DOS ESTUDIOS DE CASOS DE MUJERES FILICIDAS RECLUIDAS EN INSTITUCIONES DEL ESTADO

Rita Boscán
Adriana Reyes

FILICIDIO DESDE EL ENFOQUE DE GÉNERO

Género

Desde el punto de vista del género, el filicidio materno puede ser considerado como una respuesta a la sobrecarga de funciones que sufren las mujeres por las exigencias de cumplir con sus roles de género. La autopercepción de incapacidad para cumplir con la atención y crianza de los hijos hace que la muerte de estos sea una alternativa frente a una vida más temible; el filicidio se convierte así en una salida ante una cotidianidad abrumadora.

Pilar Blanco, médica familiar y terapista española, asegura que el término género es más amplio que el de sexo ya que incluye las categorías socioculturales que caracterizan las conductas femeninas y masculinas de los seres humanos. El género es otra categoría social no biológica, no “natural”. Se trata de “un constructo social e histórico, es decir, sometido a cambio según las características propias de cada sociedad, en un momento dado. El género define el conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres.” (2004:24, énfasis en el original).

Aunque las características y valores asignados a las mujeres y hombres dependen de la sociedad en la que nacen y crecen, todas coinciden en que los hombres han de tener autoridad, dominio, fuerza y valor; mientras que las mujeres han de ser fundamentalmente buenas, en el sentido de ser obedientes y sumisas.

Estas características diferenciadas son asimiladas por unas y por otros en los procesos de socialización, a través de los cuales adquirimos la identidad de género, que es la autopercepción que cada persona tiene de sí misma y que va a determinar su forma de sentir y pensar sobre sí misma y sobre el mundo en que vive. Desde dicha identidad el niño estructura su experiencia vital; el género al que pertenece es identificado en todas sus manifestaciones, sentimientos o actitudes de “niño” o “niña”, comportamientos, juegos, etc. Después que un niño se asume como perteneciente al grupo masculino y una niña al grupo femenino, la identidad de género se convierte en un tamiz por el cual pasan todas sus experiencias.

 La identidad de género es diferente al rol de género. Éste se refiere al conjunto de expectativas que la sociedad tiene sobre los comportamientos que considera apropiados para cada persona según su sexo (Blanco, 2004). Del hombre se espera que sea el proveedor económico y la autoridad de la familia; de la mujer, que sea madre, esposa y el soporte emocional y espiritual.

Sin embargo, los cambios socioeconómicos suscitados en las sociedades postindustriales en los últimos 50 años han traído como consecuencia cambios en la vida de las mujeres. Al rol tradicional de ama de casa y cuidadora de los hijos se han sobrepuesto otros roles relacionados con los ámbitos educativo y laboral que la apartan de los roles diferenciados tradicionales y le generan conflictos psicosociales.

En las últimas décadas se están haciendo planteamientos sobre la posibilidad de relaciones alternativas entre los géneros, no estructuradas por condiciones de dominación basadas en oposiciones binarias. Se ha empezado a hablar de una sociedad donde lo que se ha considerado históricamente femenino no quede injuriado por un razonamiento de exclusión (Hidalgo y Chacón, 2001).

Mujer y maternidad

De acuerdo al estereotipo o ideal femenino, la maternidad es inherente a su condición, deber y derecho sagrado de la mujer. No obstante, cada vez más en nuestras sociedades se trata de una elección personal, una decisión tomada en función no sólo del anhelo particular sino de las condiciones sociales y económicas en las que ella se desenvuelve.

Diversos autores diferencian entre maternidad y maternaje. La maternidad es un hecho biológico, se refiere a la capacidad específicamente femenina para gestar y parir. El maternaje es un concepto más amplio, puede definirse como “el conjunto de procesos psicoafectivos que se desarrollan e integran en la mujer en ocasión de su maternidad.” (Oiberman, s.f.: 117).  El maternaje implica poner en práctica lo aprendido sobre la crianza, el cuidado y la responsabilidad de los hijos.

Cristina Palomar, psicóloga y antropóloga social, defiende la concepción de la maternidad como una construcción cultural multideterminada, definida y organizada por normas que se desprenden de las necesidades de un grupo social específico y de una época definida de su historia: “Las madres tienen una historia y, por lo tanto, la maternidad ya no puede verse como un hecho natural, atemporal y universal, sino como una parte de la cultura en evolución continua.” (2005:40). Siguiendo a esta autora, se trata de un fenómeno compuesto por discursos y prácticas sociales que conforman un imaginario complejo y poderoso que es, a la vez, fuente y efecto del género. Este imaginario tiene actualmente, como piezas centrales, dos elementos que lo sostienen y a los que parecen atribuírsele, generalmente, un valor de esencia: el instinto materno y el amor maternal (Badinter, 1992 y Knibiehler, 2001).
A partir de la consideración de que la “naturaleza femenina” radica en una biología que asegura ambos elementos, la maternidad es entendida como algo que está separado del contexto histórico y cultural, y cuyo significado es único y siempre el mismo.  Más aún: cualquier fenómeno que parezca contradecir la existencia de los elementos mencionados, es silenciado o calificado como “anormal”, “desviado” o “enfermo”.

