NATURALEZA DE LA PLANEACIÓN ECONÓMICA. RECUENTO DE LA PLANEACIÓN ECONÓMICA EN MÉXICO Y EL MUNDO.

Rodrigo Hernández Gamboa

Capítulo VI. El impacto de la planeación en la eficacia de la función gubernamental.

En este capítulo se abordara la funcionalidad de planeación así como sus limitaciones en los diferentes paradigmas existentes. También se reafirmaran argumentaciones con referencia a la planeación en México y sus significados.

1.1.- Funcionalidad, criticas y argumentaciones sobre la planeación.

La planeación termina por ser una herramienta de la económica política y  por ende del Estado en su faceta reguladora de las consecuencias del modo de producción existente. Su función radica en transformar las fuerzas productivas y fungir como agente del cambio social. Este es un escueto resumen de su tarea, aunque no es la totalidad ni tampoco lo pretende ser. Sólo es la referencia por la que se trazara las argumentaciones posteriores.
La planeación no puede ser una recolección de objetivos gubernamentales que expliquen su funcionamiento para actuar de acuerdo con los mismos, pues esto resultaría ser una simple agenda de gobierno burocratizada, que no denota cualidades especiales mayores que la simple exposición de tareas y la organización de los ordenes de gobierno. Es ahí donde radica su inevitabilidad, el gobierno se tiene que plantear tácitamente o en un marco muy especifico su tarea, sus objetivos y sus alcances, pero no por ello hace referencia a una planeación en su contenido, no por ello se desenvuelve con un planteamiento planificador. Es decir, si el gobierno plantea la necesidad de construir infraestructura, hacer un nuevo Ministerio, contratar personal para otro, calcular las cifras macroeconómicas, reforzar la vigilancia en puntos determinados, etc. hacer tareas de gobierno que exigen un ejercicio de planteamiento del problema, previsión de sus resultado y costos, no hacen referencia a un ejercicio de planeación, si tal vez de manera común, pero no en su forma teórica de economía política que hemos venido remarcando. Son sólo hechos que sin duda refuerzan esta confusión en los gobiernos, intencionalmente o no. Y la inevitabilidad de la planeación se puede plantear desde esta óptica, que no necesariamente concuerda una planeación económica de desarrollo y si en una simple ejercicio de gobierno.
“La planificación queda convertida en una simple técnica al alcance de cualquier país, empresa o individuo…la planificación no es más que un proceso natural mediante el cual la persona determina en su mente las acciones que va a realizar en el futuro” (Guillen Romo, 1983:15)
La planeación es un ejercicio racional que plantea mayores habilidades y que tiene otros espacios de desenvolvimiento que una simple organización y previsión gubernamental que no hace referencia a esta faceta en su complejidad. En gran medida esta confusión es expresamente causalidad de una subordinación de la teoría sobre el contexto, es decir, la planeación es concebida conforme a un ejercicio en ciertos espacios, aprovechándose de su ambigüedad digamos social. No es una expresión que se acote al ámbito de económica política, sino que se expresa en la cotidianidad, haciendo referencia a un simple acto de prevenir, tal vez con ciertas limitaciones, pero que no se expresa en la totalidad en la que el Estado actúa.
Pero retomando el debate, se puede expresar a la planificación de dos maneras divergentes, aunque las dos analizan con prolijidad y con cierta sensatez el asunto.   
El Estado como un aparato burocrático, político, ideológico y militar en el que se desenvuelve la condensación de la lucha de clases y que se encuentra en constante movimiento, actúa en la economía conforme a las consideraciones que se asimilen en la condensación de estas luchas, es decir, actuando a la par de la clase domínate, sin desconocer su autonomía relativa. Siendo esto así, la eficacia y eficiencia de la planeación como un instrumento de política económica pasa por obtener los resultados y prever los recursos necesarios para lograrlos. Es decir, la planeación en una económica capitalista sirve para lograr que esta clase dominante que actúa dentro del Estado concrete sus objetivos, pero sin descuidar ni desconociendo los recursos necesarios para lograrlos (fuerza de trabajo, recursos naturales, etc.), siendo estos recursos en mayor o menor medida tendientes a la clase dominante, pero siempre con el propósito de lograr su fin último que es la valorización del capital. Esto dentro de la concepción más determinista que me parece no del todo errada, pero que encapsula toda la noción planificadora en un simple instrumento de la clase dominante sin entrar en más intrincadas descripciones.
