Entre las  dificultades que caracterizan la fase actual de la evolución de América Latina están las relaciones económicas de  la región con la economía mundial y la acentuación de su posición dependiente.  En efecto, además de los problemas tradicionales del comercio con los estados  ricos, en los últimos tiempos ha tendido a cobrar mayor relieve la situación  del crónico y creciente endeudamiento externo, que afecta a varias repúblicas  latinoamericanas. El desequilibrio exterior, casi secular de estas naciones,  tiende al extremo de que las nuevas obligaciones contraídas no supongan ninguna  contribución neta a la capacidad para importar, sino que apenas alcancen a  cubrir el servicio de la deuda de los compromisos adquiridos.
  Ante esto los  gobiernos latinoamericanos, viéndose presionados por una parte a aceptar la  dependencia respecto de los recursos externos de capital, incluyendo el capital  privado, por la supuesta o real escasez de ahorro interno y enfrentándose, por  la otra, a una amplia hostilidad interna derivada de la noción de creciente  dependencia económica respecto de intereses extranjeros, han considerado más  conveniente abstenerse de realizar investigaciones profundas sobre el asunto.
  De lo anterior  se desprende que las cifras con que se cuentan en muchos casos adolecen de  errores. Sin embargo, con los datos que se manejan en el presente trabajo, se  podrá formar una idea de la situación de América Latina en relación a las inversiones del  exterior.
  La principal  fuente de capitales y financiamientos de América Latina está constituida por Estados Unidos. Aproximadamente el 80% del total de capitales y financiamientos que  recibe la región proviene de ese país. Inclusive, en algunos casos como el del  Banco Interamericano de Desarrollo (BID), buena parte de los préstamos que  conceden a América Latina, sobre todo en los de muy amplio plazo, se hacen con  fondos dados en fideicomiso por el gobierno norteamericano,1 y con los mismos opera los créditos de la Alianza para el Progreso.
  En lo que se  refiere a los capitales de corto y largo plazo, se ha venido observando una  tendencia a disminuir los créditos a largo plazo. En el caso de México, es probable que el capital a corto plazo supere el 90% del capital total  en los últimos años de la presente década.2 Esto es un hecho que preocupa, pues los créditos a corto plazo vienen bajo  condiciones inconvenientes a los intereses de los países solicitantes y  significan una mayor dependencia al país prestamista.
  Las  condiciones de los empréstitos varían de acuerdo al prestamista. Por ello,  conviene precisar quiénes son los principales acreedores de los países  iberoamericanos, exceptuando a Cuba: a) el Banco de Exportación e Importación del gobierno de los Estados  Unidos, b)  los bancos internacionales BID y BIRF, respectivamente Banco Interamericano de  Desarrollo y Banco Internacional de  Reconstrucción y Fomento, c) los bancos comerciales americanos, de Europa y, en  parte, de Japón y d) la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) del gobierno de  los Estados Unidos.
  Como se puede  ver, de las cinco fuentes de créditos extranjeros, dos son agencias del  gobierno de los Estados Unidos, otras dos son organismos internacionales con sede en Washington y la  restante está formada principalmente por bancos privados norteamericanos. Esto  significa que los factores determinantes en el otorgamiento de capitales a  América Latina están influenciados casi totalmente  por los intereses de Estados Unidos.
  Las  condiciones bajo las cuales se conceden los préstamos de las agencias de  crédito de un país y los bancos privados hacen que se les denomine “créditos  atados”. Esto quiere decir, entre otras cosas, que el país deudor se obliga a  comprar las mercancías en el mercado del estado prestamista. Las condiciones  del crédito cada vez son más estrictas, de tal manera que los empréstitos son  muchas veces simples programas de exportación de la nación acreedora. Así,  estos préstamos se convierten en créditos circulares otorgados por los Estados  Unidos que pasan por el país latinoamericano y  regresan a Estados Unidos en forma de utilidades incrementadas doblemente:  ingresos por exportaciones aseguradas y ganancias por intereses.3
  El desembolso  de este tipo de empréstitos por EE. UU. y organizaciones crediticias a América  Latina totalizó 9,190 millones de dólares durante el  período 1961-67, pero la afluencia de capital neto en el mismo lapso fue de  sólo 4,331 millones de dólares, debido a los pagos de intereses. Además de los  intereses, Latinoamérica pagó (de 10% a 20% más por las mercancías compradas  con los préstamos de EE. UU., porque los mismos están condicionados  necesariamente a compras de productos norteamericanos.4
  En algunos  casos de créditos atados, los países de la zona pagan hasta el 50% sobre el  costo de las más baratas mercancías disponibles en otros mercados y los costos  aumentan debido a que se deben de usar barcos norteamericanos en lugar de otros  transportes más económicos.
