios requeridos por el Estado, así como la construcción civil en general. La acumulación originaria fue dando paso a un esquema de acumulación imbricada también en la dependencia rentística y la apropiación de renta, es decir, que los capitalistas con inversiones en el país instauraron una práctica larvada recurrente de “acumulación originaria permanente” a través de distintas formas de privatización, normalmente indirectas, combinada con el modo normal de acumulación fundado en el metabolismo mercantil ordinario de sustracción de plusvalor. Esto es algo que trataremos de comprender, separando dos componentes que se complementan, se imbrican y se intercondicionan, cuales son los multiplicadores rentístico y endógeno, aspecto que conlleva a considerar como muy improbable que pueda darse espontáneamente, en el “capitalismo venezolano”, un desprendimiento o autonomización del capital modificando el sistema capitalista-rentista realmente existente en un modelo ideal de “capitalismo productivo”. Como se comentará, también tiene implicaciones serias para vislumbrar una superación del propio modo de producción. Esta imbricación, según ya veremos en el examen general, causa efectos específicos en la órbita de la circulación, y es ésta una característica relevante no sólo para detectar la particularidad distributiva endógena, sino las deformaciones monetarias recurrentes que se expresan en los indicadores macroeconómicos. En el capitalismo rentístico maduro, la órbita de la circulación adquiere preeminencia respecto de la matriz productiva, invirtiendo el orden de precedencia normal del capitalismo clásico (esto es, de la esfera de la producción sobre la órbita de la circulación). La imbricación permite inferir igualmente la caracterización o particularidad en la composición de la fuerza de trabajo, en las relaciones de producción y de distribución de lo recibido y lo producido, lo mismo que el papel crucial del Estado para crear las fuentes de demanda y absorción consuntiva, es decir, poder adquisitivo interno.

Las rentas fiscales petroleras, que en su manejo soberano debían brindar los beneficios del desarrollo integral, de la industrialización y la utilización productiva de la superficie agrícola, de la atenuación de las desigualdades sociales y la satisfacción de las necesidades de toda la población, en fin, de toda aquella aspiración de la siembra petrolera motivada por las preocupaciones de los mejores cuadros de la élite nacional, se encauzaron en gran medida hacia otros destinos, fueron atraídas con una fatalidad incomprensible hacia el uso despilfarrador y desordenado. No podían entender ni admitir hombres íntegros como Alberto Adriani, Arturo Uslar Pietri o Juan Pablo Pérez Alfonzo que tan única oportunidad histórica de una riqueza no trabajada terminara en un desaguadero insensato, mientras gran parte de la población enfrentaba la miseria y la exclusión. Pelear noblemente por el derecho soberano sobre un recurso agotable no podía tener por contrapartida una reapropiación monopolizadora por parte de agentes no productivos, de un gasto público populista y clientelar y sujeto a políticas incoherentes o cortoplacistas. Es dramático el reclamo de Pérez Alfonzo cuando exclama: “Que el despilfarro desmoralizador no es cuento, lo sabe todo el mundo. Basta la más ligera observación en cualquier dirección para constatarlo.” 12. Es la angustia de la oportunidad de desarrollo echada en saco roto.

Pero la constatación histórica es implacable e inapelable: la renta es forzada hacia una centrifugadora potente, que descansa en la misma práctica común del capital. No es ajena, no es heteróclita, no es un cuerpo extraño como podría pensarse en virtud de la falta de virtud del Estado y sus beneficiarios privados. Lo que el capital en conjunto cede por concepto de rentas fiscales, cediendo por lo tanto plusvalía, busca recobrarlo parcialmente también en su conjunto a través de los medios redistributivos de apropiación. En este nivel hablamos del capital global. Este recobro parcial, que enfrenta los intereses de unos capitales con otros, no debe verse como una concesión a la sociedad. Los ingresos fiscales que estimulan el gasto social, los programas de desarrollo difusos y las inversiones públicas, redundan a favor del capital en abstracto por cuanto conforma el necesario espacio de metabolización mercantil y estabilización social, crea condiciones de absorción. Además, contribuye a la reproducción del tejido social conservador y consumista que es producto natural del mismo sistema capitalista-rentista. Mientras las trasnacionales petroleras hicieron todo cuanto les fue posible para escamotear las obligaciones derivadas de la explotación de un recurso ajeno no renovable, las trasnacionales con intereses comerciales y financieros en el país, junto a los capitalistas nacionales, hicieron lo propio para expandir rápidamente sus ganancias, participando de la bonanza pública mediante privilegios en su relación con el Estado, sin excluir prácticas de acumulación “no ortodoxas”, por no decir ilegítimas. Estas prácticas, que no son en realidad ajenas al universo capitalista, se exacerban en un ambiente donde impacta un excedente monetario no proveniente del producto interior.