La otra noción se desplaza por su funcionalidad dentro del modo de producción preponderante, es decir, no se sintetiza en su esencia, como lo explica lo anterior concepción, sino que investiga su conducta y lo sistematiza. La planeación, es pues la reunión de datos fundamentales para analizar minuciosamente las circunstancias que conduzcan a su vez a plantearse objetivos de largo o mediano alcance y que tenga por fin último el resolver los problemas sociales y económicos racionalizando los recursos económicos, naturales y humanos para lograr un desarrollo integral. Termina por ser un proyecto global en el que convergen los intereses individuales y colectivos para conciliar las relaciones económicas y productivas en la acción del Estado como agrupador del interés general. Su eficacia y eficiencia se plantean conforme a que estos objetivos, que se concretan en resolver los problemas económicos y sociales, y en neutralizar los antagonismos de producción, se concreten. Este planteamiento refuerza algunas conductas que estas por demás discutibles, como serían, el de conciliar las relaciones de producción, el del Estado como garante del interés general y que la planeación concluya dentro armoniosa esfera económica.
La planificación en el modo de producción existente tiene que ser explicada como un recuento de los recursos disponibles que proponga objetivos a mediano y largo plazo con el fin de dinamizar el desarrollo económico y social de una región determinada.
Sin desconocer las otras dos concepciones, creo que se entendería mejor el fenómeno si logramos extraer la intención primaria del plan en todas sus facetas. Y su eficiencia y eficacia de la planeación en la función gubernamental radica en que este instrumento de política económica funja como medio para obtener los resultados que se quieren. Es decir, la planeación como dinamizador del desarrollo nacional actúa como promotor del deseo gubernamental de mejorar las capacidades sociales que se expresan en la cotidianidad. Es así que no se debe de desconocer a la planeación como un medio, si no esencial, si funcional para lograr las capacidades productivas que se requieren en una situación determinada.
La noción que empleó con mayores entusiasmos a la planeación como categoría histórica fue el marxismo, en el que la planificación fungía como administrador de la propiedad social de los medios de producción dejando de lado el carácter anárquico de la producción. Los liberales concebían a la planificación como un instrumento que corrompía las intencionalidades del mercado, aunque lo requerían para combatir los monopolios que ya se vislumbraban. En cambio las nociones Keynesianas coincidían en una planificación indicativa sin carácter de obligatoriedad aunque con grades propósitos de incidir en las relaciones económicas. Es decir, las tres grandes teorías económicas de pensamiento que hemos aludido integraron una noción específica de la planificación, sus fuerzas, sus debilidades, sus quehaceres y su poder. Pero no discutieron su funcionalidad en algún aspecto de la acción gubernamental, esto nos puede demostrar que es innegable su concepción como factor de regulación de las consecuencias del modo de producción y por ende de su necesidad endémica. El liberalismo fue el más crítico, pero su crítica estaba más asentada en el ortodoxo pensamiento económico y en su crítica a los regímenes autoritarios y comunistas, que en verdaderas consecuencias del instrumento estatal. 
Pero su eficacia y eficiencia radica en su contenido y como este se lleve a cabo. En primer lugar, la planeación está compuesta de principios básicos para su relativo buen funcionamiento. Estos son la previsión, la racionalidad, la universalidad, la unidad, la continuidad y la inherencia. Estos principios han sido rezagados por ciertas experiencias históricas que aplicaron este instrumento. La URSS, no aplicó el principio de universalidad para organizar sus planes, México actualmente tiene deficiencias en la previsión, la unidad y la continuidad. Los países subdesarrollados suelen carecer de una buena previsión y continuidad, mientras los países occidentales han dejado de lado inherencia.
