LAS NOCIONES DE SER HUMANO Y CIUDADANO EN LA FILOSOFÍA GRIEGA

LAS NOCIONES DE SER HUMANO Y CIUDADANO EN LA FILOSOFÍA GRIEGA

Diego Alfredo Pérez Rivas (CV)
Universidad Complutense de Madrid
diego.perez.rivas@ucm.es

 

3  El status del conocimiento político en el pensamiento sofista

Tres son al menos los tópicos que definen los postulados sofistas respecto al status del conocimiento político. En primer lugar, la capacidad innata de todos los seres humanos para acceder a aquel. En segundo lugar, la posibilidad de su enseñanza gracias a los métodos erístico y retórico. Y en último, la necesidad de que el conocimiento político pertenezca al terreno de la opinión.

Los postulados fundamentales de la escuela sofista solamente son comprensibles a partir de la didáctica mediante la cual impartían sus enseñanzas. Contrariamente a Platón y a Aristóteles, quienes consideraban en términos generales que el conocimiento político solamente podía ser adquirible por seres humanos que poseyeran facultades especiales, los sofistas estaban dispuestos a impartir su conocimiento a todos aquellos que pudieran pagarlo. Por lo mismo, y entre otras razones, llegaron a ser considerados como mercaderes del conocimiento, ya que no discriminaban a sus aprendices por factores cognitivos sino más bien monetarios.

Protágoras predicaba que lo que enseñaba era fundamentalmente la prudencia o buena voluntad en los asuntos privados y públicos. Presumía que dicho conocimiento servía esencialmente para administrar con beneficio las cosas del hogar y la ciudad.1 De tal manera, la enseñanza de la εὐβολία y de su uso para conseguir la excelencia en los asuntos ciudadanos era el objetivo para el cual disponía su adoctrinamiento. El diálogo de Protágoras de Platón da testimonio de la manera en la que los sofistas en general comprendieron el arte en el que decían especializarse. Con gran probabilidad uno de los aspectos que mayor relevancia tienen es aquel según el cual “Todo el mundo debe decir que es justo, lo sea o no; y a quien no simula la justicia, está loco, puesto que no hay nadie que no participe de la justicia a menos que deje de ser hombre”.2 Para los sofistas, cualquier persona, independientemente de su condición, raza, cultura o status social tiene las facultades cognitivas para aprender el conocimiento político, o bien, para expresar nociones de aquel.

El conocimiento político es visto por Protágoras como el producto de una concesión divina. Dicha concesión se expresa en dos facultades nocionales de las cuales no está provisto el ser humano de forma primigenia, pero que, sin embargo, determinan su vida en sociedad. El sentimiento moral o pudor y la noción respecto a la justicia son dos beneplácitos que reciben los seres humanos cuando Zeus se percata de que la especie es capaz de sucumbir frente a los peligros naturales que le acechan. De ahí precisamente que dichas facultades tuvieran que ser repartidas por igual entre todos y sin discriminación alguna. Opuestamente a un conocimiento epistémico que requiera rigor metodológico y sistémico, Protágoras hace consistir el conocimiento político en dos nociones que provienen de la parte sensitiva y emocional del ser humano. El ser humano es, por ello mismo, siempre un ciudadano en potencia, ya que posee esas dos nociones que le dan acceso a la vida pública.

Para Protágoras es prácticamente imposible que cualquier ser humano carezca de las dos nociones sociales que fueron concedidas por Zeus a la especie. Por el mismo motivo, en una idea vanguardista en su tiempo, considera que los preceptos legales y la administración de la justicia no sirven para castigar al infractor sino únicamente para corregirle. Opuestamente a una cierta visión jurídica según la cual los castigos a los infractores tienen como principio la venganza o restitución, pensadores como Protágoras pensarán que los castigos tienen como objetivo la readaptación social. Igualmente, piensa que el sistema jurídico no está hecho para compensar las injusticias cometidas, sino para prever la aparición de injusticias futuras.3

