PLANTEAMIENTO DE LA NECESIDAD DEL CAMBIO ESTRUCTURAL EN AMÉRICA LATINA

Luis Gutiérrez Santos

La política de los Estados Unidos de Norteamérica

La política económica de los Estados Unidos hacia sus vecinos del Sur no ha sido nunca determinada por cuestiones de altruismo o de generosidad y corrección de errores, sino que ha seguido las oscilaciones de la situación mundial y ha sido guiada por sus intereses internos y externos. Ha sido, pues, una sucesión de virajes, con esa básica orientación: las necesidades del imperio.
Después de la Independencia de los Estados Unidos y puestas y ejecutadas las bases de su expansión territorial, esa política tomó la conocida forma monroísta del “destino manifiesto”, pasó a ser luego la diplomacia económica “del dólar” y se consolidó con la del big stick. El gran garrote, representación gráfica de una política de fuerza, apenas disimulada con promesas y sonrisas, no ha dejado de ser en la práctica el argumento supremo, la: carta del triunfo siempre a la mano para cuando parecen agotarse los otros recursos en el juego, a todas luces ingenuo, de ayuda mutua y generosidad ilimitada.
La buena vecindad y el justo trato ocurrieron cuando la II Guerra Mundial obligó a los países concursantes a asegurarse las fuentes de materias primas, pero estas relaciones se transformaron en lánguidas formas de cooperación durante la posguerra, en un retorno a las actitudes tradicionales: se había extinguido la urgencia de un sólido apoyo militar, diplomático y político.
Más tarde, la convulsión cubana, con sus incuestionables efectos catalíticos, replanteó la necesidad de una reparación de las relaciones panamericanas: las condiciones generales de violencia y la tentación imitativa eran muy grandes y había que salirles al paso con fórmulas menos catastróficas para los intereses norteamericanos.
La revolución cubana removió la dictadura de Fulgencio Batista a principios de 1959, representado un hito en la historia de América al ser el primer movimiento revolucionario exitoso de varios que sucedieron en diversos países del continente. Con la llegada al poder de Fidel Castro, se estableció un férreo control sobre el país, violando algunos derechos básicos como la libertad de expresión. Se introducen los juicios revolucionarios dirigido contra los opositores del régimen y los allegados al régimen de Batista mediante los cuales 550 fueron fusilados. Se inicia el proceso de expropiaciones, nacionalizaciones y confiscación de bienes mal habidos, afectando las propiedades de la clase alta y de empresas extranjeras, en especial estadounidenses.
En respuesta, Estados Unidos, junto con sus aliados occidentales, inicia un duro embargo económico a la isla. En 1960 Estados Unidos rompe relaciones económicas con Cuba y en 1961 corta las relaciones diplomáticas. El gobierno de John F. Kennedy, temiendo la propagación de la revolución cubana en América Latina1, implanta una política en pro de la defensa del “capitalismo democrático”, llamada “doctrina de la seguridad nacional”: un conjunto de planes estratégicos para mantener a los países latinoamericanos dentro de la esfera de influencia de Estados Unidos.
Entonces la Alianza para el Progreso irrumpe espectacularmente en el escenario continental, con una “carnada” de 2 mil millones de dólares anuales de ayuda, pero, desgraciadamente plagada de contradicciones. A través de la ALPRO se instrumentaron una serie de medidas como la reforma agraria y de vivienda, que infantilmente suponían conducirían a cambios políticos e institucionales. Esa visión mecanicista fracasó y, por el contrario, la ALPRO fortaleció a la derecha latinoamericana, fomentando las dictaduras militares. La ALPRO demostró el fracaso que significa tratar de imponer soluciones externas a los problemas domésticos. Su visión no diferenciaba, por ejemplo, los movimientos marxistas de los nacionalistas, ocasionando desacuerdos y contradicciones con las clases políticas de la región.
La ayuda indirecta, en forma de inversiones privadas y de créditos para cubrir el déficit de la balanza de pagos de América Latina, sería complementada con generosos préstamos bilaterales para financiar ciertos programas de desarrollo. Pero ya el primer año, los Estados Unidos aportaron poco menos de la mitad de la suma solemnemente prometida, para en los años subsecuentes ir disminuyendo esta cantidad, hasta el total fracaso de la Alianza.
Entre 1962 y 1967, los EE.UU. proporcionó 1.4 mil millones dólares por año a los países de América Latina, reduciéndose drásticamente cuando llega Richard Nixon a la Casa Blanca en 1969. Pero dicha cifra no era una transferencia neta de recursos para el desarrollo, pues los países latinoamericanos todavía tenían que pagar su deuda a los EE.UU. y otros países del primer mundo. De tal manera, la transferencia neta fue muy reducida.
Paralelo a la disminución del esfuerzo en el área económica y viendo los pobres resultados políticos, los Estados Unidos empezaron a darle más importancia al aspecto bélico de su política de seguridad nacional. El cambio de énfasis de la solución económica-pacífica a la militar-intervencionista se fortalece con el asesinato de John F. Kennedy en 1963. Dentro de los factores que contribuyeron a la radicalización de la postura de los Estados Unidos, se pueden citar los siguientes:

