REMOVIENDO LAS ESTANCADAS AGUAS DEL TURISMO

Francisco Muñoz de Escalona
mescalafuen@telefonica.net

37 Para un historia de las guías turísticas (III)

Para clausurar mis aportes a una futura historia de las guías turísticas ofrezco a mis lectores del boletín turístico un amplio extracto de un capítulo de la primera parte, El vencimiento de la distancia, de mi obra Autopsia del turismo (www.eumed.net). Aunque repite algunos datos de columnas anteriores espero que se disculpen en base a las nuevas aportaciones. Y, aunque también es cierto que hay material para dos columnas más espero que se tolere el exceso.

Los libros – guía son manuales de instrucción de quienes planifican o realizan desplazamientos circulares. Podemos pensar que los libros – guía son de muy reciente aparición. Sin embargo se trata de instrumentos de apoyo al vencimiento de la distancia que tienen cierta antigüedad. Los primeros fueron escritos en su mayor parte como forma de transmisión del conocimiento del mundo pero también los hubo que se usaron como facilitadores de desplazamientos.
El investigador José M. Galán nos ha regalado recientemente una valiosa obra  José M. Galán, Cuatro viajes en la Literatura del Antiguo Egipto (Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1998), en la que hace un minucioso estudio de cuatro manuscritos, previamente traducidos por él mismo del idioma ugarítico. Sus títulos son los siguientes: El Náufrago, Sinuhé, El Príncipe predestinado y Unamón.

El protagonista deEl Náufrago es un personaje que puede parecer normal, pero dispone de tales cualidades que llega a instruir al propio faraón. Este personaje narra su expedición a  (Nu)Bia por encargo del faraón Sesostris. La embarcación naufraga a causa de una tormenta y los ciento veinte hombres de la tripulación perecen, pero él se salva. Arrastrado por una ola es llevado a una isla habitada por una Serpiente que le exige que le haga saber el motivo de su viaje si no quiere perecer. El náufrago lo hace y la Serpiente le concede el don de volver a Egipto cargado de mercancías maravillosas. A su regreso llevó las mercancías al faraón y éste le hizo un hombre muy rico.

Ell texto narra un viaje contrariado a causa de una catástrofe natural, un fenómeno totalmente fuera de su control, que surge inesperadamente y del que no hay escapatoria, pero también habla de las maravillas que hay en la isla, seguramente ficticia, como el mismo personaje que la habita, la Serpiente, pero hay en la narración bases para hacer toda suerte de elementos que permiten considerarla como un manual de la navegación marítima en unos tiempos en los que, como las técnicas de navegación eran tan primitivas, solo un auténtico héroe podía superar los peligros de la singladura.

Otro de los relatos, el titulado Sinuhé, tiene lugar en el siglo XX a. C., bajo el gobierno de Sesostris I. Sinuhé se encontraba fuera de Egipto acompañando al príncipe heredero, esposo de Nefer. El príncipe se entera por un mensajero de la muerte de su padre y regresa de inmediato a su país. Es presa de un miedo inexplicable y huye en una balsa sin timón empujada por el viento del oeste durante cincuenta días al cabo de los cuales es rescatado por los nómadas. Con ellos vive muchos años vagando por tierras de Palestina y Líbano. El texto alude a que los nómadas le abastecían de todo tipo de viandas. La tierra es descrita como un paraíso similar a la isla donde se refugió el protagonista de El Náufrago. En ella se granjea la amistad del jeque, en un pasaje que de nuevo es comparable al de la recepción que la Serpiente brinda al náufrago de la narración anterior. Alcanzada una avanzada edad, Sinuhé se siente extraño fuera de su tierra y decide volver por el llamado Camino de Horus, la vía más frecuentada por los egipcios, en la que se topa con una guarnición militar apostada en el camino. Un oficial le ayuda a embarcarse y Sinuhé llega al palacio del faraón Sesostris I y al llegar se postra humildemente ante él en el gran salón de audiencias. La narración, al margen de sus enigmáticas intenciones, parece cumplir también una función de manual de viajes, tanto en lo que concierne a la descripción de las bellezas de las tierras desconocidas como a los peligros que pueden surgir en todo viaje  y al natural deseo de regresar al país de origen que siente todo aquel que lo abandona.

Lo mismo cabe decir de los dos libros atribuidos a Homero: la Ilíada y la Odisea. Incluso de los nueve libros de la Historia de Heródoto de Halicarnaso. La Eneida de Virgilio, imitación de la Odisea, no deja de ser también un libro de viajes. Durante milenios, los libros de viajes fueron las obras que se encargaron de transmitir los conocimientos que los viajeros lograban gracias a su estancia en tierras lejanas, empapadas de misterio, escenarios de hechos fabulosos y de civilizaciones arruinadas o en todo su esplendor. La misma expedición que los griegos organizaron primero, durante nada menos que diez años, y realizaron después hasta la costa de Asia Menor no deja de ser una de las primeras referencias que tenemos sobre la necesidad de planificar desplazamientos circulares. El viaje de regreso a su patria, Ítaca, de uno de los guerreros es, como se sabe, el objeto de la Odisea.