Badinter (ob. cit.) ha afirmado que el amor maternal no es innato sino que se va adquiriendo en el transcurso de los días pasados junto a la criatura y a partir de los cuidados que se le brindan. Particularmente en estos casos, en los cuales las madres han tenido la oportunidad de crear un nexo amoroso con sus hijos, es que el acto del filicidio adquiere una connotación más compleja. Cumplir con el rol de la maternidad, como mandato de género, puede llegar a representar una carga muy pesada para la mujer, especialmente aquella que es vulnerable desde el punto de vista emocional y físico, debido a la inmadurez y carencias afectivas y económicas.

Mujer y delito

De acuerdo a Elena Azaola -antropóloga y psicoanalista mexicana- fue después de la década de los sesenta que comenzó el estudio sistemático de la conducta delictiva en la mujer, gracias al movimiento feminista que permitió enfocar las diferencias en el papel que desempeñan hombres y mujeres en la sociedad, es decir, desde la perspectiva de género (Azaola, 2008).

Según esta autora, uno de los factores que propició el análisis de la criminalidad femenina desde el enfoque de género fue la constatación de que en todos los países, grupos de edad y períodos de la historia con datos disponibles, la proporción de mujeres delincuentes es significativamente menor que la masculina, excepto en los delitos de prostitución, infanticidio y aborto, delitos asociados al ámbito femenino. Al mismo tiempo, Azaola observó que la participación de la mujer en delitos contra la vida de las personas es mayor en los países latinoamericanos, menos desarrollados.
La explicación desde el género para la diferencia con que el hombre y la mujer transgreden las leyes, tiene que ver con lo que la sociedad espera de ella y, por lo tanto, con la forma diferente en que es socializada y sujeta desde pequeña a mecanismos de control informal que resultan eficaces para limitar su participación en las actividades delictivas. Las mujeres son socializadas para evitar demostrar su agresividad, para controlar su ira, aún cuando pueden enojarse tanto como los hombres.

Los límites de la interacción social comunicativa de la mujer se reducen principalmente al área doméstica y es efectivamente allí donde la mujer tradicional  suele cometer sus delitos, asociados a los problemas de la existencia del conflicto interno, de la violencia intrafamiliar y de la pobreza.  El delito de filicidio materno, por ejemplo,  es asociado a mujeres que pertenecen al sector informal de la economía, mujeres pobres que en su mayoría son amas de casa o empleadas domésticas (Hidalgo y Chacón, 2001).

El homicidio es el delito más grave que una persona puede cometer y ha sido tradicionalmente castigado como el atentado más grave a los valores que rigen la convivencia en sociedad. Por lo general la mujer se convierte en homicida para solucionar un conflicto interpersonal que se desencadena después de un lento proceso en el que se siente despreciada, marginada y/o humillada.

 En la mayoría de los crímenes de la mujer existe una relación afectiva ente la autora y la víctima, es decir, hay un proceso emocional que desencadena el  homicidio. Especialmente en la mujer se observa el homicidio pasional. Es difícil observar que la mujer llegue a una conducta de homicidio por una problemática de alcoholismo, como se ve frecuentemente en el hombre (Marchiori, 1989).

Dado que la mayoría de las mujeres viven, debido a nuestras costumbres culturales y educativas, en estrecha relación con el núcleo familiar y con el habitat de su casa-familia, es entendible que sea en este ambiente donde se produzcan sus vivencias más significativas. Esto se refleja en el hecho de que la mayoría de sus agresiones sean dirigidas en contra de personas de su núcleo familiar  (el cónyuge o los hijos) y que ocurran en sus hogares.

El homicidio de los hijos constituye un fenómeno universal pero negado, silenciado, debido a la fuerte resistencia a su reconocimiento y discusión social. Según Lagarde, “La violencia es inherente a la maternidad y a la paternidad, aunque no se reconoce como tal más que en casos extremos… La satisfacción de las permanentes demandas de los niños, ligada a su indefensión hace que la madre descargue en ellos sus odios más profundos, así como sus amores posesivos. Aún las relaciones amorosas, concebidas y desarrolladas con ternura, implican la violencia de manera independiente a la voluntad y conciencia de la madre” (Lagarde, 1990:746)

La muerte de los hijos por su madre despierta de inmediato en el común de las personas la sospecha de enfermedad mental en ésta, por la creencia generalizada en el “natural amor materno” sumada a la naturaleza frágil y subordinada de los niños. Ciertamente, la convivencia entre padres e hijos debería conllevar a la formación de lazos afectivos sólidos cimentados en su relación de parentesco y valores fundamentales. Pero, es una realidad que existen las “malas madres”. No está tácito el amor de la madre hacia el hijo y aun existiendo, puede solaparse por una vivencia que lo supera, lo supedita y lo aniquila.

