PLANTEAMIENTO DE LA NECESIDAD DEL CAMBIO ESTRUCTURAL EN AMÉRICA LATINA

Luis Gutiérrez Santos

La reforma agraria

Una reforma agraria integral no se hace en abstracto, no es una medida aislada e inmutable. La reestructuración agraria se hace para desarrollar a un país; forma parte de una serie de providencias que sirven para integrar una economía y por consiguiente hay que concebirla en relación con toda una teoría de desarrollo económico y no en forma limitada y parcial.
Tomando en cuenta lo anterior, la reforma agraria se debe de entender como una medida económica y política. Económica, porque es necesario aumentar la productividad del campo de manera creciente. Política, porque es indispensable para mantener la paz social: darle la tierra a quienes la trabajan. Es una medida dual (productiva y redistributiva) que pertenece a la misma familia que la política fiscal, la política monetaria, el racionamiento, los subsidios, la fijación de salarios, etc.,”1 en otras palabras, un conjunto de acciones que la política económica utiliza para lograr una mayor productividad con justicia social.
La redistribución territorial ha constituido una de las principales preocupaciones para el desarrollo económico. En la práctica lamentablemente no se puede hablar, a escala continental, de reforma agraria. Los únicos ejemplos llevados a cabo en América Latina fueron la de México y la de Cuba. La primera se debió a la Revolución Mexicana, en la cual los campesinos fueron los actores principales y gracias al consenso general, en el ambiente político mexicano, de que la amplitud y complejidad de los problemas del campo impedían los avances en otros sectores económicos. En cuanto a la de Cuba, ésta se efectuó como corolario de la revolución democrática de 1959.
La necesidad de la reforma agraria se hace imprescindible en América Latina, para cualquier intento de elevar el nivel general de la población, ya que la mayoría de las fuerzas populares de los países latinoamericanos se encuentran en el campo. La reforma de cada país deberá obedecer a las condiciones que priven en él y tomando en cuenta las aspiraciones latinoamericanas. Obviamente, la reestructuración territorial en Argentina tendrá que ser diferente a la de Bolivia.
En el caso de México, pueden advertirse de manera fehaciente los beneficios de la reforma agraria. En efecto, siguiendo a Edmundo Flores en su obra citada, informa que en 1910, alrededor del 1% de la población era propietaria de la tierra productiva. Ahora, con la distribución del suelo, hay seguridad jurídica de su posición y propiedad, permitiéndose, en tal virtud, una estabilización política y que el desarrollo económico haya sido más sostenido. En un país, como el Pera, donde el 90% de la propiedad de la tierra es del 3% de la población, no puede presentarse un desenvolvimiento económico equilibrado.
Una reforma agraria es una medida redistributiva de tierras, ingresos y poder político en un país subdesarrollado. En una nación adelantada los terratenientes no son los únicos que mandan, pues no constituyen el sector más importante. Se trata de una sociedad plural, donde no sólo ordenan los dueños de la tierra, sino además los burócratas, los empresarios, los industriales, la gente de la ciudad, mientras que en un país atrasado donde la propiedad territorial está en unas cuantas manos, los que tienen el poder son los terratenientes.
En suma, una reforma agraria redistribuye capital, tierras, ingresos y poder político. Esta redistribución agiliza la capilaridad social y aumentar el mercado interno, lo que da margen para experimentar y encontrar nuevas formas de organización que permitan producir más para satisfacer la demanda creciente de alimentos y materias primas para la industrialización.
