DIÁLOGOS SOBRE PARTICIPACIÓN SOCIAL Y TOLERANCIA COMO FUNDAMENTOS DEL ESTADO CONSTITUCIONAL DEMOCRÁTICO

Mario Jesús Aguilar Camacho
Ricardo Contreras Soto

“EL MUNDO POLÍTICO Y DEMOCRÁTICO DE LOS VARONES”. DISCRIMINACIÓN DE LAS MUJERES Y LOS PUEBLOS INDÍGENAS EN MÉXICO

Mario Jesús Aguilar Camacho

“Las costumbres de un pueblo esclavo son parte de su esclavitud; las de un pueblo libre, de su libertad”. Montesquieu

 

I. Introducción

En México existe un significativo número de personas que sufren de triple marginación por ser: mujeres, indígenas y pobres. Esta situación se magnifica cuando una mujer indígena desea acceder al “mundo político y democrático de los varones”. Con este pretexto nos introduciremos en el tema de la doble violación de los derechos por parte de las autoridades político electorales y de las encargadas de la impartición de justicia: 1. De los derechos políticos de los ciudadanos de los pueblos indígenas; y 2. De la libertad de los pueblos indígenas de revocar y cambiar sus usos y costumbres.

El tema que nos ocupa se refiere al enfrentamiento de índole jurídico, político, económico, social y cultural entre: 1. Los defensores de la igualdad jurídica que sustenta la democracia de concepción liberal (derechos políticos);  2. Quienes apoyan la autonomía de los pueblos indígenas y la prevalencia de sus usos y costumbres (garantías sociales); y  3. Quienes luchan por la consideración y el respeto a las mujeres (derechos humanos).

En este sentido, el artículo 2º de la Constitución Política de los estados Unidos Mexicanos reconoce la composición pluricultural de la nación, sustentada originalmente en los pueblos indígenas. Dicho ordenamiento establece que la ley protegerá y promoverá el desarrollo de sus lenguas, culturas, usos, costumbres y formas específicas de organización social.

Cuando la clase política mexicana -“mundo político y democrático de los varones”- habla de democracia se refiere a llamada democracia política, que consiste en la posibilidad de votar y ser votado para ejercer los cargos y puesto públicos. Nada más alejado del concepto de Democracia presentado por el artículo 3º de la Constitución, en el cual se le define como un  sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social, y cultural del pueblo (por eso en México se habla de “democracia fallida”).

El caso que sirve de objeto de análisis de esta obra, se presentó el día 4 de noviembre de 2007, cuando hubo elecciones municipales en el pueblo de Santa María Quiegolani -uno de los 418 municipios oaxaqueños que eligen a sus autoridades bajo el concepto constitucional y legal de los “usos y costumbres”-. El triunfo fue arrebatado a Eufrosina Cruz, por ser mujer, indígena y pobre.

Pero dejemos el caso de Eufrosina para otra oportunidad; además ella ya tiene bastantes defensores. El tema central de esta ponencia gira sobre los derechos de los pueblos indígenas a cambiar democráticamente sus usos y costumbres.

Con esta orientación, se puede afirmar que las autoridades político electorales y de impartición de justicia trastocaron los derechos políticos y sociales de los votantes, indígenas varones, quienes fueron los únicos, que de acuerdo a los usos y costumbres del lugar, pueden votar. Aquí lo que queda claro es que los votantes del sexo masculino manifestaron su voluntad y con eso exteriorizaron de forma, si no expresa, sí tácita, su desacuerdo con que las mujeres en ese lugar no pueden gobernar.

Es evidente que cuando el colegio electoral del municipio aceptó la inscripción de Eufrosina como candidata al puesto de elección popular, se aceptó tácitamente una ruptura, o si se quiere matizar, se introdujo un cambio a los usos y costumbres del lugar, específicamente a la regla normativa consuetudinaria : “aquí las mujeres no votan, y mucho menos gobiernan”. Este precepto consuetudo fue revocado por los ciudadanos (en este caso sólo los varones, que son quienes tienen el derecho al voto en esa comunidad indígena) y fueron ellos quienes eligieron a Eufrosina y con sus votos la hicieron ganar.

No se puede negar el carácter intrincado del fenómeno de la mundialización, pero no por eso se debe olvidar o simular que no existe lo local, lo particular, frente al espectro global. Por ello, este trabajo de investigación busca responder a las siguientes preguntas: ¿Cuál debe ser el papel del Estado frente a las decisiones de los grupos indígenas?, ¿Cómo responde el sistema jurídico normativo de la sociedad globalizada frente a los grupos minoritarios?, ¿Tienen derecho los pueblos indígenas a revocar sus normas costumbristas en México?