  Un aspecto que es importante señalar respecto al conocimiento político en los sofistas es el referente al καιρός o la situación.  Opuestamente a Platón, quien intentaba fundamentar axiomas universales para la vida política, los sofistas se opusieron a una generalización absoluta en la cual tuvieran cabida todos los sistemas políticos. Para los sofistas, dado que la vida política era el resultado de convenciones sociales, no se podía recurrir a un sistema filosófico en el que se tratará de explicar lo νόμος como si proviniera de loφύσις. Por eso pensaban que la vida, el conocimiento y el actuar político tenían que responder a las situaciones concretas y no a un esquema o paradigma universal. A grandes rasgos, el conocimiento político tendría que ser por necesidad algo diferente a lo epistémico, ya que dicho conocimiento es válido y verdadero en todos los lugares y tiempos, mientras que lo circunstancial tiene soberanía precisamente en su debido contexto. Por ello mismo, el καιρός tiene que ver con el cuándo (ὁπότε) y el dónde (ὃπου), ya que guarda una estrecha relación el tiempo y el espacio y hace referencia al entorno de todo ser y de toda acción.4

Detrás de la teoría del καιρός se encuentra la exigencia sofista para que los actos morales y políticos sean evaluados en situaciones concretas y no a través de paradigmas universales. Si para pensadores como Trasimaco todo aquello que es objeto de estudio del conocimiento político pertenece a las convenciones sociales, conceptos tales como la justicia, la belleza, y la bondad, vendrían a depender no de una serie de normas absolutas, sino de la aplicación de ciertos principios en los momentos oportunos. Para los sofistas en general el conocimiento político vendría a ser una mera opinión que es cambiable en cada uno de los regímenes de gobierno. De tal manera, la justicia en la democracia no será la misma a la justicia en la monarquía o en la aristocracia. Sin embargo, aunque pensadores como Platón y Aristóteles habían observado tal fenómeno y por lo mismo habían tratado de construir un aparato filosófico que encontrara la legitimidad absoluta de una forma de gobierno sobre otras, los sofistas consideraron que no existía elemento objetivo alguno para preferir una forma de gobierno específica a otra salvo la conveniencia o la utilidad. Es sobresaliente en ese aspecto el hecho de que Platón y Aristóteles apelen al bien común para determinar la diferencia entre formas rectas y desviadas de gobierno, ya que dicha apelación no aparece en cuanto tal en el pensamiento sofista.

Para Protágoras en especial, y para los sofistas en general, el único saber del cual puede hacer uso el ser humano de manera objetiva es el de la εὐδοξία. Contrariamente a un saber epistémico que se presume fijo, translúcido e inmutable, la buena opinión u opinión acertada requiere ser entendida en el plexo de circunstancias dinámicas e inestables. Por lo mismo, el acercamiento cognitivo que establece el ser humano con la realidad tendría que estar definido por una cierta ontología negativa que niega en el fondo la identidad del ser. Al negar dicha identidad del ser consigo mismo se niega la posibilidad de que pueda existir un conocimiento de la realidad independientemente del contexto. 

Gorgias es el sofista que de manera más amplia utiliza el concepto de καιρός y le proporciona una base teórica. Por ejemplo, en el diálogo Menón establece que la virtud y la justicia no pertenecen a la clase de los conceptos universales. Opuestamente a una visión uniforme en la que se establezca una cierta identidad para la virtud, propone que aquella es distinta en los hombres que en las mujeres, en los libres que en los esclavos, y en los infantes que en los adultos. Para Gorgias, la virtud es una de las disposiciones que son variables según la condición, la actividad y la edad, entre otros factores más.