  El otro factor  agravante de la situación latinoamericana, o sea, el encarecimiento de los  créditos, se ha tornado más significativo a partir de 1965. En el año de 1960,  la tasa de interés promedio que América Latina pagaba por tal concepto al sector  externo era de 6.5%, en tanto que en 1967 la tasa promedio ascendió al 8%.5
  Esto ha traído  consigo que el total de pagos de servicios financieros –ganancias, intereses y  amortizaciones– al exterior, que absorbía alrededor del 26% de los ingresos  corrientes de exportaciones de bienes y servicios al comenzar la década actual,  en 1966 representase más del 30%.6 La deuda externa de la región, que en 1960 se elevaba a los 6,580 millones de  dólares, aumentó a 12,620 millones de dólares en el año de 1966. De esto  resulta que el 75% de las entradas brutas de capitales en América Latina es absorbido por los servicios e  intereses de la deuda, por lo que se está en vías de llegar a un callejón sin  salida en materia de financiamiento del exterior.
  Ante lo  anterior, si las tendencias observadas continúan, los nuevos préstamos a  América Latina representarán un serio problema,  pues su capacidad para cumplir futuros compromisos financieros externos parece  un tanto limitada, en cuanto que una fracción mayor de sus ingresos corrientes  en divisas es absorbida ya por el servicio de capital precedente invertido en  la región.7
  Dentro de este  orden de ideas, a pesar de todo, las inversiones directas e indirectas  extranjeras siguen aumentando año con año. Las necesidades del desarrollo  requieren financiamiento externo dado que el ahorro interno de los países  latinoamericanos es insuficiente, pero hay que tratar de reducir sus efectos  negativos con una buena política de inversión y crédito externo.
  Las  inversiones directas son positivas cuando entran sin protección arancelaria,  cuando la puerta de entrada está abierta para rivales propios y externos.  Solamente la amenaza de la competencia y/o de las importaciones, hace que las  empresas produzcan de manera eficiente y vendan a precios competitivos. En  cambio, cuando se le concede protección a las inversiones directas cerrando las  fronteras a la importación y los sectores a la entrada de nuevos productores,  se engendra la ineficiencia y la dependencia.
  Las  inversiones indirectas pueden ser –de acuerdo al prestamista– creadoras de  subordinación. Es preferible contratar un préstamo a largo plazo con un  organismo internacional, que las otras opciones. Los créditos internacionales  son convenientes porque permiten: a) un mayor grado de iniciativa de los  gobiernos receptores, b) son más transparentes y limitan la corrupción, c) no  están atados a la compra de los insumos de una sola empresa o de los  proveedores de la nacionalidad del banco que presta, d) permiten la adquisición  competitiva de los bienes y servicios del proyecto, e) ofrecen tasas de interés  más bajas y periodos de amortización más largos. En otras palabras, los créditos  de proveedores, agencias de desarrollo y fomento a las exportaciones de países  desarrollados y bancos comerciales extranjeros aumentan los costos del  desarrollo, limitan el margen de maniobra y restan independencia al país  subdesarrollado que recibe tales préstamos.
  Los préstamos  para el desarrollo siempre serán necesarios. Así como las empresas exitosas no  financian sus inversiones con sus ingresos corrientes, sino con préstamos  productivos o capital de riesgo, las naciones financian sus proyectos de  infraestructura, sus inversiones de largo plazo, con créditos al desarrollo.
