 
      3. 
  No  obstante, en este contexto analizado y visibilizado desde los propios  movimientos sociales, se construyen, en los intersticios o grietas de dicho  sistema, formas otras de hacer política, que se oponen a una sola manera de  vivir (europea/norteamericana), las cuales son forjadas ya no desde la utopía o  como metas alcanzables en un futuro luminoso, sino desde el aquí y el ahora,  como dice Sergio Rodríguez Lascano (2010). Y que desde el análisis del sistema  mundo moderno colonial se ha llamado un hacer y pensar descolonial (Mignolo,  2009).
  ¿Cómo  fue posible la construcción de esas formas otras de hacer política? Algunos  pensadores críticos como Wallerstein o Aguirre Rojas (2006) le dan el crédito  al contexto de “crisis terminal del capitalismo”, desde donde se comienzan a  replantear todas sus formas tradicionales de funcionamiento, como es el caso de  la política tradicional. Sin embargo esta perspectiva, además de que puede  apuntar al presupuesto de que “la historia está de nuestro lado” y el  capitalismo caerá por sí solo, no explicita que no se trata sólo de cambiar un  sistema económico sino también la colonialidad que lo constituye. Un ejemplo  son las transformaciones que están ocurriendo en los llamados gobiernos  progresistas de América Latina, donde efectivamente hay un distanciamiento de  la ortodoxia neoliberal, pero subsiste una forma de organización “desde  arriba”,  desvinculada (o en franca  oposición) con el grueso de los movimientos y organizaciones sociales. 
  Por  ello prefiero, siguiendo a John Holloway (2010) y a Catherine Walsh (2009),  poner el énfasis del surgimiento de una política otra, en los procesos de  organización y en el potencial epistémico de los propios movimientos sociales,  construidos desde sus diferencias concretas de cómo producen y reproducen sus  vidas, en un marco alternativo al sistema mundo moderno colonial. El resto de  la ponencia se centrará en esta última idea.
  4.
              Cuando comencé a conocer los  proyectos políticos de la CONAIE en Ecuador y de la ACIN en Colombia, encontré  un principio fundamental explícito que los atraviesa, éste es la  interculturalidad. Mientras que teniendo como referente a la lucha zapatista  reconocí el mismo principio pero de manera implícita, es decir, sin llamarle  interculturalidad, pero funcionando desde la misma lógica.
              Pero ¿qué es esto de la  interculturalidad? Regularmente confundida con la multiculturalidad y/o  descontextualizada de sus forjadores, la interculturalidad no sólo apela a una  relación entre culturas, sino que cuestiona las formas en qué se dan dichas relaciones  desde las estructuras de dominación hegemónicas (lo cual está ausente en la  multiculturalidad). Pero no sólo eso, sino que la interculturalidad propone  relaciones entre diferentes desde un marco ético, epistémico y de una política  otra que combata a ese lado oscuro de la Modernidad: la colonialidad . (Walsh,  2006).
              La interculturalidad pues, parte de  considerar a la cultura como la forma en que los pueblos y las colectividades  viven desde sus diferencias particulares. Por lo que cuestiona la Cultura  monolítica y homogeneizadora dominante, la cual ha sido usada como una  herramienta de jerarquización y clasificación económica y de subjetividades,  superiorizando a unos grupos e inferiorizando a otros (Walsh, 2010).
              En este sentido, las historias locales  de transgresión al mundo moderno colonial toman gran importancia, ya que es  desde ahí que se combate a un centro productor económico, político, social,  cultural desde donde se construyen, aparentemente de forma autónoma, nuestros  presentes y futuros. Pero atención, no estamos hablando de relativismo  cultural, sino en un marco perfectamente delimitado, por ello Walsh le ha  denominado interculturalidad crítica (Walsh, 2009b).
  La  CONAIE, la ACIN y el EZLN, emergen en las últimas tres décadas como sujetos no  solo sociales sino políticos, apelando a una transformación no sólo relacional  sino estructural de la sociedad, considerando su hacer como un proceso de  descolonización, proponiendo que “la única manera de ir cambiando esta matriz  de poder colonial es ir formando alianzas y articulaciones entre grupos. Los  pueblos indígenas solos, los pueblos afrodescendientes solos, las mujeres  solas, [los colectivos urbanos solos] no podemos cambiar este sistema sino es  en alianza con otros grupos” (Walsh, 2010). 
  Una  serie de alianzas, para “caminar juntos”, tejiendo puentes entre las diversas  luchas, ya no sólo indígenas sino de todas las fuerzas sociales. Se trata pues  de “un proceso de buscar entrecruces interepistémicos, es decir, de pensar con otros sistemas de conocimiento  que no sean simplemente los del patrón eurocéntrico, que ha sido impuesto desde  la escuela hasta la universidad, pero también pensar con otros sistemas y modos de vida, otras cosmovisiones,  otras filosofías, otras formas de vivir” (Walsh, 2010). 