II. Marco de referencia

El presente trabajo no se anota en la agenda de la tradición clásica de la abstracción jurídica. Aquí se presentan reflexiones y juicios que buscan de manera preponderante recalcar el valor superior de lo jurídico, con sus principios, valores y vínculos, por sobre la legislación positiva. Si bien es cierto que este análisis, que ocupa algunas páginas, apenas lanza una mirada panorámica en el complejo mundo del derecho indígena; y el interés que anima es la búsqueda de respuestas, no sólo de índole jurídica y política, sino más bien orientadas con una perspectiva más amplia de talante multicultural y de respeto democrático, y no tanto limitadas por la frontera topografía marcada por los textos legislativos.

Para nadie es desconocido que el año de 1994 fue crucial para México. Dos hechos mostraron las paradojas de la historia mexicana. Por una parte, la entrada en vigor en México del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TELECAN, NAFTA o TLC), y por la otra, el levantamiento de un grupo rebelde “indígena” en Chipas. Es decir, en México se vivió la manifestación económica, social y cultural, de dos situaciones extremas: De esta forma, en plena incorporación a la globalización y al modelo neoliberal de comercio que se introdujeron por la puerta amplia de nuestro sistema jurídico; por la puerta trasera y subrepticiamente, el fenómeno indígena se presentó ante los ojos incrédulos de la sociedad mexicana y del mundo. Aunque las autoridades y muchos mexicanos pretenden fallidamente “tapar el sol con un dedo”, desde entonces, se tiene que hablar de un “parteaguas” que existe, con un antes y un después de dos referentes: el TLC y el movimiento armado de Chiapas. (Paz, 1994).  Lo que sí es incuestionable es que, desde el momento de la revuelta armada, el fenómeno indígena se incorporó a la agenda de los grandes temas nacionales, aunque la verdad sea dicha, sin el relieve y respeto que se merece (Tello 1998). 