  Hay que tomar  en cuenta otro hecho que permite evidenciar los problemas que se gestan para el  futuro latinoamericano si no se adoptan buenas políticas de financiamiento  externo. Cada vez que hay una crisis financiera o económica en el país que  presta, las condiciones en que sus nacionales prestan o invierten cambian. Así,  el plan de austeridad del Presidente Lyndon B. Johnson a finales de 1967, para poder corregir la  balanza de pagos de su país, obligó a los inversionistas a repatriar desde los  territorios receptores cantidades más o menos fijas, impidiéndoles hacer  grandes desembolsos fuera de los Estados Unidos. Esto trajo una tácita “desinversión” en los países latinoamericanos. La  limitación en la salida de capital de los Estados Unidos ocasionó que las  subsidiarias en nuestros países recurrieran a las fuentes crediticias  domésticas, reduciendo y encareciendo el financiamiento interno. Éste intento  de EE. UU. de sanear su economía y resolver los problemas de balanza de pagos,  no consideró los efectos negativos en los países latinoamericanos y otros  subdesarrollados de las medidas adoptadas, pues independientemente de los  problemas que nos pudieran causar, están en plano superior sus intereses como  metrópoli dominante.
  Resumiendo, el  principal propósito de los países fuentes de crédito es el de asegurar la  movilidad de sus capitales con sus consabidas ganancias, frustrando las políticas  nacionalistas, manteniendo sus respectivas áreas de influencia. En esta forma  los créditos se convierten en instrumentos legales para impedir los principios  de autodeterminación de los pueblos y de no intervención, para el mantenimiento  de su statu quo.
  No es una  casualidad, por lo antes dicho, que paralelamente al aumento de los créditos  exteriores se haya ido operando una expansión de las empresas norteamericanas  en Iberoamérica. Ambos capitales extranjeros –las inversiones directas a  actividades existentes y los empréstitos atados– van cogidos de la mano. De  ello proviene el gran peligro de que se dependa en grado tan elevado de éste  tipo de créditos externos y la necesidad de que América Latina base su desarrollo en una vigorosa  movilización del ahorro interno y el uso adecuado de sus recursos. Las  necesidades de financiamiento al desarrollo deberá provenir fundamentalmente de  los organismos internacionales para el financiamiento del desarrollo: BID y  BIRF.
  Es indiscutible que el financiamiento del  crecimiento económico debe descansar en los recursos propios de América Latina. De esta manera la riqueza sería  explotada por latinoamericanos y se lograría un desarrollo más independiente. Las remesas de utilidades al exterior y los pagos por concepto de  amortizaciones e intereses bajarían. Claro está que se debe fomentar, por un  lado, la inversión extranjera competitiva cuando traiga aparejado nuevas  tecnologías y tenga efectos multiplicadores del ingreso, y, por el otro, la  contratación de créditos externos sin ataduras, ajustándolos a la capacidad de  pago del país y constituyéndose sólo como recursos complementarios.
  Para llegar en  la práctica a una política de inversiones complementarias y de desarrollo basada  en recursos propios, es necesario que vaya acompañada de medidas que fomenten  el uso óptimo de la riqueza. Esto implica políticas racionales y eficaces:
Es decir, se requieren las reformas estructurales y la planificación del desarrollo económico, con metas realistas y claras y con una instrumentación ajustada a las condiciones de cada país latinoamericano.
2 Aproximaciones del autor.
3 Véase del autor, “Análisis crítico de la Alianza para el Progreso“, El Día, diciembre 10 de 1968, p. 10.
4 CIAP, “Estimaciones preliminares”, publicadas en El Día, enero 31 de 1968.
5 Datos tornados de Comercio Exterior (mayo de 1968), p. 414.
6 Carlos Quintana, “El desarrollo latinoamericano: problemas viejos y nuevos”, Comercio Exterior (junio de 1968), p. 476.
7 Véase del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA), “El financiamiento externo en el desarrollo económico de América. Latina”, fragmento publicado en el Boletín Quincenal del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (marzo de 1963).
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