Desde la psicología, la conducta delictiva es la expresión de una patología de alteración psicológica y social, pero en el caso de la mujer, no solamente es una persona enferma, sino el emergente de un núcleo familiar conflictivo. Por ello, es importante involucrar profesionales de la psicología y psiquiatría a la hora de evaluar a la madre filicida en un caso particular. El análisis de los aspectos criminológicos de los filicidios, así como de los aspectos sociodemográficos y clínicos de las filicidas es la clave para llegar al conocimiento de la salud mental de estas personas en el momento de dar muerte a sus hijos.

Estos aspectos se describen consistentemente en los estudios mundiales acerca de estos crímenes y son la base para las diferentes tipologías y clasificaciones propuestas. Se ha encontrado, por ejemplo, que la psicosis postparto aún cuando es un fenómeno raro es frecuente en las madres filicidas, que las armas son utilizadas más por las madres psicóticas que por las no psicóticas y que los factores religiosos pueden desempeñar un papel importante en la génesis de delirios que finalmente llevan a dar muerte a los hijos (Castaño, 2005). Mujeres y hombres pueden cometer filicidio por cualquiera de las alteraciones psiquiátricas conocidas; por ejemplo: esquizofrenia, depresión psicótica o trastorno delirante.

Diversos estudios plantean que la enfermedad mental durante el embarazo y la lactancia se relaciona con los cambios que las hormonas producen sobre el afecto, el pensamiento y el comportamiento de la mujer, los cuales se manifiestan como alteraciones depresivas, psicosis postparto,  reactivación de trastornos mentales psicóticos, estados disociativos o confusionales, y que todos ellos pueden llevar a la mujer a cometer filicidio (ob. cit.).

Se sabe que el embarazo es el único cambio biológico que presenta un pico de prevalencia para enfermedad mental, pero se discute que éste produzca enfermedades psiquiátricas. Estudios recientes tienden a considerar que existen entidades psiquiátricas específicas desencadenadas por los cambios hormonales producidos durante el embarazo, las cuales se asentarían en personalidades vulnerables.

Tanto los cambios hormonales como la enfermedad mental son factores de riesgo para el filicidio. A la vez, estos se pueden combinar con otros factores psicosociales y culturales aumentando el riesgo, lo que lleva a considerar el filicidio como un fenómeno multifactorial y multifacético. Siguiendo a Castaño, se ha encontrado que los factores no psiquiátricos asociados al filicidio materno se relacionan con que a menor edad de la madre menor es la edad del hijo al que se provoca la muerte y que  las madres con enfermedad mental  matan a sus hijos a una mayor edad de ellas y de los niños.

También se han observado homicidios por procesos paranoicos en que la mujer se cree perseguida, con conductas delirantes. Sin embargo cabe observar que los aspectos depresivos y confusionales de la mujer ya se habían formado antes del delito, así como una gradual desorganización de la personalidad que se proyecta en el crimen.

EL conocimiento de la personalidad de la mujer y de los aspectos esenciales del proceso de vida que la ha llevado al filicidio permitirá evaluar su proceder. El diagnóstico permite plantear las medidas de tratamiento. Es evidente que el tratamiento debe de ser enfocado en forma integral (historia-personalidad-núcleo familiar) a través de una interdisciplinariedad en la que el objetivo principal es la salud física, psíquica y social de la mujer.

SOCIALIZACIÓN  Y DESVIACIÓN SOCIAL

Para entender desde la perspectiva de la psicología social el fenómeno del filicidio es preciso hablar sobre el proceso de socialización partiendo de dos puntos de vista; el primero basado en el “influjo” que la sociedad ejerce sobre el individuo en cuanto proceso que moldea y adapta al sujeto a las condiciones de una sociedad determinada y el segundo, mucho más subjetivo, es la respuesta o reacción del individuo a la sociedad (Blas Huerta, s.f.)

Dentro de la sociología y la psicología social, la socialización es observada como el proceso por el que se le internaliza al individuo los valores, las normas, creencias y estereotipos de los miembros de una sociedad y a su vez este individuo es trasmisor de la cultura. El fin es integrarse adecuadamente a la vida social y a las formas de comportamiento establecidas en dicha cultura. La oportunidad de la socialización en diversos entornos exige a la persona en sus estadios de niñez y adolescencia la participación activa en procesos de adaptación a diferentes personas, actividades y situaciones, lo que representa aspectos positivos que mejoran el alcance y la flexibilidad de sus competencias cognitivas y habilidades sociales.

