Las jornaleras que hemos seleccionado para este estudio trabajan en la comunidad Chaparrosa del municipio de Villa de Cos. Este municipio se localiza a 72 km de la capital, con orientación noreste. El Consejo Nacional de Población (CONAPO) lo ha caracterizado como un municipio con grado de marginación media y sus principales actividades económicas son primarias; la agricultura aparece como la más importante (INAFED, 2009, p. 11).
              La comunidad de Chaparrosa se ha  distinguido durante las últimas décadas por la diversificación de cultivos, con  una tendencia hacia los de exportación sobre todo hortalizas. Destacan la  producción de cebolla, chile, tomate, papa, zanahoria y ajo. 
              La expansión de este tipo de  cultivos ha dado lugar a la creación de mercados laborales agrarios por  temporadas, atrayendo jornaleros del sur del país (Oaxaca y Guerrero) y otras  zonas del estado de Zacatecas. Una parte importante del trabajo que se emplea  en estas explotaciones es femenino e infantil.
  Aunque esta zona es un punto de atracción de mano de obra  agrícola, no es tan importante como la región norte del país, donde es  constante la presencia de jornaleros inmigrantes. Además, la atracción de los  jornaleros y jornaleras en Chaparrosa inicia en los noventa, cuando los  productores agropecuarios capitalistas de mayor tamaño incursionaron en la  diversificación de actividades productivas, introduciendo nuevos cultivos que  demandaron procesos de trabajo diferentes a los tradicionales (López y  Cerecedo, 2000, p. 36).
  En ese sentido, se creó un mercado demandante de fuerza de  trabajo agrícola para la cosecha, selección y empaque de productos  agropecuarios que por su naturaleza y destino, requiere de ciertos cuidados  para lograr márgenes de calidad aceptables. Fue así que se comenzó a observar  la presencia femenina en la producción de hortalizas y tubérculos. En  particular, Chaparrosa se ha caracterizado por una producción significativa en  cebolla, ajo, zanahoria, papa, jitomate, pepino y chile; así como los  tradicionales frijol y maíz.
  La diversificación de cultivos también ha llevado a  Chaparrosa a una modificación de la estructura social y cultural, porque a esta  comunidad arriban familias enteras de jornaleros que se alojan en los centros  de trabajo, y en ocasiones se arraigan.
  Ya hemos hablado en otro momento de la tendencia a la  feminización de las labores agrícolas, proceso asociado con el impulso al  modelo agroexportador desde el sexenio salinista. Pues bien, en Zacatecas la  reorientación de la estructura agraria hacia bienes exportables ha sido muy  lenta y limitada, debido a la falta de infraestructura, a la calidad del suelo,  y a la presencia predominante de productores de tipo campesino con escasos  recursos de trabajo y financieros.
  Los cultivos de exportación, y específicamente las  hortalizas, requieren una gran cantidad de agua, y esta es otra limitante para  el cambio en el patrón de cultivos en la entidad. 
  Sobre la feminización en Zacatecas sí puede constatarse que  en el campo ha crecido la presencia de mujeres como campesinas y jornaleras, lo  que se explica por la necesidad de atenuar la caída de los ingresos familiares  frente a la crisis, la emigración masculina y el menor costo de la mano de obra  de las mujeres. 
  Ésta suele ser más barata que la fuerza de trabajo masculina  por ser más dócil y flexible en horarios; flexible porque para no desatender  por completo a la familia la mujer está dispuesta a contratarse a cambio de un  salario menor, siempre que disponga de tiempo para estar pendiente de sus  hijos. El trabajo de las mujeres en los campos, resulta altamente redituable  para quienes las emplean porque ellas no discuten el salario que le ofrecen y  garantizan un producto de calidad, dada la delicadeza que le imprimen a sus  tareas al cosechar algunos productos que deben entrar a los supermercados en  las mejores condiciones. Por lo general tienen largas jornadas laborales, sin  fecha ni hora de descanso y sin prestaciones o beneficios. 
  Al llegar a Chaparrosa nos encontramos con que el grupo de  mujeres que pensamos eran las indicadas para llevar a cabo la entrevista, no  cumplían con el perfil de jornaleras, porque el lugar donde trababan era de su  propiedad, es decir, se empleaban en un invernadero de pepino y jitomate pero  no como asalariadas. Ellas mismas nos canalizaron con las trabajadoras  asalariadas del ajo y chile de la misma localidad. 
  Las encontramos en una especie de construcción de tabicón,  con una pequeña área techada y el resto, la mayor parte, al aire libre; ellas  le llaman bodega. Este espacio sirve también como estacionamiento y lugar de  carga y descarga del producto, tiene una extensión aproximada de unos 2000  metros cuadrados. En el acceso se encuentran un par de cuartos que se utilizan  como vivienda por la “mayordoma”, una mujer de 32 años de edad y su familia. Su  esposo también es mayordomo pero de otra bodega. Otro espacio pequeño, también  techado se destina al almacenamiento y resguardo de maquinaria. 