Pero los principios cumplidos al pie de la letra no pueden garantizar una buena planificación, se tienen que observar experiencias de todo tipo para llegar a cierta certidumbre estable. Por ejemplo, es interesante revisar la autogestión obrera establecida en Yugoslavia que despertó gran entusiasmo, que conjuntado con la planificación combatió los problemas económicos que se derivaron del cerco comercial impuesto por la URSS. También resulta ventajoso observar la descentralización de decisiones, aplicado en Rumania para hacer más eficiente su política planificadora. Polonia modificó sus estructuras, para que la planificación no estuviera subordinada al control del partido o del ejecutivo, sino que formara parte del parlamento, y tal vez contendría mayor congruencia en sus objetivos, pues el parlamento no es tan representativo de una sola ideología como pudiera ser el ejecutivo. La planificación desde abajo; de Checoslovaquia y Rumania y en algunas veces la propia Cuba, que incentivaron para que las propias fuerzas de producción establecieran sus propias metas y objetivos conforme a sus capacidades para establecer una nueva lógica de concreción del plan.
Sin embargo, existen modelos de planificación que no ayudan en nada a lograr los objetivos planteados, y que al contrario, afectan lo dispuesto y se vuelven mayormente problemáticos. Como lo pudieran ser las decisiones que no pueden ser tomadas por el propio planificador y que tienen que dejar a dependientes, que si no se plantea el plan con mucha lógica y entendible para toda persona, dejando por fuera los tecnicismo, pocos resultados se pueden observar. También se plantea como un ámbito de la planificación el imponer precios; según la experiencia esto no resultaría en nada ventajoso, pues causarían un mercado negro si hay un desajuste en la oferta y demanda del producto, es así que en algunos productos, más de primera necesidad, resulta inservible establecer precios sin tomar en cuenta las condiciones en las que estás se presentan.
Ahora bien, en México la planeación ha transcurrido desde antes de la revolución, pero resulta innecesario establecer siquiera las circunstancias por la que éstas intenciones no pueden ser considerados verdaderos intentos planificadores. Ya con la institucionalización de la revolución se vivió un proceso al que se le denominó planificación, mas no resultó ser otra cosa que un esbozo ideológico con respecto a lo político y económico, por el camino  que era factible que el Estado revolucionario transitara. Pero la planificación quedaba reducida a buenas intenciones y enunciados generales de caudillos en la presidencia que apuntalaban la noción del nuevo régimen. Ya con el cardenismo se plantea el instrumento con nuevos concepciones un poco más similar a lo que ya hemos venido expresando, es decir, a una capitulación de objetivos para desarrollar a la región económica y socialmente, pero no había recuento de los recursos existentes, ni una temporalidad expresada, tampoco se definieron los métodos de la planificación, solamente se esbozaron objetivos que estaban impregnados de demandas revolucionarias que habían sido incumplidas.
La planeación de los periodos subsecuentes, como explicamos, corresponde a otra fase del capitalismo, en el que se establecieron y fijaron las formas de acumulación de capital y el régimen político. Lo que nos importa decir, es que este segundo intento de planeación se iguala al cardenista en sus deficiencias y aciertos, pero con la condicionante, que este nunca trata de ser una planificación centralizada que responda a una divergencia en las concepciones del modo de producción. La planificación de los gobiernos post-revolucionarios, aunque contiene las características del cardenismo, atañe a la nueva burguesía como clase hegemónica dentro del Estado, para manipularla y orientarla por el rumbo que mejor le parece, deteniendo en lo posible la reforma agraria y la compenetración de las organizaciones obreras dentro del Estado, o más bien cooptándolas para dejarlas inofensivas dentro de esta nueva correlación de fuerzas a los movimientos obreros.
En adelante lo que se plantea en lo que respecta a la planificación, se centra en estimular la inversión privada por vías del proteccionismo y del propio carácter de capitalista colectivo del Estado para incentivar la industrialización y la modernización, así como la innovación y la existencia de un mercado interno. La planeación se concentra en lograr estos objetivos, y aunque se detiene en revalorizar la mala distribución del ingreso, los conflictos en las ciudades y el campo, etc. Nunca esta realmente interesado en crear una equidad relativamente adecuada, y sí en realidad estuvo interesado, nunca logró que esta se concretizara. Tal vez el único que cumplió sus objetivos macroeconómicos fue Díaz Ordaz, pero sus resultados sociales resaltan con mayor ímpetu.