III. Marco histórico

En este apartado se va de la mano del profesor Mario Cruz Martínez, con quien se puede afirmar que la mentalidad y la idiosincrasia indígenas se remontan a su mitológica explicación sobre su génesis como nación. En ese sentido, destaca la leyenda azteca que afirma que el mundo es el resultado de un caos y al mismo tiempo de la conjura de éste. Después de la destrucción viene la renovación. Para los aztecas el símbolo supremo es el sol. Por esta razón, las leyendas se refieren a los cinco soles. Lo distintivo en la cosmogonía del Quinto Sol es la insistencia en que el orden, lo mismo que la creación de los hombres y del sol, es un don de los dioses y que el mantenimiento de la vida en el mundo implica el sacrificio. Lo más destacable del mito, es que si el sentido de la creación divina fue crear la vida en el mundo, el sentido último de las criaturas terrenas es el de mantener con su propia sangre el orden creado, la vitalidad permanente del universo (Florescano, 1987). En el mundo indígena, el hombre forma parte indisoluble del pasado (Cruz, 2008).
Para los mexicas, el presente y futuro se generan en función dialéctica del primero (Cruz, 2008). Tres tiempos una unidad. Un destino inexorable. Por ello, cuando llegaron los españoles a América, los aztecas pensaron que la fatalidad se estaba cumpliendo. Nada se podía hacer frente al cumplimiento de los presagios. Pero, lo más importante es que el hombre es parte del universo y dentro de este universo esta la naturaleza como una parte integral de aquél… (Paz & Bernal & Todorov, 1992)
Mario Cruz dice que: “El mundo occidental era notoriamente diferente. Hijos de su tiempo, al fin y al cabo, los españoles traían en sus alforjas, además de la tradición monárquica, la fuerza de la religión católica. Dos mundos: la cosmogonía indígena giraba en torno a diversas divinidades, dentro de las cuales estaba la naturaleza y sus manifestaciones más genuinas; la religión católica giraba en torno a un salvador. ¿Cuál sería el futuro de las comunidades indígenas? La servidumbre y la opresión. El paternalismo político nació cuando se consideraron a los indios como seres de diversa categoría. Se crearon las famosas Leyes de Indias para intentar darles ciertas garantías. No podemos negar las bondades de algunos misioneros como Las Casas o Vasco de Quiroga, que pretendieron comprender el alma indígena. La famosa dicotomía entre el mundo legal y el mundo real disfrazó el panorama social de la época colonial” (Cruz, 2011).
Aquí se puede hacer una acotación sobre la propiedad y la tenencia de la tierra: En la época Prehispánica los mexicas o aztecas fueron el grupo étnico más importante, y cuyo esquema de propiedad podemos dividirlo en 3 grandes grupos: Tierras Comunales (Capulli); Tierras Administradas por el Estado (Altepetlalli) y  Tierras de Propiedad Privada (Pillalli). (El colegio de México, 1987)
A la llegada de los españoles a nuestro país existieron modificaciones substanciales al derecho de propiedad de la tierra, en principio y como consecuencia de la existencia de la encomienda se crearon grandes latifundios en donde mestizos e indígenas fueran sometidos a un régimen de explotación laboral.
El movimiento libertario de 1810 mostró la lucha entre diversas ideologías, pero nunca los indígenas tuvieron un papel preponderante, y muchos menos pudieron establecer la bandera de defensa de sus derechos y cultura. En aquel momento lo más importante era darle al país un grado de homogeneidad que permitiera fundar los cimientos sólidos de una nacionalidad. Las diferencias existentes entre las personas propietarias de la tierra y aquellas que la trabajaban en la época colonial hacia el año 1800 se hicieron insostenibles, fundamentalmente porque el reparto de las tierras entre los propios españoles fue inequitativa. Así mismo se comenzaron a hacer más notorias las diferencias en las clases sociales por lo cual gente como Hidalgo encabezó la rebelión en contra de la Corona Española que concluiría finalmente con la Independencia, sin embargo se planteó un nuevo problema ¿Cómo repartir la tierra? En la realidad no dejaron de existir los latifundios ni los mecanismos de explotación de la tierra.
Esta situación dio pauta a la expedición, más tarde, de dos leyes: 1.- La Ley Lerdo y 2.- Ley de Nacionalización de Bienes. Éstas, tuvieron como principal función el hacer posible el reparto de las tierras a quienes efectivamente las trabajaba dotando a gran número de personas, individualmente consideradas, de un pedazo de tierra que cultivar. Además hicieron posible aproximarse al ideal del reparto agrario, sin embargo se puede afirmar que no fueron en modo alguno la solución al problema del reparto de la tierra.
A mediados del siglo XIX el liberalismo mexicano sentó sus reales y en una inevitable consecuencia de sus postulados, los indígenas quedaron relegados a peones de hacienda o parajes inaccesibles en donde convivían de acuerdo a sus tradiciones y costumbres. La historia simple es que Benito Juárez, un  hombre indígena de una minúscula aldea llamada Guelatao, en el Estado de Oaxaca, llegó a ser Presidente de México y luchó por reformar los usos y costumbres de los pueblos indígenas, que a él le parecían ser el origen y una de las principales causas de sus miserias. Este hombre indígena, ejemplo de superación personal y de que sí es posible vencer los determinismos, llega al poder, y de la mano del liberalismo de su tiempo intentó ayudar y civilizar a sus hermanos de raza, a través de la imposición del “sagrado derecho natural de propiedad privada” y se produce la privatización de las tierras comunales. El resultado no fue la liberación y progreso de los pueblos indígenas, sino la privatización y el despojo de sus tierras y la casi extinción de la propiedad de las tierras comunales, y ésta fue una de las más destacadas causas que produjeron la Revolución Mexicana en 1910.

El siglo XX se caracterizó por los cambios estructurales que sufrieron las instituciones políticas y económicas y en estas los pueblos indígenas demagógicamente se han incorporado al interés político electoral; pero, en cuestión de logros y beneficios sociales y económicos, han sido prácticamente ignorados.