En la Edad Media es de cita obligada el libro que de los viajes de Marco Polo, en el que se mezclan hechos verídicos con otros que son producto de la desbordante fantasía del autor. Según el lúcido comentario de Jorge Luis Borges, Marco Polo sabía que lo que imaginan los hombres no es menos real que lo que llaman la realidad. Marco Polo incluye en su libro, dictado a un compañero de la prisión de Génova en la que estaba recluido comentarios muy jugosos sobre el estado de los caminos, las costumbres y peculiaridades de la corte del Gran Kahn, las maravillas tanto vivas como monumentales de los países que visitó, la utilización de escoltas de hasta doscientos hombres en ciertos desplazamientos, la existencia de mensajeros y de casas de postas, el número de jornadas que se necesitan para cubrir determinadas rutas, la angustiosa ausencia de albergues que padecen algunas de ellas, lo imprescindible que era ir provisto de agua en los desplazamientos, la descripción de fastuosas fiestas, la abundancia de caza e incluso este interesante comentario sobre la prostitución como servicio pagado  en lugares en los que abundaban los forasteros:

“Y también os digo que dentro de la ciudad no osa vivir ninguna mala mujer de las que obran impuramente con su cuerpo por dinero, sino que todas están en los arrabales. Y habéis de saber que son más de veinte mil las mujeres que pecan por dinero y aun os digo que todas resultan necesarias debido a la gran abundancia de mercaderes y forasteros que acuden (a la ciudad) de continuo”.

Un hito destacable lo establece la publicación de la obra en tres volúmenes del alemán  D. J. J. Volkmann Noticias histórico – críticas de Italia, (Leipzig, 1770 – 71), obra que contiene una exacta descripción de este país, de sus usos y costumbres, forma de gobierno, comercio, economía, estado de las ciencias, y especialmente de las obras de arte, con un juicio de las mismas. Todo ello recopilado de las descripciones de viajes francesas e inglesas más recientes y de las propias observaciones personales (ver Rafael Cansinos Asséns, presentación de Viajes Italianos, J. W. Goethe, en Obras Completas, Aguilar, México, 1991). Puede decirse, continúa Cansinos, que esa obra fue la guía de viaje de Goethe en su conocida visita a Italia, obra que este conocía por mediación de su amigo Knebel.

Fue en el siglo XIX cuando aparecieron los libros – guía que hoy conocemos. Los primeros editores de guías fueron John Murray en el Reino Unido y Karl Baedecker en Alemania. John Murray se desplazó por primera vez al Continente en 1829 con el fin de completar su educación. Como Murray escribió más tarde, lo hizo desprovisto de guías a excepción de unas cuantas notas manuscritas sobre ciudades y fondas que le facilitó su buen amigo el Dr. Somerville, lo que indica que dedicó tiempo, trabajo y dinero para preparar detalladamente su  plan de desplazamiento. Fueron las dificultades que encontró a la hora de hacer sus desplazamientos lo que le llevó a recoger y sistematizar toda la información que pudo mientras realizaba el viaje. Dicho con sus propias palabras, para registrar “todas aquellas informaciones y estadísticas que un turista inglés puede tal vez necesitar”.

Murray continuó haciendo desplazamientos al Continente y recogiendo datos de utilidad. Con ellos publicó a fines de 1836 el manual del viajero titulado Holland, Belgium and the Rhine. Ante el éxito obtenido, años más tarde publicó el manual titulado France, South Germany and Swizerland. Estos dos manuales los escribió él mismo, pero pronto encargó los demás manuales publicados a especialistas como Richard Ford (Spain), Sir Gardner Wilkinson (Egipt) o Sir Francis Palgrave (Nord Italy). Las llamadas “guías rojas” de Murray se hicieron mundialmente famosas.

El más importante competidor de Murray fue el alemán Karl Baedecker. Baedecker, siguiendo la profesión de su padre, fundó una librería y una imprenta en la ciudad alemana de Koblenz en 1827. Años más tarde compró los derechos de una obra titulada Rheinreise (Viaje por el Rin) a su autor, un tal Klein. Baedecker reescribió personalmente esta obra y la publicó en 1839 con un nuevo título, Die Rheinlande (El país del Rin). Siguiendo el método de Murray, Baedecker también realizó numerosos desplazamientos a fin de tomar los datos que necesitaba para las guías que se proponía publicar, para cuya cubierta también eligió el color rojo. La primera guía Baedecker se publicó en 1839, tres años después que la de Murray, dedicadas a Belgien und Holland, en la que se advierte su clara intención de competir con la guía de Murray relativa a esos dos países. En 1842 publicó Handbuch und der Österreischichen Kaiserstaat (Viena), en 1844 Suddeutschland und Österreich, Ungarn und Salzburg y Die Schweiz, a la que siguió en 1855 Paris und Umgebungen. Baedecker obtuvo tanto éxito con su negocio que continuó publicando guide – books para nuevos países tanto europeos como orientales y norteamericanos con versiones en los principales idiomas (inglés, alemán, francés) después de patentar su método.

El producto que el alemán Bernhard von Tauschnitz puso en el mercado no eran precisamente guías, sino libros de lectura para aprovechar las horas muertas de muchos desplazamientos. En 1837 von Tauschnitz abrió en Leipzig una imprenta en la que cuatro años más tarde empezó a publicar libros para ser leídos en los desplazamientos. Estos fueron los comienzos de la famosísima colección de autores ingleses que a mediados del siglo XIX ya había alcanzado 2.600 títulos. Von Tauschnitz tuvo tanto éxito que se hizo millonario y hasta consiguió comprar un título nobiliario. Con sus publicaciones provocó una auténtica revolución en las prácticas de los desplazamientos y éstos, que solían hacerse hasta entonces con algún acompañamiento, empezaron a hacerse cada vez más en solitario. El sabía que los turistas tenían que soportar días lluviosos y prepararse para atardeceres aburridos; matar las largas horas de espera en los transbordos ferroviarios y combatir el demonio del tedio. Incluso si un extranjero se merecía realmente el agradecimiento del inglés que hace viajes, ése era el barón von Tauschnitz.

Las colecciones de guías iniciadas en la primera mitad del siglo XIX continuaron publicándose durante la primera mitad del siglo XX, época en la que aparecieron nuevas guías editadas por otras empresas, y siguen apareciendo, como ya dije, en lo que llevamos del siglo XXI.

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