  1. la invasión de Bahía de Cochinos;2
  2. la dramática “Crisis de los misiles de 1962” que llevó a la humanidad al borde de una guerra atómica;
  3. la promoción de la subversión en América Latina y el apoyo a los grupos guerrilleros por parte de Cuba;
  4. el nacimiento en Uruguay del popular grupo guerrillero; “Movimiento de Liberación Nacional“, mejor conocidos como “Tupamaros“;
  5. la participación americana en la guerra de Vietnam;
  6. la intervención armada en la República Dominicana ante el movimiento constitucionalista de los rebeldes que pretendía restaurar al presidente constitucionalmente electo Juan Bosch depuesto por un golpe militar;
  7. la significación de la guerrilla boliviana del Che Guevara.

Es significativo el funcionamiento del Mando Sur (“USSOUTHCOM”, como se le denomina en la jerga del Pentágono). Ese cuartel instalado en el centro geográfico del continente, en la Zona del Canal de Panamá, podía decidir en cualquier momento lo que le convenía a alguna de las repúblicas en donde estaban instaladas las 43 misiones militares dependientes del “USSOUTHCOM”. En el caso de un ataque por grupos no amistosos a EE.UU., del cuartel del Mando Sur partirían las órdenes a casi todos los confines de la América Latina,3 como fue el lance de las guerrillas en Bolivia, las cuales fueron combatidas por fuerzas entrenadas por los especialistas egresados de este centro director establecido.
Las revelaciones sobre el Mando Sur confirmaron que los Estados Unidos trataron de contener o destruir los cambios y las revoluciones populares en América Latina, lo preocupante en el decenio de los 60, fue paulatina pero incesante penetración militar en las naciones de la región. En efecto, el poderío de Estados Unidos es inmenso. Cuenta con poco menos de 450 bases militares en el mundo,4 y un millón y medio de fuerzas y servicios militares estacionados en los cinco continentes o patrullando los océanos, mares y aires de la tierra;5 alrededor de 50 naciones tienen tratados globales o bilaterales con EE. UU. Estos hechos y la vasta red, de unos acuerdos mundiales sobrepasan cualquier tipo actual de poder humano y en base al conocimiento propio, los Estados Unidos presionan a los pueblos en favor de sus intereses esto es, la connotación y el sentido de la superpotencia sin la capacidad de resolución auténtica. Los hechos lo demuestran: desde 1965 el proceso de tensión latinoamericana se ha ido incrementando, mientras que en el Vietnam se ha tenido que ir a la mesa de negociaciones de París y a la crisis en la nación.
Las bases militares de Estados Unidos en Europa no representan ya un modelo racional para la seguridad de los intereses norteamericanos. Su estructura y condicionamiento se plantearon en la época del inicio de la Guerra Fría y hoy no son otra cosa que el esqueleto desequilibrado y equívoco de una fase pasada de la lucha por el reconocimiento y mantenimiento del statu quo. En el caso de Europa nadie duda que ese estado de cosas es invariable y que el Medio Oriente y Asia han pasado a ser los centros neurálgicos del orbe.
En virtud de ello, se han mantenido dos situaciones igualmente peligrosas: a la pasión lógica del sentimiento anti yanqui y a la prepotencia diplomática del “pentagonismo”.6 Por un lado, el sentimiento antiamericano no tiene cabida en las relaciones entre los países de la región y Estados Unidos. Esas se conducen como manifestación de las fuerzas relativas de los países participantes. Estados Unidos tiene más fuerza económica y militar que cualquier país latinoamericano y que todos los países juntos. Por el otro, el pentagonismo se establece por la vía de las bases militares, en virtud de las cláusulas secretas de los Tratados, con el riesgo de generar una política norteamericana independiente y autónoma del Departamento de Estado y del Presidente de los Estados Unidos. Es de temerse que el sentimiento antiamericano genere a que el pentágono imponga sus propios criterios por encima de la esfera política.
