LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA: FORTALEZAS Y DEBILIDADES (SEGUNDA PARTE)

LOS COMPONENTES ÉTICO-POLÍTICOS EN LA IDEOLOGÍA DE LA REVOLUCIÓN CUBANA: FORTALEZAS Y DEBILIDADES (SEGUNDA PARTE)

Raúl Quintana Suárez (CV)
Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona

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3.- José Martí como gestor de la Guerra Necesaria.

Sin lugar a dudas el ideario martiano sintetiza lo más avanzado del pensamiento progresista cubano del siglo XIX y por su hondura, valores implícitos, creatividad y carácter visionario,  nos trasciende, como uno de los pivotes en que se erige la ideología de la Revolución Cubana, vista esta como un proceso continuo y desarrollador, que iniciado en las últimas décadas del siglo XVIII, se continua en el actual  proceso de construcción del socialismo en Cuba.
José Martí,  en las diversas esferas donde despliega su excepcional actividad  revolucionaria, se destaca como elegante prosista, orador, periodista, maestro y ensayista, pero es singularmente como dirigente político, donde nos muestra la más alta cota de su talento. Organizador por excelencia, avalado, por un lúcido  pensamiento, le permite, en una constante, persuasiva y paciente batalla ideológica, unir exitosamente a los veteranos de la contienda tronchada en el Pacto del Zanjón, con los que el mismo denomina pinos nuevos, en medio de incomprensiones, recelos y prejuicios.
Su ciclópea labor  hace posible la fundación del Partido Revolucionario Cubano (72) y del periódico Patria (73) y con los aportes de su ideario, contenido en incalculables escritos, discursos y documentos, proporcionar una fundamentación de tal magnitud a la conformación de nuestra ideología, que inspirados en la misma, a cien años de su natalicio, la llamada Generación del Centenario  le declara su mentor y autor intelectual de la gesta del Moncada, el 26 de Julio de 1953. Hombre de vasta cultura, agudo analista y genial previsor de acontecimientos, para la mayoría ocultos, es tomado como punto referencial  por estudiosos de diversas temáticas, pues infinidad de ellas fueron abordadas de una u otra forma en su infatigable labor intelectual. Mencionado por muchos, imitado por pocos, vilipendiado o amado, comprendido o tergiversado por otros tantos,  nos lega un ideario de tal magnitud, que no obstante los infinitos estudios a él dedicados, siempre deja un espacio virgen, para nuevos empeños.
Si podemos considerar a José Antonio Saco, no obstante su conservadurismo político, el que nos concientizó acerca de los riesgos para la conservación de nuestra identidad como nación, si se materializaran los afanes anexionistas de Estados Unidos; y si bien en prácticamente todas  las personalidades participantes en nuestras contiendas independentistas desde Carlos Manuel de Céspedes, Antonio Maceo y  Máximo Gómez, tuvieron la clara percepción de las tortuosas pero bien meditadas intenciones de nuestros vecinos del Norte, es al respecto,  José Martí el que con más diafanidad y previsión atalayó el latente peligro, tanto en el orden cultural, político como económico.