Para Freud, el elemento central para entender el proceso de socialización es la personalidad, entendida como “una característica de las pautas de conductas y pensamiento de los individuos.” (Citado en Gilbert, 1997:167, énfasis en original). Freud afirmaba que gran parte de la conducta humana es guiada por motivos inconscientes (impulsos, pasiones, temores…), desconocidos por los individuos y que las experiencias de la niñez encerradas en nuestro inconsciente forjaban la personalidad adulta. Los factores biológicos juegan una parte importante en la personalidad humana, el instinto de vida (eros) impulsa a los individuos hacia la reproducción de la especie y búsqueda del placer; el instinto de muerte (tánato), promueve la inamovilidad y agresividad hacia otros individuos.

Freud intentó incorporar ambas necesidades, vida y muerte, y las fuerzas de la sociedad en un modelo global de la personalidad. Dicha personalidad se compone de tres partes conceptuales esenciales: el id (estímulos instintivos), el super yo y el yo. De acuerdo a Freud, el id representa la parte inconsciente, instintiva, impulsiva y  no socializada de la personalidad; es decir, corresponde al depósito de estímulos innatos, primitivos, antisociales y agresivos con los cuales nace una persona. En este sentido, los niños son seres sensuales que buscan satisfacción o gratificación inmediata y en la medida que van creciendo se va desarrollando su interés y orientación psicosexual a través de varias etapas. En la etapa fálica el niño desarrolla lo que Freud llamó el complejo de Edipo: el deseo por dominar la atención del padre del sexo opuesto al suyo creando una rivalidad intensa interna o externa con el progenitor del mismo sexo.

El super yo es la internalización de las normas, reglas y valores de la sociedad, especialmente a través de las formas en que han sido enseñadas por los padres a sus hijos, es la presencia de la cultura dentro del individuo. En una primera etapa se desarrolla como un reconocimiento a las demandas de los padres, pero gradualmente comienza a expandirse en la medida que el niño se va dando cuenta que el control de los padres es una reflexión de las demandas morales de un sistema cultural más amplio.

El yo representa el intento consciente para balancear los estímulos innatos de búsqueda de placer del ser humano y las demandas y realidades de la sociedad. Es la parte racional de la personalidad que se relaciona con el mundo exterior, actuando como mediador entre el id y el super yo. Así, los niños comienzan su recorrido por el mundo experimentando la sociedad en relación a sus sensaciones físicas de placer y dolor. Con el desarrollo gradual del super yo, comienzan a entender que el mundo involucra también normas morales. Del correcto balance entre el id y el super yo, a través del yo, depende la formación de una personalidad bien ajustada o conducir a desórdenes de personalidad. En este sentido, Freud afirmaba que la niñez es una etapa crucial para el desarrollo primario de la personalidad y que los conflictos y desequilibrios que se produzcan en esa etapa pueden quedar atrapados en el inconsciente y manifestarse en la vida adulta como disturbios de personalidad.

La teoría de socialización de Freud se puede catalogar de conflictiva en el sentido de que plantea la guerra permanente en el individuo y entre éste y la sociedad, entre los impulsos biológicos y las demandas sociales. En el mismo sentido,  Mussen, Conger y Kagan (1971), señalan que la socialización constituye todo proceso en virtud del cual un individuo que ha nacido con potencialidades conductuales de una gama enormemente variada, es llevado a desarrollar una conducta real que queda confinada dentro de unos límites mucho más estrechos, y referidos a aquellos que según el estándar de su grupo, debe y puede hacer. 

Según Jorge Gilbert (ob. cit.), el ser humano nace dos veces: el nacimiento biológico, en el que sus necesidades son resueltas por un largo periodo por sus padres; y un nacimiento social, que comienza gradualmente durante ese período y que lo transforma en un ser social, a través del proceso de socialización, entendido como “ el mecanismo basado en la interacción social de los individuos mediante la cual una sociedad transmite a sus miembros las pautas culturales para que estos desarrollen su potencial humano y de este modo puedan actuar en ella íntegramente.” (p. 163, énfasis en el original). 

El  proceso de socialización dura toda la vida; sin embargo, la etapa más crucial ocurre durante la niñez. El niño interioriza el mundo que le rodea  en la socialización primaria, a través de la familia, produciéndose automáticamente una identificación con ella. El mundo interiorizado en la socialización primaria se implanta en el individuo con mucha más fuerza que los mundos interiorizados en las socializaciones secundarias.