De allí que, si en un metabolismo “puro” del capital el grueso de lo que ingresa al Estado es una fracción de la plusvalía y contribuciones de los asalariados, descontando por lo tanto en ese metabolismo puro cualquier producción no mercantil bajo el auspicio del mismo Estado, en el metabolismo concreto de los países exportadores de energía (y en general de cualquier país que reciba renta diferencial fiscal), lo que ingresa al Estado es plusvalía foránea, un tesoro que constituye para los capitalistas endógenos un eje de acumulación y una constante tentación de enriquecimiento expedito, lo que ha generado también esa referida especie de lumpen-burguesía con tahúres y estafadores de toda laya. Esa renta, destinada a la construcción de infraestructuras de interés nacional, programas públicos y asistenciales, préstamos al capital productivo, inversiones del Estado, y multitud de otros gastos de interés público o nacional, ejerce un efecto multiplicador de la misma manera que la política impositiva observable en un país metropolitano ejerce o puede ejercer sobre las actividades productivas. El Estado vuelca sobre la economía los recursos fiscales reorientando bajo sus lineamientos estratégicos la utilización de esos recursos sin perjuicio del capital. Ciertos capitales improductivos metropolitanos, como los de la rama armamentista, pueden existir gracias a la reorientación distributiva fiscal, pues la sociedad civil no adquiere material de guerra en la magnitud que lo hace el Estado (a decir verdad en Estados Unidos la sociedad civil es altamente consumidora de material de guerra). No obstante, en los países metropolitanos, dejando a un lado la deuda, los ingresos fiscales normalmente equivalen a los tributos.13 Cuando los ingresos fiscales no derivan de la presión tributaria sobre la sociedad civil, el efecto multiplicador puede ceder en definitiva a la presión importadora y quedar a merced de los prolíficos mecanismos de apropiación a los que son afines las distorsiones monetarias, pues esos mecanismos obran de preferencia en la órbita de la circulación.

La “neo-burguesía” nacional, propietaria de capital productivo e ingentes capitales financieros, entra a operar históricamente entonces como un sujeto de acumulación cuya plusvalía complementa valor importado, pero que además logra ganancias derivadas de efectos de distribución y apropiación de renta petrolera. Si los capitales con frecuencia se desvían hacia la ganancia fácil y el parasitismo en los linderos de los Estados-nación que les acogen, el capital nacional desde hace mucho tiempo se caracteriza por esquivar el eslabón productivo del ciclo de reproducción normal tanto como puede, desviando una porción de plusvalía y renta hacia el exterior y mermando la propia capacidad de absorción interna de excedentes. Los capitalistas particulares, por ley tendencial, no invertirán en actividades productivas si la especulación monetaria y comercial les resulta más redituable. En Venezuela conocemos bien la hipertrofia de los capitales financiero y comercial en la esfera privada, lo que deja claro a todas luces hacia dónde se inclinan sus preferencias y cuál es la configuración del mercado interno.

Los capitales productivos privados destacan por su enanismo proporcional, y además imponen una estructura muy concentrada, clave para comprender una de las condiciones estructurales del peculiar modo de apropiación. Una fracción de esa “burguesía” y, por regla general, una fracción de las ganancias de toda la burguesía se salta el proceso normal de apropiación de tiempo excedente endógeno, por eso no siente necesidad de desarrollar el eslabón productivo del ciclo de metamorfosis del capital, sino de posicionarse en el ámbito netamente comercial (ciclo abreviado D-M-D´) o financiero (ciclo directo D-D´). Si bien los comerciantes y banqueros deben aun descontar costos laborales (que implica descontar tiempo excedente en su conjunto), todas aquellas operaciones especulativas que se pueden hacer sin pagar salarios, y todas las operaciones en general que rinden beneficios extraordinarios, captan plusvalía del ámbito productivo. También captan renta si se dan las condiciones adecuadas. Una evidencia, por no llamarla prueba, de esta afirmación, es la fuga de divisas apropiada por privados, pues en condiciones normales del ciclo de reproducción ampliada es inviable una práctica de fuga (que sería realmente de capital) sin desarticular la propia capacidad reproductiva del ciclo, sin fracturar su continuidad y comprometer su estabilidad. Es así porque lo que fuga no se alimenta sólo de plusvalía, deriva de una fuente exterior, de la captación de plusvalía foránea.

