MUJERES EN EL MEDIO RURAL: CONFLICTOS TRADICIONALES, PRÁCTICAS EMERGENTES Y HORIZONTES

Irma Lorena Acosta Reveles (Coord.)

I. Perspectiva de análisis del mercado del mercado laboral

a) Los mercados de trabajo
La teoría institucionalista considera al mercado de trabajo como una institución social básica; por lo que es necesario incorporar el marco institucional de la sociedad, sus normas y valores, sus formas jurídicas y las estrategias de sus actores colectivos.  Dentro del mercado de trabajo se forman constantemente mecanismos de protección y exclusión, coaliciones de poder y discriminación o instituciones de regulación y arbitraje. De aquí que la creciente participación de la mujer en el mercado laboral no puede explicarse con la teoría clásica del mercado de trabajo, sino se requiere de un análisis de instituciones sociales con el sistema de valores, familia, políticas estatales, movimientos sociales, etc., (Köler y Artiles, 2007).
Como parte de la corriente institucionalista se han manejado los conceptos de mercado de trabajo dual o segmentado, con el fin de destacar la polarización existente entre diversos grupos de trabajadores, dado por sus características sociales (sexo, etnia, nivel de estudio, entre otros) que determinarán el tipo de relación laboral con sus empleadores. Esta corriente  parte del reconocimiento de que el mercado laboral es heterogéneo y tiene particularidades propias de funcionamiento, por lo que se evidencia que no es perfectamente competitivo ni que los actores se encuentran en igualdad de oportunidades, por lo que las importantes diferencias que se presentan en salarios y condiciones de empleo entre hombres y mujeres reflejan aspectos no competitivos del funcionamiento del mercado de trabajo, es decir, a la existencia de un mercado dual y segmentado (Baca, 2006).
En la primera vertiente se parte de la existencia de dos sectores: el segmento primario caracterizado por englobar situaciones de empleo más estables. La capacidad de negociación de los trabajadores les dota de una garantía de mejores condiciones laborales y la regulación de las mismas con claros mecanismos de promoción. En el interior de este segmento se establece una división, resultado de estrategias de flexibilización y control de la fuerza de trabajo: en un segmento primario independiente con puestos de trabajo de mayor cualificación, autonomía y remuneración, y un segmento primario dependiente con puestos estables de menor cualificación, tareas más rutinarias y específicas (Köler y Artiles, 2007).
De acuerdo con el principal autor (Piore, 1971), este tipo de segmento se caracteriza por empleos con buenas condiciones de trabajo, salarios elevados y una relativa estabilidad en el empleo. En este sector existe la posibilidad de una movilidad ascendente en el empleo, debido a que los procedimientos establecidos para la misma son determinados por normas legales. Los que están empleados en este sector, estén sindicados o no, disfrutan de relaciones de empleo regidas por un sistema de jurisprudencia laboral más o menos explícita (Molina y Valenzuela 2006).
Por otra parte, el segmento secundario es definido por la inestabilidad del empleo, resultado de las estrategias de externalización que configuran empleos con menor cualificación, así como malas condiciones laborales (Köler y Artiles, 2007).
En este se incluyen empleos mal pagados y con malas condiciones laborales, existiendo una inestabilidad en el empleo y una elevada rotación entre trabajadores. Los trabajadores en este sector son poco cualificados y tienen poca posibilidad de mejorar o de una movilidad ocupacional ascendente, debido a que en ellos se da un trato personalizado trabajador-empleador lo que da lugar a favoritismos y a una relación laboral muy caprichosa (Piore, 1971; citado por Molina y Valenzuela 2006).
Antonieta Barrón (2007) menciona que los mercados de trabajo de los cultivos hortofrutícolas caen en este tipo de tipificación dualista, considerándolos como más desarrollados y menos desarrollados, de acuerdo al grado de concentración del capital. Y que de acuerdo a las diferencias regionales se les da el carácter de primario y secundario.
La vertiente del mercado de trabajo segmentado, maneja la existencia de varios fragmentos (no solo dos), los cuales Acosta (2010) los identifica como mercados múltiples aislados entre sí; en función de rangos salariales, estabilidad laboral, legislación aplicada, grado de movilidad de la fuerza de trabajo, nivel educativo y/o las posibilidades de desarrollo individual.
La segmentación también se da en base a criterios de etnia, género, edad o religión/ideología (Köler y Artiles, 2007). De esta forma como lo señala Tahoría (1983; citado por Saravi, 1997) en el enfoque institucionalista las causas de la segmentación del mercado de trabajo radican fundamentalmente en las características de la demanda. De ahí que los mercados segmentados se diferencian por sistemas de reglas, canales de información y conductas laborales diferentes por lo que el dualismo del mercado de trabajo surge cuando parte de la producción laboral queda aislada de la incertidumbre y pasa a constituir un sector laboral privilegiado, a diferencia del sector laboral residual o secundario. Los teóricos del dualismo y la segmentación consideran al trabajo femenino como poco calificado, de alta rotación en el empleo, poco interés en adquirir capacitación, por lo que son ubicadas en el sector secundario (Baca, 2006).

