POBREZA, DESARROLLO Y POLÍTICA SOCIAL EN MÉXICO

Hilario Barcelata Chávez

CONCEPTO Y MEDICIÓN DE LA POBREZA

La pobreza degrada y destruye, moral, social y biológicamente al más grande milagro cósmico: la vida humana. La existencia de la pobreza es una aberración de la vida social; un signo evidente del mal funcionamiento de la sociedad. Hoy voy a hablar del tema de la pobreza y, en particular, de su concepto y medición, aspectos a los que he dedicado la mayor parte de mi tiempo y de mi interés durante los últimos 25 años y en los cuales he desarrollado las aportaciones que movieron a profesores y autoridades del Colegio de Posgraduados a otorgarme el doctorado honoris causa, que hoy orgullosamente recibo.
La forma como se aborda la medición de cualquier fenómeno refleja el nivel de desarrollo teórico y conceptual alcanzado. A diferencia de otros campos, donde los fenómenos estudiados y medidos, como la distancia entre dos cuerpos celestes o el nivel del PIB, son moralmente neutros, en el caso de la pobreza interviene inevitablemente una dimensión moral y ética. La medición de la pobreza conlleva siempre dos elementos: uno positivo (o empírico) y otro normativo. El positivo se refiere a la situación observada de los hogares y personas, mientras el normativo se refiere a las reglas mediante las cuales juzgamos quién es pobre y quién no lo es. Estas reglas expresan el piso mínimo debajo del cual consideramos que la vida humana pierde la dignidad.
Al establecer el umbral (o umbrales) de la pobreza, las personas y las instituciones se retratan de cuerpo entero. Parafraseando un dicho popular podemos decir "dime qué umbral de pobreza defines y te diré quién eres". En efecto, cuando el Banco Mundial (BM) define un dólar por persona al día como umbral o línea de pobreza, no sólo excluye de su lema central, que es algo así como "reducir la pobreza en el mundo", a la inmensa mayoría de los pobres del planeta, sino que está mostrando su concepción del ser humano, al reducirlo a la categoría de animal, ya que, en efecto, ese ingreso alcanzaría, en el mejor de los casos, para mal alimentar a una persona, quedando todas las demás necesidades insatisfechas. Con ello, el BM niega todos los demás derechos sociales, ya que sostiene, implícitamente, que los seres humanos sólo tienen derecho a la alimentación. Muchos economistas, particularmente los neoliberales, tienen la misma actitud de desprecio a los derechos de la mayoría. Algo similar, aunque no tan extremo, podemos decir de la Cepal y del gobierno de México.
La búsqueda sistemática de fundamentos para la definición del umbral de la pobreza necesita un entendimiento profundo de la esencia humana, lo cual exige un enfoque fundado en la antropología filosófica. Una respuesta a la pregunta sobre la esencia humana permite abordar la pregunta sobre las necesidades y potencialidades del ser humano. Al hacerlo abordamos ya los elementos constitutivos del florecimiento o del bienestar humano. Debemos ahora contestar si es en este eje conceptual donde tenemos que hacer el corte que distingue los pobres de los no pobres. Mi respuesta es negativa; pienso que debemos llevar a cabo un recorte que nos permita pasar a otro eje, el del nivel de vida para en él llevar a cabo el corte. La diferencia entre ambos ejes consiste en que en el del florecimiento está el ser humano completo, con todas sus necesidades y capacidades, mientras que en el del nivel de vida están solamente los elementos económicos de dichas necesidades y capacidades. Necesidades humanas enteras, como el amor, o capacidades como la creatividad, que no dependen (al menos de manera directa y obvia) de recursos económicos, quedan eliminadas al pasar del primer eje conceptual al segundo. Con ello, acotamos la pobreza, concebida como un nivel de vida tan bajo que resulta incompatible con la dignidad humana, tal como se le acota en el lenguaje de la vida cotidiana, para que no incluya todos los sufrimientos humanos. La niña hija de millonarios que está muy sola, no es una niña pobre, sino una niña sin afecto, sin amor.
