EL DESARROLLO LOCAL COMPLEMENTARIO

Mario Blacutt Mendoza

Las clases medias urbanas y los pueblos indígenas

Cuando se escucha los discursos que los dirigentes indígenas pronuncian ante sus bases en las manifestaciones, marchas y bloqueos, se evalúa el daño que se hace a la economía nacional. Pero, cuando el DELC revisa la historia económica de Bolivia sólo puede decir: ¡Cuánto dolor, cuánto comportamiento perverso, cuánta expolia-ción que la clase parasitaria ha cargado sobre las espaldas y los espíritus de los pueblos originarios! Y ante la incapacidad de hacer algo para frenar las fuerzas arremolinantes que vienen desde el pasado, sólo nos queda la esperanza de que los dirigentes no deseen reeditar el error de las élites parasitarias; es decir, no quieran acudir al arbitrio con la pretensión de enderezar entuertos que sólo el tiempo puede, debe y sabe hacerlo. También nos queda la esperanza de que se entienda que la oportunidad de consolidar nuestro Estado exige la necesidad de que los indígenas, que ahora gobiernan el país, lancen lazos de acercamiento y de amistad a los miembros de las clases medias, en vez de acudir al inútil intento de plasmar algún revanchismo de tipo histórico. No vale la pena. Nuestros hijos y sus hijos apreciarán más el camino recorrido por la senda de la buena voluntad, que el intento de abrir derroteros usando la honda o el machete.

Es cierto que una buena parte de las clases medias del país, especialmente las urbanas, también han mostrado actitudes francamente racistas en contra de los pueblos indígenas. Esto es algo que nunca he podido comprender, puesto que entre los pueblos originarios y las clases medias urbanas nunca ha existido una contradicción antagónica, como la que ha tenido vigencia entre los hacendados del pasado o los neofeudales del presente y los indígenas. Ante un racismo gratuito como el que existe aún entre una buena parte de las clases medias urbanas en contra de los indígenas, es preciso acordarse de que quienes pertenecemos a las clases medias tenemos, en menor o mayor grado, ascendencia indígena, por lo que cualquier intento de racismo o desprecio contra los discriminados es un disparate que debe ser eliminado de nuestro comportamiento social. Es que no hay ninguna razón para ello; los indígenas no nos han hecho nada; al contrario, muchas veces nosotros sí les hemos hecho daño.Los grupos indígenas y las clases medias más bien estamos unidos por muchas percepciones comunes acerca del mundo objetivo y subjetivo. Todos trabajamos para lograr mejores niveles de vida, aunque todos sentimos que el fin de mes llega con las cuentas y que no siempre tenemos para pagarlas, pero todos deseamos vivir en armonía con la naturaleza, sin tratar de sobreexplotarla para colmar deseos consumistas. Todos somos más o menos parcos en el consumo y tenemos escalas de valores que priorizan las gratificaciones emocionales y sentí-mentales por encima de las que nos ofrece la acumulación incesante de dinero y de riquezas. Precisamente, es esta actitud la que nos separa de las élites expoliadoras.

Nosotros, el conjunto de las clases medias y los indígenas, trabajamos para elevar la calidad de vida de nuestras familias y gozar de los placeres que nos trae el nuevo día. Para nosotros, el ingreso mensual es sólo un medio para vivir mejor. Sin embar-go, para las élites, el ingreso se convierte en un status que supuestamente les otorga alguna superioridad sobre los demás, superioridad que nunca alcanzamos a entender por lo ridícula. Las élites de la expoliación viven para ganar dinero; especulan con el propósito de ganar más dinero y sobre ese dinero ganado, vuelven a especu-lar para ganar aún más. Ese vivir, basado en especular-ganar más-especular-para ganar aún más, es una espiral que los convierte en verdugos y torturadores de su propia existencia, pues hace que el fin y el medio sea uno solo, lo que convierte su vida en un torbellino de tribulaciones y de complejos que ninguno de nosotros quisiera tener.

Algún día, estas élites dejarán de especular; entonces tal vez sientan la verdadera alegría de vivir, la que nosotros sentimos todos los días. Mientras no se sometan a la disciplina del trabajo, el único medio por el cual la persona se realiza como tal, ten-dremos que decir: ¡Pobres ricos: con la alegría de vivir siempre ausente! ¡Pobres ricos: con la panza llena y el espíritu vacío!

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