Las  perspectivas del comercio exterior de América Latina, bajo las condiciones actuales, no son nada halagüeñas. En efecto, después  del crecimiento relativamente pobre de las exportaciones de la región del 6.3%  en promedio anual en los 60s, comparado con el crecimiento del 6.8% de las  exportaciones de otros países subdesarrollados y del 9.3% para las  exportaciones globales, se contempla que dicha tendencia continúe en los 70s. Ello  significa que América Latina sigue perdiendo terreno en el comercio  internacional.
  Según las  estimaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo (UNCTAD), para el año de 1975 el déficit anual de la balanza comercial de los  países en vías de desarrollo será de 3,000 millones de dólares, si los estados  desarrollados crecen –hasta entonces– a un ritmo de 4.2% anual. En el caso de  un crecimiento más elevado (4.7%), el saldo negativo anual de la balanza  comercial alcanzaría 8,000 millones de dólares. Pero el déficit de la balanza  de pagos se elevaría, en precios de 1960, a una cifra comprendida entre 17,000  y 26,000 millones de dólares.1
  Estos  cálculos, junto con lo antes dicho, proporcionan una idea de la magnitud de los  reajustes que América Latina deberá hacer en cuanto a sus  estructuras y sus políticas económicas. Esos reajustes, dentro del status quo  actual, tienen dos etapas posibles:
Las  posibilidades de que los pueblos latinoamericanos aumenten sus ventas fuera de  la zona se ven mejoradas ante la coyuntura histórica que representa para cl  comercio de las naciones atrasadas los estados socialistas.2 Un objetivo de la integración sería el de usar el Mercado Común Latinoamericano  para reducir desventajas absolutas frente a los países industriales, a fin de  estar más cerca de persuadirlos para que cesen de expandir su capacidad en  actividades donde tienen ventaja relativa, dejando en cambio que sean los  latinoamericanos los abastecedores de esos productos. También es de suma  importancia para el futuro de las exportaciones de la zona el desplazarse hacia  mercados de productos no tradicionales, sobre todo de manufacturas, semi-manufacturas  y partes de maquinaria, para diversificar las exportaciones en aquellos  renglones donde se puede obtener precios inferiores o cercanos a los del  mercado internacional.
  El paso de la  exportación de bienes primarios a la de artículos industrializados es uno de  los elementos básicos para el desarrollo económico de los países de  Iberoamérica. Esta afirmación no entraña subestimación alguna respecto a la  producción y a la venta de materias primas y alimentos. Ambas actividades  pueden contribuir positivamente al crecimiento económico pero la aceleración de  éste y las posibilidades de inversiones más productivas (así como la mayor  absorción de mano de obra, mejores retribuciones para los trabajadores y la  elevación del bienestar general de la población de América Latina) requieren de una creciente industrialización que se desarrolla y  fortalezca con el intercambio de sus productos en el mercado interzonal y con  la exportación a los mercados del exterior.
  Los países  industrializados exportaron casi 300 dólares por persona en 1970, mientras que  Latinoamérica exportó 55 dólares per  cápita en promedio, tan sólo el 18% de lo que exportaron los países ricos.  La tendencia es que se profundice dicha brecha, pues las exportaciones per cápita de los países de América  Latina crecieron al 3.5% en promedio anual en los  años 60, mientras que el crecimiento de los otros países subdesarrollados fue  de 8.7% y el de los países ricos, de 9.1%.
  Durante los  años 50, el crecimiento del producto bruto por habitante en Latinoamérica  estaba en un promedio del 2.1%. En la década de los 60, parece haberse situado  en el 2.5% acordado en Punta del Este.3 Empero, el futuro no se puede ver con optimismo: no existe una técnica propia y  adecuada para fabricar los bienes de capital y productos intermedios necesarios  para elaborar los artículos objetos de la sustitución de importaciones. De  hecho, en esto ha radicado una de las fallas centrales de la política de suplir  compras externas.
  No hay que  descuidar asimismo que la técnica extranjera trae, entre otras consecuencias,  una capacidad productiva ociosa que repercute directamente sobre los precios,  como ya se ha indicado y agudiza la dependencia comercial a unos cuantos  mercados, impidiendo en muchos casos la diversificación de la estructura  comercial de América Latina.
  El problema  del comercio en la zona se plantea en términos de toda una crisis mundial en el  comercio internacional, que promete incidir aún más en la ya injusta relación  de intercambio, en prejuicio –como es lógico– de los países en desarrollo.
  En resumen y no  podía ser de otro modo, el comercio de la región refleja los vicios y los males  que se dan en sus partes a causa, entre otras cosas, del trato de que son  objeto por parte de los estados adelantados. La única solución sigue estando,  al parecer, en la coordinación y en la integración multinacional. Más, para  caminar resueltamente hacia ellas han de cumplirse prerrequisitos que aún  esperan su hora: entre otros, invertir en la investigación y crear técnicas  apropiadas y ajustadas a la realidad latinoamericana.
2 Como la posibilidad de incrementar las relaciones comerciales con el bloque socialista es de tipo político, este tema se tratará en el Capítulo III, referente a la situación política dentro del mundo actual.
3 Comercio Exterior (febrero de 1969), pp. 89 y 132.
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