¿Por qué no empezar entonces directamente en el eje del nivel de vida? Esto es, en efecto, lo que hacen casi todos los estudiosos de la pobreza y se hace evidente en la medición de la pobreza por ingresos, que implícitamente recorta todas las dimensiones de la vida que no estén relacionadas con los recursos económicos. He llegado a la convicción de que este camino directo y obvio impide acceder a una concepción fundamentada de los elementos constitutivos del eje del nivel de vida y del punto de corte que separa los pobres de los no pobres. Entre otras razones que obligan a dar el rodeo que lleva a preguntarnos sobre la esencia humana, está el hecho que el ser humano es una unidad indisoluble y que no podemos entenderlo fragmentándolo de entrada. Por eso, la pobreza, entendida como las carencias y sufrimientos humanos que se derivan de las limitaciones de recursos económicos que conlleva una visión parcial del ser humano, sólo puede tener sentido si se derivan de una concepción integral de la humanidad.
Una lectura magistral de la concepción del ser humano de Marx, realizada desde la perspectiva de la antropología filosófica por Giörgy Markus, permite entender cómo el carácter mediado del trabajo humano (es decir, que se dirige a la satisfacción de las necesidades humanas de manera indirecta a través de mediaciones), y que contrasta con la bestia que aprehende directamente la presa que le sirve de alimento, origina la posibilidad de la ampliación constante de las actividades humanas hasta hacerlas universales, con lo cual el ser humano convierte en objetos de su actividad, de sus capacidades y necesidades, toda la naturaleza y los objetos no naturales creados por él mismo. De aquí se deriva un rasgo esencial del ser humano: su tendencia a la universalidad, que se manifiesta en la ampliación constante de las necesidades y capacidades humanas.
Para Marx es este carácter mediado del trabajo lo que hace posible la historia humana, no sólo porque permite la acumulación de herramientas y otros medios de producción, de manera que las nuevas generaciones pueden partir del punto al que llegaron las anteriores, sino también porque el carácter mediado del trabajo humano hace posible, al superar la fusión animal entre sujeto y objeto de las necesidades, la conciencia del ser humano respecto al mundo que lo rodea y la conciencia de sí mismo, derivando de aquí otro rasgo esencial del ser humano, la de ser conciente, conciencia que tiende a la universalidad, por lo que el ser humano es un ser con conciencia potencialmente universal.
La historia del ser humano puede ser vista, al menos para el conjunto de la especie, como la constante universalización del ser humano, en su actividad, en sus capacidades, en sus necesidades y en su conciencia. Por tanto, para Marx, el ser humano rico es el que necesita mucho y el pobre el que necesita poco. Si aplicamos esta concepción, llegamos a un doble criterio de pobreza: el ser pobre y el estar pobre. Los individuos que necesitan poco son pobres. Los que además no satisfacen estas reducidas necesidades están pobres. Los que son y están pobres estarían en la peor condición humana. En el otro extremo, los que necesitan mucho y, además, satisfacen esas amplias necesidades, son y están ricos. Este enfoque no ha sido aplicado. Ni siquiera se ha discutido en la amplísima bibliografía sobre la pobreza. Lo que normalmente hacemos es suponer un conjunto de necesidades iguales para todos los miembros de una sociedad y después cotejamos su grado de satisfacción. Nos situamos con ello sólo en la dimensión del estar pobre.