En el caso de México, ¿de dónde provinieron los ahorros para financiar la industrialización? Entre 1917 y 1941 no vino capital extranjero a México debido a la Revolución y la inestabilidad interna; a la política nacionalista que pugnó por la repartición de tierras y la nacionalización del petróleo; porque se había perseguido a la Iglesia Católica; en fin, por todos esos hechos que se conocen tan bien. En ese período hubo dos casos insólitos de llegada de capital: el capital judío europeo que arribó a México cuando Hitler tomó el poder en Alemania y el capital proveniente de los refugiados españoles, cuando la España Republicana perdió la guerra. Fuera de estos inusitados casos no provino capital del exterior para el lapso considerado. Sin embargo, de 1925 a 1940 es cuando se fincaron los cimientos del desarrollo industrial mexicano. Quienes financiaron este desenvolvimiento fueron la mayor parte de la población mexicana de aquella época, varias generaciones con salarios reducidos y viviendo en malas condiciones. En esta forma se sufragaron las obras de infraestructura de los gobiernos revolucionarios de ese período, no con impuestos, sino principalmente con financiamiento deficitario.
Actualmente los bajos impuestos en América Latina frenan el desarrollo agrícola. Se afirma que una política que favorezca a la agricultura se verá seriamente obstaculizada por los pésimos sistemas tributarios de que adolecen las economías latinoamericanas. En efecto, diferentes publicaciones han comprobado el hecho de las altas utilidades de los empresarios de la región y de la reducida tasación que de ellas se hace. Aunque este hecho se ha considerado tabú en casi toda Latinoamérica por la estrecha ligazón existente entre los gobiernos y las élites de los industriales nacionales, los terratenientes y los monopolios extranjeros es un hecho que no puede pasar inadvertido.
El campo de América Latina se encuentra en crisis: frente a dilatadas llanuras de gran fertilidad sin explotación, se levanta el latifundio regresivo o el minifundio antieconómico; en medio de la abundancia de materias primas, su aprovechamiento industrial es aún reducido. Existe un acentuado monocultivo y como consecuencia sus exportaciones dependen de uno, dos o tres productos. Esta especial característica, aparte de que hace a las economías extremadamente vulnerables, sometiendo a los países a los vaivenes de la política económica de las grandes potencias, impide una gran ayuda potencial para la financiación de la industria latinoamericana.
En efecto, se calcula que América Latina tiene aproximadamente 1,500 millones de hectáreas de tierras agrícolas y de bosques. De ese total, 968 millones son bosques y 528 millones son tierras aprovechables piara el cultivo. Y se estima que sólo 162 millones de hectáreas se están cultivando y que los 376 millones constituyen pastos naturales.2 Algunas de las tierras que hoy son pastos naturales podrían dedicarse a cultivos, pero ante esta posibilidad se levanta el obstáculo de los latifundistas que controlan estas propiedades. Sólo en la provincia de Buenos Aires, que abarca las tierras más ricas de la pampa argentina, 536 terratenientes controlan 3.5 millones de hectáreas, según los datos (nada subversivos) de la junta de planificación de esa misma provincia.3
Obvio es concluir que algo semejante sucede en otros países latinoamericanos y que la simple anunciación de la reforma agraria ha hecho que caiga más de un régimen político. Ello se explica ante el hecho de que los terratenientes controlan las tres cuartas partes de la superficie agrícola de la región, correspondiente al 10% o al 15% de la población del área y por tanto necesariamente tienen el poder político, como ya se ha explicado anteriormente. El 80% o el 90% de los agricultores cultivan pequeñas fincas de pocas hectáreas cuya extensión no pasa del 5% de la superficie de muchos países latinoamericanos.4
En el siguiente cuadro se puede formar una idea de las características feudales de la posesión territorial en América Latina:
Cuadro 3: Distribución de la Tierra en América Latina5