Al respecto, éste escribe en el periódico Patria, en su edición del  14 de mayo de 1892, como…”…por nuestra América abundan, de pura flojera de carácter, de puro carácter inepto y segundón, de pura impaciencia y carácter imitativo, los iberófilos, los galófilos, los yankófilos, los que no conocen el placer profundo de amasar la grandeza con las propias manos, los que no le tienen fe a la semilla del país, y se mandan a hacer el alma fuera, como los trajes y como los zapatos". (74)
El 25 de marzo de 1889 aparece publicada en el diario norteamericano "The Evening Post" su carta, conocida como "Vindicación de Cuba" y que luego recogería éste en un folleto denominado "Cuba y los Estados Unidos". En la misma expresa el sentimiento de los cubanos de la época de que…"…ningún cubano honrado se humillará hasta verse recibido como un apestado moral, por el mero valor de su tierra, en un pueblo que niega su capacidad, insulta su virtud y desprecia su carácter. Hay cubanos que por móviles respetables, por una admiración ardiente al progreso y la libertad, por el presentimiento de sus propias fuerzas en mejores condiciones políticas, por el desdichado conocimiento de la historia y tendencias de la anexión, desearían ver la Isla ligada a los Estados Unidos. Pero los que han peleado en la guerra, y han aprendido en los destierros, los que han levantado, con el trabajo de las manos y la mente, un hogar virtuoso en el corazón de un pueblo hostil, lo que por su mérito reconocido, como científicos y comerciantes, como empresarios e ingenieros, como abogados, artistas, periodistas, oradores y poetas, como hombres de actividad viva y actividad poco común, se ven honrados dondequiera que ha habido ocasión para desplegar sus cualidades y justicia para entenderlos; los que con sus elementos menos preparados, fundaron una ciudad de trabajadores donde los Estados Unidos no tenían antes más que unas cuantas casuchas en un islote desierto; esos, más numerosos que los otros, no desean la anexión de Cuba a los Estados Unidos. No la necesitan. Admiran esta nación, la más grande de cuantas erigió jamás la libertad; pero desconfían de los elementos funestos, que como gusanos en la sangre, han comenzado en esta república portentosa su obra de destrucción…Amamos a la patria de Lincoln tanto como tememos a la patria de Cutting"  ". (75)
El Apóstol, partícipe de la Primera Conferencia Panamericana y testigo excepcional de sus inquietantes resultados, atentatorios a la futura soberanía de su patria natal y americana le conminan a escribir a su amigo Gonzalo de Quesada y Aróstegui, el 14 de diciembre de 1889, que…"…sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella y con el crédito de mediador y garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres, ni maldad más fría". (76)
Su  amor a la que llamó tempranamente “Nuestra América”  motivó el llamado constante a  la necesidad perentoria de la unidad, transido por el fervor del sueño bolivariano. Para el Apóstol…”… cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden universal sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra […] Los que se enseñan los puños, como hermanos celosos, que quieren los dos la misma tierra, o el de casa chica, que le tiene envidia al de casa mejor, han de encajar, de modo que sean una, las dos manos. Los que, al amparo de una tradición criminal, cercenaron, con el sable tinto en la sangre de sus mismas venas, la tierra del hermano vencido, del hermano castigado más allá de sus culpas, si no quieren que les llame el pueblo ladrones, devuélvanle sus tierras al hermano. Las deudas del honor no las cobra el honrado en dinero, a tanto por la bofetada. Ya no podemos ser el pueblo de hojas, que vive en el aire, con la copa cargada de flor, restallando o zumbando, según la acaricie el capricho de la luz, o la tundan y talen las tempestades; ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes. […]. Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña. La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”.  (77) 
Para agregar como…”… éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Éramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza. El genio hubiera estado en hermanar, con la caridad del corazón y con el atrevimiento de los fundadores, la vincha y la toga; en desestancar al indio; en ir haciendo lado al negro suficiente; en ajustar la libertad al cuerpo de los que se alzaron y vencieron por ella. Nos quedó el oidor, y el general, y el letrado, y el prebendado. La juventud angélica, como de los brazos de un pulpo, echaba al Cielo, para caer con gloria estéril, la cabeza, coronada de nubes. El pueblo natural, con el empuje del instinto, arrollaba, ciego del triunfo, los bastones de oro. Ni el libro europeo, ni el libro yanqui, daban la clave del enigma hispanoamericano. Se probó el odio, y los países venían cada año a menos. Cansados del odio inútil, de la resistencia del libro contra la lanza, de la razón contra el cirial, de la ciudad contra el campo, del imperio imposible de las castas urbanas divididas sobre la nación natural, tempestuosa o inerte, se empieza, como sin saberlo, a probar el amor. Se ponen en pie los pueblos, y se saludan "¿Cómo somos?" se preguntan; y unos a otros se van diciendo cómo son. Cuando aparece en Cojímar un problema, no van a buscar la solución a Dantzig. Las levitas son todavía de Francia, pero el pensamiento empieza a ser de América. Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura de su sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación. El vino, de plátano; y si sale agrio, ¡es nuestro vino!”.  (78)
Para el Apóstol, siempre estuvo presente como objetivo para la lucha y el sacrificio,  el sueño modélico de la patria que se aspiraba a construir con todos y para el bien de todos dado que… “…la revolución no es la que vamos a iniciar en la manigua, sino la que vamos a desarrollar en la República."  (79)
En el logro de tal onírico empeño la preservación de la identidad cultural  es requisito insoslayable pues, en su criterio virtuoso…"…en un pueblo no perdura sino lo que nace de él, y no lo que se importa de otro pueblo. Mas estos devaneos, copias, deseos honrados de introducir en el suelo patrio experiencias que en otro suelo han dado resultados felices, son inevitables, necesarios y útiles. Con el imperfecto ejercicio de la libertad que permiten, y de su choque mismo con las necesidades y espíritus reales de la patria, resulta el pueblo nutrido y preparado para ejercer luego la libertad de su propia y original manera." (80)
Martí dedicó especial importancia a la agricultura, como sostén  del basamento económico sobre el que se erigiera la República por fundar pues…"...la tierra nunca decae, ni niega sus frutos, ni resiste el arado, ni perece: la única riqueza inacabable de un país consiste en igualar su producción agrícola a su consumo. Lo permanente bastará a lo permanente. Ande la industria perezosa: la tierra producirá lo necesario. Debilítese en los puertos el comercio: la tierra continuará abriéndose en frutos. Esta es la armonía cierta. Esta es previsión sensata, fundada en un equilibrio inquebrantable." (81).
Para el Apóstol la legalidad en que esta se asentara es  la garantía que permita…"… el ejercicio general del derecho libre a los pueblos del dominio de los ambiciosos"  (82)…basada en que…"...la justicia, la igualdad del mérito, el trato respetuoso del hombre, la igualdad plena del derecho: eso es la revolución."   (83).
Quizás el documento donde más se explicita la aspiración martiana  a la República anhelada es en el Manifiesto de Montecristi (84) suscrito el 25 de marzo de 1895, redactado por éste y rubricado conjuntamente con el Generalísimo Máximo Gómez, en la ciudad del mismo nombre en la hermana República Dominicana. En éste se afirma como… “…la guerra no es en el concepto sereno de los que aun hoy la representan, y de la revolución pública y responsable que los eligió, el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la demostración solemne de la voluntad de un país harto probado en la guerra anterior, para lanzarse a la ligera en un conflicto sólo terminable por la victoria o el sepulcro, sin causas bastantes profundas para sobreponerse a las cobardías humanas y a sus varios disfraces, y sin determinación tan respetable por ir firmada por la muerte que debe imponer silencio a aquellos cubanos menos venturosos que no se sienten poseídos de igual fe en las capacidades de su pueblo, ni de valor igual con que emanciparlo de su servidumbre […]. La guerra no es contra el español, que en el seguro de sus hijos y en el acatamiento de la patria que se ganen podrá gozar respetado. Y aun amado, de la libertad, que solo arrollará a los que le salgan imprevisores, al camino. Ni del desorden ajeno a la moderación probada del espíritu de Cuba, será cuna la guerra, ni de la tiranía. Los que la fomentaron y pueden aun llevar su voz, declaran en nombre de ella, ante la patria, su limpieza de todo odio, su indulgencia fraternal para los cubanos tímidos o equivocados, su radical respeto al decoro del hombre, nervio del combate y cimiento de la República […]. En la guerra que se ha reanudado en Cuba no ve la revolución las causas del júbilo que pudieran embargar tal heroísmo irreflexivo, sino las responsabilidades que deben preocupar a los fundadores de pueblos”.  (85)
Su muerte en combate el 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, resulta su postrer y ejemplar tributo  a la conciencia de su pueblo y sus dirigentes a la vez que abre nuevas y complejas expectativas al acontecer cubano, más amenazado que nunca por la pérfida intervención norteamericana, con falso ropaje de ayuda solidaria, que en definitiva frustra el sueño del mambisado.