El psicólogo Abraham Maslow, autor de la muy conocida teoría de la jerarquía de las necesidades humanas, sostiene que cuando una necesidad (el hambre, por ejemplo) está insatisfecha, domina al organismo a tal grado que todas las demás necesidades desaparecen y el organismo en su conjunto se vuelve un organismo hambriento. Al estudiar su obra llegué a la conclusión que su teoría y la de Marx-Markus son compatibles en un punto central. Maslow sostiene que los instintos son inexistentes en el ser humano, que todas las necesidades humanas pueden calificarse como instintoides, ya que de los tres elementos que conforman un instinto, el impulso, la actividad y el objeto, el ser humano hereda solamente el impulso, mientras que las actividades y los objetos tienen que ser aprendidos. Aunque al menos en un caso, el de la succión del recién nacido, la tesis de Maslow se ve negada, me parece que es en general válida. Su visión tiene gran coincidencia con la de Marx-Markus, ya que el animal que fabrica herramientas, tal como definió Benjamín Franklin al ser humano, lleva a cabo por definición una actividad no instintiva, sino inventada por el hombre, una actividad que supone la ruptura de la fusión del animal con el objeto de sus necesidades. La ruptura de la actividad orientada directamente a la satisfacción de necesidades, lo que constituye para Marx el rasgo más esencial del ser humano, es al mismo tiempo la ruptura del dominio del ser por el instinto, su transformación en actividad instintoide, lo que significa un salto gigantesco en términos de libertad. Sin embargo, si nacemos con impulsos congénitos, está claro que al menos una parte de nuestras necesidades están determinadas biológicamente y, por tanto, nuestra libertad empezará siempre donde acaban nuestras necesidades. ¿Por qué ocurre la ruptura? Ninguno de nuestros dos autores tiene la respuesta. Ambos constatan el papel central de dicha ruptura para entender la esencia humana. El enfoque biológico sicológico de Maslow y el antropológico filosófico de Marx-Markus llevan a la misma conclusión central.
Este es el tipo de reflexiones y de hallazgos que he encontrado en ese rodeo por el eje conceptual del florecimiento humano. Como resultado ideal de estas reflexiones aspiro a llegar a una concepción del ser humano, de sus necesidades y capacidades como elementos constitutivos del eje del florecimiento humano. Tal como lo veo en este momento, cuando estoy involucrado en una tarea a fondo en estos aspectos, los elementos constitutivos de este eje están dados por el conjunto de las necesidades y capacidades humanas, conjunto al que Marx llamó las fuerzas esenciales humanas. Existe una amplia bibliografía sobre las necesidades humanas, pero es mucho más escasa la referida a las capacidades humanas, campo además oscurecido por el desafortunado uso, por parte de Amartya Sen, del mismo término, capacidades, para referirse a las opciones de realizaciones (que entiende como las dimensiones del ser y del hacer). De esta manera, quien quisiera construir una teoría completa sobre el eje del florecimiento o bienestar humanos, fundada en la concepción de las fuerzas esenciales humanas, encontraría muchos apoyos por el lado de las necesidades pero mucho menos por el de las capacidades.
Pero terminada esta construcción conceptual nos daríamos cuenta de que apenas comenzamos el camino si nuestro interés es la pobreza. Tenemos que resolver todavía el recorte para pasar al eje del nivel de vida y el del corte que separa los pobres de los no pobres
En el eje del nivel de vida debemos conservar aquellos elementos del eje de bienestar que dependen de recursos económicos (o escasos) para su satisfacción. Con ello introducimos un nuevo concepto, el de recursos, que juega un papel central en el concepto de pobreza. El ser humano, como todo ser vivo, requiere objetos externos para vivir: los más obvios son el agua y los alimentos y los que lo protegen de las inclemencias del tiempo, como la ropa y la vivienda. Para obtener estos objetos externos se requiere un esfuerzo productivo, recursos económicos. De la enunciación de estos ejemplos resulta evidente que el nivel conceptual adecuado para llevar a cabo este recorte no es el de las necesidades, que es un concepto amplio, abstracto, sino el de los satisfactores.
Podemos distinguir tres tipos de satisfactores de las necesidades humanas: los bienes y servicios, las relaciones y las actividades. Para algunas necesidades como la alimentación, los satisfactores clave son bienes; para otras, como la atención a la salud, son bienes y servicios; para las necesidades afectivas, en cambio, los satisfactores centrales son las relaciones; hay otras necesidades, particularmente las de autoestima y autorrealización, para usar términos del sicólogo Abraham Maslow, autor de la más famosa teoría sobre las necesidades humanas, cuya satisfacción se deriva sobre todo de la propia actividad del sujeto.