Dentro de este contexto irracional, explosivo y de clara y estrecha vinculación de las economías de América Latina al poder de la nación más desarrollada de la tierra, las perspectivas de la política de Estados Unidos no son halagüeñas. Primero, tómese en cuenta la declaración del Sr. Barry Goldwater, durante su gira por el Sur del continente americano. El derrotado candidato republicano en las elecciones norteamericanas de 1964 sugirió la conveniencia de que Latinoamérica constituyera una alianza total con los Estados Unidos y desistiera de formar parte del llamado Tercer Mundo. Goldwater dijo que las repúblicas iberoamericanas deberían encarar con buena voluntad el establecimiento de una asociación total con su país, porque ellos constituirían hasta fines de este siglo la única fuerza dominante en el mundo.7
Se le pide abandonar a América Latina la idea de ser parte del Tercer Mundo como si tuviera algún interés especial en pertenecer a él, como si el subdesarrollo económico, la miseria, el hambre, la ignorancia y la insalubridad que identifican a los países latinoamericanos con este mundo de “abajo” fueran simples prendas de vestir y se desecharen a voluntad del consumidor. El Tercer Mundo ya existe y lo han perpetuado las potencias ahora industriales y con “alianzas”, o sin ellas, se hacen todavía esfuerzos inauditos para que nadie salga de él.
Las declaraciones del senador Goldwater fueron hechas, naturalmente, a título personal. Pero conviene recordar que él representa a una corriente de opinión ultraconservadora en el seno del Partido Republicano que es digna de tomarse en cuenta y que puede influir decisivamente en la política futura de Estados Unidos.
En segundo lugar hay que considerar las justificaciones del Pentágono y de otros grupos gubernamentales norteamericanos en relación a las intervenciones militares en los países latinoamericanos. Las peroratas castrenses se basan entre otras razones a la posible subversión comunista, perpetrada por el apéndice del comunismo en América Latina, o sea Cuba. Estados Unidos aseguran que defenderán a todos aquellos países amantes de la paz y la libertad. Sin embargo, cuando algún gobierno de Iberoamérica trata de llevar a cabo reformas positivas dentro de su respectivo país y afecta intereses norteamericanos, no tardan en calificarlo de régimen comunista y financian un golpe de estado con ayuda de sus aliados, los militares, o efectúan una acción armada directa.
Puede existir, en el análisis anterior, una radicalización en los términos, pero el problema esencial de una política a nivel de superpotencia permanece. No es fútil ni innecesario denunciar unos hechos que invocan por un lado a su desaparición y por otro, a la unión de América Latina. De continuar con las tendencias de los años 60, el avance del cesarismo militar en Latinoamérica será, quizás, incontenible. De aquí se sigue que la necesidad del cambio en las políticas y estructuras latinoamericanas sea impostergable. Estados Unidos no va a entender nada hasta que no se le dirija a esta verdad: la época de los imperios todopoderosos está liquidada y pretender revivirla sólo traerá mayores problemas y exacerbará el resentimiento de los pueblos, cuyos propósitos de vivir en paz, con pleno respeto a sus derechos, no permitirá por una eternidad que ninguna nación, por poderosa que sea, los impida y los anule.


1 Este temor se basaba en la teoría denominada “del foco”, que consistía en que con el establecimiento de un centro guerrillero se prendería la luz revolucionaria en el resto de la región.

2 La invasión de Bahía de Cochinos, también conocida como la Batalla de Girón, fue una intervención militar en abril de 1961 por tropas de cubanos en el exilio, entrenados y financiados por la CIA de los Estados Unidos. Pretendían tomar una cabeza de playa, formar un gobierno provisional y buscar el reconocimiento internacional. La acción fue aplastada en menos de 72 horas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba.

3 México está expresamente excluido de las famosas 43 misiones militares, junto con Cuba y Haití.

4 El Día, marzo 16 de 1969.

5 El Día, diciembre 27 de 1968.

6 Véase de Juan Bosch, El pentagonismo, sustituto del imperialismo (México, 1968).

7 El Día, noviembre 20 de 1968.

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