El arte en el que presumía especializarse Gorgias era el de la persuasión (πειθώ). Al referirse a dicha actividad se expresa en los siguientes términos: “Toda la ciencia de las demás artes se ocupa, por decirlo así, de acciones manuales y otras actividades semejantes. De la retórica, en cambio, no sale ningún producto del trabajo manual, sino que toda su actividad y eficacia se efectúa por medio de palabras. Esa es la razón por la que yo considero a la retórica un arte versado en las palabras…”.5 De tal modo, el arte político, desde el punto de vista de Gorgias, consiste fundamentalmente en una actividad retórica que consiste en la capacidad de influir en las decisiones y actividades de los demás. De hecho, respecto a este aspecto en su famoso Encomio de Helena manifiesta que “La palabra es un poderoso soberano que, con un cuerpo pequeñísimo y completamente invisible, lleva a cabo obras sumamente divinas. Puede, por ejemplo, acabar con el miedo, desterrar la aflicción, producir la alegría o intensificar la compasión”.6

Tres son las tesis que defiende Gorgias para asentar su ontología negativa. Primeramente, que el ser no existe. Segundo, que en caso de existir es imposible su conocimiento. Y tercero, que en caso de ser posible su conocimiento es imposible su transmisión.7 De tal manera, en una primera instancia niega la realidad, en una segunda el rasgo epistemológico y en tercero el comunicativo. Al creer que no existen ni ideas, ni formas, ni especies que puedan ser transmitidas de forma objetiva optará por una solución retórica para apelar al grado de conocimiento al que puede acceder el ser humano: las opiniones y su transformación por medio de técnicas persuasivas.

Dado que el lenguaje no manifiesta la realidad, Gorgias considerará que no existe la posibilidad de asegurar la existencia de significados comunes en el lenguaje humano. De tal manera, el hablante nunca comunicará la realidad, en caso de existir aquella, al receptor del mensaje. Por lo mismo, pensará también que la realidad no es propensa a ser codificada en lenguaje, de la misma manera que el lenguaje no podría ser transformado en realidad. Lo único que puede hacer el retórico es construir opiniones convincentes y plausibles que conduzcan a la opinión del receptor a cambiar de forma y contenido. El conocimiento político consistirá, por lo mismo, en una serie de técnicas retóricas por las que, aprovechándose de las mociones humanas, se puede cambiar la percepción de una persona a favor de una opinión ventajosa para el hablante. El conocimiento político se ve reducido de tal manera a una serie de técnicas que sirven fundamentalmente para la manipulación.

El rasgo inconsistente del conocimiento político será el de la formación de opiniones, ya que a final de cuentas aquellas no pueden dar razón de las causas sino sólo apelando a la verosimilitud y plausibilidad. Por su parte, el rasgo consistente del conocimiento político, aquel que puede ser transmisible, es el que consiste en las técnicas de la persuasión. Lo único que puede aprender el hombre que se dedica a la actividad política será con toda seguridad la manera en la que haciendo uso de elogios, amonestaciones, apologías y reprensiones puede manipular la opinión del adversario. Por el mismo motivo, el conocimiento político, visto como técnica, se caracteriza por tres rasgos esenciales.

  1. El conocimiento político en tanto que retórica es un instrumento de manipulación y dominio.
  2. La palabra es capaz de persuadir y engañar, ya que influye en el alma provocando sentimientos y haciendo cambiar las opiniones.  
  3. La palabra es una forma de violencia.8

En suma, el conocimiento político se moverá en dos terrenos: uno negativo e inseguro, el otro positivo y de mayor consistencia. El conocimiento político consistirá siempre, en mayor o menor medida, en opinión. Dentro de estas opiniones no todas tendrán el mismo valor, pues habrá algunas que serán mucho más verosímiles que otras. Sin embargo, el conocimiento político, según este rasgo, nunca podrá hacer uso de elementos seguros para demostrar su universalidad.  Por lo mismo, todos los seres humanos se encontrarán capacitados, independientemente de sus facultades cognitivas, para expresar su percepción respecto al ordenamiento y administración de la ciudad. Todos los seres humanos podrán plantear opiniones plausibles para solucionar los problemas que aquejan a la vida en común, ya que Zeus concedió de tal sentimiento moral y de la noción de justicia a todos por igual.