  Esta bodega se localiza en las inmediaciones de los campos  de cultivo, las casas donde viven las jornaleras quedan relativamente  cerca. 
 
  La “bodega” es de piso de tierra, no hay instalaciones  sanitarias ni lugares de descanso; las trabajadoras se sientan en botes y en  cajas para realizar su trabajo de selección del producto. No hay tampoco  recipientes con agua limpia para beber, lo hacen de una manguera; a lo largo de  la jornada de trabajo sus hijos menores las acompañan y a veces ayudan en  algunas actividades. 
  En una sección del lugar, inmediata a donde se sitúan para  trabajar las mujeres, encontramos cajas con agroquímicos para diferentes fines.  También estaban a la vista cajas que contenían la cosecha anterior, está había  sido rociado ahí mismo por uno químico para curar el ajo. Ese agroquímico lo  aplican exclusivamente los hombres pero las mujeres y los niños están ahí en  esos momentos. En la bodega no hay equipo de protección para nadie, y las  trabajadoras se refieren al producto como “un veneno muy fuerte” que ocasiona  ardor en las manos y quema.
  También nos enteramos que durante sus labores en los campos  de cultivo están expuestas a muchos fertilizantes y pesticidas de manera  constante, aunque afirman no haberse enfermado. En algunas de ellas sus enfermedades,  en todo caso, son la diabetes y la hipertensión.
  A las jornaleras las contacta un “enganchador” o bien son  informadas del trabajo por familiares o conocidos. En el caso que estudiamos  las jornaleras no son inmigrantes, sino residentes del lugar, sí se mueven a  diferentes campos de cultivo, pero cercanos. En el ajo traban de julio a  noviembre, después se van al corte del chile donde la temporada es “muy corta”  y del chile a los invernaderos de hortalizas (jitomate y pepino).
  Cuándo les preguntamos cómo son contratadas señalaron que  les pagan por jornal o por caja. Haciendo cálculos se estima que a la semana  ganan el salario mínimo, esto es unos 720 pesos en promedio por siete días  trabajados, en jornadas de 12 o 13 horas aproximadamente. Este monto semanal  resulta de sumar el ingreso diario que es un poco mayor a 100 pesos, y a su vez  este resulta del número de cajas de ajo que han seleccionado. La cantidad de  cajas que se llena por día puede ir de 3 a 7. En la medida que pueden llenar  más cajas su salario incrementa, pues por cada caja les pagan 30 pesos. Por eso  conviene incorporar a los niños al trabajo (los hijos de las jornaleras) y  obtener mejores resultados.  La mayordoma  sí gana el salario mínimo más las cajas que haga, su tarea consiste en supervisar,  y cuando se termina el trabajo en cada lugar, dirigir a las trabajadoras hacia  otras explotaciones. De hecho todos los tratos de las jornaleras en relación  con su pago y otros temas laborales se dan entre ellas y la mayordoma (quien se  ocupa de pagarles), pues desconocen quien es el dueño de las tierras y la  bodega, es decir, por quién están contratadas.
  En el chile en cambio el pago es por jornal, a razón de 100  pesos diarios, pero debe cubrir una cuota mínima. La cuota es de diez costales  por día, esto equivale a un pago de 10 pesos por costal. Aquí los horarios de  trabajo son más cortos, porque el producto debe cortarse antes de las dos de la  tarde (las faenas comienzan a las cinco de la mañana), de lo contrario el  producto pierde sus propiedades, y por otra parte, los empleadores no están  dispuestos a asumir los costos de salud que se puedan derivar de insolación,  deshidratación y otros problemas de exposición prolongada al sol.
  En ambos casos, día que no se labora no se recibe pago, pero  parece que tampoco hay sanciones en el sentido de que pierdan su trabajo o sean  suspendidas. El acuerdo es en términos de día trabajado, día pagado, y el  salario lo reciben cada semana, los sábados por la tarde. Los ingresos los  destinan principalmente a la alimentación. 
  Obviamente las jornaleras no están aseguradas ni tienen  prestaciones. El único beneficio ellas consideran tener es que les permiten  llevarse algo del producto para sus casas, pero no todos los días.
  Por lo que se refiere a las tareas de campo (preparación de  tierra, siembra, control de maleza, aplicación de fertilizantes, cosecha, etc.)  en la producción de ajo las jornaleras afirmaron que en las actividades en que  tienen contacto con sustancias tóxicas, no se protegen con equipo adecuado,  mientras a los hombres sí los proveen de guantes, cubre- bocas y una especie de  overol, esto es, un traje de una sola pieza que llaman “mameluco grande”. 
  El trabajo es sumamente desgastante, por la naturaleza de  esta actividad: la exposición al clima y los químicos, la largas jornadas, la  intensidad del trabajo; también creemos que por haberse dedicado desde temprana  edad a este tipo de actividades, las mujeres parecen ser mayores de lo que  realmente son.