Sin embargo, en casi todos los casos, aparte del satisfactor central intervienen satisfactores complementarios. Por ejemplo, en todos los casos mencionados se requiere también que el individuo invierta tiempo personal. En algunos casos éste es un satisfactor secundario, como el tiempo que dedicamos para comer o para ir al médico; en otros casos cobra mucha mayor centralidad, como en el tiempo requerido para cultivar las relaciones, y es la otra cara de la moneda (el recurso invertido) en los casos en los que el satisfactor central es la actividad que sustenta la autoestima y la autorrealización o desarrolla los conocimientos y capacidades propias. En algunos casos, las costumbres determinan que algunas relaciones sólo puedan ocurrir si se aportan ciertos bienes o una cantidad de dinero, como ocurre con las dotes matrimoniales.
De lo dicho se derivan dos conclusiones. Por una parte, que a los tres tipos de satisfactores analizados se tiene acceso a través de distintos tipos de recursos. A los bienes y servicios se accede mediante cuatro de las seis fuentes de bienestar de los hogares: el ingreso corriente, los activos básicos y no básicos, y el acceso a bienes y servicios gratuitos. Los recursos clave para las relaciones y las actividades, en cambio, son el tiempo y los conocimientos y habilidades. Por otra parte, que incluso las necesidades concebidas como inmateriales pueden requerir recursos económicos para su satisfacción. Que, por tanto, en el eje del nivel de vida están presentes prácticamente todas las necesidades humanas, pero sólo en su dimensión económica. Si esta conclusión fuese correcta, habríamos mostrado que la pregunta planteada en la entrega anterior sobre la viabilidad de abordar el problema directamente en el eje del nivel de vida, sin pasar por el del florecimiento humano, que es el camino adoptado por casi todos los estudiosos de la pobreza, es incorrecto.
Logrado así el recorte, falta preguntarnos cómo hacemos el corte, cómo determinamos el nivel de vida mínimo requerido para no ser pobre, el umbral de la pobreza. La actitud tomada por los economistas ortodoxos, que dominan el pensamiento en la materia, sobre todo en Estados Unidos y en muchos organismos internacionales, es la de minimizar la importancia del corte al que conciben como un acto arbitrario del investigador. Mi postura es que las normas o reglas para saber quién es pobre y quién no lo es tienen existencia social objetiva y que la tarea del investigador es conocerlas y sistematizarlas. Esta es similar a la postura adoptada por Amartya Sen en su libro Poverty and Famines cuando señala que "describir las prescripciones existentes no constituye un acto de prescripción, sino de descripción". Es un asunto normativo, pero las normas no las define el investigador, sino que son normas actuantes en la vida cotidiana de la gente. Por eso el profesor Sen cita con frecuencia a Adam Smith, padre de la economía política, quien en el siglo XVIII hacía notar que "un trabajador respetable se sentiría avergonzado si tuviera que presentarse en un lugar público sin una camisa de lino o sin zapatos de cuero". Estos bienes se convierten en componente del umbral de pobreza. Smith nos da aquí una pista para reunir elementos requeridos para el corte: averiguar qué nivel de vida (en alimentación, en vivienda, en vestido, en todo lo demás) avergüenza a las personas y cuál no.
En principio, y aquí el maestro es Marx, para acometer esta tarea es necesario partir de una comprensión de las relaciones entre producción y necesidades. Se trata de dos polos de una unidad que se determinan mutuamente, aunque la producción domina sobre las necesidades, ya que en última instancia es el desarrollo de sus capacidades productivas lo que determina sus necesidades. En una sociedad productora de zapatos de cuero, las personas que carezcan de ellos se sentirán avergonzadas.