  Por  lo cual no es una cuestión sólo “étnica” o de indígenas, de lo contrario estos  movimientos no estarían planteando alianzas con nosotros, como lo hace el  movimiento indigena ecuatoriano en su propuesta de Estado Plurinacional, la  ACIN en su Minga de Resistencia Social y Comunitaria, y el EZLN en la Sexta  Declaración de la Selva Lacandona, plantea pues otro marco de lo político.
  5.
  En  Ecuador la lucha de los pueblos y nacionalidades indígenas articulados en la  CONAIE es por la construcción de un Estado Plurinacional, como lo señalan en su  Proyecto Político (CONAIE, 2001). Es decir, una organización política y  jurídica donde se reconozca realmente la diversidad de modos de vida de cada  sector de la sociedad ecuatoriana, lo cual se contrapone al Estado uninacional-hegemónico-blanco-mestizo-liberal,  que sólo reconoce al ecuatoriano como ciudadano con una cultura homogénea. Con  lo que se pone al “descubierto la injusticia social y la explotación económica,  el ineficiente y caduco sistema jurídico-político y administrativo, así como el  carácter antidemocrático del Estado y de las instituciones del poder” (CONAIE,  2001), anclado en esta clasificación jerárquica racial y económica de los seres  humanos.
    A partir de visibilizar esto, la CONAIE busca construir una “nueva  sociedad comunitaria, colectivista, igualitaria e intercultural”, ello a través  de “la autodeterminación, así como de la independencia económica y política de  los Pueblos y Nacionalidades Indígenas, y de los demás sectores sociales del  Ecuador” (CONAIE, 2001). En este proceso, la interculturalidad sirve como una  herramienta para la transformación de las actuales estructuras (Estado,  gobierno, sociedad, instituciones), las cuales hasta ahora sólo se han  encargado de dispersar y aislar a la población, utilizando la “cultura  nacional” como herramienta de dominación (Walsh, 2009c).
  Ante ello, algunas opiniones podrían  argumentar que éste podría ser el discurso de toda la izquierda en el Ecuador,  aún del gobierno de la Revolución ciudadana, encabezado por Rafael Correa, que  también apelan a la interculturalidad y a la plurinacionalidad. Sin embargo,  las prácticas  políticas, económicas, sociales y culturales de este gobierno, anuncian sólo  una continuidad del mono-culturalismo y del uni-nacionalismo, negándose a  aceptar la significación que desde los Pueblos y Nacionalidades indígenas se da  a la plurinacionalidad e interculturalidad, conceptos de transformación  política y no de mera inclusión (Walsh, 2010). Luis Macas señala:  “A la cultura  dominante sólo le interesa reconocer la plurinacionalidad hasta cierta medida.  Quieren reconocer las cosas superficiales para fomentar el turismo folclórico.  No hay un reconocimiento de los sistemas de vida, de lo que somos” (Macas,  2009). Se observa pues una cooptación y manipulación de los términos que  surgieron y se construyeron desde la organización, como señalan Walsh y Macas.
  El proyecto de Correa y el de la CONAIE son  inconmensurables. El primero, retomando elementos de los diversos movimientos  sociales, proyecta un modelo donde el Estado direccione la economía, la  planificación, la inversión y la redistribución (Ospina, 2009); un alejamiento  de la ortodoxia neoliberal sí, pero alejada también de la forma “otra” de hacer  política que supone el proyecto de la CONAIE, con la propuesta plurinacional y  la interculturalidad que hemos mencionado, alejado pues de una transformación  de las estructuras. 
  En este sentido, podemos ver que la  construcción del Estado Plurinacional y la interculturalidad, que la CONAIE ha  intentado posicionar en la Constitución del 2008 y ante el gobierno de la  “revolución ciudadana”, tiene límites claros, que a mi modo de ver, tienen que  ver con el intento de transformación radical “desde adentro” de la estructura  estatal, sea ésta neoliberal o posneoliberal, supone pues un desgaste político  y un poner en riesgo el proyecto de la construcción de una Política Otra. No  negando con ello los logros históricos que suponen un ordenamiento  jurídico-político como la Constitución de 2008 y el Plan Nacional del Buen  Vivir para Ecuador.
  Sin embargo, debemos mencionar que el proyecto  político de la CONAIE, al derivar de la experiencia de la colonialidad, permite  visibilizar las condiciones coloniales presentes, así como establecer políticas  de descolonización, proceso en el cual la interculturalidad ha sido central,  mismo que debe ser visto en su historicidad, es decir, con estrategias que se  transforman con el tiempo, como es el caso de buscar la construcción del Estado  Plurinacional desde “adentro” del Estado Uni-nacional, lo cual ha mostrado  avances, pero también desafíos, conflictos y contradicciones, aspecto  fundamental en el proceso de la interculturalización, negar el conflicto sería  pues negar la realidad. Así, lo importante y lo que nos interesa retomar es que  este proyecto político no parte de la ideología estatal  (europea/norteamericana) sino de la diferencia colonial, pensada desde un lugar  de enunciación indígena, con todo lo que ello implica en la lucha contra del  sistema moderno/colonial. 
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