  Aunque las trabajadoras colaboraron muy bien en las entrevistas,  daban respuestas sumamente cortas a las preguntas, incluso la mayordoma,  consideramos que esto se debe, a que no son personas acostumbradas a conversar  más ampliamente; probablemente la desconfianza y quizá un poco el temor a  represalias por dar excesiva información sobre sus condiciones de trabajo.
       Del análisis se  desprende que la mujer jornalera, en este caso concreto, contribuye  directamente a las necesidades de reproducción del capital agrícola en algunos  de los productos de más demanda nacional, no sabemos finalmente si estos  productos se exportan, por lo que logramos indagar asumimos que se destina al  mercado doméstico. 
     Los factores que se  conjugan para apoyar a la valorización capitalista, en este caso, podemos  enumerarlos como sigue:
En la esfera reproductiva, la presencia de la mujer en las actividades agropecuarias como jornalera, y que como hemos dicho está relacionada con la reconversión de productos básicos por hortícolas, conlleva a un reajuste del tiempo, para distribuirlo entre el hogar y los campos. Así que otra forma en que la mujer rural –jornalera- contribuye a la reproducción del capital, es con la realización de las actividades domésticas, esta es una forma indirecta de contribución al ciclo capitalista.
    Los días de trabajo  normales en el campo o la bodega, las jornaleras salen de sus casas  aproximadamente a las siete de la mañana. Para entonces ya han preparado los  alimentos que se llevarán el resto de los miembros de la familia a sus trabajos  o la escuela. Por cierto que pocos de sus hijos van a la escuela, ya que no es  considerada una prioridad. Es común que los hijos varones se empleen junto con  sus padres en la construcción o campos de cultivo, las hijas más grandes se  quedan como responsables del trabajo doméstico (lavar, barrer, preparar  alimentos, etc.) y a los hijos más pequeños los llevan al trabajo, o bien  depende de que haya alguien más en casa para cuidarlos. 
  Al llegar a sus casas, después de la jornada laboral, puede  ocurrir que ésta ya esté en orden y limpia, o bien que tenga que hacerse cargo  porque no se quedó nadie en casa, ya que desde jóvenes las mismas hijas  comienzan a ser jornaleras. 
  Como en el segmento anterior de mujeres (las artesanas), en  el hogar de la jornalera también se ha dado un proceso de reajuste en la  realización de actividades domésticas y organización familiar entre las  generaciones más jóvenes. Aquí el ajuste es más drástico porque toda la  actividad de la casa es delegada a las mujeres más jóvenes. Conservan la  autoridad como amas de casa porque son las que administran los recursos y el  consumo familiar; sin embargo la limpieza de la casa, la preparación de  alimentos, representación y relaciones en el exterior, así como aquellas  actividades de mantenimiento de la vivienda han comenzado a caer en mano de los  menores de edad cuando los hay. 
  Los siguientes testimonios son elocuentes: “…mi niña de 15  años, me lava los trastes, trapea, lava el baño, pone frijoles, hace de comer,  baña los niños, los lleva a la escuela y les ayuda con su tarea” (jornalera de  32 años). O bien, “…nadie (me ayuda en el hogar), hasta que llega uno, llego a  hacer la cama, a hacer de comer, a hacer todo” (jornalera de 60 años).
  Aún en sus días de descanso –difícilmente los hay- las  mujeres realizan actividades del hogar, y la actividad que le destinan mayor  tiempo es lavar y planchar, seguido por hacer tortillas para toda la semana.
  Por realizar actividades durante sus días de descanso, las  jornaleras reciben alguna gratificación del resto de los integrantes de la  familia, pero este recurso no lo destina a su persona, es decir, que le  implique un beneficio propio; con ese recurso, ellas aprovisionan al hogar de  insumos para su subsistencia. 
  Las jornaleras son menos expresivas con los integrantes de  su familia para transmitir y hacerles sentir queridos, proveerles de cariño,  hacerles sentir que son valiosos, pero en la medida de sus posibilidades lo  hacen, los atienden, procuran su salud, vestido y calzado.
  A pesar de sus esfuerzos en su casa y en los campos, de todo  su trabajo, los ingresos que reciben las jornaleras aparecen como un complemento  para el consumo de la familia, y en términos de autoridad, el jefe de familia  sigue siendo el varón. Nuestra apreciación es que más que un complemento, sus  salarios son fundamentales para el sostenimiento de la familia, y aun así no  superan su situación de pobreza.
  Esta pobreza contrasta con la situación del empresariado  agrícola. No es ningún secreto que las mujeres que trabajan en la agricultura  lo hacen en condiciones de mayor precariedad en relación a otras actividades  económicas en las que también tienen presencia, y que la brecha salarial y en  condiciones de trabajo existe también respecto a los hombres en esa misma  labor.
  Por razones culturales y de nivel educativo ocupan lugares  de desventaja en la estructura productiva, y entre los trabajadores menos  calificados son a su vez excluidas; tal vez porque están convencidas de que no  es mucho lo que pueden exigir por su trabajo. Cuando no son parte del ejército  de reserva, un trabajo intensivo y prolongado apenas les da lo necesario para  subsistir.
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