La socialización siempre se efectúa en el contexto de una estructura social específica. La clase social a la que pertenece cada individuo es determinante en su socialización primaria. El niño de clase social baja absorberá el mundo social desde la perspectiva de clase baja y con los caracteres que le han transmitido sus padres o los encargados de su crianza.

En esta etapa, la identificación del niño con el mundo que le rodea va unida a una carga emocional importante (amor a la madre, padre, hermanos…). En la socialización secundaria esta carga afectiva no es tan importante. La socialización secundaria se refiere a la adquisición del conocimiento específico de roles que están íntimamente unidos a la división del trabajo. En esta socialización el individuo interioriza submundos institucionales que suelen ser realidades parciales que contrastan con el mundo conocido en la socialización primaria. Este contraste puede ocasionar crisis al reconocer que el mundo conocido no era el único existente, que no es así en realidad sino que se da una situación social específica de acuerdo a la clase social, la cultura, la estratificación laboral, etc. (Mondragón y Trigueros, 2002:17).

En suma, la familia es la entidad socializadora más relevante para el individuo. Es en la complejidad y diversidad de las experiencias familiares que el niño va adquiriendo una comprensión de la ley y la justicia, de las normas y valores, de las tensiones dialécticas entre seguridades y libertades, que serán tan decisivas en su futura condición de ciudadano. Cuando en el contexto sociofamiliar están presentes la poca estimulación socio-afectiva, la pobreza y bajo nivel cultural, un núcleo familiar disfuncional, la dificultad de acceso a una educación normalizada, el aislamiento social  y los cuidados médicos sólo en situaciones de crisis,  se coloca al niño en una situación de competencia social deficitaria. Si la familia como agente  socializador fracasa en su ser integrador y trasmisor de la cultura se formará un ser humano con grave riesgo social y familiar, susceptible de presentar problemas de adaptación y desequilibrios afectivos, físicos y/o psíquicos. Las familias que generación tras generación se han visto privadas de los elementos necesarios para vivir dignamente son las que a su vez se muestran más incapaces para ayudar a sus propios hijos, creando o facilitando las condiciones para que en el futuro transgredan las normas sociales, presenten conductas “desviadas”.

CAPITAL SOCIAL: IMPORTANCIA DE LAS REDES DE APOYO

El capital social es un concepto de reciente y creciente aplicación en los estudios sobre el desarrollo. Se refiere a una realidad menos tangible que el capital humano (conocimientos) o el capital físico (bienes materiales), pero que resulta también decisivo para la actividad productiva, la satisfacción de las necesidades personales y el desarrollo comunitario. (Alberdi y Pérez de Armiño, 2005). Se puede definir como el conjunto de normas, redes y organizaciones construidas sobre relaciones de confianza y reciprocidad, que contribuyen a la cohesión, el desarrollo y el bienestar de la sociedad, así como a la capacidad de sus miembros para actuar y satisfacer sus necesidades de forma coordinada en beneficio mutuo.

Aunque el concepto de capital social alude en un primer lugar al aspecto económico, como recurso para fomentar el desarrollo social a gran escala, una aproximación cotidiana, del día a día, el germen, implica establecer relaciones de contacto con familiares, vecinos y amigos, para satisfacer necesidades propias o comunes, basadas en la confianza y  la reciprocidad.

De acuerdo a Speck y Attneave (1973:31) una red social “ es el campo relacional total de una persona y tiene, por lo común, una representación espaciotemporal. Su grado de visibilidad es bajo, pero en cambio posee numerosas propiedades vinculadas con el intercambio de información. Tiene pocas reglas formales, pero está compuesta por las relaciones entre muchas personas, algunas de las cuales son conocidas por muchos integrantes de la red, en tanto que otras sólo constituyen un eslabón de unión entre dos de ellas… En una  perspectiva temporal, las redes están representadas por la familia extensa multigeneracional, en tanto que en el espacio contemporáneo lo están por los amigos de la familia, los pares y los vecinos. La red de un individuo cualquiera es la suma total de relaciones humanas que poseen significado perdurable en su vida.”

 Los individuos, como seres eminentemente sociales, requieren establecer un conjunto de relaciones e interactuar con otros individuos para satisfacer sus necesidades. Estas relaciones o redes de apoyo deberían ser percibidas y recibidas como tales, y cumplir un rol de auxilio o ayuda, no sólo en las situaciones diarias sino también en los momentos de crisis. Esto implica brindar una ayuda significativa y mostrar la capacidad y voluntad de asumir el riesgo que implica la participación. Además, es necesario que la persona o la familia en cuestión sientan que forman parte de esa particular constelación humana. Principalmente, cuando las instituciones que prestan algún servicio social están ausentes o alejadas de nuestro entorno, establecer y mantener relaciones de apoyo social es muy importante para el bienestar físico y sicológico. Cada persona puede enfocar su energía y talento de modo de proporcionar a los demás el apoyo, la satisfacción y el control que necesitan y estas potencialidades está presentes en la red social de la familia, vecinos, amigos y colaboradores de la persona o familia afligida.

