La escuela del formalismo jurídico, como variante del positivismo  jurídico que tuvo su máxima expresión en el conocido autor, H. Kelsen, aportó  sólidos argumentos con respecto a la necesidad y la viabilidad de construir el  ordenamiento jurídico sobre la base de presupuestos de sistemática. A partir de  esa formulación se ha insistido en la correcta estructuración del conjunto de  normas que conforman las diferentes ramas jurídicas, a partir del criterio de respeto a la jerarquía de las normas y de  la imprescindible coherencia que deben  guardarse las normas entre sí, para que del Derecho, pueda hablarse como de un  sistema.
  Luego entonces, acerca de la construcción sistémica de las ramas  jurídicas pudiera hablarse en dos planos: en un plano estrictamente formal que  tiene que ver con la correcta estructuración de su sistema de fuentes formales,  sobre la base del ya apuntado criterio de jerarquía. Y en otro plano más  objetivo, que tiene que ver con la coherencia interna entre las normas que  conforman las diferentes disposiciones jurídicas en esa esfera concreta, ello  supone precisamente, que el contenido de todas las normas en ese campo, opere  lógicamente a partir de la misma base conceptual.
  Acerca del Derecho Agrario cubano, en otros trabajos ya se ha señalado  la deficiente construcción sistémica en el plano formal, que se manifiesta en  el exceso normativo, la fragmentación normativa, en determinadas instituciones  la degradación normativa, la sobrerregulación, frecuentes lagunas y colisiones.1 A ello pudiera sumarse, la ausencia  de una norma marco sobre la actividad agropecuaria, esto es, sino de un Código,  al menos de una Ley Agraria.
  De otra parte, se han venido revelando los problemas que tienen que ver  con la falta de unidad conceptual y la ausencia de regulación legal sobre los  conceptos básicos del Derecho Agrario.
  De todo lo cual deriva la solución sobre la necesidad de proceder a una  reconstrucción sistémica del Derecho Agrario cubano, abarcando las dos  dimensiones señaladas: la referida a los aspectos jurídico formales y la que se  refiere a dotarlo de unidad conceptual a partir del concepto central de  actividad agropecuaria.
  A primera vista resulta apreciable el hecho de que no aparecen recogidos  en las normas jurídicas agrarias vigentes en Cuba, algunas de las definiciones  sobre de los conceptos básicos que sostienen la existencia autónoma del Derecho  Agrario como rama normativa, entre ellos, los de actividad agropecuaria,  producto agropecuario, empresa agropecuaria, cooperativa agropecuaria2 y otros, y como ya se ha apuntado, en  algunos casos las definiciones que se ofrecen no son satisfactorias. Este  problema está asociado a la ya aquí comentada inexistencia del desarrollo  teórico suficiente en cuanto a tales conceptos a nivel de la ciencia jurídica  agraria cubana.
  Estimo que, en buena medida, los problemas apuntados comenzarían a  hacerse solubles, brindando una definición por vía legal sobre lo que debe  entenderse por actividad agropecuaria, por producto agropecuario y por otros  conceptos básicos del Derecho Agrario, tales como contrato agrario, etc. En  este último sentido, habría que rescatar para el Derecho Agrario a la noción  del contrato agrario. Por otra parte habría que rescatar también para el  Derecho Agrario a muchas actividades agrarias conexas, y particularmente a  actividades como la acuicultura y la acuacultura. 
  En este sentido es oportuno tomar en consideración que una de las  tendencias apreciables en la elaboración normativa de las últimas décadas, a  nivel internacional consiste en la inclusión de definiciones básicas sobre los  conceptos empleados en las normas. Nadie cuestionaría el valor de tales  definiciones para comprender las leyes en campos jurídicos tan especializados  como la legislación sobre telecomunicaciones, informática, seguridad nuclear,  seguridad química o biológica. 
  Se ha dicho también que la  inclusión en las leyes, de las definiciones básicas, como cuestión de técnica  legislativa debería ser algo obligatorio para el legislador, tratándose de  materias caracterizadas por su alta especialización técnica como las ya  aludidas, así como también en los casos en que se utilicen frases o términos  equívocos, ambiguos y polisémicos.
  A favor de esta posición se ha expresado J. R. Capella, cuando  señala que:
  Dada la vaguedad  característica de los términos del lenguaje natural, el Derecho procede a  tecnificarse mediante definiciones que introducen expresiones cada vez más  abstractas. (…) En principio la presencia de definiciones en el lenguaje legal  resulta beneficiosa al beneficiarlo y en cierto modo sustraerlo a las  fluctuaciones del lenguaje corriente…3
  
  Algunos cuestionan, sin embargo esta tendencia, señalando que las leyes  o códigos no pueden convertirse en diccionarios, pues se volverían muy extensos  y que para ofrecer definiciones están los diccionarios y los libros. 
  A favor de la formulación legal de las definiciones básicas se pueden  ofrecer argumentos irrefutables, como que en realidad los diccionarios ofrecen  generalmente varias definiciones sobre las cosas y que califican como sinónimos  a términos cuya sinonimia se produce sólo en determinados contextos específicos  y que en cuanto a los libros de doctrina, es verdad también que muchos autores  se han expresado favorables al valor que  tiene la doctrina científica para la  labor de tales operadores.4 
  Pero el problema es que los  conocimientos y proposiciones teóricas que se ofrecen en las obras científicas  no tienen fuerza vinculante para el operador jurídico, aun y cuando se supone  que tales definiciones son el producto de los avances de las ciencias jurídicas  y de las no jurídicas en el estudio de las cuestiones objeto de regulación por  parte del Derecho.
  En virtud de lo expresado, se puede concluir en que la inclusión de las  definiciones legales, sobre todo si tales definiciones son recogidas en el texto  normativo de mayor rango, tendría varias ventajas consistentes en que:  implicaría una línea interpretativa obligatoria para los operadores,  posibilitaría la uniformidad en la interpretación por parte de los operadores de  los preceptos jurídicos, favorecería la unidad sistemática de las ramas  jurídicas, contribuiría a la mejor comprensión de las normas por los  destinatarios, todo lo cual acarrearía mayores niveles de realización del  principio de seguridad jurídica, además de obtenerse beneficios para la  didáctica del Derecho.
  En el orden socio-jurídico y político la solución del problema  planteado, de lograr la reconstrucción sistemática del Derecho Agrario cubano a  través de la asimilación del concepto de actividad agropecuaria y a partir de  ello, el empleo de un sistema de conceptos y definiciones uniformes, puede  contribuir a mayores niveles de realización de  los principios de legalidad, seguridad jurídica e igualdad, además de  apoyar la materialización del principio de justicia agraria, como presupuesto  indispensable para lograr el cumplimiento de los fines del Derecho Agrario.
1 Ver Rolando Pavo Acosta: “La Codificación del Derecho Agrario cubano en el nuevo milenio: un debate necesario”, p. 205.
2 Ver Avelino Fernández Peiso: El fenómeno cooperativo y el modelo jurídico nacional. Propuesta para la nueva base jurídica del cooperativismo en Cuba, pp. 68 y 69.
3 Juan Ramón Capella: El Derecho como lenguaje; un análisis lógico, pp. 257 y 274.
4 Ver Fernando Diego Cañizares Abeledo: Teoría del Estado, p.87 y Manuel Atienza: Las razones del Derecho. Teorías de la Argumentación jurídica, pp. 20-21.
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