b) Trabajo agrícola y género
En cuanto a los estudios de género, muy recientemente se ha hablado del concepto de feminización del trabajo rural, el cual se enfoca en dos aspectos: 1) el reconocimiento y la visibilidad de la participación femenina en labores agrícolas, que siempre se dio subsumida al trabajo familiar y había sido subvalorada por las estimaciones estadísticas; y b) una creciente incorporación de la mujer en actividades agrícolas como parte de su proceso de proletarización general. Sin embargo, las investigaciones realizadas bajo este enfoque han llegado a la conclusión de que a pesar de aumentar o hacerse evidente el trabajo femenino rural, las consecuencias para las mujeres en el campo no han sido favorables ni han correspondido a su participación económica. Más bien la feminización de la agricultura se deriva fácilmente la feminización de la pobreza (Marroni, 1993; citado por Rodríguez, 2005).
El término de feminización de la pobreza,  al que se refiere Marroni (1993), fue introducido en 1978 por Diana Pearce, quien afirma que el sistema de política pública, junto con la segregación sexual en el trabajo tiende a institucionalizar la desigualdad sexual y oprime a todas las mujeres. De este modo el número de mujeres que son pobres por el hecho de ser mujeres se incrementa, derivándose consecuencias sociales y económicas: menores salarios, peores empleos, políticas asistenciales concretas y su obligación a atender a los hijos, las cuales tienden a aumentar el riesgo de que la mujer caiga en la pobreza (Monreal, 1996).
El concepto se deriva a partir de la medición del nivel de pobreza en los hogares, la cual reveló un desproporcionado número de hogares encabezados por mujeres entre los pobres, tanto en países industrializados como en los de desarrollo. El Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola concluyó, en su  informe de pobreza rural en el mundo, que las mujeres rurales en países en desarrollo se hallaban entre las personas más pobres y vulnerables, y que 564 millones de ellas estaban viviendo por debajo de la línea de pobreza en 1988 (Kabeer, 2006).
Sin embargo, Naila Kabeer (2006) menciona que la relación entre pobreza y  hogares encabezados por mujeres no es muy consistente, ya que esta condición se debe a diversos factores: costumbre, viudez, divorcio, separación, migración de hombres, entre otros; aún más tratándose de la población de América Latina.
Karremans y  Petry (2003) en su informe para el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) planean un revertimiento de este proceso, en las mujeres en condiciones de pobreza e indigencia, a través de dotar mayores oportunidades de acceso a los recursos necesarios para elevar su calidad de vida, con elementos que las lleve al empoderamiento, es decir al incremento de sus capacidad de negociación dentro del grupo productivo, su familia y la comunidad.
La participación de la mujer en el trabajo agrícola asalariado nos conduce a tratar, bajo el enfoque de subdesarrollo latinoamericano propuesto por Víctor Figueroa, el concepto de excedentes de población refiriéndose a la sobrepoblación que va más allá de la fuerza activa y del ejército de reserva y de la cual se desglosan dos categorías: los excedentes relativos de población los cuales mantienen un vínculo constructivo con la acumulación, o bien que son organizados para una producción capitalista al margen del circuito normal del capital; y los excedentes absolutos, que se desenvuelven sin contacto positivo con la valorización del capital (Figueroa, 2008) .
Por lo anterior, las mujeres del medio rural, dueñas de su fuerza de trabajo y de sus capacidades y habilidades pueden formar parte de este excedente de población, mientras no sea una trabajadora activa. Una de las maneras en que las mujeres rurales se activan es a través de la venta de su mano de obra como jornalera, subordinada a un patrón para el que crea plusvalor, aportando directamente a la valorización del capital, reconocido como trabajo productivo como tal (Cruz, 2011).