Cuando se habla de redes sociales o redes de apoyo, la base del capital social, Barrón (1996) distingue tres dimensiones: estructural, funcional y contextual. Desde la perspectiva funcional, las redes sociales  ejercen tres funciones: apoyo emocional, apoyo material o instrumental y apoyo informacional. El apoyo emocional hace referencia a la disponibilidad de alguien con quien hablar, e incluye aquellas conductas que fomentan los sentimientos de bienestar afectivo, y que provocan que el sujeto se sienta querido, respetado y que crea que tiene personas a su disposición que pueden proporcionarle cariño y seguridad. En suma, se trata de expresiones o demostraciones de amor, afecto, cariño, simpatía, empatía y/o pertenencia a grupos. El apoyo emocional es el recurso básico que todo ser humano debería tener y que involucra a la familia, en un primer plano, la pareja y los amigos. Es un tipo de sostén que no amerita disponer de recursos materiales o conocimientos que harían falta para prestar un apoyo material o informacional.
El capital social es el capital de las relaciones sociales, pero no todas las relaciones construyen capital social. Las relaciones de simple intercambio o encuentro entre individuos que no continúan con esa relación no construyen capital social porque es necesario que la relación sea reconocida por la identidad del otro (Pizzorno, 2003: 23).
El capital social constituye ciertos recursos de las personas, derivados de sus relaciones sociales, que tienen una cierta persistencia en el tiempo. Tales recursos facilitan la coordinación y cooperación entre las personas y son utilizados como instrumentos para aumentar su capacidad de acción y satisfacer sus objetivos y necesidades (obtener empleo, recibir ayuda, etc.). Por ende, el capital social resulta un factor decisivo también respecto a las capacidades de las familias para afrontar las crisis y desastres o para recuperarse tras ellos.

El capital social como recurso individual

Cada individuo posee un capital social particular, el cual está basado en los recursos materiales y simbólicos que dispone gracias a su red de relaciones directas, (es decir, las relaciones del individuo con otras personas) y de relaciones indirectas (las relaciones que tienen otras personas con los contactos directos del individuo), las cuales pueden ser usadas en un momento determinado para lograr la consecución de un fin (Piselli, 2003)
Todos movemos nuestros contactos a la hora de conseguir un trabajo, de encontrar apoyo económico para un nuevo proyecto o de necesitar a alguien que cuide a nuestros hijos. Cada uno de nosotros tiene un número de relaciones sociales con características particulares que ha construido a lo largo de su vida a partir de la familia, los espacios educativos, el trabajo, los amigos y vecinos.

El capital social como recurso colectivo

Cada sociedad, comunidad, organización e institución posee un capital social que se basa en las relaciones que ha construido en conjunto y, además, hace uso de las relaciones que posee cada individuo que forma parte de esta unidad. El capital social colectivo tiene características de bien público ya que sus beneficios no sólo repercuten sobre quienes ayudaron a crearlo sino que se extienden a otros (Piselli, 2003).

Recursos del capital social

Coleman (1988) entiende que el capital social está compuesto por los siguientes recursos:
a) Las redes sociales, como son los lazos de parentesco, las redes comunitarias informales, las organizaciones sociales, etc. El mantenimiento de estos vínculos requiere una inversión de tiempo y dedicación, pero permite obtener beneficios en forma de flujos de solidaridad, capacidad de defensa de intereses y derechos, obtención de información (la cual resulta determinante para la capacidad de decisión y actuación del individuo), etc.
b) Las normas sociales (de voluntariedad, altruismo, comportamiento) y derechos comúnmente aceptados, así como las sanciones que los hacen efectivos.
c) Los vínculos de confianza social, la cual garantiza un entramado de obligaciones y expectativas recíprocas que posibilitan la cooperación. Estas relaciones pueden abarcar también las de autoridad, consistentes en la cesión consensuada a un líder de poderes para gestionar problemas colectivos.
Entre más conectada esté una sociedad a través de mecanismos de solidaridad y de reciprocidad, mayor será su reserva de capital social y serán mejores las condiciones de bienestar para los sujetos que vivan en ella (Putnam, 2002: 28). Esto es posible porque el capital social puede influir en la valoración y crecimiento del capital humano y del capital financiero (Trigilia, 2003: 134)
Hay diversos factores que pueden motivar un bajo capital social. Uno de ellos es la falta de una familia que pueda proporcionar apoyo, ya que los parientes son la principal fuente de ayuda durante y tras los desastres, sobre todo en las sociedades tradicionales del tercer mundo, donde la protección pública es escasa. La familia es un componente central del capital social y su influencia positiva ha sido verificada por diversas investigaciones recientes (Kliskberg, 2000:11). Cuanto mayor es la solidez de ese capital social básico mejores son los resultados. Una investigación en EEUU por Wilson (1994) indicó que los niños que vivían con un solo progenitor eran dos veces más propensos a ser expulsados o suspendidos de la escuela, a sufrir problemas emocionales o de conducta y a tener dificultades con los compañeros. Por otra parte, estudios epidemiológicos  en diferentes comunidades revelaron los efectos positivos del capital social en la salud pública (las personas con mayores contactos sociales tienen mayor probabilidad en términos de esperanza de vida). Por el contrario, las personas marginadas respecto a la comunidad en la que viven muy probablemente se vean desprotegidas y carentes de la ayuda que ésta pudiera proporcionar mediante los vínculos tradicionales de solidaridad comunitaria. También pueden disponer de un escaso capital social aquellas personas que no están implicadas en redes sociales informales o en asociaciones establecidas, que son esenciales para defender los derechos y promover el desarrollo humano de los pequeños campesinos, las mujeres y otros sectores vulnerables (Pérez de Armiño, 1999:28).