IV. México en cifras

México es un país lleno de contrastes culturales, económicos, sociales y políticos. Por un lado se tiene un país con una inmensa riqueza, la cual se confronta, paradójicamente, con uno de los porcentajes más altos de gente pobre. Cada vez se advierte como se expanden las amplias discordancias entre unas pocas personas que tienen mucho y una inmensa muchedumbre que tiene poco; cada vez se va realzando y agrandando la brecha entre los detentadores de la riqueza y quienes carecen de los mínimos de bienestar. En este sentido, el país se coloca en una de las primeras posiciones -cabe destacar menos honrosas- dentro de la lista de inequidad del concierto de las naciones.
El país se caracteriza por ser una de las naciones con mayor desigualdad en el contexto global. Basten algunos ejemplos. En el llamado efecto espejo de la propensión económica mundial entre los países más y menos desarrollados –acotada entre la clasificación de los países del Norte y el Sur-, en el norte de México se encuentra ubicado el municipio de San Pedro, Nuevo León, el cual cuenta con el mayor Índice de Desarrollo Humano, casi al parejo con Noruega, que es el país líder en este rubro de igual manera, en el sur de México encontramos su antípoda: el municipio de Metlatónoc, Guerrero, cuyo Índice de Desarrollo Humano es similar a Sierra Leona -lugar 158 del ranking mundial-. (BM, 2008)
De igual manera, México es un mosaico multicultural; la muestra es la conformación nacional integrada por 56 grupos indígenas, de alrededor de 8 millones de mexicanos, entre un número total de población de un poco más de 112 millones de habitantes. De ese número de habitantes, el 40% vive en condiciones de pobreza y otro 20% en extrema pobreza y casi su totalidad son indígenas. Según cifras oficiales, se tienen 52 millones de personas en la pobreza (INEGI, 2011). Lo anterior, pese a que México ocupa el lugar número 13 mundial de acuerdo a su PIB, 1,012.32  billones de dólares (BM, 2011).
Las reservas internacionales, de acuerdo con información del Banco de México, al 9 de septiembre, ascienden a 136 mil 456 millones de dólares (BM 2011).
De acuerdo con distintas mediciones internacionales, México es percibido por varias organizaciones no gubernamentales foráneas como un país, no sólo con un exagerado grado de violencia, sino que está catalogado como una nación que posee además un alto índice de corrupción; de igual manera, se le clasifica como una de las naciones que tiene indicadores minúsculos de desarrollo democrático y se le aprecia como un país con uno de los menores índices de prosperidad.
De su población de 112 millones de habitantes, el número de los jóvenes de entre los 12 a los 29 años de edad que ni estudian ni trabajan, los llamados “ninis”, va en aumento, ya que existen 8 millones, según datos de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex, 2011). Por su parte, la UNAM indica que sólo hay 7.5 millones de jóvenes “ninis” (Olivares, E & Paul, C. 2010.). De acuerdo con la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), de acuerdo al informe difundido entre los medios de comunicación el día martes 13 de septiembre de 2011, dice que son 7 millones 226 mil los que no reciben educación y están desempleados, o no forman parte de la fuerza laboral, de los cuales 38% son mujeres (más de 2 millones 600 mil) y un millón 930 mil tienen entre 15 y 19 años y de estos últimos, el gobierno reporta un 70% (cerca de 1 millón 350 mil) que están en un plan de capacitación para el trabajo recibiendo instrucción de algún oficio, pero no son considerados formalmente como estudiantes o empleados (Sánchez, 2011).
Todas estas cifras abrumadoras contrastan con el hecho de que el gobierno federal ha disminuido el porcentaje de la cantidad de recursos para actividades prioritarias como educación y salud, para destinarlos hacia el combate a la delincuencia.
Comenta el prestigiado experto jurídico indigenista, maestro Mario Cruz Martínez (2008) que “La globalización: ninfa de aduladores y detractores. Pero, aparejada a las loas globalifóbicas y globalifílicas ciertos sectores sociales son orillados, por las consecuencias de un modelo económico ciego y feroz, a la marginación total. La pobreza es una marea espúrea que inunda día a día a millones de seres humanos. Los indígenas son unos de estos hombres sin voz que sufren las inclemencias de la sinrazón política y económica. Ellos, los indígenas, son ciudadanos de dos mundos que no pueden mirar directamente el horizonte del porvenir. Por una parte, pertenecen a su mundo originario regido por normas y modelos de conducta muy particulares, que tienen su raíz en el pasado mexicano. Sin embargo, también pertenecen al estado mexicano y deben regirse (a veces sin saberlo) a principios e instituciones que descansan en la tradición occidental”.
“Por otra parte, el fenómeno indígena -sigue el comentario del profesor Mario Cruz- tiene una gran importancia por la trascendencia que ha cobrado su estudio a partir de la perspectiva de los derechos humanos. No se puede prescindir de éstos en el debate del derecho indígena. De esta manera, México tiene una doble apuesta en el derecho indígena y la ciencia jurídica: el reconocimiento constitucional y su tratamiento en el ámbito internacional, sobre todo por la firma de México del Convenio 169 de la OIT (1989), en donde se establecen derechos mínimos a los pueblos indígenas.”
Parafraseando a Aristóteles obtenemos que nadie ama lo que no conoce, y aquí viene a colación el desconocimiento –cuando no indiferencia y hasta desprecio- casi total del mundo indígena por los mexicanos. No se le entiende porque no existe preocupación por saber de él; lo mínimo que detentamos es la distorsionada versión oficial de la historia.


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