Con esto se pone de relieve un conjunto de fenómenos aparentemente atípicos en el capitalismo “normal”, como por ejemplo ganancias realizadas contra el consumidor, práctica común pre-capitalista, o la contracción de las exportaciones en simultáneo a la depreciación de la moneda nacional. Son fenómenos inherentes a las deformaciones de la órbita de la circulación que transgreden el sentido común de los libros de texto. Estos aspectos los trataremos más adelante. Basta referir aquí la doble dinámica motriz de la acumulación, llamando por tal la reproducción ampliada como se presenta en el subsistema nacional del capital, sustentado en la formación de plusvalía por impulso de la demanda agregada rentística, y en el estímulo endógeno, autónomo o no dependiente.

1 Por trust Rockefeller asumimos el conjunto de compañías derivadas del monopolio petrolero creado por John D. Rockefeller (Standard Oil Company), disuelto formalmente en 1911 en Estados Unidos, en el cual la familia Rockefeller tiene dominio, participación accionaria o intereses específicos.

2 Brito Figueroa, Federico. Historia económica y social de Venezuela, tomo II. Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1986, p. 374.

3 La legislación en materia de hidrocarburos contempló la opción del cobro de la regalía en especie.

4 Cfr. Armando Córdova, 1982.

5 Rangel, Domingo Alberto. Capital y desarrollo, Tomo II. El rey petróleo, Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1970.

6 “Por su ubicación Maracaibo era el puerto de salida de mercancías de los Andes y el occidente venezolano hacia Europa y América. Había mucha actividad en Maracaibo con las casas comerciales alemanas e inglesas como la Boulton, Blohm, Beckman, Breuer-Möller & Co., Zingg y Steinvorth. Ellos financiaban los cultivos de café y cacao, compraban la cosecha y la llevaban a Europa. Las compañías cafetaleras, principalmente alemanas como la Breuer-Möller & Co., molían el grano de café en Maracaibo antes de embarcarlo rumbo al puerto de Hamburgo.” Wikipedia, wikipedia.org/wiki/Maracaibo.

7 La burguesía nacional tiene entre sus representantes actuales al menos a una familia establecida desde la colonia. En la novela Los amos del valle de Francisco Herrera Luque, el autor pinta la época de los abolengos nobiliarios de Caracas, epónimo extendido popularmente a los grandes grupos económicos criollos. De ancestro colonial se puede mencionar a la familia Zuloaga, enraizada con la tradición comercial vasca. Cada época de la historia económica tiene al menos un prototipo emergente. La del cacao-añil, por ejemplo, a Boulton, la del café, a Blohm, la época temprana del petróleo, a Mendoza, la época tardía, a Cisneros. A pesar de estar más o menos especializados en ciertas ramas, estos representantes diversificaron sus inversiones frecuentemente en organizaciones monopólicas o cuasi-monopólicas (alimentos, electricidad). Otros exponentes significativos vinculados a la banca, el comercio, los servicios y la industria, que cabe referir, son los grupos Delfino, Branger, Vollmer, De Armas, o Capriles (cfr. Rangel).

8 Cfr. Rangel, op. cit.

9 Brito Figueroa, Federico. Op. cit. p. 379. Los destacados son del autor.

10 Las aportaciones de Domingo Alberto Rangel son tal vez las mejores para comprender este desarrollo (ver la trilogía de Capital y desarrollo).

11 Entre diversas aportaciones sobre este tema, véase el trabajo de Francisco Mieres El petróleo y la problemática estructural venezolana.

12 Pérez Alfonzo, Juan Pablo. Hundiéndonos en el excremento del diablo, Ediciones del Banco Central de Venezuela, Caracas, 2011. p. 141.

13 Otras fuentes fiscales frecuentes son los ingresos sobre propiedades mobiliarias o inmobiliarias.