c) Flexibilidad y precarización en el trabajo agrícola asalariado
A raíz de la reestructuración económica y  productiva que se ha venido desarrollando en el sector agrícola de América Latina, principalmente en los procesos de producción de hortalizas, frutas y flores de exportación se ha enfatizado en el proceso conocido como flexibilidad, en el contexto de la creciente precariedad laboral.
Por su parte, Köler y Artiles (2007) mencionan la existencia de una flexibilidad externa, que busca la desregularización de los mercados externos del trabajo; y una flexibilidad interna que busca la desregularización del empleo de la mano de obra en el interior de las empresas. Sin embargo, a fin de cuantas la flexibilidad significa una iniciativa empresarial y política para aumentar la libertad empresarial en el uso de la fuerza laboral.
Y que por su parte Acosta (2008) la define como la tendencia a moldear, adaptar o compatibilizar la esfera de lo laboral a nuevas exigencias tecnológicas, productivas, del consumidor, sociales, entre otras [cursivas de la autora]. Mercado (1992) hace referencia a la movilidad y polivalencia de las y los trabajadores a una estructura salarial basada tanto en función de la productividad como de la jornada de trabajo flexible (trabajo parcial, reducción de horas y de días de trabajo según necesidades de producción), así como a la temporalidad de la fuerza de trabajo como una de las formas de contratación que permite a las empresas adecuarse a las fluctuaciones del mercado.
Alrededor de este término se conjugan las mejores intenciones por los apologistas de la globalización y de una racionalidad intrínseca del mercado, en cuanto se considera como el mecanismo social óptimo para la asignación de recursos y distribuidor de recompensas y castigos entre los agentes económicos y sujetos sociales. En la lectura de empresarios y tecnócratas, la flexibilidad laboral se asume como la mayor disposición posible del trabajador, en tiempo, lugar e intensidad del esfuerzo acometido, para llevar a cabo un conjunto de tareas bajo un contrato por el cual se retribuye el producto del trabajo (bien o servicio) realizado, según unos requerimientos de calidad de éste (Urréa, 1999).
Según el trabajo de Tsakoumagkos et., al. (2000; citado por Acosta 2010) una consecuencia directa de este proceso de flexibilidad es la exclusión de la fuerza de trabajo, sin embargo su efecto principal ha sido la inserción cada vez más precaria del trabajador a lo largo del proceso productivo, en un contexto generalizado de desempleo, subempleo y de debilitamiento sindical.
Sara Lara Flores en diversos trabajos plantea que la clave de la reconversión productiva es la adaptabilidad de la fuerza laboral a las expansiones y contracciones del mercado, adaptabilidad que puede proveerse mediante el mejoramiento de las habilidades laborales, junto con la descentralización del proceso productivo o mediante una mayor dependencia de mano de obra precaria, dependiendo de la capacidad para la organización sindical. El panorama de América Latina, en donde se asocia la consolidación del neoliberalismo con la pobreza creciente y el desempleo, mantiene la tendencia hacia lo que tanto Lara como otros autores consideran  una flexibilidad salvaje o primitiva por sus aspectos excluyentes (Lara, 2006).