A principios de la década de los 70 el Estado participaba con gran amplitud dentro del PIB, con cerca del 40%, pero se estaba gestando una nueva crisis del gasto público y de la balanza de pagos que hecho por la borda los planteamientos de la planificación. Si se cumplieron en algunos las expectativas, resultaron ficticias por el increíble endeudamiento que suscito este crecimiento artificial. El socavón fue remendado por los ingresos de los hidrocarburos, que presentaron una gran oportunidad de expandir el desarrollo económico y mejorar la calidad de vida. Pero igualmente, la coyuntura subsecuente no favoreció estos impulsos y se establecieron circunstancias que más allá de favorecer, repercutieron negativamente en las finanzas públicas, afectando con ello no sólo los objetivos de la planificación, sino con mayores efectos a corto y mediano plazo.
Esta nueva crisis del capitalismo, en el que encontró a México endeudado, sin una eficiente planta productiva y con ineptitud en el aparto gubernamental, desembocó en un cambio de paradigma de la forma de acumulación de capital. Establecida específicamente en nueva forma de concebir a la planeación democrática encauzada por vía del Estado y su carácter rector de la economía, que desde allí legitimo los nuevos objetivos que se centraban reordenar la economía, en cambiar la estructura económica, en modernizar el aparato productivo, en abatir la inflación y en proteger la planta laboral. Estos objetivos se plantean en una lógica de corregir las deficiencias económicas, pero que repercuten en todos los sentidos a favor de la reconstituida clase dominante que impulsó es paradigma monetarista libre-cambiario. Podríamos hacer todo una lista de por qué estos objetivos se trazan en un línea de beneficio a la clase dominante, más lo importante en esta investigación es asegurar que desde la reforma para hacer de la planeación democrática un pilar de la rectoría del Estado sobre la economía, ésta no se ha desenvuelto en los enunciados antecedentes que acabamos de nombrar de la planeación.
Tal vez en la letra de los planes subsecuentes a la década de los ochenta se reconocen las posibilidades de desarrollo económico y social y la búsqueda de solución a las consecuencias del modo de producción, pero al final no han sido más que programas atenuantes de las condiciones presentes sin dar el salto a un desarrollo equilibrado y que repercuta en las condiciones materiales de la sociedad. En contraste, lo que si ha ocurrido es una continuidad de las políticas de apertura a los mercados, de control absoluto de la inflación incluso pasando por encima del propio crecimiento, de modernización de la planta productiva, que se puede traducir de muchas maneras, pero que en todas estas concepciones de modernización no se ha encontrado una que solucione el problema de desfase de la industria nacional en comparación de la extranjera. Todos estos preceptos han sido identificados en los planes de los años noventa hasta la fecha, y no se ha dinamizado la economía ni un ápice, menor aun ha existido crecimiento, tal vez estabilidad, pero a un costo muy alto y sin que esto represente mejoraras en las condiciones de vida.
Se pueden señalar que la planeación es indicativa y que por tal su efecto no es tan prominente dentro de la industria privada. Esto sin embargo refleja más la inoperancia, por no decir la inexistencia de la planeación. Pues el Estado, como el más interesado en que las condiciones materiales en la sociedad se mejoren, intentará, por medio de este instrumento racionalizado, incidir en las ramas económicas que no se apaguen a la planeación para que lo hagan, siempre utilizando los instrumentos impositivos, de infraestructura, etc. para cohesionar a estos actores de las relaciones económicas a apegarse al plan global que expresa los intereses colectivos de la sociedad. En cambio, observamos una nula práctica de estos incentivos, o tal vez si se practiquen, pero estos son tan menores que no logran incidir significativamente en los objetivos planteados. Es así que la planeación no se realiza, pues dentro de ella intrínsecamente se establecen los objetivos económicos sociales y políticos, mas sin en cambio, sí estás no se concretan es obra de su ineficacia y por ende de su nulidad.
Estas cuestiones se han venido repitiendo en los últimos sexenios; la planeación toma relevancia como simples rubros que los gobiernos plantean como su estrategia estatal y en algunos casos desproporcionados, que no llegan a concretarse ni a tener relevancia pública. Sin embargo, la planeación es mucho más que eso. Plantea un ejerció que incida en la colectividad.

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