El rasgo positivo y de mayor consistencia respecto al conocimiento político es la virtud que los sofistas enseñaban: las técnicas que componen a la retórica en tanto que persuasión. Aquel aprendizaje, contrariamente a la mera creación y manifestación de opiniones requiere estudio esmerado. Dicho conocimiento político se caracteriza por el estudio del lenguaje y de las situaciones concretas, así como del estudio de las pasiones humanas. El uso de la ἐπίδειξις o discursos persuasivos, el conocimiento de los τόποι o lugares comunes, así como el procedimiento a través de preguntas y respuestas fueron considerados siempre como los saberes técnicos que únicamente podían ser asequibles por medio de la práctica.

La sofistica en cuanto enseñanza era considerada la técnica de aquellos hombres que manejaban, manipulaban y tergiversaban el discurso siempre en su favor para obtener beneficios económicos y políticos. Por la misma razón, se les consideraba también incapaces de llegar a la “verdad”, en tanto que negadores del uno racional de lo social, político y filosófico. Para los sofistas, la “verdad” torna diferente, ya que es considerada una simulación social que puede ser siempre fabricada a través del discurso, del arte del controvertir.

Los sofistas eran partidarios de encontrar la razón de la verdad en la opinión social. La verdad, tal como la entendían, no es más que el producto de convenciones sociales. Por lo mismo, pensaban, contrariamente al idealismo platónico, que todo tipo de hombres bien educados podían tener acceso al terreno de la verdad. Parafraseando a Rafael del Águila, los sofistas fueron precursores e impulsores de la democracia, al no considerar, fundamentalmente, distinción alguna entre los distintos tipos de hombres. Bajo la idea de los sofistas, tanto esclavos como hombres libres podían tener acceso al arte de la verdad, de la persuasión, siendo correctamente instruidos.9 La verdad era para ellos cuestión de educación y no de fundamentos inmutables.

En pocos términos, la visión sofistica del conocimiento político fue considerada como la escuela de los demagogos, de aquellos que hablaban frente a las masas en actos particulares o públicos con el fin de persuadirlos acerca de tal o cual verdad. 10 Dicha escuela de pensamiento tenía como tesis básica: la no existencia de verdad universal y trascendental alguna, ya que consideraban el concepto “verdad” como un concepto humano, superficial y susceptible de ser fundamentado o destruido desde el discurso. Pregonaban que nada existía, y si algo existía no se podía conocer, y en caso de poderse conocer, no se podía comunicar. Esta visión se encuentra envuelta por una postura ontológica negativa, por la doctrina que postula la inexistencia de un tipo de conocimiento absoluto que se pueda obtener a partir del descubrimiento de las “esencias” o la verdad trascendente. “Son negativos por lo se refiere al conocimiento y a la creencia en los dioses”.11 El lugar de residencia de la verdad en los sofistas es la disertación.

1 Platón, Protágoras, 318 a-319 a.

2 Ibid, 323 a.

3 Ibid. 323 a y ss.

4 Sólana, Dueso, Op. Cit., p. 21.

5 Platón, Gorgias, 450 b.

6 Gorgias, Encomio de Helena, 8-9, en Sofistas: Testimonios y Fragmentos, pp. 205-207.

7 Ibid, pp. 75-91.

8 Calvo, Op. Cit., p. 96.

9 Para mayor información, revisar Del Águila, Vallespín (et al.), “Los precursores de la idea de democracia: la democracia ateniense”, en La democracia en sus textos, Alianza, Madrid, 2003, pp. 15-48.

10 En el diálogo Gorgias, se les denomina como seductores y aduladores, asimilando su tarea a la de los cocineros, que seducen a través del alimento.

11 Dilthey, Wilhelm, Historia de la Filosofía, 1996, p. 40.