Tamaño de las propiedades (Hectáreas)

Cantidad de propietarios

Área

Miles

Porcentajes

Hectáreas (Millones)

Porcentajes

Hasta 20 hectáreas

5,445

72.6

27.0

3.7

De 20 a 100 hectáreas

1,350

18.0

60.6

8.4

De 100 a 1,000 hectáreas

600

8.0

166.0

22.9

De 1,000 en adelante

105

1.4

470.0

65.0

Totales

7,500

100.0

723.6

100.0

Aunque el cuadro corresponde al año de 1965, las líneas generales de esta situación siguen estando vigentes y se puede comprobar el carácter regresivo, latifundista y antieconómico de la tenencia de la tierra latinoamericana.
Las consecuencias de esta situación son múltiples. La distribución desigual de la riqueza tiende a perpetuar las divisiones de clases que se asemejan por su rigidez al sistema de castas feudales. La pobreza de los pequeños agricultores y de los jornaleros sin tierra se traduce en hambre, ignorancia, desnutrición, enfermedades, miseria, apatía y descontento. La producción agrícola se estanca porque los propietarios de las fincas insuficientemente explotadas no tienen alicientes para mejorarlas y porque los minifundistas no disponen de recursos para hacer las inversiones imprescindibles y, en muchos casos, para evitar la pérdida pura y simple de sus tierras por efecto de la erosión.
He aquí, repetido hasta el cansancio y lo traumático, el “ciclo del cangrejo” que dice Josué de Castro, al hablar del subdesarrollo y de la alimentación insuficiente –las calamidades de una situación estructural que hacen difíciles las posibilidades de la creación de un mercado interno suficiente para un desarrollo industrial en función del hombre y de la colectividad humana.6
Todo esto ha contribuido a la agudización de las contradicciones de las clases sociales, a que se ensanchen las diferencias entre el campo y la ciudad y a la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo físico. Las divisiones en la estratificación social en América Latina no obedecen de manera fundamental al color de la piel, sino a diferencias socioeconómicas; esto se traduce a las discrepancias del mismo tipo entre la ciudad y el campo y quienes practican el trabajo mental y el manual. Como, no corresponde a este estudio el analizar este fenómeno, baste con mencionarlo como un hecho irrefutable.
No estaría de más recordar que al inicio del progreso industrial, la dicotomía entre las islas de pobreza ro el campo y la ciudad se hacen más evidentes. Esto también determina el desplazamiento de la población “las ciudades, atraída por la vida urbana, por la luz eléctrica, por la modernización, etc., es decir a las zonas donde se evidencian unos modelos más altos de vida, pues ahí es más difícil morirse de hambre que en el campo. Este fenómeno trajo al Sr. Galo Plaza, Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), a hacer la siguiente afirmación:
“En la actualidad las ciudades latinoamericanas deberían estar construyendo un millón de nuevas unidades de vivienda al año para hacer frente a la necesidad creciente y, para 1975, el ritmo de construcciones de viviendas debería ser de 1.8 millones al año. Sin embargo, se está iniciando la construcción de sólo 400,000 viviendas al año. La diferencia se suple con chozas que afean el aspecto de nuestras ciudades.”7
Este texto es realmente notable, pues evidencia la presión del medio, es decir de las clases dominantes, a las cuales va dirigido el discurso. El Secretario General de la OEA no las quiere molestar ni herir y llega a reducir unos claros fenómenos sociales a una simple abstracción estética. Es decir, el déficit de viviendas es un puro azar, un elemento de crisis cuya connotación es, simplemente, de fealdad o belleza.
Si se insiste en esta parte sobre estos hechos, no es para repetir lo ya sabido, sino para ratificar las claves del desarrollo y las causas que impiden, a la larga, las modificaciones estructurales y la estrategia de la redistribución del ingreso, esto es, del progreso económico y social. Los grupos rurales y urbanos pobres deben ser la base política de todo plan de desarrollo y será preciso poner el acento en: a) la máxima eficiencia y reducción de costos en el proceso de comercialización, b) un incremento sustancial de los rendimientos físicos por hectárea y por hombre, e) una disminución en el costo de los insumos agrícolas y d) una redistribución de ingresos dentro del propio sector rural.
Estos son algunos aspectos básicos de la formidable y compleja tarea que corresponde realizar en el sector agropecuario para que éste haga una contribución sustancial al proceso de crecimiento industrial y a la larga de desarrollo económico y social de América Latina, mediante la ampliación del excedente exportable y la substitución de importaciones y a la atenuación de la dependencia fuera de la zona.
Para resolver este problema, es imperativo pensar de acuerdo con nuestra época. Hay que respetar, por supuesto, las ideas de Zapata, de los agraristas, de Morelos, de Bolívar, de los hombres que crearon a América Latina. Pero además hay que someter la circunstancia actual a una desapasionada revisión analítica, o ensayar soluciones originales para resolver los problemas de un mundo y de una América Latina nueva y desconcertante.


1 Edmundo Flores, conferencia dictada el 9 de febrero de 1968 ante la Asociación de Agricultores del Río Culiacán, en Culiacán, Sinaloa, El Día, agosto 3 de 1968.

2 Según Clyde Mitchel y Jacobo Shatan de la FAO. El Día, enero 7 de 1968.

3 Hernando Pacheco, “La escena internacional“, El Día, enero 7 de 1968.

4 Ídem.

5 Jacques Chonchol, “Land Tenure and Development in Latin America”, en Obstacles to Change in Latin America (Londres, 1965), citado por Gino Germani en su artículo “América Latina y Tercer Mundo“, Aportes (octubre 10 de 1968), p. 23.

6 Josué de Castro, Geografía del hambre. Su trágica teoría sobre “el ciclo del cangrejo” en donde los cangrejos son parte de la cadena alimenticia de los pobladores de las favelas ribereñas –los barrios pobres. Los humanos se comen a los cangrejos que se alimentaban de sus excrementos. Así, los gobernantes depredadores se roban los recursos públicos necesarios para el desarrollo, minando la estructura institucional y capacidad productiva del país.

7 Galo Plaza, “Carta Semanal de la Alianza para el Progreso“, El Día, diciembre 9 de 1968.

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