d) Reproducción de las unidades domésticas rurales
Algunos estudios sobre la economía campesina basados en el enfoque sociodemográfico automáticamente nos transporta al análisis del proceso de reproducción de las unidades domésticas en el contexto  del modo de producción capitalista. Este enfoque no se centra exclusivamente en la familia como lo hace el modelo demográfico de Chayanov; sino en las unidades domésticas y su coexistencia en una economía dominante de tipo diferente a la lógica de la economía campesina (Medina, 1991).
De ahí la importancia del concepto de reproducción, que para Medina (1991) es referida tanto para las unidades como a la sociedad en su conjunto: aludiendo al proceso económico y social que tiene el objetivo de lograr la continuidad del grupo doméstico y al proceso encaminado a perpetuar las relaciones de producción que sustenta al sistema capitalista en su totalidad. Este grupo doméstico se puede definir como familia, que para el caso de González (1991), lo define como una unidad solidaria que implementa estrategias de cooperación para la sobrevivencia y reproducción de sus miembros y como una  estructura de poder en la que se dan desigualdades regidas por el modelo patriarcal (sexo y generación); llevando implícitas el poder del hombre mayor de la familia y por ende subordinación de las mujeres y de los jóvenes, tanto en el plano doméstico como en el político, religioso y comunitario.
Sin embargo, en la sociedad actual el modelo de familia tradicional ha evolucionado, de ahí que es muy notoria la crisis del modelo patriarcal, así como el incremento de familias no nucleares en donde figuran jefas de familia responsables tanto de las actividades domésticas, cuidado de hijos y ancianos así como de las actividades extradomésticas que representan la fuentes de ingreso familiar, como respuesta de las presiones económicas internas y externas a las que se ven sometidas.
La mujer ha contribuido sistemáticamente en las nuevas estrategias de reproducción que el grupo doméstico tiene que realizar, lo cual ha significado nuevas cargas y responsabilidades para ella y ha disminuido su tiempo de descanso. Haciéndose más evidente el fenómeno en el cual el varón empieza a perder poco a poco el papel de único proveedor del grupo (Zapata y Mercado, 1996; citado por Díaz 1998).
Las unidades domésticas aprovechan las posibilidades que les ofrece su forma de organización familiar para responder a las presiones a las que se ven sometidas. Por lo que, la diversificación de las actividades de la unidad permite que la fuerza de trabajo familiar desarrolle su capacidad productiva a pesar de las restricciones que la insuficiente disponibilidad de medios impone a cada actividad por separado. Dicha diversificación implica trabajar para otros por un salario con exigencias del mercado de trabajo de por medio (De Appendini et al., 1983).
Las actividades en las que se desarrollan las unidades domésticas por la necesidad de reproducción se pueden clasificar entre las que tienen valor de uso, las que producen bienes o servicios que pueden tener valor de cambio y las que se realizan en base a la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía. Las primeras actividades constituyen el ámbito más privado de la reproducción familiar, por lo que sólo puede participar como productores y como consumidores los miembros del grupo doméstico (producción doméstica). Las segundas, consideran las actividades que los campesinos realizan por su cuenta, enfrentándose a limitaciones de recursos disponibles que los lleva a intensificar sus esfuerzos por lo que deberán participar todos los miembros de la unidad que no están ocupados plenamente por las tareas que exige la producción doméstica, en este sentido, las mujeres participan a medida en que la composición familiar les permite compartir con otros su trabajo. Las actividades del tercer tipo, introducen una distinción tajante entre los miembros del grupo que poseen características individuales valoradas local o regionalmente como cualidades productivas susceptibles de compra. Generalmente la mano de obra masculina adulta es la que reúne más estos requisitos, pero existen mercados de trabajo regionales que le son cerrados y se abren, al contrario, a la mano de obra femenina o infantil, temporal o permanentemente (Martínez y Rendón, 1983).
Otra visión en cuanto a la reproducción doméstica, es la sustentada por Acosta (2007) como la reproducción familiar precaria, como noción antagónica de una reproducción familiar digna; pero que generalmente las unidades domésticas rurales tienden a experimentar. Y para su comprobación mencionamos los elementos característicos de esta antítesis que la autora establece: i) ingresos intermitentes o salarios que no cubren las necesidades biológicas y sociales, ii) dificultad para emplearse y/o necesidad de migrar en busca de oportunidades, iii) inseguridad económica (ingresos/gastos), iv) problemas en las relaciones sociales e intrafamiliares,  v) incapacidad para el reclamo de sus derechos fundamentales.

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