Desde la perspectiva de género, de acuerdo a Cooper (2002), la mujer, a diferencia del hombre, presenta proporcionalmente una menor participación en redes sociales tanto formales como informales. Los roles centrales tradicionales de madre y esposa le impiden en una alta proporción de los casos, realizar interacciones sociales más allá de la red social familiar o del barrio. La internalización del deber ser femenino implica una reducción espacial de la interacción social potencial de la mujer a límites sumamente estrechos. Incluso la mujer que se ha incorporado a la estructura educativa u ocupacional se ve por lo general coaccionada a cumplir un horario y a participar en interacciones sociales formales restringidas a ese ámbito, siendo limitada muchas veces por los “celos” que sólo objetivan otra forma más sutil del control social masculino.
De los párrafos anteriores, se puede concluir que una persona o familia con un escaso capital social dispone de poca capacidad de maniobra ante las adversidades y de un alto nivel de vulnerabilidad. En efecto, carece de unas relaciones sociales que le proporcionen los recursos (apoyo moral, contactos, información, vínculos de ayuda recíproca…) necesarios para mejorar su bienestar, así como para poder ejecutar con éxito sus estrategias para prevenir y afrontar las tragedias.

DEFINICIÓN DE LAS CATEGORÍAS DE ANÁLISIS

Ya que nuestros objetivos enfocan hacia la exploración de los antecedentes y circunstancias de vida que pudieron haber influido en las mujeres a cometer filicidio y sobre la influencia que ha tenido el tratamiento recibido en su percepción sobre el hecho, fue necesario establecer categorías para el análisis de la información recolectada, dado que las categorías permiten organizar conceptualmente los datos facilitando su clasificación y comparación.
 
Los antecedentes y circunstancias de vida en esta investigación implican las características familiares (Cómo se integraba la familia y cómo era la relación entre sus miembros), las características sociales y económicas y las redes de apoyo de las dos madres del estudio. Estas variables son investigadas tanto en la infancia como en la vida de pareja; es decir, en el contexto donde se produce el hecho filicida; de allí que se establezcan las categorías de la infancia y la familia; la educación y expectativas de vida; el primer embarazo y la vida en pareja, como fuentes para esclarecer las condiciones de vida antes y durante el filicidio.

La descripción de las vivencias circundantes al filicidio y su justificación es una categoría que permite proponer una clasificación del mismo en ambos casos. Luego, la visión actual de las mujeres del estudio sobre el hecho, sobre sí mismas y su percepción del futuro nos permite aproximarnos a detectar la influencia que ha tenido el tratamiento recibido sobre estos aspectos, cómo ha cambiado su perspectiva de los hechos relevantes en su vida y con cuáles personas sienten que cuentan hoy en día.

En conclusión, se establecieron las siguientes categorías para el análisis de los datos recogidos con el objeto de dar respuesta a los objetivos planteados: la infancia y la familia; la educación y expectativas de vida; el primer embarazo; la vida en pareja; el filicidio y su justificación; y la visión actual de las sujetos del estudio sobre sí mismas y su futuro.

De acuerdo a la Enciclopedia Internacional de Ciencias Sociales, la infancia es una “época clave de la vida, en la cual se configuran todos los resortes afectivos e intelectuales del individuo, de cuyo correcto desarrollo depende buena parte del éxito o fracaso posterior de cada individuo en su proyecto vital.” (Citado en Tabera y Rodríguez, 2010)

Universalmente se utiliza la expresión primera infancia para hablar del período que va desde el nacimiento hasta los seis años y el de segunda infancia para referirnos a los niños entre seis y doce años. En la primera infancia es imprescindible que se cubran las necesidades de los niños, tanto las de naturaleza biológica como las sicológicas y sociales. La insatisfacción de cualquiera de  ellas puede conllevar graves consecuencias para el individuo (Tabera y Rodríguez, 2010:11).