En la era de la globalización, sin embargo, estas normas son cada vez más universales. Al hacerse global la producción se globalizan las necesidades, al menos como tendencia. Además, los organismos internacionales fijan normas de aplicabilidad universal y los gobiernos suscriben declaraciones sobre los derechos humanos. Estas son fuerzas y tendencias que impulsan la fijación de umbrales generosos, opuestos a los umbrales avaros que niegan la multiplicidad de los derechos y de las necesidades humanas y que reducen al ser humano a la calidad de animal. Es evidente que hay suficientes bases para que la definición del umbral no sea un acto arbitrario del investigador, sino resultado de una investigación sistemática de las prescripciones sociales existentes.
Ahora bien, debemos preguntarnos cuáles son los elementos sobre los cuales hay que operar el corte. En la bibliografía sobre la pobreza hay una tensión constante entre la pobreza definida como nivel de vida bajo y pobreza definida como recursos inadecuados o insuficientes. Según David Gordon, para Peter Townsend la pobreza es la insuficiencia de recursos, lo que causa un nivel de vida inadecuado que significa carencias, privación. Otra postura posible define la pobreza como privación, como la presencia misma de las carencias.
Quienes como Townsend definen pobreza como insuficiencia de recursos, operan el corte en esta dimensión. Quienes tienen menos de un cierto nivel de recursos son pobres. Quienes adoptan la otra postura y definen la pobreza como privación, buscan los indicadores directos de privación: falta de agua potable o de drenaje, bajo nivel educativo, desnutrición, hacinamiento y baja calidad de los materiales de la vivienda, no participación en actividades acostumbradas en la sociedad, etcétera.
La postura aparente en mi práctica de medición a través del Método de Medición Integrada de la Pobreza es una combinación de las dos posturas anteriores, ya que combino indicadores directos de privación con indicadores indirectos de recursos, entre los que incluyo el tiempo disponible en el hogar para trabajo doméstico y educación, y tiempo libre. Sin embargo, conceptualmente mi postura está más cerca de la de Townsend, porque igual que él concibo la pobreza como las carencias humanas derivadas de las limitaciones de recursos económicos, aunque entre los recursos económicos incluyo el tiempo y otros recursos como el acceso a servicios gubernamentales gratuitos, lo que no hace ese autor. Como él tengo claro que los recursos son un medio, que lo que importa es el nivel de vida y que es sólo en esta dimensión donde podemos establecer ese piso mínimo que separa los pobres de los no pobres, la vida indigna de la digna.
A diferencia de este gran conocedor del tema de la pobreza, que busca en las relaciones empíricas observadas entre ingresos y privación el umbral mínimo en términos de ingresos para que la población no sufra carencias generalizadas, reduciendo con ello el concepto de recursos al de ingresos, he adoptado una postura mucho más normativa, que busca definir en cada dimensión del quehacer humano una norma, en la medida de lo posible basada en prescripciones sociales observables.
Concibo una gama amplia de recursos los que, en un sentido más amplio que como meros medios, he denominado fuentes de bienestar de los hogares: ingresos corrientes, activos básicos y no básicos, acceso a bienes y servicios gubernamentales gratuitos, conocimientos y habilidades y, por último, su tiempo disponible para trabajo doméstico, educación y tiempo libre. A partir de aquí estructuro un enfoque en el que combino la información sobre las seis fuentes de bienestar de manera pragmática para identificar algunas carencias directamente, porque es la manera más adecuada de hacerlo (por ejemplo las características de la vivienda) o porque es imposible hacerlo de otra manera (el nivel educativo de las personas), y en otros casos cuantifico los recursos disponibles y los cotejo contra normas derivadas de las condiciones de vida pero expresadas también en términos de recursos (es lo que hago, por ejemplo, en materia de ingresos y tiempo). El criterio de pobreza que he adoptado es que es pobre aquel hogar que dadas sus fuentes de bienestar no puede satisfacer sus necesidades, por más eficientemente que las use.

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