El embarazo adolescente es aquel que se produce entre los 10 y los 19 años, de acuerdo a la OMS1. La mayoría de este tipo de embarazos son embarazos no deseados y se producen generalmente por la práctica de relaciones sexuales sin tomar medidas anticonceptivas. Este tipo de embarazo no sólo representa un problema de salud sino que también tiene una repercusión en el área social y económica dado que implica menores oportunidades educativas o el abandono total de los estudios por parte de la madre adolescente, lo que incide en el incremento de la exclusión y de las desigualdades de género coadyuvando en el fortalecimiento del círculo de la pobreza (Fundación Escuela de Gerencia Social, 2006).

Otro término directamente relacionado con nuestra investigación es el de la violencia conyugal. Duque y otros la definen como
 Un fenómeno social que ocurre en un grupo familiar, sea éste el resultado de una unión consensual o legal, y que consiste en el uso de medios instrumentales por parte del cónyuge o pareja para intimidar psicológicamente o anular física, intelectual y moralmente a su pareja, con el objeto de disciplinar según su arbitrio y necesidad la vida familiar. (Cita en Larrain, 1994:26)

Se trata de una de las modalidades de mayor frecuencia y relevancia entre las categorías de violencia intrafamiliar, siendo la mujer la víctima generalmente. La violencia conyugal puede ser física (golpes, empujones, etc.); emocional (insultos, amenazas, desvalorización, etc.) o sexual (imposiciones de actos de orden sexual). Sus consecuencias abarcan un amplio abanico de síntomas psicológicos entre los que destacan sentimientos de desesperanza, tristeza, fatiga permanente, pérdida de autoestima, ansiedad, quejas somáticas, miedo, dificultades de concentración o insomnio, que pueden derivar en diferentes trastornos psicológicos (Sánchez, 2003:81).
A continuación se presenta la tabla que recoge las variables, sus dimensiones y sus indicadores, generados durante la investigación.

Tabla 1. Variables, dimensiones e indicadores de la investigación.


Variables

Dimensiones

Indicadores

 

Características familiares en la infancia

 

Integrantes de la familia

Relación con la madre
Relación con el padre
Relación con los hermanos

 

Presencia del padre, madre y número de hermanos
Tipo de relación

 

Socialización

 

Socialización primaria
Socialización secundaria

 

Nivel de socialización
Nivel de educación
Número de amistades

 

Características económicas

 

Nivel económico

 

Ocupación de los padres

 

Maternidad

 

Primer embarazo

 

Condición en que se produce
Tipo de embarazo

 

Vida en pareja

 

Características generales

 

Características socioeconómicas

 

Condición en que se  produce
Tipo de relación
Nivel económico
Socialización

 

Filicidio

 

Altruista
Psicótico Agudo
No deseado
Accidental
Vengativo

 

Número de hijos asesinados por la madre
Razones y Motivos del Asesinato

 

Tratamiento Institución Psiquiátrico

 

Psicofarmacológico
Terapia Ocupacional
Psicológico
Psiquiátrico
Trabajo Social

 

Número de horas
Tipo de terapias
Tipos de actividades
Características por tratamiento

 

Diagnóstico de sus condiciones psíquicas

 

Retardo Mental

 

Características y resultados de las pruebas

 

Enfermedades Mentales

 

Esquizofrenia
Trastorno psicótico agudo
Trastorno de  personalidad

 

Resultados de los Informes y Pruebas de los distintos tratamientos

 

Tratamiento Institución Penitenciaria

 

Trabajo
Educación
Psicológico
Deporte/recreación

 

Tipo de trabajo
Tipo de educación
Tipo de terapia Psicológica
Número de horas
Número de días
Número de evaluaciones

 

Redes Sociales

 

Familiares
Amistades
Compañeras (os)

 

Tipo de relación
Número de personas
Frecuencia de la relación

 

Percepción del hecho filicida

 

 

Ahora

 

Sentimientos (tristeza, angustia)
Remordimiento

 

Percepción de sí misma

 

Antes y ahora

Sentimientos sobre sí misma
Baja o alta autoestima
Capacidad de salir adelante.

 

Percepción del futuro

 

Ahora

Planes
Metas a corto, mediano y largo plazo.
Elaboración de proyecto de vida.

1 Organización Mundial de la Salud.

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Por: Miguel Ángel Sámano Rentería y Ramón Rivera Espinosa. (Coordinadores)

Este libro es producto del trabajo desarrollado por un grupo interdisciplinario de investigadores integrantes del Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural (IISEHMER).
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